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Mi nombre es Robert-Pierre Dalton y soy montagnés, muchos dirán que mi infancia a sido fácil, y

bajo el punto de vista de cualquier ciudadano puede entenderse que así fue. Mi opinión no es la
misma, cierto es que nunca me han faltado los mas excelsos manjares, tanto montagneses como del
resto de países, ni las mejores ropas ni la mejor de las comodidades.

Como bien podréis deducir, viendo mis insignes apellidos, soy de familia noble. Al menos es lo que
mi sangre viene a indicarme, aunque el corazón que la bombea nunca ha estado de acuerdo con ello.
Todo empezó siendo yo bien pequeño. Tenia un gran amigo, Anton, el hijo de mi institutriz
Caroline. Era el mejor amigo de cuantos he tenido, al menos era el único que no venia impuesto por
esta sociedad, no le importaban mi posición ni mi fortuna como a otros tantos que he tenido que
soportar mas recientemente. Todo iba bien y era feliz con él, hasta que mi padre descubrió nuestra
amistad pese a los infructuosos intentos de mi madre por ocultarlo. Recuerdo llorar, llorar mucho,
implorarle a mi padre que no azotará a Caroline y a Anton. Quería hacerlo delante de mi, porque
según el era culpa mía. ¿Tan diferentes somos como para que no pudiéramos jugar juntos?
Finalmente mi padre se apiadó de ellos, ¿o tal vez solo se apiadó de mi?, cuando me interpuse entre
los guardias que mi padre había dispuesto para castigarles ¿tan cobarde es que no podía hacerlo el
mismo? y despidió a mi institutriz. Al día siguiente marcharon hacia Paix.

La cosa no mejoró a partir de entonces, no entendía mi posición en el mundo, ni el porque yo tenía


derecho a más que el resto por el único y simple hecho de ser hijo de mi padre. Todo me parecía
rancio, me daba la sensación de que el mundo avanzaba y mi padre y todos los de su calaña, habían
decidido quedarse en el pasado, donde tenian un posición más comoda, una posición según ellos
superior, pero que yo no podia dejar de ver como una jaula de oro.
Fueron años duros, a partir de entonces mi padre parecía estar siempre enfadado conmigo, y mi
hermano no dejaba de insultarme llamándome sirviente. Mejor dicho el pensaba que me insultaba,
yo pensaba que ellos eran más libres que nosotros, y que era totalmente injusto tanto lo que había
ocurrido como la estúpida división de clases que existe en nuestra sociedad.

Así paso mi infancia, entre desprecios de mi hermano mayor, desprecios de mi padre, dudas y mas
dudas sobre mi papel tanto en la familia como en la sociedad a la que pertenezco. Pero no todo
fueron malos momentos, aun recuerdo, siendo yo ya un adolescente, la cara de mi hermano cuando
intentando ofenderme me dijo que siendo el hijo menor seria un noble sin tierras, un noble errante.
El pretendía ofenderme, reírse de mi, pero resultó todo lo contrario. Reí, me reí de él. Mi hermano
se iba a quedar por siempre en su jaula de oro, mientras yo podría salir de ella, y disfrutar de cuanto
me deparase el futuro. Podría viajar por el mundo, disfrutar de todos los rincones, algunos grandes
sitios a los que podría acceder gracias a mi apellido, y también podría acceder a los peores burdeles,
a las peores tabernas, involucrarme en peleas y aventuras, tener los amigos que yo quisiera y
acostarme con las mujeres que yo quisiera hasta que encontrase alguna con quien quiera envejecer.
Todo eso pensé durante mi carcajada, y lo disfruté aun más al comprender que mi hermano no
entendía mi respuesta.

Seguramente en aquella carcajada también influyeron las ideas de mi tío Roden, el único de mi
familia que no me causaba repulsa, había sido soldado y sus historias me embriagaban. No eran las
conquistas y la gloria lo que me atraían, si no el visitar mundo, el compañerismo y la hermandad
entre soldados, venidos de todos las castas de la sociedad. La idea de que todos juntos, sin importar
las clases, la fortuna ni la belleza, podían conseguir un bien superior. Él me entendía y yo le
adoraba. La sintonía entre mi tío y yo fue tanta que el día que ingresaba en la escuela de esgrima me
regalo su propia espada. “Esta espada es capaz de cortar todo tipo de ataduras, tanto cuerdas, como
cadenas, como aquellas que no su pueden ver a simple vista”, me dijo, “usala bien y podrás
empezara a dibujar el mundo que imaginas”.

Hoy he salido de mi casa después de ingresar en el gremio de espadachines, me dirijo a Paix, con el
deseo de encontrar a mi viejo amigo Anton. Espero que entre los dos, un noble y un plebeyo, o dos
simples amigos que es lo que realmente me importa, podamos hacer mi sueño realidad, hacer que la
nuestro mundo pueda, finalmente, avanzar. Se que mi hermano me llamará revolucionario, o incluso
traidor. Él nunca entenderá porque hago esto, nunca entenderá que pese a sus insultos, chanzas y
desprecios yo le aprecio como a mi hermano que es, y es por eso mismo que deseo sacarle a él, y a
todos los que son como él, de su jaula de oro.
Rober Pierre-Dalton

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