Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Q uedaba mucho
tiempo pensativa y, si se le preguntaba en qué estaba pensando,
respondía:
– E n F rancisco. ¡Q uién me diera verlo!
Y los ojos se le llenaban de lágrimas.
Un día le dije:
– A ti ya te queda poco para ir al C ielo, pero ¿ yo?
– ¡P obrecita!, no llores; allí he de pedir mucho por ti. Nuestra
S eñora lo quiere así. S i me escogiese a mí, quedaría contenta,
para sufrir más por los pecadores.
3. E n el Hospital de O urém
(23) S e trata del primer hospital donde estuvo internada un mes: el de Vila Nova
de O urém.
60
4. R egreso a Aljustrel
Volvió aún por algún tiempo a casa de sus padres. Tenía una
gran herida abierta en el pecho, cuyas curas diarias sufría sin una
queja, sin mostrar las menores señales de enfado.
Lo que más le costaba eran las frecuentes visitas e inte-
rrogatorios de las personas que la buscaban, de las que ahora no
podía esconderse.
– O frezco también este sacrificio por los pecadores – decía
con resignación: ¡Q uién pudiera ir otra vez al C abezo para poder
rezar un R osario en nuestra gruta! P ero ya no soy capaz. C uando
vayas a C ova de Iría, reza por mí. C iertamente nunca más volveré
allí – decía llorando.
Un dia me dijo mi tía:
– P regunta a J acinta qué es lo que piensa cuando está tanto
tiempo con las manos en la cara, sin moverse; yo ya se lo he pre-
guntado, pero sonríe y no responde.
Le hice la pregunta.
– P ienso en Nuestro S eñor, en Nuestra S eñora, en los peca-
dores y en... (nombró algunas cosas del secreto); me agrada mu-
cho pensar.
Mi tia me preguntó por la respuesta de su hijita; con una sonri-
sa lo tenía todo dicho. E ntonces dijo mi tía a mi madre:
– No lo entiendo; la vida de estos niños es un enigma.
Y mi madre añadía:
– C uando están solas, hablan por los codos, sin que la gente
sea capaz de entenderles una palabra, por más que escuchen; y
cuando llega alguien, bajan la cabeza y no dicen nada. ¡No puedo
comprender este misterio!
61
Hasta que llegó el día de ir a Lisboa sufrió enormemente; se
abrazaba a mí y decía llorando:
– Nunca volveré a verte, ni a mi madre, ni a mis hermanos, ni
a mi padre. Nunca más os volveré a ver; después, he de morir sola!
– No pienses en eso – le dije un día.
– Déjame pensar, porque cuanto más pienso, sufro más. Y yo
quiero sufrir por amor a Nuestro S eñor y por los pecadores. Y, ade-
más, no me importa; Nuestra S eñora me irá a buscar allí para lle-
varme al C ielo.
A veces, besaba un crucifijo y abrazándolo decía:
– ¿ Y voy a morir sin recibir a J esús escondido? ¡S i me lo traje-
se nuestra S eñora cuando me viniese a buscar!
Una vez le pregunté:
– ¿ Q ué vas a hacer en el C ielo?
– Voy a amar mucho a J esús, al Inmaculado C orazón de Ma-
ría; pediré mucho por ti, por los pecadores, por el S anto P adre, por
mis padres y hermanos, y por todas esas personas que me han
dicho que pida por ellas.
C uando la madre se mostraba triste al verla tan enferma, decía:
– No se aflija, madre, voy al C ielo; allí he de pedir mucho por
usted.
O tras veces decía:
– No llore, yo estoy bien.
S i le preguntaban si necesitaba alguna cosa, respondía:
– Muchas gracias; no necesito nada.
Y cuando se retiraban, decía:
– Tengo mucha sed, pero no quiero beber; se lo ofrezco a J e-
sús por los pecadores.
U n día que mi tía me hacía algunas preguntas, me llamó y
me dijo:
– No quiero que digas a nadie que sufro mucho; ni a mi madre,
porque no quiero que se aflija.
O tro día la encontré abrazando una estampa de Nuestra S e-
ñora y diciendo:
– ¡O h Madrecita mía del C ielo!, entonces ¿ yo he de morir sola?
La pobre niña parecía asustarse con esta idea. P ara animarla,
le dije:
– ¿ Q ué te importa morir solita, si Nuestra S eñora te viene a
buscar?
62
– E s verdad, no me importa nada; pero no sé cómo será; a
veces no recuerdo que ella viene a buscarme; sólo recuerdo que
moriré sin que tú estés a mi lado.
Llegó por fin el día de salir para Lisboa (24); la despedida partía
el corazón. P ermaneció mucho tiempo abrazada a mi cuello, y de-
cía llorando.
– Nunca más volveremos a vernos. R eza mucho por mí hasta
que yo vaya al C ielo; después, cuando yo esté allí, pediré mucho
por ti. No digas nunca el secreto a nadie, aunque te maten. Ama
mucho a J esús y al Inmaculado C orazón de María; y haz muchos
sacrificios por los pecadores.
De Lisboa me mandó todavía decir que Nuestra S eñora ya la
había ido a ver; que le había dicho la hora y el día en que moriría,
y me recomendaba que fuese muy buena.
E P ILOG O
Acabo, E xcmo. R vmo. S eñor Obispo, de contar a V. E xcia. R vma.
lo que recuerdo de la vida de J acinta.
P ido a nuestro buen Dios, se digne aceptar este acto de obe-
diencia para encender en las almas llamas de amor a los C orazo-
nes de J esús y de María.
Ahora pido un favor: es que, si V. E xcia. R vma. publica algunas
cosas de las que acabo de contar, lo haga de modo que no hable
de ninguna manera de mi pobre y miserable persona. (25)
C onfieso, de verdad, E xcmo. y R vmo. S eñor O bispo, que si yo
supiese que V. E xcia. quemaba este escrito, sin siquiera leerlo, yo
sentiría mucho gusto, pues lo escribi únicamente para obedecer a
la voluntad de nuestro buen Dios, para mí manifestada en la volun-
tad expresa de V. E xcia. R vma.
63
64
S E G U N DA M E M O R IA
Introducción
65
P RÓLOGO
J . M. J .
66
I. ANTE S DE LAS APAR IC IO NE S
1. Infancia de L ucía
67
en los contornos, porque mi madre, cuando no era invitada para
ser madrina, lo era para ser cocinera. E n estas bodas, el baile
duraba desde que se terminaba el banquete, hasta el otro día por
la mañana. M is hermanas, como tenían que tenerme siempre a su
lado, me arreglaban tanto como a ellas mismas. Y como una de
mis hermanas era costurera, no me faltaba ya el traje más ele-
gante usado por las campesinas de mi tierra en aquel tiempo: la
falda plisada, el cinturón de encaje, con las puntas caídas para
atrás, y el sombrero con sus cuentas doradas y las plumas de
varios colores. A veces parecía que vestían a una muñeca en lu-
gar de a una niña.
2. Diversiones populares
68
– No sé qué provecho parece encontrar esta gente en andar
hablando de las cosas de los otros; para mí no hay nada como una
lectura sosegada en mi casa. ¡E stos libros traen cosas tan bonitas!
Y la vida de los santos, ¡qué belleza!
Me parece que ya dije a V. E xcia. R vma. cómo pasaba los días
de la semana rodeada de niños de nuestro pueblo; que las madres
para poder ir al campo, le pedían a la mía poderlos dejar junto a mí.
También me parece que en el escrito que envié a V. E xcia. R evma.
sobre mi prima, decía cuáles eran mis juegos y entretenimientos.
P or ahora no me entretengo en ellos.
Así arrullada de mimos y caricias, llegué a mis seis años. Y,
para decir la verdad, el mundo comenzaba a sonreírme y sobre
todo la pasión por el baile iba echando en mi pobre corazón hon-
das raíces. Y confieso que, si nuestro buen Dios no hubiese usado
para conmigo su especial misericordia, por ahí el demonio me hu-
biese perdido.
S i no me equivoco, también le conté ya a V. E xcia., en el mis-
mo escrito, cómo mi madre acostumbraba a enseñar la doctrina a
sus hijos durante las horas de la siesta, en el verano. E n el invierno,
nuestra lección era por la noche, al sentarnos, después de la cena,
junto al fuego de la cocina, mientras asábamos y comíamos casta-
ñas y bellotas dulces.
3. P rimera C omunión
69