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CAPÍTULO 17

Demografía antropológica
DAVID I. KERTZER

En la última docena de años del siglo XX, la demografía antropológica, como


especialidad dentro de la antropología y como parte reconocida de la demografía,
empezó a adquirir entidad propia. Surgieron programas especiales de posgrado, un
comité regular de la Unión Inter- nacional para el Estudio Científico de la Población
dedicado a este campo, iniciado algo antes, atrajo a un número cada vez mayor de
antropólogos, y las reuniones de la Population Association of American empezaron a
incluir sesiones centradas en el trabajo antropológico. Sin embargo, seguían existiendo
obstáculos. Los antropólogos que trabajaban en demografía a menudo se encontraban
atrapados entre aquellos antropólogos para los que positivista era el peor epíteto
imaginable y aquellos demógrafos que desconfiaban de la investigación etnográfica y
se sentían incómodos ante la implacable deconstrucción de las categorías analíticas que
caracteriza a la antropología.
El desarrollo del interés antropológico por la demografía tiene una historia mucho
más larga, que se remonta hasta bien entrado el siglo XIX. Desde este punto de vista
más amplio, el renacimiento de este campo a finales del siglo XX no fue más que un
intento de devolver a la investigación demográfica al lugar destacado que había
ocupado anteriormente en la antropología. En este capítulo se expone brevemente la
naturaleza de esta historia y también se analizan las fuerzas dentro de la demografía
que han llevado en los últimos años a un interés cada vez mayor por la antropología.
Mientras que el énfasis metodológico de la antropología en la etnografía ha recibido
gran parte de la atención cuando los demógrafos se han referido a las contribuciones
potenciales de la demografía antropológica, este capítulo hace hincapié en las
contribuciones teóricas que la demografía antropológica puede hacer, en parte
explorando la teoría cultural contemporánea dentro de la antropología en la medida en
que se relaciona con la explicación del comportamiento demográfico. A este respecto,
el capítulo aborda diversos tipos de investigación antropológica, que van desde los
trabajos sobre la fecundidad hasta los estudios sobre el matrimonio y el hogar, así como
sobre la migración.
De este modo, el capítulo recoge ejemplos de investigaciones demográficas
innovadoras realizadas recientemente por antropólogos.
MARCO CONCEPTUAL

Las intersecciones de la antropología con la demografía son muchas, aunque a menudo


los antropólogos que trabajan en temas de interés demográfico no son conscientes de
estas conexiones. La antropología americana consta de tres subdivisiones principales
(cuatro si se tiene en cuenta la lingüística antropológica): antropología sociocultural,
arqueología y antropología biológica. La mayor de ellas, y la que hasta ahora ha atraído
más atención en el mundo demográfico, es la antropología sociocultural, el estudio
comparativo de culturas y sociedades. Este capítulo está dedicado a los trabajos
demográficamente relevantes de este subcampo, y ''antropología'' se utiliza aquí como
abreviatura de antropología sociocultural. Para una introducción a la demografía
arqueológica, véanse Hassan (1979) y Paine (1997). Para una visión general de las
diferentes formas en que los antropólogos biológicos se han dedicado al estudio
demográfico, véase Wood (1990), Ellison (1994), Gage (1998), Voland (1998) y
Meindl y Russell (1998).

Historia

Los demógrafos y, de hecho, muchos antropólogos no son conscientes de la


importancia que tuvieron los temas demográficos para muchos de los pioneros de la
antropología moderna. El tipo de antropología que se desarrolló en Gran Bretaña
a partir de finales del siglo XIX, centrada en documentar la diversidad de las sociedades
humanas, dirigió su atención a cuestiones de organización social y parentesco en un
momento en que la antropología estadounidense estaba desarrollando su enfoque
distintivo en la cultura. El enfoque británico, junto con el creciente énfasis en el trabajo
de campo prolongado e intensivo, condujo a una preocupación por documentar los
procesos familiares que se encuentran en el corazón de la demografía. A finales
del siglo XIX, el clásico manual británico de investigación antropológica, Notes and
Queries in Anthropology, instaba a los trabajadores de campo a realizar censos que
sirvieran de marco a sus investigaciones. Muchos de los antropólogos británicos más
influyentes de las primeras décadas del siglo XX intentaron realizar censos o
estimaciones de población de un tipo u otro, entre los que destaca el trabajo de
Radcliffe- Brown (1922) sobre la isla de Andamán.
En la década de 1930, antropólogos como Meyer Fortes y Raymond Firth, que
compartían un gran interés por los sistemas de parentesco, empezaron a trabajar en
cuestiones de población. Firth (1936) dedicó un capítulo entero de su clásico estudio
sobre la isla polinesia de Tikopia a "Un problema demográfico moderno", mientras que
Fortes (1943) examinó la fecundidad entre los tallensi de África Occidental,
concluyendo que, debido a la falta de datos demográficos fiables, "los antropólogos
han tenido que ser sus propios demógrafos, aunque sea de forma aproximada". La
antropología social británica siguió mostrando durante décadas un gran interés por el
estudio del matrimonio, el divorcio, la dinámica de los hogares y la fecundidad.1
Por diversas razones, la antropología estadounidense tomó un camino
diferente, en el que las cuestiones demográficas no ocupaban un lugar tan central.
En parte, esto tuvo que ver con el gran énfasis que los estudios sobre los indios
americanos tuvieron en las primeras décadas del siglo XX.
1 Para un relato más completo de esta historia, véase Kertzer y Fricke (1997).
Al estudiar a los habitantes de las reservas, cuyas vidas eran radicalmente distintas
de las de sus abuelos, los antropólogos hicieron más hincapié en la historia oral, la
mitología y los rituales, y mostraron menos interés por los procesos demográficos
reales en el presente. Sin embargo, algunas corrientes de la antropología
estadounidense sí se prestaron a temas demográficos, como los trabajos sobre ecología
cultural (Steward, 1936) y el estudio de los pueblos forrajeros (cazadores y
recolectores) (Lee y Devore, 1968). El materialismo cultural, promovido por Marvin
Harris (1966), también hizo hincapié en cuestiones demográficas (Harris y Ross 1987)
y en el uso de paradigmas científicos, aunque este enfoque ha seguido siendo
controvertido en la antropología estadounidense.
El aumento del interés por la demografía antropológica entre los demógrafos
durante las dos últimas décadas ha surgido de diversas fuentes y ha encontrado su
centro en Estados Unidos. En parte, el interés se ha derivado de cuestiones de
organización social que antes se identificaban en gran medida con la antropología
social británica: cuestiones de dinámica de grupos domésticos y matrimonio en
particular (Hammel 1972; Kertzer 1989). En parte han procedido de algunas
preocupaciones feministas que han influido fuertemente en la antropología de este
periodo (Green- halgh 1995b). Aquí han destacado los estudios sobre la fertilidad y la
posición de las mujeres en sus hogares. Del mismo modo, la influencia de la
preocupación ecológica cultural y materialista -renovada por John Bennett (1976)-
puede verse en el trabajo de una serie de antropólogos implicados en el estudio
demográfico (Fricke 1994). Pero, además, los antropólogos realizan una enorme
cantidad de trabajo relacionado con la demografía bajo la rúbrica general de
antropología médica. Ésta, el mayor subcampo de la antropología sociocultural, tiene
una larga tradición de estudios sobre el parto, la menstruación, la morbilidad y la
mortalidad, y sin embargo ha tenido muy poco contacto con los demógrafos.
El interés de los demógrafos por la antropología viene de lejos. Emblemático e
influyente fue el trabajo del Comité sobre Problemas de Población de los Países en
Proceso de Industrialización de la Unión Internacional para el Estudio Científico de la
Población (IUSSP), fundado en 1951, que contó con Raymond Firth entre sus
miembros más activos. La influyente síntesis bibliográfica que el Comité encargó a
Frank Lorimer (1954) sobre las ''condiciones sociales y culturales que afectan a la
fecundidad en las sociedades no industriales'' resultó ser en gran medida un estudio
de la bibliografía antropológica existente.
El interés más reciente por lo que la antropología podría aportar a la demografía
se ha visto impulsado por dos desarrollos dentro de la demografía, uno teórico y otro
metodológico. Desde el punto de vista teórico, a mediados del siglo XX la demografía
estaba dominada por la teoría de la modernización en general y la teoría de la transición
demográfica en particular. Dentro de este paradigma, Ansley Coale puso en marcha en
1963 el ambicioso e influyente proyecto de historia de la fecundidad europea de
Princeton. En sus intentos de poner a prueba el paradigma utilizando datos históricos
europeos a nivel provincial, Coale y sus colegas llegaron a la sorprendente conclusión
de que el paradigma reinante en demografía no se sostenía. El declive de la fecundidad
en Europa no siguió la trayectoria sugerida por variables predictoras estándar como la
urbanización, la alfabetización, la mortalidad infantil o la industrialización. Como
dijeron dos de los miembros principales del proyecto: "El entorno cultural influyó en
el inicio y la propagación del descenso de la fecundidad independientemente de las
condiciones socioeconómicas" (Knodel y van de Walle 1986: 412).
Asimismo, basándose en los resultados de Princeton y en los trabajos de la Encuesta
Mundial sobre Fecundidad, los demógrafos John Cleland y Christopher Wilson
(1987: 20) afirmaron que "la característica más llamativa del inicio de la transición es
su relación con amplios grupos culturales". Una serie de críticas al paradigma
teórico imperante (por ejemplo, McNicoll 1980). De repente, el viejo concepto de
cultura se había colocado en el centro del debate demográfico y, con él, se reconocía
cada vez más la necesidad de un trabajo antropológico y de una infusión de teoría
antropológica. El impulso metodológico para prestar atención a la antropología vino
de un lugar diferente, aunque más o menos al mismo tiempo. En la década de 1970,
la encuesta por muestreo se había convertido en la metodología dominante en
demografía. Pero aunque ofrecía la perspectiva de obtener datos representativos a
escala nacional y de proporcionar medios sencillos para la comparación entre países,
las limitaciones del enfoque pronto se hicieron evidentes. La voz más influyente
dentro de la demografía resultó ser la de John Caldwell, cuya crítica de los métodos
de encuesta se basó inicialmente en su exposición a los estudios de aldeas y su lectura
de la literatura etnográfica antropológica sobre África Occidental. En 1982 señaló
que "la mayoría de los demógrafos trabajan con grandes conjuntos de datos, a
menudo con escaso contacto con la gente".
que describen las estadísticas".
Convencido de que ese conocimiento de primera mano era esencial, Caldwell
emprendió una serie de proyectos que implicaban, como él mismo escribió, "tomar
prestada la metodología de los antropólogos (y leerlos) y familiarizarse íntimamente
con cada pueblo y sus familias" (Caldwell 1982: 4). Las encuestas no sólo eran
limitadas en cuanto al tipo de datos que podían recoger, sino que las respuestas que
generaban eran de validez cuestionable, ya que, como Caldwell escribió más tarde con
Allan Hill (1988: 2), ''la tendencia es obtener respuestas normativas o reflexiones sobre
las normas, en particular sobre temas delicados''. Para remediar este problema,
abogaron por una mayor adopción de lo que denominaron, más o menos
indistintamente, enfoques de micronivel, o antropológicos.
De forma algo paralela, estudiando la migración en lugar de la fecundidad y la
mortalidad, Douglas Massey y sus colegas (Massey et al. 1990; Massey y Zenteno
2000; Kandel y Massey 2002) critican la tendencia de los demógrafos a basarse únicamente
en métodos de encuesta y abogan enérgicamente por la adopción de métodos
cualitativos y etnográficos para complementar los enfoques cuantitativos. Un producto
influyente de este movimiento, promovido en particular por Caldwell, fue la creación
por parte de la IUSSP de un Comité de Demografía Antropológica. Sin embargo, hasta
que un antropólogo (Anthony Carter) asumió la presidencia de este comité a finales de
la década de 1990 y lo orientó en direcciones más culturales y teóricas, la demografía
antropológica se definió en términos de metodología, refiriéndose a toda investigación
demográfica cualitativa, a nivel micro y sin encuestas.

El problema de la cultura

En pocas palabras, los antropólogos y los demógrafos no antropológicos pueden


colaborar de dos maneras. Una es emplear antropólogos para ayudar en la investigación
demográfica general. Esto se deriva del énfasis en la contribución metodológica de la
antropología. En este contexto, se puede emplear a antropólogos para realizar trabajo
de campo que permita a los investigadores de encuestas diseñar mejores preguntas o
aportar información etnográfica que pueda utilizarse para contextualizar los resultados
de los estudios demográficos. El trabajo etnográfico puede, en una línea similar,
utilizarse para generar variables a nivel de grupo étnico que puedan introducirse en
modelos estadísticos en los que se comparen poblaciones.
Aunque este uso de la antropología en la demografía puede suponer mejoras
significativas en la investigación demográfica general, es comprensible que no sea un
modelo muy atractivo para los antropólogos. En general, los antropólogos tienen una
forma diferente deque la mayoría de los demógrafos. Los supuestos implícitos que
subyacen a la investigación mediante encuestas -enraizados en un enfoque centrado en
el individuo- entran en conflicto con el énfasis antropológico en la organización
social y en la cultura. Y aunque no todos los demógrafos de la corriente dominante
adoptan un modelo de elección racional, se encuentra ampliamente algo bastante
similar a un supuesto de racionalidad económica (por ejemplo, Sigle-Rushton y
McLanahan 2002; Oppenheimer 2003) y entra en conflicto con la comprensión de la
mayoría de los antropólogos sobre el funcionamiento de la cultura.
Los antropólogos tienden a ver la cultura no como un conjunto de normas o una
lista de costumbres. Gene Hammel (1990) distingue a este respecto entre "cultura
para el pueblo" y "cultura por el pueblo". La primera, un punto de vista más tradicional
que ahora rechazan muchos antropólogos, considera a las personas como productos de
su cultura, que se limitan a seguir las normas que les han sido transmitidas. En cambio,
el segundo enfoque se centra en la capacidad de acción individual, y considera que la
cultura ofrece un conjunto de símbolos dotados de peso moral, pero que la gente puede
manipular para sus propios fines. A través de este proceso continuo de manipulación,
la propia cultura cambia. Bledsoe (1990) ha empleado este enfoque en su trabajo sobre
los mende de Sierra Leona. Sostiene, por ejemplo, que "las etiquetas culturales como
el parentesco y el acogimiento no se ven mejor como relaciones que obligan a un apoyo
futuro, sino como modismos para hacer demandas o afirmar reivindicaciones con
respecto a los niños" (1990: 82). Para Kreager (1985: 136), la esencia de la cultura
es "la aplicación de criterios de lo que está bien y lo que está mal". Sin embargo, las
culturas no dictan un código de conducta concreto, sino que implican "un proceso
interminable de negociación".
Sin embargo, esta negociación implica al individuo en un contexto social,
económico y político más amplio. Varios antropólogos que trabajan en temas
demográficos han llamado la atención sobre la importancia de este contexto. Esto, por
un lado, les ha enfrentado al ala más determinista de la antropología, la que hace
hincapié en el comportamiento humano como producto de la construcción simbólica
de la realidad. Sin embargo, centrarse en este nivel institucional más amplio también
aleja a la antropología de los enfoques basados en encuestas para comprender el
comportamiento demográfico. Greenhalgh (1995b: 20, 17), abogando por una
"perspectiva de cultura y economía política", argumenta que "el verdadero reto
es construir demografías completas que iluminen las relaciones mutuamente
constitutivas entre cultura y economía política, y la implicación de estas relaciones
para los actores reproductivos".

Un ejemplo de este enfoque se encuentra en el estudio de Kertzer (1993) sobre el


abandono infantil a gran escala en la Italia del siglo XIX. Kertzer intenta explicar una
serie de resultados demográficos (abandono, mortalidad infantil y en la niñez) en
términos de la acción de la Iglesia católica romana y las autoridades civiles, al tiempo
que considera el impacto de las creencias culturales sobre la ilegitimidad y los efectos
de un sistema de parentesco particular. Kertzer sostiene que, si bien los intereses de las
personas vienen definidos por su cultura y su abanico de opciones está fuertemente
condicionado por ella, su comportamiento también debe considerarse limitado por una
serie de fuerzas políticas, económicas e institucionales (Kertzer 1997).
MODELOS TEÓRICOS

Fertilidad

A diferencia de la investigación demográfica en general, la mayor parte de


la demografía antropológica se ha centrado hasta la fecha en la fecundidad y
cuestiones afines. A grandes rasgos
Se divide entre los estudios que abordan directamente la literatura demográfica más
amplia y los que se ocupan de la fecundidad y la reproducción sin gran familiaridad o
interés por el trabajo de los demógrafos no antropológicos. Estos últimos tienden a
clasificarse en dos categorías: los trabajos procedentes de una tradición de antropología
médica y los que surgen de la antropología feminista.
Los antropólogos se han mostrado críticos con la noción de "fecundidad natural",
y buena parte de su trabajo en poblaciones en transición predemográfica se ha dedicado
a demostrar que la fecundidad es el resultado de una serie de comportamientos y
decisiones influidos culturalmente. En términos más generales, los antropólogos han
intentado explicar los vínculos entre los distintos sistemas de parentesco y la
fecundidad. Un argumento clásico en este sentido es el impacto de la poligamia en la
fertilidad (Borgerhoff-Mulder 1989), una cuestión que sigue generando desacuerdos.
En un notable estudio, Skinner (1997) examina las diversas formas en que los sistemas
familiares influyen en los procesos demográficos, con datos que van desde Europa
hasta China. Skinner considera que la causalidad opera en ambas direcciones, ya que el
régimen demográfico limita y moldea los sistemas familiares. Utilizando datos
demográficos históricos, Skinner aduce pruebas en apoyo de su argumento de que "las
normas del sistema familiar implican, si no especifican, la conveniencia relativa de
conjuntos de descendientes configurados de forma diferente y que, en muchas
poblaciones, si no en la mayoría, las familias hicieron lo que pudieron (y hacen lo que
pueden) para configurar en consecuencia el tamaño y la configuración de su progenie"
(1997: 66).
En lugar de respetar la compartimentación clásica de la demografía dominante
entre fecundidad y mortalidad, Skinner insiste en que el fenómeno clave a estudiar es
la reproducción, no la fecundidad, y por tanto la mortalidad neonatal y de la primera
infancia debe examinarse junto con la fecundidad en el contexto del comportamiento
estratégico de la familia. Un argumento similar es el de Scrimshaw (1983), que
se opone a la teoría demográfica tradicional, que considera que las altas tasas de
mortalidad infantil y en la niñez apoyan una alta fecundidad, y no a la inversa. Como
señala Carter (1998: 257-258), existen pruebas considerables de que la composición
por sexos de la descendencia afectaba al momento en que se tomaba la decisión de dejar
de tener hijos en poblaciones tan ''tradicionales'' como los japoneses del siglo XVIII
(Smith 1977). Todos estos estudios ponen en tela de juicio el concepto de fertilidad
natural. La importancia del sistema de parentesco también se pone de relieve en el
trabajo de Caroline Bledsoe sobre la acogida de niños en África Occidental. Como
sugiere el título de uno de sus trabajos (Bledsoe 1990): "The Politics of Children:
Fosterage and the Social Management of Fertility Among the Mende of Sierra Leone''-
sostiene que la fertilidad en muchas sociedades de África Occidental sólo puede
entenderse a la luz de la práctica generalizada de la acogida de niños. Las mujeres
pueden regular el número de hijos a su cargo sin necesidad de regular su fertilidad. El
trabajo más reciente de Bledsoe en Gambia, que se analizará más adelante, muestra de
forma paralela cómo las mujeres utilizan métodos anticonceptivos para facilitar la
fertilidad, tal y como ellas la ven, en lugar de como un medio para limitar los
nacimientos.
Otra vertiente de la labor antropológica sobre la fertilidad procede de la
investigación etnográfica básica sobre los sistemas populares de creencias en materia
de reproducción, el cuerpo de la mujer y cuestiones afines. Desde el momento en que
Malinowski argumentó que los isleños de Trobriand no reconocían ningún papel a los
hombres en la reproducción, ha habido interés por estas cuestiones. Gran parte de la
literatura reciente al respecto procede de la tradición de la antropología médica (por
ejemplo, MacCormack 1994; Davis-Lloyd y Sargent 1997). Aquí hay poco
compromiso directo con la literatura demográfica más amplia sobre fertilidad. Típica
de esta tradición es una reciente colección sobre The Anthropology of Pregnancy Loss
(Cecil 1996), que al revisar los campos que tienen algo que aportar al estudio
antropológico de este tema se centra en los estudios literarios y no menciona la
demografía Pero incluso en el campo de la etnografía reproductiva ha habido
colaboraciones entre antropólogos y demógrafos. Un buen ejemplo es el de la
antropóloga Elisha Renne y el demógrafo Etienne van de Walle (2001), que coeditaron
una colección sobre la regulación menstrual. Los ricos estudios históricos y
etnográficos del volumen ofrecen una visión de un fenómeno que tiene grandes
implicaciones para la fertilidad. Sin embargo, los demógrafos lo habían tenido poco en
cuenta y los antropólogos lo habían examinado sobre todo en términos simbólicos,
como parte de ese complejo de ritos asociados a la creencia en la contaminación
femenina.
Los antropólogos también han tendido a mostrar más interés que la mayoría de los
demógrafos por los problemas de infertilidad en las sociedades de alta fecundidad.
Aunque desde el punto de vista de la teoría tradicional de la transición demográfica
esta cuestión sólo tiene un interés marginal, desde una perspectiva antropológica arroja
luz sobre la importancia central de la maternidad en la vida de las personas (Inhorn
1994, 1996; Becker 1994) .
Una de las orientaciones más recientes de la investigación antropológica sobre la
fecundidad se ha centrado en los hombres (Bledsoe, Guyer y Lerner, 2000). Este
trabajo se basa en la investigación antropológica clásica sobre los sistemas de
parentesco, que pone un énfasis considerable en las teorías de la paternidad, en a qué
progenitor se cree que pertenecen los hijos y en las distinciones entre paternidad
biológica y social (Guyer 2000). Aunque gran parte de la literatura sobre las
implicaciones de los sistemas de parentesco unilineales (especialmente patrilineales)
en el comportamiento de la fertilidad se refiere a África, estudios como el de Setel
(2000) sobre la fertilidad y el curso de la vida masculina en Papúa Nueva Guinea
muestran lo extendida que está la fuerte creencia masculina en la necesidad de tener
hijos para poder reclamar derechos en el propio grupo de parentesco. Pero no toda esta
literatura, incluso en África, hace hincapié en los grupos familiares corporativos. En
una serie de publicaciones, Townsend (1997, 2000) examina la responsabilidad
masculina por los hijos en Estados Unidos y en Botsuana.
. En este último caso, muestra la importancia, para entender la fertilidad, de
considerar no sólo el papel del padre, sino también el del hermano de la mujer, que
a menudo puede ser la fuente masculina de apoyo más fiable. Townsend también
muestra que la edad de un hombre para contraer matrimonio y su deseabilidad como
pareja pueden estar estrechamente relacionadas tanto con la situación de su propio
padre como con la de sus hermanas y hermanos. Townsend (1997: 108-109) concluye,
en términos más generales, que la fecundidad de un individuo, en lugar de verse en
términos individuales, debería considerarse como "la descripción de un lugar en una
red de relaciones con la descendencia, con otros parientes y con una serie de grupos
sociales e instituciones".
El interés por el papel masculino en las decisiones sobre fertilidad también ha
surgido de la tradición de la antropología médica, influida a su vez por la antropología
feminista. En un estudio comparativo de varias poblaciones hispanas, por ejemplo,
Carole Browner (2000) intenta desentrañar la interacción de los factores estructurales
y culturales que afectan a la capacidad de un hombre para influir en la toma de
decisiones reproductivas de su pareja. Hace especial hincapié en la importancia de
cambiar las ideologías de género.
La influencia feminista puede apreciarse en diversos estudios sobre la
reproducción que se centran en cómo se concibe la propia fecundación. En dos
influyentes publicaciones, Emily Martin (1987, 1991) utilizó métodos de análisis
cultural para sondear cómo las metáforas que guían la medicina occidental moderna
influyen en la visión que los estadounidenses contemporáneos tienen de los óvulos y
los espermatozoides, y de la biología reproductiva masculina y femenina. Este trabajo,
que forma parte del movimiento de los estudios científicos, cuestiona las visiones
ingenuas
Pero la comprensión simbólica que la gente tiene de la procreación va mucho más
allá de la ciencia o la medicina, y se extiende a influencias religiosas y culturales. En
un estudio sobre un pueblo turco, Carol Delaney (1991) se centra en el simbolismo
clave de la semilla y la tierra. Aunque su estudio se sitúa en Turquía, considera que
este simbolismo tiene un significado mucho más amplio y profundo. La imagen del
hombre que planta la semilla y de la mujer que proporciona la tierra nutricia en la que
puede crecer tiene antecedentes bíblicos y está muy extendida en Occidente.
Delaney, siguiendo una línea de trabajo ya bien desarrollada en la antropología
feminista, examina cómo esta metáfora reproductiva central tiene ramificaciones
mucho más amplias y con mayores consecuencias sociales. Los hombres son los
creadores y, por tanto, están vinculados a Dios. Las mujeres, que proporcionan el
sustento material para mantener la vida, se reducen a lo que Dios creó, la tierra
Las antropólogas feministas que han centrado su atención en la reproducción a
menudo han planteado su trabajo en términos del estudio de la política sexual. En un
influyente volumen, Conceiving the New World Order: The Global Politics of
Reproduction, los editores Ginsburg y Rapp (1995a) no se basan en la demografía sino
en los estudios feministas para, como ellos dicen, "transformar los análisis
antropológicos tradicionales de la reproducción y aclarar la importancia de hacer de la
reproducción un elemento central de la teoría social" (1995b: 1). Culpan a los enfoques
etnográficos tradicionales del estudio de la fertilidad, el infanticidio y el cuidado de los
niños por ignorar fuerzas más amplias, no locales e incluso globales que afectan al
comportamiento reproductivo.
. Centrándose en lo que denominan ''reproducción estratificada'', analizan las
relaciones de poder que ayudan a dar poder a algunas personas para que tomen sus
propias decisiones reproductivas y a restar poder a otras. Les interesa especialmente
cómo se producen las imágenes culturales relacionadas con la reproducción y cómo
llegan a ser ampliamente aceptadas en una sociedad. Influenciadas por Foucault,
examinan la influencia que e j e r c e n l a s categorías de la cultura dominante, incluso
para quienes intentan rebelarse contra ellas. 2 Al igual que la antropología feminista en
general, su agenda académica se combina con objetivos explícitamente políticos,
utilizando la investigación para ayudar a trazar un camino de activismo político.
La inspiración feminista también puede encontrarse en las investigaciones de los
antropólogos que trabajan sobre la fecundidad y que están más estrechamente
vinculados al mundo de la investigación demográfica. Candace Bradley (1995), por
ejemplo, ha examinado la relación entre el empoderamiento de las mujeres como
resultado de los recientes cambios sociales y económicos en Kenia y el comienzo del
descenso de la fecundidad. Aquí examina el contexto en el que las mujeres pueden
ejercer una mayor influencia en la toma de decisiones sociales, políticas y económicas,
tanto dentro de sus propios hogares como fuera de ellos. Basándose en investigaciones
etnográficas realizadas en las colinas del oeste de Kenia, así como en datos de censos
y encuestas, Bradley examina el inicio del descenso de la fertilidad. Sin embargo, aporta
un matiz que falta en la mayoría de los estudios basados en encuestas al mostrar las
complejidades del curso de la vida femenina y cómo es exactamente que una mujer
alcanza un punto en su carrera reproductiva, familiar y socioeconómica en el que puede
ejercer una mayor influencia sobre las decisiones reproductivas.
Entre los antropólogos que han participado directamente en la amplia comunidad
interdisciplinar de investigación demográfica, quizá la perspectiva teórica más
influyente sobre la fecundidad ha sido la que combina el análisis político, económico
y cultural. Greenhalgh llamó la atención sobre este enfoque en un artículo publicado
en

(1990 en Population and Development Review, en el que abogaba por una


"economía política de la fecundidad".)
Sin embargo, no se refería a la economía política en el sentido más común. Se refería
a "una nueva perspectiva analítica... con una nueva agenda de investigación que tiene
el potencial de mejorar considerablemente nuestra comprensión de las fuentes de la de-
clinación de la fertilidad". Este enfoque, escribe, "dirige la atención a la incrustación
de las instituciones comunitarias en estructuras y procesos, especialmente políticos y
económicos, que operan a nivel regional, nacional y global, y a las raíces históricas de
esos vínculos macro-micro" (1990: 87). Siguiendo este enfoque, en lugar de tratar de
identificar un único conjunto de factores para explicar el descenso de la fecundidad, la
investigadora intenta arrojar luz sobre la combinación de fuerzas institucionales,
políticas, económicas y culturales que lo provocan. Llama la atención sobre el hecho
de que los demógrafos no prestan suficiente atención a los factores políticos y pide que
se haga hincapié en las dimensiones político-económicas de la organización social y
cultural (1990: 95).
El trabajo de Renne sobre el impacto de la política gubernamental de tenencia de
la tierra en la fertilidad entre los yoruba de Nigeria ofrece un ejemplo de este enfoque.
Constata que, paradójicamente, aunque el gobierno ha intentado fomentar familias
más pequeñas, sus políticas de tenencia de la tierra rural tienen el efecto contrario. Al
generar incertidumbre sobre la tenencia de la tierra, la Ley nigeriana sobre el uso de
la tierra ha llevado a muchas personas a buscar medios alternativos de seguridad
teniendo muchos hijos. Además, entre la población rural, "las ideas sobre la
reproducción de las casas y los nombres de la familia, al igual que las ideas sobre la
tenencia de la tierra y los hijos, están íntimamente ligadas, lo que subraya lo
inapropiado de analizar los niveles de fertilidad abstrayéndose de este contexto social
más amplio" (1995: 123).
Handwerker, que comienza su introducción a un volumen de estudios
antropológicos sobre la fecundidad escribiendo: "El nacimiento de un niño es un
acontecimiento político. También lo es su ausencia, ya que cualquier parte de todos
los acontecimientos que componen la reproducción humana puede formar parte de
una estrategia para adquirir o ampliar el poder, puede crear nuevos vínculos de
dependencia o puede proporcionar un medio para romper los vínculos de d e p e n d e n
c i a " (1990: 1).
Handwerker se basa aquí en una definición de lo político en términos de distribución
del poder entre las personas. Los antropólogos que siguen esta perspectiva muestran
especial interés en cómo la fecundidad de las personas refleja un comportamiento
estratégico que busca maximizar los recursos. Sin embargo, en lugar de ver esto en
términos estrictamente económicos, intentan contextualizar el comportamiento en
términos de cultura, organización social..." y las estructuras de poder político.
Los intentos antropológicos de combinar el análisis político, económico y cultural
para comprender el comportamiento de la fecundidad han recurrido a menudo a fuentes
históricas más que etnográficas. En parte, esto se debe a que el tipo de teorías del
cambio que defienden se examinan mejor utilizando datos que abarcan un periodo
relativamente largo. La investigación demográfica histórica de Jane y Peter Schneider
(1996) en Sicilia se centra en una comunidad que habían estudiado etnográficamente
con anterioridad, y su interpretación de los datos históricos se basa, en parte, en esa
intensa relación con la población. Al demostrar que el descenso de la fecundidad que
se produjo allí tuvo lugar en momentos históricos diferentes para las tres grandes clases
sociales estudiadas -la élite, los artesanos y el campesinado-, examinan no sólo los
grandes cambios políticos y económicos que afectaron de forma diferente a estas
clases, sino también cómo cambiaron la comprensión cultural y las relaciones sociales
de la gente.
Kertzer (1995) explora estas cuestiones teóricamente al examinar la relación entre
las explicaciones político-económicas y culturales del comportamiento demográfico.
Centrándose en un pueblo de aparceros en proceso de urbanización a las afueras
de

Bolonia, Italia, en el período comprendido entre 1861 y 1921, constata que no existe
una relación simple entre el cambio económico y el cambio en el comportamiento
demográfico.
comportamiento demográfico. En el caso de la fecundidad, encontró un patrón similar
al descrito por los Schneider en Sicilia. Los distintos segmentos económicos de la
población redujeron su fecundidad en momentos diferentes, como reacción a los
cambios en su propia situación económica familiar. De ahí que los aparceros
mantuvieran una fecundidad elevada durante todo el periodo, a pesar de las caídas que
se estaban produciendo en la fecundidad del resto de la población, porque las presiones
sobre los aparceros para que tuvieran numerosos hijos varones continuaron e incluso
aumentaron, mientras que el coste para ellos de criar hijos en hogares que seguían
siendo grandes y complejos seguía siendo modesto (Kertzer y Hogan 1989). Por otro
lado, a pesar de los cambios económicos masivos, se observaron muy pocos cambios
en la edad al matrimonio, lo que sugiere que aquí las normas culturales demostraron ser
resistentes, una conclusión de otros estudios históricos europeos sobre la edad al
matrimonio también.
No deja de ser irónico que, mientras que un número creciente de demógrafos
expresan su consternación ante la posibilidad de explicar el descenso de la fecundidad
basándose en factores económicos y apuntan en su lugar a la cultura, la mayoría de los
antropólogos más implicados en la demografía sigan insistiendo en la importancia
de las fuerzas económicas. Es el caso de uno de los antropólogos más influyentes en el
campo de la demografía, Gene Hammel. En un artículo titulado ''Economía 1, Cultura
0'', Hammel (1995) insta a los demógrafos a no rechazar los factores económicos en
las explicaciones del descenso histórico de la fertilidad en Europa. Examinando los
datos de los Balcanes noroccidentales a lo largo de dos siglos (de 1700 a 1900),
concluye que ni las líneas de diferencia religiosas ni las fronteras lingüísticas (a
menudo utilizadas por los demógrafos como sustitutos de las líneas de diferencia
cultural) se corresponden con las diferencias de fecundidad. Por el contrario, concluye
que "las variables aparentemente más relacionadas con las actividades de extracción
del sustento de la tierra y el sistema de intercambio, como la participación de la mano
de obra femenina, la fuerza del sector primario y el tipo de agricultura, parecen predecir
con fuerza las diferencias de fecundidad" (1995: 247).
El creciente interés de los antropólogos por la política estatal -un fenómeno
relativamente nuevo- ha dado lugar a otros trabajos recientes relacionados con la
reproducción. El más notable es el estudio de Klig- man (1998) sobre las políticas de
reproducción en Rumanía bajo el régimen de Ceausescu (1965 a 1989). En él se vuelve
la mirada etnográfica hacia la política estatal, examinando las prácticas retóricas e
institucionales del Estado en la esfera pública y su integración en la vida local. Es un
trabajo que se basa también en el concepto de reproducción en términos de politización.
Como dice Kligman (1998: 5), "la política de la reproducción centra la atención en la
intersección entre la política y el ciclo vital, ya sea en términos de aborto, nuevas
tecnologías reproductivas, programas internacionales de planificación familiar,
eugenesia o bienestar". El estudio examina las políticas pronatalistas extremas del
gobierno rumano, su simbolismo retórico y los efectos que todo ello tuvo en los
individuos.

Matrimonio y hogares

Aunque en la mayoría de los casos no consideran la cuestión en términos demográficos,


los antropólogos llevan mucho tiempo interesándose por el matrimonio y los grupos
domésticos. Además, al haber desarrollado esta experiencia en gran parte a través del
estudio del matrimonio en sociedades que tienen grupos de parentesco corporativos,
especialmente los que siguen normas de descendencia unilineal, los antropólogos han
teorizado a menudo las relaciones entre los sistemas matrimoniales y los sistemas
de Probablemente ningún aspecto de los sistemas matrimoniales no occidentales ha
impresionado tanto a los observadores occidentales como la poligamia, que los
antropólogos dividen en dos tipos. La poliginia, con mucho más común, implica que
los hombres tengan múltiples esposas y sigue estando muy extendida hoy en día en el
África subsahariana. La poliandria, que implica que una mujer tenga dos o más
maridos, encuentra su locus classicus en el Himalaya, pero puede encontrarse en
partes del África subsahariana. Aunque la naturaleza y la dinámica de estos sistemas
han fascinado a los antropólogos desde hace mucho tiempo, el interés de los
demógrafos por estos sistemas ha tendido a centrarse en dos cuestiones:
(1) el impacto que el matrimonio plural tiene en la fertilidad y (2) las implicaciones del
matrimonio plural para los conceptos de hogar. Esta última cuestión deriva su interés
demográfico no sólo del deseo de comprender mejor las relaciones domésticas, sino,
al menos con la misma importancia, de sus implicaciones para los métodos de
investigación mediante encuestas.
La poliandria ha sido objeto de considerable atención antropológica por las
cuestiones teóricas que plantea. Un reciente repunte del interés se debe a su relevancia
para la teoría sociobiológica (Levine y Silk, 1997), ya que, al menos a primera vista,
parece contradecir los principios básicos de la sociobiología. Por el contrario, la
poliandria ha sido ignorada en gran medida por los demógrafos debido al reducido
número de pueblos que la practican.
Dada la importancia cada vez mayor que ha adquirido el África subsahariana en la
demografía, la teorización antropológica sobre las relaciones matrimoniales -incluidos,
aunque no exclusivamente, el matrimonio plural y la relación del matrimonio con los
sistemas de parentesco formalizados- adquiere cada vez más relevancia. Guyer (1994),
por ejemplo, señala que sólo en Nigeria hay 250 grupos étnicos diferentes y dos
religiones mundiales -cada una con varios subgrupos diferenciados- y cada uno de ellos
tiene sus propias normas sobre el matrimonio. En este contexto, ¿cómo se puede definir
el matrimonio? La legislación nigeriana deja en gran medida estas cuestiones al
"derecho consuetudinario" local, lo que da lugar a estadísticas matrimoniales que
violan los principios demográficos básicos de comparabilidad y estandarización.
Lo que más preocupa a los demógrafos de todo esto es que el matrimonio puede
ser un estatus mucho menos claro en estas sociedades. A menudo no hay un único
acontecimiento al que se pueda llamar boda, ni una única fecha en la que se cambie de
estado civil, ya sea casándose o divorciándose. El matrimonio se describe a menudo
en África como un proceso, y el hecho de que la poliginia esté muy extendida hace que
la situación sea aún más compleja (Bledsoe y Pison 1994: 2). En su estudio sobre los
yoruba de Nigeria, Guyer (1994: 247) constata que la informalidad del primer
matrimonio tiene una larga historia y que dicha informalidad ha sido la forma
predominante de los matrimonios de orden superior a lo largo de toda la historia
registrada de los yoruba. Llega a la conclusión de que la formalidad del primer
matrimonio fue en parte una imposición de las potencias coloniales, que intentaron
formalizar los pagos de la riqueza de la novia y situarlos en una concepción europea
del matrimonio.

Aunque el matrimonio no ha sido uno de los principales focos de atención de los


antropólogos que trabajan en las sociedades occidentales, ningún debate sobre la teoría
antropológica y el matrimonio en el contexto de l estudio demográfico puede dejar de
mencionar el trabajo de Jack Goody. Como muchos de los antropólogos con intereses
demográficos que han trabajado sobre Europa, Goody adopta una amplia perspectiva
histórica, aunque en su caso la historia tiene una profundidad inusitada. En su
influyente The Development of the Family and Marriage in Europe, Goody (1983)
examina los sistemas matrimoniales europeos desde la perspectiva de un antropólogo
especializado en África Occidental. Trata de explicar las amplias y profundas
diferencias que observa, muchas de las cuales atribuye al impacto y desarrollo del
cristianismo en Europa. Entre las características del sistema familiar europeo que
aborda Goody se encuentran la bilinealidad; la solidez del vínculo de la pareja
conyugal; la ausencia de linajes entre el grueso de la población; la falta de separación
rígida de sexos; la monogamia; la ausencia de adopción (hasta hace poco); la ausencia
de disposiciones sobre divorcio y segundas nupcias; la prohibición del matrimonio con
parientes. Su explicación de estos patrones distintivos se basa en su argumento de que
todos ellos sirvió a los propósitos de la Iglesia, en parte socavando instituciones
alternativas (por ejemplo, el linaje) y en parte canalizando la propiedad a lo largo de
las generaciones hacia las arcas de la Iglesia.

Mortalidad

La teorización antropológica sobre la mortalidad sigue estando poco desarrollada, en


contraste con e l gran interés antropológico por los ritos funerarios. Aparte de los
recientes trabajos antropológicos sobre el VIH-SIDA, la mayoría de los cuales están
poco relacionados con la investigación demográfica (Herdt 1997), la mayor parte de la
teorización antropológica sobre la mortalidad se ha centrado en la mortalidad infantil.
La literatura que más se acerca a la literatura demográfica en este sentido es la que
examina el impacto de varios sistemas de parentesco y matrimonio en la mortalidad
infantil en general y en la supervivencia selectiva por sexo en particular (Skinner
1993). Veremos un ejemplo de esto, el trabajo de Monica Das Gupta, en una sección
posterior de este capítulo.
Dentro de la antropología en general, el trabajo teórico reciente más influyente en
este ámbito ha sido Death Without Weeping (Muerte sin llanto), de Scheper-Hughes
(1992), basado en un trabajo etnográfico realizado en una ciudad del nordeste de Brasil.
Scheper-Hughes (1992: 356), que trata de situarse entre lo que ella denomina los
"teóricos del vínculo materno descerebradamente automático", por un lado, y los que,
como Edward Shorter, escriben históricamente sobre la indiferencia materna, por otro,
adopta la impopular postura de que en la zona de extrema pobreza que estudió
"coexisten una negligencia selectiva mortal y un intenso apego materno". Ella
encuentra que las mujeres en este ambiente consideran a los niños pequeños que son
débiles y frágiles como condenados y así hacen poco para intentar mantenerlos vivos.
Scheper-Hughes tacha a teóricas como Nancy Chodorow y Carol Gilligan, que
hablan de un ethos femenino universal, de adolecer de una perspectiva ligada a
la cultura y la historia, y sostiene que la "invención del amor materno no sólo se
corresponde con el auge de la familia nuclear burguesa moderna... sino también con la
transición demográfica". Sostiene que sólo con el brusco descenso de la mortalidad
infantil y juvenil surgió una nueva estrategia reproductiva, consistente en tener pocos
hijos pero invertir mucho en cada uno de ellos. Allí donde la mortalidad y la fecundidad
son altas, como en el noreste de Brasil, "se da una estrategia reproductiva diferente,
o de transición predemográfica". Esto implica dar a luz a muchos niños, pero invertir
emocional y materialmente sólo en aquellos que se consideran las mejores apuestas
para la supervivencia (1992: 401-402). Esta tesis ha dado lugar a un acalorado debate
dentro de la antropología, principalmente en los confines de la antropología médica,
en el que se acusa a Scheper-Hughes de culpar a las madres empobrecidas -al menos
en parte- de la muerte de sus hijos (Nations 1988).

Migración

Aunque su enfoque inicial en comunidades insulares aisladas puede ser exagerado,


la antropología tuvo durante mucho tiempo lo que Malkki (1995: 508) ha llamado un
"sesgo analítico sedentarista". El estudio antropológico prototípico se basaba en la
observación participante en una única localidad; el principal tipo de movimiento
previsto era el de los pastores que se desplazaban estacionalmente de forma repetitiva.
Desde la década de 1960, sin embargo, el interés antropológico por la migración ha
crecido como la espuma, aunque hasta hace poco apenas se articulaba directamente
con la investigación demográfica dominante. Brettell (2000) ha ofrecido recientemente
una excelente panorámica de los estudios antropológicos sobre la migración. Los
antropólogos han llegado al estudio de la migración por diferentes vías. Algunos, que
pretendían llevar a cabo formas más tradicionales de estudio de las comunidades
rurales, han descubierto que la vida local se ha visto drásticamente afectada por la
emigración y la migración de retorno, lo que ha hecho necesario un estudio de los
movimientos de población que no se había previsto en un principio. Otros, que forman
parte de la tradición de estudios antropológicos de la vida urbana en sociedades no
occidentales, que ya tiene 40 años, descubrieron que la vida de los habitantes urbanos
que estudiaban no sólo se desarrollaba en las ciudades, sino también en las zonas
rurales de origen. Además, las vidas de muchas de estas personas en la ciudad parecían
estar organizadas por redes sociales que implicaban vínculos con dichas zonas de
origen.
Los primeros estudios antropológicos sobre la migración se vieron influidos por el
continuum rural-urbano de Redfield (1941), que describe la vida rural como tradicional
y la vida urbana como moderna. Una de las primeras preocupaciones del estudio de la
migración en la antropología fue la probabilidad de retorno y sus implicaciones
sociales y culturales tanto para el migrante como para la comunidad de origen. En los
últimos años, se ha hecho mucho hincapié en la cuestión de cómo se ven a sí mismos
los emigrantes y si consideran que han renunciado a su anterior residencia y han
adoptado una nueva identidad en su nuevo hogar. Aunque prestan atención a los
factores económicos de empuje y atracción, los antropólogos suelen hacer más
hincapié en comprender el contexto social y cultural en el que se toman las decisiones
de emigrar y de regresar. Para ello suelen centrarse en la toma de decisiones en el
hogar y en los lazos y obligaciones de parentesco, así como en el análisis de las
normas culturales y los acuerdos sociales en torno a la transferencia de propiedades,
incluida la herencia.
Hoy en día, los antropólogos estudian a los emigrantes en la comunidad receptora,
a los que han regresado a su patria original y a los que viven en la zona de origen, que
quizá nunca hayan emigrado pero que se ven afectados por sus familiares y vecinos
emigrantes. Algunos antropólogos siguen a los emigrantes, generalmente entre su lugar
de origen y otro destino. No es infrecuente que un antropólogo comience su carrera
trabajando en una sociedad no occidental y posteriormente estudie a los emigrantes de
esa sociedad más cercana a su lugar de origen. Aunque algunos antropólogos que se
dedican a estos estudios realizan encuestas y examinan datos cuantitativos, la mayoría
se basa en gran medida, si no totalmente, en métodos cualitativos. Típico de estos
últimos es el estudio de George Gmelch (1992) sobre la vida de los emigrantes de
la isla caribeña de Barbados. Su libro se basa en gran medida en relatos orales
recogidos de tan sólo 13 emigrantes retornados que habían vivido parte de su vida
en Gran Bretaña o Norteamérica. No hay ni una sola tabla en el libro.
Aunque buena parte de los trabajos antropológicos más recientes sobre migración
se han centrado en los emigrantes en Occidente, una tradición de investigación
antropológica más antigua sigue centrándose en el papel de la migración en los países
no occidentales. África es el continente que más atención ha recibido. Los antropólogos
que trabajan en esta zona son propensos a criticar diversos aspectos de la teoría
imperante en las ciencias sociales sobre la urbanización y la migración. Cliggett
(2000), por ejemplo, muestra las insuficiencias de centrarse exclusivamente en los
factores económicos para explicar quién se traslada en Zambia y cuándo y por qué lo
hace. Al examinar la naturaleza del control sobre los recursos agrícolas y su vínculo
con las redes de apoyo social, muestra la importancia de comprender la dinámica de
las relaciones de poder locales. Llega a la conclusión de que "la organización social y
los conflictos sociales por el acceso a los recursos desempeñan un papel tan importante
en las decisiones migratorias como los factores económicos y ecológicos" (2000:
125). Esto también la lleva a subrayar la diversidad de situaciones que se dan
entre los emigrantes, algunos de los cuales, de hecho, no querían volver a sus
comunidades de origen ni enviaban remesas a ellas.
En un estudio diferente sobre el mismo país, James Ferguson -cuyos vínculos
intelectuales están más cerca del posmodernismo y los estudios poscoloniales que los
de Cliggett, más cercanos a las tradiciones de la antropología social y la antropología
demográfica británicas- examina la vida urbana en el cinturón de cobre de Zambia. Al
mostrar los crueles engaños sufridos por los zambianos que se tragaron el mito de la
''modernización'', Ferguson identifica dos pautas culturales diferentes en la ciudad que
reflejan las estrategias migratorias de la gente. Ferguson descubrió que los debates
sobre la decisión de los habitantes urbanos de jubilarse o no en sus comunidades rurales
''se centraban menos en cuestiones sociales y económicas directas que en lo que
podríamos llamar las características culturales necesarias para una jubilación rural
satisfactoria''. Al considerar cómo sería la vida para ellos en la jubilación rural, la gente
"pasaba rápidamente de las cuestiones de las remesas o las visitas a las cuestiones de
la vestimenta, los estilos de hablar, las actitudes, los hábitos, incluso el porte corporal"
(1999: 83). Curiosamente, mientras que el propio Ferguson rechaza la teoría de la
modernización, todos sus informantes la abrazan, lamentando el hecho de que sus vidas
estén suspendidas entre dos mundos, uno moderno, industrial, urbano y occidental, y
el otro tradicional, rural y africano. Para hacer frente a esta división, los habitantes de
la ciudad adoptaron lo que Ferguson denomina un estilo cultural ''localista'', más en
armonía con las normas rurales y que indica un compromiso de seguir vinculados a las
comunidades rurales, o un estilo ''cosmopolita'', que incluye modos característicos de
vestir, hablar y comportarse, y que indica un rechazo de tales vínculos.
El amplio y creciente número de estudios antropológicos sobre inmigrantes en
Estados Unidos y otros países occidentales se ha centrado en diversas cuestiones, como
la importancia de las redes de inmigrantes en la adaptación social, económica y
cultural, la naturaleza cambiante de las normas de género y el papel de la religión y las
instituciones religiosas. Entre los investigadores más activos en este campo se
encuentra Leo Chávez (1991), cuyos estudios sobre los inmigrantes mexicanos en
Estados Unidos han hecho especial hincapié en la difícil situación de los inmigrantes
ilegales (o ''indocumentados''). Aquí muestra la importancia de estudiar la recepción
que reciben los emigrantes en la comunidad de acogida como medio para comprender
la naturaleza de su adaptación.
Llevando este enfoque un paso más allá, Cole, en su estudio sobre los inmigrantes
en Sicilia, centra la atención en lo que denomina "respuestas europeas cotidianas a los
inmigrantes" (1997: 130). Constata que los sicilianos, en contra de lo que algunos
esperaban, no mostraban opiniones marcadamente racistas. Basándose en la
observación participante y en métodos cualitativos afines, desentierra una dinámica
mucho más sutil en las tensiones que acosan las relaciones entre los inmigrantes y los
''nativos''. Los estudios antropológicos de este tipo se centran cada vez más en
cuestiones relacionadas con el cambio de concepción de la identidad nacional en las
sociedades receptoras, como en el caso de la acogida que ha experimentado la gran
población de inmigrantes turcos en Alemania (White 1997).
La ciudad de Nueva York es el escenario de un número especialmente elevado de
estudios antropológicos sobre la adaptación de los inmigrantes, con investigaciones
sobre dominicanos y otros caribeños, rusos, chinos, coreanos, africanos occidentales,
indios, mexicanos, asiáticos del sudeste y otros (Foner 2000, 2001). Un buen ejemplo
es el estudio de Margolis sobre los brasileños en Nueva York. Motivada en parte por el
hecho de que los brasileños eran una minoría en gran medida invisible en Nueva York,
perdida en medio del mar de "hispanos", Margolis combinó una encuesta basada en el
muestreo de bola de nieve con entrevistas informales y observación participante para
producir una etnografía del "Pequeño Brasil". Le interesaba especialmente examinar
la permanencia de la migración. Mientras que la mayoría de las personas se
consideraban ''so- journers'', en E E . UU. sólo temporalmente para ganar dinero antes
de regresar a Brasil
(una situación reforzada por el hecho de que muchos carecían de la condición legal de
emigrantes), descubrió que, como en tantos otros casos similares de emigrantes,
muchos de ellos se convirtieron en emigrantes permanentes. Además, también
identificó un patrón que denominó ''migración yo-yo'' (1994: 263), la emigración a
Estados Unidos de personas que habían dicho que regresaban a Brasil ''para siempre''.
De especial interés para los antropólogos que trabajan en este campo es la vida de
las mujeres y la relación entre las normas de género en las sociedades emisoras y
receptoras. Normalmente se observa un contraste entre las normas más patriarcales que
prevalecen en muchas sociedades emisoras no occidentales o más pobres y las normas
que favorecen una mayor igualdad de género en las principales sociedades receptoras
occidentales. En lugar de considerar que las mujeres son más tradicionales que los
hombres -un punto de vista clásico en las ciencias sociales occidentales-, esta línea de
trabajo ha considerado que las mujeres están menos dispuestas a regresar a la
comunidad de origen en la medida en que tal movimiento significaría renunciar a un
grado de autonomía sólo disponible en la sociedad de destino (Gmelch y Gmelch
1995). Hirsch (1999), para entender mejor estas cuestiones, estudió a mexicanas tanto
en su comunidad de origen en el oeste de México como en la comunidad de acogida
de Atlanta, comparando parejas de hermanas o cuñadas que vivían a ambos lados de la
frontera. Descubrió que las mujeres de Atlanta eran más capaces de lograr su objetivo
de una relación marital de compañerismo.
En los últimos años, un número cada vez mayor de antropólogos ha hecho un
llamamiento para reconceptualizar el estudio de la migración, alejándose de la noción
dicotómica de comunidades emisoras y receptoras y acercándose a un modelo
transnacional de la vida vivida a través de las fronteras nacionales (Kearney, 1995).
Los "transmigrantes", como se denomina a las personas que mantienen múltiples
relaciones familiares, sociales, religiosas y políticas a través de las fronteras,
"actúan, toman decisiones y sienten inquietudes, y desarrollan identidades dentro de
redes sociales que les conectan con dos o más sociedades simultáneamente" (Glick-
Schiller, Baseh y Blanc-Szanton 1992: 1-2; Glick-Schiller, Basch y Blanc-Szanton
1995). Cabe preguntarse si este fenómeno es tan nuevo como sugieren algunos de
sus estudiosos. Sin embargo, está claro que los recientes avances en comunicación y
transporte, así como el aumento de los niveles de riqueza, lo han facilitado
enormemente. Los estudios sobre transnacionalismo hacen hincapié en la red de
relaciones que unen a las personas a través de las fronteras nacionales, considerando a
los inmigrantes no como situados en una comunidad geográfica (ni siquiera en un
enclave étnico), sino más bien como situados en el espacio transnacional.
El reciente interés demográfico por los refugiados está vinculado a esta perspectiva
transnacional, ya que los antropólogos que han centrado su atención en los estudios
sobre refugiados han hecho hincapié en la importancia de examinar precisamente estas
redes sociales transnacionales y han pedido que se revisen las imágenes comunes de la
sociedad como una entidad basada en el territorio (Marx 1990). En lugar de considerar
que toda la vida social de las personas que viven en campos de refugiados está
circunscrita a su ubicación, los antropólogos han argumentado que las personas
mantienen importantes vínculos con familiares y otras personas en diversos lugares,
incluidas sus zonas de origen. Si no se analizan estos vínculos y estas redes, los estudios
sobre los refugiados seguirán arrojando resultados insatisfactorios. Lubkemann (2000),
examinando a los refugiados mozambiqueños producidos por la guerra civil, descubrió
que sus vidas y decisiones no podían entenderse al margen de la comprensión de las
pautas preexistentes de migración y relaciones de género. Además, sus decisiones
sobre si trasladarse o no y adónde tras el fin de la guerra sólo podían entenderse de
forma similar en términos de esta comprensión más amplia de las normas culturales,
la organización social y el significado de la movilidad geográfica.
RETOS METODOLÓGICOS

Los antropólogos han tenido sentimientos encontrados sobre la forma en que la


comunidad demográfica en general ha visto la metodología antropológica. El hecho de
que los demógrafos, al discutir lo que la antropología podría aportar a la investigación
demográfica, a menudo parezcan tener en mente sólo los métodos, y no la teoría,
ha sido un punto delicado. Sin embargo, el uso impreciso del término "métodos
antropológicos", cuando se trata de métodos cualitativos en general, también provoca
consternación entre los antropólogos. Además, los antropólogos, en su reconocimiento
de la construcción cultural de las categorías analíticas, ven una importante contribución
potencial en la crítica y mejora de las encuestas y otros métodos cuantitativos
de investigación.
La piedra angular de la metodología antropológica ha sido durante mucho tiempo
la observación participante. Desde los tiempos de Malinowski, el objetivo ha sido la
inmersión total en una cultura y en la vida cotidiana de la gente para poder entender su
comprensión del mundo y la naturaleza de sus relaciones sociales en un contexto
holístico. Un corolario de esto es la atención prestada a la diferencia entre lo que la
gente dice que hace y cree, por un lado, y lo que realmente hace y (lo que es más
problemático) lo que realmente cree, por otro. Las implicaciones de este énfasis para
un campo como la demografía, que depende en gran medida de los métodos de
investigación mediante encuestas, son enormes. Un encuestador puede preguntar a un
encuestado con qué frecuencia va a la iglesia, pero rara vez lo coteja con la asistencia
real a la iglesia. Para un antropólogo, precisamente esta disyuntiva es de especial
interés. Los demógrafos no antropológicos han recurrido a veces a métodos de grupos
de discusión para abordar algunas de estas cuestiones, pero aunque los antropólogos
utilizan a menudo en sus investigaciones una especie de enfoque informal de grupos
de discusión, se da mucha más importancia a la observación del comportamiento en
contextos sociales normales.
También en los estudios demográficos históricos son evidentes las diferencias
entre el trabajo realizado por los antropólogos y los demógrafos no antropológicos. En
estos últimos (el estudio de la fertilidad europea de Princeton es un buen ejemplo),
se h a c e mucho hincapié en los datos legibles por máquinas y en el análisis estadístico.
Los antropólogos que trabajan en temas demográficos históricos, aunque suelen
emplear dichos datos y métodos estadísticos, también tienden a hacer mucho hincapié
en las fuentes de archivo cualitativas destinadas a explicar el contexto político,
económico y cultural (Kertzer 1993, 1997).
Los antropólogos han cuestionado el uso de términos estandarizados para la
investigación transcultural o transnacional. Normalmente, estos conceptos se basan en
términos populares occidentales y luego se les da el estatus de instrumentos científicos.
Lo que se entiende por hogar puede ser (relativamente) sencillo en un contexto
occidental (aunque cada vez lo es menos con los hijos de padres divorciados que se
desplazan entre dos residencias), pero es mucho más problemático en las sociedades
poligínicas y en las que el gran flujo de población es endémico (Hollos 1990). Van der
Geest (1998: 41) señala que incluso una pregunta tan aparentemente sencilla como
"¿Está usted casado?" puede conllevar una serie de suposiciones que hacen que la
respuesta dada se base en consideraciones que el investigador de la encuesta nunca
tuvo en mente. Esta preocupación ha llevado a algunos encuestadores a pedir a los
antropólogos que realicen investigaciones preliminares sobre el contexto y los
significados culturales y sociales que les permitan elaborar mejores preguntas para las
encuestas. Sin embargo, esto elude el problema más fundamental de la falta de
comparabilidad intercultural de los datos de las encuestas.
Muchos antropólogos se han visto influidos en los últimos años por un enfoque
interpretativista. Este enfoque se centra en el conocimiento local y en la construcción
cultural de la realidad y genera un profundo escepticismo respecto al uso de categorías
sociales estándar para la comparación.
tivos. Algunos de sus practicantes unen este enfoque a una preocupación por las
relaciones de poder, en cuyo caso las categorías estándar del análisis científico social
interesan principalmente como objetos de estudio por derecho propio, parte de la
ideología dominante que sirve a determinados intereses creados. Esta perspectiva
tiende a rechazar la investigación cuantitativa y, como en el caso de Nancy Scheper-
Hughes (1997), desemboca en un llamamiento a "una demografía sin números".
Castigando a los antropólogos que trabajarían como "doncellas de mano" de la ciencia
demográfica estadística, sostiene que "la acumulación de datos cuantitativos que se
basan en categorías biomédicas y occidentales no generará nuevas perspectivas" (1997:
219).3
Sin embargo, un análisis más detallado revela que incluso los antropólogos más
antipositivistas no pueden evitar interesarse por datos estandarizados y cuantificables
como los que documentan la propagación del SIDA o las tasas de mortalidad infantil.
Del mismo modo que los antropólogos argumentarían que los demógrafos deben
someter sus categorías de análisis a una deconstrucción que sea sensible a las
concepciones culturales y prácticas sociales locales, los demógrafos también pueden
señalar importantes ámbitos de la experiencia humana que requieren el uso de
categorías de análisis aplicables interculturalmente. Los antropólogos que en las dos
últimas décadas han trabajado conscientemente en la intersección con la demografía
siguen comprometidos tanto con la necesidad de un replanteamiento fundamental de
las categorías y métodos demográficos como con la búsqueda de métodos que permitan
el análisis, la generalización y la teoría transculturales.

EJEMPLOS DE INVESTIGACIÓN

La gama de trabajos recientes en demografía antropológica puede ilustrarse con el


ejemplo de tres antropólogos que han trabajado en estrecho contacto con la comunidad
de investigación demográfica más amplia. Estos estudios muestran algunas de las
aportaciones que puede hacer la antropología y, especialmente, el papel de la teoría
antropológica en la investigación demográfica.
Monica Das Gupta, de tradición antropológica social británica, se centra en la relación
entre los sistemas de parentesco y herencia, la ideología de género y los resultados
demográficos. Aunque su trabajo se centra principalmente en el norte de la India,
también s e interesa por cuestiones comparativas mucho más amplias. En una serie de
publicaciones (Das Gupta 1987, 1995, 1997), ha explorado los vínculos entre los
sistemas de parentesco y los regímenes demográficos, con especial atención a la
mortalidad. En los últimos años, los demógrafos han prestado gran atención a la
relación entre la condición de la mujer y la fecundidad. Lo que hace Das Gupta es
situar la cuestión de la condición de la mujer en el contexto más amplio de los sistemas
de parentesco y relacionarlos no sólo con el comportamiento de la fecundidad, sino
también con una serie de otras variables demográficas. Empleando una perspectiva
antropológica más amplia y adoptando un punto de vista sobre el curso de la vida,
también demuestra la importancia de no considerar la condición de la mujer como una
simple variable con un único valor que caracteriza a una sociedad concreta. Más bien,
dependiendo del sistema de parentesco y de los acuerdos coresidenciales que estén
vinculados a él, las mujeres pueden tener mayor o menor autonomía e influencia en
diferentes etapas de su vida. Así, en el norte de la India, mientras que las mujeres
jóvenes casadas tienen un estatus muy bajo y poca autonomía, una vez que las mujeres
se convierten ellas mismas en suegras, suelen adquirir un poder doméstico
considerable. Estas pautas, a su vez, tienen consecuencias demográficas; las madres
jóvenes no pueden obtener los recursos que necesitan para criar a sus recién nacidos
(especialmente a sus hijas) y, por tanto, se enfrentan a una alta probabilidad de
mortalidad infantil. Además, en su juventud, las mujeres se enfrentan a tasas de
mortalidad más elevadas que los hombres de la misma edad. Sin embargo, más
adelante en sus vidas, a medida que aumenta su poder, las mujeres son capaces
de reunir mayores recursos y, de hecho, muestran mayores tasas de supervivencia que
los hombres.
Ya se han señalado los intentos de Susan Greenhalgh (1995a) de desarrollar una
economía política de la fecundidad que incorpore perspectivas tanto feministas como
culturales. En su propio trabajo, en el que examina la naturaleza y los efectos de la
política china del hijo único, desarrolla estas ideas teóricas, al tiempo que sitúa el
comportamiento demográfico en China en una perspectiva diferente de la que suele
encontrarse en la literatura demográfica. El hecho de que el Estado desempeñe un papel
fundamental en el comportamiento de la fecundidad no es ninguna sorpresa en
el contexto chino. Lo que Greenhalgh aclara, sin embargo, a través de su enfoque
antropológico, es cómo la política estatal llega a ser impugnada a nivel local y cómo
la impugnación por parte de las mujeres y los hombres campesinos afecta a la
aplicación de la política estatal a nivel local. Se refiere a su enfoque como
"negociador", centrándose en tres aspectos de la "micropolítica reproductiva". Estos
incluyen "la resistencia al programa de control de la natalidad; la negociación sobre el
tamaño de la familia y la práctica anticonceptiva; y las consecuencias, tanto
beneficiosas como perjudiciales, para las mujeres, sus cuerpos y los resultados
reproductivos" (1994: 6). No idealiza la resistencia de las mujeres. Al contrario, señala
su efecto paradójico, que permite a las mujeres criar más hijos que hijas. También
reconoce que la propia cultura campesina está cambiando como resultado de su
exposición a la campaña antinatalista del Estado.
Influidos en parte por la teoría feminista, en los últimos años los antropólogos han
prestado cada vez más atención al cuerpo, a las formas en que se conceptualiza y a su
uso metafórico para simbolizar el mundo social. Caroline Bledsoe (2002), basándose
en esta tradición y vinculándola al estudio demográfico de la fertilidad, el
envejecimiento y la mortalidad, reclama una nueva forma de pensar sobre las
cuestiones demográficas. A partir de un estudio realizado en colaboración con
demógrafos y otros científicos en Gambia (Bledsoe, Banja y Hill 1998), el trabajo de
Bledsoe se vio influido por su sorprendente descubrimiento de que los métodos
anticonceptivos se utilizaban a menudo en esta sociedad de África Occidental para
aumentar el número de nacimientos en lugar de limitarlo. Bledsoe muestra la
importancia de comprender cómo la población local conceptualiza la reproducción y la
relaciona con la comprensión del cuerpo, la salud y el apoyo social. Bledsoe subraya
que las nociones occidentales de tiempo lineal no reflejan la forma en que las mujeres
estudiadas conciben su cuerpo y su vida reproductiva. Entender su comportamiento
reproductivo implica comprender las ideas gambianas relativas al desgaste del cuerpo
ocasionado por los episodios reproductivos. Estos incluyen no sólo el parto, sino
también el aborto espontáneo y otros acontecimientos.

PERSPECTIVAS DE FUTURO

De no haber sido por el fuerte sentimiento dentro de la corriente demográfica


dominante de que los métodos y la teoría antropo- lógicos podían ayudar a enriquecer
el campo, es posible que los antropólogos que investigaban temas demográficos
hubieran seguido trabajando en casi total inde- pendencia de los demógrafos que
estudiaban los mismos temas. Hoy en día sigue ocurriendo que de los trabajos
antropológicos sobre temas como la fecundidad y la migración tienen lugar sin
referencia a la literatura demográfica (y, se podría añadir, viceversa). Esto se debe a
varias razones, entre ellas un cierto grado de insularidad disciplinaria entre los
antropólogos, así como un fuerte sesgo antipositivista y antiestadístico entre muchos
antropólogos socioculturales (aunque no todos, ni mucho menos).
Sin embargo, lo más interesante de los últimos avances en demografía
antropológica es que no proceden simplemente del ala más conductista o postivista
de la antropología, vinculada a los estudios de organización social. Más bien, estos
nuevos trabajos se han visto enriquecidos por la teoría antropológica sobre la cultura y
el papel del simbolismo. Los tres ejemplos de investigación mencionados
anteriormente ilustran esto de diversas maneras, ya que entran en j u e g o corrientes
teóricas políticas, económicas, sociales, organizativas, feministas y simbólicas de la
antropología.
Aquellos demógrafos que, al reclamar la participación de la antropología en su
campo, simplemente buscaban asesores que les ayudaran a hacer mejor lo que
ya estaban haciendo (por ejemplo, en el diseño de las preguntas de las encuestas)
pueden llevarse la agradable o desagradable sorpresa de que lo que están obteniendo
es algo muy diferente. La demografía antropológica, tal y como se está desarrollando
ahora, está llamada a enriquecer la demografía como campo interdisciplinar
obligándola a enfrentarse a algunas cuestiones epistemológicas y ontológicas muy
básicas. Aunque esto puede producir cierta incomodidad, los beneficios potenciales
tanto para la demografía como para la antropología son enormes.

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