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ADVERTENCIAS

Esta obra posee CONTENIDO HOMOERÓTICO, es decir tiene


escenas sexuales explícitas de hombre/hombre, si te molesta este
temano lo leas.

Todos los personajes y los acontecimientos en este libro son


ficticios, nacidos directamente de mi imaginación. Cualquier
parecido con situaciones o personas reales, es mera coincidencia.

Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por las leyes
de copyright y tratados internacionales.

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Esta historia y todas las Novelas Cortas pertenecientes a
la “Colección Brasas En La Chimenea” se la dedico a mi gran
amiga Awen. Sin tu apoyo, comprensión y ánimos nada de
esto sería posible. Mil gracias por tu amistad y por estar
allí para mí, cuando más lo necesito.

También quiero agradecer enormemente a Ice Angel por


ayudarme a corregir mis historias.

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Sinopsis
¿Quién dijo que los cuentos de hadas no se hacen
realidad? Está bien, lo acepto. No creo que mi caso sea
totalmente un cuento de hadas.

No hay castillos pero si departamentos en altos


edificios. No hay dragones pero si furiosos gatitos, que
para el caso son lo mismo. No hay caballeros en brillante
armadura pero sí hombres vestidos con cuero negro y
potentes motocicletas.

Así que siento que mi situación actual es un poco como


la historia de la bella y la bestia… Sólo que la bella, o en
este caso “el bello”, da miedo a morir y la bestia, o mejor
dicho “el bestia” se ve tan inofensivo.

Ustedes me entienden, ¿verdad? Si no, entren y


entérense de mi historia y de estos extraños y locos
personajes.

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CAPÍTULO ÚNICO

«Tontamente creí que mudarme a una nueva ciudad


completamente distinta al lugar en donde había nacido y crecido,
era la solución a todos mis problemas. Ja, eso sólo demuestra que
soy un iluso, aunque quiera demostrar lo contrario.

Creo que mis hermanos tenían razón, tantos cuentos de hadas


han arruinado mi cerebro. A mi favor tengo que decir que la razón
por la que estos me encantaban, no eran por las princesas en
apuros sino por los apuestos príncipes. Eso tal vez debió ser la
primera señal para mi mamá, que supo antes de que yo mismo
fuera consciente, de que me gustaban los hombres y no las mujeres.

Bueno, pero en ese entonces era un niño inocente.Y siempre


que mi mamá me leía aquellas historias, yo soñaban con que algún
día me convertiría en un hombre fuerte, apuesto y valiente como
esos príncipes.Desgraciadamente el universo conspiro contra mí,
porque mi fisonomía dista mucho de lo que yo deseaba.

Mi cara es todo menos varonil, rasgos afilados y un poco


andróginos que me dan un aspecto delicado y casi angelical. Mi
estatura tampoco ayuda, con apenas un metro sesenta y cinco
centímetros, y un cuerpo delgado a más no poder. Ya se podrán
imaginar que causan un efecto contrario a lo que yo quiero.

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Para colmo, muchos dicen que mi voz es melodiosa y sedosa.
Que mi piel blanca y cremosa, contrasta hermosamente con mi pelo
y ojos de un negro tan profundo como obsidianas1. Y que mis labios
son generosos, deseables y de un suave color cereza. En resumen, y
aunque odie admitirlo, me parezco más a esas desvalidas princesas
de los cuentos que a los bravos príncipes que admiraba.

Durante años intenté cambiar ese hecho, desgraciadamente


no ha servido de nada. Lo que fue, y sigue siendo, muy pero que
muy frustrante. No importa que tanto ejercicio haga, mi cuerpo no
produce músculos prominentes, solo unos que dan risa de lo
pequeños que son. Para colmo, lo único que conseguí fue que mi
cuerpo se definiera más y pareciera más delgado.

Entonces trate de vestirme de tal manera que lograra una


apariencia ruda, y lo que logré fueron burlas y comentarios de que
me veía más adorable. Como uno de esos pequeños cachorros de
grandes ojos que causan ternura, a los que disfrazan de
motociclistas. Así que pronto desistí con esa idea.

Lo que sí sorprendía pronto a la gente que me trataba por más


de cinco minutos, era que mi aspecto fuera totalmente opuesto a mi
carácter. Si lo tuviera que definir entonces diría que es igual al de un
peligroso animal, o mejor dicho, al de una bestia que a la primera

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La obsidiana, llamada a veces vidrio volcánico, es una roca ígnea volcánica perteneciente al grupo de los silicatos. Su color es
negro, aunque puede variar según la composición de las impurezas del verde muy oscuro al claro, al rojizo y estar veteada en blanco,
negro y rojo. El hierro y el magnesio la colorean de verde oscuro a marrón oscuro. Tiene la cualidad de cambiar su color según la
manera de cortarse. Si se corta paralelamente su color es negro, pero cortada perpendicularmente su color es gris.

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provocación enfurece y ataca para matar. Los únicos que parecen
inmunes a mí explosivo carácter, son los miembros de mi familia.

Por cierto, por poco olvidaba mencionar que, soy el hijo menor
de tres enormes e intimidantes hermanos. Muchas veces he sentido
envidia de ellos, claro que no tienen la culpa de haberse parecido a
papá y yo a mamá. Lo que hace realmente difícil enrojarme mucho
con ellos, por esa pequeñez. Pues la única culpable, es la maldita
genética que me hizo esta mala jugada.

Aunque sí que estoy molesto con mis hermanos, pero es por


una cuestión muy diferente: por su sobreprotección para conmigo.
Como siempre fui el menor, entendía que era natural, pero llegó a
un punto totalmente intolerable después de la muerte de papá. Él
falleció en un lamentable accidente automovilístico, provocado por
un ebrio cuando yo tenía solo ocho años.

Creo que comprendo su necesidad de protegerme. Pero es


realmente sofocante y más si tomamos en cuenta a lo que se
dedican. Samuel, el mayor, es un agente de policía. Raúl, el que le
sigue, es boxeador profesional de peso pesado. Y Francisco, trabaja
en una agencia de seguridad como guardaespaldas.

Tal vez se preguntaran a que me dedico yo, ¿verdad? Pues


como era de esperarse, aquí vuelve a romperse el patrón familiar de
nuevo. Decidí estudiar diseño gráfico. Algo que me encanta y
fascina, a pesar de que ello no me ayuda para nada con la imagen
que quiero proyectar. No por la carrera en sí, sino porque realmente

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a nadie le intimida esta profesión. Pero es lo que me apasiona, y eso
es lo que importa ¿cierto?

Eso no quiere decir que sea alguien con el que puedan


meterse, oh claro que no. Al ser mis hermanos, como ya dije, tan
sobreprotectores, me han dado clase tras clase de defensa personal.
Y por qué no admitirlo, también lecciones de cómo pelear sucio para
salir de situaciones muy desventajosas. Por lo que puedo derribar a
tipos que me sobrepasen, y por mucho, en peso y estatura sin
siquiera sudar.

Si no me creen, pueden ir a preguntarle a varios de los


hombres con los que he barrido el piso. Porque les diré que eran
unos verdaderos imbéciles. ¿Pueden creer que pensaban que por mi
apariencia, ellos podían meterse conmigo y molestarme sin
consecuencia alguna? Ja, creo que ya comprobaron lo estúpidos que
son. Realmente espero que el tiempo que pasaron en el hospital, les
sirviera para darse cuenta de su error y corregir su forma de pensar.

Y lo mejor del asunto, es que nunca me metí en problemas por


ello… y no, no fue gracias a que uno de mis hermanos trabajara en
la policía. Sino porque no podían admitir ante los demás que yo era
el responsable de haberles dado una paliza, sin dañar su “hombría”.
Así que la mayoría decían no saber quién había sido su agresor, por
X circunstancia como: “nunca le vi la cara, me ataco por detrás”,
“no recuerdo, mi mente está muy borrosa”, “estaba muy oscuro y
no puede verlo bien”, etc.

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Incluso llegué a enterarme por los chismes que corrían como
pólvora, típico de una ciudad pequeña donde hay más posibilidad
de que la mayoría de la gente se conozca, de que ellos aseguraban
que habían sido asaltados por un enorme y malintencionado
extraño cuando se encontraban inocentemente reunidos sin
molestar a nadie. ¿Increíble verdad? Sospecho que mi familia sabía
la verdad, pero nunca me dijeron nada, así que yo tampoco hablé
sobre el asunto.

Aun así pronto, y a pesar de mi pequeño tamaño, sentí que


estaba asfixiándome lentamente en aquel lugar, donde la mayor
parte del tiempo todo es monótono y predecible. Así que una vez
que terminéla preparatoria, decidí que era el momento de
desplegar mis alas y volar lejos. Mi familia al principio se opuso,
bueno en realidad sólo mis hermanos, no mi madre.

Aunque ella admitió que estaría preocupada, me dio su


bendición para que me fuera a estudiar lo que me gustaba... ¡Oh!
pero no creerán que todo fue tan fácil ¿o sí? Por supuesto que NO.
Convencer a mis hermanos fue una tarea titánica, a pesar del apoyo
de mamá y la rabieta que les armé. Al final Francisco se vino
conmigo para “cuidarme”.

Aun ahora que soy un adulto de veinticinco años, con un


empleo que me da lo suficiente para sostenerme económicamente,
soy forzado a vivir con mi hermano “por mi propia seguridad”. Y
aparte, aguantar las periódicas visitas de mis otros dos hermanos,
para que puedan comprobar ellos mismos que estoy bien y a salvo.

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Créanme estoy a punto de explotar. Si a eso le sumamos que
no he podido encontrar al hombre con el cual perder mi virginidad,
de una vez por todas, creo que entenderán y comprenderán que
todos los días me la pase de un humor de perros. Y eso a su vez,
hace que nadie pueda soportarme en el trabajo o fuera de él.

Sólo tengo dos amigos que logran tolerarme lo suficiente para


permanecer a mi lado, aunque creo que es más por conveniencia
que por aprecio. Claramente me han dicho que les conviene salir
conmigo, ya que les ayudo a atraer a sus presas. Pero bueno, eso es
mejor que estar solo. Como dice el dicho: a caballo regalado no se le
ve colmillo2. Y precisamente ahora estoy con ellos de camino a un
club… Oh, el carro se ha estacionado así que creo que por fin hemos
llegado, ¡ya era hora!»

El frío viento de la noche acarició la piel de Alan cuando bajó


del coche de su amigo. El otoño empezaba a desaparecer para dar
cabida al invierno, por lo que la temperatura paulatinamente
descendía cada día más. Algo a lo que él le daba gustosamente la
bienvenida.

Siempre había sido una persona que prefería mil veces el frío
al calor. Aun así se ajustó su chamarra de piel negra. Es más, toda
su vestimenta era negra, desde las botas de hebillas con cadenas,
los muy ajustados pantalones y la camisa sin mangas. Hasta su
tanga era negro.

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Otra variación del refrán es: a caballo regalado no le mires el dentado. Y hace referencia a que las cosas
que se nos regalan no les debemos buscar defectos o peros, sólo las tenemos que agradecer y aceptarlas tal
cual.

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Mientras sus amigos salían del auto, Alan aún tenía el dilema
de si dejar la chamarra o entrar con ella. Finalmente se la quitó y la
lanzó por la puerta que todavía estaba abierta. Y sin más, comenzó
a caminar hacia la fila de gente formada para entrar al club. Ni
siquiera se molestó en esperar a sus amigos.

Según Rafa, era uno de los mejores clubes gais de la ciudad.


Alan esperaba que esta vez fuera verdad, porque los últimos cinco
que habían visitado las veces anteriores apestaban. No sólo no eran
buenos, sino que además había puros patanes e idiotas que creían
que podían llevarle hasta sus camas. Sí, quería perder su virginidad,
pero no estaba tan desesperado. Bueno sólo un poco… pero estaba
decidido a estar en el lado de dar y no en el de recibir en su primera
vez.

Algo a lo que se negaban a hacer sus supuestos


“pretendientes”, dentro y fuera de los clubes. Éstos siempre habían
tenido la errónea creencia que por su aspecto, era natural que
fuera un pasivo y sumiso, tanto dentro como fuera de la cama. Pero
él era todo lo contrario, y muchos de esos imbéciles, incluso
intentaron forzarlo a esa posición. No hace ni falta mencionar que
habían acabado en el hospital, muchos con un grave caso de
huevos morados.

No ayudaba tampoco, el que su hermano Francisco estuviera


vigilándole con ojo de águila, espantándole a muchos proyectos de
novio y poniéndole trabas para poder salir a buscar a alguien. Clave
esencial que incrementaba su frustración. Incluso hoy le tuvo que

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mentir diciendo que Rafa, Gabo y él tenían que terminar un
proyecto muy importante, por lo que se quedarían en casa de
Gabo.

Claro que previamente había llevado de contrabando ropa


especial para la ocasión, ni loco iba a ir a tratar de ligar en su traje
de oficina. Ahora sólo esperaba queno tardaran tanto en
entrar.Quería quitarse de encima un poco de estrés bailando, y
porque no decirlo, golpeando al primer tonto que le
provocara.Moviendo su pie en un claro signo de impaciencia, fue
como le hallaron sus amigos cuando llegaron junto a él.

―Creo que alguien está ansioso por entrar, ¿verdad Al?


―Comenzó a burlarse su amigo riendo escandalosamente.

―Y yo creo que alguien está ansioso de que lo golpee, ¿Cierto


Rafa?

―Tranquilos los dos. Se supone que venimos a divertirnos, no


a pelearnos.

Alan sólo puso los ojos en blanco y cruzó sus brazos sobre su
pecho. Gabo era todo un pacifista, pero no hay que equivocarse,
porque si alguien le azuzaba lo suficiente se convertía en un
verdadero cabrón. Mientras que Rafa era el clásico grano en el culo,
molesto a más no poder, siempre apareciendo en el momento
menos deseado e inoportuno. Aun así les quería y apreciaba a su
modo, y ellos lo sabían aunque nunca se los demostrara
directamente.

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Después de lo que le pareció una eternidad, finalmente
llegaron al frente de la fila. Entonces, Alan se fijó en el gorila que
custodiaba la entrada. Se mordió el interior de las mejillas para
evitar maldecir, tragándose su coraje y envidia. No era justo que
hubiera hombres tan masculinos como ése. El hombre frente a él,
era enorme.

No solo alto, ENORME. Debía medir unos dos metros cinco


centímetros de alto, veinte centímetros más que sus hermanos y
cuarenta centímetros más que él. Pecho voluminoso y musculoso,
al igual que sus brazos y piernas. La cintura y cadera no eran
angostas precisamente, pero por su constitución ósea era normal.

Definitivamente no era gordo, no se le veía estomago


prominente y podría apostar que tenía un estupendo estómago de
lavadero. Además, era verdaderamente velludo, lo que aumentaba
su fuerte aspecto masculino. Su rostro era sólo la cereza del pastel.
Con esos ojos café claro, que contrastaban con su cabello y vello
castaño, tan oscuro que casi parecía negro.

Rasgos duros y masculinos, mandíbula fuerte que ostentaba


una orgullosa barba de candado. Ceño fruncido y expresión de: “Te
aplastaré como mosquito a la menor provocación, incluso si siento
que respiras de manera que no me guste”. En cuanto esa mirada
recayó en Alan, los deseos de patearle la espinilla, para ponerlo a
sus pies fueron muy grandes. Odiaba a los de su tipo que se creían
superiores a él sólo porque la genética les había favorecido.

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En lugar de hacer lo que quería, se esforzó por darle una
encantadora sonrisa. De esas que sus amigos le decían que derretía
a todo el mundo y con la que podía conseguir lo que quisiera.
Sonrisa que estuvo a punto de perder, cuando el gran oso frente a
él sólo frunció más su ceño. Mirándole como si fuera un perro
sarnoso que no quería que se le acercara.

Enserio, estaba a sólo cinco segundos de romperle la nariz a


ese cretino. Aunque la cara de Alan solo se podría describir como
angelical, sus amigos supieron leer las pequeñas y casi
imperceptibles señales de que su amigo estaba por explotar.
Convirtiéndose en la bestia que realmente era. Así que ambos se
apresuraron a agárrale, cado uno de un brazo para detenerle. En
verdad querían entrar al club, y si su amigo hacia una escena era
algo que definitivamente no podrían hacer.

Por suerte, antes de que no pudieran contenerle y la sangre


corriera, el gigante se movió quitando el acordonado que les
mantenía afuera, dejando pasar a los tres. Sólo entonces, Gabo y
Rafa pudieron respirar con tranquilidad. Pero no soltaron a su
amigo, era mejor asegurarse de que estuviera lo más lejos de la
entrada. O de lo contrario, no dudaban en que Alan regresara y
entonces los dueños del club necesitaran contratar a un nuevo
portero.

Después de aproximadamente hora y media bailando y de


haber despedido a por lo menos quince hombres, que no entendían

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un “no” por respuesta, Alan finalmente abandonó la pista y se
dirigió a la barra, esquivando magistralmente las libidinosas garras
que querían manosearle.

Por suerte, había un lugar despejado donde esperaba obtener


aunque fuera unos cinco minutos de paz. Pidió su bebida al barman
de largo pelo rubio y rasgos cincelados pero varoniles. El otro
barman que atendía, era un moreno de aspecto más rudo pero
igual de apuesto. Hacían un contraste fascinante y atrayente.

Se extrañó que no hubiera más personas apiladas en la barra


tratando de atraer la atención de uno o ambos hombres. Obtuvo
rápidamente su respuesta, cuando alguien interrumpió al rubio que
preparaba su bebida, con obvia intensión de ligar. Pero antes de
que el incauto pudiera deslizarle su número telefónico, el moreno
tomó al osado del cuello claramente amenazándole.

Puede que las cosas hubieran ido a mayores, pero un sólo


toque del rubio y el moreno soltó a su presa. No sin antes, al
parecer, advertirle sobre volver a hacer semejante estupidez. Para
Alan estaba tan claro como el día que esos dos eran pareja y que el
moreno era muy, pero que muy territorial. Bueno, a él no le
importaba, no estaba interesado en ninguno de los dos.

―Hola hermoso, ¿puedo invitarte a una bebida?

Tan ensimismado estaba Alan que no notó que alguien se


había puesto a su lado, hasta que éste le habló. Y estaba muy cerca
para su gusto, así que se corrió un poco más a la izquierda,

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alejándose. No le gustaba que invadieran, sin ser invitados, su
espacio personal.

―Lo siento ya pedí y pagué mi bebida ―respondió sin voltear


a verle. Esperando que tomara la indirecta, muy directa, de que le
dejara en paz. Pero al parecer éste era uno de esos cabezas de
chorlito que tanto odiaba, porque siguió insistiendo acercándose de
nuevo.

―Entonces te invito a la siguiente, bebé.

―No gracias y no me digas bebé. ―Alan trató de alejarse otra


vez. Por fin se había relajado algo y estaba pasándosela
medianamente bien, para que un idiota como ése le arruinara la
noche y su casi buen humor.

―Está bien, ¿entonces, prefieres que te diga cariño o tal vez


hermoso?

―Ninguno de los dos y será mejor que me quites tus


asquerosas manos, antes de que te las rompa.

―Vamos lindura, ese culito tuyo está hecho para mi polla. Te


prometo que pasaras tan buen momento que incluso no podrás
caminar derecho por una semana entera.

El imbécil ignoró su advertencia y pasó de acariciarle el brazo


a tomarle de las caderas para empezar a restregársele. Eso fue lo
más que podía soportar, su mal temperamento se elevó como un
volcán en erupción.

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En sus ojos se podía ver la promesa de muerte. Apretó tanto
su mandíbula que sentía sus dientes crujir. Estaba en el proceso de
voltear, para primero quebrarle la mandíbula y luego los brazos
como había prometido, cuando el asqueroso cuerpo detrás de él
fue retirado abruptamente.

Miro más allá del arrogante sujeto para encontrarse a ni más


ni menos que a la montaña, que según Alan, debía estar
custodiando la puerta. Estaba tan aturdido que casi se pierde
cuando el imbécil acosador, y confirmado, sin cerebro empujó al
gorila. O al menos eso trató porque éste no se movió ni un
milímetro.

Sólo frunció su rostro e hizo una mueca que ocasionó que se


viera aún más amenazador que antes, si eso era posible. Y sin más,
tomó al estúpido por uno de los brazos arrastrándolo a la salida sin
el menor esfuerzo, a pesar de que él otro se remolineaba tratando
de zafarse sin éxito alguno. Alan quitó la vista de esa escena cuando
la voz del cantinero rubio sonó muy cerca de él, atrayendo su
atención.

―Aquí tienes tu trago y no te preocupes, Goliat no dejará que


vuelva a entrar.

―¿Goliat? Como el gigante ¡¡¿enserio?!! ―No pudo evitar


preguntar, para él era mucha coincidencia que se llamara así. Claro,
su pregunta solo hizo reír histéricamente al rubio y que su morena
pareja le disparara dagas con la mirada. Pero ignoró a éste último.

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―Sí, pero no es su verdadero nombre claro está. Sólo le
decimos así por su gran estatura ―contestó una vez que pudo
controlar su risa, y se limpiaba las lágrimas producto de la misma.

―Entonces, ¿cómo se llama?

Apenas había terminado la pregunta, cuando quiso golpearse


contra la barra. A él que rayos le importaba como se llamaba el
armatoste ese. Sólo era otro imbécil más en el mundo, con aire de
superioridad que creían debían defender su honra por verlo más
pequeño.

Sí, por eso debería de estar furioso con el gorila y no


preguntando su nombre. Aun así, era demasiado tarde para
retractarse de la pregunta sin quedar como un idiota. Por lo que
guardó silencio en espera de la respuesta, que se repitió, no le
interesaba en lo más mínimo.

―¿Por qué no le preguntas tú mismo? ―respondió muy


sonriente el rubio, mientras le hacía una señal con la cabeza para
que se volteara.

Claro que Alan no tenía que girarse para saber quién estaba
tras él. Las ganas de golpear su cabeza contra la barra se renovaron
pero ni muerto admitiría que estaba avergonzado. Así que,
respirando hondo y luchando porque sus mejillas no se pusieran
rojas, se volteó.

Tuvo que enderezarse y levantar mucho la cabeza, para


encontrarse con aquella refunfuñante cara. A pesar de su enojo, las

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lecciones de su madre sobre modales y etiqueta vinieron a él. Por lo
que, sin poder evitarlo tuvo que seguirlas o sentía que su madre era
capaz de aparecer y jalarle las orejas como cuando era un niño.

―Gracias por tu ayuda ―«Aunque no la necesitaba.» Se


obligó a sonreír mientras lo decía.

El otro, indiferente, sólo se encogió mínimamente de


hombros e ignorándole se dirigió a la barra. Alan esta vez sí que se
puso rojo, pero del coraje. ¿Quién se creía ese sujeto? Apretó tanto
los puños que estaba seguro se había encajado las uñas.

Lástima que, por segunda vez en la noche, aparecieron sus


amigos para evitar que se hiciera un abrigo de piel de oso. Ambos le
arrastrándole hacia la pista, no sin antes que Alan pudiera escuchar
como el rubio le decía al guardia.

―Veo que Andy ya llegó a su turno, puedes irte a casa.

Después de unos veinte minutos más, Alan salió del club. Su


buen humor oficialmente se había esfumado desde su encuentro
con el acosador y luego con el estúpido hombre oso, y era
imposible hacerlo regresar por más que bailara. Así que pensó en
salir a tomar aire fresco.

No sabía si regresar a la casa de Gabo, con su noche ya


arruinada, o decirles a sus amigos que salieran para buscar otro

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sitio. Decidió espera un poco mientras el aire nocturno le hacía
efecto. Caminó un poco, alejándose del ruido que aún se escuchaba
proveniente del club pero no demasiado, no quería perderse pues
no conocía esa zona de la ciudad.

Sólo se alejadó una cuadra y media, cuando oyó un extraño


ruido más adelante. Acercándose, se dio cuenta que había una
especie de callejón. Estaba algo oscuro, pero eso no le daba miedo
en absoluto. Se escuchaba como si alguien estuviera siendo
lastimado o robado y no podía quedarse con los brazos cruzados.
Además, si haciendo de buen samaritano podía patear algunos
traseros, sería un extra que definitivamente le alegraría.

Lentamente, permaneciendo pegado en la mohosa y


cuarteada pared. Se acercó de manera muy sigilosa. Sólo la
parpadeante, y casi agonizante, luz de una ventana proporcionaba
algo de visibilidad. Lo que le permitió distinguir una gran figura
encorvada, al parecer agachada y saqueando los bolsillos de su
víctima. Estaba por dar su primer golpe, cuando más luz llegó de
otra ventana cercana, iluminando al agresor. Alan reconoció
inmediatamente al gorila del club.

«No habrá traído aquí al imbécil para golpearlo y darle una


lección ¿verdad?»

Justo acababa de pensar eso, cuando el gorila se movió y


pudo apreciar claramente sobre qué se cernía. Una gata con sus
gatitos se apilaba tratando de conseguir comida y agua de dos
grandes tazones. Un poco más allá, uno de los gatitos lamía una de

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las latas de comida mientras el gorila recogía las demás. Así como la
basura de alrededor en una bolsa con el logo de la tienda cercana
que había visto antes en la esquina. Limpiando de ese modo la
entrada de lo que debería ser, sin duda alguna, el precario hogar de
los felinos.

Alan se quedó inmóvil en su lugar, intrigado por la escena que


se desarrollaba frente a él. Miró detenidamente el rostro del
gigante, para notar que seguía viéndose tan malditamente
intimidante como antes. Se preguntó cómo es que un animal
confiaba en alguien tan peligroso como Goliat. Pero entonces se dio
cuenta de algo que no había visto realmente antes.

A pesar de que el rostro del gran hombre mostraba una


mueca de “voy a desollarte vivo” sus ojos brillaban con… ternura…
No, debía ser su imaginación. Sacudió la cabeza para tratar de
aclararse, luego volvió a mirar. Pero lo que vio al principio seguía
allí mientras jugaba con los pequeños gatitos, manejándolos con
una suavidad sorprendente para esas grandes y rudas manos.

Entonces, Alan se sintió sumamente apenado. Había hecho


precisamente lo que más odiaba que hicieran con él, había juzgado
al gran hombre por su aspecto sin detenerse a ver más allá el
verdadero yo del hombre. Quería acercarse a Goliat y pedir perdón
pero ¿cómo hacerlo sin parecer un acosador o metiche? Antes de
que se le ocurriera algo, la profunda y sedosa voz del otro le
distrajo.

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―Lo siento pequeños, aun no he podido encontrarles un buen
hogar. Saben que si pudiera me los llevaría, pero Marc es alérgico…
―Suspiró con gran pesar antes de continuar―. Lo que me
preocupa aún más es que según el reporte del clima hay muchas
posibilidades de que llueva en los próximos días, y con el frío que
está haciendo…

Alan vio un dolor tan profundo en esos ojos castaños que


incluso su pecho se estrujo. Sin poder evitarlo, se acercó un poco
más al hombre acuclillado en el callejón. No sabía por qué, pero
tenía la urgencia de consolar a Goliat. Desgraciadamente ese
desplazamiento no fue hecho con sigilo y la mamá gata le vio,
erizándose y siseándole en advertencia de que no se acercara más a
sus crías.

Claro, el gran hombre volteó también y ahora no sabía qué


decir. ¡Rayos! Nunca en su vida había pasado por una situación tan
embarazosa. Sólo tal vez cuando trató de decirle a su madre sobre
sus preferencias sexuales, para que ella después de media hora de
tartamudeos y rodeos le dijera con una sonrisa que ya lo sabía y
estaba bien con eso. Poniendo a trabajar a mil por hora a su
cerebro, se aclaró la garganta y dijo lo primero que le vino a la
mente.

―Lo siento, yo sólo escuché ruido y pensé que había alguien


herido… y… no era mi intención pero te escuché. Sabes, creo que
puedo ayudarte. Si quieres yo puedo hacerme cargo de los gatos.

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«¡¡¡¿¿¿Yo dije eso???!!! ¡Qué rayos, si yo odio a esas bolas de
pelos y ellas me odian a mí!»

Pero no pudo retractarse cuando vio como la mirada del otro


reflejaba una alegría tan pura, que casi le dejó ciego de lo
resplandeciente que era. Y apareció en el rostro de Goliat, lo que
Alan suponía era una sonrisa, que claro se veía más como una
mueca de “tu presencia me repugna”.

«Un momento, ¿no es la misma expresión que tenía cuando le


sonreí en la puerta? Entonces él me estaba regresando la sonrisa no
despreciando como creí. ¡Genial ahora me siento más tonto que
antes!»

―¡¿Lo dices en serio?!¿¡Tú los adoptarías?!

«¡Dios, esa voz debería ser ilegal! ¿Cómo alguien puede tener
una voz tan sexy?»

―Claro… Aunque bueno, no los estaría adoptando realmente


―se apresuró a tratar de salvar la situación―, veras estoy viviendo
actualmente con mi hermano y tenemos un espacio muy reducido.
Pero pasado mañana, que es sábado, iremos a visitar a mi madre.
Ella tiene mucho espacio y estoy seguro que le encantara tenerlos.
Le encantan los animales y vive en una pequeña ciudad a dos horas
de aquí.

―¡Eso sería genial! ―La sonrisa creció y por lo tanto se vio


aún más terrorífico, pero Alan no pudo evitar sonreírle de regreso.
Luego Goliat volvió su atención a los gatitos que se restregaban o

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jugaban trepandoen él―. Están contentos ¿verdad? Ya tienen casa
nueva y no van a sufrir otra vez hambre o frío… Lástima que estarán
demasiado lejos para poder visitarlos.

La ultima frese había sido dicha en voz tan baja, que si Alan no
estuviera tan concentrado escuchando y bañándose en ella, no le
hubiera oído, pero lo hizo. Debido a que Goliat se había vuelto a
agachar, no podía verle la cara ahora pero estaba cien por cien
seguro que sus ojos perdieron brillo, por la tristeza que pudo
percibir en su voz.

Y eso no le gustó para nada. Algo en el hombre había


accionado un interruptor dentro de él. Despertando su lado
protector. Aunque eso debería parecerle ridículo, ese hombre
podría aplastar con una sola mano a cualquiera que se le pusiera
enfrente. Pero para Alan ese sentimiento se sentía como algo
correcto y natural.

―Creo que ellos te quieren mucho y te extrañaran… ¿Qué te


parece, si un día que tengas libre te llevo a verlos? Aunque si es
entre semana tendría que ser después de las cinco, y claro no
podríamos estar mucho. Pero poco es mejor que nada ¿cierto?

―¡¿Harías eso?! ―Se volteó a verlo con sus ojos nuevamente


brillantes, antes de que estos se empeñaran con la duda―. ¿Pero
no le molestaría eso a tu madre? No creo que le guste que un
extraño llegue de repente, ni que hiciera conducir a su hijo ya
cansado por haber trabajado antes ocho horas.

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―Nah, créeme. Ella estará feliz… Incluso a mi hermano y a mí
nos reclama por sólo visitarla los fines de semana. Así que lo más
seguro es que te dé las gracias por darle la oportunidad de verme
entre semana.

―En verdad te lo agradezco… porque sí, me he encariñado


mucho y me duele separarme, pero es lo mejor que puedo
hacerpor ellos.

―No me lo agradezcas. ―Alan caminó más hacia Goliat,


terminando de acercarse y se puso también en cuclillas. Notando
inmediatamente el rico calor que desprendía el otro, apenas se
estaba dando cuenta de que la temperatura había bajado más y
que le estaba dando frío. ―Cualquiera lo haría en mi lugar.

«¡¡¡¡¡¡Mentiroso!!!!!!»

―Mira te daré mi número, así podrás llamarme cuando


tengas tu día libre y quieras ir a verlos.―Alan tomó la servilleta que
había agarrado cuando tomó su bebida y garabateó en el reverso su
número personal. Mentalmente dio gracias de siempre llevar un
bolígrafo, y es que sus hermanos lo forzaron a hacerlo. Quién
creería la cantidad de utilidades defensivas que tenía este pequeño
artefacto. Terminando de escribirlo se la entregó―. Aquí tienes, no
dudes o te dé pena ponerte en contacto conmigo. Estaré esperando
tu llamada.

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«¡Rayos! No debí haber dicho eso último, ahora parezco
desesperado… Bueno, sólo un poco pero nadie tiene porque
saberlo.»

―¡Gracias! Lo haré.

Mientras se realizada el intercambio sus ojos se encontraron y


cada uno quedó prendado en la mirada del otro.
Inconscientemente Alan se acercó más, buscando la calidez que
Goliat desprendía. Ninguno era conscientede que la distancia entre
ellos se reducía alarmantemente.

Desgraciadamente, cuando sus alientos estaban por


mezclarse, la mamá gata decidió encajarle las uñas a Alan tratando
de trepar por su pierna. Y, aunque aquello bien podría parecer un
simple accidente, Alan sabía que el maldito animal lo hizo
apropósito.

Por lo que sin poder evitarlo, gritó y trató de levantarse, pero


la rapidez del movimiento lo desequilibró, llevándole directo al
suelo sobre su trasero. Por suerte Goliat impidió que eso ocurriera,
tomándole por un brazo y depositándolo directo en su regazo. Se
quedaron así un rato.

Alan aprovechó el momento para respirar la esencia del otro.


Como lo imaginaba, olía genial, a hombre y madera. Tembló de
deseo. Lástima que esa oscilación trajo a la realidad al otro, que le
separó de su pecho para darse cuenta de que Alan no traía abrigo.

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―No deberías estar fuera con este frío, podrías enfermas.
¡Ten!

―¿Qué? Claro que no, no puedo aceptar tu chamarra


entonces tú serás quien enferme.

―No te preocupes, soy muy resistente al frío ―dijo Goliat no


aceptando más negativas. Él mismo le puso la prenda sobre los
hombros.

Alan casi se ríe al ver que la chamarra le quedaba enorme. Si


fueran otras las circunstancias, estaría enojado y despotricando por
su complejo de estatura y complexión. Pero extrañamente se sentía
de maravilla en ese momento.

―Por cierto, me llamo Alan y mis amigos me llaman… Alan


―Sin poder evitarlo, y muy raro en él, rió sinceramente.

―¡Oh lo siento! Soy Damián, pero me llaman Goliat.


―Aunque había humor en sus ojos, éste pareció vacilar cuando dijo
su apodo. Alan hizo rápidamente su siguiente movimiento, el cual
esperaba lo acercara más al hombre frente a él.

―¿Te puedo llamar Damián? No es que Goliat no sea bonito


pero a mí me gusta más Damián.

―¡Claro! No hay problema.―Los brillantes ojos le dijeron a


Alan que había acertado.

Después de eso comenzaron a ver como transportarían a los


gatos. Damián sacó una caja, que al parecer tenía previamente

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preparada para cuando tuviera la oportunidad de poder mover a
los pequeños. Luego llamaron a un Taxi. Alan tuvo que discutir sus
buenos cinco minutos para que Damián no fuera por sus amigos.

Le aseguró que estaría bien y no gastaría mucho dinero, así


que también rechazo el efectivo que el otro le daba. Finalmente se
marchó, muy a su pesar, con la promesa de encontrarse pronto y
de que cuando se vieran le regresaría la chamarra.

Por obvias razones, no fue directo a su departamento sino a la


casa de Gabo. Suerte que éste le daba una copia de la llave cuando
salían, porque él nunca encontraba a alguien con quien irse a algún
hotel como ellos. Lo que siempre le había molestado porque era
una buena fuente de burlas por parte de sus amigos. Pero ahora no
podía estar más que agradecido y feliz. Sólo esperaba que a su
amigo no le importara que los animalejos peludos se quedaran por
esa noche en su cuarto de baño.

Ya era miércoles y Alan estaba cada vez más ansioso por no


recibir la llamada de Damián. Ese hombre se había metido muy
duro bajo su piel. Ni él mismo lo entendía, pero algo dentro de él le
decía que era el indicado. El que por tanto tiempo había estado
esperando. Ahora sólo esperaba no llevarse la mayor desilusión de
su vida, si al conocerle mejor descubriera que era como los otros.

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Suspiro con frustración sentado en su escritorio. La espera le
estaba poniendo irritable. No ayudaba el constante interrogatorio
de sus hermanos para saber la verdad tras el repentino interés de
regalarle gatos a su madre, cuando todos sabían que existía una
legendaria aversión mutua entre los felinos y él.

Motivo por el cual, nunca pudieron tener un gato como


mascota como habían querido. Para que de buenas a primera
llegara él con cinco felinos de golpe. Su mamá, también le había
preguntado pero no había insistido como sus hermanos. Creía, que
como siempre, ella sabía la verdad.

«¿Por qué diablos no le pedí yo su número?»

Su orgullo no le permitía ir de nuevo al club. Enojado consigo


mismo, trató de volver a concentrarse en su trabajo. Y justo en ese
momento, su celular vibró. Lo tomó apresuradamente para ver el
identificador de llamadas. Su corazón comenzó a latir
desbocadamente mientras sus manos sudaban por los nervios al
ver en la pantalla ‘número desconocido’. Contó hasta cinco antes
de contestar. No quería verse muy desesperado pero tampoco
quería que el otro cortara la llamada por no haber contestado
rápido.

―Bueno, ¿quién habla? ―Después de su pregunta, hubo una


larga pausa en la que pensó colgar, creyendo que era número
equivocado. Hasta que oyó esa gruesa e inconfundible voz que le
erizaba la piel.

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―¡Hola Alan! Soy Damián. ¿Me recuerdas?

―¡Claro que sí, Damián! Me alegra que hayas llamado


¿Quieres ir hoy a verlos?

―¡Oh, no! Hoy también trabajo. Pero creí correcto avisarte


con anticipación. Este próximo sábado lo tendré libre, uno de mis
compañeros necesitaba una noche entre semana y cambio de lugar
conmigo… Me pareció bien ya que dijiste que era cuando ibas
generalmente a visitarla. Así no tendrás que alterar tu rutina... o…
pero puede ser una molestia para ti, ¿verdad? Después de todo es
un día familiar. Lo siento, no había pensado en eso. Creo que será
mejor otro día. Bueno adi…

―Espera Damián no cuelgues ―Se apresuró a interrumpir


cuando supo que el otro se estaba ya despidiendo―. No será
ningún problema, te lo aseguro. A mi madre le gustan las visitas. Tal
vez porque se siente muy sola ya que todos vivimos fuera de casa.
Sólo espero que no te incomoden el escándalo que siempre suelen
armar mis hermanos.

―Trabajo en un club, ¿recuerdas? No creo que ellos puedan


superar ese ruido.

―Cierto. ―Alan rió mientras maldecía interiormente cuan


supo que no podía alargar mucho la llamada, sin que el otro no
sospechara sus descaradas intenciones. Así que con pesar, comenzó
con el tema que finalizaría la conversación. ―Si te parece bien, te
mandaré un mensaje con mi dirección. Espero que no te parezca

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demasiado pronto que llegues a mi casa a las 8 en punto de la
mañana.

―No, para nada… Entonces, nos vemos el sábado temprano…


Adiós.

―Ok, adiós.

Colgó sintiéndose triste, pero a la vez más ligero. Así que con
su humor mejorado y la mente más despejada, finalmente pudo
ponerse a trabajar enserio. Esperando que el sábado llegara pronto.

Alan sabía que le debía a su mamá el mejor regalo de


cumpleaños que pudiera comprar. Sin su ayuda no hubiera logrado
que Francisco se le adelantara, para ir con ella un día antes con la
excusa de que la lavadora estaba fallando. Claro que para que todo
fuera creíble, y su hermano no sospechara nada que le hiciera
regresar de inmediato por él, ella previamente la había
descompuesto a propósito. Gracias a ello, Alan había tenido la
oportunidad de pasar las dos horas de viaje charlando
agradablemente con Damián.

Si hubiera tenido que viajar con su hermano, éste se la


hubiera pasado interrogándolo sin cesar, arruinándole cualquier
futura relación con el gran hombre. Aunque una vez que sus
hermanos le vieron llegar con él, bien parecía que el Armagedón se
había desatado. Pero de nuevo, su madre le ayudó a controlar la

31
situación. Y si bien Damián no se había salvado de ser interrogado,
fue el interrogatorio más suave y mesurado que sus hermanos
hubieran hecho nunca. Disfrazado, por supuesto, como inocentes
preguntas para amenizar la comida.

Ese proceder tan impropio de sus hermanos, se debió a que


antes de que pudieran siquiera acercarse a Damián, después de las
presentaciones correspondientes, Alan había arrastrado a sus
hermanos lejos de él y les hizo un berrinche monumental, donde
les amenazó de no volver a dirigirles nunca la palabra e incluso huir
a otro país donde no sabrían jamás de él, si por su culpa su nuevo
amigo se alejaba de él.

Bueno, realmente eso no fue verdaderamente el motivo de


tan buen comportamiento de sus hermanos. Siendo sincero, nunca
habían funcionado sus amenazas ya que ellos alegaban que lo
hacían por su bien. Pero en esos momentos de distracción, Damián
se había ofrecido a ayudar a su mamá en la cocina, a lo cual ella
aceptó para no verse grosera. Pero si había algo que ella no
toleraba, es que se metieran en su camino cuando estaba
cocinando. Sorpresivamente, Damián resulto ser muy hábil en la
cocina y se movía en ésta con una gracia sorprendente para su
tamaño.

Poco después Alan se entero que Damián estaba estudiando


para convertirse en chef, y por eso trabajaba solo a medio tiempo
en el club. Claro que con esa demostración de talento innato, ganó
por completo a su mamá. Quien con la excusa de que la ayudaran a

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arreglar el patio para la comida, mientras Damián era el encargado
de vigilar que terminaran de estar listos los platillos, se llevó a sus
tres hijos mayores antes de que hicieran cualquier tontería. Y la
amenaza de ella sí que surtió efecto, porque nunca había visto que
se portaran tan bien con los “desconocidos” que se acercaban a él.

Así que en resumen la visita había sido un éxito, pudo conocer


más a Damián. Y lo que vio, hizo que cayera más duro por el
hombre. Incluso su mamá, mientras le daba el acostumbrado beso
de despedida en la mejilla, le dijo que esperaba que le trajera
seguido porque era un hombre que valía la pena. Claro que se
había puesto rojo, pero ya debía estar acostumbrado a que su
madre viera atreves de él.

Lo único que había empañado su visita fue el “pequeño”


incidente con la malévola gata, tras el cual tuvo que admitirle a
Damián que los gatos y él eran enemigos mortales. Fue un
momento vergonzoso e incómodo. No esperaba que Damián le
dijera que le admiraba, porque aun con su aversión a los gatos,
ayudó a toda una familia de ellos. Claro que él no se sentía muy
honesto en sus intenciones, pero no tuvo las fuerzas para
exteriorizarlo. Decidió que lo haría en otra ocasión, por esa vez
quería disfrutar del momento.

Y desde ese día ya habían pasado tres meses, en los que ellos
dos habían forjado una amistad. Aunque Alan estaba planeando
que fuera algo más. No sabía si Damián lo veía de esa manera pero
deseaba con todo su corazón que así fuera. Damián era un hombre

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muy tímido que no tomaría la iniciativa a pesar de que le diera
insinuaciones muy claras, y vaya que sabía de eso. Durante esos
tres meses lo había intentado y nada. Por eso, esa noche decidió
que debía pasar a un ataque directo. Sólo esperaba no arruinarlo
todo.

Con ayuda de sus amigos volvió a escapar de la vigilancia de


su hermano. Rafa tenía un conocido que por un favor contrató
específicamente a Francisco por cuarenta y ocho horas continuas. Y
Gabo le cubriría en el trabajo por lo que podía faltar mañana. Así
que si todo salía bien, esperaba poder pasar tanto la noche con
Damián como el resto del día siguiente. Si no, tenía toda una noche
y un día para lamer sus heridas y poder revolcarse en su miseria sin
el acoso de su hermano.

Claro que para conseguir la ayuda de esos dos, se vio obligado


a contarles TODO a Rafa y Gabo. Así como tener que aguantar sus
burlas durante toda una semana entera. Varias veces estuvo a
punto de ahorcarlos, lástima que muertos no le servían, por lo que
se tuvo que abstener de hacerlo. Y ahora, después de la primera
vez que conoció a Damián, estaba de vuelta en el club.

Claro que no había acudido tan temprano como la vez


anterior, después de todo no había ido a bailar. Sabía por
conversaciones anteriores cuál era su hora de salida, así que llegó
justo para encontrar, al que esperaba pronto fuera su hombre,
antes de que acabara su turno. Alan le había dicho que si podían ir

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a algún lugar a platicar en cuanto acabara, Damián acepto sin
chistar y le dijo que le esperara dentro.

Sólo tenía que cubrir unos minutos más y fuera hacía mucho
frío por lo que podría enfermarse. Con los nervios a flor de piel se
acercó a la barra, no quería emborracharse sólo un trago que le
ayudara a relajarse un poco. Al llegar vio que el barman más
cercano era el rubio, que ahora sabía se llamaba Ángel y que el
moreno se llamaba Marcos, pero todo el mundo le decía Marc.

Sonrió al recordar cómo se había puesto celoso, cuando


Damián había dicho que Marc no le dejaba tener mascotas por su
alergia al pelo de éstas. Alan había visto realmente rojo al pensar
que Damián ya tenía a alguien. Como no queriendo, le dijo que
dejara al imbécil porque si éste no hacía un pequeño sacrificio por
su felicidad, entonces no le merecía.

Damián primero rio y luego le dijo que él no tenía a nadie en


plan romántico. Le contó que había sido prácticamente adoptado
por los dueños del club, cuando perdido y sin nadie llegó por
primera vez a la ciudad y tropezó con los dos por casualidad. Los
cuales, aparte de ser pareja, eran los que atendían la barra.

Sacudió la cabeza ante ese recuerdo, debía poner toda su


atención o todo se iría por la borda. Sus hermanos siempre le
dijeron que si quería ganar una batalla, debía poner todos sus
sentidos en ella. Y vaya que esta era la batalla de su vida, donde
además se estaba jugando el corazón. Le pidió a Ángel su bebida.
Alan notó la extraña mirada que le dio pero la ignoró, así como

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ignoró a los estúpidos que trataron de acercarse para llamar su
atención.

Pronto sintió que su bebida fue colocada cerca de su mano,


trató de tomarla pero el camarero aún la agarraba y no la soltaba.
Molesto se volteó para encontrarse que era Marc el que estaba allí
y no Ángel. Alan se enfrentó a la mirada acusadora y al rostro
amenazador del hombre moreno.

Se preparó para lo que estaba seguro venía. Porque si había


algo que conocía era esa mirada, sólo que nunca había estado en el
lado receptor. Pero sin duda, era la misma que sus hermanos
utilizaban antes de hacer que los que se le acercaban lo suficiente
huyeran despavoridos hacia la montaña más cercana, y nunca le
volvieron ni siquiera a dirigir una mirada.

―Escucha con atención modelito de cuarta ―Su voz era sin


duda siniestra y escalofriante, como debería de ser para amenazar.
Pero después de años de oír ese tono en tres diferentes timbres de
voz, ya era inmune a ella. Así como a insulsos insultos como ese.
Había recibido peores cuando los idiotas se habían querido meter
con él―. Si crees que puedes hacer de chico inocente con Goliat,
para jugar con él y desecharlo cuando te canses, moviéndote a tu
siguiente conquista y rompiendo su corazón en el proceso sin
consecuencia alguna, estás muy equivocado. Lastímale y no habrá
lugar en que puedas esconderte de mi furia ¿Entendido?

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Alan tranquilamente le arrebató el vaso con su bebida y
después de un deliberado trago muy largo, respondió con la sonrisa
más cínica que tenía.

―Aquí el único que le está lastimando eres tú. ¿Sabías que le


duele profundamente que le digan Goliat? Su nombre es Damián.
Así que si quieres amenazar a alguien, amenaza al tipo que ves en
el espejo cada maldita vez que te asomas en él.

Marc le miró con el rostro desencajado y la boca abierta. Alan


sólo le miró altivamente y se alejó de la barra. Era mejor esperar al
lado de Damián en la puerta que estar en ese lugar que le estaba
sofocando poco a poco.

¡Rayos! Alan nunca había estado tan nervioso. Ahora se


preguntaba si realmente debía arriesgar su amistad con Damián por
ir a buscar algo más con él. Y es que por primera vez en su vida, se
sentía a gusto con otro ser humano a su alrededor, aparte de su
madre y no es que no quisiera a sus hermanos pero estos lo
asfixiaban, por loque no quería perder eso tan importante con
Damián.

Incluso ahora, estaban caminando en un cómodo silencio


mientras se dirigían hacia el estacionamiento donde estaba la

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motocicleta de Damián. ¡Y qué moto! Era una Yamaha R1 SP3 negra
con detalles en dorado a la que Damián cuidaba mucho. Claro que
si él tuviera una igual, también lo haría.

Pero sus hermanos odiaban esos “aparatos del infierno”


alegando que eran peligrosos e inseguros, y le prohibieron subirse
alguna vez en una. Si supieran que llevaba más de cincuenta veces
subiéndose en esa moto, seguro que les daría un infarto. Pero no se
montaba en ella sólo por la adrenalina o la atracción de lo
prohibido, sino porque además tenía el extra de ser una excusa
para tener en sus brazos a Damián y poder restregarse
disimuladamente en ese grandioso trasero fingiendo inocencia.

―¿A dónde quieres ir? ―preguntó Damián una vez que


llegaron frente a su moto y se disponían a obtener los cascos.

―Sobre eso… antes de irnos quiero discutir algo contigo.

―¿Ocurre algo malo?

―No, es sólo que… hmmm yo… ―Por Dios, nunca se había


declarado antes, y pensar que despreció a los pobres tipos que se
habían atrevido a declarársele… Ahora quería encontrarlos y
ofrecerles una disculpa por haber sido tan patán. Esto requería una
gran valentía.

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―¿Alan? ―preguntó Damián preocupado por la actitud de su
amigo. Alan siempre era el seguro, y él el inseguro, por lo que
estaba asustado de lo que pudiera estar pasando. ¿Y si ya se había
cansado de estar con un desastroso y torpe gigantón como él?
¡Maldición! En serio, esperaba que no fuera eso. No creía soportar
no volver a verle. Estaba a punto de rogar, qué, no estaba seguro
pero lo que fuera para que Alan continuara a su lado. Cuando este
le hizo una seña para que se agachara, lo cual hizo sin dudar.

Alan decidió que era mejor actuar que tratar de explicarse.


Tomó a Damián por la solapa poniéndolo más a su nivel, casi
doblando al pobre por la mitad, y presionó sus labios con los del
otro. Trató de imprimir en su beso lo que sentía. Conforme pasaban
los segundos, y Damián no respondía, Alan sintió como su corazón
comenzaba a romperse lentamente.

Cerró con más fuerza los ojos, tratando de detener las


lágrimas que amenazaban con escapar, y continúo con el beso.
Pero sólo para llevarse consigo el recuerdo de esos labios. Era como
tomar el último trago de agua antes de entrar al desierto, donde
sabías que no volverías a disfrutarla, condenado a morir añorando
lo que nunca más podrías tener.

Cuando finalmente reunió las fuerzas suficientes para alejarse


y echar a correr, las grandes manos le sujetaron firme pero
suavemente de la cintura. Y los labios ajenos por fin respondieron a
la danza que él había marcado, con igual entusiasmo. Nuevas
lágrimas, esta vez de alivio y felicidad, acudieron a sus ojos pero

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también se negó a dejarlas caer. Más confiado, Alan llevo una mano
hacia el cabello de su -muy pronto- amante, jalándolo no tan
amablemente para poder profundizar el beso. Lástima que
necesitaba volver a respirar.

«¡Maldición! ¿Por qué el aire tiene que ser tan


indispensable?»

Finalmente, y con resistencia, se separó para tomar una


bocanada de aire. Entonces se dio cuenta de que en algún
momento del beso, había sido levantado del piso. Contrario a lo
que cualquiera que le conocía pensara al ver tal escena, y porque
no decirlo, lo que él hubiera hecho si fuera cualquier otro el osado
que se hubiera atrevido, no sintió ni un poco de enojo o malestar.

Sin más, aprovechó la nueva postura, le rodeo con las piernas


la cintura volviendo a besarle y comenzó a restregarse contra él. No
había necesidad alguna de palabras, los ojos de ambos hablaban
por ellos. Todo miedo y duda desapareció, dejando en su lugar un
fuego ardiente de necesidad y pasión que amenazaba con
consumirles.

En cuanto traspasaron el umbral de la puerta del cuarto de


Alan, éste no perdió tiempo en llevar a Damián hasta la cama. Le
empujó para que se recostara en ésta mientras se subía a
horcajadas sobre él. Comenzó a desabrocharle la chaqueta y la

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camisa, besándole ferozmente en el proceso. Sabía que estaba
siendo un poco agresivo, pero no podía evitarlo y, por el duro pene
que podía sentir rozando su trasero, a Damián no le molestaba en
absoluto.

O eso pensó, hasta que éste rompió el beso y tomó sus manos
para detenerle en su muy gustosa tarea de desnudarle. Alan estaba
a punto de preguntar lo que ocurría, cuando Damián habló
primero, o mejor dicho comenzó a balbucear en claro signo de
nerviosismo.

―Alan, yo… tú sabes… yo no… nunca… bueno una vez casi


pero… siempre piensan que por mi tamaño yo debo, pero yo no…

―Shhhh.

Alan le colocó un dedo en la boca de Damián, le entendía


perfectamente. Realmente cuando había pensado pasar la noche
con él, no había visualizado quién estaría en qué posición. Hace ya
mucho había decidido que su primera vez seria estando arriba. Pero
como pasaba con varios prejuicios que tenía antes de conocer a
Damián, el cual si bien no había roto todos sí la mayoría, eso ya no
era algo de vital importancia como antes. Es más, podía decir en
voz alta que por primera vez deseaba que un hombre estuviera
sobre él, someterse ante él, entregándose sin reservas o aprensión.
Pero Damián estaba otorgándole el control a él.

Ambos estaban nerviosos. Sin embargo el hombre en su


cama, a pesar de su aspecto atemorizante era todo lo contrario: un

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gran oso de peluche, siempre actuando y moviéndose con extremo
cuidado para no lastimar a alguien a su alrededor. Damián le había
contado sobre un accidente de su infancia que le marcó para
siempre. Y Alan se había percatado de que aún sufría por eso y que
su vida se regía por esa mala experiencia.

En ese momento decidió que haría todo porque Damián


lograra dejar el pasado atrás, a donde pertenecía, y pudiera
disfrutar plenamente el presente. Así que por ahora haría las cosas
de la manera que éste deseaba. Después de todo, era un momento
importante y memorable para los dos, y haría que valiera la pena.

―Tranquilo, te entiendo y estoy más que encantado de


hacerlo créeme. He soñado con el momento en que tendría ese
bonito trasero para mí… ¿Pero estás seguro de lo que me estás
pidiendo? Puedes cambiar de opinión si quieres. Porque te aseguro
que vamos a estar en ambas posiciones con el tiempo. ―Vio un
poco de miedo en los hermosos ojos caramelo y supo qué tenía que
decir―. Claro que el mando siempre lo tendré yo ¿estás de acuerdo
con eso?

―Sí, y no me retracto de lo que dije, es lo que quiero.

―Entonces eso tendrás… Ahora guarda silencio y déjame


continuar.

Damián gustoso hizo lo que el otro le pidió, y Alan siguió


desenvolviendo el gran regalo que estaba recibiendo. Claro que
necesito algo de ayuda y cooperación de Damián para terminar de

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quitar las molestas prendas. Pero cuando por fin le tuvo desnudo,
se tomó su tiempo para explorar cada pedazo del magnífico
hombre bajo él.

Se entretuvo especialmente torturando los sensibles pezones


escondidos entre el rizado y suave vello del pecho. Los lamió,
apretó, mordió y tiró de ellos con gran deleite por las respuestas
del cuerpo de su amante. Lentamente bajó por su torso, marcando
con su lengua cada elevación y depresión que encontraba,
disfrutando de los temblores que provocaba.

La respiración de Damián se volvió cada vez más errática.


Alan llevo una traviesa mano a tocar el, hasta ahora ignorado,
pene. Sólo un ligero toque superficial, como la caricia de una
pluma. Eso fue suficiente para llevar al borde a Damián. Éste entró
en erupción con una gran cantidad de espeso semen, manchando a
los dos en el proceso. Alan no podía estar más que encantado y
caliente por la visión de su pareja en éxtasis total.

No permitió que Damián tuviera tiempo para avergonzarse o


disculparse. Así que antes de que se recuperara totalmente de su
orgasmo, tomó –al igual que su dueño- la enorme polla entre sus
manos y comenzó a lamerla como si fuera un helado. Puso especial
énfasis en la cabeza, la hendidura y bajo la misma, haciendo
retorcerse al otro.

Como espero, Damián no hizo intento alguno de tomar su


pelo para guiar la mamada, en su lugar sostenía fuertemente las
cobijas entre sus puños. Bueno, resolvería eso más adelante. Ahora

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tenía todavía que explorar las pesadas y apretadas bolas y, claro, la
escondida entrada que pronto le pertenecería.

Mientras tomaba un testículo en su boca, aspirándolo y


rodándolo con la lengua, un travieso dedo hizo su camino hacia la
entrada. Una vez que la encontró comenzó a jugar con ella,
encantado como parecía que se abría y cerraba, ansiosa y a la vez
tímida por su toque. Después de un rato intentó insertar un poco su
dedo, pero sólo la punta. No estaba lubricado y no quería lastimarlo
sólo provocar más.

Parando un momento, se alejó del delicioso cuerpo y tomó el


lubricante junto a los condones, que previamente había dejado a
mano antes de haber salido de casa. Vertió un poco en sus dedos,
frotándolos para calentarlo, y regreso a su festín sin soltar el
lubricante.

Al ser la primera vez, debía utilizar mucho y estirarle muy bien


antes de continuar, al menos eso es lo que había leído y lo que
desearía que hicieran con él de estar en esa posición. Alan fue
paciente en el proceso de preparación, ¿quién lo diría? Todos los
que lo conocían, aunque fuera un poco, le decían que era el
hombre más desesperado del universo entero.

Pero a pesar de que realmente él y su polla quería la


liberación, estaba decidido a que la primera vez que se viniera esa
noche fuera dentro de ese apretado culo. Claro que ese deseo no
impedía que hiciera que Damián se corriera otra vez. Alan se
alegraba de que aun fueran jóvenes, incluso Damián era dos años

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menor que él aunque pareciera al revés, y tuvieran un buen
tiempo de recuperación y de resistencia.

Finalmente sintió que Damián estaba listo para recibirle, se


deslizó hacia arriba para tomar una vez más su boca y estirando la
mano tomo el condón. Ninguno había estado con nadie antes, eso
no significaba que no debían cuidarse. En un futuro podrían
prescindir de ellos, pero no esa noche. Estaba decidido a cuidar de
su amante en todos los sentidos.

Se colocó el condón despacio y apretó durante un momento


la base de su polla, se sentía estallar y necesitaba recobrar un poco
el control. Tras otro beso, le dio la orden a Damián de que se
pusiera sobre sus manos y rodillas. Aunque prefería verle la cara,
esa era la posición que creyó que era mejor para su primera vez.
Lentamente se introdujo, tanto para que su hombre se
acostumbrara como para no venirse antes de tiempo.

Una vez totalmente dentro se detuvo por completo,


respirando profundo. Trató de pensar en otra cosa, no en la
caliente cavidad que le presionaba deliciosa y casi dolorosamente.
Nunca había sentido nada igual. Buscando apoyo y algo a lo que
aferrarse, recargó la frente en la mojada espalda del otro, mientras
le abrazaba por la cintura.

El sudor escurría copiosamente de sus sienes por el esfuerzo y


todas las abrumadoras sensaciones. No solo físicas, también
emocionales. Porque no estaba teniendo sólo sexo, estaba
haciendo el amor con Damián. Sintió como algo se rompía y a la vez

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crecía en su interior. Al principio se encontró confundido, pero
después lo entendió. Siempre se había auto protegido de todo el
mundo, sus hermanos incluidos. Puede que nunca le hubiesen
tratado mal, pero aun así sus acciones le habían lastimado.
Haciéndole sentirse siempre inferior y que nunca sería suficiente
para nadie.

Por eso siempre alejaba a la gente, antes de que se acercaran


lo bastante para herirle. Convirtiéndose en un amargado desde
muy temprana edad. Incluso llegó a creer que crecería y moriría
solo. Como si una maldición hubiera sido puesta en él. Pero
Damián, de alguna manera, había logrado la hazaña que nadie
hasta el momento había podido realizar.

Rompió el maleficio, traspasando con increíble facilidad todas


sus defensas. Sacando al verdadero Alan dentro de él, que se
encontraba escondido. Claro, incluso en el fondo él era un
verdadero hijo de puta si le provocaban, pero era más que esa
apariencia bonita y mal genio. Esos sólo eran partes que componían
un todo, como cualquier ser humano estaba formado por un sinfín
de elementos, que le hacían complejo y único.

Pero nunca realmente había podido ser él mismo, hasta hoy,


hasta ese preciso momento. En cuanto se unió a Damián las últimas
barreras que había edificado para protegerse se rompieron y ahora
era el propio Damián quien rodeaba su corazón. Ya no estaba solo,
ni siquiera era simplemente un ser en compañía de otro ser. Era
como si de repente se hubieran fusionado en cuerpo y alma. Sólo

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rezaba porque Damián también estuviera sintiendo lo mismo.
Porque si no, no sabía si sería capaz de continuar sin él, o poder
volver a ser como era antes.

Su mente regresó al presente cuando sintió como Damián


comenzaba a mover sus caderas, provocando que las sensaciones
que venían de su pene recorrieran todo su cuerpo. Expulsando de sí
cualquier cosa que no fuera la deliciosa y torturante fricción de
ambos cuerpos. Entonces, la antigua danza de los amantes
realmente comenzó. Al principio suave y despacio, tratando de
alargar el momento, pero rápidamente sus cuerpos pidieron más y
pronto se movían salvajemente sobre la cama. Hasta que ambos
alcanzaron el cielo, entre brillantes luces de colores tras sus
parpados.

Exhaustos cayeron sobre la cama, bueno Alan sobre Damián,


pero a ninguno de los dos les importó en lo más mínimo. En cuanto
el cerebro de Alan comenzó a funcionar de nuevo, se dio cuenta de
otra cosa. Finalmente había logrado ser lo que siempre quiso de
niño. Sí, se sentía como uno de esos príncipes de cuentos de
hadas. Sólo que no era el que él se había imaginado en un
principio.

Se sentía como en el cuento de la bella y la bestia, o en este


caso debería titularse el bello y el bestia. En la historia original al
príncipe le habían trasformado en una bestia, cuando se negó a
ayudar a una hada disfrazada, y el hechizo sólo se rompería si
lograba que una doncella se enamorara de él a pesar de su horrible

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apariencia. En resumen, el cuento donde la que termina rescatando
al príncipe es la princesa y no al revés.

Como en esta situación. Antes de Damián, él era un bestia con


todo el mundo. No fue hasta que Damián, con su hermosa forma de
ser, su comprensión y su paciencia infinita para aguantar sus ratos
de mal genio, le liberó. Y realmente él esperaba que su historia
tuviera el “y vivieron felices para siempre”. Porque estaba
determinado a que esa noche no marcara el final de su cuento, sino
el principio de su historia.

Habría batallas que librar. Cinco terribles ogros a los cuales


vencer, sus tres hermanos y, si lo que paso esa noche en el club era
un indicio, los dos padres adoptivos de su pareja. Un hada, o en
este caso una mamá, madrina que les ayudara en los momentos de
dificultad. Y aunque no quisiera, sabía que en su futuro también
debía incluir a un terrible dragón. Y esperaba que sólo fuera uno,
porque no creía poder con más de un gato, con el que debería
pelear a muerte.Y claro, encontrar un castillo –departamento- en el
cual podrían tener un lugar solo para ellos.

Sí, sin duda alguna tenía un largo y peligroso camino por


delante, pero la recompensa bien valía el esfuerzo. Así que mejor
descansaba esta noche, y recuperaba fuerzas para las futuras
batallas. Antes de dormir, bañó con besos la espalda de su hombre
obteniendo deliciosos gemidos. ¡Qué rayos!Tenía muchas noches
para descansar. Hoy se dedicaría a amar, tanto como su cuerpo se

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lo permitiera, a Damián. Y tal vez incluso podría tener ese apetitoso
y gran pene en su trasero como lo había deseado antes.

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CRÉDITOS
Historia escrita por:

Lady Dragón
Portada y Diseño por:

Lady Dragón
Corregida por:

Ice Angel

Puedes encontrar más historias en:


http://relatosgrabadosconfuego.blogspot.mx/
O contactar a la autora por el correo
electrónico:

relatosgrabadosconfuego@gmail.com

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