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La leyenda del Monte de las ánimas, de Bécquer

Cuentan en Soria una historia que aconteció hace muchísimos años. Existe un monte,
antaño guarida de los templarios, que se convirtió en el escenario de una sangrienta batalla
campal. A ese monte le llaman El Monte de las ánimas.

Un día, previo a la noche de Todos los Santos, cabalgaban en cacería dos jóvenes nobles: el
conde don Alonso de Alcudiel y su prima Beatriz, de la que el muchacho
estaba enamorado. Pero, tras adentrarse por el monte en busca de lobos, el joven de pronto
se paró e hizo una seña al resto de comitiva para que se detuviera:

-¡Alto! ¡Volvamos al palacio! Aquí comienza ya el Monte de las Ánimas, y ya es tarde.

Todos asintieron y comenzaron a dar la vuelta sin decir nada. Todos, menos Beatriz, que no
parecía conforme:

– ¿Y qué pasa por que sea el Monte de las Ánimas?- preguntó en tono ingenuo y desafiante.

– Prima- dijo Alonso con dulzura- Es normal que no conozcas las historias de estas tierras
sorianas. Llevas muchos años en la corte francesa. Pero yo te la contaré según regresamos a
palacio. Créeme, no debemos estar aquí a partir de ciertas horas.

Y según regresaban en sus caballos al palacio, Alonso le narró la leyenda que habitaba
entre los árboles, la espesa niebla y las ruinas del convento templario que coronaba ese
monte.

– Hace mucho, tras la reconquista a los árabes de estas tierras, el rey pidió a los Templarios
venir a vigilar esta zona- comenzó a narrar Alonso-. Ellos, como religiosos y luchadores,
eran en principio los más indicados para no dejar pasar de nuevo al enemigo. Se instalaron
en este monte, en un convento que ahora está ruinoso. Pero los nobles se enfadaron, ya que
consideraron una ofensa encargar a otros la defensa de su ciudad. El odio entre nobles y
templarios aumentaba. Los templarios habían prohibido cazar en su monte a los nobles, y
éstos les desafiaban constantemente invadiendo los terrenos.

Un día, previo a la noche de Todos los Santos, un día como hoy, nobles y templarios
libraron en el monte una sangrienta batalla. Murieron prácticamente todos. El monte estaba
regado de cuerpos esparcidos y sangre fresca. Los cuerpos se enterraron juntos en el
convento, tanto nobles como templarios. Enemigos juntos, unidos para siempre a la fuerza.

Cuentan que desde entonces, cada año, durante la noche de todos los Santos, las ánimas de
los guerreros ascienden al mundo de los vivos , y sus esqueletos comienzan de nuevo a
correr por el monte, en busca de presas y enemigos. Nadie debe atravesar el monte entonces
si no quiere unirse a ellos para siempre.

Beatriz, que no creía nada en todas esas historias, le miró con ojos burlones:
– Alonso, no creo que sea para tanto. Son historias que cuenta la gente.

Y ambos siguieron el camino en silencio hasta llegar al palacio.

Una vez en palacio, tuvo lugar una suculenta cena, y tras la cena, las ancianas comenzaron
a contar historias de miedo al resto. Mientras, los jóvenes, sentados frente al calor de la
chimenea, preferían hablar de su futuro:

– Beatriz, me gustaría entregarte un presente antes de que vuelvas a Francia- dijo


Alonso, con el corazón desbocado por la emoción- ¿Recuerdas ese broche que sujetaba las
plumas de mi sombrero el día que llegaste? Noté tu mirada y sé que te gustó muchísimo.
Ese broche fue el mismo que sujetó el velo de novia de mi madre el día de su boda. Ella
misma me lo regaló, y ahora quiero que tú lo guardes, para que un día, el día de tu boda,
también puedas usarlo en tu precioso pelo. La joven, algo turbada y un tanto insolente,
respondió:

– Alonso, esos regalos deben entregarse el día de la boda.

– Sí, lo sé- añadió el joven- Pero es Día de todos los Santos y por tanto, es tu santo también.
Acéptalo como un regalo ahora.

La joven lo tomó en las manos, un poco a regañadientes, y Alonso le preguntó:

– Y tú, ¿no tienes nada para mí?

Y ella, con sonrisa pícara, dijo:

– Bueno, es que… ¿recuerdas esa banda azul que llevaba el otro día y que tanto te gustó,
que dijiste que sería tu talismán en los combates?

– ¡Sí! ¡Claro que me acuerdo!- dijo entusiasmado el joven.

– Pues… resulta que la perdí.

– ¿La perdiste, ¿dónde?

– En el Monte de las Ánimas.

– Oh, qué lástima- dijo él- Si fuera cualquier otro día, iría a buscarla, sin importar la hora.
Pero claro, hoy no puede ser…

– Ya- suspiró ella con mucho énfasis- Sé que serías incapaz de arriesgar nada por mí.

Entonces Alonso se levantó de un brinco y dijo:

– Por ti, Beatriz, sería capaz de hacer cualquier cosa.


Y diciendo esto, salió corriendo de la estancia. Lo último que oyó Beatriz fue el sonido de
su caballo al galope.

Aquella noche, Beatriz se retiró a la cama a medianoche, sin que Alonso hubiera regresado
del Monte de las ánimas. Algo intranquila, intentó dormir pero enseguida se despertó
sobresaltada: comenzó a escuchar ruidos lejanos, sonidos de lobos aullando, gritos aislados
que se perdían como un eco en la distancia.

Beatriz intentó alejar los pensamientos negativos de su cabeza y volver a dormir, pero no
podía. A ratos sentía un helador silencio o un terrorífico grito; a ratos el susurro de una voz
ininteligible, las pisadas de huesos sobre la madera, el viento golpeando con furia los
cristales.

Beatriz comenzó a sentir miedo. Se tapó con la sábana, cada vez más, hasta cubrir por
entero su cabeza. Entonces sintió unos pasos, que se acercaban atravesando las puertas
hasta su lecho. Luego silencio, un silencio aterrador que no la dejó dormir en lo que quedó
de noche.

Y ya con los primeros rayos de luz, decidió temblorosa levantar un poco las sábanas que
cubrían sus ojos. Entonces, estalló en un grito agónico de horror, al tiempo que entraba en
su cuarto una criada para darle la fatal noticia de la muerte de Alonso. La criada al entrar se
encontró a Beatriz agarrada a su cómoda, pálida, aterrada, con la mirada clavada en una
cinta azul ensangrentada que alguien había dejado junto a ella esa noche. La joven estaba
muerta de miedo.

Cuentan algunos cazadores de la zona que desde entonces, cada noche de ánimas, alguna de
las personas que se quedaron atrapadas en el Monte, vieron a los esqueletos de nobles y
templarios luchar, y muy cerca, a una hermosa mujer de cabellos oscuros correr sin tregua,
descalza alrededor de la tumba de Alonso.

(Adaptación de ‘El monte de las ánimas’, hecha por Estefanía Esteban)

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