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Soccer Mom

Mamá Futbolista

Killer Moms Series #1

A Romantic Suspense Novel

Spin-off A Bad Boy Inc.

Eve Langlais
Ésta es una traducción hecha por y para fans.
realiza dichas traducciones de manera altruista y sin
ánimos de lucro, ni con la intención de perjudicar a ningún Autor (a).
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CRÉDITOS

TRADUCCIÓN,
PDF Y E-PUB

ANI

CORRECCIÓN

GEISY

DISEÑO

SYLVIE
Contenido
Sinopsis:

¿Puede una mujer con su pasado y sus secretos arriesgarse alguna vez en el amor?

Ser madre soltera es duro, pero a Carla no le importa el mono volumen ni las
reuniones de la Asociación de Padres y Profesores. Lo que sí le preocupa son los
actos de violencia aleatorios que golpean demasiado cerca de su casa.

¿Alguien ha descubierto su alter ego secreto? Carla es una asesina a sueldo que ha
hecho todo lo posible por ocultar su rastro.

¿Será suficiente?

El entrenador que no deja de coquetear con ella no parece sospechar que es más de
lo que parece; sin embargo, cuando el peligro acecha, Carla no podrá ocultar que es
una madre asesina.

Y hará cualquier cosa para mantener a su hijo a salvo.


Capítulo 1

La reunión iba tan bien como se esperaba, por eso cuando sonó el teléfono de Carla
(una animada canción llamada “Bola de fuego” sólo podía ser una persona) así que
anunció: —Disculpen un momento mientras atiendo esta llamada—.

El Sr. Ramírez no parecía muy contento, pero no dijo nada.

Sacó el teléfono del bolsillo y, con una pulsación, respondió a la llamada. —¿Qué
pasa, mijito?—

—He marcado. Tres veces—. La emoción de su hijo estalló en el altavoz, y ella


sonrió.

—¡Es increíble! ¿Así que los zapatos nuevos que compramos funcionan?—. Se había
gastado un dineral y le había comprado a su hijo unas botas de fútbol muy caras. Se
merecía algo más, ya que su trabajo iba bien y había sacado un sobresaliente en su
último boletín de notas. El presupuesto no agradecía el estirón, pero era por una
buena causa. Su hijo, Nico, era una prometedora estrella del fútbol.

—Ahora soy superrápido, Mami. Ojalá me hubieras visto marcar—.

—A mí también, mijito. El próximo partido. Estaré allí animándote bien fuerte—.

—¿Cuándo vuelves a casa?— La lastimera pregunta le llegó al corazón. Nico odiaba


cuando viajaba fuera de la ciudad, pero a veces, su trabajo lo requería.
—Mi vuelo sale esta noche, así que te veré por la mañana—. No es del todo cierto.
En realidad, estaba a sólo una hora en coche. Sin embargo, tendría que recoger su
coche en el aeropuerto y dejar el de alquiler pagado en efectivo. Después de limpiarlo,
por supuesto.
8
—Te amo, Mami—.

—Te amo más— le dijo antes de colgar. Cómo adoraba a su hijo. Odiaba estar lejos
de él, pero a veces el deber llama..

Se guardó el teléfono en el bolsillo y volvió a centrar su atención en el tipo con el


que había quedado. El cuchillo que sostenía contra la garganta de Ramírez no se había
movido en absoluto durante la llamada, ni siquiera cuando hizo malabares con el
teléfono para contestar.

Ayudó el hecho de que Ramírez estuviera atado con cinta adhesiva a una silla del
hotel.

Menos mal que ya le había cerrado la boca antes de contestar. Ramírez parecía del
tipo que no respeta a una madre que atiende una llamada importante de su hijo.

—¿Dónde estábamos?— musitó en voz alta. Una farsa. Carla siempre sabía lo que
pasaba. Tenía que hacerlo en su trabajo. —Ah sí, ibas a decirme dónde habías
escondido el dinero que robaste—.

El hombre corpulento, con un traje que mostraba manchas de sudor en las axilas y
una tez rojiza que denotaba un estilo de vida poco saludable, la fulminó con la mirada.
Ella se imaginaba lo que diría si le arrancaba la cinta de la cara, después de que
hubiera terminado de gritar. Pero ella había comprado una buena y resistente. De las
que no se despegan, aunque estén empapadas.

Por eso no se molestó en tirar. Ya lo había oído todo antes.

—Maldita perra, te reto a que me hagas daño—. Nunca fue de las que rechazan un reto.
—Puta. Te voy a hacer un lío tremendo—. En realidad, ella le hizo algo bueno.

Y luego estaban los coños que suplicaban. —Por favor, no me mates. Haré lo que
quieras—Esos eran los peores, los que vendían a sus propias madres para ganar dinero
o salvar su pellejo. Carla hizo del mundo un lugar mejor eliminándolos. 9

No hizo falta el expediente que había leído de antemano ni la copa que había
compartido con Ramírez para atraerlo a su trampa para saber que su ego, y su
machismo, no podían concebir que una mujer le hiciera daño. Incluso cuando se
despertó atado a una silla unas horas después de que ella le hubiera echado un
mickey1 en la bebida, se aferró a su arrogancia y exigió que le soltara.

El idiota se creía al mando. Pronto lo aprendería mejor. Los hombres siempre la


subestimaban. Sabía lo que veían cuando la miraban. Una latina menuda, de ciento
diez kilos de peso y figura esbelta que, con su herencia, seguramente estaría dispuesta
a chuparle la polla a cualquier tipo que le invitara a una copa.

Poco sabían ellos que ella estaba más dispuesta a cortárselas.

Carla se agachó ante Ramírez y le arrastró el cuchillo por el pecho, tocándole cada
botón de la camisa por el camino hasta que la punta de la hoja le presionó la ingle.

—Sabes, hay una razón por la que mi jefe me dio específicamente este trabajo—.
Carla era a quien enviaban a hacer el trabajo sucio. —No tengo ningún problema en
hacerte daño. Me recuerdas a mi padre—. Lo cual no era una comparación agradable.
El hombre que la había criado era un borracho violento. También había robado dinero
de los menos afortunados. Fue una pena que tropezara con las vías del tren justo antes

1 Mickey Finn (o simplemente un Mickey) es una bebida mezclada con una droga psicoactiva o un agente
incapacitante.
de que éste pasará rugiendo. Habían ahorrado dinero en el funeral porque quedaba
muy poco de él para enterrar.

Carla apretó un poco más, hundiendo la punta del cuchillo lo suficiente como para
saber que él lo sentía. —¿Estás listo para decirme dónde está el dinero?—. 10

Ramírez la fulminó con la mirada. Desafiándola.

Sin cambiar de expresión, empujó la empuñadura de la navaja. Atravesó la tela y le


apuñaló en las pelotas.

Ramírez intentó gritar desde detrás de la cinta. También intentó agitarse. No le llevó
a ninguna parte. Otra razón por la que invirtió en la mierda resistente.

Movió el cuchillo antes de soltarlo. La sangre manchó inmediatamente sus


pantalones, y el hombre gimió. Ya no era tan valiente.

Apoyada sobre su trasero, esperó a que se calmara y se concentrara. Tarareó


pacientemente, sin inmutarse en absoluto por sus acciones. Su capacidad de sentir se
había roto hacía mucho tiempo. Hoy en día, sólo unas pocas personas podían hacer
que se preocupara, y esta escoria no era una de ellas.

Ramírez se calmó con un quejido que quitaba el hipo.

Colgando la hoja delante de su cara, Carla dijo: —¿Listo para decírmelo ahora?—

Hicieron falta unos cuantos golpes más antes de que asintiera frenéticamente. Una
vez arrancada la cinta, entre sollozos y mocos, Ramírez dijo dónde había escondido
los fondos que había malversado de la iglesia.

¿Qué clase de escoria robaba en un lugar que ayudaba a los pobres? La clase que
no merecía más oportunidades.

Carla transmitió la información a su superior, quien confirmó que el dinero se había


transferido a sus propietarios antes de darle las últimas instrucciones.
No había compasión en los ojos de Carla, ni arrepentimiento en su alma cuando
degolló a Ramírez. Dejó que se desangrara sobre la moqueta del hotel mientras ella se
dedicaba a crear la escena de su robo y asesinato.

La policía mencionaría en su informe la falta de dinero y tarjetas de crédito en su 11


cartera. Las botellas de vino vacías. El vaso con restos de droga. Lo que no
encontrarían sería ninguna prueba como huellas dactilares o pelo. No pelo de verdad,
en cualquier caso.

Lo único que tendrían sería alguna grabación de vídeo. Las cámaras del hotel
habrían captado a Carla acompañándole. Una mujer rubia de rasgos muy
maquillados y figura acolchada con tacones altos que terciaban su estatura. Las gafas
de sol de montura ancha añadían una capa extra de disimulo.

Escenificada, Carla se despojó de su disfraz y se limpió la cara con las toallitas


húmedas que había traído, metiendo los pañuelos usados en el bolso. La peluca se
unió a ella, junto con el vestido que se había puesto. El relleno del sujetador y de las
caderas se deshinchó con el pinchazo de un bolígrafo. También fue a parar al bolso.
De su gran bolso sacó unos leggings negros y una camiseta manga larga. Se vistió
rápidamente.

Se colgó la correa del bolso alrededor del torso antes de salir por la puerta del
balcón, bajando con facilidad por las diversas terrazas exteriores hasta llegar al suelo.
Había elegido este lugar especialmente por su diseño.

Con pasos rápidos, abandonó la zona. No esperaba que nadie la siguiera, ni siquiera
que le importara. Ramírez había firmado su propia sentencia de muerte con sus
acciones. Por desgracia, probablemente otro ocuparía su lugar. Abundaban los
cabrones, y Carla era una de las pocas personas que acababa con ellos.

Por una tarifa. Los asesinos no trabajaban gratis, aunque esta asesina ofrecía un
descuento si el objetivo era un gilipollas que se lo merecía.
Habiendo planeado su ruta de antemano, no tardó mucho en llegar al sendero de
footing 2 que bordeaba el río de la ciudad. El bolso con el cuchillo ensangrentado y
todo su equipo fue rápidamente lastrado con una roca y arrojado al agua.

Para cuando las noticias informaron del asesinato del asesor financiero Tony 12
Ramírez, Carla estaba entrando en su casa.

Una mujer mucho más rica.

2
Actividad deportiva que consiste en correr con velocidad moderada al aire libre.
Capítulo 2

13

Todo el dinero del mundo no la salvaría de la estupidez y la mezquindad de los


demás. Carla contuvo un suspiro mientras los padres y madres de los futbolistas
seguían discutiendo sobre quién tenía la culpa de que el entrenador del equipo
decidiera aceptar un nuevo puesto que le permitiera casarse con su novia de larga
distancia y mudarse fuera del estado.

Sí, era un inconveniente, sobre todo con el gran partido regional a la vuelta de la
esquina. Fue una sorpresa que el entrenador Mathews renunciara tan cerca de ese
evento. Pero, al mismo tiempo, no estaba ganando mucho dinero como entrenador en
el sistema escolar público y mucho menos como entrenador voluntario de fútbol para
algunos niños de barrios margínales.

No podía culparlo por aceptar el puesto en una escuela privada que probablemente
le ofrecía beneficios. A pesar del trastorno que Mathews había causado, Carla no
estaba en el bando de los padres que argumentaban que debería prohibírsele volver
a entrenar, incluso si sus acciones habían enfadado a su hijo lo suficiente como para
que la noche anterior hubiera rechazado su postre. Dado que era el favorito de Nico,
gelatina azul y nata monteada, eso demostraba lo mucho que le había afectado el
cambio.

Y más cambios estaban a punto de llegar.


La liga ya había contratado a un sustituto temporal. Eso preocupaba a Carla, sobre
todo porque nadie había oído hablar de ese tal Moore. Al parecer, el nuevo entrenador
no era de por aquí. Acababa de llegar de la costa oeste y había conseguido el puesto.

Los padres, que cuchicheaban y despotricaban entre ellos, se preguntaban por las 14
credenciales del nuevo entrenador y se preocupaban por sus queridos hijos. Excepto
Carla. Ella no estaba preocupada. Ella ya sabía que Nico era el mejor jugador del
equipo, e incluso el más inexperto de los entrenadores lo reconocería muy pronto.

Mientras los padres se reunían en el gimnasio del colegio, habiendo llegado todos
temprano para la reunión de padres del equipo, y seguían discutiendo y
lamentándose, Carla consultó su teléfono. Su teléfono sin mensajes.

Habían pasado seis meses desde su último trabajo. Más de lo habitual. Tanto que
se había puesto en contacto con su superior para preguntarle si la habían descartado
por algún motivo.

Madre, que así se llamaba su cuidadora, le contestó: —El negocio va lento. Ten
paciencia—En otras palabras, ninguno de los trabajos necesitaba una asesina a sueldo.
Lástima.

Pero Carla no quería ser paciente. Estaba a sólo un millón de dólares de tener lo
suficiente para retirarse del juego de matar y no preocuparse por su futuro ni el de
Nico. Guardaba sus riquezas en una cuenta en el extranjero, intactas pero disponibles.
Algún día empezaría a blanquearlos en su dirección, pero hasta entonces, seguía
acumulando sus ahorros. Un huevo que aún no estaba lo suficientemente maduro.

Pero el dinero no era el único motivo de preocupación. El aburrimiento también la


atormentaba.

La vida de una liquidadora de seguros no ofrecía muchas emociones. Más que nada,
papeleo y más papeleo. Investigar si un reclamante merecía realmente el dinero que
solicitaba o si había fingido una lesión o montado un suceso catastrófico en su
casa/vehículo. A Carla no dejaba de sorprenderle hasta qué punto llegaba la gente
para conseguir una indemnización que no merecía.

En realidad, le iba bastante bien en su trabajo. Su historial de detección de fraudes


le había válido uno de los puestos más altos de la empresa. Lo que significaba más 15
papeleo.

Dado que su supuesta vida normal consistía en trabajar y ser madre, no solía tener
la oportunidad de soltarse de verdad y descargar adrenalina. Aparte de su trabajo, su
última emoción había tenido lugar hacía más de diez meses, cuando ayudó a una
amiga suya con un problema con un ex novio. Sin embargo, Carla no había llegado a
matar a nadie en aquel viaje, y volvió a casa con un embarazoso moratón porque no
había visto la amenaza que suponía una anciana. Aquella aventura había acabado con
su colega, Audrey, deshaciéndose por fin del gilipollas que la amenazaba. Puño en
alto. Pero entonces su amiga, una mujer a la que llamaba (hermana), hizo lo
impensable.

Audrey se enamoró.

A Carla aún le sorprendía que Audrey hubiera dejado entrar a otro hombre en su
vida después de lo que había hecho su ex. Desde luego, Carla no volvería a dejar que
un hombre se le acercara tanto. Sin embargo, a pesar de todas las razones para no
hacerlo, Audrey se echó un novio, otro mercenario para colmo.

Hablando de una pareja asesina.

Acababan de terminar su primera misión juntos, y la agencia para la que trabajaban


(llamada, curiosamente, Bad Boy Inc, una empresa inmobiliaria de ámbito mundial)
les ayudaba con la guardería, la cobertura y la protección.

Genial. Especialmente la parte en la que Audrey no tenía que ocultar quién era a su
amante.
Nadie conocía a Carla y su doble vida, excepto aquellos con los que se entrenaba y
su madre. Unos pocos agentes de Bad Boy también la conocían le habían visto la cara
y por su nombre de pila, pero por su bien, más les valía mantener la boca cerrada, o
estarían durmiendo en el fondo de un río. ¿Y si una masa de agua no estaba a mano?
16
Siempre había una obra de construcción en algún lugar vertiendo cimientos de
hormigón.

Carla no era tan tonta como para dejar que las bragas mojadas gobernaran su vida,
no desde el padre de Nico. Eso no quería decir que fuera célibe. Disfrutaba del sexo.
A su manera. Encuentros casuales que implicaban satisfacer una necesidad y nada
más.

Los hombres pegajosos que trataban de atarla eran rechazados y bloqueados. No


tenía tiempo para esas mierdas. No necesitaba un novio ni un marido. ¿Y los que
decían que Nico necesitaba un padre? Que les jodan. Los padres no siempre eran lo
más importante para el bienestar de un niño. En algunos casos, un padre se interponía
intencionadamente en el camino de su felicidad. De ahí que su padre hubiera
tropezado con aquellas huellas.

Un silencio repentino llenó la habitación y Carla levantó la cabeza para ver la causa.
Había entrado un hombre, más alto que ella, pero sin llegar al metro ochenta. Tenía
el pelo castaño ondulado en la parte superior y corto en los lados. Llevaba la barba y
el bigote bien recortados a lo largo de una mandíbula no del todo cuadrada pero
fuerte. Su polo blanco con cuello y sus tenis informales no parecían atléticos, pero
parecía estar en forma, a juzgar por los antebrazos que sobresalían de sus mangas.

Echó un vistazo a la sala, sus ojos (de un tono azul grisáceo) no se posaron en nadie
hasta que su mirada se encontró con la de Carla. Se detuvo un momento e
intercambiaron una mirada antes de apartar la vista y hablar. —Buenas noches. Como
estoy seguro de que todos sabéis, el entrenador Mathews ha dimitido—.

—Más bien dejó que una chica le diera una paliza— dijo alguien.
—Sea como fuere, ahora se ha ido, y he sido elegido como su sustituto para terminar
la temporada. Me llamo Philip Moore—. Dijo con un timbre profundo que la hizo
removerse en su asiento con el ceño fruncido.

—No nos importa tu nombre. ¿Cuáles son tus cualificaciones?— La atrevida 17


pregunta procedía de Fergus, un tipo corpulento vestido de tela escocesa y vaqueros,
con los ojos entrecerrados y una suave barbilla. Su hijo no se parecía en nada a él ni a
la madre del chico, lo que hizo que Carla se preguntara si la señora Fergus tenía algún
secreto.

Moore se colocó a sus anchas, con los pies ligeramente separados, y se dirigió a
ellos.

—Empecé a jugar al fútbol a los cuatro años. Como mi padre era diplomático
destinado en Europa, en cuanto se dieron cuenta de mi talento, me inscribieron en
una academia de fútbol. Jugué durante toda la escuela y recibí una beca de fútbol para
la universidad. Me consideraban lo bastante talentoso como para que algunas ligas
europeas me buscaran—

—¿Por qué dejaste de jugar?— La pregunta procedía de Josee King, la madre de la


portera del equipo.

Carla pudo responder porque sólo había una razón por la que un atleta profesional
dejaba de jugar.

Moore señaló esta rodilla. —Se rompió los ligamentos. Los médicos los arreglaron,
pero acabó con mi carrera—.

—¿Cuál es su experiencia enseñando a un equipo?—.

Las preguntas seguían y seguían, pero Moore tenía una respuesta para cada una de
ellas, incluso para la socarrona: —¿Interferirán su mujer y su familia en sus
obligaciones con el equipo?—.
—Soy soltero y ni siquiera tengo mascota, así que puedo dedicar todo mi tiempo
libre a los niños—.

Más de una madre y padre solteros, junto con los que no eran tan solteros, se
animaron ante la respuesta. 18

Al final, la reunión pasó de determinar su talla de deportista (no del todo, pero casi,
dado que Sally Ann comentó que necesitaría un equipo más grande que el del
entrenador Mathews) al equipo en sí, los entrenamientos que quedaban, de los que
sólo había dos, y el próximo partido final.

Carla sólo prestaba un poco de atención a los detalles. Una vez terminada la
temporada, ganaran o perdieran, ella y Nico se irían de viaje. Ya había reservado
tiempo libre en el trabajo, había ahorrado algo de dinero (porque Carla, la liquidadora
de seguros, no tenía acceso a los millones de la cuenta en el extranjero) y le había
prometido a Nico que irían a ver el océano.

Al final, las preguntas se extinguieron y Moore dio por terminada la reunión.

—Encantado de conoceros a todos. Nos vemos mañana en el entrenamiento—.

Mientras los padres salían del gimnasio, Moore estrechó la mano de cada uno de
ellos, pero mantuvo una conversación breve. Carla trató de pasar a hurtadillas, pero
accidentalmente captó su mirada.

Sonrió y dijo: —Hola, Philip Moore—. Le tendió la mano.

Podría haber pasado de largo bruscamente (era tarde y quería volver a casa), pero
eso no le haría ningún favor a Nico. Esbozó una sonrisa e ignoró su mano extendida.

—Hola, Sr. Moore. Soy Carla Baker—.

—Usted es la mamá de Nico—.


El hombre obviamente había leído la lista del equipo. —Muy amable de su parte
ayudar al equipo—

—Siempre es un placer poder aportar mi granito de arena para animar a la


juventud— 19

Menuda sarta de gilipolleces. ¿Lo decía en serio? No puso los ojos en blanco, pero
observó su expresión en busca de cualquier indicio de burla. No vio ninguna, pero
eso no significaba nada. Tampoco nadie vio al asesino entre ellos.

—Debería irme— dijo. —Encantada de conocerlo—.

—Hasta mañana, Sra. Baker—.

Ella no contestó ni le corrigió. Salió por la puerta y contuvo el impulso de mirarlo,


aunque estaba segura de que él la miraba. El pinchazo entre sus omóplatos nunca
mentía.

Que mire. Pero le rompería la mano si la tocaba.


Capítulo 3

20

Philip observó a Carla marcharse y se quedó mirando más de lo que probablemente


era razonable. En su defensa, era un hombre de sangre roja. Tendría que estar muerto
para no darse cuenta de que era una mujer atractiva. Tenía unos veinte años, estaba
en forma, tenía la piel bronceada y el pelo y los ojos oscuros, lo que denotaba su
ascendencia latina. También era bajita, lo que significaba que su metro setenta, menos
que estelar, le hacía más alto que ella.

Sí, se había dado cuenta de que ella encajaba muy bien contra él, pero eso no
significaba que hiciera nada al respecto.

Dado que había estado conduciendo todo el día para llegar a esta reunión, se
despidió rápidamente de los últimos padres rezagados y se marchó, sin aceptar una
invitación a una copa. No le interesaban las mujeres que le miraban descaradamente
y le insinuaban su disponibilidad. En su mundo, prefería que una mujer jugara
hacerse un poco más difícil de conseguir. Una persecución hacía que el premio
mereciera más la pena.

Dirigiéndose al aparcamiento, su mirada se dirigió inmediatamente a Carla (como


si fuera un imán), atrapada en un grupo de padres, probablemente haciendo trizas su
currículum. Que lo hagan. A pesar de su falta de experiencia como entrenador, pronto
verían su valía en el campo.
Caminando hacia su coche, no pudo evitar lanzar miradas a Carla. Su impaciencia
se hizo notar, y rápidamente se apartó del grupo y se movió con rapidez antes de que
alguien pudiera atraerla de nuevo.

Mientras atravesaba el solar hasta llegar a un monovólumen azul marino aparcado 21


en el extremo opuesto, se fijó en un coche que reducía la velocidad en la calle. Extraño,
dada la falta de farolas o de una señal de stop.

La ventanilla del copiloto se abrió y asomó una cabeza.

— Al suelo— gritó él.

Por suerte, Carla no era una de esas idiotas que tienen que preguntar por qué.

Se tiró al suelo incluso antes del primer disparo. Philip empezó a gritar y a agitar
los brazos. Haciendo todo lo posible para distraer al tirador.

Otras personas gritaban —Dios mío, nos están disparando— y —Quita tu culo gordo de
mi camino. Necesito coger mi arma—.

El fuego rápido continuaba, escupiendo balas en dirección a Carla. Ella se arrastró


sobre manos y rodillas alrededor del borde de su furgoneta mientras llovían cristales
a su alrededor.

Desde su izquierda, oyó un grito: —Malditos pandilleros. Queréis plomo. Os daré


plomo—.

Bang. Bang. Philip miró y vio a Fergus disparando una escopeta al coche.
Demasiado lejos para darle, pero ayudó. El tiroteo se detuvo, y con un grito de goma,
el coche se alejó.

Entre los sollozos de una mujer y el parloteo excitado de otras, Philip salió
disparado en dirección a la furgoneta de Carla y casi suspiró aliviado cuando ella se
asomó por encima del capó.
—¿Te han dado?—

—No—. Lo que no hizo nada para disminuir su ceño fruncido. —Por suerte para
mí, no saben apuntar—.
22
Lo que era un milagro dado el número de balas disparadas.

—Malditos matones— resopló Fergus cuando llegó hasta ellos, con la escopeta aún
en la mano.

—Gracias por ahuyentarlos— dijo Carla. ¿Era él, o ella parecía reacia a decirlo?

—No es nada—. Fergus se inclinó la gorra. —Tenemos que cuidarnos los unos a los
otros contra esos elementos criminales—. El hombretón echó un vistazo a su
furgoneta.

—¿Quieres que te llame una grúa? Puede que mi primo aún esté de turno—.

—No. Yo me encargo—. Frunció los labios, sacó el teléfono y lo agitó.

—¿Te hacen descuento en las tarifas trabajando para la compañía de seguros?—


preguntó Fergus.

Ella negó con la cabeza. —No, pero conozco las mejores tiendas para asegurarme
de que no me timen—.

—¡Cariño! Vuelve aquí. Quiero irme antes de que vuelvan—. La voz chillona de la
mujer de Fergus se hizo oír, y el hombretón se encogió de hombros. —Supongo que
será mejor que me vaya—.

—¿No deberías quedarte para hacer una declaración a la policía?— preguntó Philip.

—¿Para decir qué?— Fergus parecía realmente curioso. —Este tipo de cosas pasan
todo el tiempo—.
Al parecer era cierto, ya que los policías que llegaron poco después apenas
pestañearon mientras redactaban un informe del incidente. Fue Philip quien
preguntó: —¿Alguna posibilidad de atrapar a estos tipos?—.

El policía de más edad, con canas en su enjuto cabello, se encogió de hombros. — 23


No hay matrícula. No hay descripción. No hay mucho en lo que basarse—.

—Podrían haber matado a la señora Baker—.

—Pero no lo hicieron—

—¿Qué pasa con el hecho de que ocurrió en la propiedad de la escuela? Podrían


haber disparado a un niño— argumentó Philip.

—Pero no lo hicieron. Nadie resultó herido, lo que significa que, en el gran


esquema, no es tan importante como los delitos en los que hay heridos graves—
afirmó el agente de policía.

—Eso es una locura— espetó Philip. —Creía que teníamos leyes contra los delitos
con armas—.

—Las tenemos, pero esto es lo que hay, amigo. Sí, podríamos redactar un informe
sobre un disparo ilegal de arma de fuego, que es un delito grave. Podríamos
investigar. Pero a menos que consigamos una pista sólida, no esperes que lleguemos
muy lejos. Las posibilidades de encontrar a los tipos son escasas o nulas. La gente de
este barrio es muy reservada. Por no mencionar, que si escribimos un informe y
seguimos con esto, entonces tendremos que escribir uno sobre ese padre que devolvió
los disparos. Disparar un arma dentro de los límites de la ciudad es un delito, aunque
sea en defensa propia—

Cuando Philip hubiera querido seguir soltando bravatas, Carla le puso la mano en
el brazo y negó con la cabeza. —No merece la pena—. Luego, dirigiéndose al policía,
dijo: —Gracias, agente. Si hemos terminado aquí, me gustaría volver a casa con mi
hijo—.
Sin embargo, a pesar de sus deseos, al marcharse tuvo que esperar unos minutos
más mientras trataba con la grúa que enganchaba su furgoneta. Cuando se iba a ir con
el chofer de la grúa que la llevaría a casa por un precio extra, Philip intervino.

—Yo te llevo a casa—. 24

Carla le lanzó una mirada y frunció el ceño. —No hace falta—.

—Sí que la hay—. Porque no la iba a mandar con un tipo que le miraba el culo
cuando ella metía la mano en la furgoneta para coger unas cuantas cosas que había
guardado en su enorme bolso. —Vamos. Mi coche está por aquí—.

Ella apretó los labios y él se dio cuenta de que estaba dispuesta a negarse de nuevo
hasta que el conductor de la grúa abrió la puerta de su vehículo y salió el hedor rancio
del humo de los cigarrillos.

Arrugó la nariz. —Bien, te acompaño—. No parecía muy contenta y menos aún en


su coche. Se sentó rígida en el asiento del copiloto.

Aunque a ella no le gustara el giro de los acontecimientos, a él, en cambio, le


intrigaba. A diferencia de la mayoría de la gente, ella había mantenido la calma
durante el tiroteo y también después. Más enfadada por las molestias que asustada.
Le hizo preguntarse si este tipo de cosas le habían ocurrido antes.

—¿Ha vivido aquí toda tu vida?— preguntó Philip, saliendo del aparcamiento, el
único otro vehículo que quedaba era el de la policía, que tenía la luz de la cúpula
encendida mientras rellenaban el papeleo.

—No—.

Una respuesta corta y concisa. Philip no se dejó amilanar. —Soy de Pasadena—.

—Bien por ti—.


Él frunció el ceño. No se lo estaba poniendo fácil. —Supongo que te sientes un poco
conmocionada por lo que pasó—.

Ella finalmente se volvió para mirarlo. —¿Hay alguna razón por la que sientas la
necesidad de hacer una pequeña charla?, porque yo no acostumbro hacer eso— 25

Ni él tampoco, por lo general. —Pensé que podríamos conocernos—.

—¿Por qué?—

—Porque nos veremos a menudo—

—No, verás a mi hijo. Como su entrenador. Yo seré el chófer que lo lleve y grite
obscenidades al otro equipo desde las gradas—.

La miró boquiabierto. —Estás de broma, ¿verdad?—. Puede que fuera machista por
su parte, pero le costaba imaginarse a una mujer tan guapa como ella maldiciendo
como un marinero.

Ella le demostró que estaba equivocado. —Nunca bromeo, joder. Ahora, ¿Hemos
terminado con la cháchara inútil? Estás haciendo que me arrepienta de no haberme
ido con Bubba. En el próximo semáforo, gira a la derecha—.

Maniobró el coche en el carril de giro mientras preguntaba: —¿Tienes algún


problema conmigo? Sé que no soy el entrenador Mathews pero...—

—El entrenador Mathews era un imbécil, y su única gracia salvadora era que les
caía bien a los chicos. Te han dado un equipo ganador y tienes dos entrenamientos y
un último partido para no cagarla. ¿Crees que puedes manejarlo?—

—Pensé que podría, pero cielos, ahora me estás haciendo dudar sobre mi decisión
de aceptar el trabajo—. Porque si todos los padres eran como Carla, podría dar media
vuelta y volver a casa, a Pasadena.
Un suspiro irritado brotó de ella. —Escucha, no sé qué quieres de mí. Me acosaste
para que aceptara un paseo...—

—No te he acosado—. Se limitó a sugerir con fuerza.


26
—Y yo estaba bien con eso. Pero todo este intento de...— Ella agitó una mano.

—¿Ser amigable?— suministró.

—Sea lo que sea. Estás perdiendo el tiempo. No necesitamos ser amigos para que
entrenes a mi hijo. De hecho, es mejor si apenas somos conocidos—.

—¿Puedo preguntar por qué?—

—Porque no necesito que los otros padres digan que te estoy jodiendo o haciéndote
una mamada para que mi hijo juegue—.

El coche dio un volantazo, probablemente porque sus palabras le impactaron.

Ella se rio. Un sonido grave y gutural que hizo cosas en su cuerpo que debería
controlar mejor.

—Nadie va a pensar que somos... íntimos sólo porque soy amable contigo— afirmó.

—Es obvio que nunca has entrenado a un equipo de niños. Hay algunos que
supondrán que estamos liados porque Nico tiene más tiempo de juego que los demás.
En el próximo semáforo, gira a la derecha—.

—¿Por qué tendría más tiempo en el campo?—

—Porque es bueno. Ya lo verás. Y si quieres ganar, lo necesitarás. Pero algunas


personas están ciegas cuando se trata de sus hijos. Creen que su mierda no apesta—.

—¿Y tú no estás ciega?—


Ella resopló. —Conozco los defectos de mi hijo. Nico es un vago y apesta en
matemáticas. Pero es una estrella en el campo de fútbol. Sin embargo, no todos lo
admiten—.

—Entonces, si le saco todo su potencial, ¿crees que los otros padres asumirán que 27
nos acostamos?—.

—Bueno, sí. Especialmente ahora—.

—¿Por qué ahora?—

—Me estas llevando a casa—

—Porque tu furgoneta estaba llena de agujeros de bala—.

Ella sonrió en su dirección. —No dejes que los hechos se interpongan en el camino
de una buena historia. En el próximo entrenamiento, me encontraré con algunas
madres maleducadas que creen que les he ganado—.

—¿Ganarles en qué?—

—Metiéndome en tus pantalones—.

Esta vez no se desvió, pero sacudió la cabeza. —No importa lo que pienses, no estoy
tratando de seducirte—.

—Menos mal, porque tendría que hacerte daño si lo intentaras—. Dijo con una nota
muy seria.

—¿Amenazas a todos los hombres que coquetean contigo?—

—Sí—

¿Le gustaban las mujeres? El hecho de que tuviera un hijo no significaba nada. —
Para que lo sepas, no tengo intención de acostarme contigo ni con ninguna de las otras
madres del equipo. Sólo estoy aquí para ayudar al equipo como un favor—
—Tu falta de interés no les impedirá intentarlo—.

—Entonces se sentirán decepcionadas—.

—La verdad es que no. Di que no demasiadas veces, y asumirán que eres gay, lo
28
que significa que estarás esquivando a algunos de los papás—.

—¡No me acuesto con nadie!— exclamó, todavía no muy seguro de cómo esta
conversación había derivado en... locura.

—No importará—. Lo dijo con bastante suficiencia.

—Me pidieron que entrenara. Dije que sí. Nadie dijo nunca que implicaría un
drama parental—.

—¿Qué drama? Sólo te digo cómo son las cosas. Considérate advertido. Gira a la
izquierda—.

—¿Qué haces cuando no estás evitando los avances inexistentes del entrenador de
tu hijo?—

—Liquidadora de seguros—

—Eso es interesante—

Ella soltó un bufido poco femenino. —No, no lo es. Es aburrido. A veces mezquino.
La gente me odia por principio, pero paga las facturas—.

—¿Y el Sr. Baker?—

—Si esta es su manera sutil de pescar, entonces el padre de Nico está muerto—

—Lo siento—

—No lo sienta. Era un gilipollas. El mundo es un lugar mejor sin él. Vivo en la casa
adosada con el césped lleno de maleza al frente—.
Se detuvo en la acera. Carla apenas esperó antes de abrir la puerta y salir.

—Gracias—. Cerró la puerta de un portazo.

—Hasta mañana— gritó a través del cristal.


29
Su única respuesta fue un movimiento de caderas.

Y un desafío.

Que él aceptó.
Capítulo 4

30

En el momento en que Carla entró en su casa, le llamó la atención la risa enlatada.


Nunca entendió por qué las comedias sentían la necesidad de fingir la risa. O la
mierda era graciosa, o no lo era. El ruido artificial del público no parecía molestar a
Nico.

Ella prefería ver documentales, mejorando su mente. Aunque había dejado que sus
hermanas la convencieran para ver algunas películas de superhéroes. Las payasadas
de los hombres en mallas le divertían, y codiciaba el bate de la rubia loca de la peli
Escuadrón Suicida. En cuanto al humor del actor Ryan Reynolds cuando llevaba ese
traje negro y rojo... ella solo podía aspirar a esas gotas de sarcasmo.

Al entrar en el salón, encontró a su hijo dormido en el sofá, la televisión pasando


de un drama familiar poco realista a un anuncio de dientes más blancos. En su trabajo,
a menudo había que ennegrecerlos para que no brillaran en momentos inoportunos.

No había niñera a la que pagar. Ya no. A los doce años, (hacía como tres días), Nico
se había declarado lo bastante mayor como para quedarse solo en casa si ella se
ausentaba sólo unas horas. Dado lo que costaba tener a alguien que le cuidara la
televisión y se comiera su comida mientras Nico se cuidaba, Carla estuvo de acuerdo.
Diablos, incluso con menos de doce años se había cuidado a sí misma y a su hermano
mientras cocinaba también para su hermano mayor.
Por un segundo, su mente se desvió hacia Pablo. Habría tenido veintiséis años si
hubiera vivido. A veces, mirando a Nico, Carla vislumbraba a su hermano. El brillo
del humor en los ojos, las mejillas redondas. En cierto modo, Pablo vivía en Nico.

¿Y los raros momentos en que su hijo se parecía a su padre? Le dolía el corazón. No 31


porque echara de menos a Matías. Más valía que ese imbécil ardiera en el infierno por
lo que había hecho. Maltratarla con sus palabras y sus puños ya era malo, pero cuando
por fin se hartó y se marchó... Había matado a su familia.

A su madre. Dos hermanos. Incluso cazó a su mejor amiga cuando no obtuvo las
respuestas que quería.

Había bailado sobre su tumba cuando murió de un disparo en la cabeza. Víctima


de la violencia de las bandas, según la policía. Un final demasiado fácil, dado que ella
esperaba verlo sufrir.

Pero con Matías muerto, al menos no tenía que preocuparse de que viniera a por
Nico. Su hijo se merecía algo mejor en la vida.

Se arrodilló junto al sofá y le apartó de la cara el pelo oscuro que Nico insistía en
dejárselo crecer, porque era guay. Él se revolvió y murmuró: —Mami—.

—Hola, mijito. Perdona, llego tarde. La reunión se alargó más de lo previsto—.


Mintió antes que estresarlo. Él se enteraría pronto de lo del tiroteo, pero ella prefería
no darle importancia ahora. Lo dejó dormir. —Mueve tu trasero roncador del sofá. Es
hora de que te vayas a la cama—.

Había crecido demasiado para que ella lo llevara en brazos, pero subió su
somnoliento cuerpo por las escaleras hasta su habitación, cuyas paredes estaban
pintadas de amarillo y azul, a juego con su equipo de fútbol favorito de Brasil.

Retiró el colcha de Star Wars, lo arropó y le dio un beso en la frente. —Buenas


noches, mijito—.
—Te quiero, Mami— dijo él somnoliento, apoyando la mejilla en la almohada, ya
dormido de nuevo.

Sólo cuando su puerta se cerró, su expresión se endureció.


32
Alguien le había disparado. ¿Intencionadamente? No podía estar segura. Fergus
había acertado al decir que la zona oeste de la ciudad era propensa a los estallidos de
violencia. El campo de fútbol no estaba en una de las zonas suburbanas más
agradables. El propio colegio estaba flanqueado en uno de sus lados por almacenes.
Los padres llevaban años quejándose de que los negocios funcionaban a escasos
metros de la escuela, pero la alternativa era trasladar a sus hijos en autobús al otro
lado de la ciudad.

La idea nunca obtuvo suficientes votos, y así permaneció la escuela, atrapada en


medio de un barrio que hacía tiempo que se había ido al infierno; donde el único
espacio verde era el enorme campo que la escuela consiguió conservar y mantener.
Un benefactor anónimo pagaba su mantenimiento. Lástima que no pudiera declararlo
en sus impuestos.

Dados esos hechos, existía la posibilidad de que fuera un crimen fortuito. Si fue así,
fue uno extraño. ¿Por qué dispararle al azar? Una mujer sola no representaba ninguna
amenaza. Al contrario, los pandilleros solían preferir acosar a quienes se atrevían a
salir de noche.

Una pena que no hubiera tenido su pistola a mano; sin embargo, el bulto de ésta
era difícil de ocultar en los calurosos meses de verano, cuando la ropa consistía en
unos vaqueros ajustados y una camiseta. Con la velocidad a la que se había producido
el tiroteo, no había tenido tiempo de meter la mano en el compartimento del
salpicadero de su furgoneta o bajo el asiento del conductor para sacar su arma.
Probablemente fue algo bueno. ¿Cómo iba a explicar a Fergus o al entrenador que no
sólo podía portar armas ilegalmente, sino que además era una gran tiradora?
Aún recordaba la primera vez que había empuñado un arma. Hacía más de once
años.

—¿Quieres que dispare?— exclamó Carla, mirando la pistola que tenía en la palma de la
mano. El peso del arma era menor de lo esperado. Una cosa que podía matar debería arrastrar 33
sus brazos. Seguramente le asfixiaría el alma.

Su instructora, Madre (nombre real de Marie Cadeaux) hizo un ruido. —Sí, espero que
dispares. ¿Qué otra cosa podrías hacer con ella? ¿Golpear a alguien en la cabeza?—.

Con los labios curvados en una sonrisa burlona, Carla levantó la pistola. —Puede que no
sea pesada, pero serviría—.

—Si estás lo suficientemente cerca para golpear, entonces el enemigo está lo suficientemente
cerca para devolver el golpe—.

Por no mencionar que la mayoría de la gente que llevaba un arma a una pelea la usaría. —
Bien. Usted hizo su punto. — Carla la sostuvo en alto con una mano, sintiéndose una especie
de gánster.

—Así no, idiota— dijo madre sacudiendo la cabeza. —Sujétalo con las dos manos. No
querrás que el retroceso te golpee la nariz. Pregúntale a Meredith qué se siente—.

Meredith, una mujer mayor, de unos treinta años (lo que a Carla le parecía mayor cuando
ella apenas tenía a sus veinte), con un llamativo pelo rojo y elegancia sureña, hizo una mueca.
—Sólo lo hice una vez, y fue suficiente. Hazle caso cuando te diga que lo sujetes con las dos
manos. Sobre todo, si no quieres mancharte la camisa de sangre—. Meredith se colocó en
posición de tiro, con ambas manos alrededor de la empuñadura de su arma, y apuntó al blanco,
con expresión serena tras las gafas de seguridad.

Bang. Bang. Cada bala dio en la cabeza del objetivo.

Carla retrocedía con cada réplica. Las armas eran algo que usaba la gente mala. Imbéciles
como Matías, que usó una para matar a su familia.
¿Cómo se le ocurrió dispararla?

Madre puso su mano sobre la de Carla. —¿Por qué tienes miedo?—

—No tengo miedo—.


34
—Estás mintiendo. Veo que te tiembla todo el cuerpo—.

—Las armas matan—.

—No. Las personas que las sostienen lo hacen—

—No sé si puedo hacer esto—. Y no se refería sólo a la pistola.

Cuando Marie se había acercado a Carla tras la muerte de su familia, estaba desconsolada y
revoloteaba de un motel a un albergue para mujeres. Había escapado del baño de sangre sólo
por accidente. Había ido al médico con su hijo Nico, que a los seis meses tenía que recibir más
vacunas. Volvió con un bebé malhumorado y se encontró con luces parpadeantes y horror.

La pesadilla no terminó ese día. No sólo toda su familia acabó en el depósito de cadáveres,
sino que también perdió su casa, sus pertenencias. La policía había acordonado toda la casa. Ni
siquiera pudo cambiarse de ropa porque todo había sido saqueado y era la escena de un crimen.

Se había quedado con una amiga hasta el día en que se dio cuenta de que Matías estaba
aparcado fuera. Observándola.

Esperándola.

Podría haberla arrastrado hasta su casa y haberla golpeado. Después de todo, ella había
tenido el valor de marcharse. Pero ese no era el camino de Matías. Quería que volviera
arrastrándose y le suplicara. Que le rogara que la acogiera porque no tenía otra opción.

Al día siguiente, Matías había matado a la amiga de Carla, a pesar de que ésta se había
marchado.
Aterrorizada, acudió a la policía, que afirmó que no podía hacer nada hasta que Matías
actuara.

—¡Ha matado a mi familia!— gritó.


35
—No tenemos pruebas de ello— le respondieron.

Carla intentó ponerse en contacto con el FBI, prometiéndoles un testimonio a cambio de


seguridad, pero no sabía lo suficiente sobre el tráfico de drogas de Matías como para que les
mereciera la pena.

Por eso, cuando Marie Cadeaux, a la que más tarde llamaría Madre, se acercó a ella,
esperándola fuera del refugio de mujeres, se mostró escéptica.

—Hola, Carlotta. Me llamo Marie Cadeaux—.

—¿Cómo sabes mi nombre?—

—Sé muchas cosas, como que puedo ayudarte—.

Carla miró a la hermosa mujer, más alta que la mayoría de los hombres, con su brillante piel
de ébano y el pelo recogido en un moño apretado. ¿Cómo podía ayudar esta mujer con aspecto
de modelo?

Sólo se le ocurrió una cosa, y Carla torció el labio. —No me estoy prostituyendo—.

Marie se rio. —Espero que no. Tu cuerpo nunca debe servir para regatear por nada. ¿Y si
te dijera que puedo darte una nueva vida?—.

—Diría que cuál es el truco—. Porque nunca nada fue gratis.

—La pega es que trabajas para mí—

—¿Haciendo?—

—Trabajos raros—
—Tendrás que hacerlo mejor que eso— Hasta el día de hoy, Carla no sabía por qué se había
quedado allí hablando en lugar de irse.

—Dirijo un grupo para mujeres. De hecho, para madres. Es exclusivo y sólo se entra por
invitación—. 36

—¿Así que eres como otro refugio?—

—No del todo. Piensa en mí más como una opción de rehabilitación—.

—No soy una adicta—.

Marie resopló. —No te haría esta oferta si lo fueras—.

—¿Por qué yo?—

—Porque no mereces vivir con miedo. Porque un gilipollas no debería tener tanto poder. Es
hora de que recuperes tu vida—.

Hablando de miedo... Carla vio a Matías llegar en su coche, el ruido del silenciador despertó
a Nico de su siesta en el cochecito.

—No puedo—. Agarró el manillar y empezó a empujar.

La mujer extendió una mano para detenerla. —Creo que tienes que hacerlo. Porque, seamos
francos, si no haces algo, los dos sabemos lo que pasará. Acabarás volviendo con ese cabrón de
ahí porque te quedarás sin sitios donde esconderte. Pero tú regreso no lo hará feliz. Te golpeará.
Probablemente golpeará a tu hijo. Puede que incluso los mate a los dos—.

—Nunca volveré— espetó Carla.

—Si no lo haces, entonces él te matará. ¿Y entonces dónde estará el pequeño Nico?—

En manos de su padre. Un destino peor que la muerte. —¿Cómo sabes su nombre?—


—Sé todo lo que hay que saber sobre ti, Carlotta López—. El nombre que había tenido antes
de cambiarlo por Carla Baker.

—Me has estado espiando—.


37
—Una amiga me habló de tu situación. Puedo ayudarte—.

Las revoluciones de un motor atrajeron su mirada, y vio a Matías mirándola con desprecio
mientras su amigo al volante se reía.

Un toque en el brazo le devolvió la atención a Marie.

—No te conviertas en otra estadística—.

Le ardía en las entrañas, pero Carla sabía que la mujer tenía razón. Acabaría muerta, y si
Nico no moría con ella, acabaría en un sistema al que no le importaba, y lo más probable era
que el chico siguiera los pasos criminales de su padre.

—¿Qué quieres de mí?—

Resultó que Marie quería una mercenaria. Acogía a mujeres maltratadas por la vida y el
sistema, todas ellas madres, y les daba la oportunidad de recuperar su poder. Para marcar la
diferencia, y ganar dinero haciéndolo.

—Pruébalo— canturreó madre un año después mientras estaban en el campo de tiro situado
en más de cien acres en algún lugar de Canadá. —Dispara el arma. Sólo una vez. A ver qué se
siente—.

Carla se mordió el labio y se encogió por dentro. Odio las armas. Odio las armas. Cerró los
ojos cuando disparó, y chilló cuando el arma en sus manos saltó.

—Ya está. Lo he conseguido—. Dejó el arma sobre la encimera.

Madre sacudió la cabeza, con expresión decepcionada. —No te tomé por una cobarde—.

—No soy una cobarde— fue su réplica caliente.


—Entonces deja de comportarte como tal. Un arma es una herramienta como cualquier
otra—

—No veo por qué necesito saber cómo usar una—.


38
—Por la misma razón que te enseñé combate cuerpo a cuerpo y piratería informática. Te
estoy dando habilidades para la vida—.

Ante eso, Carla dejó escapar un sonido. —No soy idiota. Me estás entrenando para ser un
soldado—.

—¿Y cuál es tu problema con eso?— Madre arqueó una ceja. —¿No quieres ser capaz de
luchar?—.

—No has dicho contra qué voy a luchar—.

—¿Qué tal lo que quieras? ¿Y si te dijera que puedes salvar a otras mujeres como tú, a las
que están atrapadas en malas situaciones?—.

—Matando— dijo Carla, señalando el arma.

—A veces—. La madre no mintió. —Ambas sabemos que algunas personas son demasiado
malvadas para vivir. Pero hay otras formas de acabar con el mal. Tenemos que averiguar cuál
es tu habilidad—.

Porque ciertamente no era el trabajo con cuchillos o la seducción. En cuanto a descifrar


códigos, se aburría. Carla disfrutaba del cuerpo a cuerpo, pero su tamaño a menudo la ponía
en desventaja. Hacer palanca estaba muy bien contra gente más grande y sin habilidades, pero
si la enfrentaba a alguien con el mismo entrenamiento y unos cuantos centímetros y kilos de
más, se acababa todo. Ella tenía los moretones para probarlo.

—Tal vez no estoy hecha para esto—

—¿Quieres dejarlo?— Madre arqueó una ceja. —Pues adelante. No te lo voy a impedir.
Coge a Nico y vete si quieres. No te obligaré a nada—.
—No tengo adónde ir—.

—¿Es esa tu única razón para quedarte? Entonces, ¿qué tal si te tranquilizo? Si quieres
irte, te ayudaré a encontrar un lugar y un trabajo—.
39
Carla frunció los labios. —Nunca dije que quisiera dejarlo. Pero creo que cada vez está más
claro que no tengo aptitudes para lo que buscas—. Desde luego, había suspendido todas las
clases de decoración que le habían dado.

—Aún no he terminado de intentarlo. ¿Y tú?—

Suspiró. —No—. Carla empuñó la pistola, parpadeando ante la visión de las paredes
manchadas de sangre. El recuerdo de Matías apuntándole a la frente con una pistola, la boca
metálica clavándose en su carne, él amenazando con disparar.

La pistola no era lo que ella temía. Era sólo una herramienta.

Carla apretó los dientes y volvió a apuntar. Bang.

El agujero en el torso parpadeó a la luz del día.

—Le he dado—. La sorpresa iluminó sus palabras.

—Otra vez—.

Esta vez sostuvo el arma con más firmeza, apuntó a lo largo del cañón y disparó.

La barbilla se hizo un hoyuelo.

En el siguiente disparo, le dio en la nariz. Luego un ojo de cíclope. Unas cuantas rondas
más, y luego estaba recargando. Disparando de nuevo. Encontró cierta serenidad y equilibrio
al controlar el arma. Satisfacción cuando daba en el blanco.

Resultó que disparar era lo suyo y empezó a perder el miedo. Ganó una confianza de la que
nunca había disfrutado hasta entonces.
Unos meses después, con uno de sus nuevos amigos vigilando a Nico, estaba de vuelta en el
barrio. Con la cabeza bien alta. Ya no era una víctima que se acobardaba ante cualquier ruido.

Llamó a la puerta con valentía y, cuando Matías abrió, ella le apuntó a la frente con la
pistola. 40

Él hizo una mueca. —Si es la puta, volviendo para pedir perdón—.

—¿Esto se parece al perdón?—. Carla agitó la pistola.

—No me dispararás. Eres una blanda—.

—Lo era. Ya no—. Carla negó con la cabeza mientras lo miraba fijamente, con el cuerpo
tatuado por todas partes, los signos de una vida dura ya marcando sus rasgos a pesar de su
corta edad.

—Arrodíllate y ruega, puta. Suplica mi perdón y quizá, sólo quizá, no te mate—.

La amenazó como tantas otras veces. Pero ahora había una diferencia...

Ella no sintió miedo. Ningún impulso de inclinarse. Lo vio como el mezquino e


insignificante imbécil que era. Un hombre que nunca cambiaría. Que seguiría haciendo daño.
El arma se estabilizó en su empuñadura. Su determinación se endureció. —Nunca más, hijo
de puta—.

Sólo hizo falta una bala.

Sólo una.

La gente nunca supo que fue ella. Asumieron un golpe de pandilla. Ella se lo permitió. Estaba
entre la gran multitud en su funeral y se sintió satisfecha por el odio y los escupitajos arrojados
a su ataúd.

Había eliminado el mal del mundo. Y se sentía condenadamente bien.

Y resultó que madre tenía razón. Carla tenía un don para algo. Justicia vigilante.
Cuando la ley no puede actuar, y el mal florece... soy la persona que le pone fin.

O, como Nico la llamó en broma cuando aplastó a una araña hasta matarla: —Eres
una mamá asesina—.
41
Poco sabía él lo cerca que estaba de la verdad.
Capítulo 5

42

El tiempo era perfecto para el primer entrenamiento de Philip como entrenador. La


hierba estaba seca, pero no quebradiza. El sol brillaba, pero la temperatura no
superaba los setenta grados. Una ligera brisa movía el aire lo suficiente como para que
todo resultara refrescante. Ayudaría cuando los niños empezaran a sudar.

Tantos niños. Habían llegado por parejas e individualmente. Algunos entraban en


el campo con su equipo en una bolsa al hombro. A otros los dejaban los padres, y no
todos se quedaban a mirar.

Podía ocuparse de los adultos. Pero, ¿los niños? De distintos tamaños y estaturas,
estaban sentados en el suelo, mirándole para que les guiara. Fue un poco chocante,
porque le hizo recordar cuando jugaba y se sentaba en el césped a escuchar
ávidamente la sabiduría de su entrenador, esperando a que sonara el silbato para
poder jugar.

Un silbato que le colgaba del cuello. Ahora, él era el entrenador. El modelo a seguir.

En otras palabras, más le valía no meter la pata, sobre todo porque iba a ser juzgado,
no necesariamente por los propios niños, sino por los padres que se habían quedado
a mirar. Estaban alrededor del campo de fútbol, sentados en sus sillas plegables,
murmurando entre ellos. Excepto Carla.
Estaba apoyada en el capó de un coche, no tanto observándolo a él como a toda la
zona circundante. ¿Qué buscaba? ¿Temía otro tiroteo? Después de lo ocurrido la
noche anterior, no podía culparla. Él también se mantendría alerta. No quería que
ninguno de los niños resultara herido bajo su vigilancia.
43
No pasó demasiado tiempo hablando. La atención se desviaría si no paraba de
hablar. Se limitó a lo básico: presentación, expectativas, un chiste que hiciera reír a los
chicos y, a continuación, al campo.

En su primer entrenamiento, Philip les sometió a pruebas de resistencia: sprints,


abdominales y flexiones. Esto le daría una buena indicación de quién podría soportar
turnos dobles en el campo y quién se quedaría sin gasolina y se quedaría atrás si el
partido se ponía difícil. Una vez que habían sudado y sus músculos estaban a punto,
les hizo algunos ejercicios de pilón. Pases, tiros a puerta, llevar el balón campo abajo.

Rápidamente se hizo evidente cómo este equipo había llegado tan lejos. En su
mayor parte, los chicos eran decentes, tenían las habilidades básicas, sabían qué hacer
en el campo, y sin embargo no era por eso por lo que estaban jugando en el partido
final. Tenían un jugador estrella. Nico Baker. Un chico que se parecía mucho a su
madre, con su pelo oscuro y su piel bronceada.

A pesar de que Nico tenía talento, no era un divo al respecto. No refunfuñaba


cuando tenía que hacer turnos. No gritaba si alguien fallaba un pase. Parecía un
auténtico jugador de equipo.

En cuanto a su madre, no exigía un trato de estrella para su hijo. Philip no recibió


ni un solo correo electrónico o llamada telefónica de ella explicando cómo su precioso
ángel necesitaba una consideración especial.

No tuvo que pedírselo. Nico se lo ganó por sí mismo con su atletismo.


Sin embargo, si Philip fuera sincero, el inmenso talento del hijo de Carla no fue la
única razón por la que se acercó a ella una vez que terminó el entrenamiento. Pero le
dio la oportunidad que necesitaba. —¿Puedo hablar contigo un minuto?—

Ella se giró hacia él, apartando la mirada de la calle, y él quedó impresionado de 44


nuevo por su belleza. Una belleza natural que no requería artificios. Incluso vestida
con unos vaqueros desteñidos y una sudadera, se mantenía serena, pero al mismo
tiempo parecía irritable.

A diferencia de otras madres, no se anduvo con rodeos ni coqueteó. Se atrevió a


decir: —¿Qué pasa? Tengo ganas de llevar a Nico a casa para quitarle el hedor de
encima—

—Yo no apesto— gritó su hijo mientras se acercaba a ellos, con un helado gigante
en la mano. Al parecer, en cada entrenamiento y partido, un padre designado traía
golosinas para después.

—Sí que hueles— replicó ella.

—Es masculino— exclamó Nico mientras metía su equipo en el maletero del coche
de alquiler.

Carla negó con la cabeza. —El sudor no es masculino—.

—Depende del tipo de sudor—. En el momento en que el comentario se escapó de


los labios de Philip, se arrepintió, ya que un escudo descendió sobre el rostro de ella,
tapando su expresión.

—¿En qué puedo ayudarle, Sr. Moore?— Ouch. Reducido a señor. Demasiado para
ponerse en un pie más amistoso.

—Quería preguntarle si ha pensado en que Nico juegue a un nivel superior—.

—¿Hablas de la selección nacional? Es demasiado joven—.


—En realidad, me refería a la Academia Yaguara. Es una escuela para chicos que
juegan al fútbol—.

—Sé lo que es—


45
—¿Y? Él realmente debería probar—

—Eso es sólo por invitación—

—Puedo conseguirle esa invitación—.

Se cruzó de brazos y frunció los labios. —Eso sería cruel, ya que no podemos
permitírnoslo—.

—Hay maneras de mitigar el costo—. Que podría ascender a miles de dólares.

—¿Pedir caridad?— Su labio se curvó. —No, gracias. Está bien donde está—.

—Está desperdiciando su talento. Debería estar jugando con niños que están más
cerca de su nivel de habilidad—.

—Ponerlo en un ambiente más competitivo significa más estrés. Es sólo un niño—.

—Un chico que podría tener un futuro profesional—.

Por un momento, su rostro se iluminó, el orgullo de ser madre de un prodigio brilló


antes de apagarse. —Preferiría que se concentrara en la escuela—.

—¿Quién dice que no puede hacer ambas cosas? Los mejores atletas son los más
inteligentes y educados. Y la academia se ocupa de que la mente de los chicos se
ejercite junto con su cuerpo—.

—Su anterior entrenador nunca dijo que Nico debía jugar en un nivel más alto—.
Una refutación obstinada.
—Su anterior entrenador probablemente sabía que, si perdía a Nico, su equipo se
clasificaría cerca del último puesto. Apuesto a que su hijo es la única razón por la que
este equipo ha estado ganando—.

—Nico es un jugador de equipo—. 46

—Nunca dije que no lo fuera, sólo que debería jugar en un equipo más acorde con
sus habilidades. Piensa en ello. Puedo hacer que lo miren. Y, en cuanto al coste, hay
programas de becas disponibles—.

—¿Crees que calificaría?—

—El chico es bueno. La academia tendría suerte de tenerlo—.

Se mordió el labio inferior de una manera que hacía que un hombre quisiera
morderla.

—Tal vez—

Qué era lo mejor que iba a conseguir de ella.

La vio entrar en el coche de alquiler con su hijo y conducir por la carretera antes de
sacar su teléfono y marcar. Cuando respondieron a la llamada, Philip dijo: —No ha
mordido—

Hubo una pausa. —¿Es por dinero?—

—En parte, lo que tiene que ver más con su orgullo. No acepta caridad. Pero el chico
tiene talento—.

—Te dije que lo tenía. Está perdiendo el tiempo. Ambos lo están— respondió su
jefe.

—Quizá deberías intentar contactar con ella y hablar con ella directamente—.

—La conoces, ¿verdad?— fue la irónica respuesta.


—Me viene a la cabeza la palabra testaruda—.

—Esfuércese más. Quiero a ese chico aquí, en mi academia, jugando en un equipo


de verdad—.
47
—No sé si querrá mudarse—.

—Entonces busca la manera de convencerla—.

Philip colgó y se frotó la mandíbula. Eso podría ser más difícil de lo esperado.
Capítulo 6

48

Las palabras del entrenador daban vueltas en la cabeza de Carla mientras


abandonaba el campo de fútbol. Nico podría estar jugando para la Academia
Yaguara. En las grandes ligas. A su edad no es precisamente ganar dinero, pero Moore
tenía razón cuando decía que era un trampolín para cosas mayores. Como una beca
en un buen colegio o universidad, incluso una carrera. Puede que el fútbol no pague
mucho en Estados Unidos, pero en Europa, su hijo podría ser una estrella.

Una estrella que, si era aceptada en la academia, no estaría durmiendo en el pasillo.


Ni le sonreiría por las mañanas. La academia estaba a más de ocho horas en coche, lo
que significa que tendría que mudarse. Perdería a su hijo.

Ella entendía que Nico eventualmente se mudaría. Los niños no están hechos para
vivir siempre con sus madres. Pero la idea de perderlo a los doce años era ridícula.

Lo que significaba que, si seguían con esto, tendrían que mudarse.

La mudanza no la asustaba. No tenía apego a su casa ni a sus cosas. Guardaba los


objetos más preciados en una caja. Fotos en su mayoría, y el rosario de su madre. No
es que creyera en la religión. Dios no la había escuchado cuando Matías asesinó a su
familia.
No me voy a mudar. Moore probablemente estaba diciendo que podría conseguirle a
Nico una invitación para probar. El hombre obviamente no entendió que Carla no
estaba interesada y pensó que podría engatusarla. No funcionaría.

Aun así, había conseguido ponerla nerviosa, lo suficiente como para que no se diera 49
cuenta de que un todoterreno la seguía desde hacía unos kilómetros. Pero se hizo
bastante obvio cuando se saltó un semáforo en rojo, haciendo que la gente tocara el
claxon.

Echó un vistazo por el retrovisor y vio que iba unos cuantos coches por detrás. No
la seguía. No hacía nada inapropiado. Podría ser una coincidencia. La gente era
impaciente y se saltaba los semáforos en rojo todo el tiempo.

El entrenamiento le había enseñado a no fiarse nunca de las coincidencias. Sin hacer


ninguna señal, giró bruscamente a la derecha y su hijo chilló.

—Maldita sea, Mami, ¿te estás convirtiendo en una conductora de acrobacias?—.

—No uses ese lenguaje— le reprendió distraídamente, volviendo a mirar por el


retrovisor.

El todoterreno le siguió.

—Maldita sea no es una mala palabra. La usan en la radio y la televisión todo el


tiempo—

—También es una mala palabra—.

—¿Y maldito?—

—Más o menos lo mismo—.

Giró de nuevo. Izquierda. A la derecha. Su hijo pensó que era un juego y se agarró
a la barra por encima de la cabeza, haciendo —yahoo— antes de continuar con su
argumento. —Lo usas y la palabra con f todo el tiempo—.
—Soy un adulto—. Con una boca sucia. Eso no se podía negar, pero eso no
significaba que dejara que su hijo usara el mismo lenguaje.

—Eso no es justo.—
50
—Así es la vida, mijito—

Cuando entró en el aparcamiento del supermercado, esperaba que el todoterreno


se detuviera detrás de ella. Disminuyó la velocidad y ella se quedó mirando los
cristales tintados hasta que pasó.

—Creía que tenía que ducharme— se quejó Nico, mirando a la tienda. —Odio ir de
compras—.

—Necesitamos leche—. Y ver si volvía el todoterreno.

Media hora más tarde, con unas cuantas bolsas de la compra y un preadolescente
refunfuñón apaciguado con la compra de unos bocadillos, echó un ojo al
aparcamiento y luego a los vehículos que venían detrás mientras conducía de vuelta
a casa.

No parecía haber nadie sospechoso aparcado en su calle. Se había dado cuenta


porque llevaba un diario de los coches que frecuentaban la zona. Igual que sabía a
qué hora trabajaban sus vecinos.

Su paranoia no había hecho más que crecer con los años, a medida que aumentaban
sus trabajos. Llevaba tiempo viviendo aquí. Demasiado tiempo, dirían algunos. Le
preocupaba que descubrieran su tapadera. Una mujer en su línea de trabajo tenía
enemigos. Ninguno que debiera conocer su verdadero rostro. Sin embargo, eso
suponía que no había cometido ningún error en sus trabajos.

¿He sido comprometida?


Una vez que Nico se hubo acostado, se dirigió a su pequeño despacho, con su
portátil de aspecto normal sobre un escritorio de MDF comprado en Walmart y
montado con muchas palabrotas. La cinta adhesiva cubría un punto en el que la
madera prensada había saltado porque había apretado demasiado un tornillo. Corrió
51
la persiana de la ventana antes de dejarse caer en la silla de madera de la cocina.

Abrió la tapa del portátil e ignoró la casilla de inicio de sesión. Conectó un USB con
una calavera rosa, pulsó una serie de teclas y esperó a que apareciera el icono de KM.
KM eran las siglas de Killer Moms3, la agencia para la que trabajaba como mercenaria.

Al hacer clic en el icono, apareció otro cuadro de inicio de sesión y ella introdujo
sus credenciales, cuyo nombre de usuario era Soccer Mom (madre futbolista). Todos
los agentes tenían alias. Frenemy Mom4 era Audrey. Cougar5 era Meredith. Luego
estaban Hockey Mom y Tiger6. Incluso había una MILF Mom7, que Lolita llevaba con
orgullo. Al fin y al cabo, ella lo había elegido, dado que su especialidad era la
seducción.

Todas las madres tenían su propio nombre en clave, especialidad y tapadera.


Ninguna de las agentes activas vivía en la misma ciudad, pero si se necesitaba ayuda,
todas estaban dispuestas a dejarlo todo y volar al rescate.

Carla no creía necesitar ayuda, todavía no. Sin embargo, tenía preguntas. Cosas que
no podía preguntar a la gente normal.

El USB no sólo le daba acceso a la red de KM, sino que encriptaba toda su actividad,
de modo que si alguien miraba, vería a Carla navegando por algunos sitios web de

3
Madres Asesinas traducido al español
4
Mamá enemiga
5
Puma
6
Madre de Hockey y Madre Tigresa
7
El acrónimo MILF, del inglés Mother/Mom/Mama I'd Like to Fuck, hace referencia a una mujer atractiva y
considerada deseable sexualmente que, por su edad, podría ser la madre de la persona que emplea el término.
compras y consultando hilos en un foro de mamás. Todo una farsa porque, de hecho,
estaba navegando por su buzón seguro. Seguía vacío. Ningún trabajo nuevo.

La falta de trabajo no fue el motivo por el que llamó a su madre, una llamada sin
vídeo, sólo de voz. 52

La respuesta tardó sólo un minuto.

—Hola, mi querida hija. ¿Cómo está mi nieto?—

—Nico está genial. El entrenador cree que tiene talento suficiente para jugar con los
grandes. También sacó sobresaliente en álgebra—.

Código para —Es seguro hablar—. Si no lo fuera, habría dicho: —Suspendió un


examen de español—.

—¿Una A? Tendré que enviarle algunas de mis galletas especiales—. La respuesta


adecuada que significaba que mamá también podía hablar libremente y Carla podía
dejar de actuar. Se metió de lleno en el problema. —Creo que mi tapadera puede estar
comprometida—.

—¿Qué pasó?—

Carla le habló del tiroteo y del todoterreno que parecía seguirla.

Madre se tomó un momento antes de preguntar: —¿Podría ser una coincidencia?—

—Puede ser—.

—¿Qué te dice tu instinto?—. Mamá no acusó a Carla de paranoia. En su negocio,


nunca se es demasiado paranoico.

—Mi instinto me dice que use una pieza—. Y dispare a la siguiente persona que la
mire raro.

Mi madre se burló. —Si alguien lo ve...—


—Harán preguntas. Lo sé— refunfuñó Carla. —Pero no me gusta. Tenía a Nico
conmigo en el coche cuando me siguieron hoy—.

—¿Y fueron tan descarados como para que los vieran? Parece un poco descuidado,
si me preguntas—. 53

—Estoy de acuerdo. No suena a profesionales—. Porque los profesionales habrían


preparado un rifle de alta potencia con mira telescópica y la habrían eliminado desde
lejos.

—¿Podría ser que llamaste la atención de alguien con tu trabajo real?—

—¿Alguien con una queja por no tener seguro? Es posible—. La gente podía
enfadarse mucho cuando no les dabas dinero.

—¿Quieres que te reubique?— Madre lo haría si Carla se lo pedía. Nunca se


arriesgaba con sus agentes. KM podía ser una agencia de asesinos, espías y
mercenarios, pero también era una familia muy unida.

—Todavía no—

—Entonces, ¿qué necesitas?—

La seguridad de que su hijo estaba a salvo. —No lo sé. Si esto es al azar, entonces
las cosas se detendrán por sí solas—. Si no lo fuera, Carla los cazaría y les dispararía
en el trasero.

—No me gustan los sí. Te quiero a ti y a Nico a salvo—. Porque a pesar de que Nico
no era pariente, mamá lo conocía desde que era un bebé, y no dejaría que nadie le
hiciera daño. —Te diré algo. Déjame hablar con mis contactos ahí fuera. A ver si
puedo averiguar si está pasando algo—.
—Supongo que podría ser una táctica para asustar—. Algo tonto, porque si Carla
los atrapaba, morirían. No había segundas oportunidades cuando se trataba de su
hijo. Ella no lo tendría amenazado.

—Si estas son tácticas de intimidación, entonces pronto recibirás una advertencia— 54

Después de eso, la charla fue a los negocios con la madre refunfuñando: —


Últimamente, todo lo que hemos conseguido es una tonelada de trabajo de diseño de
interiores. Nada más—.

Killer Moms era la parte oculta del negocio. Públicamente, KM (que tenía oficinas
en todo el mundo) ofrecía servicios de diseño de interiores para la élite. Los ricos, sin
saberlo, dejaban entrar en sus casas a espías entrenadas, lo que a su vez aumentaba la
red de conocimientos de KM.

Carla era una de las pocas que no trabajaba directamente para la agencia KM.
Probablemente porque su sentido del estilo implicaba el uso de pintura blanca,
paredes sin detalles de color y muebles básicos.

Como carecía de talento artístico, había acabado trabajando en seguros, lo que le


venía mucho mejor. Pero el hecho de no participar directamente no significaba que
Carla quedara excluida de la agencia clandestina que sólo contrataba a mujeres, a
madres, para ser más exactos. KM creía en ofrecer formación y empleo sólo a quienes
no tenían adónde ir, a quienes sus vidas corrían peligro, normalmente por malas
decisiones sentimentales, y a quienes harían cualquier cosa (incluso matar) para
mantenerse a salvo a sí mismas y a sus hijos.

¿Qué hacía KM con las que reclutaba? Casi todo lo que querían. Les ofrecían
educación, lo que, para quienes apenas habían obtenido un diploma de secundaria
como Carla, significaba opciones en el mundo real. Enseñaban habilidades para la
vida. Gestión del dinero.
Cómo defenderse de un atacante. Cargar y descargar armas en la oscuridad. Filtrar
información de redes seguras. Cómo hacer un pastel desde cero.

Si una aprendiz superaba todos los cursos (y no todas lo hacían, algunas eran
retiradas antes incluso de entrar en acción), se convertía en una agente de élite. Una 55
espía. Una mercenaria a sueldo. Y, en el caso de Carla, una asesina.

Lo cual era irónico, dado lo débil y temerosa que solía ser.

La nueva Carla nunca habría caído en las redes de Matías y sus violentas patrañas.
Sin embargo, no se arrepentía de haber sido la antigua Carla, porque eso le había dado
a Nico.

En su mayoría, las agentes de KM eran durmientes. Vivían vidas normales y


mundanas. Pero al menos una vez al año, sin previo aviso, Madre llamaba y ofrecía
un trabajo. Cualquiera podía decir que no. Madre nunca forzaba a las madres que
acogía. Sin embargo, negarse a actuar te echaba de KM. Lo cual, para algunas, estaba
bien.

Muchas se instalaron en sus nuevas vidas con facilidad y se sintieron cómodas.


Felices. No todas querían arriesgar su vida en una misión. Incluso si el dinero era muy
bueno.

Carla era una de las madres que prosperaban en el peligro. Que ahorraba el dinero,
asegurando su futuro.

Y no iba a dejar que un imbécil se lo arruinara.

A la mañana siguiente, su hijo no quedó muy impresionado cuando ella insistió en


llevarlo ella misma al colegio.

—¿Por qué no puedo ir en bici?— se quejó desde el asiento delantero. —Sólo a los
bebés los llevan sus mamás—.
—Se supone que va a llover más tarde. Puede que incluso truene—. Mentira. Ni
siquiera había echado un vistazo a la previsión.

—No me voy a derretir.— Su labio inferior sobresalía en un poderoso enfado.


56
—Deja de quejarte y estate delante después de clase. Te recogeré y saldremos a
cenar—.

—¿Por qué?— preguntó con suspicacia en la mirada. Con razón. Salir a cenar era
para ocasiones especiales.

Ella soltó otra mentirijilla. —Han ascendido a mamá y deberíamos celebrarlo—.

Eso le hizo sonreír y prometerle que se reuniría con ella a las cuatro.

Sólo que ella llegó tarde. No mucho. Cinco minutos porque en el taller de
reparación de su monovólumen habían intentado cobrarle de más y ella había
acabado discutiendo con ellos.

Pero esos cinco minutos casi le cuestan la vida. Mientras subía la calle hacia el
colegio de Nico, lo vio en la acera, parado a pocos metros de un todoterreno.
Posiblemente el mismo que la había seguido antes. La puerta del copiloto se abrió y
apareció una pierna.

Como no podía empezar a disparar en una zona escolar, hizo lo único que podía
llamar la atención. Carla golpeó el claxon con la mano y el fuerte pitido atrajo la
mirada de Nico. El tipo del todoterreno salió, con su chaqueta de cuero y su pañuelo
como mala señal. Ella deslizó la mano entre el asiento y la consola central en busca de
la pistola que guardaba allí mientras el tipo se acercaba a Nico. Salió de la furgoneta
con la pistola escondida, lista para disparar a pesar de los padres curiosos que se
arremolinaban alrededor. El matón perdió su oportunidad cuando su hijo corrió hacia
ella. Rápidamente guardó el arma en su sitio y cogió el teléfono.
Mientras Nico subía al asiento del copiloto de la furgoneta, ella tomó una imagen
de la matrícula del vehículo. Ya la buscaría más tarde.

Primero... —¿Qué hacías hablando con desconocidos?— amonestó a su hijo.


57
—No lo hice a propósito. Se pararon y me preguntaron dónde estaba la gasolinera
más cercana—.

—Deberías haber entrado en el colegio. ¿Qué te he dicho de mantenerte a salvo?—

—No subí a la camioneta. Caray, Mami—. Soltó una carcajada de irritación


adolescente. —No soy estúpido. Me quedé lejos—.

No lo suficiente. Si alguien la seguía y se metía con ella, podía soportarlo. Pero


tenían que mantenerse alejados de su hijo. Con esto hizo tres incidentes.

Tres.

Amenazando a su bebé.

Como la mierda.

Una vez que Nico se fue a la cama, una vez más se conectó a KM y puso una llamada
a la Madre.

Ella le dijo a su controlador de su último incidente extraño.

—No me gusta— reflexionó Madre en voz alta. —Demasiadas coincidencias para


mi gusto. Haré que te trasladen esta noche—.

Era tentador.

Sin embargo, al mismo tiempo, Carla no quería arrancar a Nico de su vida. Él no lo


entendería, y ella no podía hacerle comprender sin divulgar cosas para las que un
chico joven no estaba preparado.
—Podría ser que estoy exagerando.— No lo estaba. Tampoco le gustaba la idea de
que un imbécil la echara de la ciudad.

—¿Y si no lo estás?—
58
Carla suspiró. —No sé qué hacer. Por un lado, si esto es sólo una semana de mierda,
entonces estoy alejando a Nico para nada. La única forma de estar segura es vigilarlo
las veinticuatro horas del día, lo cual no es factible. Se preguntará por qué no va al
colegio y yo me quedo en casa sin trabajar—.

—Encerrarte en tu casa no es una solución. Creo que deberías irte unos días—.

—¿Cómo ayuda eso?—

—Te saca de la vista—

—¿Y si nos siguen?—

—Si siguen, entonces tendremos que tomar medidas más drásticas—. En otras
palabras, poner una bala en la cabeza de alguien.

—¿Y si no lo hacen?—

—Entonces disfruta durante unos días. Y cuando vuelvas, si continúa, actuamos—

—¿De verdad tengo que huir?— La idea iba en contra de su instinto, que quería que
disparara a algo. —Hasta ahora, sólo los he visto en relación con la escuela—. La
primera noche en el campo de fútbol, luego siguiéndola desde él, y ahora, tratando
de robar a Nico de la acera de enfrente.

—Lo que significa, que podría ser sólo un crimen basado en la ubicación. Te vieron
a ti, o a Nico, y decidieron actuar. La pregunta sigue siendo: ¿Por qué?—

—Porque son gilipollas— fue la respuesta sabelotodo de Carla.


—Gilipollas o no, tenemos que estar preparados. El próximo ataque podría golpear
más cerca de casa—.

—Aún no han aparecido por mi calle—.


59
—Si te han estado rastreando por tu presencia en la escuela, podría ser que no sepan
dónde vives. Sin embargo, es sólo cuestión de tiempo que lo averigüen. Alguien
hablará si se le pregunta—.

—Lo que significa, que podrían golpear mi casa a continuación—

—Puede que lo hagan, pero tú no estarás allí— dijo madre. —Tendré a alguien
vigilando tu casa, la oficina y la escuela de Nico mientras no estés. A ver si alguien te
acecha—.

Probablemente la tía Judy, que no estaría mal entrando y saliendo de casa de Carla
para regar las plantas y traer el correo.

—Irse por unos días significa que Nico tendrá que faltar a la escuela. ¿Cómo se lo
explicaré?—

—No tienes por qué hacerlo. Eres su madre—.

Cierto. Pero Carla trabajó duro para mantener su cubierta de madre ordinaria. Una
que estaba quebrada. Las madres solteras no se iban de vacaciones de la nada. A
menos que... —Creo que sé adónde puedo ir por unos días—.

Colgó con su madre, se quitó el inhibidor de señal y, por si alguien la veía, fingió
navegar un rato por Internet. Buscó la Academia Yaguara. Visitó su página web. Miró
fotos. Luego hizo algunas búsquedas en Internet sobre Pasadena, la ciudad en la que
tenía su sede. Una vez que se hubo informado bien, marcó su número.

Cuando Moore descolgó y pronunció un profundo —Hola— se le revolvió la


barriga y sonó un poco jadeante al decir: —He estado pensando en lo que me dijiste—
—¿Y?—

—Consíguele esa invitación para ver la academia—.

—¿Cuándo?
60
—Cuanto antes, mejor. Antes de que cambie de opinión—.

—Nuestro próximo entrenamiento de fútbol se ha cancelado porque la ciudad ha


puesto pesticida en el campo. Entonces, ¿Qué tal mañana?—

Incluso antes de lo esperado, lo cual era perfecto. —Nos vemos en mi casa, y yo te


sigo.— Fijaron una hora y ella colgó.

Carla respiró hondo. Veamos si los problemas me siguen fuera de la ciudad.

Y si lo hacían... entonces la pistola que pensaba llevar le sería útil.


Capítulo 7

61

Al llegar a casa de Carla, Philip la encontró fuera maldiciendo como una loca. Se
trataba de una mezcla de palabrotas en inglés y algunas en español. Caminando de
un lado a otro junto a su monovólumen, era la personificación de una latina enfadada,
pero con razón.

Su furgoneta, recién arreglada, tenía cuatro ruedas pinchadas.

Cuando Philip salió de su coche, ella se revolvió y descargó parte de su rabia contra
él. Menos mal que él tenía los hombros lo suficientemente anchos como para
soportarlo.

—¡Mira lo que le ha hecho un hijo de puta a mi furgoneta! ¿Qué coño le pasa a la


gente?—

—¿No los abrazaron lo suficiente cuando eran niños?— Philip se ofreció, lo que le
valió una mirada fulminante.

—Ni siquiera les oí hacerlo— siseó, pareciendo muy ofendida. —Y con el diluvio
que tuvimos durante la noche, mi cámara no captó una mierda—.

—Incluso si reconocieras a los tipos que hicieron esto, ¿Qué podrías hacer? Cortar
llantas es un delito menor. La policía ni siquiera se molestará en ficharlos—.
—¿Molestarse?— Su ceño se arqueó y su sonrisa se volvió malvada. —Te diré lo
que yo haría. Cazaría a esas pequeñas zorras y las lastimaría hasta que lloraran por
sus mamás, eso es lo que haría—. Carla se revolvió el pelo y terminó con un chillido.

Probablemente Philip tuviera algo muy grave, porque en lugar de horrorizarse por 62
sus palabras, se sintió extrañamente excitado por su valentía.

Hizo un gesto con la mano hacia su maltratada furgoneta. —Supongo que esto
significa que quieres cancelar el viaje—.

—Y una mierda— gruñó ella. —Nico todavía va a hacer este viaje, pero podría
tardar unas horas. Llamé a un tipo que repara neumáticos en el lugar. Lo que costará
un ojo de la cara. Maldito gilipollas—. Levantó las manos y pataleó.

—O podrías venir conmigo—. La sugerencia tenía sentido, así que ¿Por qué lo
miraba tan sorprendida?

—¿Ir contigo? No creo que sea buena idea—.

—¿Por qué no? Usando un solo vehículo ahorraremos gasolina—. Apeló a su lado
razonable.

—Ya estoy imponiendo bastante aceptando tu oferta—.

—No es imponente ya que vamos al mismo sitio—.

—Prefiero esperar a mi furgoneta—. Ella negó obstinadamente con la cabeza.

Nico, que había estado sentado tranquilamente en el escalón todo este tiempo vino
al rescate de Philip. —Deberíamos ir con el entrenador, Mami. Estás demasiado
enfadada para conducir—.

—No lo estoy— resopló ella.


Nico arqueó una ceja. —Usaste la palabra con —m— veintitrés veces desde que
saliste—.

—Vale, puede que esté un poco enfadada. Pero tengo motivos para estar
cabreada—. 63

—Los tienes— convino Philip. —Sin embargo, estás dejando que los pequeños
imbéciles ganen—.

—Ganaron cuando destruyeron mis ahorros con este truco—. Hizo un gesto con la
mano hacia la goma plana.

—¿No lo cubrirá tu seguro?—.

Me fulminó con la mirada. —Sólo un idiota hace una reclamación inútil—.

Parpadeó. —¿Cómo que es inútil? Esto es vandalismo, que cubre el seguro—.

—Lo cubre, pero si lo reclamo, pagaré tres o cuatro veces el coste en primas más
altas durante los próximos años. Y, antes de que discutas, lo sé de buena tinta. Trabajo
para ellos—.

—Ah. ¿No te hacen descuento?—.

—No—. Frunció los labios y miró un poco más a su furgoneta. Suavizó la mirada
cuando miró a su hijo y finalmente suspiró. —De acuerdo. Iré contigo, pero sólo si
nos turnamos al volante—.

Ella se marchó, y él contuvo una carcajada cuando su hijo le dijo: —No se lo


permitas, entrenador—. Entonces el chico abrió mucho los ojos y susurró: —Da miedo
al volante—.

—¡Eso lo he oído!— gritó ella. A lo que Nico se rio.


El chico tenía una buena actitud, que obviamente había aprendido de su madre. O
eso suponía Philip. Él aún no había visto más que el lado irritable de ella. Por otra
parte, hasta ahora la había visto sobre todo bajo coacción. Le hizo preguntarse cómo
era realmente cuando se relajaba y no le disparaban o la victimizaban.
64
Ella salió de la casa con una maleta y un bolso grande.

—¿Puedo cogerlo por ti?— le ofreció él amablemente. No esperaba que ella dijera
que sí, así que le pilló desprevenido que le lanzara la maleta.

Sus brazos se hundieron por el peso. —¿Qué has metido en la maleta? ¿El fregadero
de la cocina?

—La colección de armas— dijo ella con expresión plana.

Él se rio mientras metía la maleta en el maletero de su coche.

—Cuidado— dijo ella. —Podrían explotar las granadas de mano—. Se volvió hacia
Nico. —Mete tus cosas en el maletero, por favor—. El chico cogió dos mochilas: una
con su equipo de fútbol y la otra, supuso Philip, llena de ropa. Nico empacó más ligero
que su mamá.

—¿Estamos listos?— preguntó Philip.

—Casi— refunfuñó Carla. —Déjame coger mi portátil y cerrar—.

Momentos después, estaban en la carretera, y no se dijeron mucho mientras ella


tecleaba en su teléfono.

Fue Nico quien rompió el silencio. —Mami dice que voy a probar para el equipo de
la Academia Yaguara—.

—Así es—
—Yupi—. Nico sonrió desde su lugar entre los dos asientos delanteros. —He estado
siguiendo a su mejor jugador, Kole. Se acaba de graduar y lo han fichado para
España—.

—También ha negociado un buen contrato— añade Philip. 65

—De mayor quiero ser una estrella del fútbol—.

—Ya lo eres, mijito— replicó Carla, apartando por fin la vista de su teléfono.

—Soy bueno, pero no tanto como Kole. Todavía— añadió Nico.

—¿Cómo conseguiste una prueba para Nico tan rápido?— preguntó ella.

—Resulta que conozco al dueño de la academia—. Subestimado, pero revelar más


podría verla exigiendo que detuviera el coche. Él no se lo pensaría.

—¿Conoces al Sr. Oliveira?— El asombro de Nico era evidente.

—Lo conozco—.

Carla se inclinó para mirar a su hijo. —¿Cómo sabes su nombre?

—Porque todo el mundo conoce la academia—. Dijo en un tono de voz duh. —Leí
todo sobre él. Tenía un hijo que era como un súper jugador de fútbol hasta que
murió—.

—Qué triste— dijo Carla de memoria.

Philip retomó la lección de historia. —Después de la muerte de Santos, el señor


Oliveira creó una fundación en memoria de su hijo. La Academia Yaguara y otras
escuelas de todo el mundo son el resultado—.

—Hace estrellas del fútbol— exclamó Nico.


—No sólo estrellas— intervino Philip. —Da a los chavales la oportunidad de
desarrollar todo su potencial. Para algunos, acaba significando un contrato en las
grandes ligas. Para otros, una buena educación que les dé un buen comienzo en la
vida—.
66
—Haces que suene como un filántropo— dijo Carla con el labio curvado.

—Porque lo es—.

Carla resopló. —Más bien las exenciones fiscales le merecen la pena—.

—Piensa lo que quieras. Probablemente acabarás conociéndole y entonces podrás


verlo por ti misma—.

Y tal vez Philip descubriera por qué Oliveira lo había contratado para convencer a
Carla de que trajera a su hijo de visita. Sólo esperaba que Carla nunca se enterase de
su motivo oculto para entrenar al equipo de su hijo. No parecía del tipo que perdona.

Pararon a comer en la carretera y Carla insistió en sentarse en la ventanilla. Pasó


más tiempo mirando por el sucio cristal que daba al concurrido aparcamiento que
charlando. Philip y Nico se las arreglaron para mantener la conversación fluida, pero
cuando el chico salió para ir al baño, Philip pinchó a Carla.

—¿Te pasa algo? Sigues mirando por esa ventana como si esperaras que apareciera
alguien—.

Ella dirigió una mirada oscura a Philip. —No espero a nadie. Sólo gente mirando—

—Más bien parece que estés tramando un asesinato—.

Al oírlo, sus labios se torcieron. —¿Y si lo estoy?—

—Parece un poco público para ello—

—Por eso los atraes a un lugar fuera de la vista—


—¿Atraerlos cómo? ¿Tienes galletas escondidas en tu bolso gigante?—

—No hay golosinas. Supongo que tendré que confiar en mis encantos femeninos—

Al oír eso, resopló. —¿Qué encanto?— Se dio cuenta de lo que había dicho
67
demasiado tarde, pero ella no se ofendió.

—Puedo ser simpática cuando quiero—.

—¿Y con qué frecuencia ocurre eso?— se burló Philip.

Carla soltó una pequeña carcajada. —No mucho, lo reconozco. La mayoría de la


gente me decepciona—.

—¿Y entonces planeas su asesinato?—

—Si el precio es justo—. Ella respondió a su réplica con ingenio.

—Esas personas que asesinas, ¿Qué han hecho para merecerlo?—.

Carla se recostó en su asiento y se cruzó de brazos. —¿Importa si son culpables de


un crimen?—.

—Creo que matar siempre debe tener un propósito—. Tener un significado más
profundo ayudaba con la culpa.

—No siempre. Yo mato arañas en casa porque no permitiré que ninguna viva—.

—Deberías matar a las arañas de tu casa. Es la única forma de evitar que se te metan
en la boca cuando duermes—.

Ella tosió y tuvo arcadas. —Qué asco. No. Ew—. Cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—No acabas de decir eso—.

—Es un hecho probado—.

—¿Conoces algún otro hecho?— preguntó, su expresión brillando con humor.


—Sé que estás nerviosa por lo que le ha pasado a tu furgoneta—.

—Empiezo a pensar que está maldita— refunfuñó. —Primero las ventanillas, ahora
los neumáticos—.
68
—Por la forma en que Fergus habló... ¿No es común el vandalismo?—

—No diría que no ocurre, pero normalmente no tan cerca—.

—¿Podría alguien tenerte en el punto de mira?— preguntó con displicencia.

—Sí. No. Tal vez—. Ella se encogió de hombros. —¿Necesita la gente realmente una
razón para cometer un crimen hoy en día?—.

—Podría ser alguien cabreado contigo. Un cliente. Alguien a quien cortaste el paso
en el tráfico. Una persona a la que hayas excluido de tu vida—.

Resopló. —No es un ex novio si eso es lo que estás insinuando. Ya te lo he dicho,


no salgo con nadie—.

—¿En absoluto?—

—¿Hay alguna razón por la que estás preguntando?—

Sí, porque estaba muy fascinado con ella.

—Tú...— Las palabras que podría haber soltado tontamente se quedaron sin
pronunciar cuando Nico volvió, con los ojos muy abiertos mientras afirmaba: —
Tienen un urinario que mide como seis metros de largo para mear—.

—Más te vale haberte lavado las manos— le amonestó Carla.

—Ya lo hice—.

—¿Tengo que matar a alguien por molestarte?— preguntó.

—No, Mami—. Dijo con el desdén que sólo una preadolescente podía mostrar.
—Deberíamos irnos. Todavía nos quedan unas cuantas horas de viaje— comentó
Carla.

Mientras pagaban su comida (con Carla insistiendo en cubrir sus porciones y las de
Nico) Philip se encontró pensando en su conversación. Era otro lado de Carla que 69
había visto brevemente.

Había una mujer con humor dentro de su dura coraza. El sarcasmo podría ser
demasiado para algunos, pero a él le parecía un cambio refrescante respecto a las
mujeres que había conocido que fingían fragilidad. No era para nada su tipo. Quería
una igual. Una compañera.

Una amante...

A pesar de que Carla decía que no le interesaban las citas, Philip no podía dejar de
pensar en ella. Deseándola, y preguntándose cómo sabría.

Sin embargo, dudaba que algo saliera de su deseo. Sobre todo cuando leyó el
siguiente mensaje de su jefe.

Nada de hoteles. Tráemelos.

Philip intentó discutir. Dudo que acepte.

¿La respuesta? Haz que suceda.


Capítulo 8

70

—Joder—. Para cuando dieron las siete, Carla estaba malhumorada por tantas horas
en el coche. Un mal humor que no mejoró cuando descubrieron que ni un solo hotel
o motel tenía habitaciones en alquiler.

Ni una.

Una conferencia que atraía a decenas de miles de personas había llegado a la


ciudad.

Philip ya se había disculpado una docena de veces. —Lo siento. No sabía que se
celebraba esta semana—.

Qué mala suerte. —Supongo que tendremos que conducir hasta la siguiente ciudad
para encontrar un lugar.—

—Es tarde—

—¿Y? No podemos dormir exactamente en el coche— espetó ella, mostrando su


irritación aunque estaba más molesta consigo misma. Debería haber reservado una
habitación con antelación. Nunca debería haber venido.

—Tengo una idea mejor— dijo Philip. —Podemos quedarnos en...—


Ella lo detuvo antes de que pudiera decirlo. —No voy a quedarme en casa de un
extraño—.

—En primer lugar, no hay sofá. Tendrías una cama. Y el Sr. Oliveira no es del todo
un extraño—. 71

Ella echó la cabeza hacia atrás y gimió. —¿Quieres pedirle un favor al dueño de la
academia? ¿Cómo va a ser eso algo bueno?—.

—Porque se cabrearía si no te lo ofreciera. El tipo está forrado con una casa lo


bastante grande para que duerman una docena de personas y no se estorben unas a
otras. No es gran cosa. Hospeda gente todo el tiempo—.

—Te lo dije, no acepto caridad—

—Deja de ser tan remilgada. Esto no es caridad. Pareces olvidar que el Sr. Oliveira
quiere que Nico juegue para él—.

Ella resopló. —Ni siquiera lo ha visto en acción—.

—No se engañe. Oliveira sabía lo de Nico antes de que yo se lo dijera—.

—¿Cómo?—

—El hombre sabe de los atletas. Lleva años seleccionando alumnos para la
academia, encontrando nuevos talentos y cultivándolos. Ve vídeos todo el tiempo de
partidos de equipos de todo el país—.

—Así que se aprovecha de los niños—.

—Difícilmente—

—Entonces, ¿Qué consigue con ello?—.


Él se encogió de hombros. —Tendrás que preguntárselo a él—.

Con los labios apretados en una línea plana, Carla miró por la ventanilla y no habló
durante unos minutos.
72
Nico se inclinó entre los asientos. —Tengo hambre y tengo que ir al baño—.

Carla suspiró. —Bueno. Llama a Oliveira. Pregúntale si podemos pasar una noche.
Sólo una— amonestó. —Mañana buscaremos otro sitio—.

Se arrepintió de su elección en cuanto cruzaron las puertas, vigiladas por un


guardia. Mientras Nico acercaba la cara al cristal y “ojeaba”, ella se fijó en la opulencia
del recinto. Arbustos perfectamente cuidados. Un camino de piedra entrelazada que
se prolongaba al menos 800 metros. Una rotonda delante de la mansión con una
enorme fuente.

Un espejo de agua casi tan grande como para nadar en él.

Más cámaras. Carla las vio colocadas estratégicamente y apostaría a que tenían
sensores de movimiento. Algo positivo, dado que aún se preguntaba si los problemas
que la aquejaban en casa la seguirían. Si lo hacían, al menos debería haber una
advertencia.

La casa en sí era más grande que muchos de los moteles que había ocupado, de
unos tres pisos, y ancha. Para limpiar las ventanas haría falta un ejército de
limpiacristales. Sólo unas pocas mostraban luces brillantes. Se preguntaba a qué
velocidad giraba el contador eléctrico cuando todo estaba encendido. Era la madre
tacaña que ponía las luces de Navidad con un temporizador de dos horas. Encendidas
el tiempo suficiente para hacer sonreír a su hijo y luego apagadas para evitar que la
factura alcanzara cifras que la hacían estremecerse.
Tener dinero en el extranjero no significaba que fuera frívola. Podía pellizcar un
céntimo con los mejores, y por eso fruncía el ceño ante la opulencia que veía. Tantos
dólares malgastados en jarrones de los que brotaban flores perfectamente cultivadas,
bordeando un camino de losas de piedra que conducía a la enorme puerta principal.
73
Tan alta como para un gigante y de madera tallada. Probablemente podría pagar su
hipoteca con lo que costaban.

A pesar de que el coche estaba aparcado, siguió mirando y preguntándose qué coño
estaban haciendo aquí. Este no era el tipo de sitio que Carla pisaba nunca. O si lo
hacía, era por la puerta trasera con los sirvientes.

Se sentó lo suficiente como para que Philip diera la vuelta al coche y le abriera la
puerta como un caballero. El problema era que Carla no era una dama.

Agarró el picaporte con la intención de cerrarla.

Se aferró y la mantuvo entreabierta. —¿Qué estás haciendo?—

—No podemos quedarnos aquí—. La sola idea de poner un pie en la mansión la


llenaba de un pánico inexplicable.

—¿Por qué no?—

—¿Has visto este lugar?— Hizo un gesto con la mano. —Es demasiado lujoso—.

—¿Y?—

—Yo no— ella espetó. Carla era una chica que se sentía más a gusto con vaqueros
desgastados y camisetas con frases malsonantes en una casa que parecía habitada.
Este lugar gritaba “no tocar”.

—No hace falta ser elegante para disfrutar de la hospitalidad de alguien—.


Ella le miró de reojo. —¿Tienes una respuesta sabelotodo para todo?—.

Una sonrisa tiró de sus labios. —Sí. ¿Vas a seguir discutiendo?—.

—Probablemente—. Porque ella realmente no quería estar aquí. Se sentía fuera de 74


su elemento, y no era sólo por la casa. Philip, su cercanía, también tenía algo que ver.

Él se inclinó y murmuró: —No seas cobarde—.

Si hubiera dicho otra cosa, ella se habría ido. ¿Pero poner en duda su valentía?

—No soy una maldita cobarde. Sólo creo que no deberíamos quedarnos aquí—.

—Bueno, no tienes elección. El culo me está matando, me muero de hambre y tú te


comportas como un bebé—.

Cerró la boca, sobre todo porque Nico se estaba riendo.

Philip arqueó una ceja. —¿Y bien?—

—Creo que das asco—. Una réplica infantil que hizo reír a Nico mientras Carla salía
del coche.

La puerta principal se abrió y salió un tipo delgado vestido con pantalones grises
oscuros y camisa y chaleco grises más claros. Se acercó rápidamente. Su mano se
hundió en el bolso, enroscándose alrededor de la empuñadura de su pistola.

Sin embargo, el tipo no tenía ojos para ella. Soltó un alegre: —Hola, Sr. Moore.
Déjeme coger sus maletas—.

¿Un botones? ¿Cómo de rico era este tío?


El tipo espabilado cogió dos maletas y entró corriendo en la casa. Ella frunció el
ceño y abrazó con fuerza el maletín de su portátil, pero relajó la mano que llevaba en
el bolso.

Mientras ella vigilaba todo con cautela, Nico balbuceaba a Philip, sin amilanarse en 75
absoluto. Incluso logró un entusiasta —hola— cuando llegaron a la puerta, y un
mayordomo en toda regla estaba justo dentro.

Con traje. De los que tienen chaqueta con frac.

Totalmente ridículo y, sin embargo, al mismo tiempo, tener todo tipo de personal
visible daba a la casa la sensación de un hotel, lo que extrañamente relajaba a Carla.
Si el tipo pagaba a gente para que trabajara hasta tan tarde, entonces no le importaría
que unas cuantas personas más ensuciaran algunas sábanas y se comieran su comida.

Sólo esperaba que la comida fuera normal y no una porquería rara y extravagante
como caviar y esa cosa para untar en el hígado.

—Buenas noches, madame, joven señor. Sr. Moore, siempre es un placer—.

—Oye, Owen, quiero que conozcas a Carla y a su hijo, Nico. Están en la ciudad unos
días mientras revisan la academia—

—El Sr. Oliveira ya me informó de nuestros invitados. Lamentablemente, no está


aquí en este momento, ya que se encuentra fuera realizando negocios, pero dejó
instrucciones para que se pongan cómodos. Si necesitan algo, por favor, háganmelo
saber—.

—Es una bonita casa— comentó Nico.


—Lo es, joven señor. Tenemos a su disposición, para su entretenimiento, una sala
de billar, un cine íntimo, una bolera, una piscina exterior climatizada y un establo si
le gusta montar a caballo—

—Eso es una locura— murmuró Carla. 76

El mayordomo le ofreció una refutación presumida. —Dada la preferencia del Sr.


Oliveira por la intimidad, le permite disfrutar de algunos de sus pasatiempos
favoritos en un entorno social íntimo. También tenemos una sauna y un jacuzzi en la
azotea del ala oeste, así como un gimnasio totalmente equipado—

—¿Y un mapa del complejo?— bromeó Carla.

—Ofrecemos una aplicación con indicaciones para llegar y una lista de las
habitaciones—.

—Estás de broma, ¿verdad?— soltó ella.

La cara del mayordomo mantuvo su aspecto estoico mientras respondía. —Lo


hicimos para salvar los árboles—.

Philip intervino. —No se perderán, y si lo hacen, hay intercomunicadores en cada


habitación. Pulsa el botón de la estrella y alguien te ayudará a encontrar el camino—.

—Si me siguen, les mostraré sus habitaciones y haré que les traigan refrescos—.
Owen encabezó la marcha con Nico manteniendo el ritmo a su lado subiendo la gran
escalera.

—¿Vienes?— preguntó Philip, con el pie en el primer escalón.

Carla estuvo a punto de decir que no. Pero eso parecería infantil y mezquino. Le
habían dado la oportunidad de alojarse en una casa de lujo sin coste alguno para ella.
Ningún coste que ella supiera, lo que le molestaba. En su experiencia, la gente siempre
quería algo.

Nico estaba casi en la cima mientras ella dudaba. Como estaba a punto de perderse
de vista, tuvo que tomar una decisión. Pasó por delante de Philip. —Te juro que si 77
intentan alimentarme con caracoles, te haré daño—.

—No hay caracoles— prometió, siguiéndola. —Pero podría haber saltamontes—.

Ella se detuvo y se giró. —Será mejor que estés bromeando—.

—Son una gran fuente de proteínas—. Pasó junto a ella. —No te preocupes, ni
siquiera los probarás—.

—No, en serio, dime que no hay bichos en la comida—.

Una vez arriba, se detuvo para sonreírle. —¿No me digas que eres demasiado
gallina para probar algo nuevo?—.

Ella subió el resto de los escalones. —No tiene gracia—.

—Eso lo dices tú. Ahora mismo estoy muy entretenido. Porque no eres tan feroz
como pareces, Carla Baker—.

—Tener miedo a los bichos no es una debilidad. Son peligrosos—.

Una afirmación que le hizo resoplar.

—No te rías. Una sola garrapata puede paralizar—.

—Mejor escóndete dentro y ponte una armadura—. Puso los ojos en blanco antes
de caminar en la dirección en la que se había ido Nico. Pudo ver a su hijo a medio
camino de un largo pasillo.
Apresuró sus pasos. —Sigue molestándome, Moore. Te empujaré por la barandilla
y alegaré que fue un accidente—.

Miró por encima del borde. —Son sólo unos seis metros. Sobreviviría—.
78
—¿Me estás diciendo que revise mi plan para matarte?—

—¿Me matarías por bromear?— Le dedicó una sonrisa.

—También mato a la gente por poner papel en el contenedor de reciclaje de


plástico—

—Entonces haré lo posible por evitarlo—.

El mayordomo se detuvo ante una puerta y la abrió. Nico desapareció de su vista,


y su ansiedad aumentó, pero no actuó. Moore parecía más que relajado, y aunque oyó
chillidos, eran de la excitación de Nico. Pronto entendió por qué.

La habitación que le habían asignado era más bonita que un hotel. De hecho, era
más agradable que cualquier otro lugar en el que se hubiera alojado. La mayoría de
sus trabajos especiales eran encubiertos, lo que significaba que se quedaba en lugares
que no tenían dinero para cámaras y contrataban personal que no hacía preguntas.

Mientras ella permanecía cautelosa (y se preguntaba cuándo caería el otro zapato)


Nico estaba en su gloria, chillando ante el tamaño de la televisión de su habitación,
convenientemente equipada con un sistema de juegos. Tenía su propio cuarto de baño
con una bañera de hidromasaje gigante. Incluso un merendero con una mini nevera
repleta de zumo y agua, además de un armario lleno de aperitivos.

Su habitación estaba justo al otro lado del pasillo, decorada en blanco y oro rosa.
Como para una princesa. Nadie sabía que había metido en la maleta su juego de
cuchillos y no una tiara.
Moore no se quedó, y ella contuvo el impulso de asomar la cabeza por la puerta
para ver dónde acababa.

No le importaba.
79
La curiosidad no era en absoluto el motivo por el que cruzó el pasillo hacia la
habitación de Nico, y sólo miró a izquierda y derecha por costumbre. Por protección,
para no darse cuenta de que Moore estaba en la habitación del fondo del pasillo.

Al entrar en la habitación de Nico, lo encontró rebotando en la cama. —Nico. No


hagas eso—.

Él se quedó quieto y se dio la vuelta con una amplia sonrisa. —Este lugar es
increíble, Mami—.

—No te pongas demasiado cómodo. Y quítate los zapatos— exclamó ella.

Dado que el lugar parecía un hotel, y tanto Owen como Philip llevaban los suyos
puestos, a ella ni siquiera se le había ocurrido quitarse su propio calzado.

Nico la miró con mala cara.

Ella le movió el dedo. —No empieces—. Se las quitó de una patada. —Somos
invitados—.

—Invitados, sí, pero pónganse cómodos—. Philip apareció en la puerta. —Owen te


está trayendo algo de comida—.

—¿Come con nosotros, entrenador?— Preguntó Nico. —Puedo sentarme en la


cama—En la habitación sólo había un par de sillas frente al televisor.

Antes de que Carla pudiera des invitar a Philip, éste sacudió la cabeza. —Lo siento,
amigo. Tengo que ocuparme de unas cosas. Hasta mañana—.
¿Se iba?

Ella se levantó y se dirigió rápidamente a la puerta mientras Philip saludaba con la


mano.
80
Salió y siseó: —No puedes dejarnos aquí y salir corriendo—.

—No voy a dejarlos, ni a huir—.

—¿Adónde vas?—

—A ver a unos amigos—.

Su recordatorio le hizo preguntarse a quién iba a ver. ¿Una novia, quizás? No es


que le importara. Se mintió a sí misma con la esperanza de que no se pusiera roja.

—Diviértete—.

—Lo dudo. Prefiero estar aquí con ustedes y relajarme. Ha sido un día largo, y es
tarde. Estoy seguro de que después de la merienda, querrás irte a la cama temprano—

Probablemente. Aún así, ¿cómo se atreve a usar la lógica? —Nos vemos por la
mañana—. Cerró la puerta enfadada. No podía explicar su enfado.

El mayordomo dejó claro que eran bienvenidos, así que ella no necesitaba a Moore,
sin embargo, notó su ausencia mientras comía con Nico.

Sobre todo porque los nuggets de pollo, los trozos de patata y las rodajas de fruta
fresca no tenían ningún bicho. Y el ketchup era Heinz.

Justo después de que Nico terminara de comer, se le cerraron los ojos. Se acercaban
las nueve y Carla lo acostó antes de volver a su habitación.
Allí se paseó.

Aburrida. Inquieta.

Su mente no dejaba de pensar en Moore. Se preguntaba qué estaría haciendo. 81


¿Habría terminado sus asuntos? ¿Estaba en su habitación?

Podría llamar y ver.

¿Pero qué le diría si abría la puerta? No tenía una excusa plausible para molestarlo.
Porque ella ciertamente no admitiría que extrañaba su presencia. ¿Extrañar a un
extraño? Como si lo fuera.

Por otra parte, él ya no era realmente un extraño. En todo caso, no habían hablado
mucho entre ellos. Todo lo que sabía de él era de segunda mano, ya que a Philip no le
importaba conversar con Nico cuando éste dejaba la tableta y se entusiasmaba con el
paisaje por el que pasaban.

Los chicos incluso se enzarzaron en una discusión sobre deportes. Nunca había
visto a su hijo conversar con otra persona. Lo extraño es que verlos juntos no le
provocaba celos, sino cierta nostalgia. Era un anticipo de lo que Nico se había perdido
por no tener un padre en su vida.

No necesita un padre, me tiene a mí. Por no hablar de que, si buscaba un padre, Moore
no encajaría. Era demasiado guapo para uno. Probablemente un donjuán.

También parecía razonablemente inteligente y bien hablado. Incluso podría ser del
tipo que prefiere las relaciones a largo plazo. Todo eso le hacía parecer demasiado
bueno para ser verdad. ¿En serio ese tipo de hombre estaría soltero?

Philip decía que sí.


¿Se lo creía? ¿Acaso importaba? Ella no estaba interesada en él. Ni un poco.

Se asomó a la ventana de su habitación. Tenía vistas al jardín y a la piscina, de una


longitud azul enorme e iluminada con luces subacuáticas.
82
Lástima que no hubiera traído bañador. Un baño podría haber quemado parte de
su exceso de agitación. La energía necesitaba una salida, y su habitación, aunque
grande, no lo era lo suficiente.

A pesar de la advertencia a Nico de que no fuera a vagabundear, salió de su


habitación y se puso a merodear. Probablemente no era lo más educado que podía
hacer. Sin embargo, ella anhelaba saber un poco más sobre la situación. Porque algo
raro estaba pasando.

Comenzó con el hecho de que todos los hoteles en los que Moore se detuvo estaban
llenos. Ni una sola habitación disponible. Lo cual no era totalmente inaudito, y sin
embargo, al mismo tiempo, las cancelaciones ocurrían todo el tiempo. ¿Qué
posibilidades había de que los seis hoteles en los que probó no tuvieran ni una sola
cama disponible?

Volvería a intentarlo por la mañana para localizar un nuevo alojamiento porque no


se sentía bien quedándose aquí. Carla no era de las que aceptaban la caridad, y esto
se le antojaba terriblemente cercano. Por no hablar de la incomodidad de estar
rodeada de muebles y cachivaches que probablemente costaban más de lo que ella
ganaba en un mes. El silencio de la casa sólo sirvió para aumentar su agitación.

El largo pasillo estaba suavemente iluminado, y ella trazó su camino de vuelta a las
escaleras. Casi esperaba ver a Owen esperándola al pie de la escalera, listo para
abalanzarse sobre ella y preguntarle si necesitaba sus servicios.

Qué conveniente la forma en que Moore había conseguido que se alojaran en la casa
del dueño de la academia. En algunos aspectos, tenía sentido. Moore era amigo del
tipo, después de todo. De ahí la invitación para que Nico probara. Pero por otro lado,
¿Qué tan amigos eran? Porque ella no creía la historia de mierda de Philip de que
Oliveira era un anfitrión benevolente. Esta casa rezumaba riqueza. Del tipo que no
estaba destinado a niños revoltosos y sus madres. La afirmación de Moore de que
83
Oliveira quería cortejar a Nico para que se convirtiera en uno de sus alumnos tampoco
parecía cierta. ¿Por qué este hombre rico se esforzaría por impresionar a un estudiante
que no podía pagar su academia? Seguro que tenía más aspirantes de los que podía
atender.

Carla tenía que averiguar más.

Mantuvo pulsado el botón de encendido del teléfono durante diecisiete segundos


y marcó un número especial que puso el aparato en modo de codificación. Aunque
alguien lo intentara, no podría descifrar la señal. Para complicar aún más las cosas,
salió por la puerta de la terraza que había visto en el enorme salón (y por enorme se
refería a un techo altísimo y del tamaño de una cancha de baloncesto, con media
docena de sofás y aún más sillas esparcidas por todas partes).

Contestaron al teléfono al cabo de dos timbres. —Ahí está mi dulce niña. ¿Cómo te
ha ido el viaje?— Preguntó madre.

—No muy bien. Deberíamos haber hecho una reserva. No había ni una habitación
de hotel—.

—Vaya. ¿Dónde estás ahora entonces?—

—En casa del dueño de la Academia Yaguara—.

—¿En serio?— La voz de madre bajó un nivel. —Qué generoso por su parte—.

—¿Verdad que sí?—. Carla no se molestó en ocultar su irónica respuesta. —El


entrenador Moore lo ha pintado como una especie de filántropo—.
—Debe serlo, dado el interés que pone en los talentos no desarrollados—.

Mantuvieron su conversación en voz baja por si había oyentes, pero Carla sabía que
mamá ya estaba indagando todo lo que podía sobre Oliveira. Algo que Carla debería
haber hecho antes de partir en este viaje; sin embargo, no se había imaginado que 84
llegarían tan cerca del dueño de la academia. Un error rectificado porque, en su
profesión, a veces valía la pena desconfiar.

—El sitio es bonito. Enormeeeee— dijo Carla, exagerando la palabra. —Puede que
tenga que ponerle un GPS a Nico para no perderlo de vista—.

—¿Cuánto tiempo te quedarás?— preguntó mamá.

—Una noche. Mañana buscaré otro sitio donde quedarnos—.

—¿Cuándo prueba Nico?—

—Mañana por la tarde. Al parecer, los chicos tienen un horario especial que les
permite salir temprano para poder tener prácticas por la tarde—

—Dejándoles las tardes para hacer los deberes y relajarse. Es una buena ventaja—.

—Supongo— Carla nunca había conocido la relajación. Al crecer, sin su padre, su


madre trabajaba el doble para llegar a fin de mes, lo que significaba que los niños
tenían que poner de su parte. En cuanto tenían edad suficiente, conseguían un trabajo
para contribuir. Rara vez hacían los deberes. Eso explicaba sus notas.

—¿Cómo es el guapo entrenador?—

Carla casi se sonrojó, sobre todo porque nunca le había dicho a madre que Moore
fuera algo así. Lo que significaba que madre ya había estado indagando sobre él.

—Está bien—.
—¿Sólo bien? Creo que deberías conocerlo mejor—. Palabra clave para el hecho de
que Madre estaba teniendo problemas para encontrar algo sucio. —Envié a la tía Judy
a vigilar tu casa— comentó mamá, cambiando de tema.

Más código, indicando que había puesto a un agente de KM en el caso. Si había algo 85
raro, la tía Judy lo descubriría.

—Ya que está allí, a ver si puede hacer algo con mi furgoneta—.

—Ya está solucionado. Malditos adolescentes— exclamó mamá. —Sé que no


quieres oír esto, pero creo que es hora de que te mudes a un barrio más agradable—.

Carla suspiró. —Preferiría que no, pero dado todo lo que ha pasado, supongo que
será mejor que empiece a pensarlo—. En otras palabras, puede que haya llegado el
momento de trasladarse.

—Quizá esto de la academia sea justo lo que Nico y tú necesitan. Una nueva ciudad,
un nuevo comienzo—.

Dado que Nico parecía entusiasmado, podría ser un buen plan. Al menos ella no
tendría que darle una excusa débil de por qué tenía que dejar todo lo que conocían.
—Supongo que depende de lo bien que lo haga en la prueba. Debería irme. Te llamo
mañana—. Carla colgó, sin dejar que madre respondiera, y se volvió lentamente,
clavando la mirada en Moore. —¿Escuchas a escondidas a menudo?— Apenas había
captado el sonido de un zapato rozando la piedra del jardín. Menos mal que no había
dicho nada que no debiera. Odiaría tener que matar a Philip. Una hazaña que sería
difícil, dado el número de cámaras alrededor.

—No quería interrumpir—. Él se acercó, con las manos metidas en los bolsillos, lo
que la hizo estremecerse. ¿Tendría una pistola o un cuchillo escondido allí?
Ella tenía una pieza metida debajo del brazo dentro de su suéter. Sacarla parecía
prematuro, sin embargo.

—Estaba hablando con ma— mi madre—. Casi olvidó el mí, que habría sonado raro.
86
—No pude evitar oírte hablar de grandes cambios en tu vida—.

—¿Te refieres a la parte de mi mudanza?— Arrugó la nariz. —Sí. Tal vez. Si el barrio
se ha ido a la mierda, no quiero que Nico salga herido por accidente—.

—El momento podría ser perfecto si todo va bien en las pruebas—.

—Suponiendo que queramos dar el salto a Pasadena—

—Es una ciudad bonita—

—¿Cómo lo sabes?—

—¿Lo has olvidado? Yo soy de aquí—

—Si es tan bonita, ¿Por qué te fuiste?—

—No lo hice, técnicamente. El trabajo de entrenador es temporal. Lo hago como un


favor—.

—Espera, si es temporal, entonces significa que tienes un lugar aquí—.

—Lo tengo—

—Entonces, ¿Por qué no te quedas en tu casa?— preguntó, con la sospecha


frunciendo el ceño.

—Como iba a estar fuera unas semanas, voy a pintar toda la casa—.
—Ah—. Se guardó el teléfono en el bolsillo, de repente sin palabras. Lo cual no era
propio de ella. Ella era la descarada con una respuesta sabelotodo para todo. Sin
embargo, había algo en Moore, un atractivo que no podía explicar. Parecía tan culto.
Respetable.
87
Guapo con su camisa de botones.

Madre necesita cavar más profundo. Averiguar todo sobre él. Entonces sería más fácil que
no le gustara.

—¿Por qué estás aquí?— preguntó ella. Parecía sospechoso que ambos hubieran
salido a caminar al mismo tiempo.

—Te vi desde la ventana de mi habitación—.

El hecho de que él espiara debería haber enfadado a Carla. En cambio, una extraña
calidez la invadió. —¿Me seguiste?—

—Sí. Quería asegurarme de que estabas bien—.

Ella arqueó una ceja. —¿Por qué te importa cómo me siento?—

—Si estás estresada, Nico lo notará. Podría afectar a sus habilidades de juego—.

Se le escapó un bufido. —Siempre estoy estresada—.

—¿Por qué?—

—Soy una madre soltera que vive al día—. Que pasaba mucho tiempo preocupada
por su hijo. Un hijo que no dejaba de recordarle que no era un bebé. Cuanto más crecía
Nico, menos la necesitaba, y más sola se sentía.

—Suena duro—
—Solitario—. La palabra se le escapó antes de que pudiera detenerla.

Moore se acercó y ella no se apartó, aunque invadió su espacio. Tan cerca, se vio
obligada a inclinar la cabeza para mantener el contacto visual. Sintió electricidad en
el aire, chasqueando entre ellos. Una anticipación sin aliento. 88

Su corazón se aceleró y ella, que nunca estaba nerviosa, sintió mariposas.

—Mentí. No vine aquí por Nico—. Moore levantó una mano y le pasó un mechón
suelto por detrás de la oreja. —Me di cuenta de que deambulabas y tuve que venir a
verte—.

—¿Por qué?— La palabra se escapó en un susurro.

—Porque quería hacer esto—. Se inclinó hacia ella y la besó. Su boca acarició la de
ella lentamente, una exploración cautelosa.

Podría haberle empujado. Haberle abofeteado. Morderle el labio.

Sin embargo, su contacto encendió algo dentro de ella. Una llama se encendió en su
vientre y le produjo un cosquilleo. La calentó. La hizo desear más.

Le agarró la nuca y lo acercó, profundizó el beso, le chupó el labio inferior y dejó


que su lengua se deslizara entre él para probarlo.

Él emitió un sonido, medio gemido, medio suspiro, y le devolvió la lengua,


chupándola. La rodeó con los brazos y le puso las manos en la cintura, acercándola a
él lo suficiente para que la rigidez de su erección le presionara el bajo vientre. Su mano
rozó el borde inferior de sus costillas...

La realidad se abalanzó sobre ella. Si seguía tocándola, encontraría su pistola. Le


haría preguntas. Descubriría qué tan profundo era el estanque koi.
Se apartó. —No deberíamos hacer esto—. Una mentira que ignoraba el hecho de
que le hormigueaban los labios, le palpitaba el coño y lo único que deseaba era
sentarlo en el banco de piedra y sentarse a horcajadas sobre él. No hizo nada de eso.
Lo rodeó y se dirigió a la casa, esperando que él actuara en cualquier momento. La
89
agarraría. Que le exigiera más.

En lugar de eso, él prefirió murmurar: —Sé que no deberíamos. Pero no puedo


evitarlo—
Capítulo 9

90

Con las manos en los bolsillos, Philip observó a Carla entrar en la casa, una
costumbre en la que había caído. Una vista agradable cada vez.

Probablemente perdería su tarjeta de hombre por admitirlo, pero maldita sea si no


sentía cosquillas cuando ella estaba cerca. ¿Y el beso que se dieron? Explosivo. Al
menos para él. Ella, por otro lado, no parecía tan afectada dado que se había ido.

Probablemente fue lo mejor. Involucrarse no era lo más brillante que podía hacer.

Entonces, ¿Por qué había sucedido? Debería haberse quedado dentro, pero algo le
había impulsado a seguirla cuando la vio desde una ventana. Un impulso (no, una
necesidad) de hablar con ella. De estar con ella.

Cuando la encontró, la oyó hablar por teléfono y siguió sus pasos, esperando a que
terminara. Había captado parte de su conversación y vio cómo se le caían los hombros
cuando hablaba de mudarse. Obviamente, no era una opción que le agradara.

La derrota no le sentaba bien. A Philip le daban ganas de hacer promesas que no


estaba seguro de poder cumplir. Le dieron ganas de decirle que no se preocupara
porque todo saldría bien. Una tontería ya que no podía estar seguro de eso.
Ver las ruedas rajadas de su furgoneta le hizo preguntarse si algo siniestro estaba
en marcha. Primero el tiroteo y luego el vandalismo. Tal vez alguien tenía algo contra
ella.

¿Era por eso que ella lo había llamado de la nada y dijo “sí” a su oferta de conseguir 91
Nico una invitación para las pruebas? Un viaje fuera de la ciudad era una buena
escapatoria.

Al Sr. Oliveira le pilló por sorpresa que Philip le llamara para darle la noticia.

—Ella aceptó traerlo para una prueba. Llegaremos a última hora de la tarde. Reservé una
habitación en el Hilton para ellos—.

—Cancélalo. Quiero que los traigas aquí— había ordenado su jefe.

—No puedo hacerlo. Ella se negará—.

—Pues convéncela—.

—¿Cómo se supone que voy a hacer eso?—

Al final, había resultado más fácil de lo esperado. Philip había entrado y salido de
algunos hoteles, alegando que estaban llenos. Por suerte, Carla no se había dado
cuenta de que mentía.

Aun así, tuvo que preguntarse si había hecho lo correcto. Cuando aceptó el trabajo,
Oliveira lo hizo parecer sencillo.

—Necesito que hagas algo por mí. Estoy interesado en un chico específico para la academia—
.

—Entonces, ¿Por qué no enviarle una oferta?—


—No creo que la madre acepte—.

—Entonces envía a Kyle a convencerla— Kyle es el entrenador principal de la academia.

—No puedo prescindir de él, no con los finales a la vuelta de la esquina— 92

De ahí que Philip acabara sustituyendo al entrenador Mathews, que se había ido
encantado cuando le ofrecieron un puesto mejor pagado cerca de su novia. Philip
había esperado que le costara más convencer a Carla. Los incidentes jugaron a su
favor, lo que le hizo preguntarse...

Seguramente, Oliveira no estaba involucrado en sus recientes problemas.

Se quedó mirando la casa. La enorme mansión propiedad de un hombre que no


dejaba que muchas cosas se interpusieran en su camino. Incluso algo tan pequeño
como la moral.

Después de todo, mira lo que tenía a Philip haciendo por él. La seguridad era sólo
una parte de su trabajo. La otra parte lo llevaría a la cárcel si alguna vez lo atrapaban.

¿Pero entrenar y convencer a una mujer de llevar a su hijo a Oliveira? Eso era nuevo.
Extraño. Incluso preocupante.

Ya era demasiado tarde para preguntarse qué quería realmente su jefe con Nico.
También era demasiado tarde para que Philip se sincerara con Carla. Ella
probablemente no reaccionaría bien al descubrir que él le había mentido sobre
Oliveira y todo lo demás.

Ella tenía razón. No deberían estar besándose.

Aunque hubiera sido un beso increíble.


Capítulo 10

93

Carla se despertó en cuanto se abrió la puerta y se relajó, apartando los dedos de la


pistola que tenía escondida debajo de la almohada. Nico entró con una sonrisa de
oreja a oreja.

—¡Despierta, despierta, Mami!— canturreó.

Ella fingió un malhumor. —¿Despierta? ¿Estás loco? Está amaneciendo. Una hora
intempestiva—.

—Son casi las siete—. Lo cual, en la mente de un niño, era bastante tarde.

—¿Por qué tanta prisa?—

—Quiero ver este lugar.—

La curiosidad que rebosaba en su hijo no le daba rienda suelta. Carla se sentó en la


cama. —Este no es un lugar para que vayamos corriendo—.

—Entonces iré andando—. Dicho con la terca insistencia de un niño.

—¿Y si no vamos a meter las narices donde no debemos?—.


Los labios de Nico se torcieron hacia abajo. —No iba a romper nada—.

—Lo sé, mijito, pero hasta que conozcamos a nuestro anfitrión, tenemos que ser
buenos huéspedes. No todo el mundo quiere que dedos pegajosos toquen sus cosas—
94
—¡Mis manos no están pegajosas!— exclamó Nico, mirándola para su inspección.

Carla contuvo un suspiro y se salvó de responder por una interrupción.

—No te preocupes por el chico—. Moore apareció detrás de Nico, ya vestido, con
el pelo cepillado. Cómo se atrevía a lucir tan impecable cuando ella había pasado
parte de la noche dando vueltas en la cama. Por más razones que sus problemas
actuales. El hombre se había colado en sus pensamientos y había afectado a su cuerpo.
Un cuerpo que ansiaba algo más que dormir.

Su irritación se reflejó en su respuesta. —Me preocuparé porque no necesito recibir


una factura por algo que cuesta más de lo que gano en un mes—.

—El Sr. Oliveira no te cobraría. Así que deja de preocuparte. Además, Nico es ligero
de equipaje. Por eso estamos aquí. No va a derribar nada, ¿verdad?—

Un rápido movimiento de cabeza de Nico y un baile de saltos de un pie a otro fue


la respuesta de su hijo.

—¿Por qué no bajas a ver si está servido el desayuno?— dijo Philip. —Hacen los
mejores gofres frescos con nata montada que he probado nunca—.

—Me encanta la nata montada—. Los ojos de Nico se iluminaron, y él se había ido
antes de que ella pudiera abrir la boca.

Carla fulminó a Moore con la mirada. —¿En serio? ¿Vas a alentar el azúcar tan
temprano en la mañana?—
—Un poco de azúcar no hace daño—.

—Lo dice un tipo sin hijos. Los dulces ponen hiperactivos a los niños—.

—Pronto quemará esa energía con su vagabundeo— 95

—No quiero que vague— reiteró.

—¿Por qué no?—

¿Estaba Moore siendo obtuso a propósito? —Porque esta no es nuestra casa—


exclamó.

—Tampoco es un museo. Dejemos que el niño sea un niño—.

—Tienes una respuesta para todo, ¿verdad?— refunfuñó ella, balanceando las
piernas sobre el borde del colchón. La cama de trineo estaba a gran altura del suelo,
lo bastante como para que sus cortas piernas no la alcanzaran. Dio un salto y se estiró
al aterrizar, dándose cuenta demasiado tarde de que él la observaba, con los ojos fijos
en la franja de piel entre su camiseta y sus pantalones cortos de jersey.

Estaba decentemente vestida, pero todo su cuerpo enrojeció de calor y sus pezones
se endurecieron. Algo que no podía ocultar. Sus brazos no cruzaron su pecho lo
suficientemente rápido. Él se dio cuenta.

Su mirada, cuando se encontró con la de ella, ardió. Carla no pudo evitar recordar
el beso. Un calor húmedo se acumuló entre sus piernas. Cuerpo traicionero.

—Sobre anoche— dijo él.

—Nunca ocurrió—.
—Oh, no—. Dio un paso más hacia la habitación pero dejó la puerta abierta. —No
te atrevas a fingir que no hay algo entre nosotros—.

—No hace falta fingir. No hay nada—.


96
—Ese beso no fue nada—

No, ese beso era un fuego latente a punto de encenderse. —He tenido mejores—
Ante su evidente mentira, arqueó la ceja.

—¿Ah, sí? Oigo un desafío—.

—No te atrevas a besarme otra vez—. Dijo con una falta de aliento muy diferente a
ella.

—¿O qué?—

—Debería vestirme y buscar a Nico—. Le dio un empujón verbal a Moore para que
se fuera.

—El chico estará bien por unos minutos. Yo, en cambio, siento la necesidad de
demostrarte que te equivocas—.

—¿Cómo?— Dijo ella en un suave murmullo mientras él se acercaba. Debería


apartarse. Sin embargo, su cuerpo la traicionó.

—Creo que ese beso significó algo— él se acercó lo suficiente como para que ella
tuviera que inclinar la cabeza. Lo bastante para ponerse de puntillas y mordisquear
aquella mandíbula firme.

—Lo que dije anoche iba en serio. No podemos involucrarnos. Eres el entrenador
de Nico—.
—Sólo hasta el gran partido, que en este momento está a días de distancia. Y estás
poniendo excusas. No me digas que te da miedo volver a besarme—. Dijo Moore con
tono burlón.

El reto era evidente. Eso no le impidió actuar. Aceptó el reto y acercó sus labios a 97
los de él, sintiendo un cosquilleo en todo el cuerpo. Sus labios se separaron en un
suspiro cuando él le devolvió el beso.

Oh, cómo quería dar un paso más, pero mantuvo el control. Apagó su deseo y dio
un paso atrás, pronunciando un ronco: —¿Ya estás contento? No tengo miedo de
besarte—. A ella le asustaban las cosas que él le hacía sentir. Las emociones eran el
problema. —Pero tampoco voy a follarte en casa de tu amigo—.

La mirada de él ardió. —Entonces supongo que esperaré hasta que estemos en otro
lugar—.

—No me refería a eso— exclamó ella, mientras más calor se acumulaba entre sus
piernas.

—Tal vez no, pero yo sí. Voy a besarte otra vez, Carla Baker—.

—Ahora no. Tengo que vestirme y buscar a Nico—. Ella usó a su hijo como escudo
contra el encanto de Moore.

—Iré a buscarlo. Date una ducha, tómate tu tiempo...— Sus labios se curvaron con
complicidad.

Gilipollas.

Odiarle por adelantado no detuvo el temblor entre sus piernas.


Moore cerró la puerta al salir y ella estuvo a punto de seguirlo. Quería abrir la
puerta y arrastrarlo de nuevo, tal vez ver si podía tentarlo a tomar una segunda ducha.

La sola idea la paralizó.


98
La última vez que había dejado que sus bragas tomaran las decisiones, había
terminado en una relación abusiva.

También había terminado embarazada de Nico.

Habían matado a su familia.

Pero Philip no se parecía en nada a Matías. El tipo usaba camisas de cuello por el
amor de Dios. Conducía un sedán que aún conservaba el olor a coche nuevo.
Trabajaba. Y no como traficante o matón.

Aun así, tenía por norma no follarse casualmente a gente con la que pudiera tener
que tratar en el futuro. Como entrenador de Nico, aunque fuera temporalmente,
Moore entraba en esa categoría.

Pero estoy planeando mudarme, e incluso si no lo hago, él no se va a quedar.

Sacudió la cabeza para despejarla de los pensamientos traviesos que intentaban


influirla. No estaba tan empalmada ni tan cachonda como para romper sus propias
reglas, las buenas reglas, para echar un polvo. Si quería una polla, podía ir a un bar y
tener suerte en un callejón en menos de veinte minutos.

El problema es que esa idea no le atraía, así que obviamente no estaba tan cachonda
como pensaba. Culpó a la buena apariencia de Moore y el hecho de que al verlo siendo
amable con Nico se había metido con sus hormonas. Se acercaba ese momento del
mes.
Media hora después, con el pelo húmedo recogido en una coleta, bajó las escaleras,
con la pistola guardada en la maleta y armada sólo con el cuchillo que llevaba en la
funda del tobillo.

Las escaleras eran grandiosas, de madera pulida con barandillas de hierro forjado 99
negro, todo reluciente, sin arañazos y lo bastante grande como para albergar a un
ejército de debutantes. Al llegar al vestíbulo, el suelo estaba formado por grandes
baldosas de mármol, pensó, aunque podía estar equivocada. La piedra y la decoración
no eran sus fuertes. Otra razón por la que no trabajaba para Diseño de KM. Apostaría
a que, fuera lo que fuera, tenía un precio elevado, al igual que la consola de madera
ornamentada que había en el centro de la entrada, adornada con un elegante cuenco
de flores frescas.

La única flor que tenía era una colorida flor de plástico en una maceta que Nico
había pintado para el Día de la Madre hacía unos años.

Arcos a juego conducían a izquierda y derecha del vestíbulo, al salón por un lado y
al comedor formal por el otro. Se sintió aliviada al ver que no había nadie en aquella
estancia tan formal. La mesa del comedor, con capacidad para más de treinta
personas, intimidaba.

Al no ver a Moore ni a Nico, Carla empezó a caminar por el amplio vestíbulo. A


mitad del enorme pasillo, oyó una risita familiar.

¿En qué travesura se estaba metiendo Nico? Dado que había educado a su hijo en
los buenos modales, era más que probable que Moore hubiera hecho algo para que su
hijo sonriera. Philip tenía un don con su hijo, lo que sólo mejoraba su atractivo.

Imbécil. Carla no quería que le cayera bien. Ella realmente necesitaba trabajar en
encontrar algo para arruinar la atracción. Tal vez se rascaba las bolas y no se lavaba
las manos. O masticaba como una vaca al comer.
Caminando en dirección a la risita, Carla se detuvo bruscamente cuando un hombre
mayor salió de una puerta. No mucho más alto que ella, ligeramente corpulento,
vestía un impecable traje de color gris acero. Su piel bronceada se compensaba con el
blanco de su pelo.
100
La miró fijamente, sus ojos oscuros no revelaban nada.

A ella le entraron ganas de coger el cuchillo, aunque el hombre no hizo ningún


movimiento amenazador. Sin embargo, algo en la forma en que se comportaba activó
su radar de peligro.

—¿Quién es usted?— le preguntó, sin importarle el hecho de que probablemente él


tuviera más derecho a estar aquí que ella.

Sus gruesas y blancas cejas se alzaron. —Su anfitrión. Usted debe ser Carla Baker—

La vergüenza por su grosera pregunta casi la hizo disculparse, pero Carla no cedió.
Se mantuvo firme. —Yo soy. Lo que significa que usted es el Sr. Oliveira—.

—Llámeme Luiz—.

La oferta parecía amistosa, pero había algo en aquel hombre que molestaba a Carla.

—Gracias por su hospitalidad. Espero estar fuera de su vista por la tarde—. Tan
pronto como ella tuvo la oportunidad de salir y buscar un hotel.

—No hay necesidad de hacer eso. Prefiero que tú y el chico se queden aquí—.

—¿Preferir?— Ella arqueó una ceja.

Él trató de suavizar las cosas. —Me gustaría que se quedara para poder conocerlo.
Y a ti—.
¿Conocerlos? Era la excusa más tonta que había oído nunca. Siendo franca por
naturaleza, no lanzó ningún golpe. —Déjate de tonterías. ¿Por qué estamos aquí?
¿Qué quieres con Nico?— Porque obviamente se trataba de su hijo.

Por un momento, su expresión destelló con una emoción que ella no pudo descifrar. 101
Arrepentimiento. Rabia. Luego una máscara plácida con un toque de humor se hizo
cargo. —¿Quién no querría tentar a una prometedora estrella del fútbol? Quiero que
juegue en la academia—.

—¿Ofrece a todos sus potenciales reclutas un alojamiento gratuito?—.

—¿Preferiría que le cobrara?—

—Sí— dijo ella sin pensar.

—Siento decepcionarle. No habrá factura. Como puede ver, mi casa es más que
suficiente para acoger a un niño y a su madre—.

—Un niño curioso y a veces ruidoso—.

—¿Qué quieres decir?—

Sus labios se aplastaron. —Ya le he dicho que no meta las manos, pero quizá quieras
ponerle límites. Se lo tomará más en serio si viene de ti—.

—¿Y si no quiero poner límites? Es un niño. Los chicos son curiosos y atrevidos por
naturaleza—.

—A veces, las cosas se rompen cuando son demasiado atrevidos—.

El hombre se encogió de hombros. —Las cosas se pueden reemplazar. Es


importante que los niños exploren y pongan a prueba sus límites. Aunque, a veces,
eso implique ir en contra de los deseos de sus padres—.
Frunció el ceño. —Nico es un buen chico—.

—Nunca dije que no lo fuera. Hablando de él, ¿Dónde está? Me gustaría


conocerle—.
102
El hombre dijo todas las cosas correctas, y sin embargo había algo fuera de sus
respuestas. Sobre toda esta situación. Hasta que supiera más, Carla lo observaría.
Como un halcón. Especialmente cerca de su hijo. —Si quieres conocer a Nico, busca
los waffles y la crema batida—.

—Desayuno de campeones— exclamó Oliveira. —¿Vamos?— Movió el brazo,


haciéndole un gesto para que se adelantara. Como si... Dejar a alguien a su espalda,
incluso a un hombre tan viejo y aparentemente benévolo como Luiz, iba contra su
naturaleza.

—Tú conoces el camino. Yo te sigo—.

Encogiéndose de hombros, Oliveira avanzó con pasos rápidos por el pasillo hasta
un arco en el fondo, diciendo por encima del hombro: —Están en la sala de
desayunos—.

¿Cuántas habitaciones necesitaba una persona para comer?

El hombre desapareció, y ella se tomó un momento antes de seguirlo, de pie en el


umbral, contemplando la escena. El espacio, bañado por el sol, estaba enmarcado por
ventanales que dejaban entrar la luz matinal y permitían ver la piscina, de aguas
brillantes e inmaculadas. Más allá de la valla que la rodeaba, atisbó el jardín por el
que había paseado.

La habitación en sí era un desorden luminoso y soleado, con paredes a rayas


amarillas y blancas y una mesa de madera manchada de blanco con marcas y arañazos
que parecían envejecidos. Sin embargo, Carla recordaba lo suficiente de sus clases de
Diseño de KM como para saber que estaba fabricada. La gente pagaba mucho dinero
para comprar cosas que parecieran antiguas.

La mesa estaba rodeada de sillas a juego con cojines de tela floreada, esta vez sólo
seis, dos de las cuales estaban ocupadas. Nico sonreía ante un plato casi vacío. El gofre 103
gigante había sido demolido hasta que sólo quedaba una cuarta parte. Moore estaba
sentado frente a él, su plato también contenía un gofre pero cubierto de rodajas de
plátano y empapado en sirope.

—¡Mami!— chilló Nico. —El entrenador Philip tiene los mejores chistes—. Dirigió
una brillante sonrisa a Moore. —Cuéntale el del pañuelo—.

Moore sonrió satisfecho. —¿Cómo consigues que un pañuelo baile?—.

Nico, sacudiéndose en su silla, no pudo contenerse. —Le pones un poco de


boogie— se ríe entre dientes. —Mami, ¿Adivina por qué la foto fue a la cárcel?—.

—Creo que fue enmarcado— respondió Oliveira.

Aplaudiendo, Nico sonrió. —Sí. ¿Tú también sabes chistes?—.

—Unos cuantos— dijo el viejo.

Philip se puso de pie, colocando la servilleta sobre la mesa para hacer las
presentaciones. —Nico, te presento a nuestro anfitrión, el señor Oliveira—.

—¡Hola!— Nico saludó.

Oliveira inclinó la cabeza. —Buenos días, joven. Espero que el desayuno haya sido
de tu agrado—.

—Estaba delicioso—. Nico se frotó la barriga. —Toma un poco, Mami—.


—Sí, por favor, sírvete—. Su anfitrión señaló el aparador atendido por un criado
vestido de blanco y gris.

Carla cogió un plato y, de pie junto al amplio bufé, no podía creer la cantidad de
comida que había. Tocino, fruta, una gofrera, zumo, café. Cuánto desperdicio, pensó 104
con los labios apretados en una línea de desaprobación. Habiendo crecido pobre, con
la barriga a menudo apretada por el hambre, le molestaba. ¿Imagina cuántos niños
podrían ir a la escuela con el estómago lleno con la cantidad de comida que había
aquí?

Por un momento, pensó en meterlo todo en el maletero del coche de Philip y


conducir hasta el colegio público más cercano para repartirlo. Probablemente no le
iría muy bien.

—¿No hay nada que te guste?— preguntó Oliveira cuando Carla se quedó mirando
tanto tiempo.

—Más bien demasiado para elegir—. Una indirecta sutil. Puso tocino y papas
asadas en su plato junto con un poco de sandía y luego llenó una taza con café, azúcar
extra y mucha crema. Se sentó entre Nico y Moore y, un momento después, Oliveira
se les unió.

Parecía bastante contento, teniendo en cuenta que se sentaba a desayunar con


desconocidos. Por otra parte, no todo el mundo era una perra antisocial como Carla.

Lo estudió mientras hablaba con Nico. Parecía realmente interesado en todo lo que
su hijo tenía que decir.

Eso no la tranquilizó. Tampoco le alegró encontrar a Moore mirándola fijamente.

—Nos trasladaré a un hotel en cuanto encuentre una habitación— dijo ella para
adelantarse a cualquier conversación que pudiera desembocar en otro beso. No es que
pensara que Moore haría algo delante de Nico u Oliveira. Simple lógica y, sin
embargo, su corazón palpitaba como si fuera a hacerlo. Y se sentó a la expectativa,
casi como esperando que él lo intentara.

—Tonterías— exclamó Oliveira, aparentemente prestando atención. —Te quedarás 105


aquí—.

—No sé si eso es apropiado. Podría parecer favoritismo tener a Nico bajo su techo.
¿Verdad, entrenador Moore?—. Ella le dirigió una mirada mordaz.

—Sólo es favoritismo si Nico apesta, ¿cosa que no hará?—. Moore no ayudó en


absoluto guiñándole un ojo a su hijo.

—Realmente no deberíamos molestar— dijo.

—No es molestar, dado que mi casa es enorme. Es agradable ver a una persona
joven dentro de sus confines—. Oliveira lanzó una mirada a Nico, una con una
emoción de la que no se fiaba.

¿A qué jugaba? Si fuera un pervertido, estaría chupando el cañón de su pistola si


intentaba algo.

—Mijito, tienes crema por toda la cara. ¿Por qué no vas a lavarte?—

Nico hizo un puchero. —Pero...—

Moore intervino. —Encuéntrame en el vestíbulo delantero cuando hayas


terminado, y te mostraré el establo. Hay un pony allí que podría gustarte—.

Antes de que pudiera decir una palabra, Nico salió disparado.

—¿Un poni?— dijo ella secamente.


—Uno gentil. No se caerá—.

Se aguantó las ganas de suspirar. Si decía que no, quedaría como la perra mala.

—Si se lastima...— 106

—Lo sé. Me harás daño—. Moore le guiñó un ojo mientras se levantaba. —No te
preocupes. Se pondrá bien. Lo necesito en buena forma para el entrenamiento de esta
tarde—.

Cuando se fue, se hizo el silencio y Carla se concentró en su plato. Luchando contra


el impulso de correr tras su hijo.

Debía actuar con normalidad.

Normal para ella, no era ser una mansa oveja. Levantó la mirada para encontrar a
Oliveira observándola. —Quiero que quede claro ahora... sí tocas a mi hijo de
cualquier forma que yo considere inapropiada, te mataré—.

—Nunca le haría daño a un niño— espetó él. —La sola idea es ridícula—.

—Tú lo dices. Sólo lo aclaro para que no haya malentendidos. Nico es mi vida y lo
protegeré—.

—Nunca te causaría ningún daño, ni a ti ni a tu hijo. Sólo le ofrezco la oportunidad


de desarrollar su mente y sus habilidades—.

—Se agradece la oportunidad, pero no creo que ocurra—.

—¿Por qué no?— preguntó.

—Por el coste. No gano lo suficiente para pagar su matrícula—.


—¿Y si dijera que la fundación le ofrecerá patrocinio?—.

—Diría que cuál es el truco—. Ella desconfiaba por principio de la oferta.

—No hay trampa. Tenemos programas para alumnos superdotados como su hijo— 107

Como madre orgullosa, el halago le causó simpatía, pero no disipó su desconfianza.


—Aún así tendría que mudarme—.

—Si te preocupan los gastos, seguro que podemos llegar a un acuerdo. Y antes de
que me acuses de darte caridad, esperaría que me reembolsaras los gastos—.

—¿Exactamente cómo se supone que te lo voy a reembolsar? Dejaría mi trabajo—.

Oliveira resopló. —No, no lo harías. La aseguradora para la que trabajas es grande


y tiene muchas sucursales. Pedirías un traslado a una oficina en la ciudad—.

¿Conocía su trabajo? Su mirada se entrecerró. —¿Me has estado espiando?—.

—Prefiero llamarlo informarme. Antes de invitar a un alumno potencial,


investigamos a fondo sus antecedentes—.

Se quedó paralizada. Sus credenciales resistirían cualquier tipo de examen


superficial. Madre no les creaba identidades débiles. Aún así... —¿Qué tipo de
problemas esperas encontrar con un niño de doce años?—.

—En realidad, no es el niño lo que me preocupa. A veces, una segunda oportunidad


es todo lo que necesitan para dar un giro a su vida y a su actitud. Los padres, sin
embargo...— Extendió las manos. —No todos velan por los intereses de sus hijos—.

Carla masticó un trozo de tocino antes de responder. —Tengo que decir que hablas
muy bien, pero no estoy segura de creérmelo. ¿Qué ganas con eso?—
Por un momento, esperó una sarta de estupideces. En lugar de eso, la expresión de
Oliveira se volvió triste y pareció envejecer en ese momento. —Mi único hijo murió
antes de poder tener un hijo propio, y yo no volví a casarme cuando su madre
sucumbió al cáncer. Tengo toda esta riqueza y, sin embargo, no tengo a quién dársela.
108
¿Por qué no intentar hacer un poco de bien?—.

—Porque nadie hace las cosas por la bondad de su corazón. Todo el mundo tiene
un motivo. Incluso tú—. Se levantó. —Gracias por el desayuno. Debería ver a Nico—

Primero, sin embargo, cogió su teléfono y envió un mensaje a madre.

Averigua todo lo que puedas sobre Luiz Oliveira. Porque el hombre estaba mintiendo
sobre algo. Lo sentía en las entrañas.
Capítulo 11

109

Philip vio a Carla bajando por el camino de la casa y no pudo evitar una sonrisa.

Para su sorpresa, ella le devolvió la sonrisa. Se detuvo junto a él y miró hacia el


prado, donde Nico estaba sentado encima de un poni que avanzaba con paso pesado.
Aunque, dada la expresión de Nico, no le importaba la velocidad.

—¡Mami!— gritó. —Mírame. Estoy montando—.

—Ojos al frente, mijito— respondió ella, mirándolo con cariño.

—El chico tiene un talento natural. No se ha caído ni una vez— observó Philip.

—Entonces supongo que vivirás otro día—.

—No dejaría que le hicieran daño—.

Ella suspiró. —Sé que no lo harías. Lo siento—.

¿Una disculpa? —Eres su madre. Puedes preocuparte—.

—Sí, pero también tengo que recordar que no puedo envolverlo con burbujas—

—Es un buen chico—


—Sí, lo es, pero eso no significa que no me preocupe. El mundo es una mierda—.

—A veces. Sin embargo, también puede ser increíble—. Especialmente cuando


conoces a alguien especial.
110
Ella se giró y se apoyó en la barandilla, mirándolo. —¿Cómo conociste a Oliveira?—

La verdad aún no era algo que él pudiera decir con comodidad. Al mismo tiempo,
era difícil resistirse a la suave mirada de Carla. No podía seguir mintiendo para
siempre. Era mejor arrancarse la venda de la verdad ahora y acabar de una vez. —El
Sr. Oliveira me contrató hace años y pensó que era competente. En lugar de
emplearme caso por caso, me hizo una generosa oferta para trabajar para él a tiempo
completo—.

La expresión de su rostro se endureció. —Así que me estás diciendo que no sois


amigos. Trabajas para él—.

Él asintió.

Ella lo abofeteó tan fuerte que el aire se le escapó. —Supongo que me lo merecía—

—Me has mentido—.

—No intencionadamente—.

—¿Salieron las palabras de tu boca?— fue su respuesta sarcástica.

—Sí, pero...—

Lanzó un manotazo al aire. —No te molestes en darme una respuesta de mierda.


Te envió a mi ciudad, ¿no? Te envió a espiar a mi hijo—.

—La palabra es explorar. Como en cazatalentos. Pasa todo el tiempo—.


—Los cazatalentos no se hacen pasar por entrenadores y luego se arriman a una
madre soltera para timarla y que viaje horas desde su casa—.

—Quería que viera a Nico en persona.— Lo cual era ciertamente extraño. Pero como
parecía bastante fácil, Philip accedió. 111

—¿Y bastó con una práctica?— se mofó. —Parece un montón de problemas. ¿Por
qué no ser sincero desde el principio y decir que estabas allí buscando talentos?—.

—Porque tú misma lo has dicho. La mayoría de los padres creen que su hijo es
especial. No necesito defenderme de una docena de padres cuando sólo me interesa
una mujer en particular—.

Sus ojos brillaron. —¿De eso iba el beso? Seducir a la solitaria madre soltera para
que aceptara mudarse—.

—No. El beso fue un error—. Podría haberse mordido la lengua en cuanto se le


escapó la palabra. —Eso no es lo que yo...—

—Tienes razón. Fue un error. Igual que venir aquí fue un error— espetó Carla. —
No sé a qué juego estáis jugando tú y tu jefe. Pero no cuentes conmigo ni con Nico—.

—Carla...—

—Mami. ¿Has visto?— Nico vino corriendo hacia ellos. —Lo hice bien. Jimmy lo
dijo— Jimmy era el que llevaba al poni de vuelta al establo.

—Lo hiciste de maravilla, mijito. Pero tenemos que prepararnos—.

Aunque no lo dijo en voz alta, Philip sabía que quería decir: prepararse para irse.
La tensión de su postura y la forma en que se negaba a mirarlo lo decían todo.
Lamentó no haberle dicho la verdad antes, pero al menos ahora, en adelante, ella lo
sabría. Aunque de poco serviría que se marchara.

—Pensé que la práctica no era hasta después del almuerzo— exclamó Nico,
subiendo a través de los rieles. 112

—Sobre la prueba...—

Philip interrumpió. —Esta visita no es sólo sobre el equipo de fútbol, es sobre la


escuela, también. ¿Qué tal si os hago una visita guiada a ti y a tu madre? Les muestro
las aulas. Tienen un laboratorio de ciencias épico. Talleres mecánicos. Incluso enseñan
economía doméstica—.

—¿Qué es eso?— Nico preguntó.

—Clases de cocina—.

—¿Por qué tengo que aprender a cocinar? Ese es el trabajo de Mami—.

Los labios de Carla se torcieron. —¿Y si yo no estoy para cocinarte, mijito? Un día
te mudarás—.

—No, no lo haré. Voy a vivir contigo por los siglos de los siglos—. Nico echó a
correr, y ella negó con la cabeza, con una sonrisa en los labios. Una expresión que se
desvaneció cuando miró en dirección a Philip.

Una mano en su brazo detuvo a Carla antes de que pudiera seguir a su hijo. —Es
un buen chico y un excelente jugador. No dejes que el hecho de que hayamos sido un
poco solapados al traerte aquí te impida hacer lo mejor para él—

—¿Quién dice que la Academia Yaguara es lo mejor?—

—¿Por qué no le das una oportunidad y lo compruebas por ti misma?—


—No cambiaré de opinión—.

—Entonces, ¿De qué tienes que preocuparte?—

Sus labios se apretaron en una fina línea, dura e inflexible. Y sin embargo, a pesar 113
de ello, Philip no tardó mucho en recordar la suave expresión de ellos cuando se
besaron.

—Bien—. Ella resopló. —Enséñanos tu preciosa escuela. No cambiará una maldita


cosa—.

La academia estaba a menos de media hora en coche de la mansión y ocupaba más


de cien acres de terreno, lo que significaba numerosos campos de hierba verde y
ondulada. El director hizo la visita guiada, con Nico exclamando durante gran parte
de ella, su emoción incontenible. Nico demostró a todos por qué merecía estar en la
academia, y sus habilidades en el campo hicieron que los otros chicos le chocaran las
manos y le dieran palmaditas en la espalda.

Mientras Nico estaba entre los alumnos, Philip se acercó a Carla y murmuró:

—Encaja perfectamente—.

—Lo hace— admitió. —Pero sigue siendo un no—.

—¿Por qué?—

Ella no señaló nada, pero se volvió y miró hacia las gradas donde Oliveira estaba
de pie observando. Había aparecido poco después del calentamiento.

—No confío en él—.

—Es un buen hombre—. Philip podía afirmarlo con sinceridad.


—Está siendo espeluznante—.

—Le gusta ver jugar a los chicos—.

—Como he dicho, espeluznante—. Carla miró fijamente al hombre, que la 114


sorprendió mirando. Oliveira saludó con la mano. Ella le dio la espalda. —Vámonos.
Quiero agarrar nuestras cosas y llegar al motel que encontré online—.

—No seas idiota—. Las palabras de Philip fueron más duras de lo que pretendía.
—Tienes un lugar gratis para quedarte—.

—No quiero nada de ese hombre—

—Ahora estás siendo mezquina—.

Carla le dirigió una mirada sombría a Philip. —Eres terriblemente mandón—.

—Sólo lo parece porque discutís por todo—.

—¿Me estás llamando perra?—

—No. No me atrevería. Podrías matarme—. Le guiñó un ojo antes de alejarse. La


dejó admirar su culo por una vez.

En el camino de regreso a la mansión, Nico mantuvo viva la conversación,


exclamando sobre la academia. Carla dijo poco. Cuando llegaron a la casa, Owen tenía
un bañador y una toalla listos para Nico, que gritó: —El último en llegar es un huevo
podrido— antes de salir corriendo a cambiarse.

Carla siseó a Philip. —Te dije que quería irme—.

—Pues ve y díselo a tu hijo—. Philip hizo un gesto con la mano en dirección a las
escaleras. —Explícale por qué no puede quedarse aquí y divertirse—.
—Eres un gilipollas— le espetó ella antes de largarse.

Philip no la vio en toda la noche. Carla observó a Nico en la piscina y luego rechazó
una invitación a cenar con Oliveira. En su lugar, optó por pedir una pizza para que
ella y Nico pudieran pasar la noche encerrados en su habitación prestada viendo 115
películas.

Su excusa transmitida a Owen: —No queremos dar más trabajo al personal—. Que era
una forma educada de decir: —No quiero pasar tiempo contigo ni con tu jefe—.

Philip podía entender su reticencia. ¿Cuál era el trato de Oliveira con ellos? Su jefe
había estado actuando de manera extraña, empezando por el hecho de que había
enviado a Philip a traerlos de vuelta.

Un golpe en la puerta de la oficina de Oliveira resultó en un ladrido: —Adelante—

Philip entró y vio a su jefe de pie frente a la chimenea, mirando un cuadro suyo de
joven, sentado junto a su mujer y su hijo de pequeño. Una época en la que ambos
habían estado vivos.

—Buenas noches, señor—.

Su jefe se apartó del cuadro. —Me está evitando, ¿verdad?—.

No tiene sentido mentir. —Sí. Ella no confía en ti—

—No creo que confíe en mucha gente—.

—Tienes razón, no lo hace, ¿Y puedes culparla? La trajimos aquí con evasivas—

—¿Le contaste?— La mirada de Oliveira se entrecerró.

—No tuve elección. Ella preguntaba demasiado. Al final se habría enterado—.


—Entonces, está enojada—.

—Muy enfadada—

—No conocía otra forma— reflexionó su jefe en voz alta. 116

—Podrías haber preguntado—.

—¿Y decir qué?—. Oliveira se volvió. —Conociéndola, ¿De verdad crees que habría
aceptado una invitación de un desconocido?—.

—No. Sobre todo porque todavía no entiendo por qué querías que ella y Nico
estuvieran aquí—.

—Es un excelente candidato—.

—Uno de cientos. Pero tú lo querías a él en particular. ¿Qué le hace tan especial?—

—Posiblemente nada. Más que probablemente, ilusiones— respondió críticamente


su jefe. —¿Cuál es el plan para mañana? Pensaba llevarme al chico...—

Philip interrumpió a su jefe. —Mañana se va a casa—.

—¿Qué?— Oliveira pareció sobresaltarse. —¿Pero por qué?—

—Porque ésta no es su casa—.

—No puede irse todavía. Es muy pronto—.

—No puedes obligarla a quedarse—.


Oliveira maldijo y estrelló el vaso que sostenía contra la chimenea. Chocó contra la
rejilla metálica y se hizo añicos. —Maldita sea. Esto es más complicado de lo que
esperaba—.

—¿Qué está pasando, Luiz?— Philip no solía tutear a su jefe, para mantener la 117
distancia profesional, pero pudo ver algo en el rostro de Oliveira.

El hombre parecía desgarrado. Sólo por un momento, antes de que reapareciera el


semblante firme del empresario. —Nada. Es sólo que odio ver el talento
desperdiciado debido a la terquedad—.

—Tal vez cambie de opinión—.

Luiz le lanzó una mirada, a lo que Philip se encogió de hombros y sonrió con pesar.
—En realidad, imagino que no lo hará—. La obstinación de Carla no se lo permitió.

—¿Cómo va a llegar a casa?—

—Seguro que está buscando horarios de autobús, pero yo pensaba llevarlas—.

—Por supuesto que lo harás. Igual que tú seguirás allí como entrenador hasta el
último partido—.

—¿Todavía quieres que lo haga?—

—Los niños necesitan a alguien que los guíe—.

Había más que eso. —Todavía no te has dado por vencido con Carla y el niño—.
Philip se mesó el pelo. —Ya no les miento—.

—Nunca te lo he pedido. Pero sí espero que los vigiles—.

—¿Por qué?—
—Porque yo lo digo—.

—No es suficiente— espetó Philip.

—Entonces déjalo si no te gusta. No tengo nada más que decir al respecto—. 118

Oliveira podría haber terminado, pero Philip no. Averiguaría por qué su jefe estaba
actuando tan fuera de lugar. Volvería mañana con Carla y Nico. Trataría de no pensar
en el hecho de que sólo le quedaban unos días para convencer a Carla de que no era
un imbécil, algo que, por alguna razón, era muy importante.

Por supuesto, la parte de convencer podría llevar tiempo, por lo que se encontró
frente a la puerta de su habitación, con el puño en alto para llamar. Preguntándose
qué diría. Si tendría siquiera la oportunidad de hablar.
Capítulo 12

119

Carla dejó a Nico solo viendo una película y se fue a su habitación a hacer las
maletas. Tanto si Philip y su jefe estaban de acuerdo como si no, se iba a casa, aunque
Nico y ella tuvieran que coger el autobús.

Se negaba a quedarse, a pesar de que lo que Madre había averiguado sobre Oliveira
lo hacía parecer un tipo decente. Multimillonario hecho a sí mismo, había empezado
como hijo de un granjero en un pueblo montañoso de Brasil. Heredó la granja y tuvo
la suerte de descubrir que parte de ella contenía un mineral metálico. A partir de ahí,
la riqueza de Oliveira fue en aumento.

Se casó con la hija de un importante banquero. Un matrimonio por amor, según


todos los indicios, ya que nunca volvió a casarse tras la muerte de su esposa a causa
de un cáncer de mama.

Oliveira tuvo un hijo. Murió. Víctima de un accidente a alta velocidad. Un atleta


que había triunfado en el mundo del fútbol y se le subió a la cabeza. Alcohol, drogas
y la vida rápida.

Parecía que Oliveira había dicho la verdad cuando dijo que no tenía familia, lo que
hacía más plausible su decisión de crear una fundación para ayudar a los niños. Eso
no significaba que excusara su espeluznante forma de vigilar a Nico. ¿Era un pedófilo
oculto? ¿Se mostraba benevolente con el mundo para congraciarse con los chicos?

Curioseando un poco, descubrió que Nico y ella eran los primeros alumnos de la
academia que se alojaban aquí. El personal afirmaba que Oliveira rara vez tenía 120
invitados. Incluso Philip sólo pasaba la noche de vez en cuando. Hacía casi siete años
que trabajaba para él.

Siete. ¿Y su cargo habitual? No era entrenador ni profesor en la academia, sino el


chico de Oliveira de los viernes. Según los chismes, el jefe enviaba constantemente a
Philip a hacer recados por todo el país, y a veces fuera de él. Un mensajero glorificado
por lo que parece.

Y un buen mentiroso.

Debería haber sabido en el momento en que llegaron a la mansión que algo estaba
mal. Bueno, ya no tenía anteojeras. No se quedaría aquí más tiempo del necesario.

Me voy a casa.

Ya que la tía Judy no había visto ni oído nada durante su estancia. Ningún vehículo
extraño aparcado en la carretera. Ni más disparos perdidos. La furgoneta fue
arreglada y dejada sin molestar en su entrada.

Lo cual fue un alivio. Nico estaba a salvo, su tapadera seguía siendo segura y, sin
embargo, Carla hizo las maletas enfadada. Para los que no estaban familiarizados con
ese acto, se trataba de meter sus cosas, sin doblar, rima o razón en su equipaje. Ni
siquiera podía explicar por qué estaba tan enfadada. Porque estaba segura de que
Moore trabajaba para Oliveira. Bien por él. Ella también tenía secretos. Incluso
mayores.

El golpe la hizo guardar su arma cerca. Se acercó a la puerta y la abrió con cautela.
Moore estaba fuera y arqueó una ceja. —¿Puedo pasar?—

—Si estás aquí para convencerme de que me quede, olvídalo. Me voy a casa—.

—Sigues enfadada—. 121

—¿Qué lo delató?— espetó.

—No te enfades. Fui sincero y te lo dije—.

Ella resopló. —Sólo porque sabías que me enteraría—.

—No veo cuál es el problema—.

—El gran problema es que me arrastraste a la casa de Oliveira y mentiste. Tu jefe


odia a los invitados—.

Philip rodó los hombros. —Odio es una palabra muy fuerte. No tiene tiempo para
gente falsa—.

—Sin embargo, invita a dos extraños a su casa. ¿Por qué?—

—No sé por qué. No me lo quiere decir—.

Ella escuchó la exasperación. Tal vez, finalmente algo de verdad. —¿Es un


pedófilo?—

—¿Qué?—

—Ya me has oído. ¿Algún rumor de que le gustan los niños? ¿Algún pago a las
familias para que mantengan la boca cerrada? Vamos, eres su mano derecha.
Seguramente, lo sabrías. Dime, ¿Le gustan los niños pequeños?—
Philip la miró boquiabierto, abriendo y cerrando la boca. —¿Me estás tomando el
pelo? Oliveira no es un pedófilo—.

—Pero le gustan los niños—.


122
—A la mayoría de la gente también. Eso no los convierte en depredadores—.

—Entonces sus acciones no tienen sentido—. Carla se apartó de él.

—¿Cómo te ha perjudicado? ¿Por ser amable? ¿Ofreciendo a Nico la oportunidad


de su vida?—

—¿Qué quiere a cambio? Porque no creo ni por un momento que haga esto por la
bondad de su corazón—.

—Jesús, Carla. ¿Qué coño te ha hecho desconfiar tanto de la gente? ¿Crees que yo
también soy un pervertido? Después de todo, me ofrecí para entrenar—.

—¿Lo eres?—

—¿Tengo que besarte otra vez para demostrarte que no lo soy?— espetó.

Puede ser. Aunque eso no fue lo que ella dijo. —Besarme no prueba nada—.

—¿Qué clase de infancia jodida tuviste?— preguntó.

—Del tipo que incluía un padre abusivo y alcohólico—.

Las manos de Moore se agarraron a sus costados mientras se enfurecía. —¿Te hizo
daño?
—Nos hizo daño a todos. Pero no de esa manera—. Su padre estaba demasiado
borracho para actuar, una bendición según su madre. Sin embargo, sus puños nunca
vacilaron.

—Tu experiencia con un imbécil no debería manchar a todos— 123

—No fue una sola experiencia, sin embargo. El padre de Nico era, en muchos
sentidos, peor—. Se puso una mano en la mejilla. —Todavía no puedo sentir la piel
aquí a pesar de que la fractura se curó.—

—Te golpeó—. Philip parecía estupefacto.

—Entre otras cosas—. Carla se encogió de hombros.

—Menos mal que está muerto— gruñó Moore.

—¿Por qué? ¿Qué va a hacer un gringo como tú? ¿Darle un sermón?— se rio ella.

—No soy un gringo—.

—Tampoco eres un pandillero. Matías era lo más bajo de lo bajo. Un asesino. No


habrías tenido ninguna oportunidad contra él—.

—Te sorprenderías. Soy más duro de lo que crees—.

Ella le miró. —Lo dudo.— Le dio la espalda. —Deberías irte. Mañana tenemos un
largo viaje—.

Él la agarró y la giró hacia él. —Aún no me voy. No hemos terminado—.

—No queda nada que decir—.

—¿Quién ha dicho nada de hablar?—


Apretó los labios contra los suyos y ella pensó en morderlos. Mordisqueó el inferior,
de hecho. Pero de una manera que se lo metió en la boca.

Menos mal que la puerta estaba cerrada, porque lo empujó contra ella y le devoró
la boca. Todo el día había estado hirviendo a fuego lento. 124

Enfadada con ese hombre.

Enfadada consigo misma.

Tenía tantas emociones reprimidas en su interior.

Y también excitación.

Moore la hacía sentir cosas. Hizo que su cuerpo cobrara vida y, cuando volviera a
casa mañana, no volvería a verle. No tendría la oportunidad de arrancarle la camisa,
los botones volando mientras ella agarraba la tela y la rasgaba.

No quería arrepentirse de no haber tenido la oportunidad de saciar la necesidad de


su interior. El palpitar entre sus muslos.

Sus dedos enredaron su pelo y la apartó de su boca. —¿Qué está pasando?—

—Vas a follarme—. Ella le dio un mordisco en la barbilla y le acarició la ingle con


la mano.

—Creía que estabas enfadada conmigo—.

—Lo estoy. Muy enfadada. Lo que me pone cachonda. Ahora, ¿vas a seguir
haciendo preguntas estúpidas, o vas a hacer algo al respecto?—

—No quiero que me odies—.


—Entonces será mejor que te portes bien— dijo ella antes de chuparle el labio
inferior.

Él gruñó. —Eres...—
125
—Jodidamente increíble. Ya lo sé. Ahora, cállate y bésame—. Sus bocas se
encontraron en un caliente choque de aliento y dientes. Él pasó de estar inmovilizado
contra la puerta, a ella despojada de su camisa y sujetador, su espalda contra la pared,
y la boca de él aferrada a su pezón.

Chupó. Y Carla se mordió la lengua para no gritar. La puerta estaba cerrada, pero
no quería que nadie la oyera.

Quería fingir que él no la había prendido fuego. Pero él la tocaba como si supiera
lo débil que era su control a su alrededor. Cada caricia, cada beso y cada chupada de
él estaban decididos a volverla loca. Jadeaba mientras él jugaba con sus pezones. Se
estremeció cuando él le bajó los pantalones y le puso la mano encima.

Cuando volvió a encontrar su boca con la suya, sus dedos jugaron con ella,
encontrándola húmeda y caliente. Frotó su miel contra su protuberancia hinchada, y
ella gritó en su boca, sus caderas girando contra su mano, necesitando más.

—Fóllame— jadeó.

—No me digas lo que tengo que hacer— replicó él mientras la ayudaba a rodearle
la cintura con las piernas. La mantuvo pegada a la pared, sujetándole el cuerpo con
un brazo mientras con la mano libre guiaba su polla hasta la entrada de su sexo. Se
burló de ella un momento, frotando la cabeza hinchada contra sus labios inferiores.

Se burló de ella.

—Dámela— exigió ella.


Él la penetró, el grosor de su polla la llenó. La estiró. Ella clavó los dedos en su
hombro y lo utilizó como palanca para rebotar. Él la ayudó poniéndole las manos en
el culo, ahuecándole las mejillas, y ella echó la cabeza hacia atrás al sentir la exquisita
sensación de su coño tirando con su polla.
126
Dejó que él controlara el ritmo, sobre todo desde que había encontrado el ángulo
que le provocaba fuertes sacudidas de éxtasis cada vez que lo golpeaba. Sus
profundas caricias eran duras. Rítmicas. Su orgasmo se enroscaba en su interior. Un
resorte tensamente enrollado que se hacía más intenso cada vez que embestía su polla.

—Sí. Sí—. La única palabra que pudo sisear.

En cuanto a él, jadeaba. Su respiración era agitada mientras la penetraba, sus dedos
se clavaban en su carne mientras la embestía con más fuerza y rapidez.

Al borde del éxtasis, abrió los ojos y lo encontró mirándola fijamente.

Intensamente.

Íntimo.

Y aún así, él la embistió, su polla entrando y saliendo de ella hasta que su cuerpo
se tensó en torno a él y ella se corrió. Se corrió con la cabeza echada hacia atrás, la boca
abierta en un grito silencioso.

Su cuerpo se estremeció por el placer que la dejó flácida en sus brazos.

Débil.

Vulnerable.

Él aprovechó para besarla suavemente en la sien.


Sin embargo, por un momento, ella quiso ceder. Quería quedarse entre los brazos
de Philip.

¡Qué debilidad!
127
Se apartó de él de un empujón, zafándose de la íntima unión, sintiendo el aire más
fresco de la habitación besar su piel húmeda.

Se echó el pelo hacia atrás y buscó profundamente para encontrarse a sí misma: la


dura Carla, la que follaba y seguía adelante. —Gracias—.

—Gracias— respondió él en un tono ronco, acercándose a ella.

Ella bailó fuera de su alcance. —Oh, no. Hemos terminado—.

—¿Terminamos?— Su tono era plano. —¿Me estás echando?—

—Bueno, sí. Es mi habitación. Y me iba a la cama—.

—Si quieres una cama, podemos hacer una cama— gruñó.

—Voy a estar sola—.

—¿Así que eso es todo? Bam, bam, ¿Gracias, señora?—

Ella podía oír el dolor bajo la ira hirviente. —Tenía un picor, tú me lo rascaste. Esto
no cambia nada entre nosotros—.

Él apretó los labios. —Lo cambia todo, Carla. Y tú lo sabes—.

—No seas uno de esos tipos. Odio a los pegajosos—.

—No es pegajoso querer preocuparse—


—Excepto que nunca te pedí que te importara—. Palabras que sonaban falsas por
alguna razón. Por un momento, en sus brazos, ella había sentido lo que podría ser
apreciada. Le había gustado.

Por eso lo empujó hacia la puerta y se apoyó en ella. 128

Con los ojos cerrados.

El corazón oprimido.

Preocupándose demasiado.

No vuelvas a cometer ese error.


Capítulo 13

129

Al día siguiente, Carla tenía las maletas junto a la puerta y desayunaba casi en
silencio. Nico parloteaba lo suficiente para todos. Oliveira se había unido a ellos, y
cada vez que dirigía una palabra a Carla, ella le lanzaba una mirada.

El jefe de Philip sólo intentó una vez convencerla de que se quedara. Con una
mirada directa que habría arrugado a la mayoría de los hombres, ella respondió: —
Gracias por la oferta, pero creo que Nico y yo deberíamos irnos a casa. Tiene un
partido importante que no puede perderse—.

Entonces, Oliveira cometió el error de decir: —Nico actuó muy bien ayer. Me
gustaría...—

—No creo que tu escuela sea una buena opción—.

A lo que Nico contestó: —Pero, mamá...—.

—No—. Dijo con firmeza. Ella se puso de pie y colocó su servilleta de lino sobre la
mesa. —Es hora de irse—.

La ira y la decepción luchaban por predominar en el rostro de Oliveira. No estaba


acostumbrado a que lo ignoraran.
Nico lo intentó una vez más. —Me gusta estar aquí—.

Ella no habló. Una mirada señalada a Nico provocó un suspiro del chico. Se puso
de pie más lentamente, pero en lugar de irse de inmediato, le tendió la mano a
Oliveira. —Gracias por dejar que nos quedemos. Me gusta mucho tu casa. Tu escuela. 130
Y tus waffles—. Luego abrazó al anciano antes de huir, dejando a Oliveira
boquiabierto.

Carla, en cambio, no abrazó ni agradeció a Oliveira. Lo fulminó con la mirada. —Si


alguna vez te pillo merodeando a mi hijo, te enterraré en algún lugar del desierto—.

Philip no estaba del todo seguro de que estuviera bromeando.

Ella se fue, y Oliveira refunfuñó: —Es muy testaruda. ¿No se da cuenta de la


oportunidad que le estoy ofreciendo?—.

—Sí, pero no le importa—. Philip se encogió de hombros.

—Sólo necesito unos días más— se quejó su jefe.

—No creo que unos días más la convencieran. Debería irme—. Antes de que Carla
cumpliera su promesa de coger un autobús.

El equipaje ya estaba cargado, y Nico en el asiento de atrás, con los auriculares


puestos y la cabeza agitada, cuando Philip salió. Carla se apoyó en el coche y arqueó
una ceja. —¿Algún intento de última hora para hacerme cambiar de opinión?—.

—No creo que tenga mucho sentido, ¿Y tú?—. No había rastro de la mujer
apasionada que había tenido en sus brazos la noche anterior. ¿De verdad había
significado tan poco para ella? ¿Alguien le daría una patada en el culo por importarle
un bledo que ella no lo hiciera?
—Tu jefe oculta algo—.

En eso, no estaba en desacuerdo. Lo extraño era que Oliveira no lo compartiera con


él. —Todos escondemos partes de nosotros mismos—.
131
La respuesta le valió una mirada mordaz. —¿Esta es tu manera de admitir que
sigues mintiéndome?—.

—Todo el mundo puede tener algunos secretos—.

—¿Es tu forma de parecer misterioso?—

—Soy lo que ves. Un hombre que hace el trabajo para el que fue entrenado,
abriéndose camino en la vida. ¿Y tú?—

Los labios de ella se crisparon. —Soy una asesina encubierta de una organización
secreta que ofrece servicios de vigilancia para eliminar a gilipollas—.

Él se rio. —Apruebo totalmente lo de vigilante. Pero me cuesta imaginarte como


asesina—.

—Porque las chicas no pueden ser asesinas—.

—Al contrario, hombre o mujer, creo que todos tenemos esa capacidad—. Algunos,
más que otros. —Pero incluso tú tienes que admitir que es una exageración pasar de
madre futbolista a ultraespía—.

—Yo no espío. Yo mato. Por dinero—. Sonrió y soltó una carcajada, una de las
primeras auténticas que había oído de ella. —¿Te imaginas lo que dirían los otros
padres?—.

Él se rio. —Que tienes una vívida vida de fantasía. Supongo que no incluye
lencería—
—Principalmente spandex8 negro—.

—Sigue siendo sexy. Me encantaría verte en ella—.

Arqueó una ceja. —¿Es esa tu forma de pedir que se repita lo de anoche?— 132

—¿Dirías que sí si lo fuera?—

Antes de que pudiera responder, Nico bajó la ventanilla. —¿Nos vamos?—

—Sí—. Ella lanzó una mirada tímida a Philip antes de entrar en el coche.
¿Significaba la mirada que ella estaba interesada en otra oportunidad? No podía
preguntárselo con su hijo detrás.

Philip se sentó en el asiento del conductor, y una vez en la carretera, hizo un


movimiento astuto. Le puso la mano en el muslo.

Luego esperó.

¿Se la quitaría o...?

Su mano se posó en él.

Ligeramente.

Él se volvió para mirarla, sólo para encontrarla mirando hacia la ventana. Ella no
dijo ni hizo nada más, pero la mano permaneció allí. Le hizo sentirse...
condenadamente bien.

8
Elastano, licra o spandex es una fibra sintética conocida por su gran elasticidad y resistencia.
Por eso esperaba que le invitara a entrar cuando por fin se detuvo frente a su casa.
En lugar de eso, una vez que les ayudó a descargar y ella lo dejó todo en el vestíbulo,
se sorprendió cuando ella le miró y le dijo: —Gracias por traerme. Adiós—.

Fue a entrar, pero él la agarró del brazo. —¿Eso es todo?— 133

—¿Esperabas algo más?— Ella arqueó una ceja. —Tengo un hijo, ¿Recuerdas? Lo
que significa que no voy a invitarte a una fiesta de pijamas. No necesito que Nico haga
preguntas—.

Lo cual Philip podía entender. Sin embargo, no ayudó a su frustración.

—Quiero volver a verte—. Desnuda. Piel enrojecida. Jadeando. Corriéndose...

Cerró la puerta y se apoyó en ella. —Escucha, Moore—

—Mi nombre es Philip—

—Anoche fue divertido. Pero no me va eso de las relaciones y las citas—.

—¿Por qué no?— insistió. —Y no me vengas con la mierda de que todos los
hombres son escoria—.

—La verdad es que me gusta mi vida tal y como es. Respondo ante mí misma. No
tengo que limpiar después de otra persona que no sea Nico. Mi armario es sólo para
mí—.

—En primer lugar, no soy una especie de cavernícola que espera que informes de
todos tus movimientos. Soy un maniático del orden, ¿Y quién dice que quiero
compartir un armario contigo?—.

—Quieres follarme otra vez—.


Se acercó más. —Claro que sí. Quiero follarte hasta que tus uñas rastrillen mi
espalda y tu coño se apriete alrededor de mi polla como un tornillo de banco—.

Las pupilas de ella se dilataron. —No puedo permitir que Nico te vea en mi cama—
134
—¿A qué hora se va a dormir?—

—A las nueve—.

—Nos vemos a las nueve y cuarto.—

—¿Estás loco? No puedes venir más tarde sólo para follarme—.

—¿Por qué no?— Apretó su cuerpo contra el de ella, atrapándola contra la puerta.
—No quieres ataduras. ¿Qué tal si yo no te pongo condiciones?— Él tomaría lo que
pudiera y tal vez, con el tiempo, ella perdería algo de ese exterior espinoso.

—¿Intentas joderme para que te diga que volveré a la academia?—

—Quiero follarte porque estar hasta las pelotas dentro de ti es el paraíso—.

Su respiración se entrecortó. —No deberíamos—. Se lamió los labios.

—Por eso te sentirás tan jodidamente bien— susurró él contra sus labios.

La puerta detrás de ella se abrió de repente, haciéndola tropezar.

Nico se rio. —Mami, nunca eres torpe. ¿Te ha hecho tropezar el entrenador?—

—El entrenador hizo algo, sí— refunfuñó ella.

El pecho de Philip se hinchó ante la queja. —Hasta luego— dijo con un saludo cerca
de la sien.
Nico sonrió. —Estaré listo para el entrenamiento, entrenador—.

Mientras que Carla no dijo nada.

Pero cuando él apareció esa noche a las nueve y cuarto, trayendo flores (ante lo que 135
ella resopló), ella lo dejó entrar. Y prácticamente lo arrastró a su habitación.

No intercambiaron ninguna palabra.

Ella no quería hablar, y a él le pareció bien. En cuanto se cerró la puerta de su


habitación, la atrajo contra su cuerpo y acercó su boca a la de ella. Llevaba horas
pensando en ese momento.

Se preguntaba si sería tan explosivo como la primera vez.

Su cuerpo se encendió, y ella se unió a él en la pasión, su boca dio un giro feroz,


chupando su labio inferior, sus lenguas enredadas y calientes. Ella le rodeó el cuello
con las manos y se fundió en su cuerpo.

Él la abrazó con fuerza, la sensación de su esbelto cuerpo contra el suyo lo volvía


loco. Con un movimiento suave, la cogió en brazos y la llevó a la cama. La siguió y
cubrió su cuerpo con el suyo. Los muslos de ella se separaron, dejándole acurrucarse
entre ellos. Sus caderas empujaron contra él, una fricción decadente incluso con las
capas de ropa que los separaban. Él se estrechó contra ella, aplicando aún más presión,
y ella jadeó contra su boca.

—Fóllame— susurró.

Philip no entendía por qué cada palabra sucia que salía de su boca la excitaba tanto.

—Me deseas— dijo, moviendo la boca para prodigar atención a la concha de su


oreja.
Ella se retorció bajo él. —No me obligues a atarte a esta cama—.

—¿Por qué no?— respondió él antes de morderle el lóbulo.

Las manos de ella encontraron el borde de la camisa de él y se movieron por debajo, 136
acariciando la carne de su espalda. Cuando ella tiró de la tela, él se echó hacia atrás lo
suficiente para quitarse la camisa.

Le recorrido el pecho con las uñas, rozándole los pezones, que se endurecieron
como puntas. Le pellizcó uno y sus caderas se estremecieron.

Sonrió mientras pellizcaba el otro. —Ven aquí— dijo ella con voz ronca,
agarrándolo por el cuello y tirando de él hacia abajo.

Philip estaba más que feliz de volver a besar a Carla, pero al mismo tiempo se apoyó
en un brazo, dejando una mano libre para vagar. Parecía justo que, ya que estaba sin
camisa, ella se uniera a él. Le tiró de la camisa, subiéndosela, y sus dedos recorrieron
la suave piel de su caja torácica hasta la redondeada protuberancia de sus pechos.

Apretó sus pechos perfecto y ella jadeó contra su boca. Sus dedos callosos le
agarraron el pezón y tiraron de él, provocando otro sonido en ella. Hizo girar el pezón
erecto y le encantó ver cómo ella jadeaba cada vez más deprisa.

Se inclinó hacia un lado y le tiró de la camisa, tirando de ella por encima de la cabeza
y dejándola a la vista. La noche anterior no había podido disfrutar de su cuerpo.

Había sido demasiado rápido.

Esta vez, planeaba adorar cada centímetro.

Masajeó sus pechos, acariciando primero uno y luego el otro, jugando con sus
pezones hasta que se pusieron firmes. Sólo entonces se abalanzó para llevarse un
pezón a la boca. Chupó y ella se arqueó, ahogando sus gritos de placer con un puño
en la boca.

Chupó un poco más, pasó el borde de los dientes por la carne sensible, y ella soltó
un gemido bajo. Reaccionaba tan maravillosamente a sus caricias. 137

Su boca se deslizó por la tensa piel de su vientre. Hasta el borde de sus pantalones.
No tardó en quitárselos. Pronto le siguieron las bragas.

Atraído por su mirada, no pudo evitar un suspiro de agradecimiento. —Estás


jodidamente caliente—.

—Enséñamelo— invitó ella, moviendo las caderas. Sus piernas se abrieron un poco
más.

—Mandona, incluso en la cama— refunfuñó él con buen humor.

—Quiero sentirte dentro de mí— afirmó ella, deslizando la mano entre las piernas,
frotándose, con las puntas de los dedos húmedas.

El olor de su excitación llegó hasta él y su polla palpitó en sus pantalones. Quería


hundirse dentro de ella. Sentir su calor. Pero antes...

Acarició la suave piel de sus muslos. Ella se estremeció. Le dio un beso en la suave
piel. Luego otro, desde la rodilla hacia arriba.

—Sí— gimió ella cuando él llegó al pliegue de sus muslos. Pero él la provocó y
empezó a besarla en el lado opuesto.

Ella abrió las piernas para él, con las rodillas flexionadas, dejándose al descubierto.

Él se aprovechó y le acarició las nalgas con las palmas, levantándolas,


saboreándolas. Tan condenadamente dulce.
Su lengua se deslizó entre sus labios inferiores. La tocó. La acarició. Lo golpeó
contra su clítoris, y ella tembló.

Masculló.
138
Podía sentir lo cerca que estaba por la tensión de su cuerpo. Siguió lamiendo su
botón hinchado y deslizó un dedo dentro de ella. Luego un segundo. Sintió cómo ella
se tensaba a su alrededor.

Metió y sacó el dedo. Siguió lamiéndola. La sostuvo. Escuchó cómo su respiración


se volvía rápida y superficial.

Cuando se corrió, se tapó la cara con la almohada para gritar y su cuerpo se


convulsionó. Las olas de su placer le sacudieron los dedos.

Rápidamente se tiró de los pantalones y se deslizó dentro de ella mientras seguía


corriéndose. La almohada salió volando y ella lo alcanzó. Lo agarró y tiró de él hacia
abajo.

Lo besó profunda y apasionadamente mientras él la penetraba.

Luego él sacó su polla.

Volvió a penetrarla, sintiendo el glorioso calor de su orgasmo.

Salió y dejó sólo la punta de la polla contra sus labios. Volvió a introducirse
lentamente, y las manos de ella le arañaron la espalda mientras sus caderas se movían,
urgiéndole a penetrar más.

Se tomó su maldito tiempo para llegar hasta allí, y una vez que no pudo ir más lejos,
comenzó a apretarse contra ella. Empujando una y otra vez mientras ella gemía en su
boca.
Su cuerpo se tensó. Y su segundo orgasmo fue aún más fuerte que el primero.

Lo apretó con tanta fuerza que fue casi doloroso. Entonces, él también se corrió.
Derramándose dentro de ella, caliente y sin pensar, con el condón aún en el bolsillo.
Y no le importó. 139

Acababa de experimentar el paraíso.

Se desplomó a su lado, respirando con dificultad. Sólo para jadear cuando ella rodó
encima de él.

—No está mal—.

—¿No ha estado mal?— repitió él. —Te corriste dos veces.

—Pero tú no. Tengo la energía para ver si podemos cambiar eso—. Y lo hizo.

También la hizo correrse otra vez, tan fuerte, que casi sollozó.

Fue el mejor sexo que había tenido. Podría haber pasado la noche envuelto
alrededor de Carla, haciéndole el amor una y otra vez.

Pero eso no formaba parte de su plan. Cuando empezó a dormirse, ella lo despertó
y lo empujó fuera de la cama. —Vete, antes de que nos quedemos dormidos y Nico te
encuentre—.

Philip pensó que era mejor no mencionar la próxima vez que la viera que, mientras
salía de puntillas de su habitación, se topó con Nico en el pasillo que venía del baño.

Philip se llevó un dedo a los labios y el chico sonrió.

Al menos una persona estaba de parte de él.


Capítulo 14

140

A la mañana siguiente, sonó el despertador de Carla y tuvo un momento de


desorientación. Se despertó de un sueño en el que estaba acurrucada con Philip. Y no
era horrible.

Lo que hizo que la realidad fuera aún más solitaria al despertarse en una cama
completamente desecha pero vacía del hombre que la había llevado a tan dichosas
alturas.

No puedo creer que haya venido a verme. Carla no había pensado de verdad que
volvería, con putas flores como si fuera una cita.

Casi lo había mandado a paseo. ¿Cómo se atrevía a ignorar el hecho de que ella no
quería una relación? ¿Cómo se atrevía a tratarla como a una novia?

Qué horror.

Pero, al mismo tiempo, había experimentado un placer interior vertiginoso, sobre


todo porque llevaba horas pensando en él, recordando cómo se había sentido al
tenerlo dentro de ella. Preguntándose si la segunda vez sería tan buena como la
primera.
Cuando entró por la puerta, apenas pudo contenerse. Arrastrándolo a su
dormitorio como una ninfómana hambrienta de sexo.

No es que a él le importara. Su pasión era igual a la de ella.


141
Y fue incluso mejor que la primera vez. Se sintió tan bien, que Carla se relajó y había
empezado a dormitar, lo que habría sido un desastre. ¿Y si no hubiera logrado echarlo
antes de la mañana? Nico habría visto entonces a Philip. ¿Cómo explicar que mamá
sólo estaba usando el entrenador de Nico para el sexo?

Ella realmente debería decir no a una próxima vez. Porque habría una próxima vez
según el significado del beso que Philip le había dejado caer en sus labios y el susurro
de “Hasta mañana” al marcharse.

Ahora sólo podía pensar en eso mientras se duchaba y se preparaba para ir a


trabajar. Mientras sus manos enjabonaban su tierno cuerpo, éste vibraba, deseoso ya
de otra ronda.

Una locura absoluta. ¿Desde cuándo quería repetir? Probablemente alguna crisis
sexual de casi treinta años. Podía soportarlo. No sería la primera vez que su ducha
extraíble la ayudaba.

Sin embargo, el pequeño orgasmo hizo poco por saciarla, y llegó tarde a prepararse
para el trabajo. Por suerte, Nico no necesitó mucha ayuda para vestirse. Insistió en
dejarlo en el colegio en lugar de dejar que cogiera la bicicleta, con la excusa de
recogerlo después del colegio para el nuevo entrenamiento programado.

—No hables con extraños— le amonestó mientras le dejaba salir delante del colegio,
ignorando las miradas furiosas de los padres a los que bloqueaba el paso.

—No soy un bebé, mamá— afirmó él, renunciando a su habitual Mami con su
irritación de preadolescente.
La cosa era que siempre sería su bebé. La buena noticia fue que no vio nada
sospechoso en absoluto durante su viaje a la escuela y al trabajo.

Tal vez la vida podría volver a la normalidad. Una nueva normalidad que
implicaba un entrenador caliente y temporal. 142

Tuvo que recordarse a sí misma que, una vez terminado el gran partido, él volvería
a su casa y a su trabajo habitual. Se preguntaba si Philip se quedaría para el último
partido del fin de semana, ya que Oliveira no había conseguido lo que quería.

Esperaba que Philip no dejara a los niños en la estacada. Habían trabajado tanto.

Ir a trabajar le parecía surrealista y aburrido. Carla se pasaba el día empujando


papeles, sin hacer gran cosa. Contaba los minutos y las horas que faltaban para irse.

A diferencia de otras personas de su empresa que trabajaban en cubículos, sus


resultados a la hora de denegar reclamaciones se traducían en un despacho (aunque
minúsculo, con apenas espacio para moverse) con una puerta, a la que la gente solía
llamar.

De repente, la puerta se abrió de golpe y chocó contra la pared cuando alguien se


asomó a la entrada, activando su medidor de peligro. Su mano se metió bajo el
escritorio y se enroscó en la empuñadura de la pistola que tenía allí escondida.

Un hombre corpulento se asomaba a la puerta. De unos treinta años, quizá más,


difícil de decir entre los tatuajes y la mueca de desprecio de su rostro bronceado. Su
calva tenía incluso algo de tinta, y de cada oreja colgaban aros dorados.

La miró fijamente. —Bueno, mira esto. La puta ha vuelto a la ciudad—.

—¿Quién es usted?— espetó ella, sin reconocer al hombre. —Salga de mi despacho


antes de que llame a seguridad—. Sus pensamientos internos iban más en la línea de:
Saca tu culo de aquí o te hago un agujero en la cabeza. Podría alegar defensa propia. No
sería difícil. Podía alegar fácilmente que él la había amenazado, ya que llevaba una
segunda pistola sin marcar en el bolso que podía poner rápidamente en su mano
flácida y muerta.
143
Sin embargo, pasar desapercibida significaba no hacer agujeros en la gente que no
sabía cuidar sus modales. Malditas leyes.

En lugar de obedecer su petición de marcharse, el matón cerró la puerta de un


portazo y se dejó caer en la única silla que había frente a su escritorio. —No me voy a
ninguna parte, puta. Tú y yo tenemos asuntos que discutir—.

—Si se trata de una reclamación al seguro, tiene que concertar una cita. No
aceptamos visitas sin cita—.

—Se trata de la familia, Carlotta López—.

Se le heló la sangre al oír su antiguo nombre. Con el que había nacido y había dejado
atrás hacía once años. No dejó traslucir su malestar. Sin embargo, se puso la pistola
en el regazo. —Me temo que se equivoca de persona—.

—No, no me equivoco. He visto suficientes fotos tuyas cuando estaba en la cárcel


como para conocerte de vista. A mi hermano le gustaba visitarme en el calabozo y
presumir de su buena puta—.

Hermano. Carla se dio cuenta de lo horrible que era. —Tú eres Pedro—. El hermano
mayor de Matías. Un hombre al que nunca había conocido. Pedro estaba en la cárcel
antes de que ella y Matías empezaran a salir.

Él se recostó en su asiento con una sonrisa de suficiencia. —Veo que empiezas a


recuperar la memoria—.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Cómo me has encontrado?— Porque Carlotta ya no
existía. Ni una sola base de datos. Registro escolar. Nada. Madre se había asegurado
de borrarlo todo.

—El destino debe quererme porque te vi salir de un aparcamiento hace unas 144
semanas y pensé, joder, que se parece a la puta de la novia de Matías—.

Encontrarse cara a cara con alguien de su pasado trajo un sabor agrio a la boca de
Carla. —Yo no soy su novia— espetó. Era más fuerte que aquella chica. Y más lista.

—Claro que no lo eres, porque está muerto—.

Se mordió la lengua antes de pronunciar “hasta nunca”.

La silla crujió cuando él se inclinó hacia delante. —La cosa es que se rumorea que
fuiste tú—.

—No deberías hacer caso de los rumores—.

—Sé que son chorradas porque no me imagino a Matías liquidado por una putita
como tú. Pero sí creo que probablemente te abriste de piernas para otro tipo y usaste
tu coño para convencerlo de que hiciera el trabajo por ti—

Como un hombre que piensa que una mujer no puede actuar por sí misma.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Insultarme? Porque realmente me importa una mierda


lo que pienses—

—Parece un poco injusto que estés viva mientras mi hermano está muerto y solo en
el cielo—

—No puedes pensar en serio que el gilipollas de tu hermano está en el cielo—. Carla
no pudo evitar la risa burlona incluso cuando sus palabras provocaron la ira de Pedro.
Le dio una palmada en el escritorio. —No me jodas, puta. Te retorceré el pescuezo
y me importará una mierda—.

—Tu agente de la condicional podría tener un problema con eso—. Una conjetura
por su parte, pero Pedro parecía de los que se pasan la vida rindiendo cuentas a 145
alguien. —¿Sabe el oficial que te gusta acosar mujeres? Quizá debería llamarle—.

Pedro se recostó en su asiento, con una fría sonrisa en los labios. —Yo que tú no
haría eso. Si me pasa algo, estás jodida. Mis amigos lo saben todo sobre ti. Tú y mi
sobrino. Nico, ¿No?—

El miedo y la ira se disputaban el dominio. —Deja en paz a mi hijo—.

—¿A tu hijo? ¿Has olvidado que también es de mi familia? Es mi sobrino, y creo


que ya es hora de que conozca el lado de su padre. Y no hay una mierda que puedas
hacer al respecto—

—Yo soy su madre, y tú no eres más que un tío de mierda. No tienes derechos—.

—Lo tendré si el niño acaba huérfano—. Dijo con una mirada amenazadora.

Ya era suficiente. Carla sacó la pistola de su regazo y apuntó a la cara de Pedro.

—Escúchame, imbécil, y escúchame bien. Te mantendrás alejado de mí y de Nico.


Porque si no lo haces, te mataré y nunca encontrarán tu cuerpo—.

Él abrió mucho los brazos. —No tienes cojones para matarme—.

—No estés tan seguro de eso. ¿Conoces esos rumores de que maté a tu hermano?
No contraté a nadie. Fui yo—. Se inclinó hacia delante y susurró: —Y me gustó—.

Finalmente, un ceño se frunció en la frente de Pedro. —Vas de farol, zorra—. Su


fuerte acento golpeó con fuerza la b.
—¿Lo estoy?— Carla retiró el martillo de la pistola y sonrió. —Si te disparo, todos
creerán mi historia del matón grande y malo que me amenazó. El hombre malo que
me ha estado acosando. Porque eras tú, ¿no? Disparando a mi furgoneta. Me rajaste
las ruedas—.
146
Su rostro se torció. —Sí, fui yo, y haré cosas peores antes de acabar—.

—No, no lo harás. Porque la próxima vez que muestres tu cara, te meteré una bala—

—Estás cometiendo un error— gruñó, levantándose de la silla.

Carla mantuvo la pistola apuntándole. —No, tú eres el que está cometiendo un


error. Déjanos en paz a mí y a mi hijo, o te reunirás con tu hermano en el infierno—.

—Esto no ha terminado— amenazó Pedro mientras salía de su despacho.

La dejó temblando como no había temblado en años.

No se estaba imaginando una mierda. Pedro la había amenazado a ella y a Nico.

Tenemos que irnos. El pánico golpeó a Carla como no lo había sentido desde su
tiempo con Matías.

Al salir de su despacho, ladró a los que le preguntaban adónde iba: —Me voy a
casa. Estoy enferma—.

Se dirigió a toda velocidad al colegio de Nico y pasó un momento impaciente en la


oficina mientras lo traían de su clase. Se quedó mirando la calle hasta que él se reunió
con ella.

¿Pedro daría el golpe ahora o más tarde?

Cuando su hijo salió, frunció el ceño. —¿Qué pasa, Mami?—.


—Tenemos que irnos—.

—¿Irnos a casa, ahora?— preguntó. —¿Por qué?—

—A casa no. Tenemos que salir de la ciudad. Hoy mismo—. 147

Sólo cuando llegó a la furgoneta se dio cuenta de que él no la seguía. Se quedó a


unos metros, con cara de enfado. —No puedo irme. Tengo entrenamiento—.

—Lo siento, mijito, pero esto es importante—.

—¿Por qué? ¿Qué pasó?—

—No puedo decirlo. Sube a la furgoneta—.

Se subió, con el rostro sombrío, pero no había terminado. —No quiero irme—

—Hay peligro si nos quedamos—.

—¿Peligro cómo?—

¿Cómo explicar que el hermano aún más psicópata de su padre los estaba
acechando? O a ella, al menos, pero no le extrañaría que Pedro le hiciera daño a Nico
para llegar a ella.

—Alguien en el trabajo de mamá está enfadado—.

—Pues llama a la policía—.

—La policía no puede ayudarnos—.

—No quiero irme. No puedo. Mi equipo me necesita—.


La angustia en sus palabras la desgarró. ¿Cómo podía permitir que sus errores del
pasado le hicieran daño? ¿Y en qué demonios estaba pensando al huir?

Pedro era sólo un matón.


148
Ni siquiera uno inteligente o sofisticado. Entonces, ¿Por qué coño Carla dejaba
ganar a Pedro? Ella había derrotado a gilipollas mayores que él. Ella era la que debía
infundir miedo y exigir retribución. ¿De verdad sólo hacían falta las amenazas
fanfarronas de un matón para destruir una década de entrenamiento?

Palmeó la rodilla de su hijo. —Tienes razón, mijito. No debemos dejar que un malo
nos ahuyente. Este es nuestro hogar—.

Por eso, en cuanto llegaron a casa, envió un chat de grupo.

Mamá Futbolista: Hola, chicas, cuánto tiempo sin verlas. Me preguntaba si querríais
venir de visita a ver el gran partido de Nico este fin de semana.

Mamá de hockey: Claro, es temporada baja para mí y Junior va a visitar a la abuela.

Mamá enemiga: No puedo. El renacuajo en el horno está mareando los viajes. Pero podría
enviar a Declan. Me está volviendo loca.

Mamá futbolista: LOL9. Mejor que se quede en casa porque sabes que no parará de
mandarte mensajes para ver cómo estás.

9
Se trata de un término de la expresión Laughing Out Loud, que significa "riendo en voz alta" o "riendo a
carcajadas"
Mamá Tigresa: No puedo conseguir una niñera, y hace tiempo que nuestros hijos no nos
visitan. ¿Tienes sitio para los gemelos?

Mamá futbolista: Claro. Tía Judy tiene algunas camas extras.


149
Mamá Puma: Acabo de terminar mi viaje a las Bahamas y me encantaría tener una excusa
para no volver a casa todavía. ¡El nido vacío apesta!

Mamá futbolista: No puedo esperar a verte.

Al guardar el teléfono en el bolsillo, Carla sintió alivio y una malvada satisfacción.


Pedro no sabía con quién se había metido. Acababa de llamar a la caballería, y si había
algo con lo que nunca se jodía era con el hijo de una madre asesina.
Capítulo 15

150

Mientras Philip entrenaba a los chicos, no pudo evitar distraerse.

Carla había llegado la última, e incluso desde su lugar en el campo, podía ver la
tensión en ella. La forma en que escudriñaba todo y a todos. ¿Qué la tenía nerviosa?
¿Más vandalismo?

Tenía que preguntárselo, porque esa tarde había tenido que lidiar con su irritado
jefe.

—¿Ya hablaste con ella para que vuelva?— ladró Oliveira sin saludar.

—No hace ni un día que volvimos. Dale un poco de tiempo—.

—Ya he perdido demasiado tiempo— murmuró su jefe.

—Lo que dices no tiene sentido—.

—Pronto lo entenderás. Te lo explicaré todo cuando vuelvas—.

—¿Por qué no me lo dices ahora?—

—Tengo mis razones—.


Razones que Philip no podía comprender, y por eso no tenía ninguna intención de
presionar a Carla para que volviera a Pasadena. Al menos no por Oliveira. Si Philip
le pedía que se mudase, sería por otra razón.

A pesar de conocerla desde hacía pocos días, se estaba enamorando de la mujer, 151
con todo y su carácter irritable. Le gustaba tanto que aún no había decidido si volvería
a casa cuando acabase el trabajo de entrenador. Quedarse, sin embargo, significaba
dejar su trabajo, pero había ahorrado suficiente dinero como para mantenerse a flote
durante bastante tiempo. Siempre podía encontrar algún que otro trabajo.

Pero todo eso era prematuro, dada la opinión de Carla sobre las citas y los hombres.

Por lo que Philip sabía, anoche fue realmente la última vez que estarían juntos.
Esperaba que no.

Cuando terminó el entrenamiento, se acercó a Carla, con las manos en los bolsillos,
intentando parecer despreocupado, ocultando su irritación ante todos los padres que
intentaban interponerse en su camino. Parloteando sobre el gran partido. Haciendo
todo tipo de preguntas.

Podría haber sido más brusco de lo necesario, lo que significaba que se quejarían.
Que se quejen. Sólo le quedaba un partido importante como entrenador, después
podrían acosar a quien fuera contratado para la siguiente temporada.

Cuando Philip se acercó a Carla, ella no lo reconoció, su mirada seguía fija en la


carretera mientras Nico metía sus cosas en la furgoneta.

—Hola— dijo.

—Hola—. Dicho sin girarse a mirarle.

Le sentó mal, aunque reconoció su postura tensa. —¿Qué pasa?—


—No pasa nada—. Mintió descaradamente. Cualquiera podía ver que algo la tenía
nerviosa.

—No soy idiota. Algo te tiene asustada—. Porque sus acciones eran las de una
persona en alerta máxima. 152

—Nada que no pueda manejar—

Le molestó, incluso cuando reconoció su postura tensa. Carla pensó que podía
lidiar, sola, con lo que la tenía nerviosa como un gato. Por alguna razón, despertó la
ira de Philip. —¿Te sientes amenazada?—

—Dije que puedo manejarlo—. Se apartó de la furgoneta, con las manos metidas en
los bolsillos y el voluminoso jersey encorvado sobre ellas.

—¿Te mataría dejarme ayudarte?—

—Posiblemente—. Ella sonrió. Y entonces, para su sorpresa, se puso de puntillas y


le dio un rápido beso en la mejilla. —Gracias por importarte una mierda. Pero estoy
muy bien—.

—Yo no lo estoy. Me estás volviendo loco—.

—Creía que eso era bueno—. La mujer lo despistó con un guiño.

—¿Significa eso que puedo verte más tarde?— le preguntó mientras ella rodeaba la
furgoneta.

—¿Por qué no?— Ella le lanzó una mirada. —¿A la misma hora?—

Él estaba allí a las nueve y catorce en punto. Esta vez con un paquete de seis
cervezas.
Ella las metió en la nevera y se le echó encima.

Apenas llegaron a su habitación, su pasión resultó tan feroz. En el segundo asalto,


él se aseguró de disfrutar de una exploración más pausada en la cama.
153
Una vez más, ella le echó a una hora intempestiva.

Pero él no se quejó. Carla no le había dicho que no. Por eso se sintió bastante seguro
al decir: —Hasta mañana— mientras se preparaba para irse.

—Mañana no puedo. Mis amigas están de visita desde fuera de la ciudad, así que
voy a tener la casa llena—

—¿Te avergüenzas de mí?— le preguntó.

—Más bien no iba a someterte a su curiosidad. Pero si crees que puedes


soportarlo...— se burló ella.

—¿A la misma hora de siempre?—

—Claro. Y si sientes la necesidad de traer algo, trae helado. De caramelo salado o


tarta de queso con cerezas, o ambos—.

—¿Vino no?—

—No bebemos—

Perdería su tarjeta de hombre por admitirlo; sin embargo, sintió cierta excitación
ante su invitación. Ella estaba dispuesta a presentarle a sus amigos. Era un gran paso.
No es que le diera mucha importancia.

Se hizo el desentendido al marcharse, dándole un beso ardiente que la dejó con los
ojos pesados y una sonrisa.
Volvió al día siguiente, a la misma hora de siempre, con unos cuantos cartones de
helado en una bolsa y una caja de bombones metida entre el brazo y el cuerpo.

Había dos coches aparcados delante y en la entrada. Uno con matrícula de fuera de
la ciudad, el otro de alquiler. 154

Luchó contra el impulso de comprobar su aspecto y llamó ligeramente a la puerta.

Le abrió la puerta una rubia con el pelo recogido en una coleta y una expresión
brillante y curiosa. —Hola—.

—Hola. Soy Philip. Un amigo de Carla— dijo.

—Sé quién eres. Te estábamos esperando—.

La forma en que lo dijo le hizo preguntarse en qué se había metido. Sobre todo
porque sonaba música, una pieza instrumental de jazz.

—He traído golosinas— dijo, levantando la bolsa.

—Nosotros también—. Una gran sonrisa dibujó sus labios mientras cantaba: —
Carla, tu novio está aquí—.

—No es mi novio— exclamó Carla, apareciendo detrás de la rubia y dándole un


empujón juguetón. —Es mi follamigo—.

No sabía si morirme de vergüenza en el acto o alegrarme de que al menos ella no


fingiera que no eran nada. Un follamigo era mejor que nadie.

—Es guapo— comentó una mujer mayor muy bien arreglada que lo miró de arriba
abajo. —Más elegante de lo que esperaba. Más de mi tipo, de hecho—.

—Abajo, Meredith. Es mío—.


Una vez más, dicho en un tono más ligero y burlón de lo que había oído de Carla
antes. Le gustó especialmente lo de mío.

Philip entró y le dijo a Carla: —¿Dónde está Nico?—.


155
—Se está quedando en casa de mi tía Judy. Mi amiga Portia vino a la ciudad con
sus hijas, así que está de visita con ellas. La conocerás más tarde—.

—Oh—

—Y ahora déjame presentarte a las damas. Ese puma tratando de medirte es


Meredith. Cuidado con sus manos, le gusta agarrar culos y sería una pena que tuviera
que cortárselas— bromeó Carla.

Meredith resopló. —Tus habilidades con el cuchillo no son tan buenas, así que me
gustaría verte intentarlo—.

—La que no puede pronunciarse y deja caer los eh como si estuvieran pasando de
moda es Tanya—.

—Me sorprende que no le hayas dicho que vivo a base de poutine10 y beavertails11—
dijo la canadiense poniendo los ojos en blanco.

—Estaba guardando eso para más tarde. Chicas, este es Philip. El entrenador de
Nico, y mi follamigo—.

¿Qué podría decir un hombre a ese tipo de introducción? —Hola. Encantado de


conocerlas—

10
La poutine es un plato de la gastronomía quebequesa. Está elaborado con patatas fritas, queso en grano fresco —
normalmente cheddar muy poco curado— y salsa de carne.
11
BeaverTails son pasteles de masa fritos que se estiran para parecerse a la forma de la cola de un castor.
Meredith lo miró y frunció los labios. —¿Así que fue él quien te engañó para que
fueras a esa academia?—.

—El único—.
156
—Debe de ser una buena polla— observó Meredith.

La franqueza le hizo preguntarse si debería salir corriendo. Pero estaba hecho de


otra pasta.

Le quitaron el helado y el chocolate y le empujaron a sentarse en el sofá. Carla tomó


asiento a su lado, mientras las otras dos se sentaban frente a ellos y lo bombardeaban
a preguntas.

—¿Dónde creciste?—

—Háblanos de tu familia—.

—¿Qué estudiaste en la universidad?—.

En su mayoría cosas básicas que él contestaba con facilidad mientras su mirada


buscaba a menudo a Carla, que estaba más relajada de lo que nunca la había visto.
Estaba apoyada en el reposabrazos del sofá, medio girada, con los pies metidos contra
las piernas de él.

Empezó a lanzarle sus propias preguntas. —¿Cómo os hicisteis amigas?—.

Eso hizo que compartieran una mirada entre ellas antes de que Carla se encogiera
de hombros. —Fuimos al mismo campamento—.

—En Canadá— se rio Tanya.

—¿Eras la monitora del campamento?— le preguntó a la mujer mayor.


—No exactamente. Yo era una asistente que volvía cuando ellas estaban allí—
explicó Meredith.

—¿Qué tipo de campamento?—


157
—Entrenamiento de supervivencia. Sólo para chicas—. Carla se levantó y fue a la
cocina antes de volver con unos vasos llenos de un líquido dorado. Le dio uno a Philip.

—Es limonada fresca— dijo Tanya. —Portia la hizo antes—.

—Porque es una mamá tigresa total que siempre está vigilando todo lo que
comemos. Natural esto y natural lo otro— se burló Carla.

—Los alimentos procesados son malos para nosotras—. Tanya salió en defensa de
la amiga desaparecida.

—Pero saben tan bien— comentó Carla.

—Hasta que te haces mayor, entonces son comida del diablo— remachó Meredith.

En cuanto a Philip, se mantuvo al margen del debate y bebió un gran trago. Le


habría venido bien más azúcar, dada su acidez.

—Está bueno—. Aunque habría estado mejor con vodka.

—¿Has jugado alguna vez al Yo nunca he?— Tanya preguntó.

—Lo conozco. ¿Por qué?—

—Porque vamos a jugar—. Tanya dio una palmada.

Meredith colgó su vaso. —Empezaré yo. Nunca me he comido una cola de castor—
Mientras Tanya daba un gran sorbo a su bebida, no pudo evitar una mueca. —¿Es
un manjar canadiense?— preguntó él.

Carla se rio entre dientes. —Te está tomando el pelo. Es un pastelito que hacen frito
en aceite y bañado en glaseado—. 158

Tanya soltó una risita. —Se mete con los turistas—.

—Mi turno— Tanya levantó su vaso. —Nunca me he bañado desnuda—.

Las mujeres gimieron cuando Meredith inclinó hacia atrás su bebida. Se unió a ella.

Cuando Carla se quedó boquiabierta, Philip se encogió de hombros. —¿Qué? ¿No


lo has hecho?—

—No. Vivo en la ciudad. ¿Dónde voy a bañarme desnuda?—.

Las preguntas siguieron y siguieron. Con él bebiendo por muchas de ellas, pero no
era el único. Acabó con un segundo vaso cuando las declaraciones tomaron un giro
extraño.

—Nunca he matado a nadie— afirmó Carla. Luego bebió. Al igual que Tanya y
Meredith.

Él también dudó antes de beber. Luego se rio. —Supongo que estamos contando
bichos y roedores—.

—Algunos eran definitivamente cucarachas— se rio Tanya.

—Creo que estamos listas— fue la críptica respuesta de Meredith.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando para Oliveira?— preguntó Carla.


La pregunta le hizo fruncir el ceño, ya que estaba bastante seguro de que ya se lo
había dicho, y no parecía formar parte del juego. —Siete años—.

—¿Y tú verdadero nombre es Philip Moore?—. Meredith dejó su vaso.


159
—Philip John Moore, el segundo. Mi padre tiene delirios de grandeza— admitió
antes de dar otro sorbo.

—¿Cuántos años tienes?—. Fue el turno de Tanya.

—Treinta y siete. Y antes de que preguntes, soy Tauro—. Se relajó mientras les
dejaba realizar la entrevista. Aparentemente, era la parte de la noche para conocer a
los colegas. Déjales que pregunten. Seguía viendo como una buena señal que Carla le
hubiera dejado conocer a sus amigos.

—¿Para qué rama del ejército trabajaste?—

¿Cómo lo sabían? —Operaciones Especiales, Fuerza Delta—. Soltó el secreto y


parpadeó.

Carla intercambió una mirada con Meredith, que se levantó y se acercó. —¿Cuánto
tiempo sirvió?—

No es asunto tuyo. Las palabras que debería haber dicho. En su lugar: —Me alisté a
los diecinueve y estuve ocho años antes de retirarme—.

—¿Por qué te retiraste?—

—Porque mi oficial al mando era un gilipollas al que no le importaban una mierda


sus hombres. Y me fastidiaba que los hombres verdaderamente malos no fueran los
que nos ordenaban eliminar—. Se le escapó la verdad, y la rabia le invadió al desvelar
secretos celosamente guardados. ¿Qué coño le pasaba?
Miró fijamente su vaso y luego a Carla, que seguía observándole.

—¿Qué me has dado?—

—Suero de la verdad—. 160

—Vete a la mierda—. No le creyó, aunque se le soltó la lengua un poco más,


haciéndole casi soltar lo guapa que estaba ahora mismo.

Su expresión decía que hablaba en serio. —Tanya lo puso en tu bebida—.

La ira se encendió dentro de él. —¿Qué coño, Carla? ¿Por qué?

—Porque no me gustan los secretos—.

Él gruñó. —Algunos secretos no deben ser revelados. Firmé documentos para


guardar silencio sobre mi tiempo en el ejército—.

—Una carrera de la que nunca me hablaste—.

—Porque no preguntaste— espetó.

—¿Me lo habrías contado?—

—No—. La palabra se le escapó. —No es algo de lo que me guste hablar—.

—Y, sin embargo, te hace mucho más interesante— observó Carla, poniéndose de
rodillas ante él. —Fuiste francotirador—.

—Sí— Siseó.

—¿A cuántos mataste?—

—A demasiados—.
—¿Se lo merecían?—

Cerró los ojos y apretó la mandíbula, pero la verdad siguió derramándose.

—Algunos sí—. 161

—¿Tienes pesadillas? ¿Arrepentimientos?—

—Siempre hay arrepentimientos—. ¿Pero pesadillas o el trastorno de estrés


postraumático que tantos otros sufrían? Quizá le faltaba algo, algún tipo de empatía,
porque una de las razones por las que destacaba en su trabajo era porque no sentía
nada. Hacía lo que le decían y después dormía como un bebé. Sin embargo, con el
tiempo se volvió quisquilloso sobre a quién mataba. Cuando llegó el día en que su
oficial al mando le ordenó matar a alguien, una mujer cuyo único delito era estar
casada con el hombre equivocado, dijo que no y se marchó.

—¿Qué sabes de mí y Nico?—

—Tú estás buena. Es un chico guay—.

Una de sus amigas soltó una risita.

—¿Cómo me llamo?—

—Carla Baker—

—¿Mi otro nombre?—

Él frunció el ceño. —¿Qué otro nombre?—

—¿Conoces a Pedro?—

—No. ¿Quién es?—


—Una mala mierda. ¿Has venido a quitarme a mi hijo?—

—No—. Nunca lo haría. —Pero Oliveira lo quiere. A los dos—

—¿Por qué?— 162

—No lo sé—. Lo que sí sabía era que necesitaba salir de allí. Necesitaba escapar
antes de que Carla hiciera la pregunta correcta y él soltara cosas que nunca deberían
ser reveladas.

Se puso de pie y la cabeza le dio vueltas.

—¿Adónde vas?— Carla preguntó.

—Lejos—.

—¿Lejos de dónde?—

—A cualquier sitio lejos de ti. Esto no está bien—.

—Tengo una pregunta para él— dijo Meredith. —¿Te gusta Carla?—

—Sí—

—¿La amas?—

—¡Tanya!— chilló Carla.

Él se mordió el labio en lugar de responder porque la sorprendente verdad era que


podría.

Un brazo le rodeó la cintura. Lo sostuvo. —Vamos a llevarte a la cama—.


—No— Intentó apartarse de Carla, pero ella resultó ser más fuerte de lo esperado.
Ella lo mantuvo anclado y lo guio por las escaleras hasta su habitación, luego lo dejó
en su colchón.

La miró fijamente, sin fuerzas para levantarse. —¿Por qué?— Una palabra que 163
apenas pudo pronunciar.

—Tenía que asegurarme de que no trabajabas en mi contra, sobre todo cuando me


enteré de que eras ex militar—.

—Podrías haber preguntado— dijo, luchando por mantener los ojos abiertos.

—No podía correr el riesgo de que mintieras—.

—No te mentiría— fue la última verdad que susurró antes de no poder luchar más
contra la oscuridad.
Capítulo 16

164

Cuando Philip cerró los ojos, Carla le apartó el pelo de la sien y se permitió un
momento para mirarle.

¿Cómo no se había dado cuenta de que era militar? La forma en que se sostenía. El
hecho de que hubiera mantenido la calma durante el tiroteo. Sólo aquellos con
entrenamiento sabían cómo reaccionar.

Lo extraño era que no llevaba pistola. Carla lo había tanteado suficientes veces
como para saberlo. Aunque trabajaba para Oliveira, todo lo que había visto hasta
entonces apuntaba a que era un hombre de negocios honrado. Tanya también había
investigado. Ningún vínculo con el crimen o las drogas. Ni rumores de negocios
turbios. Ni una sola empresa fantasma.

Entonces, ¿Qué utilidad tenía un hombre de negocios para un ex francotirador de


Operaciones Especiales? Estaba algo impresionada por los registros de Philip, dado
que estaban sellados y había que hackearlos con bastante delicadeza para echarles un
vistazo. No es que vieran mucho. Las partes que habían logrado conseguir mostraban
grandes pasajes redactados. Suficiente para insinuar que Philip era más parecido a
Carla de lo que ella nunca hubiera imaginado.
Pero, ¿Era su pasado suficiente para que él la aceptara tal como era? ¿Podría Philip
soportar su naturaleza asesina?

Debería habérselo preguntado cuando tuvo la oportunidad.


165
Una parte de ella se sentía mal por el truco que le había jugado. No tenía muchas
opciones. Una vez que habían descubierto su pasado, Carla tenía que saber cuáles
eran sus planes. ¿Se había acostado con ella porque quería o como parte de un plan
oculto?

Porque Oliveira había estado espiando a Carla. Las salvaguardas se activaron


cuando alguien hurgó en su historia inventada. Madre había rastreado el pinchazo
hasta un detective privado, cuyas cuentas bancarias mostraban pagos recibidos de la
cuenta personal de Oliveira.

¿Cuál era el interés del viejo en Carla? ¿Buscaba influir para obligar a Nico a entrar
en su academia? ¿Hasta dónde llegaría el bastardo? ¿Y qué grado de implicación tenía
Philip?

Según el suero de la verdad, ninguna. Philip Moore era quien parecía. Un tipo que
sacudió su mundo en el dormitorio y consumió sus pensamientos fuera de él.

—¿Todo bien?— Meredith se asomó a la habitación.

—Sí, sólo asegurándome de que realmente está durmiendo—

—Y sintiéndote culpable por haberlo drogado—.

—Sí— Carla suspiró. —¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?—

—¿Quién dice que tiene que serlo?—

—Porque soy quien soy—.


—¿Y?—

—¿Cómo se supone que voy a tener una relación con alguien si no puedo ser sincera
con él?—.
166
—¿No se te ha ocurrido pensar que a él podría no importarle?—.

Ella resopló. —¿Qué clase de hombre va a querer enrollarse con una asesina?—

—Otro asesino—

—Uno retirado—

—¿Y por qué no te retiraras también?—

¿Renunciar a la única cosa que había definido su vida durante la última década?
¿Por un hombre? —No sé si quiero.— A Carla le gustaba hacer del mundo un lugar
mejor. También le gustaba el dinero.

—Le gustas— señaló Meredith.

—Sólo porque no tiene ni idea de quién soy realmente—.

—Todavía. Pero dado lo que hemos aprendido de él, podría ser la única persona en
el mundo que puede aceptarte tal y como eres—

—No necesito un hombre—.

—No lo necesitas— estuvo de acuerdo Meredith.

—¿Entonces por qué...?— Ella no podía articular lo que quería. Cómo quería.
Quería la felicidad que él le hacía sentir. La emoción que sentía cuando veía su cara.
La comodidad que disfrutaba en sus brazos.
—¿Por qué te estás enamorando?—

Jadeando, Carla se giró y miró a Meredith. —No estoy enamorada—.

—Quizá todavía no, pero está ocurriendo—. 167

Sus labios se apretaron en una fina línea. —No. No lo permitiré—.

—¿Por qué no?—

—Porque sí—. Porque el amor dolía. El amor debilitaba a una persona. Y no era
sólo la experiencia de Carla con Matías lo que la hacía pensar así. Su madre y su padre
eran otro ejemplo clásico. Todas las agentes empleadas por KM tenían historias de
terror.

Sin embargo, a pesar de su pasado, Audrey se había enamorado. Lo que significaba


que Carla también podía.

—¿En serio vas a dejar de lado la posibilidad del amor por unos cuantos
gilipollas?—

—Tengo que pensar en Nico—.

—No uses a tu hijo como excusa. ¿De verdad crees que Nico quiere que estés
sola?—.

Si Meredith le hubiera dicho que Nico necesitaba un padre, podría haber discutido,
pero... —¿Y si me hace daño?—.

—Pues mátalo—. Meredith se encogió de hombros. —Se lo hice a mi segundo


marido. Cabrón de dos tiempos—.

Carla parpadeó mirando a Meredith.


—Oh, no me mires así. No era un marido de verdad. Estaba encubierta. Muy
infiltrada, y me caía bastante bien. Hasta que descubrí que se tiraba a todo lo que
podía intimidar. Así que lo maté. Recibí un buen bono por ello, también, dado que la
agencia me dejó conservar la mayoría de los bienes que heredé como su esposa—
168
—Eso es frío, Merry—

—Así es la vida. El amor sucede, y cuando sucede, disfrútalo al máximo. Cuando


ese amor se rompe, entonces sigue adelante—.

—Haces que parezca fácil—

—Tómalo de alguien mayor que tú. Puede serlo—.

—No sé si estoy lista para el amor—

—Pero te gusta—.

—Sí—

—Entonces disfrútalo mientras puedas. No tiene que ser complicado a menos que
elijas hacerlo complicado—.

—Se va a cabrear cuando se despierte—

—Entonces hazle una mamada. Te perdonará si tragas—.

—¡Merry!— Carla chilló.

Meredith se rio. —No seas mojigata como Tanya. El hombre se está enamorando de
ti. Y una vez que le expliques que lo hiciste para protegerte a ti y a Nico, dudo que
siga enfadado—
—¿Y si descubre quién soy?—

—Entonces, o te acepta, o...— Meredith no llegó a terminar la frase.

El sonido de cristales rompiéndose llamó su atención. 169

Carla le pisaba los talones a Meredith cuando bajaron corriendo las escaleras y
encontraron a Tanya en el salón, con la pistola desenfundada y apuntando al ventanal
roto. Había un ladrillo en medio del suelo.

Sólo un ladrillo. La versión moderna de un guante.

Pedro acababa de declarar la guerra.

Carla miró a sus hermanas y sonrió. —¿Quién tiene ganas de ir de caza?—.


Capítulo 17

170

Despertarse resultó más difícil que de costumbre. Philip luchaba contra el


aturdimiento que intentaba mantenerlo dormido. Pesados por una tonelada de
ladrillos, su cabeza y su cuerpo se negaban a cooperar.

¿Qué había pasado? ¿Se había emborrachado o algo así? Lo último que recordaba
era que había ido a casa de Carla, había conocido a sus amigas y luego...

El recuerdo de lo que ella había hecho le golpeó. Philip se sentó en la cama y gritó:
—¡Maldita perra!—.

—¿Esa es forma de dar los buenos días?—

Su cabeza giró para ver a Carla, acurrucada en la cama a su lado, algo de lo que
acababa de darse cuenta. —Me has drogado, joder—. Lo drogó lo suficiente como
para que su cuerpo quisiera hacerse el muerto. Ni siquiera su polla se movió al ver su
hombro desnudo asomando por la manta.

Pero, de nuevo, ¿Por qué iba a ponerse duro? Philip estaba enfadado con ella, y
Carla no mostraba ningún remordimiento.

—Lo hice—
—Para interrogarme—.

—Sí— Ella ni siquiera lo negó.

Luchó con su rabia y su incomprensión. —¿Por qué?— 171

—Como dije anoche, tenía que saber si podía confiar en ti—.

—¿Jodiéndome la mente?— Se levantó de la cama y se tambaleó mientras los efectos


persistentes del suero le hacían vacilar la vista. —¿Qué usaste?— Porque fuera lo que
fuese, resultó eficaz. Se había desahogado hasta que la droga lo dejó inconsciente.

—TTT43—

—Nunca he oído hablar de él—

—No me sorprende, dado que aún no ha salido al mercado. Es una nueva tintura
derivada de la escopolamina. Sólo requiere una pequeña dosis. Funciona muy bien,
excepto por el hecho de que noquea a los sujetos—.

—No está a la venta, y de alguna manera conseguiste un poco—.

—Sí. Se podría decir que tengo amigos en lugares interesantes—. Ella rodó sobre su
espalda en la cama y se estiró, la sábana cayendo de su cuerpo recortado y bronceado.

Su cuerpo desnudo.

Philip se dio cuenta de que él también estaba desnudo y se olvidó por completo de
lo que quería decir. Qué iba a decir cuando la mujer que tenía delante se transformó
en alguien nuevo. Visualmente, Carla no había cambiado. Seguía siendo la hermosa
latina con una curva en los labios, un cuerpo bien formado y un brillo travieso en los
ojos.
¿Cómo se atrevía a parecer tan jodidamente feliz? ¿Por qué demonios sintió un calor
de respuesta? Estaba enfadado con ella. Totalmente enfadado. Sobre todo porque
podía sentir que no tenía todas las piezas del rompecabezas.

Pero la mujer que tenía delante sí. —¿Qué coño está pasando, Carla?— 172

—Nada todavía. Pero eso podría cambiar rápidamente si vuelves a la cama—.


Acarició el colchón y le ofreció una sonrisa seductora.

Maldita sea si no se levantó. Su polla dijo hola, y Philip gruñó.

—No estoy de humor—.

—Tu soldado está de humor—.

—Es una necesidad de orinar—

—Unas ganas muy grandes—. Ella guiñó un ojo y se contoneó.

Estuvo a punto de unirse a ella en la cama. Pero desvió la mirada. —No te hagas la
tímida. Lo que hiciste no estuvo bien—.

—La buena noticia es que pasaste la entrevista—.

—No me interesa pasar ninguna prueba— espetó Philip.

—¿Te sentirías mejor si te dijera que vuelvas a la cama para que pueda
compensarte?—

Sí, pero no iba a ceder. —No estoy interesado en estar con una mujer que piensa
que está bien drogar a su amante—.
—¿Amante? ¿Así es como me ves?— Ella rodó sobre su estómago, sosteniéndose
sobre sus codos, lo que significaba que sus pechos se hundían, y el valle sombreado
entre ellos actuaba como un imán. —Tengo que decir que los amantes suenan
demasiado bien para las cosas sucias que hemos estado haciendo—. Ella se arrastró
173
más cerca de él. Tan cerca que tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para seguir
mirándolo.

La vista lo distrajo mucho, ya que sus labios estaban tan cerca de su polla. Una polla
que se esforzaba por llegar a su boca.

Philip miró a Carla, queriendo seguir enfadado. No era sólo la lujuria lo que le hacía
querer perdonarla. Le estaba gustando la versión más relajada y juguetona de ella. Su
factor sexy se había disparado unos cuantos niveles. ¿Qué había cambiado?

—Si no confiabas en mí, ¿Por qué te acostaste conmigo?— Porque eso era lo que
más le molestaba. Obviamente, ella no confiaba en él, y con razón.

—Me acosté contigo porque estás bueno—.

Su pecho se hinchó.

—Y yo estaba caliente. Todavía lo estoy, por eso me gustaría que dejaras de hablar
tanto y vinieras aquí—.

—Deja de actuar como si esto no fuera gran cosa—. Mantuvo la mirada perdida.
Intentó contener su enfado.

Ella suspiró. —Cielos, le das a un tipo un caramelito y se pone en plan 'qué coño'
en vez de hacérmelo a mí—.
—¿Cómo supiste sobre mi carrera en Operaciones Especiales?— Darse cuenta de
que había revelado secretos que había jurado guardar le molestó, sobre todo porque
se creía limpio de su pasado militar.

—Tengo contactos—. 174

—¿Tus amigas?—

—Tanya es una excelente hacker, y aunque se niega a trabajar para el gobierno, es


condenadamente buena traspasando sus cortafuegos—.

Tener una amiga informática no era raro. —¿Ella también te consiguió la droga?—

—No, fue Portia. Trabaja para un laboratorio—.

—Entonces, ¿Cuál es la especialidad de Meredith?—

—Distracción y apoyo en misiones—.

—¿Cuál es tu trabajo, entonces?—

Sus labios se curvaron en una sonrisa juguetona. —Soy el músculo—. Flexionó un


brazo.

No cedió al coqueteo. —Haces que tú y tus amigas parezcáis un equipo de


Operaciones Especiales—.

—Cien por cien encubiertas. Nos llamamos las Madres Asesinas—.

Él resopló. —Eso sí que es original. Si estás sobria, no me gustaría verte borracha—

—Soy un crack incluso cuando estoy borracha—


—¿Tienes una pistola?—

—Una pistola es decir poco. En el último recuento, tenía más de cien. Pero no las
guardo todas en el mismo sitio—.
175
—Enséñame una. Si te gustan tanto las armas, seguro que tienes una por ahí—.
Desafió su afirmación.

—¿Una?— Ella resopló. —Prueba con cinco—.

Mientras él se quedaba boquiabierto, ella metió la mano debajo de la almohada,


entre el colchón y la pared. Sacó una magnum. —Una—. La colocó a su lado antes de
meter la mano en la mesita de noche. —Dos. Otra pistola se unió a la primera. Se colgó
del borde de la cama y metió una mano entre el colchón y el somier. —Tres—.

La cuarta estaba dentro de la pantalla cuando la levantó. Para la última, rodó hasta
un lado de la cama y se dejó caer, metiendo la mano bajo la falda. Se levantó con una
escopeta en una mano. La dejó sobre la cama.

—Esto es justo lo que puedo alcanzar. ¿Quieres más?—

No. Porque podría enamorarse.

En serio.

Él nunca había conocido a una mujer tan cómoda con un arma. Que las tuviera
escondidas por todas partes.

Lo que le hizo fruncir el ceño. —¿No te preocupa que Nico las encuentre?—

—Nico sabe que debe dejar mis armas en paz. Tampoco entra en mi habitación. Los
otros escondites de la casa no son tan fáciles de encontrar—.
—¿Por qué necesitas tantas armas?—

—Protección—.

—Una es protección. Cien es un hobby—. 176

—Me gustan—. Ella acarició el cañón de la magnum. Agarró su longitud, y sintió


un chorro de celos por cómo lo manejaba.

—¿Puedes dispararlas?—

—Cada uno de ellas. Desmontarlas también, y volver a montarlas en la oscuridad.


¿Te molesta?—

—¿No te lo dijo tu hacker? Yo también soy coleccionista de armas—.

Ella sonrió. —¿Cuál es tu favorita?—

—Tengo debilidad por mi Walther P88—.

—Una antigüedad. Es bonita. En realidad me gusta el sonido y la acción de cargar


una escopeta. No vale una mierda en una pelea de verdad, pero para intimidar...—
Suspiró con nostalgia.

—¿De qué necesitas protección?— Porque no se creyó ni por un minuto su historia


de ser una especie de ejecutor. Más bien se burlaba de él. Estaba funcionando.

—Mis enemigos. Antiguos clientes de trabajos. La gente realmente no entiende que,


a veces, los negocios son sólo negocios. Luego hay errores de tu pasado que resurgen
y piensan que pueden ser gilipollas—. Su expresión se ensombreció.

—¿Quién ha aparecido? ¿Te están amenazando?— Al instante, su rabia hacia ella


se evaporó.
—Sí. El hermano de Matías, el tío de Nico, Pedro, decidió hacer acto de presencia
en mi despacho hace unos días—.

A Philip le chocó que ella finalmente se lo dijera. —¿Por qué carajo no lo dijiste?—
177
Ella rodó los hombros. —Porque no estaba segura de poder confiar en ti. Trabajas
para Oliveira—.

—¿Y?—

—Quería estar segura de que no me estabas utilizando para avanzar en su agenda—

—No sé lo que está tramando—. Lo que no le sentó bien, pero poseía una certeza.
—Oliveira puede ser muchas cosas, pero no es una mala mierda. Si lo fuera, no
trabajaría para él—.

Ella se encogió de hombros. —Eso lo dices tú. Tenía que estar segura. No me
arriesgo cuando se trata de Nico—.

—¿Y hizo falta una droga para convencerte?—.

—Funcionó. Sé que no me estás usando—.

Fue turbio. Exagerado. Sin embargo, mirando a Carla ahora, relajada, incluso
bromeando, ¿Podría decir que no valió la pena? —¿Qué quiere este tío?—

—Venganza por la muerte de su hermano. También quiere a Nico porque son de la


misma sangre. Pero lo mataré antes de que eso suceda—.

—Voy a tomar una conjetura salvaje y decir que Pedro es un matón—

—Pedro es un asesino como su hermano. Sólo jugó conmigo porque pensó que sería
un blanco fácil para asustar. Está a punto de aprender que no es así—.
—Necesitas protección—. Philip podría hacer eso. Él la protegería porque a nadie
se le permitía lastimarla.

—No, lo que necesito es a ti en esa ducha—.


178
Ella rodó de la cama y caminó desnuda hacia el baño. Él no pudo evitar seguirla.
La ducha parecía pequeña. Se hizo aún más pequeña cuando se metió con ella.

—Sigo enfadado contigo— dijo él, poniendo las manos en su cintura.

Ella echó la cabeza hacia atrás, dejando que el agua le mojara el pelo. Apoyó las
palmas en su pecho y se inclinó hacia él. —¿Ayudaría si te dijera que lo siento?—.

La verdad es que sí. Igual que el beso que le dio en los labios.

La reacción fue instantánea. Sus brazos la rodearon y le devolvieron el abrazo. No


podía seguir enfadado con aquella mujer. No pudo evitar sentirse más intrigado que
nunca.

¿No sería lo más salvaje del mundo que ella fuera realmente una asesina? No era
probable, pero si lo era, entonces podría haber encontrado a la única mujer que no
rehuiría las partes oscuras de su vida.

La levantó y la movió, lo que no era fácil en la estrecha cabina, y la empujó contra


la pared. El chorro caliente de la ducha le golpeó el culo. Ella abrió las piernas y él
introdujo una mano entre ellas, frotando con un dedo la húmeda concha de su sexo.

Ella gimió en su boca. Luego lo mordió. —Dame un segundo mientras hago algo—
Ella se agachó y él casi perdió el equilibrio en su combinación de ducha y bañera. Se
agarró a la barra de la cortina y gimió cuando ella se metió la cabeza de su polla en la
boca.
—Sí—. Él siseó la palabra mientras ella empezaba a sacudirse, deslizando los labios
hacia delante y hacia atrás a lo largo de él. Sus mejillas se ahuecaron con la succión.
Su boca perfecta se abrió para dar cabida a su tamaño.

Él le acarició el pelo resbaladizo. Le acarició la nuca. La animó, pero sin forzarla. 179
No lo necesitaba. Ella se la chupó con avidez.

¿Y justo antes de correrse?

Ella se levantó y se dio la vuelta, presentándole su culo. Lo empujó contra su ingle,


empujando su polla rígida. —Fóllame, soldado—.

—Sí, señora—. La agarró por la cintura y ella separó los muslos, inclinando aún
más el culo, presentándose ante él.

La cabeza de su polla sondeó la boca rosada de su sexo. Él la frotó, separando sus


labios mientras ella apoyaba las manos en la pared.

Él la penetró. Despacio. Sintió el deslizamiento de su canal. El temblor.

Se envainó completamente y se detuvo.

Ella se agitó.

Él aspiró. Se movió dentro de ella, y ahora fue ella la que jadeó mientras él
acariciaba su punto G. Ahora que la tenía, la mantuvo en su sitio, apretando y
empujando, sintiendo cómo se tensaba, cómo jadeaba.

Le rodeó la cintura con un brazo y deslizó la mano libre entre los muslos. La punta
de su dedo encontró su clítoris. Lo frotó.
Ella gimió. Él empujó con más fuerza, sus caderas hicieron todo el trabajo mientras
permanecía enterrado dentro de ella. El cuerpo de ella se tensó y se puso rígido
cuando se corrió, con el coño apretándole con fuerza.

Él se corrió. Chorros calientes que le recordaron que una vez más había olvidado el 180
preservativo. No le importó mientras recuperaban el aliento, con sus cuerpos
entrelazados.

Terminaron de ducharse casi en silencio, limpiándose mutuamente, turnándose con


el jabón. Su polla, aunque saciada, permaneció semidura todo el tiempo. No le costaría
mucho volver a hacerlo. No había estado tan excitado desde su adolescencia.

Entrando en el dormitorio, se dirigió a la pila de ropa que había sobre una silla.

Se tumbó en la cama para ver cómo ella se agachaba para ponerse las bragas. —Así
que ahora que he pasado la prueba, y confías en mí, ¿Qué es lo siguiente?—

—Como ya nos hemos ocupado de follar, ahora toca que empiece nuestro día—.

—Me refería a nosotros. ¿Qué sigue para nosotros?—

—No hay un nosotros. Hasta aquí hemos llegado—.

—¿Y si quiero algo más que sexo?—

—¿De verdad vas a hacer esto complicado?— Puso los ojos en blanco. —¿Por qué
no puede ser sólo follar? Ya te dije que no me van los novios—.

—Entonces es hora de que cambies esa regla—.

Ella arrugó la nariz. —¿Estás diciendo que realmente quieres salir conmigo?
¿Dónde estamos, en el instituto?—
—Quiero tener citas. Follar. Estar juntos. Protegerte—.

—No necesito un caballero de brillante armadura. Puedo salvarme sola—.

—Estoy seguro de que puedes, pero ¿Te mataría tener algo de ayuda?—. 181

—Tal vez—. Sus labios se crisparon. —Si te dejo ser mi novio, ¿Significa eso que me
invitarás a cenar?—.

—Probablemente. Y te llevaré al cine—.

—¿Planeas visitarme a menudo desde Pasadena?—

Al parecer, ella no había olvidado que él estaba aquí en un trabajo temporal. —No
estoy casado con mi trabajo si eso es lo que estás preguntando. La reubicación es una
opción—.

—No quiero que te comprometas tanto. Podríamos cansarnos el uno del otro en
unos días—.

—O puede que descubras que no soportas vivir sin mí—.

Ella resopló. —Lo dudo. Pero me gusta tu optimismo. Crees que te gusto ahora,
pero veamos cómo te va cuando conozcas a mi verdadero yo—.

—Mientras el verdadero tú no recurra a más mickeys, estoy bastante seguro de que


podré soportarlo. Y por cierto, como tu novio, eso significa que puedes preguntarme
cosas, y haré todo lo que pueda para ser honesto—

—¿Sólo lo mejor que puedas?—

—Hay algunas cosas, como mi pasada carrera militar, de las que no puedo hablar.
Trabajos que he hecho donde firmé un contrato de confidencialidad—.
—Puedo manejar eso. Siempre y cuando respetes el hecho de que hay cosas de las
que tampoco puedo hablar. KM me cortaría la teta si pensara que revelo demasiados
secretos. Sólo hablo contigo porque Madre dijo que podía—.

—¿Le hablaste a tu madre de mí?— Por alguna razón, eso le complació 182
desmesuradamente.

—Madre sabe de ti desde hace tiempo. Piensa que eres interesante, y dice que si
confiar en ti resulta ser una mala jugada, entonces debería eliminarte—.

Eso aplacó parte de su calidez. —Hablando de gente que sabe de mí, ¿Dónde están
tus amigas? ¿Desenterrando más secretos?—

—Posiblemente. Sé que Tanya iba a ver si podía conseguir más información. Le


molestó mucho no poder leer tu hoja de servicios. Debe ser impresionante, dado lo
mucho que está tachado—.

—Se meterá en un buen lío si la pillan—. A los militares no les gustaba que sus
secretos fueran violados.

—No te preocupes por T. Ella es la mejor—

—Debe ser agradable tener amigas a los que puedes recurrir cuando necesitas
cómplices para cometer un crimen—. Dijo con una seca ironía.

—¿Qué crimen?—

Ante su mirada punzante, ella sonrió. Luego se echó a reír.

Era más de lo que un hombre podía soportar. Se bajó de la cama y se lanzó sobre
ella. Ella chilló cuando él la agarró por las muñecas y le inmovilizó los brazos por
encima de la cabeza mientras su cuerpo la asfixiaba.
—¿Qué voy a hacer contigo?— gruñó él.

Unos ojos brillantes se encontraron con los suyos. —Hazlo conmigo—.

Un buen plan. Philip la besó y planeó hacer más, pero un golpe rápido y un grito 183
de —¡Desayuno!— arruinaron sus planes.

—Oooh, me apetece comer algo— exclamó ella.

—Prefiero comer en la cama— refunfuñó él. Habría menos posibilidades de que me


drogaran.

Ella le pellizcó la barbilla. —No tenemos tiempo para otra ronda. Hoy tenemos
trabajo—.

—¿Trabajo? ¿Qué trabajo? Es sábado—. Y el gran partido no era hasta el domingo


por la tarde.

Ella se retorció fuera de su alcance, y su culo vestido con una braga se burló de él
mientras ella se agachaba para coger algo de ropa de una silla. Su camisa y sus
pantalones le golpearon en la cara, y para cuando él se incorporó, ella ya estaba
saliendo por la puerta, vestida con pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Él se
apresuró a alcanzarla, renunciando a sus zapatos y bajando las escaleras, para
detenerse al final al ver el contrachapado atornillado sobre la ventana del salón.

—¿Qué demonios ha pasado?— Philip dijo en voz alta.

—Algún gilipollas le ha tirado un ladrillo. El cristalero vendrá sobre las diez para
arreglarlo—.

La respuesta de la mujer le hizo volverse para ver a la pelirroja de la noche anterior.


—¿Quién lo tiró?—
—Lo más probable es que Pedro o uno de sus compinches. Intentando asustar a
Carla—.

Dado que Philip acababa de verla, no parecía haber funcionado. —Eres Meredith,
¿verdad?— No podía estar seguro de confiar del todo en sus recuerdos de la noche 184
anterior dada la droga.

Ella le guiñó un ojo. —Cualquier tío al que Carla deje dormir en su cama puede
llamarme Merry—.

—¿Quién dice que durmió?— Carla gritó desde la cocina. —¿O no has oído los
golpes del cabecero antes de bajar?

—¡TMI12!— gritó Tanya desde algún lugar de la planta principal. —No necesito
saber nada de tu extraña vida sexual—.

—Al menos algunos de nosotros tenemos una vida sexual. ¿Alguna vez vas a
superar cómo se llama?— Carla se burló.

—Se llamaba Tommy, y era el amor de mi vida— se oyó resoplar a Tanya.

—Fue tu primer y único novio, que te dejó embarazada cuando eras adolescente y
se marchó antes incluso de saber que iba a ser papá—.

—¿Y? Era mi alma gemela—.

—Han pasado once años, T. Échate un polvo— espetó Carla.

—No, gracias— fue la terca respuesta.

12
TMI – Too Much Information – Demasiada información.
—¿Discuten así a menudo?— le preguntó Philip a Meredith mientras la seguía a la
cocina.

—Todo el tiempo, como hermanas— dijo Meredith con cariño. —Y si me llamas su


madre, te doy una bofetada—. 185

—Nadie es como Madre— exclamó el trío de mujeres y luego soltaron una risita,
dejándolo totalmente perdido.

El desayuno resultó ser una experiencia interesante, con él sentado frente a Carla y
su plato repleto de patatas fritas, tostadas, huevos y salchichas.

Nadie dijo una palabra sobre la noche anterior, aunque hubo muchas bromas sobre
el hecho de que Carla hubiera invitado a un hombre a su grupo.

Sólo una vez terminado el desayuno las cosas se pusieron serias.

Tanya sacó el portátil, un Dell de aspecto inocuo y maltrecho que golpeó con fuerza
sobre la mesa. Dio unos golpecitos mientras empezaba a hablar.

—No hay resultados en ninguno de los tablones en los que publiqué. Si alguien ha
visto a Pedro, se está callando—.

Carla, con las manos llenas de platos sucios y dirigiéndose al fregadero, lanzó por
encima del hombro: —No creo que lleve mucho tiempo fuera de la cárcel. Supongo
que se esconde porque incumplió las condiciones de la fianza—.

—Aunque obviamente ha hecho nuevos amigos, dado que te ha estado siguiendo


y estuvo involucrado en el tiroteo—.

Philip parpadeó al escuchar la información y luego golpeó la mesa con las manos.
—Espera un puto segundo. No me has dicho que estaba detrás del tiroteo—.
—También me ha estado siguiendo, trató de atrapar a Nico en su escuela, y es
probablemente que estuviera detrás de mis neumáticos rajados y el ladrillo de
anoche—.

—Esto es una mierda seria. Tienes que llamar a la policía—. 186

Las mujeres se dirigieron una mirada cómplice antes de que Meredith resoplara.

—La policía, ¿En serio? ¿Qué van a hacer exactamente?—

—Arrestarlo—.

—¿Por qué, por ser un imbécil?— preguntó Carla con sarcasmo. —Nada de eso se
puede probar. Tendrá una coartada y dirá que me estoy inventando cosas. Y aunque
lo detuvieran, volvería a la calle en veinticuatro horas. Tal vez menos.
Persiguiéndonos a Nico y a mí—.

—Entonces, ¿Qué estás sugiriendo? ¿Vas a matarlo?—

Silencio sepulcral.

Él frunció el ceño. —Carla...— Matar era un asunto serio. Jodía la mente de una
persona. Ni siquiera debería bromear con seguir ese camino.

Ella se rio. —Te engañé, ¿No?—

Las mujeres soltaron una risita.

No se relajó del todo. —¿Cuál es tu plan entonces?— Porque no estaba del todo
convencido. Había visto las armas.

—Primero, tenemos que localizarlo— dijo Tanya, dando golpecitos en su portátil.


—Luego, nos encargamos de él— fue la ominosa afirmación de Carla.

—Quiere decir que llamaremos a la policía—. Meredith agitó su teléfono.

—Creía que habías dicho que no harían una mierda—. Estaba tan jodidamente 187
confundido.

—Puede que no puedan hacer mucho, pero sí ha quebrantado la libertad


condicional, entonces eso podría hacer que lo metieran en la cárcel por un tiempo más.
Lo suficiente para que Carla y Nico empiecen de nuevo en algún sitio— explicó
Meredith.

Él se restregó la cara. —Es un plan descabellado. No sé cómo piensas encontrarlo.


¿Y si lo encuentras? ¿Y después qué? Por lo que parece, se pondrá violento—.

—Sé cómo protegerme— dijo Carla. —Todas lo sabemos—.

—¿Contra las armas? ¿Pandilleros?— Sacudió la cabeza. —Es una locura. Saldrás
herida—. Tenía que encontrar una manera de manejar esto para ella.

—No podemos hacer nada exactamente— comentó Carla.

—Tienes razón. Por eso voy a encargarme de este imbécil—.

—Ah, mira eso. El nuevo novio de Carla quiere mantenerla a salvo. Qué mono— se
rio Meredith.

Carla se rio. —¿Qué vas a hacer?—

—No eres la única que tiene un arma—.

Tanya juntó las manos. —Oooh, realmente es perfecto para ella—.


—La pregunta es, ¿Sabes cómo usarla?—

Las palabras tenían sentido, sin embargo, tuvo la sensación de que se había perdido
algún tipo de broma. Especialmente dado que tanto Tanya como Carla se rieron.
188
—Tres veces—. Carla levantó los dedos.

Se le calentaron las mejillas. Así que la insinuación sexual fue intencional. —Yo me
encargaré de este personaje Pedro—

—¿Mientras las mujercitas se quedan dentro donde es seguro?— Meredith dijo con
voz aguda y femenina. Bajó una octava. —Y una mierda, cariño. Nos vamos todos—.

Carla chasqueó los dedos. —Estamos perdiendo el tiempo. Todo el mundo se va. T
y Merry, permanezcan juntas. Yo vigilaré a Philip para que no se meta en líos—.

—¿Perdona?— espetó él.

Meredith y Tanya salieron de la cocina con la rubia murmurando: —Uh-oh, riña de


amantes—.

Philip se encontró a solas con Carla.

Ella le acarició la mejilla. —Lo siento, soldado, estoy segura de que crees que eres
capaz de manejar a Pedro, pero dado que ha pasado tiempo desde que estuviste en el
ejército, puede que estés un poco oxidado—.

—No estoy oxidado—. Suspiró. —Y no te vas a quedar aquí, ¿verdad?—.

—No. Así que ni te molestes en intentarlo, o no nos desnudaremos juntos más


tarde—.

—¿Dónde empezamos la búsqueda?—


—Bares, pero la mayoría no abren en estas horas. Así que, vamos a ver a mi hijo
primero—.

—¿Dónde está Nico?—


189
—Está en casa de mi tía Judy con Portia y las niñas—.

—¿Estás segura de que este personaje Pedro no sabe dónde vive?— No le gustaría
pensar que algo pudiera pasarle al chico.

—Tuve cuidado al dejarlo, y aunque Pedro se atreviera a asomar la cara, la tía se


encargaría. Odia a los matones—.

Odiar a los matones estaba muy bien, pero no le gustaba que una anciana se
ocupara de un matón. Sin mencionar que no quería que nadie asustara o lastimara a
Nico. Le gustaba el chico. Mucho. La madre, también. A pesar de que parecía decidida
a volverlo loco.

Philip siguió su culo respingón mientras salía balanceándose de la habitación. Subió


las escaleras contoneándose, un canto de sirena al que no pudo resistirse.

Cerró la puerta del dormitorio tras ellos. —Realmente me gustaría que me dejaras
manejar a este Pedro a solas—.

—No seas tonto. Tengo a mi hombre grande y fuerte para protegerme. Y mi


magnum—. Ella sonrió mientras se vestía, con la funda integrada en su chaqueta
vaquera. Le hizo desear tener acceso a más de su guardarropa. La buena noticia fue
que ahora podía portar abiertamente el arma que había escondido en el maletero de
su coche.

Cuando salieron y él recuperó el arma, ella la admiró. —Una Sauer. Buena arma.
Tengo una en una taquilla del aeropuerto de Atlanta—.
—¿Por qué?—

—Es un lugar de enlace en muchos de mis vuelos—.

—¿Viajas?— 190

—No muy a menudo, pero lo suficiente como para tener unos cuantos alijos—.

Por alguna razón, eso le hizo sonreír y sacudir la cabeza. —A mí también. Aunque
mi taquilla del aeropuerto está en Chicago—.

—Tienen los mejores baños públicos y la mejor pizza—. Cuando se acercaron a su


coche aparcado en la carretera, ella le tendió la mano. —Las llaves—.

Él resopló. —Yo conduzco—.

—Sé adónde vamos—.

—¿Por qué no me das las indicaciones?—.

—Porque quiero asegurarme de que nadie nos sigue—.

—Soy perfectamente capaz de asegurarme de que no nos siguen. Resulta que es


algo que hago regularmente—. Oliveira estaba paranoico, y Philip también.

Carla lo observó por un momento. —Está bien. Tú conduces, pero si nos persiguen,
será mejor que mantengas el coche firme, así podré dispararles a los neumáticos desde
una ventanilla—.

—¿Por qué no te subes al capó y surfeas para poder saltar a su vehículo y


dominarlos?—.
—Ese truco no funciona tan bien fuera de las películas. Las balas, sin embargo—
(tocó su pistola oculta) —paran en seco a los malos—. Sonrió.

Él negó con la cabeza. Había que acostumbrarse a esta Carla juguetona, pero su
humor sarcástico era divertido. Sobre todo porque parecía hablar en serio. 191

¿Y si realmente fuera tan letal como decía?

Puede que tenga que casarme con ella. Un pensamiento que no trajo pánico.

Philip tomó una ruta tortuosa hacia la casa de la tía Judy, doblando y zigzagueando,
sin usar señales antes de tomar giros repentinos. Incluso los más bruscos no
provocaron gritos de miedo sino de excitación. Carla chilló mientras se agarraba a la
barra de oh-mierda. Ella también se rio. —Vamos, soldado, vamos. Más rápido—.

Estaba loca.

Y a él le encantaba.

Se detuvo frente a una casa bastante bonita en una zona suburbana con césped
verde, calles vacías y la mayoría de las ventanas enmarcadas con cortinas no cubiertas
por persianas verticales.

La puerta se abrió de inmediato y Nico salió volando, agitando los brazos y


bombeando las piernas. —¡Mami!—

Carla salió del coche con los brazos abiertos. Su hijo voló hacia ellos cuando Philip
salió del coche. Teniendo en cuenta todo lo que había aprendido, ahora era él quien
miraba alrededor, buscando un vehículo que estuviera fuera de lugar. Porque en ese
momento, sabía a ciencia cierta que los quería a salvo. Feliz.

Quería formar parte de esa familia unida.


Una mujer apareció en la puerta flanqueada por unas niñas iguales. Obviamente,
gemelas, ambas con muñecos rosas. Se contuvieron hasta que su madre dijo: —Ve a
saludar a la tía Carla—.

Nico se apartó justo a tiempo y se dirigió hacia Philip. —Oye, entrenador, ¿Qué 192
haces con mi mamá?—.

No debería haber hecho sonrojar a Philip, sin embargo lo hizo. Afortunadamente,


la extraña mujer lo salvó. —Tú debes ser Philip Moore. He oído hablar mucho de ti—

Estrechó la mano extendida y se preguntó qué había oído ella. Antes de que pudiera
preguntar, apareció una mujer de pelo gris y mirada férrea. —Deberíamos llevar esta
conversación adentro—.

Al entrar en la casa, la puerta se cerró tras ellos y siseó como si estuviera


presurizada. Philip miró detrás de él y notó el chasquido de la puerta al cerrarse.

Dispositivos de seguridad de alta resistencia. Con un brazo alrededor de su hijo,


Carla lo condujo al salón junto con los demás. Los suelos de madera pulida
combinaban bien con el sofá de bordado y los sillones a juego. Todo parecía impecable
sólo le faltaban fundas de plástico.

—Nico, ¿Podéis tú y las niñas a vaciar el lavavajillas, por favor?—.

—Sí, tía Judy—. Los niños ni siquiera discutieron antes de desalojar la habitación.

—Siéntate— ordenó la tía Judy con una mirada mordaz.

Se sentó y Carla se le unió en el sofá.

—Yo soy Judy. Esta es Portia—. Saludó a la mujer que se parecía a las niñas. —¿Y
tú eres el soldado?—. Lo miró de arriba abajo. —Parece estar en buena forma—.
—No hay nada malo con su cuerpo— dijo Carla.

—¿Puede usarlo?—

Esperando otra insinuación, él habló primero. —Lo usa muy bien, gracias—. 193

Carla sonrió con satisfacción. —En realidad, no he tenido la oportunidad de


probarlo en combate cuerpo a cuerpo. Pero es enérgico. También lleva pistola—.

Judy resopló. —Todo el mundo y su madre tiene un arma en estos días. La pregunta
es, ¿Sabrá cuándo usarla o entrará en pánico y disparará a su propio equipo?—.

—No entro en pánico, si eso es lo que preguntas— dijo Philip. —Y evito disparar
cuando es posible—.

—¿Asustado?—

—Más bien prefiero no responder a preguntas que no tengo que responder—. ¿Por
qué disparó? ¿Se sentía amenazado? ¿Había una conexión personal entre él y la
víctima? La última vez que había disparado a un atracador para protegerse, habían
pasado semanas antes de que la policía dejara de acosarle.

—¿Tanya encontró algo?— Judy preguntó.

—Espera un segundo. ¿Estamos hablando delante de él?— Preguntó Portia. —¿Le


han dado autorización?—

—Madre lo aprobó—.

—¿Madre dijo por qué?—

Carla se encogió de hombros. —Ya sabes cómo es. No siempre nos da una razón.
Sólo órdenes—.
—Y nosotras escuchamos— dijo Portia frunciendo el ceño, sin dejar de mirarle.

—¿Son hermanas?— preguntó él, intentando seguir su conversación.

Portia respondió: —Estamos más unidas que la sangre. ¿Podemos confiar en ti?—. 194

—Nunca haría nada para hacer daño a Carla o a Nico— era la verdad.

—De acuerdo—. Portia se dio la vuelta y rebuscó en un bolso. —Para Pedro, tengo
un sedante que puedes usar si te acercas a él. También una dosis más del TTT43 por
si quieres que confiese a la policía. Si no puedes eliminarle debido a los testigos,
entonces mira a ver si puedes echarle esta mezcla en una bebida. Le causará un paro
cardíaco masivo...—

—¿Más drogas?— Philip dijo secamente mientras Portia le entregaba tres bolsas de
plástico, cada una con una pastilla en su interior.

—Son útiles si nos acercamos lo suficiente, pero lo más probable es que las cosas se
pongan feas— admitió Carla.

—Por eso deberías dejar que se encarguen los profesionales— reiteró Philip.

—Los policías no son profesionales. Y no tienes que venir si tienes miedo—.

—Miedo no, sólo que no soy estúpida. Estás cazando a un criminal conocido. No
puedes esperar que siga ninguna regla—.

—No tengo problemas con romper las reglas. ¿Estás listo, soldado?—

Como nunca lo estaría.

Porque más que nunca, quería saber quién era la verdadera Carla. ¿Tenía lo que se
necesitaba para ir tras un matón?
¿Y si se trataba de una situación de vida o muerte? ¿Podría actuar?

El primer asesinato fue duro. Para algunos, demasiado duro.

Si podía evitarlo, Philip se aseguraría de que ella nunca tuviera que tomar esa 195
decisión.
Capítulo 18

196

Philip se quedó cerca de Carla mientras iban a los bares cercanos al barrio donde
era más probable que recibieran a Pedro. Un tipo como él querría estar rodeado de
gente que creyera en mantener la boca cerrada cuando apareciera la policía. Un lugar
que no viera ningún problema en robar a los ricos o a la clase media. Que creía que el
tráfico de drogas era sólo otro comercio.

—Creo que voy demasiado abrigado— murmuró Philip cuando entraron en la


primera taberna. El negocio estaba flojo, dado que era media tarde. Faltaban horas
para que llegara la verdadera multitud.

Carla ahogó una risita. Al menos ahora, Philip entendía mejor su atuendo de
vaqueros rotos, camiseta desteñida y ajustada, y el pelo suelto. Ella encajaba
perfectamente en este barrio con su boca sucia y su actitud descarada, mientras que
él, con sus pantalones de vestir y su polo con cuello, no.

Las miradas de reojo que le dirigían no le disuadían. Tampoco los insultos


murmurados, no todos en inglés.

A Philip no parecía importarle. Se mantuvo erguido. A lo ancho. Por encima de los


mostradores de los bares, en los grandes espejos, ella podía ver su semblante
amenazador.
Algo sexy. También, muy molesto.

Hacía difícil obtener respuestas. La gente se paralizaba al verle, su porte militar


recordaba a las fuerzas del orden.
197
Todo esto para decir que la gente no hablaba a su alrededor. Aun así, no necesitaba
una confirmación verbal real del patrocinio de Pedro. Un parpadeo de ojos, un —
Nunca lo he visto— demasiado convincente, le bastaron para descubrir al mentiroso.

No era de extrañar, la taberna que acogía a Pedro era de naturaleza mexicana y


ofrecía auténtica cocina y tequila de botella con gusanillo.

—Bueno, sí lo ves, dile que Carlotta lo está buscando—. Ella sintió más que oyó la
desaprobación de Philip. Le había echado la bronca la primera vez que lo había hecho.

—¿Intentas convertirte en un objetivo?— había siseado cuando salieron del primer


bar.

—No tengo tiempo para esperar a que Pedro haga su próximo movimiento. Espero
que esto le haga salir—.

O le acorralaría esta noche, después de que se hubiera bebido unas cuantas copas.
Dado que probablemente faltaban varias horas, los llevó a una cuadra de distancia, a
un motel que había visto. De los que se alquilan por horas.

Pagó en efectivo por una habitación y arrastró a Philip hasta el tercer piso. Miró la
cama. —¿Crees que alguna vez lavan estas sábanas?—

El asco le hizo soltar una risita. —Probablemente no. Ven aquí—. Se unió a ella en
la ventana y luego silbó. —¿Soy yo, o esta habitación nos da un punto de vista perfecto
sobre el bar?—

—Al menos desde el lado oeste. Podemos verle venir—.

—Siempre que entre por delante—.


Ella se encogió de hombros. —Cierto. Por eso haremos otra visita sobre las diez—.

—Que son horas a partir de ahora.—

—Oh Dios, ¿Qué haremos mientras esperamos?—


198
—No usaremos esa cama. Prefiero no necesitar inyecciones más tarde—.

Ella se le escapó una carcajada. —No te habría tomado por una princesa. Pensé que
los soldados podían soportar cualquier condición—.

Él se sentó a horcajadas sobre su cuerpo, inmovilizándola contra la ventana donde


su culo se apoyaba en la vieja unidad de calefacción/refrigeración. —¿Me estás
llamando marica?—

Ella le agarró de la camisa y tiró de él hacia abajo. —¿De verdad vas a dejar pasar
la oportunidad de follarme por unas sábanas sucias?—.

—Ya te he dicho que no necesitamos cama—. Le tocó el culo y la levantó. —Pero


alguien tiene que vigilar—. La hizo girar de cara a la ventana. Sus manos estaban en
su cintura, tirando de sus vaqueros, tirando de ellos hacia abajo.

Ella no se lo impidió. Sabía que nadie podía verlos. No sólo estaban lo bastante
altos, sino que el resplandor exterior impedía que nadie los viera.

Su mano se deslizó entre sus piernas. Acariciando. Tocando. Mojándola.

Oh, tan húmeda.

Cuando siguió su lengua, ella podría haber cerrado los ojos en lugar de mirar la
calle. No pudo contenerse mientras él la lamía. Le daba placer sólo con la lengua.
Cuando añadió sus dedos a la mezcla, ella gimió y movió el culo. Empujó contra sus
dedos, pidió más.
Cuando se corrió, no se contuvo. Gritó. Fuerte. Sin importarle si alguien la oía. Él
se deslizó dentro de ella, su dura longitud acariciando su carne aún palpitante. Se
movió dentro de ella, la acarició, reavivó su desvanecido orgasmo, su dedo encontró
el nódulo de su clítoris y lo frotó.
199
Acariciando.

La hizo subir más y más hasta que volvió a correrse. Esta vez con más fuerza. Sus
gritos parecían más bien ladridos cortos y fuertes de felicidad.

Después, permaneció un rato doblado sobre ella. Abrazándola. Y a ella le encantó.

Le encantaba...

Se enderezó bruscamente y lo apartó de un empujón. —Debería asearme antes de


salir corriendo de aquí con semen corriéndome por la pierna. Lo que, por cierto, no
pasaría si usaras condón—. Menos mal que tomaba la píldora.

—Estoy limpio— anunció mientras ella entraba en un baño que no era tan
asqueroso como esperaba. El agua al menos corría limpia, y aunque no se fiaba de la
toalla mugrienta, se limpió y se echó agua en la cara.

Se quedó mirando. ¿Qué estoy haciendo?

Enamorarme de él, obviamente.

¿Era eso tan malo?

Probablemente, porque tenía la impresión de que él seguía sin tomarse en serio sus
insinuaciones sobre quién y qué era ella. Él todavía pensaba que todo era una broma.
Que ella jugaba a ser una asesina de culo duro.

Cuando descubriera la verdad... ¿Tendría que eliminarlo? No estaba segura de


poder hacerlo.
Demonios, ni siquiera había querido contarle su secreto, pero sus hermanas y
madre la habían convencido de intentarlo. Si las cosas no funcionaban, bueno, al
menos sabía dónde enterrar el cuerpo.

¿Y si funcionaba? En cierto sentido, eso la asustaba más. 200

Al salir del baño, Philip estaba de espaldas a ella mientras miraba por la ventana.
—Aún no hay señales de un tipo grande y calvo—.

—Aún es temprano—. Temprano es el crepúsculo que precede a la verdadera


noche. Aunque Pedro podría haber venido a amenazar de día, ella tenía la impresión
de que normalmente acechaba de noche. Los cobardes preferían esconderse al amparo
de la oscuridad.

Las sombras no bastarían para salvarlo una vez que ella lo encontrara.

—Háblame de Matías— dijo Philip, sorprendido por la repentina pregunta.

—No hay nada que decir—.

—Es el padre de tu hijo—.

—Lo único bueno que ha hecho—.

—Entonces, ¿Por qué salir con él si era tan mierda?—. Philip preguntó, volviéndose
hacia ella.

—No fue tanto mi elección como algo que sucedió. Él me vio. Me quería. Me tuvo—
Ella se encogió de hombros. La euforia de tener interesado al chico más malo del
barrio no duró mucho cuando se dio cuenta de la clase de hombre que era... y que no
era.

—¿Le dejaste?—
—Sí—. Entonces, bien podría saber toda la fea verdad. —Mató a mi familia por mi
culpa—.

—¿Qué?— Sus palabras emergieron bajas.


201
—Mi madre. Dos hermanos. Les disparados. En nuestro apartamento. Luego la
amiga que me protegió fue la siguiente—.

—Dios, Carla. Lo siento—

—¿Por qué? No es tu culpa que haya hecho una elección de mierda en la vida. Lo
único bueno que salió de eso fue Nico. Y después de que Matías mató a mi familia,
estaba aterrorizada de perder a mi hijo. Por suerte, hice una nueva amiga que me
ayudó a escapar antes de que algo más pudiera pasar—

—¿Dijiste que Matías murió?—

—Murió—

—Bien—

—¿Por qué?— preguntó ella.

—Porque, si no, tendría que matarlo—.

Por su expresión, ella pudo ver que lo decía en serio. Ella se acercó a su mejilla. —
Qué amable. Pero yo me encargué—.

—¿Qué significa eso?

En lugar de responder, Carla señaló por la ventana. —Ahí está el hijo de puta—. La
calva de Pedro se hizo notar entre sus amigos mientras subían por la acera. El coche
que estaba en la acera era el mismo que habían utilizado en el tiroteo.

No hubo más tiempo para hablar mientras salían de la habitación. Sólo al llegar a
la acera dijo Philip: —¿Adónde vas?—.
—A ver a Pedro—.

—Creía que el plan era llamar a la policía—.

—Cambio de planes—. Ella apresuró el paso.


202
—¡Carla!—

No se detuvo, y en unos momentos, estaba dentro del bar. Estaba mucho más
concurrido que antes. La presión de los cuerpos hacía difícil avanzar, especialmente
dada su estatura, para ver a Pedro en la mezcla.

La mano en su trasero no pertenecía a Philip (demasiado pequeña) y cuando Carla


se giró, sólo tuvo una breve visión de dientes blancos en una cara oscura antes de que
el tipo fuera apartado.

Philip se puso en la cara del tipo y gruñó: —Las manos para ti, gilipollas—. Empujó
al joven, que tropezó con fuerza contra una mesa.

La racha de celos era bonita pero estaba fuera de lugar cuando se hizo el silencio.

—Oye, gringo, ¿Te crees tan duro metiéndote con mi hermanito?—. El tipo que
hablaba no era precisamente enorme, ni mucho menos; sin embargo, tenía unos
cuantos amigos a sus espaldas.

Philip les dedicó a todos una sonrisa fría. —Tal vez tu hermano debería intentar
respetar a las mujeres si no quiere que le den un escarmiento—.

—Te voy a joder esa cara tan bonita que tienes, gilipollas— espetó el tipo. Carla se
apartó un poco, sin ganas de meterse, sobre todo porque vio una cabeza calva. Se puso
de puntillas y vio a Pedro inclinado sobre la barra, hablando con el tipo que estaba
detrás.

De repente, sus ojos se desviaron hacia ella. Pedro la vio. Sonrió. Le hizo un gesto
con el dedo.
Cabrón. Carla trató de meterse entre un par de cuerpos, sólo que estaban atentos a
la pelea que se desarrollaba a su espalda. Una pelea iniciada por un celoso Philip.

Debería haberlo dejado con la tía Judy.


203
Una mirada sobre su hombro mostró que la situación empeoraba. Philip y el tipo al
que había cabreado estaban mano a mano. Lo que significaba que Philip no había
visto al otro acercándose sigilosamente.

—¡Detrás de ti!—

Demasiado tarde.

La silla se estrelló contra la espalda de Philip, y se estremeció. Eso tuvo que doler.
Sin embargo, eso no impidió que Philip se girara y golpeara. Su puño conectó, y
aunque ella no oyó el crujido por encima de los gritos de excitación, podía
imaginárselo. El entrenamiento le había enseñado a no encogerse ante el sonido de
huesos rompiéndose y carne siendo golpeada.

Parecía que Philip sabía cómo ocultar el dolor, ya que ni siquiera hizo una mueca
ante la agonía que seguramente debía estar sufriendo. Un lugar frente a ella se abrió
al moverse la multitud, y ella lo miró. Luego volvió a mirar a Philip. Las cosas estaban
empeorando. El concepto de pelea justa se esfumó por completo cuando unos cuatro
tipos se lanzaron sobre Philip. No dejó que eso le amedrentara, sus puños se movieron
rápidamente, su cuerpo esquivando y absorbiendo golpes.

Era bueno, pero los números se impondrían.

Será mejor que le ayude. Se dio la vuelta, se abrió paso entre dos cuerpos y se unió a
la pelea. Su cuerpo pequeño y ágil le permitía deslizarse entre los oponentes, donde
sus codazos, pisotones y rodillazos bien colocados hacían que los hombres jadearan y
se tambalearan. Su ayuda dio a Philip un respiro y, con un golpe en la cara que
probablemente le obligaría a operarse la nariz, derribó al tipo con el que había
empezado la pelea.
Eso no detuvo la pelea, pero ¿la buena noticia? El foco de atención ya no estaba
totalmente en Philip. Lo agarró de la mano y lo sacó de allí, saliendo al aire más fresco
de la noche. La puerta se cerró tras ellos, cortando la mayor parte de la caótica batalla.

Siguieron moviéndose, Carla aún sosteniendo la mano de Philip mientras llegaba a 204
la esquina y giraba hacia el callejón.

—¿Adónde me llevas? El coche está en la otra dirección—.

—Mientras jugabas a que mi polla es más grande que la tuya, Pedro se escabulló
por detrás—.

—Mierda. Lo siento—

—No lo sientas demasiado. Al menos aprendí una cosa— Philip tenía algo de
psicópata dados sus problemas de celos. También se dio cuenta de que no le
molestaba. Sólo lo hacía más sexy. Pero no lo dijo en voz alta. En su lugar, dijo: —No
eres un mal luchador—.

—Lo dice la mujer que estaba golpeando a los chicos el doble de su tamaño—

—Si hubiéramos tenido más tiempo, les habría hecho llorar por sus madres—.

Él sacudió la cabeza mientras trotaban a lo largo del callejón. No había nadie a la


vista. —¿Dónde aprendiste a luchar?—

En un campo de hierba donde había disfrutado del sabor de la tierra los primeros
meses de entrenamiento. Luego, mejoró.

En invierno, se trasladaron al interior, al suelo de madera del viejo gimnasio


reconvertido. La academia funcionaba en una vieja escuela situada en varias hectáreas
de terreno. Remoto y perfecto para un campo de entrenamiento.

Como no estaban precisamente en un lugar privado ni tenían tiempo de sobra, se


limitó a la versión corta. —Una chica debe saber cómo protegerse—
—Creo que hemos perdido a Pedro—. Al llegar al final del callejón que se unía con
una pequeña calle residencial, lo único que se movía eran las luces traseras lejanas.

—Sí, pero ahora sabe que lo estoy buscando—


205
—Así que se va a esconder—.

Ella resopló. —Por favor. ¿Un tipo como él? Pedro no se va a esconder. Va a tener
que hacer algo para recuperar sus pelotas. Todos sus colegas saben que huyó de una
mujer—.

Philip la miró fijamente. —Te has convertido en un objetivo—.

—Ya era un objetivo. Sólo agité una bandera roja—.

—Esperando que Pedro fuera tonto y te buscara—. Philip suspiró y se frotó la cara.
—Nunca tuviste intención de llamar a la policía, ¿verdad?—.

Sus labios se crisparon. —¿Me azotarás si digo que no?—.

—Te azotaré pase lo que pase— gruñó.

Y puede que ella se lo permitiera.

La puerta detrás de ellos se abrió, derramando luz y ruido. Alguien gritó: —Aquí
fuera. Creo que los veo—.

Ella tiró de la mano de Philip. —Deberíamos irnos—.

Corrieron las pocas manzanas que les separaban de su coche, y esta vez, cuando
ella le tendió la mano para coger las llaves, él no discutió.

Condujo como un murciélago del infierno con los pandilleros pisándole los talones.
Se fue directa a casa porque el objetivo de pinchar a Pedro era conseguir que hiciera
algo estúpido. Como atacarla en terreno conocido y protegido.
Aparcó el coche de Philip en la calle, enfrente de su casa. —Probablemente sea más
seguro aquí— observó.

—Crees que atacarán esta noche—.


206
—Cuento con ello—. Entró en su casa, sacó su teléfono y abrió una aplicación con
una casa en una caja cerrada. Empezó a tocar iconos.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó.

—Armando la casa—.

Dado que era una casa adosada, sólo tenía que preocuparse de los ataques frontales
y traseros.

Por detrás, cualquiera que se colara tendría que escalar una valla recubierta de
corriente eléctrica.

Cualquiera que no llevara guantes aislantes estaría babeando y meándose en los


pantalones en el suelo.

Si llegaban al patio, tenía sensores de movimiento. No había trampas explosivas.


No era seguro con Nico y sus amigos jugando a veces allí.

Todas las ventanas y puertas estaban equipadas con alarmas. Cada una de un tono
diferente para indicar qué sección de la casa había sido violada. Su tejado (en el que
Pedro probablemente no pensaría) tenía una cámara de detección de movimiento y
sonido. Nadie entraba sin que ella lo supiera.

—Quítate la camiseta— dijo una vez que todo que activó todo.

—¿Ahora es el momento, teniendo en cuenta todo?— preguntó.

—Ahora es el mejor momento. ¿O te preocupa que nos falte potencia? ¿Esto te hace
sentir mejor?— Se arrodilló y rebuscó debajo del sofá. Sus dedos atraparon la costura
de velcro de la tela. Tiró de ella. Metió la mano en la abertura y cerró los dedos
alrededor de un cañón. Dejó el fusil de asalto que había sacado de debajo del sofá
sobre la mesa del salón. Tiró un jarrón con flores de plástico, sacó una falsa capa de
espuma y unos cuantos cartuchos de más. Señaló el montón. —Ya está. ¿Qué tal
207
ahora? ¿Te sientes tranquilo?—

—No exactamente. ¿Dónde escondes el lanzallamas?—

—En el ático. También guardo allí mi mini Gatling—.

—Lo triste es que te creo—

—Me gusta estar preparada. Así que, quítate esa camisa—. Ella salió de la
habitación, regresando con un botiquín de primeros auxilios y una bolsa de verduras
congeladas.

—No creo que un vendaje ayude— observó.

Carla le miró. Los moratones de las costillas ya estaban oscureciéndose. Aun así, el
frío le aliviaría. Le tendió las verduras. —Siéntate y sujeta el paquete—.

—Estaré bien—

—Siéntate. Abajo— Dio un paso amenazador hacia él.

—No puedes obligarme— afirmó.

Ella demostró que se equivocaba. Su pie se enganchó alrededor de su tobillo, y su


empujón lo desequilibró. Philip se golpeó contra el sofá con una mueca de dolor.

—¿Era necesario?—

—Sí—. Ella se sentó a horcajadas sobre su regazo y le agarró la barbilla. Le inclinó


la cara a derecha e izquierda. —Te diste unos buenos golpes. Pero sigues siendo
guapo. ¿Algún diente flojo?—
—Son sólidos. ¿Y tú? ¿Te han dado?—

Una leve sonrisa tiró de su boca. —Algunos sabemos que no hay que ponerse
delante de un puño—.
208
—Listilla—.

—Muy. Esto puede escocer—. Levantó un frasco que había sacado del botiquín.
Vidrio marrón con tapa blanca. Sin etiqueta.

—¿Qué es eso?—

—Algo que todavía no existe—.

—Pero resulta que lo tienes tú—.

—Quizá quieras morder algo—. Ella lo frotó con el pincel húmedo en el extremo de
la tapa. El líquido ocre se esparció por el hematoma que tenía bajo el ojo.

Parpadeó. Su cuerpo, no su polla, se puso rígido. Se le trabó la mandíbula.

—¿Te duele?— bromeó ella mientras le aplicaba más producto en las costillas,
donde la hinchazón parecía más intensa.

—No pasa nada—.

Ella lo dudaba mucho. Como ya había utilizado la fórmula de curación rápida, sabía
cuánto dolía. El hombre no lo demostró más que una tensión en sus extremidades y
rasgos.

Sexy. Philip era un cabrón duro.

Ella dejó caer un beso en sus labios y fue a moverse, pero las manos de él la
agarraron por la cintura. La mantuvo sentada en su regazo.

—¿A dónde crees que vas?—


—A comprobar el perímetro—.

—Creía que tenías alarmas para eso—.

—Las tengo—
209
—Me toca a mí revisarte— comentó.

—Te dije que no estaba herida—.

—Entonces esto no llevará mucho tiempo—. Le cogió la cara, pero en lugar de


inclinarla para verla mejor, le dio un beso suave en la frente, la nariz, las mejillas y los
labios.

Luego le mordisqueó la punta de la barbilla, lo que le provocó una risita. Un suspiro


se escapó cuando sus labios exploraron su cuello, el lóbulo de su oreja, la clavícula
que asomaba por su camisa.

—¿Ya has encontrado algo?— le preguntó ella mientras sus manos rozaban el
dobladillo de la camisa.

—Sigo buscando— murmuró Philip, acariciándole la espalda y dejando al


descubierto la línea bronceada de su vientre. Se inclinó hacia delante y la besó. Lo
suficientemente cerca como para que su coño se estremeciera.

Por desgracia, no fue más allá. Su teléfono sonó. Un brrring-brrring estridente, al


viejo estilo.

—Ignóralo— ordenó ella, contoneándose en su regazo.

—No debería. Es Oliveira—.

¿Por qué llamaría tan tarde? —Contesta—.

Oír sólo una parte de la conversación no le impidió captar lo esencial.


—No, no ha cambiado de opinión—. Philip hizo una pausa. —Ella tiene una vida
aquí con el niño—. Frunció el ceño. —¿Por qué intentas forzar la situación? Ella no
tiene ningún interés en la academia—. Otro momento de silencio mientras escuchaba.
—¿Nico no ha estado en casa en dos días? Qué raro. Quizá esté visitando a unos
210
amigos—.

La ceja de ella se levantó. ¿Oliveira estaba vigilando a su hijo? Y no por Philip. ¿Cuál
era la obsesión de ese hombre?

—Le haré saber que necesitas hablar con ella cuando la vea—. Philip colgó y tiró el
teléfono sobre la mesita. —Quiere que le llames—.

Ella puso los ojos en blanco mientras se sentaba a horcajadas sobre su cuerpo.

—Apuesto a que sí. ¿Quién coño se cree que es para tenerme vigilada?—.

—Obviamente no muy bien vigilado, dado que no tenía ni idea de que estaba aquí
contigo—.

—El hecho de que emplee a idiotas de medio pelo...—

—¡Oye!—

—¿Por qué está tan decidido? Nico no se unirá a su escuela—.

—¿Sería tan malo?— Philip preguntó.

—No me voy a mudar a Pasadena—.

—¿Y si me mudo aquí?—

Ella cogió las verduras que se derretían en el sofá y le dejó, aprovechando el tiempo
de meterlas en el congelador para digerir lo que había dicho.

¿En serio estaba pensando en mudarse aquí? ¿Por ella?


La emoción casi quedó sepultada por el pánico. Era demasiado. Demasiado pronto.
Demasiado serio.

Acababan de conocerse. Y sí, el sexo era bueno, pero ¿Lo suficiente como para
comprometerse en una relación? 211

—Huiste en lugar de responder—. La acorraló en la cocina, aún sin camiseta.

—No creo que debas mudarte—.

—Y no me van las relaciones de larga distancia. Si voy a ser tu novio...—

—Nunca dije que lo fueras—

—Lo soy— No preguntó. Simplemente lo dijo.

Ella prefirió no discutir. —¿Dónde te quedarías? Porque no puedes quedarte aquí—

—Debido a Nico. Lo sé. Alquilaré un lugar. Cerca para poder escabullirme todas
las noches—.

—¿Todas? ¿Y si no quiero sexo todos los días? Quizás algunas noches quiera ver la
televisión o sumergirme en un libro—.

—Entonces nos acurrucaremos y veremos la tele. Yo jugaré a Angry Birds mientras


tú lees—.

—Tienes una respuesta para todo—.

Se encogió de hombros. —Qué quieres que te diga. Soy un tipo listo. Un tipo que
quiere ver adónde va esto—. La abrazó, manteniéndola pegada a la nevera.

—No soy quien crees que soy—.


—Eso empiezo a descubrirlo—. Deslizó su boca sobre la de ella. —Pero la buena
noticia es que puedo soportar más de lo que crees—. Su mano se deslizó por debajo
de la camisa y le tocó el pecho.

Ella susurró las siguientes palabras contra su boca. —Más vale que tengas razón, 212
soldado—. Porque le gustaba. Le gustaba mucho. Y parecía que él le correspondía,
pero aún no sabía de lo que ella era realmente capaz.

¿Y si él no podía manejarlo? Ella tendría que desaparecer o matarlo.

El problema era que no creía que pudiera hacer esto último.

Le cogió la cara y se la acercó para darle un beso. Aunque no podía expresar con
palabras lo que él le hacía sentir, podía demostrárselo.

Y así lo hizo. Rodeó su cadera con la pierna. Jadeando cuando él la penetró.

La llenó.

Cuando el clímax disminuyó, se inclinó hacia él. Disfrutando de la cercanía. Se


ablandó.

No podía ablandarse ahora.

Carla se apartó de él. —Debería ver a Nico—.

Todo parecía tranquilo. Tía Judy afirmó que nadie había siquiera mirado en su casa.
Ninguna de sus alarmas sonó.

Pasaron la noche en paz. Tan en paz, que en un momento se despertó, babeando en


el regazo de Philip en el sofá.

Como ya estaba allí abajo, le dio los buenos días a su polla. Él cacareó con el
amanecer.

Sólo durante el desayuno abordó el tema del plan del día.


—¿Crees que volverá al bar hoy más tarde?— preguntó entre bocado y bocado de
su tostada con mantequilla de cacahuete.

—Espero que sí. Si no, seguro que asoma la cabeza pronto—.


213
—¿Cómo le vas a explicar a Nico por qué no puede jugar hoy?—.

—No voy a hacerlo. Va a jugar—.

—No puedes hablar en serio— exclamó Philip. —Pedro podría hacer una jugada
durante el partido—.

—Lo dudo, dado que habrá testigos—.

—Te estás arriesgando—.

Cierto. Pero, ¿Qué otra opción tenía? Nico no podía quedarse en casa de la tía Judy
para siempre. Igual que huir podría no solucionar nada.

Mejor enfrentarlo aquí y ahora. En sus términos.

Dejó caer un beso en los labios de Philip, saboreando la mantequilla de cacahuete.


—No te preocupes. Mis hermanas y yo ya tenemos un plan—.

—Siento que esas palabras necesitan música siniestra— declaró.

—No te preocupes, soldado. Yo me encargo—. Ella le acarició la mejilla. Él la


arrastró hasta su regazo.

Llegaron unos minutos tarde para ir a buscar a Nico. Pero a ella no le importó. Si
las cosas no funcionaban, podría ser la última vez.
Capítulo 19

214

Carla tenía un plan, y no quiso contárselo a Philip. Sólo le dijo que no se preocupara.
—Dirige el juego—le había dicho con una sonrisa. Ella se encargaría del resto.

Masculino y caliente a la vez. Philip encontró fascinante que ella no pareciera


asustada. Más bien fríamente decidida. Carla no era de las que se echaban atrás. Veía
una amenaza y la enfrentaba de frente.

Le encantaba eso de ella, aunque le asustara. Ahora que la había encontrado, no


quería perderla, no por un imbécil rencoroso.

Por eso, a pesar del calor que hacía, llevaba su chaqueta de entrenador, una cosa
voluminosa que ocultaba su funda y su pistola. La mayor parte del tiempo, no sentía
la necesidad de llevar un arma. Las pistolas deberían ser siempre el último recurso.

Carla, en cambio, parecía pensar de otro modo. Llevaba una funda bajo la sudadera.
Llevaba otra atada al tobillo, oculta por sus vaqueros. Incluso llevaba un cuchillo
atado a una muñeca.

—Llevas ropa para matar— observó mientras se vestían en el dormitorio.

—Las bestias heridas son las más peligrosas—.

—No se puede empezar a disparar en una multitud de personas—


—No te preocupes. Este no es mi primer rodeo—. Ella le dio una palmadita en la
mejilla, que no era tranquilizador.

No les dejó salir por la puerta principal. —Hay un coche aparcado tres casas más
arriba. Estoy bastante seguro de que hay alguien en él vigilando—. 215

—¿El espía de Oliveira? ¿O Pedro?—

—No lo sé—.

—¿No deberíamos averiguarlo?—

—¿Cómo?— preguntó. —¿Vas a salir por la puerta, hasta su coche, y golpear en su


ventana? ¿De verdad crees que esperarán pacientemente y responderán a tus
preguntas?—.

—Puede que sí—.

Ella resopló. —Deja de discutir y arrastra tu bonito culo hasta mi valla—.

Sólo por ser intratable, se arrodilló y le ofreció una mano. Ella le miró con odio
mientras se mordía al labio y se levantaba.

Él la siguió rápidamente. Se reunieron con Tanya dos calles más allá, su coche
alquilado era lo suficientemente amplio para los tres y el equipo en el asiento trasero.

—¿Has robado en una tienda de informática?— preguntó él, fijándose en los tres
portátiles y en la oreja gigante de malla para escuchar.

—Prestado para poder vigilar varios sitios a la vez—.

Al parecer, Carla no se quedaba con él. Ella y Tanya lo dejaron temprano en el


campo de fútbol.

—¿Adónde vas?— le preguntó, apoyándose en la ventanilla del coche.


—A buscar a Nico para el partido—.

—Ten cuidado—. Él sabía que no debía insistir en ir con ella. Además, no estaría de
más que se tomara un momento para ver el campo y los edificios de la escuela.
216
—Cuidado es para maricas—.

—Las nenazas no suelen necesitar puntos ni lápidas—.

—Quiero que me incineren—. Ella lo acercó y lo besó. —No pasará nada—.

—Más vale que no— refunfuñó él.

—Ah, y no te lo tomes como algo personal si grito sobre tus habilidades como
entrenador durante el partido— dijo ella con una última sonrisa burlona.

Y se fue. Él pasó la hora siguiente familiarizándose con la escuela y el campo. Tomó


nota de los coches aparcados. El tráfico peatonal aleatorio. También observó que no
era el único que llegaba antes de la hora del partido.

Un Mercedes reluciente (con matrícula Puma) estaba aparcado cerca del campo. El
mismo que había visto esa noche fuera de la casa de Carla antes de que lo drogaran.
Así que Meredith estaba aquí. ¿Tenía un coche lleno de portátiles de espionaje como
Tanya? ¿O estaba armada hasta los dientes como Carla?

Era una locura pensar que algo pasaría hoy. Habría una multitud de gente. Testigos.
Seguramente, Pedro no sería tan estúpido como para intentar algo.

Por otra parte, si Philip creía eso, ¿Por qué llevaba un arma?

Cuando llegó el primero de los muchachos, Philip se mantuvo alerta y apartó a


Pedro de su mente. El equipo llegó poco a poco y pronto estuvieron calentando,
excitados y nerviosos por el gran partido. Las gradas se llenaron y, cuando estuvieron
llenas, la gente sacó sillas de jardín, versiones plegables que tragaban cuerpos y tenían
un portavasos para los verdaderamente preparados. Estaba seguro de que algunos de
esos termos contenían café, pero apostaba a que más de uno tenía algo extra.

El día era perfecto para jugar. La hierba estaba verde y exuberante, las líneas recién
pintadas. Las redes estaban llenas de agujeros, listas para recibir patadas épicas. 217

Los niños estaban llenos de energía. Listos y con muchas ganas. Llevaban todo el
año entrenándose para esto.

Cuando por fin empezó el partido, brillaron en el campo. Aunque Philip sólo se
había incorporado al equipo la última semana, estaba muy impresionado con ellos, y
su voz sonaba como un grito de ánimo. Incluso cuando flaqueaban, él estaba allí para
animarles. Cuando marcaban, gritaba todo lo que podía.

Nico brillaba más que todas las demás estrellas. El chico se movía rápido, con un
sexto sentido para saber dónde ir. Cuándo golpear.

Al final del segundo periodo, el partido estaba muy igualado y ninguno de los dos
equipos estaba dispuesto a rendirse. Luchaban duro, con los cuerpos empapados de
sudor y los rostros enrojecidos por el esfuerzo. El público callaba mientras el balón
iba y venía. Se dirigía a la portería. Robado, en dirección contraria. Detenido. Y siguió.

El último minuto del marcador pasó a segundos y comenzó la cuenta atrás. Nico
tenía el balón. Lo llevaba campo abajo, su resistencia superaba al resto de los chicos.

El chico se dio la vuelta. Su pierna se echó hacia atrás, pero en lugar de observar el
resultado, la atención de Philip se vio atraída por el rugido de las motocicletas. Giró
la cabeza y vio un reguero de ellas llegando por la calle más cercana al campo.
Desbordándose hacia el aparcamiento.

Se oyeron gritos detrás de él. Volteó rápidamente, buscando la carnicería, sólo para
darse cuenta de que Nico lo había hecho. Había ganado el partido.
Los chicos lo celebraron en el campo, al igual que el público al principio, hasta que
unos pocos notaron el revolucionar de los motores. Las cabezas se giraron.

Los alegres bailes en el campo se ralentizaron y luego se detuvieron.


218
Jugadores y padres se quedaron mirando mientras unos hombres vestidos de cuero
y con pañuelos bajaban de sus motos. Algunos más salieron de los coches. Alrededor
de una docena de matones, algunos con bates de béisbol, otros con barras de hierro.
Unos pocos incluso llevaban pistolas, que dispararon al aire; el fuerte chasquido
provocó más de un susurro de pánico y más gritos.

Fergus fue el primero en enfrentarse a ellos. —¿Qué hacen aquí? Fuera de aquí.
Llevaos vuestras mierdas a otra parte. Hay niños por aquí—.

—Cierra la puta boca, gilipollas—. Una barra de hierro fue lanzada contra Fergus,
alcanzándole en el brazo, provocando un grito agudo.

Estalló el caos.

En medio del bullicio, Philip vio a Carla firme, con cara de cabreo. En cuanto a Nico,
la mirada de Philip se desvió hacia el chico, que miraba atónito. Vio a Tanya
dirigiéndose a Nico a la carrera.

—Nico. Por aquí— Philip oyó gritar a Tanya en medio del caos. Esperó a ver al
chico dirigirse hacia ella en el extremo más alejado del campo, donde no había
matones, antes de volverse hacia los hombres que amenazaban a la multitud.

Con semejante estallido de violencia, apostaba a que se había hecho más de una
llamada a la policía, pero ¿Cuánto tardaría en llegar? Incluso dos minutos podrían
tener consecuencias nefastas, sobre todo porque Carla no se estaba alejando con la
multitud de los matones, sino acercándose a ellos.

Idiota.
Philip vadeó entre la multitud de padres que huían, algunos arrastrando con ellos
a sus hijos más pequeños. A pesar de la urgencia, no se atrevió a sacar el arma, todavía
no. Esperó a cruzar las gradas y vio el culo de Carla frente a una multitud de al menos
doce tipos. Algunos golpeaban bates y barras de metal contra sus palmas. Todos la
219
miraban lascivamente y vociferaban.

El tipo más grande, ligeramente apartado de ellos, se burlaba. No era difícil deducir
que era su cabecilla, Pedro.

¿Y qué hizo Carla? Sacó una pistola de debajo de la sudadera y apuntó.

—Te lo advertí, gilipollas. Te dije lo que pasaría si volvías a acercarte a mí—.

—¿Me vas a disparar?— se burló Pedro. Extendió los brazos. —Tengo testigos que
meterán tu culo en la cárcel y luego adivina quién se quedará con la custodia de tu
hijo. Su querido tío, Pedro—.

—Ni de coña te acercarás a mi hijo. Te veré muerto primero—

Philip no sabía si realmente dispararía a Pedro a sangre fría. Un tipo a su izquierda


soltó un grito y corrió hacia ella, llamando su atención. Antes de que Carla pudiera
disparar, Philip sacó su propia pistola y disparó al tipo que la atacaba en la pierna.

Carla miró sorprendida por encima del hombro. Error garrafal.

Pedro aprovechó y se abalanzó sobre ella, su voluminoso cuerpo se estrelló contra


Carla, tirándola al suelo.

Joder.

Sobre todo porque varios de los amigos de Pedro se volvieron para mirar a Philip.
Incluido uno con una pistola.

Si Philip le disparaba primero, entonces tendría que moverse rápido para marcar al
tipo en su...
—Oh, chicos—Un sensual silbido sureño hizo que más de un matón girara la
cabeza.

No fue el único que hizo una doble toma cuando Meredith, aún vestida con un
pantalón blanco y una blusa, con el pelo rojo y un elegante moño recogido, apuntó 220
una pistola eléctrica y derribó al tipo más cercano. El matón cayó al suelo,
sacudiéndose. Una vez gastada la Taser, la dejó caer en su bolso grande, la dejó caer
en su gran bolso y sonrió.

—¿Quién es el siguiente?—

Un par de hombres se dirigieron hacia ella, pero Meredith no huyó. La mujer golpeó
el suelo con el paraguas y, en un movimiento sacado directamente de una película, la
parte de la sombrilla se desprendió dejando sólo un palo.

Solo.

Ja.

Lo blandió con una precisión mortal, golpeando a los sorprendidos matones en


zonas vulnerables que les hicieron gemir, aullar y caer al suelo, sujetándose las
piernas mientras les rompía las rodillas, acunándoles los brazos mientras les partía
unos cuantos huesos.

¿Quién coño eran las amigas de Carla? Diseñadores de interiores, una mierda.

Philip estuvo un momento demasiado tiempo distraído porque no llegó a ver el


puño que salió de la nada para golpearle.

—Cabrón—. Se balanceó en represalia, gruñó cuando una pesada barra se estrelló


contra su espalda. Su pistola era inútil en el cuerpo a cuerpo, pero no tuvo ocasión de
guardarla hasta que oyó las sirenas.
La banda de Pedro también las oyó y se dispersó. La pelea se detuvo bruscamente
cuando se alejaron a toda velocidad, dejando sólo a Meredith, que volvió a atar la
sombrilla a su bastón con un golpe a Philip, que se apresuró a guardar su pistola, y...

Espera un segundo. ¿Dónde coño estaba Carla? 221


Capítulo 20

222

Qué bueno que Carla llevara zapatillas de correr, porque Pedro se movió con
rapidez en cuanto se dio cuenta de que había perdido la ventaja. El cobarde salió
corriendo en dirección contraria a la de sus compañeros, abandonándolos a su suerte.

Carla no estaba dispuesta a dejarle libre de nuevo. Salió tras él, con una mueca de
dolor en las costillas. Podía ser que se le hubieran roto algunas cuando aquel idiota
pesado chocó contra ella, de lo que culpó a Philip por distraerla.

El cabrón había usado su pistola. Puede que Carla se quedara boquiabierta mirando
a Philip un momento más de la cuenta al ver al verdadero soldado en acción.

Pedro le hizo pagar por quedarse boquiabierta. Cayó al suelo y perdió su arma, la
sacudida le abrió los dedos y la hizo volar.

Mierda.

Mal, pero no estaba completamente indefensa. Como la mayoría de los hombres,


Pedro se basaba en su tamaño para intimidar. Sin embargo, su entrenamiento con KM
tenía eso en cuenta, y ella no se creía demasiado buena para jugar sucio.

Pedro podría asfixiarla con su peso, pero ella era ágil y astuta. Fue a por sus ojos y
acabó arañándole la cara. Su rodilla consiguió introducirse entre los dos y presionarle
las pelotas. Pero fue el cabezazo en su nariz lo que le hizo gritar y rodar fuera de ella,
maldiciendo. —Puta de mierda—.

Ella no aprovechó la libertad para huir. Buscó su pistola y se levantó con ella. —Sí,
soy una puta, gilipollas. Deberías haberte quedado lejos porque ahora voy a matarte, 223
igual que maté a tu hermano—.

—Hazlo—. Pedro extendió los brazos.

Como si ella fuera tan estúpida. Matar a Pedro delante de testigos, sobre todo
porque hizo ver que se rendía. No.

En lugar de eso, se alejó de él, pasando junto a uno de sus matones que gemía en el
campo. El tipo que estaba en el suelo le tendió la mano, así que ella le dio una patada
y esbozó una sonrisa de satisfacción por encima del hombro. —¿Qué te pasa? ¿Culo
demasiado gordo para coger a una chica?—.

—Te voy a matar con mis propias manos— gruñó Pedro, abalanzándose sobre ella.

—Me gustaría verte intentarlo—. Ella se alejó de él, luego fingió tropezar. Luego
cojeó.

Que la creyera débil y herida. Fingió que se alejaba cojeando y se dirigió al oscur o
callejón del otro lado de la calle, dejando atrás algunos vehículos aparcados en la
carretera.

A lo lejos se oía el bramido de las sirenas. No tenía mucho tiempo. Se metió en el


callejón, oyendo los pasos pesados y la respiración agitada de Pedro detrás de ella.

Pulmones de fumador. Siempre los delataba.

Se escondió entre las sombras, se fundió con ellas y mantuvo la pistola preparada.

Pedro entró en el callejón, seguro de que la tenía acorralada. Después de todo, era
un callejón sin salida. Sólo tenía unos dos metros y medio de ancho, y no cabía mucho
más que el contenedor de basura del fondo, cuyo rancio olor hizo que Carla se
alegrara de no haber comido nada recientemente.

Pedro avanzó hacia ella, con sus dientes de oro brillando a pesar de la escasa
iluminación. Estos almacenes no tenían ventanas que dieran al callejón. Nadie podía 224
presenciar lo que estaba a punto de hacer.

Levantó la pistola. —Ya está bien. Prefiero que tus sesos no salpiquen mi
sudadera—. Era una de sus favoritas.

—Tu novio no está aquí para salvarte, puta—.

Ella resopló. —No necesito que nadie me salve—. Había aprendido a salvarse a sí
misma hacía mucho tiempo.

—No tienes pelotas para disparar—.

—No necesito pelotas, sólo buena puntería—. Carla tenía el dedo en el gatillo
cuando oyó a Philip decir: —Pon las manos en la cabeza y ponte de rodillas—.

¿En serio?

Ella ladró: —Yo me encargo, Moore. Sólo aléjate—.

—No puedo dejar que lo mates, Carla—

—Se lo merece—

—No estoy en desacuerdo, pero no entiendes cómo matar a una persona puede
joderte. Confía en mí en esto—.

—¿Mataste a algunas personas, hombre?— Pedro se rio al darse la vuelta. —¿Un


gringo maricón como tú? Tal vez te haga mirar cómo le muestro a tu mujer lo que se
siente un hombre de verdad...—

Bang.
Pedro no terminó la frase. Probablemente a causa del agujero en su cabeza. El
hombre se tambaleó sobre sus pies por un momento y luego se desplomó.

Su pistola no había disparado el tiro mortal.


225
Miró a Philip con incredulidad. —Creía que no querías que lo matara—.

—No quería. Por eso lo manejé—.

Sexy. Muy sexy. —Eres un asesino—

Hizo una mueca. —Sí, supongo que se podría decir eso, pero...—.

—No tienes que dar explicaciones ni disculparte—. Carla rodeó el cadáver y abrazó
a Philip. —No quise decir eso como algo malo. Yo también soy una asesina—.

—Carla...—

—No, de verdad—. Apuntó su arma detrás de ella y disparó al cadáver. —Ves, no


hay ningún problema—.

Su ceño se arrugó. —Espera un segundo, ¿Quieres decir que todas esas bromas…—

—¿Sobre ser una asesina a sueldo? No era una broma—. Ella sonrió y se encogió de
hombros. —Sorpresa—.

Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios. —Entonces, si te dijera que hago trabajos
de justiciero aparte, ¿No te ofenderías?—.

—Más bien me excitaría. ¿De verdad matas a tipos malos por diversión?—.

En su turno de parecer tímido. —Sólo hago del mundo un lugar mejor—.

Ella resopló. —Lo que sea que te excite. Yo lo hago sobre todo por dinero. O por la
familia. O si me cabrean—.

—Así que, en otras palabras, debo mantenerme en tu lado bueno—.


—Soldado listo—. Ella le acarició la mejilla y sacó su teléfono. Pulsó lo que al
principio parecía una aplicación de juego (un caimán corriendo por una alcantarilla),
pero cambió cuando introdujo un código numérico.

—Deberíamos pedir ayuda—,dijo Philip. 226

—¿Ayuda para qué? Está muerto. Tenemos que deshacernos del cuerpo antes de
que alguien lo vea—.

—Siempre podemos decirle a la policía que fue en defensa propia—.

Ella resopló. —Y ocuparnos del papeleo. A la mierda con eso. Tengo un plan
mejor—. Echó un último vistazo al teléfono y se lo guardó en el bolsillo. —Échame
una mano. Es nuestro día de suerte—. Se dirigió al contenedor que había al final del
callejón sin salida. Philip no la siguió inmediatamente, así que empujó sola. El maldito
contenedor apenas se movió un milímetro.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó Philip.

—Ayúdame y verás—.

Con los dos empujando y tirando, el contenedor se movió, revelando una rejilla
debajo. Carla se arrodilló. —Ayúdame abrirla—.

—Estará atornillada—.

—¿Qué clase de tipo de Operaciones Especiales eres? ¿Ni siquiera tienes una multi-
herramienta?—

—Soy un francotirador. Disparo a cosas—

—Entonces dispara—

—Será ruidoso—

—Por eso esperarás al silbato—.


Antes de que pudiera preguntar qué silbato, el estruendo del tren que se acercaba
llenó el aire e hizo vibrar el callejón. El bramido del silbato cubrió las ráfagas de su
pistola mientras Philip sacaba los cerrojos.

Consiguieron mover la rejilla, dejando una abertura lo bastante grande como para 227
meter un cuerpo, antes de que el tren terminara de pasar. Philip insistió en arrastrar
a Pedro hasta el borde y empujar el cuerpo. Cayó por el agujero de la alcantarilla y
golpeó con un chapoteo.

Philip la miró, luego el agujero. —¿Cómo sabías que esto estaba aquí?—.

—No lo sabía. Pero supuse que había uno cerca. La ciudad tiene estas alcantarillas
pluviales que corren por todas partes, y las tenía cargadas en una aplicación de mi
teléfono en caso de emergencia—. Porque una asesina nunca sabía cuándo iba a
necesitar un agujero para atornillar o un buen lugar para tirar un cuerpo. —Para
cuando encuentren a Pedro, será un desastre irreconocible—.

—La sangre en el callejón...— Hizo un gesto con la mano hacia las salpicaduras del
suelo.

—Será eliminada en cuanto Meredith aparezca con la lejía—. Disparó un mensaje


de texto mientras hablaba.

—Has pensado en todo. ¿Su muerte significará que Nico y tú estarán a salvo?—.

Ella se encogió de hombros. —Era algo personal para Pedro. Dudo que sus amigos
sientan lo mismo—. Pero, por si acaso, quizá tuviera que mudarse. Demasiada gente
conocía su casa y su identidad.

En lugar de salir del callejón, sacó un alfiler de su llavero. Forzó la cerradura de una
puerta y los condujo a un almacén lleno de cajas de carpetas y material de oficina.

—¿Dónde estamos?—
—Oficina de un agente hipotecario. Cierra los domingos. Podemos pasar un rato
mientras el calor amaina fuera—.

—Podría llevar horas— comentó.


228
—Sólo si Meredith o tú mataron a alguno de ellos en el campo—.

—No, me aseguré de que respiraban y se largaron cuando oyeron a la policía—.

—¿Todos ellos?— inquirió ella.

—Que yo sepa—.

—Bien, eso significa que los policías tomarán declaración a algunos testigos y luego
seguirán su camino—.

—Todavía querrán hablar con nosotros—.

—Probablemente—. Ella se encogió de hombros. —Primero tienen que


encontrarnos. Mañana ya me habré ido—.

—¿Te vas de la ciudad? ¿A dónde?—

—Bueno, eso depende de ti— se atrevió a decir.

—¿Has cambiado de opinión sobre Pasadena?—.

Arrugó la nariz. —No. Pero puede que me convenzan para mudarme cerca—.

—¿Y Nico?—

—De Nico, me encargaré. No tendrá elección. Es por su propia seguridad—. En los


estrechos confines del armario, le pellizcó la barbilla. —Juega bien tus cartas, soldado,
y tendrás la misma protección—.

—No necesito que me protejas. Creo que has visto que soy perfectamente capaz de
cuidar de mí mismo—.
—Lo eres, lo cual está bien. Odiaría tener que trabajar, cocinar, limpiar, sacar la
basura y disparar a los malos yo sola—.

Él resopló. —Debo estar soñando. Porque no estamos teniendo esta conversación—


229
Ella lo agarró por el cuello para bajarlo y darle un beso. Un gran beso con lengua y
calor. —¿Te parece un sueño?— le preguntó con voz ronca.

Su teléfono zumbó.

—Debe ser Tanya. Se suponía que se registraría una vez que pusiera a Nico a
salvo—.

—Hola, chica...— Carla sintió que se le iba la sangre de la cara mientras Tanya le
contaba a borbotones lo que había pasado. Era grave. —Voy ahora mismo. Estoy en
la tienda de los tiburones del dinero, junto a la pescadería cerrada—. Ella colgó y pasó
de Philip a la puerta del callejón. —Tenemos que irnos—.

—¿Qué pasó?—

—Es Nico. Ha desaparecido—.

—¿Cómo es eso posible? Lo vi con Tanya antes de que empezara la pelea. Ella lo
sacó de aquí—.

Pero Carla no estaba escuchando. No podía con el recuerdo aterrorizado de Tanya


llorando en el teléfono, —Alguien se lo llevó, Carla. Lo siento mucho—.

Un imbécil se llevó a su bebé.

Sin importarle si la policía estaba cerca, Carla corrió hacia la entrada del callejón y
salió a tiempo para ver cómo el Mercedes se detenía chirriando.
—Sube— gritó Meredith a través de la ventanilla. Como Tanya iba delante, con un
pañuelo en la cabeza (de tela, porque Merry era una señora chapada a la antigua que
lo llevaba todo en el bolso), Carla se metió detrás, con Philip a su lado.

El coche arrancó a toda velocidad. —¿Qué ha pasado?— preguntó Philip mientras 230
Carla asimilaba los detalles.

La sangre y el moratón en la sien de Tanya. La devastación de su rostro. La falta del


hijo de Carla a su lado.

—¿Dónde está Nico?—

La cara de Tanya se arrugó. —No lo sé. Estaba casi en el coche con él cuando este
tipo salió de la nada—.

—La banda de Pedro—. El labio de Carla se curvó.

Tanya sacudió la cabeza e hizo una mueca de dolor. —No. Este tipo llevaba traje.
Dijo que tenía órdenes de poner a Nico a salvo—.

—¿Órdenes? ¿Órdenes de quién?—

—No lo dijo. Le dije al idiota que no podía tenerlo—.

—¿Y te pegó?—

—No exactamente. Yo le pegué primero. No iba a dejar que tocara a Nico. Así que
lo derribé y estaba a punto de sacarle la verdad a bofetadas cuando alguien me
golpeó—.

—Tenía un cómplice—. Dijo sombríamente.

—Debo haberme desmayado. Cuando me desperté, Nico se había ido. Lo siento


mucho— sollozó Tanya.

¿Sentirlo? No fue culpa de Tanya. A Carla se le heló la sangre y luego se le calentó.


Alguien le había robado a su hijo. Mi tesoro. Mi bebé.

Por eso, morirían.

231
Capítulo 21

232

En el momento en que Philip oyó la historia de Tanya, le asaltó una sensación de


hundimiento. Sacó el teléfono del bolsillo y marcó.

No contestó.

Volvió a marcar.

Saltó el buzón de voz. Envió un mensaje de texto.

Philip: ¿Dónde está el niño?

Oliveira: A salvo.

La confirmación de su jefe alivió y enfureció a Philip. Escupió: —Nico está a salvo—

Carla se revolvió. —¿Cómo lo sabes?

Philip levantó el teléfono y ella gruñó. No el gruñido sexy que hacía en la cama,
sino la rabia de una mamá osa desatada.

—Le arrancaré los cojones con mis propias manos y se los daré de comer. Le
arrancaré las uñas una a una y luego lo clavaré en un desierto para que el sol lo ase—

Mientras Carla seguía con su letanía de cosas dolorosas, Philip volvió a mandar un
mensaje a su jefe.
Philip: Tráelo de vuelta.

Oliveira: Demasiado tarde. Está en un avión hacia mí. Trae a su madre. Yo puedo
explicarlo.
233
Oliveira tiene un avión privado a la espera.

Explica ahora, Philip envió un mensaje de texto.

Sin respuesta.

—Voy a matar a ese hijo de puta—, gritó Carla.

—Uh-oh—, murmuró Meredith.

—¿Qué pasa?— Philip preguntó.

—Policías más adelante. Tienen la carretera bloqueada—.

—Mierda—. Philip agarró el picaporte de la puerta.

—¿A dónde vas?— preguntó Carla.

—Nos vemos en tu casa en cuanto pueda—.

—¿Por qué irnos? Podemos esconder las armas—. Ella metió las suyas en un
compartimento que se integraba perfectamente en el respaldo del asiento del
conductor.

—De ninguna manera voy a pasar ese control de carretera— dijo Philip sacudiendo
la cabeza. —Van a querer interrogarme. Le disparé a un tipo—.

—Nos deshicimos del cuerpo de Pedro—.

—De Pedro no, del anterior. En la pierna. Delante de toneladas de testigos.

—Ah, sí. ¿Crees que lo saben?—


—Si lo saben, nos llevarán a todos para interrogarnos. Dudo que quieras esperar
tanto. Espérame en la casa—. Salió del coche. —Tomaré una ruta indirecta para volver
contigo—

—No puedo prometer eso— 234

—Carla—. Philip añadió un tono de advertencia a su nombre pronunciado. —


Espérame—.

—No puedo. Me voy—.

Se pasó una mano por la cara. —Prométeme una cosa, no le mates—.

—No voy a hacer esa promesa. El hombre se llevó a mi hijo. Tiene que haber
consecuencias—.

Como no podía razonar con Carla, Philip fue tras Meredith. —No la dejes ir— le
espetó. —Oliveira no es un matón como Pedro. Tiene guardias. Bien entrenados. No
van a dejar que entre y mate a su jefe—.

—No se preocupe por mí, soldado. Nunca me verán llegar—.

Antes de que pudiera discutir un poco más, Meredith pisó el acelerador, y era
intentar correr junto a ellas o verlas irse.

Pasaron unos minutos en el control. Luego pasaron. Él, en cambio, no.

—Las manos en la cabeza—

Por suerte para él, los policías no dispararon. Pero el interrogatorio duró horas.

Cuando volvió a casa de Carla, ella hacía tiempo que se había ido, y su jefe seguía
sin contestar al teléfono.
Capítulo 22

235

Hicieron falta horas de dura conducción. Tanya iba y venía con Meredith para que
Carla pudiera dormir la siesta. No es que lo consiguiera mucho.

Al menos sus amigas entendían su necesidad de velocidad. Unos días antes, había
tardado casi ocho horas con Philip al volante. Esta vez, poco más de seis con la
velocidad y la falta de policías haciendo de radar de su lado.

La ansiedad de Carla estaba por las nubes. Se culpaba a sí misma.

¿Por qué no había protegido a Nico?

Había dejado que su deseo de eliminar una amenaza dejara a su hijo vulnerable.
Debería haber estado a su lado. Qué asustado debe estar. ¿Estaba herido? ¿Asustado?

En cuanto a Oliveira, ¿A qué estaba jugando? ¿Realmente creía que podía secuestrar
a su hijo impunemente? Ni siquiera él estaba por encima de la ley.

Si ella decidía traer la ley a jugar.

Ella no lo hizo. Oliveira había hecho de esto algo personal.

Al llegar a la finca del hombre rico, Carla estuvo tentada de marchar hasta su puerta
y exigir que le entregara a Nico. Sin embargo, KM no había entrenado a una idiota.
Tanya estaba haciendo lo suyo y tratando de obtener toda la información posible
sobre la distribución y la seguridad, mientras Meredith salía a correr a última hora de
la tarde, el tipo de zorra rica con ropa de diseño, pelo perfecto y maquillaje resistente
al sudor. Observaría las puertas de entrada al lugar y luego aparcaría el culo en el
236
lado más alejado de la finca. Lista para infiltrarse.

Cuando sonó el teléfono de Carla (la melodía de Guns N' Roses, “Sweet Child o'
Mine”) supo que no podía ignorarlo.

Carla contestó al teléfono mientras estaba aparcada a una calle de la finca. —Hola,
madre—.

—No lo hagas— dijo su supervisora, sonando agotada.

—¿Hacer qué? ¿Matar al gilipollas que robó a Nico?—

—Eso no fue culpa suya. Los hombres que envió para vigilarte se extralimitaron—

—¿Envió hombres a vigilarme?— Las palabras fueron dichas rotundamente. —Y tú


lo sabías—.

—Han pasado muchas cosas en las últimas veinticuatro horas. Hay cosas que no
sabes—.

—Dímelas—.

—No puedo. No me corresponde. Entra y habla con Oliveira—.

—¿De qué lado estás? ¿Realmente esperas que me entregue para que Oliveira me
haga desaparecer? Él tiene a mi hijo—.

—Lo sé. Pero no es lo que piensas—. Madre suspiró. —Por favor, confía en mí. Ve
y habla con él—.

—¿Por qué debería escuchar nada de lo que diga ese hombre?—


—Porque yo lo digo—. Una orden de la jefa, que sólo un idiota ignoraría.

—Voy a llevar mi arma—

—Llévala. Pero no la uses hasta que haya dicho lo que tiene que decir—
237
—Tal vez. No prometo nada—. Carla colgó. —¿Encontraste un punto débil en su
seguridad?— le preguntó a Tanya.

—¿Por qué no entrar por la puerta principal como sugirió madre?—.

Carla resopló. —No, gracias. Preferiría entrar sin ser vista—.

—En ese caso, quieres entrar por aquí—. Tanya señaló un punto en un mapa del
terreno, la vista aérea una imagen nítida de la propiedad. —Escala el muro por este
árbol. Cuidado con el tipo de aquí—. Señaló otra sección. —Cuando vaya a fumar, lo
que ocurre cada media hora, escabúllete—.

—Parece demasiado fácil.—

Tanya puso la mano en el brazo de Carla. —¿Quieres que vaya contigo?—

—No— Dejó sin decir: —Este es mi hijo. Mi deber—.

—Entonces ten cuidado—.

Carla fue súper cuidadosa mientras escalaba la pared y se sentaba en la rama de un


árbol. La ironía de la cámara sentada debajo de ella no se le escapó. Se mantuvo fuera
de su línea de visión y esperó a ver al guardia del que Tanya le había hablado.
Efectivamente, caminaba por el perímetro del muro, cigarrillo en mano. Descuidado.
Lo olió antes incluso de verlo, por lo que era fácil evitarlo.

Después de que él hubiera pasado, ella bajó del árbol y se mantuvo agachada.
Utilizó los arbustos y matorrales del jardín para cubrir su aproximación. La franja
abierta entre el jardín y la casa no le permitía esconderse, así que se arriesgó y cruzó
corriendo, pegándose a la pared y avanzando hacia las puertas del patio de la sala de
desayunos. Un rápido vistazo al interior le mostró que estaba vacío.

No había ningún Nico comiendo gofres. Ni siquiera un plato de tocino. Una pena.
Le habría venido bien un trozo ahora mismo. Por otra parte, no era exactamente la 238
hora del desayuno. Poco antes de medianoche, lo que significaba que la mayoría de
la casa estaría durmiendo.

Incluso Nico.

Quizá después de rescatar a su hijo y enviar a Oliveira a conocer a su creador, irían


al IHOP13 más cercano y se llenarían de tortitas con sirope. Justo después de abrazar
a su hijo tan fuerte como para romperle algunas costillas.

Porque ella lo encontraría. Carla no se iría sin Nico.

Entró, conteniendo la respiración al oír el leve chasquido cuando cerró la puerta.


No hubo sonido de alarma. Qué raro. Toda esa protección exterior y nada en las
puertas.

Salió de la sala de desayunos a un vestíbulo igualmente vacío, a esas horas de la


noche no solía haber mucha acción. Dado que era bastante tarde, supuso que Oliveira
estaría en la cama. Se llevaría un buen susto cuando ella lo encontrase. El cuchillo que
llevaba en la cadera tenía un filo cortante.

Al pasar como un fantasma junto a las puertas de su oficina, notó que estaban
abiertas. Qué raro. Cuando había estado aquí antes, siempre estaban cerradas. Para
llegar a las escaleras, tenía que pasar junto a ellas.

Un ruido en la habitación le hizo saber que estaba ocupada.

13
The International House of Pancakes (IHOP)es una cadena de restaurantes establecida en los Estados Unidos
especializada en desayunos y que es propiedad de DineEquity. Entre los desayunos que ofrece IHOP se incluyen los
panqueques, gofres, torrijas y tortilla francesa.
Se asomó a la puerta, con el arma extendida, sin importarle quién estaba allí. Si era
un sirviente, podrían llevarla a Oliveira. Si era el propio jefe, aún mejor.

Oliveira estaba sentado en una silla frente a su escritorio, bastante relajado, de traje,
sin corbata, con el botón superior de la camisa desabrochado. 239

—Hola, Carla—.

—No me saludes, imbécil. ¿Dónde está Nico?—

—Arriba. Durmiendo—.

Ella dio unos pasos hacia adelante, el cañón de su arma apuntando a su cabeza.

—No deberías habértelo llevado—.

—Fue un accidente. Mis hombres entraron en pánico cuando vieron el peligro. Te


aseguro que está a salvo—.

—No pregunté cómo estaba, dije que me lo devolvieras—. Carla apretó el cañón
contra su frente. —Ahora—.

Su expresión permaneció plácida. —Así que los informes son ciertos—.

—¿Qué informes?—

—Los que tenía recopilados desde el primer momento en que te vi. Aunque no me
enteré de tu carrera hasta anoche. Una asesina a sueldo. Eso requiere pelotas—.

—Así es. También significa que no dudaré en apretar el gatillo—.

—¿Sabías que eres la viva imagen de tu madre?—.

El cambio de tema fue brusco, lo que desequilibró a Carla. —¿Pero qué coño...?
¿Cómo lo sabes?— Aún más inquietante, ¿Cómo había conseguido una foto de su
madre?
—La conocía. O mejor dicho, mi hijo la conocía. Bastante bien, de hecho. Fueron
novios en el instituto hasta que ella se marchó a América en busca de una vida mejor
y se casó allí con un hombre—.

—¿Y? ¿De verdad crees que me importa si mi madre salió con tu hijo? Eso no te da 240
derecho a robarme el mío—.

—No quise robarte a Nico, y puedes irte con él cuando quieras. No te lo voy a
impedir—.

Debía mentir. Ella quiso demostrarlo y retrocedió hacia la puerta, esperando a que
él hiciera algún tipo de señal. Que activara una alarma.

En lugar de eso, él dijo: —¿Te dijo alguna vez tu madre que había vuelto para la
boda de su hermana? Arabella, creo que se llamaba—.

Carla negó con la cabeza. —Yo aún no había nacido cuando mi tía se casó—.

—No, ocurrió unos nueve meses antes de que nacieras. Me dijeron que fue una
ceremonia preciosa. También asistió mi hijo Santos—.

Al oír las palabras “nueve meses”, un estruendo empezó a llenar su cabeza,


dificultándole oír sus siguientes palabras.

—Santos y Juanita se reencontraron la semana que ella nos visitó. Cuando llegó el
momento de que ella se fuera, él le rogó que se quedara. Pero ella se fue. Una semana
después, mi hijo murió en un accidente de coche—.

—Los informes que leí decían que estaba borracho—. Los tiempos rápidos llevaron
a una muerte temprana.

—Borracho, sí, porque estaba sufriendo la pérdida de la mujer que amaba—

—¿Por qué debería importarme que su hijo y mi madre tuvieran una aventura?—
Ella quería que él lo dijera. Que lo dijera en voz alta para poder negarlo.
—Imagina mi sorpresa cuando viendo unos vídeos, buscando posibles reclutas
para la academia, vi a un chico que es la viva imagen de mi hijo. Investigando un poco
más vi que su madre era idéntica a la mujer que amaba mi Santos—.

Carla negó con la cabeza. —Conocí a mi padre. Era un borracho miserable y 241
maltratador—.

—No, no lo era. Santos era un buen hombre—.

—No puedes pensar en serio que tu hijo es mi padre—

—Te fuiste antes de que llegaran los resultados—. Oliveira señaló un sobre en su
escritorio. —Me hice una prueba de ADN. Tú eres mi nieta, y Nico, mi bisnieto—.

—No— negó Carla. No podía escucharlo. No quería creerlo. Porque si fuera


verdad... no, no cambiaba nada.

Oliveira seguía siendo un extraño que le había robado a su hijo.

Carla giró el cañón para apuntar a la cabeza de Oliveira, justo cuando Nico
irrumpió gritando: —Mami, no dispares—.
Capítulo 23

242

Philip llegó justo antes de las 10 de la mañana. El avión que había alquilado le
permitió llegar más rápido que en coche, pero las horas que había pasado declarando
ante la policía significaban que llevaba bastante retraso con respecto a Carla. Una
mujer que no respondía a sus llamadas ni a sus mensajes.

Al llegar a la mansión, Philip se sintió algo aliviado al no ver ninguna luz


intermitente, ni siquiera las de una ambulancia. Los guardias de la puerta parecían
relajados y le hicieron pasar como si le estuvieran esperando.

Sin embargo, cuando se detuvo frente a la casa, se imaginó lo peor. O Carla había
matado a Oliveira, o los guardias de su jefe se la habían cargado.

Lo que no esperaba era ver a Nico en el prado más alejado, montado en un poni,
con Oliveira y Carla codo con codo.

Algo no encajaba en esta imagen.

Salió del coche y caminó enérgicamente en su dirección. —¿Carla?—

—Hola, soldado. Ya era hora de que llegaras. Te perdiste toda la emoción—. Su


brillante sonrisa le sorprendió.

—¿Está todo bien?— preguntó Philip, confundido por el ambiente relajado. Su


mano cayó a su lado y la pieza que había agarrado en su camino.
—Creo que sí—.

—Más que bien—. Oliveira sonrió. —Me gustaría presentarte formalmente a mi


nieta, Carlotta Oliveira—.
243
—¿Nieta?—

—Larga historia—

—No me digas. ¿Estás seguro?— Philip preguntó a su jefe.

—La sangre no miente—.

—No, pero me has mentido. ¿Por qué no me lo dijiste?—

—Porque quería estar seguro—. Su jefe se encogió de hombros. —No sería la


primera vez que veo a un chico que me recuerda a Santos. Me preocupaba que
pensaras que era un viejo loco por siquiera sospechar que era posible—.

—Abuelo, mírame— gritó Nico mientras el poni aceleraba el trote.

—Te ves muy bien, Nico—. Oliveira se alejó y Philip se acercó a Carla.

—Entonces, ¿Es verdad?—

—Aparentemente. Mi supervisora verificó su afirmación—.

—Eso no hace que lo que hizo esté bien. ¿Por qué no simplemente preguntar?—

—Porque yo habría huido—. Carla se encogió de hombros y raspó el suelo con el


zapato. —Mi pasado es algo que enterré hace mucho tiempo. Cualquier mención de
ello me habría enviado a esconderme con Nico—.

—Aun así...— Philip frunció el ceño mirando a Oliveira, que charlaba con Nico,
pareciendo más feliz de lo que Philip había visto nunca.
—Lo sé. Yo también sigo extraña—. Ella se apoyó en la valla y lo miró fijamente. —
¿Sabías que lleva semanas observándome?—.

Él frunció el ceño. —No. Supongo que también me lo ocultó. ¿Por qué tardó tanto
en darse cuenta?—. 244

—Para empezar, Carla Baker no era el nombre con el que nací. Dejé ese nombre
cuando escapé de Matías y de mi antigua vida. Así que la investigación inicial de Luiz
llegó a un callejón sin salida porque no pudo averiguar quién era Carla Baker—.

—Asumiste una nueva identidad—.

—Mi agencia lo preparó. Igual que mi agencia enredó todas las pistas que
conducían a mí. Cuando Luiz empezó a husmear, mi madre le envió una sutil
advertencia para que parara—.

—Espera, creía que tu madre había muerto—.

—Lo está. La Madre de la que hablo es mi supervisora—.

Él se restregó la cara. —Esto es complicado—.

—Ya casi he terminado. Así que, de todos modos, dada la amenaza, pensó que era
buena idea enviarte para ver si podías convencerme de que viniera—

—¿Por qué no contactarte él mismo?—

—Porque todavía no estaba seguro. Le estaba costando conseguir muestras de


ADN. Soy un poco cuidadosa cuando se trata de limpiar mis huellas. Ni siquiera
pongo la basura en la acera. No tuve tanto cuidado cuando nos alojábamos aquí, y
Luiz consiguió lo que necesitaba para hacer las pruebas—

—Sigo sin entender por qué no me dijo nada— refunfuñó Philip. —Llevo años
trabajando para él—.
—Como su mano derecha y asesino. Eras su plan de reserva—.

Le dirigió una mirada mordaz. —Espera, ¿Me mandó a matarte?—. Porque Oliveira
nunca le mencionó esa posibilidad.
245
—A mí no. Después de que Madre amenazara a Luiz, pensó que yo podría estar
involucrado en algo malo. Mafia. Drogas. Mierda mala que podría requerir que
asumiera otra identidad. Te envió para sacarme de una situación complicada si era
necesario—.

—Bien, digamos que estoy siguiendo este enrevesado culebrón. ¿Por qué secuestrar
a Nico?—

—Accidente total. Tenía a unos investigadores privados vigilándome. Vieron la


pelea que estaba ocurriendo y pensaron que ganarían puntos si llevaban a Nico a un
lugar seguro.—

—No me esperaste— fue la respuesta de Philip a eso.

—Nico me necesitaba—.

—¿Tienes idea de lo preocupado que estaba?—

—Yo no maté a nadie— dijo Carla con una sonrisa burlona.

—Estaba preocupada por ti, imbécil. Deberías haberme esperado para que
pudiéramos hacer esto como un equipo—.

Ella le rodeó el cuello con los brazos. —Hablando de equipo, ¿Recuerdas que te dije
que me iba a mudar? Encontré un lugar. Aunque puede que sea temporal. Le dije a
Luiz que me quedaría para ver si nos tolerábamos—.

—Él es tu familia.—

—Eso ya lo veremos—.
—¿Y tu trabajo?—

—Mi compañía de seguros me transferirá si lo pido—.

—Me refería a tu otro trabajo—.


246
Ella sonrió. —Por lo que he oído, te vendría bien una compañera—.

—No sólo para trabajar— señaló él, rodeándola con sus brazos. —Me gustas Carla,
Carlotta, o el nombre que quieras usar—.

—Tú también me gustas, Philip—. Una de las pocas veces que se dirigió a él por su
nombre, pero fue el beso que depositó en sus labios lo que más significó.

Porque fue delante de su hijo, que gritó: —¡Qué asco! Qué asco. Se están besando—

Hicieron algo más que besarse cuando Philip se coló en su habitación aquella noche.

En el momento en que entró, Carla lo empujó contra la pared, y su cuerpo se apretó


contra él.

—Tardaste bastante— refunfuñó ella.

—Oliveira me mantuvo hablando en su oficina. Creo que esperaba que me olvidara


de visitarte—. Como si pudiera mantenerse alejado. La dura longitud de su polla le
presionaba el bajo vientre.

—¿Crees que entrará corriendo con una escopeta y te ordenará que salgas?—

—Le dispararé si lo hace— murmuró Philip mientras entrelazaba sus dedos con los
de ella y la mantenía lo suficientemente cerca como para besarla.

—Encontraré una pala si es necesario—.

—Eres jodidamente loca, perfecta— murmuró contra su boca.

—Tan loca que te mataré si alguna vez me jodes—.


—Entonces será mejor que haga todo lo posible para hacerte feliz—. Cambió la
posición de los dos para que la mejilla de ella quedara contra la pared y el culo frente
a él. La descarada se retorció, frotándose contra su erección.

Él le rodeó la cintura con una mano y la animó a arquear el culo en señal de 247
invitación.

Le bajó los pantalones. También las bragas, dejándola desnuda a sus caricias.

Le pasó una mano por la cadera y ella se contoneó.

—¿A qué esperas?—

—Di que eres mi novia—.

—¿Por qué coño iba a hacerlo?—. Ella le lanzó una mirada tímida por encima del
hombro.

Él deslizó una mano entre sus piernas, la acarició, vio cómo se le dilataban los ojos
y oyó su respiración agitada. —Porque no quiero ser un secreto sucio—.

—Te besé delante de Nico—.

—Lo hiciste— reconoció —y ahora vas a decirlo. Eres mi novia—.

—Eres mi novia— repitió ella como un loro, y luego se rio en un grito ahogado
cuando él le dio una palmada en el culo.

—Inténtalo de nuevo— dijo él, apretándose contra ella, sus labios contra la concha
de su oreja.

—Soy tu novia—. Las palabras pronunciadas sin aliento.

—¿Era tan difícil?—

Su culo se frotó contra él mientras ella respondía: —Muy duro—.


Duro y listo. Philip le separó las piernas, abriéndolas para tener mejor acceso. La
tocó con los dedos mientras con la mano libre se bajaba la cremallera de los
pantalones.

Recorrió su húmeda raja, separando los labios inferiores y sumergiéndose en el 248


calor meloso con sus dedos. Deslizó el dedo hasta el fondo y añadió un segundo,
penetrándola. Sintió su estrechez, su humedad. El deseo...

Ella respondió a sus caricias, gimiendo, temblando. Su respiración se hizo


entrecortada mientras él la bombeaba con los dedos y, en respuesta, ella se mecía
contra él. La acarició una y otra vez, aumentando su placer, sintiendo cómo se
estrechaba con cada embestida.

Cuando ya no pudo aguantar más, se arrodilló y ella soltó un grito de pérdida


cuando sus dedos se retiraron para ser sustituidos por su lengua.

Con sinuoso placer, le recorrió el sexo, deslizando la lengua entre los labios
inferiores, tanteándola antes de rozarle el clítoris con la punta. Ella gritó y se agitó
mientras él la chupaba, la provocaba. Trabajó su sensible botón hasta que ella se
estremeció y jadeó: —Fóllame. Philip. Por favor—.

Su dulce asesina, ¿Suplicando?

En lugar de detenerse, siguió lamiéndola con la lengua, aumentando su placer hasta


que ella se corrió, soltando un gemido bajo mientras su cuerpo se contraía y se
estremecía.

Y aun así, él siguió lamiendo. Acariciándola. Trabajándola hasta que ella empezó a
gemir y a estremecerse de nuevo. Sólo entonces se levantó y la penetró, con la polla
más que preparada para llenar su sexo. Era una delicia decadente, su canal aún
vibraba con las réplicas de su orgasmo. Le apretó con fuerza. Él hundió los dedos en
su carne mientras empezaba a moverse dentro de aquella apretada funda. Empujando
y tirando contra la succión. Su grueso pene la tensó. Golpeó su punto G hasta que ella
jadeó y se aferró a la pared como si fuera a salvar su vida.

No había aliento para las palabras. Nada más que la decadente sensación de su
polla deslizándose dentro y fuera, su coño agarrándolo con fuerza, aumentando el 249
placer. A medida que su ritmo se aceleraba, no tardó en entrar y salir de ella, con la
rígida longitud de su polla llenándola. Estaba a punto de correrse de nuevo, él podía
sentirlo. Sólo necesitaba un empujoncito.

Él la rodeó y le acarició el clítoris, pellizcándolo. Ella se estremeció. Su sexo se


contrajo y gritó: —¡Fóllame, sí!— mientras su segundo orgasmo la golpeaba con
fuerza.

—Sí, sí— siseó él junto con ella mientras seguía empujando hasta que llegó su
propio orgasmo, una explosión caliente que lo dejó sin fuerzas, temblando, y se
envolvió alrededor de ella, susurrando: —Creo que te amo, joder—.

Por un segundo, ella se puso rígida. Se ablandó. Luego fue Carla quien dijo. —¿Por
qué tuviste que ir y decir eso?—

—Porque eres malvada y asombrosa—.

—Soy una madre asesina que conduce un monovólumen—.

—Como dije, eres increíble—. Le dio la vuelta para que se pusiera frente a él. —No
espero que me respondas. Sólo expreso lo que siento—.

—¿El amor es débil?— dijo ella, las palabras sonaban más a pregunta que a
afirmación.

—Entonces es bueno que estés aquí para protegerme—.


—Idiota. Bésame otra vez—. La besó y le hizo el amor, y aunque ella no fuera capaz
de escupir las palabras, demostró su afecto en la forma en que lo mantuvo en su cama
esa noche y sólo lo echó al amanecer.

Susurrándole: —Hasta luego, novio—. 250


Epílogo

251

UNAS SEMANAS DESPUÉS...

La mudanza de su casa a Pasadena transcurrió sin contratiempos. Madre hizo la


mayoría de los preparativos. La Carla Baker que trabajaba en una agencia de seguros
desapareció. Los registros de Nico fueron borrados. Aunque Pedro podía estar
muerto (y aún no se había encontrado su cuerpo), no tenía sentido arriesgarse.

Carlotta volvió a empezar y, aunque no adoptó el apellido de Luiz, se comprometió


y volvió a usar el apellido de soltera de su madre.

Nico aceptó sin protestar. Ya estaba matriculado en la academia y le encantaba su


nueva vida. No sólo había hecho algunos amigos, sino que también prosperaba
gracias al vínculo que se estaba formando entre él y Luiz.

La relación entre Carla y Luiz era un poco más cautelosa y tensa. Él seguía
queriendo mimarla. Ella no se fiaba y seguía rechazando los regalos. Excepto uno.

La cochera en la finca de su abuelo era un compromiso. Le daba el espacio que


necesitaba y, al mismo tiempo, hacía que él se sintiera mejor por tener cerca a su única
familia.
Aún así, le divertía mucho que a él le molestase que Philip pasase muchas noches
con ella. Cuando Oliveira le amenazó con despedirle por meterse con su nieta, Philip
dimitió.

Oliveira le volvió a contratar por más dinero en lugar de verle cazado por un rival. 252
Y Philip continuó su búsqueda para librar al mundo de las malas mierdas. Aunque le
ofendió que le llamara Dexter.

¿Y su trabajo paralelo con KM? Aunque Carla seguía en contacto con madre y sus
hermanas, se había retirado.

Más o menos.

El hobby de Philip la inspiró. Dado su pasado, desarrolló una nueva vocación,


ayudar a mujeres maltratadas a alejarse de sus abusadores. Y si esos maltratadores no
las dejaban ir... sus muertes accidentales aparecían como una coincidencia fortuita.

En general, la vida era buena. Seguía conduciendo un monovólumen, lo


imprescindible para cualquier madre futbolera. Su hijo estaba a salvo y, lo mejor de
todo, le había dado permiso a Carla, susurrándole al ver llegar el coche de Philip por
sexta vez esa semana: —Me gusta. Sería un buen papi—. Nico le puso algo en la mano.

Ella miró el objeto consternada: un anillo de plástico, todavía pegajoso de la caja de


palomitas de caramelo de la que probablemente lo había sacado.

Cuando Philip entró con su sexy: —Hola, preciosa. ¿Qué tal el día?—.

Ella soltó: —¿Quieres casarte conmigo?—. Luego gimió. —Dispárame—

—Prefiero casarme contigo—. Dijo él un momento antes de sellar la promesa con


un beso.

Más tarde esa noche, cuando él la sostuvo en sus brazos, y ella pensó que estaba
dormido, finalmente lo dijo.
—Te amo—.

Luego le dio un puñetazo mientras él canalizaba a Han Solo14 y decía: —Lo sé—.

253

Tanya leyó la invitación online y resopló.

Su hijo captó el sonido y dijo: —¿Qué pasa, mamá?—.

—La tía Carla se va a casar—.

—¿Con un carro?— preguntó su hijo el sabelotodo.

—No, tonto, con un hombre—.

—¿Vamos a ir? Quiero ver a Nico—.

—No veo por qué no. Es después de tú torneo en Quebec—. Eso coincidió con un
trabajo de espionaje fácil que madre le había conseguido a Tanya.

Lo que ella no esperaba era encontrarse con el papá de Cory mientras estaba allí...

…. CONTINUARÁ ….

14
Han Solo es un personaje de ficción y uno de los protagonistas de la saga Star Wars.
Próximo Libro

Hockey Mom / Mamá de Hockey (Killer Moms Series Book 2)

Sinopsis:

Como madre soltera y agente mortal, Tanya sabe que no puede meter la pata. Así que
explica cómo ella acabó en su cama.
Un embarazo adolescente dejó a Tanya luchando por sobrevivir con un bebé. Años más tarde,
se ha convertido en una hacker de primera clase que trabaja para una agencia de élite con
beneficios.
La vida es buena, y ser agente secreta no le impide llevar a su hijo a competir en un torneo de
hockey que se celebra en Quebec.
Lo que no es tan bueno es encontrar allí al padre de Cory. Un hombre al que todos creían
muerto. Que cree que puede reavivar las cosas con una sonrisa.
Tanya necesitará más que eso para perdonar, sobre todo teniendo en cuenta que está luchando
contra la tentación de matar. ¿Cómo se atreve Antoine a pensar que puede volver a entrar en
su vida? ¿Y cómo explicará su reaparición a su hijo?
Sería más fácil dispararle, pero ella no puede, lo que significa que Devon, el agente de Bad Boy
Inc. tampoco puede hacerlo. Hablando de eso, ¿Por qué está Devon en la estación de esquí?
Tanya no se cree ni por un minuto que esté de vacaciones, y cuando él necesita que ella finja
ser su novia para una misión de alto secreto, a ella le resulta demasiado fácil imaginar que el
papel se convierte en real.
Pero cuando su hijo desaparece, esta madre de hockey tiene que dejar a un lado la pasión y el
romance y recordar quién es: una madre asesina que no permitirá que nadie haga daño a su
bebé.
Acerca de la Autora

Autor más vendido del New York Times y USA Today


Hola, mi nombre es Eve y soy una autora canadiense a la que le encanta escribir novelas
románticas, generalmente con cambiantes calientes, cyborgs o extraterrestres. Debo advertirle
que poseo una imaginación retorcida y un sentido del humor sarcástico, algo que me gusta
dejar escapar en mi escritura.
Me encanta escribir, y aunque no siempre sé lo que se me ocurrirá a continuación, puedo
prometer que será divertido, probablemente divertido y sobre todo romántico, porque me
encanta un felices para siempre.
Muchas gracias por venir y echarme un vistazo.

¡Feliz lectura!

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