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EL ANTICRISTO

La noche se presentaba lúgubre, envuelta en una atmósfera opresiva que se cernía sobre
Ricardo mientras se preparaba para descansar. A pesar de haber pasado un día
aparentemente tranquilo, paradójicamente, la idea de un buen descanso se vislumbraba
reconfortante. A medida que las nueve de la noche se aproximaban, Ricardo percibía una
extraña energía cósmica emanando de la cama, deleitando su ser interior por completo.
Como si la propia cama le recordara que el acto de recostarse era una experiencia en sí
misma, no solo una pausa en la que los sueños toman el control de la mente y cualquier
cosa podría suceder. ¡Así lo pensaba él! Convencido de que, durante la noche, el alma se
aventuraba a vagar por el mundo.
En el limbo entre el sueño y la vigilia, un suceso insólito perturbó la aparente tranquilidad
de la noche. La luz se desvaneció súbitamente, sumando la habitación de Ricardo en una
oscuridad total. La interrupción eléctrica no solo afectó la iluminación, sino también el
viejo radio Pioneer reposado en su mesita de noche, el cual, para su asombro, cobró vida
propia en ese momento. Alrededor de las 3 de la madrugada, comenzó a emitir sonidos
extraños y distorsionados, llenando la estancia con una cacofonía inquietante. Estos sonidos
se colaron en los sueños de Ricardo, trastocando las imágenes proyectadas y convirtiendo
su descanso en una pesadilla perturbadora.

Las figuras tenebrosas empezaron a materializarse en la mente de Ricardo, bailando en una


coreografía macabra. Se contorsionaban y retorcían, adoptando formas grotescas y
amenazadoras. La oscuridad se volvió más opresiva a medida que la pesadilla se
intensificaba. Ricardo se debatía en su cama, atrapado en un laberinto de sueños oscuros del
cual parecía imposible escapar. Cada vez que intentaba despertar, una fuerza invisible lo
empujaba de vuelta al abismo de su pesadilla. Las sombras se burlaban de él, susurros
siniestros lo rodeaban y las figuras grotescas parecían acercarse cada vez más. La radio,
como si estuviera poseído, continuaba emitiendo esos sonidos perturbadores, intensificando
la sensación de angustia y desesperación.

Lleno de terror, Ricardo trataba de discernir si lo que estaba sucediendo era real o
simplemente parte de una alucinación. De repente, una voz familiar resonó en la habitación,
diciendo: "Nuestro insólito universo, cinco minutos recorriendo nuestro mundo
sorprendente". El murmullo de la voz se desvanecía y emergía de nuevo, como una marea
misteriosa que inundaba hasta el último resquicio de su morada. De súbito, una bruma
etérea, nacida de la nebulosa de su mente, adquirió forma, manifestándose como la silueta
fantasmal de un ser enigmático, un umbral a través del cual se trascendían los límites de la
realidad. Este ser, sentado ante un antiguo escritorio, veía cómo las hojas danzaban en su
entorno, impregnadas de un aire ancestral, mientras una lámpara verde, propia de
bibliotecas olvidadas o de mesas de eruditos, emanaba su débil y enigmática luz.
En la oscuridad que envolvía la habitación, un eco melódico emergió de los labios
del misterioso individuo. Sus palabras acariciaron el aire con un magnetismo sobrenatural,
desatando una red de enigmas entrelazados en los hilos de la realidad. Ricardo, absorto en
la penumbra, quedó atrapado entre la trama hipnótica, su mente flotando en la neblina de
incertidumbre que oscurecía la noche fatídica. Las sombras de la duda se alzaron como un
vendaval, mientras su espíritu se entregaba al embrujo inquietante de aquel enigmático
narrador. El eco siniestro de aquella voz continuó tejiendo relatos cada vez más seductores
y perturbadores. Ricardo quedó atrapado en un torbellino de emociones encontradas,
sumergido en una enigmática trama que se enroscaba a su alrededor, desdibujando la
frontera entre la vigilia y el sueño. Fue entonces cuando una narrativa tenebrosa lo envolvió
por completo, arrancándolo de la preocupación por su estado consciente y arrastrándolo a
un abismo de oscuridad.

Las palabras del narrador, con una voz ancestral cuyo tono desgastado y velado parecía
arrastrarse desde siglos remotos, se dispusieron a pronunciar sus palabras en un susurro
ominoso y embriagador, masculladas con una cadencia hipnótica que revelaba un mensaje
inquietante: "El Anticristo ha iniciado su insidiosa conquista de almas y voluntades desde
los años 60 del siglo XX, en el conocido Triángulo de Oro, una zona geográfica en Asia que
abarca vastos territorios con cultivos de opio en Camboya, Laos y Birmania. Contrario a la
creencia popular, no se trata de un ser humano dotado de carisma maligno y singular
belleza, ya que las escrituras y profecías ofrecen claros indicios sobre su verdadera
naturaleza e identidad. San Pablo, en su segunda epístola a los tesalonicenses, hace
referencia a la segunda venida de Cristo al decir: 'Pues no llegará ese día sin que primero se
levante el adversario que seducirá a la humanidad de tal manera que incluso establecerá su
morada en el templo del Señor, engañando a sus seguidores haciéndose pasar por Dios'.
Líderes religiosos e investigadores afirman que la prédica ritualista de esta bestia será
eufórica, optimista y predictiva.
El enigmático hombre añadía también que Nostradamus lo definía claramente cuando
afirmaba: "Será tan seductora su influencia que de todas partes vendrán a rendirle honor".
Sin embargo, es en el Apocalipsis, en el capítulo 17, donde aparece la frase más reveladora:
"Y la bestia, que era y no es". Los habitantes de la Tierra se maravillarán y todos desearán
adorarla. Pero no se trata de una persona en sí misma, y sin duda se trata más bien de una
poderosa realidad: las drogas y una tecnología pervertida.
En las sombras de la incertidumbre, se revela la verdadera identidad del Anticristo, aquella
que escapa a las percepciones superficiales de muchos. No se trata de una mera persona
carismática ni de una entidad individual. Su esencia trasciende esos límites, resonando en
las visiones de aquellos bendecidos con una visión privilegiada del futuro, quienes
intuyeron con claridad la forma que tomaría esta fuerza malévola. La seducción y el
encanto hipnótico del Anticristo se manifiestan en su prédica cautivadora y en su ritualista
oferta de euforia y esclavitud. Son términos empleados por aquellos que se atrevieron a
describir su poder engañoso. Se dice que será adorado desde todos los rincones del mundo,
que visitará naciones y que estas temblarán ante su presencia, rindiéndole tributo. Sin
embargo, estas palabras enigmáticas, si se escuchan con atención, revelan un trasfondo
profundo. El Anticristo no se trata de una simple figura bíblica, sino de una fuerza
abrumadora y enigmática que se desliza entre las sombras del tiempo. Su dominio se
extiende más allá de lo visible, tejiendo una red de corrupción y seducción que afecta los
cimientos mismos de la existencia. Solo aquellos que penetren en las tinieblas más
profundas podrán comprender la magnitud de su poder y su capacidad para sumir al mundo
en el caos.
Si se adentra en los abismos de la comprensión, si se osa escrutar las tinieblas de esta
trágica realidad, se revelará el verdadero horror que yace detrás de estos términos. Desde la
oscura perspectiva del problema global que asola al mundo, la droga se erige como un
siniestro vórtice, manifestando su presencia inconfundible y su influencia corrosiva. No es
un mero mito bíblico, sino una entidad alucinógena de poder insondable y perverso, capaz
de consumir no solo a los seres humanos, sino también a gobiernos y economías en su
avance implacable. Sus garras invisibles se extienden como una plaga nefasta, devorando
las almas de aquellos que caen en su oscuro abrazo. En su estela, siembran desesperación y
decadencia, socavando los pilares de la sociedad. Su dominio tenebroso se enraíza en los
rincones más recónditos, envenenando mentes y corrompiendo corazones. Una realidad
retorcida que se alimenta del sufrimiento humano, tejiendo un tapiz de caos y desesperanza.
La droga, como un enigmático ente, ha tejido sus redes de adicción con la ayuda de una
tecnología cibernética y audiovisual que penetra sin piedad en los rincones más recónditos
de nuestro mundo. Su poder seductor y disolvente se extiende como un manto tenebroso
sobre la faz de la Tierra, atrapando a la humanidad en sus garras implacables. ¿Acaso las
visiones apocalípticas de antaño no aludían a esta deidad tecno-psicotrópica que ostenta la
presidencia de nuestros miedos más profundos? ¿Qué otra oferta ritualista apasionante y
dominante puede igualar al fenómeno que, desde los albores de los años 50 y 60 del siglo
pasado, ha ido cobrando fuerza, infiltrándose en cada rincón, corrompiendo sin piedad y
reclutando seguidores incondicionales dispuestos a matar y morir en su nombre?
Los antiguos profetas, con su mirada hacia el futuro, parecían intuir la llegada de este
maligno y oculto poder, que busca suplantar a Dios con su prédica emocionante. En las
postrimerías del segundo milenio, emergió este engendro sombrío, empuñando el estandarte
de la tentación y la falsa promesa. Su voz susurrante y embriagadora penetra en los
corazones más vulnerables, arrastrándolos hacia una espiral descendente de ilusiones
efímeras y oscuridad insondable.
En los anales del tiempo olvidado, los antiguos vislumbraron una alianza impensable, tejida
con hilos invisibles de poder. La droga y la tecnología cibernética audiovisual, dos
entidades insospechadas en aquellos días remotos, se fundieron en un abrazo oscuro y
seductor. Los profetas, incapaces de concebir esta alquimia siniestra, personificaron esta
unión profana en una bestia todopoderosa de dos cabezas.
Estas cabezas gemelas, imanes de atracción fatal, susurraron promesas engañosas que
cautivaron a las almas desprevenidas. Poco a poco, la humanidad fue seducida y arrastrada
a la esclavitud, como un rebaño sin rumbo guiado por el sendero de la estupidez fílmica, la
cibernética degradación y la psicotrópica perdición. En su ceguera, se entregaron a los
brazos extendidos del maligno, el enemigo sempiterno, marcado con el número de la bestia:
666, antítesis eterna de la divinidad.
La voz enigmática se desvaneció en un susurro que se perdió en la oscuridad de la
habitación. Ricardo, con la mente aún envuelta en las historias fascinantes y terroríficas que
había escuchado, salió de su ensimismamiento. Poco a poco, sus sentidos volvieron a
conectarse con el entorno tangible a su alrededor. Y una suave luz se deslizó por una
pequeña cornisa, justo en la esquina de la cortina que él siempre había pasado por alto. Era
el brillo del nuevo día, que se filtraba en la habitación para disipar las tinieblas de la duda.
Aquella duda que lo había mantenido prisionero durante una eternidad en sus sueños. La
confusión que lo había abrumado comenzó a transformarse en claridad y coherencia. Sin
embargo, la mañana le anunciaba con cierta decencia que su día había comenzado de
manera desafortunada.
Mientras Ricardo se apresuraba, tratando de poner en orden su caótica mañana, su mente
aún estaba inquieta por lo que había experimentado en la oscuridad de la noche. A pesar de
su carrera contra el tiempo, su curiosidad y fascinación no podían ser silenciadas. Se
preguntaba qué significaba aquel extraño episodio con el radio y las figuras tenebrosas en
su sueño. Incluso en medio de su apuro, Ricardo se detuvo por un instante en el pasillo,
dirigiendo su mirada fijamente hacia el componente Pioneer sobre su mesa de noche. Se
preguntaba si había presenciado algo sobrenatural o si todo tenía una explicación lógica.
Pero, por más que reflexionara, no encontraba respuestas claras. Tal vez era un misterio que
nunca resolvería por completo.

Fray Mikeas

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