Está en la página 1de 14

Introducción

Los taínos desarrollaron una cultura basada fundamentalmente en la


producción agrícola que les permitió incrementar una apreciable actividad
artesanal de objetos utilitarios, tales como vasijas y otros recipientes de
barro y de madera, hachas de piedra bien pulimentadas, objetos de
cestería de fibras vegetales y tejidos de algodón que eran decorados con
tintes extraídos de la jagua (Genipa americana) y de la bija (Bixa orellana),
con los cuales, también se pintaban sus cuerpos en ocasiones especiales.

Además, los taínos fueron excelentes escultores que confeccionaron


artefactos ceremoniales de gran expresión artística como los duhos o
asientos ceremoniales, los ídolos o cemíes, los instrumentos para el ritual
de la cohoba y los aros monolíticos.

El cemí (también zemí o zeme), cuya figura, esculpida en diversos


materiales y tamaños, podía actuar a voluntad influyendo de manera
decisiva en el normal desarrollo de la vida humana y del medio natural:
podía cohabitar con los hombres e incluso reproducirse a través de ellos.
El cemí era el cuerpo vivo del dios, del ente mítico, del antepasado
deificado. De la maestría con que se le tallase y de la capacidad para
lograr reflejar el carácter del ser dependía en gran medida la efectividad
emotiva que lo vincularía a los creyentes y el adecuado desempeño de sus
prerrogativas espirituales.

La recolección de algunos frutos silvestres, la pesca y la caza marginal


complementaban la alimentación del pueblo taíno, empleando en tales
ctividades instrumentos y técnicas que, junto al uso práctico y medicinal
dado a ciertas plantas, denotan su profundo conocimiento del medio
ambiente natural.

Al momento de la llegada de los europeos, los taínos habitaban gran parte


de las islas Española y Puerto Rico, al igual que el Oriente de Cuba y parte
de Jamaica.
Deminán Caracaracol
Cemí taíno

Aunque algo bajos de estatura, los indios taínos eran de cuerpos bien
formados y piel color cobriza. Fueron gentes lampiñas, de cara ancha, con
pómulos muy pronunciados, labios un poco gruesos y de muy buena
dentadura.

Tenían el pelo negro, grueso y muy lacio, cortándoselo por encima de las
cejas y también atrás, a diferencia de los macorixes y ciguayos quienes
llevaban el pelo largo atándoselo atrás con una redecilla a la que
insertaban plumas de “papagayos” (Temnotrogon roseigaster) y cotorras
(Amazona ventralis).

Los indios macorixes y ciguayos habitaron en la zona nororiental de la isla


de Santo Domingo, ocupando la península de Samaná y tierras aledañas.
Se caracterizaban por ser muy belicosos y diferir lingüísticamente de los
taínos.

Los taínos siempre andaban desnudos, llevando solamente en sus brazos


y piernas unas ligas o fajas de hilos de algodón, aunque algunas mujeres
casadas utilizaban unas faldillas, tejidas también en algodón, denominadas
naguas.

Existió entre ellos la costumbre de practicarles a los niños la deformación


artificial del cráneo, sujetándoles con bandas de algodón dos tablillas de
palma, una en el frontal y otra en el occipital, con lo cual lograban que la
frente luciera más ancha. Se perforaban el lóbulo inferior de las orejas con
la finalidad de lucir en ellas pasadores decorativos u orejeras, llamadas en
su lengua taguaguas.
Su organización social, política y religiosa fue la más evolucionada entre
los grupos indígenas de las Antillas. Su máxima unidad territorial era el
“cacicazgo” que agrupaba determinadas aldeas o “yucayeques“, los
cuales estaban dirigidos por los “caciques“, que ascendían a estas
posiciones por la vía matrilineal hereditaria o la realización de un hecho
extraordinario.

El cacique se distinguía por el guanín o disco de oro que colgaba sobre su


pecho, y por el uso de cinturones hechos de algodón trenzados con
cuentecillas de pedrería y conchas, al igual que cintas para lucir en la
cabeza, insertándoles a ambos una guaiza o pequeña carátula central.

Potiza acorazonada

Cuando el cacique emprendía un viaje distante de la aldea, sus súbditos le


transportaban sobre una litera de madera y paja, mientras que sus hijos,
cuando niños, les seguían cargados en hombros cerca de él.

Los caciques eran asistidos por unos personajes de elevada jerarquía,


llamados nitaínos, siendo los naborias, de menor grado social, sobre
quienes recaían faenas agrícolas y otros trabajos y servicios.

El behique o médico hechicero de la tribu fue otro personaje de


importancia en la sociedad taína, por tener un vasto conocimiento de la
farmacopea primitiva y velar por la curación de los enfermos mediante
prácticas mágico-medicinales, interviniendo, también, en la confección de
los ídolos de la cohoba y otros objetos rituales.

Actividades productivas
Agricultura
Los taínos llamaban conuco al lugar destinado a los sembradíos,
empleando como técnicas agrícolas la siembra en montículos y el sistema
de roza o tala y quema del bosque. En los montículos o montones,
formados por túmulos circulares de tierra suelta, se desarrollan mejor las
raíces tuberosas como la yuca (Manihot esculenta) y los ajes y las batatas
(Ipomoea batatas), mientras que el sistema de roza fue utilizado,
principalmente, para la siembra de maíz (Zea mays), el cual plantaban en
época de luna llena al creer que así se garantizaban el crecimiento de la
planta.

Los taínos aprovecharon, igualmente, los ciclos de lluvia para dar inicio a
sus siembras y en la fase final de su evolución ya empeaban ciertos tipos
de regadíos o acequias donde eran necesarios por la aridez de la tierra.

Sus instrumentos agrícolas fueron las hachas de piedra y la coa o pullón,


especie de bastón de madera para cavar, cuya punta era previamente
endurecida por el fuego.

Con la fricción de ciertas leñas los taínos obtenían el fuego, con el que
cocinaban muchos de sus alimentos, cocían la cerámica y derribaban
grandes árboles para preparar sus sembradíos o conucos y confeccionar
las canoas.

Cuando caminaban o pescaban por la noche se alumbraban con hachos o


trozos de madera resinosa como la cuaba o pino (Pinus occidentalis) y el
goaconax o guaconejo (Amiris spp.).

Las hachas de piedra, al igual que los raspadores de concha, fueron


artefactos de trabajo muy empleados por los taínos, principalmente para
hacer sus múltiples objetos de madera.

Las hachas más típicas en la cultura taína son las petaloides, nombre dado
por semejarse a pétalos de flores, pero hubieron otros tipos de hachas,
como las hachas de cuello y los buriles, siendo algunas de ellas de uso
manual, mientras que las de mayor tamaño se ataban al extremo de un
mazo de madera.

Para la fabricación de sus hachas los indígenas seleccionaron rocas de


gran consistencia y, por lo general, la superficie del instrumento presenta
un reluciente pulimento.

El principal cultivo de los taínos era la yuca (Manihot esculenta) que


rallaban o “guayaban” obteniendo una masa de la cual elaboraban el
cazabí o cazabe (en la actualidad, casabe), especie de pan seco o torta
que, previamente, tostaban sobre un burén y constituía su alimento
básico.

El maíz (Zea mays) fue otro ingrediente importante en su dienta. Lo


cosechaban dos veces al año y lo comían crudo, cuando tierno, y asado,
cuando más seco o maduro. También lo rallaban o trituraban para hacer
con agua cierto potaje.

Otros cultivos complementarios fueron la batata (Ipomoea batatas), y el aje


(posible variedad de batata) que asaban entre las brasas, además de la
yahutía (Colocasia esculenta), la guáyiga (Zamia debilis), el lerén
(Calathea allouia), el maní (Arachis hypogea), el tabaco (Nicotiana
tabacum), algunas especies de ají (Capsicum spp.) y frutas como la piña o
ananá (Ananas comosus).

Otras muchas frutas, entre ellas el mamey (Mammea americana), la


guanábana (Annona muricata), la lechosa o papaya (Carica papaya), el
mamón o corazón (Annona reticulata), la guayaba (Psidium guajava), el
caimito (Chrysophyllum cainito), el icaco o hicaco (Chrysobalanus icaco) y
la pitahaya (Hylocereus undatus) eran recolectadas en estado silvestre.

La caza
Para la caza de las aves y otros animales, tales como quemíes, curíes,
hutías, iguanas, caimanes, etc. utilizaron, al igual que para la pesa, el arco
y la flecha, en cuyo uso eran muy diestros los indios, además de las
lancetas arrojadas con propulsores y numerosas formas de trampas.

En el caso de las hutías y demás roedores, acostumbraban incendiar las


sabanas, acorralando a los animales, para cazarlos en un lugar indicado o
simplemente recogerlos quemados trás el incendio.

En el terminal de sus lanzas o flechas insertaban, en algunas ocasiones,


una punta afilada hecha de la espina que tiene en la cola el pez raya o una
astilla de hueso de manatí (Manatus sp.) mientras que en otras colocaban
puntas extraídas de la resistente madera del copey (Clusia rosea).

Los taínos no tuvieron animales domésticos, a excepción del pequeño


perro “mudo” o aon, cuya carne consumían, y las higuacas o cotorras
(Amazona ventralis) a las que enseñaban a hablar. Asimismo, se
emplearon corrales de estacas en los mares y ríos para el cautiverio de
especies acuáticas y jaulas para las aves.
La pesca
La pesca fue una práctica común de los taínos, motivo para que sus
poblados se formaran preferentemente a orillas del mar y de los ríos y sus
esteros donde abundaban los manglares. Esa actividad, complementaria
de su dieta, era realizada con arcos y flechas, anzuelos hechos de hueso o
de concha de tortuga, y grandes redes de algodón que sumergían con
pesas de piedra.

En la pesca marina usaron el pez guaicano o rémora (Eucheneis


naucrotes), el cual sujetaban por una cuerda y soltaban de nuevo al mar
para capturar otras presas de mayor tamaño a las cuales este pez se
adhería fuertemente.

Los corrales, como sistema de pesca, hechos con hileras formadas por
estacas de madera o caña y bejucos, fueron utilizados en algunas áreas
por los taínos, principalmente en los mares tranquilos y poco profundos.

En los ríos también emplearon ciertas raíces (baiguá) que majaban en el


agua para adormecer a los peces y, cerca de sus desembocaduras,
apresaban al manatí (Manatus sp.) que les proporcionaba abundante
carne y de cuyos huesos, especialmente las costillas, fabricaban amuletos,
orejeras y utensilios ceremoniales, como las espátulas vómicas y los
inhaladores de la cohoba.

En las playas capturaban a las tortugas cuando éstas venían a desovar y


recolectaban algunos crustáceos y moluscos aprovechando sus conchas
como materia prima para elaborar adornos e instrumentos utilitarios.

La vivienda
Los poblados taínos eran llamados yucayeques y sus unidades
habitacionales fueron los bohíos y caneyes, fabricados de postes de
madera que enterraban en el suelo y de cañas sujetadas por bejucos con
techos de hojas de palma o paja, dejando en lo alto un respiradero
recubierto por un caballete, para la salida del aire y del humo de las brasas
que siempre mantenían dentro de las casas. Un solo bohío podía albergar
a varias familias, ya que era frecuente entre los taínos que las hijas
casadas vivieran en las casas de sus padres.

Los “bohíos”, llamados también eracras, eran de forma circular y techos


cónicos, mientras que el “caney”, nombre dado a la casa de los caciques,
era ocasionalmente rectangular y un tanto más espacioso, con techo de
dos aguas y una marquesina frontal de recibo, estando situado frente al
batey o plaza donde se congregaban los miembro de la tribu para celebrar
muchas de sus actividades sociales y ceremoniales.

La casa de los caciques hacía ocasionalmente las veces de tempo cuando


se guardaban en ella los ídolos o cemíes. En otros casos, la casa dedicada
al culto de los cemíes podía encontrarse también en las afueras de las
aldeas, celebrándose entonces dentro de ella las ceremonias religiosas.

Los taínos dormían en hamacas o camas colgantes, las cuales eran


tejidas de algodón (Gossypium barbadense) o maguey (Agave spp.) y
sujetadas en sus extremos por hicos o cuerdas de cabuya (Furcraea
hexapetala) o de henequén (Agave sisalana).

Cuando emprendían algún viaje, los taínos transportaban sus hamacas y


otras pertenencias en cestas, llamadas jabas. Las hamacas eran colgadas
de los árboles o de los andamios de unas enramadas temporales,
denominadas barbacoas, bajo las cuales se guarecían de los efectos del
sol y de la lluvia.

Cemí Opiyelguobirán: “El cual dicen que tiene cuatro pies, como de perro,
y es de madera, y que muchas veces por la noche salía de casa y se iba a la selva.” (Fray Ramón Pané)

Arte taíno
El arte de los taínos, conceptual y a la vez, utilitario, refleja antes de nada,
su visión mágico-religiosa del mundo. Sus obras de arte están
representadas por una vasta gama de objetos de uso personal y
doméstico, y, en particular, por un rico repertorio ceremonial. La variedad y
cantidad de estos objetos, trabajosamente elaborados (recordemos que no
disponían de instrumentos metálicos) en los más diversos materiales
obtenibles en su ambiente o derivados de su comercio, constituyen la
muestra más fehaciente de su innata inclinación artística.

Las formas abstractas, naturalistas o estilizadas de estos objetos eran


tradicionales y estereotipadas, por lo cual podemos distinguir verdaderas
series de objetos similares en las diversas islas habitadas por los taínos o
en aquellas a las que llegaba su comercio. Esta producción representa una
arte conceptual al servicio de la sociedad taína a la vez que refleja una
fuerte voluntad artística y una decidida intención mágico-religiosa. En
algunas ocasiones los taínos se veían obligados a alterar las formas
convencionales para adaptarlas al material o campo decorativo disponible,
lo que hacían verdadera habilidad y sentido estético.

El arte taíno logra sus más bellas expresiones plásticas en el medio


escultórico. Con el propósito de lograr su objetivo artístico, los taínos
utilizaron las duras piedras como el granito, la diorita, el basalto y otras
más fáciles de tallar como el mármol y la serpentina. En muchos casos el
color de la piedra, las vetas de la misma y el pulimento que lograba darle
facilitaba y enriquecía la obra artística.

También se hacía uso de las bellas y duras maderas de los bosques


tropícales como el guayacán (Guaiacum officinale), la caoba (Swietenia
mahagoni) y otras. Los huesos del manatí, el mamífero de mayor tamaño
en la fauna antillana, le proveyó de material para algunos de los más bellos
artefactos de uso ceremonial así como para tallar idolillos. El hueso
humano, en particular el fémur y el cráneo también le ofrecían la
oportunidad de grabar representaciones antropomorfas de carácter
mágico-religioso y adornos ceremoniales.

Entre los objetos más destacados del arte taíno están los destinados al
culto de los cemíes, como los ídolos tallados en piedra y madera, los
artefactos rituales de la cohoba, junto a ciertos instrumentos musicales
como las maracas monóxilas (de una sola pieza de madera).

En lo relativo a la indumentaria y adornos de uso corporal los taínos


confeccionaron objetos de gran belleza, sobresaliendo los amuletos y
collares de piedra, caracoles y colmillos, las guaizas o carátulas de
concha sostenidas en los cinturones trenzados de algodón, y los guaníes
o discos de oro que usaban los caciques.
Duho (Dujo)
Asiento ceremonial en guayacán

Dentro del mobiliario taíno resaltan los duhos o banquillos ceremoniales


que se consideran, junto a los imponentes cemís de la cohoba, unas de las
realizaciones más representativas del arte primitivo universal.

Por su parte, los elaborados aros monolíticos (de una piedra) y las piedras
acodadas, empleados posiblemente en el juego de la pelota, así como los
vasos efigies cerámicos, de notable interés iconográfico, son igualmente
valiosos exponentes de la pericia artística alcanzada por estos aborígenes
en el logro de sus ejecuciones en piedra, concha, barro, hueso y sobre
todo en la dura madera del guayacán (Guaiacum officinale) y la caoba
(Swietenia mahagoni).

Incluso sus vasijas, manos de morteros, pintaderas de barro, hachas líticas


y otros utensilios de uso cotidiano pueden ser apreciados como
verdaderas creciones artísticas por su esmerada terminación y bellos
rasgos decorativos de carácter esotérico.

Los morteros y majadores líticos de la cultura taína generalmente tienen


esculpidos elementos figurativos que pueden tener forma humana o de
animales, que junto a otras decoraciones en bajo relieve, le imprime a
estos artefactos utilitarios un carácter propiamente ceremonial, por lo cual,
los arqueólogos consideran que estas piezas talladas con gran esmero
tendrían un sentido o función ritual y se emplearían en la pulverización de
las plantas embriagantes inhaladas por los indios en la ceremonia de la
cohoba con lo cual creían comunicarse con sus dioses o cemíes.

Mitología y religión taínas


Los taínos creían en un Ser Supremo y Protector al que llamaban Yúcahu
Bagua Maócoti, cuya madre fue Atabey, Madre de las Aguas y Protectora
de las parturientas, pero en sus creencias mitológicas concebían otras
divinidades o cemíes que habitaban en el cielo, nombrado Turey,
relacionándolos con los fenómenos atmosféricos, la creación de la Tierra y
del género humano.
Entre sus más importantes relatos mitológicos están los de la creación del
sol y de la luna que salieron de una cueva, llamada Mautiatihuel, donde
habitaban dos cemíes hechos de piedra que eran Boínayel y Márohu,
considerados dioses protectores y a los cuales se invocaba cuando no
llovía.

Los taínos creían que después de muertos los hombres iban a un lugar
sagrado llamado Coaybay y que sus espíritus, llamados opías, estaban
recluídos durante el día y en la noche salían de manera placentera a
comer del fruto de la guayaba (Psidium guajava).

En términos religiosos, el taíno fue animista, politeísta, creyente de la vida


de ultratumba, totémico y fetichista. En su producción artesanal y en el
grafismo pictórico están presentes esas creencias.

Los sacerdotes llamados behiques tenían mucha influencia sobre la


población en general, ya que ellos tenían un doble poder; como
intermediarios entre los dioses y los hombres, y como médicos o
curanderos. Sin embargo, la religión en sí estaba en poder de los hombres,
correspondiéndole al cacique el ser jefe, guerrero y religioso al mismo
tiempo. Una de las creencias más generalizadas era el cemitismo,
representado por ídolos o cemíes, considerados como dioses tutelares.
Cada cacique o jefe tribal tenía un cemí particular, aparte de que existían
cemíes que eran aceptados como bienhechores por los diversos grupos
clánicos. Estos ídolos estaban representados en diferentes formas y
fabricados con diversos materiales: piedra, barro, madera, hueso, concha y
hasta de algodón.

Trigonolito (‘Piedra de tres puntas’)


En roca calcita

Entre los cemíes mas aceptados estaban las “piedras de tres puntas” o
trigonolitos, relacionadas con sus rituales propiciatorios de la fecundidad,
tales como la productividad de los conucos y la reproducción del género
humano.
El trigonolito es una pieza sumamente especializada en cuanto al área en
la cual se ha encontrado hasta el momento con mayor frecuencia. La costa
este de La Española y las costas del oeste de Puerto Rico han sido los
lugares donde se han encontrado en cantidades apreciables estas piezas.

En cuanto al animismo, el taíno creía que los espíritus de los muertos


podían tener sus moradas en los árboles. Creía percibir la presencia de
éstos cuando se producían movimientos de las ramas o ramificaciones
especiales de las raíces. Cuando ello ocurría, el behique o sacerdote
buscaba interpretar los deseos que los muertos querían manifestar, según
la creencia. Por otra parte, una práctica ritual muy importante lo era la de la
cohoba, a través de la cual se buscaba obtener los mensajes cemíticos.

El ritual de la cohoba
Entre los taínos, la principal ceremonia religiosa fue la cohoba en la cual,
mediante la inhalación de unos polvos alucinógenos, el cacique o behique
entraba en un estado de trance creyendo comunicarse con sus dioses o
espíritus a los que invocaba pidiendo ayuda y protección.

Antes de entrar al templo los taínos se introducía en la boca una espátula


con la finalidad de vomitar, purificándose interiormente, para así evitar los
efectos de indigestión que podrían producir los elementos tóxicos que
contenían los polvos de la cohoba.

El polvo alucinógeno empleado en la cohoba era colocado sobre un plato


de ofrendas que generalmente tenían los ídolos tallados sobre la cabeza
(cemíes de la cohoba, como el que aparece arriba), desde donde los
oficiantes lo inhalaban mediante unos cañutos en forma de Y.

Los participantes en esta ceremonia se decoraban el cuerpo para la


ocasión y, al entrar al reciento, eran recibidos por el cacique, quien tocaba
el mayohabao o tambor de madera, sentándose luego en cuclillas en
torno al cemí ante el cual se practicaba el ritual.

Al presidir esta ceremonia de la cohoba, al igual que los juegos de pelota y


otras festividades, los caciques, junto a los demás señores principales,
empleaban para sentarse unos banquillos, hechos de madera o piedra,
llamados duhos.

El tabaco
El tabaco ocupó un sitial muy importante en la sociedad taína, asociándolo
a sus ceremonias rituales y a sus prácticas mágico-curativas.

Al parecer, por sus propiedades embriagantes y aromáticas, el tabaco en


forma de rapé fue uno de los componentes de los polvos alucinógenos
inhalados en las cohobas.

Los indígenas usaron igualmente el tabaco por placer y para mitigar el


cansancio del cuerpo en las largas caminatas que frecuentemente hacían.

Para ello, en las proximidades de sus casas, cultivaron con esmero las
plantas de tabaco (Nicotiana tabacum) cuyas hojas secaban para hacer
unos rolletes alargados que los indios fumaban constantemente.

El juego de pelota

Cinturón monolítico
De mármol

Los indios de la Española, Puerto Rico y las demás Antillas fueron muy
aficionados al juego de la pelota, utilizando para ello una pelota de goma
posiblemente extraída del copey (Clusia rosea), la cual sorprendió a los
españoles quienes desconocían la existencia de la goma.

En el juego participaban dos equipos de indeterminado número de


jugdores que trataban de mantener la pelota en el aire, golpeándola tan
sólo con las caderas, los codos, los hombros y con la cabeza, sin poder
emplear las manos para darle, precisándose gran agilidad y destreza por
parte de los jugadores, ya fuesen estos hombres o mujeres.

El lugar donde se jugaba recibió el nombre de batey, consistiendo en una


cancha generalmente de forma rectángular, cuyos linderos podían estar
demarcados por una hilera o calzada de piedra, teniendo algunos de estos
peñazcos petrogliflos o figuras labradas con representaciones de cemíes u
otras imágenes tutelares.

El areíto
Una ceremonia ritual de suma importancia para el taíno lo constituía el
areito, que era una expresión musical de cantos y danzas,
complementada con recitaciones de hechos y hazañas ocurridas en
tiempos antepasados. El areito se considera el signo más avanzado dentro
de todas las expresiones culturales del pueblo taíno. Por lo regular lo
practicaban en plazas ceremoniales que los españoles llamaron “corrales”
y era dirigido por una persona principal. (Vea Centro Ceremonial Indigena
de Tibes, Ponce, Puerto Rico.)

El areito servía para expresar la unidad tribal y educar a los jóvenes y


niños en las tradiciones familiares y de la sociedad. Tenían significados
muy variados, por lo cual un areito podía ser amoroso, doliente, de guerra,
plañidero y de carácter místicoreligioso. En otras palabras, los areitos
solemnizaban ritos, aniversarios, celebraciones de bodas, ascensión de
caciques, las cosechas y las victorias guerreras. Cantos bailados y
fraseados coralmente iban acompañados por instrumentos musicales
fabricados de madera fuerte y hueca.

Como instrumentos musicales utilizaban maracas de madera o de higüero


(Crecentia cujete), el mayohabao o tambor confeccionado de un tronco
ahuecado que colocado en el suelo se golpeaba con un mazo, además de
fotutos o trompetas de caracol, ocarinas de barro y flautas de caña o
hueso.

A estos cantos y bailes acudían los hombres y mujeres, pintándose el


cuerpo con tintes rojos, blancos y negros, adornándose, también, con
sartas de caracoles y semillas que hacían las veces de sonajas, cuya
sonoridad ayudaba a mantener el ritmo a los danzantes. Al mismo tiempo
tomaban ciertos brebajes embriagantes.

Prácticas funerarias
En lo relativo a la muerte, no existía una unidad ritual, por lo cual las
ceremonias funerarias respondían a diferentes formas. Lo único que
unificaba los ritos y ceremonias de enterramiento era la creencia en un
mundo supraterrenal o de ultratumba, por lo que los muertos eran
enterrados con sus pertenencias esenciales para que en el más allá
reconciliaran la vida personal con la vida material.

Si quien moría era un cacique se acostumbraba, en algunas regiones, a


enterrar viva, junto a él, a su esposa preferida, denominándose a la mujer
que padecía tal sacrificio Athebeane Nequen.
El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo narra que, después de muerto,
al cacique lo fijaban con unas vendas de algodón tejidas, le ponían sus
joyas preferidas y lo sepultaban sentado en un duho dentro de una bóveda
de palos y sus indias e indios recitaban en los areitos las obras más
sobresalientes de su vida.

También podría gustarte