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las ocasiones con las primitivas provincias fiscales, se dio un paso definitivo en la institu-
cionalización de esta figura territorial en la que concurrirían las funciones económicas,
fiscales, fomento, judiciales, etc., repartidas entre el capitán general, presidente de la
Audiencia, intendente y corregidor.
“… Las provincias, en el estado que hoy las tenemos, no las formó la previsión de la
economía, sino la casualidad de la guerra. Las capitales se fijaron en las ciudades gran-
des, sin considerar las ventajas de la situación… El mapa general de la península nos
representa cosas ridículas de unas provincias encajadas en otras, ángulos irregularísimos
por todas partes, capitales situadas a las extremidades de sus partidos, intendencias
extensísimas e intendencias muy pequeñas, obispados de cuatro leguas y obispados
de setenta, tribunales cuya jurisdicción apenas se extiende fuera de los muros de una
ciudad y tribunales que abrazan dos o tres reinos.”5
Esta fragmentación y heterogeneidad del territorio entre las provincias, los munici-
pios y los múltiples entes intermedios, configurados a lo largo de sucesivas variaciones
jurisdiccionales, obligaban a su conocimiento como una prioridad de los gobernantes
ilustrados. El conocimiento del marasmo territorial se llevó a cabo mediante los tra-
bajos realizados a iniciativa del conde de Floridablanca, para cumplimentar el Real
Decreto de 22 de marzo de 1785, ordenando la elaboración de un Inventario o No-
menclátor territorial, cuya realización fue ejecutada por los intendentes de provincia,
quienes recogieron una amplia información articulada en relaciones para conocer y
establecer la división territorial de todo el Reino, en la monumental obra: España di-
vidida en provincias…6