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Introducción:
Por otro lado el azar, y quizá también el que nunca me haya sentido incómodo
con la cuestión, ha supuesto que he ido acumulando cierta experiencia clínica como
psicoanalista y como psiquiatra de pacientes homosexuales. Sin embargo, y por motivos
de confidencialidad, no expondré aquí mi clínica, sino la de otros compañeros de otras
1McDougall (1986) restringe el término de perverso a quien impone una escenificación por la
fuerza al que no consiente o no es responsable y propone el término neosexualidad como
menos peyorativo para poderse acercar empáticamente a entender a determinados pacientes.
3 En completa sintonía con lo manifestado por Jaime Tabares (2006, p.202): “… ayuda en
función de la demanda… El máximo respeto por… las decisiones que el paciente adopte
respecto de su vida en general y de su orientación sexual en particular”.
1
ciudades o países con los que vengo dialogando sobre la cuestión desde hace años. Sus
pacientes serán presentados de tal modo que solo ellos mismos se pudieran reconocer en
el caso de leer el texto. Se trata de personas sin un interés profesional en el ámbito de la
salud mental y que en ocasiones ni siquiera hablan el idioma en que se publicará este
trabajo. Desde aquí mi agradecimiento a estos colegas, cuyos nombres no figurarán por
motivos obvios y una especial muestra de reconocimiento y respeto a los pacientes cuya
confidencialidad se ha tratado de garantizar (Gabbard, 2000; Rivas, 2012).
Voy a empezar el trabajo con una reflexión metapsicológica que pretende aportar
el soporte teórico sobre el que se apoyarán las argumentaciones ulteriores.
Seguidamente desgranaré en el apartado “La Y tumbada” cuatro situaciones tipo dentro
de un continuum que espero nos sirvan para fijar algunas de las ideas fundamentales del
trabajo. Más adelante presentaré dos viñetas clínicas, una de una mujer y una de un
hombre, que se intentarán pensar desde el planteamiento anterior. Finalmente abordaré
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cuestiones polémicas como la homoparentalidad y la posibilidad de que pueda haber
psicoanalistas homosexuales, para terminar presentando las conclusiones mayores del
trabajo. He de especificar que primero he escrito el texto, en el que obviamente he
recibido la influencia de muchas lecturas a lo largo de los años que he preferido
deliberadamente no revisar antes para poder plantear mi pensamiento con mayor
libertad. La revisión bibliográfica ha venido después, y estará repartida a lo largo del
texto en llamadas a cita, breves comentarios, notas al pie y apartados bibliográficos
siempre que puedan enriquecer el texto al contradecir o reforzar mis planteamientos.
Metapsicología
5De ambos contamos con varias versiones, todas nos sirven. Sobre el primero escribió
Abensour (2008) y otros autores para reflexionar sobre las psicosis. Sobre el segundo han
escrito Foucault (1981) y otros autores. Me permito dejar sus comentarios al margen para
dejarme llevar por mis propias reflexiones.
3
A través de la puerta observamos lo que hay “ahí afuera”. Podríamos
denominarlo la realidad externa, que estaba ahí antes de que la mirásemos y nos la
intentásemos representar. Algo tiene de inaprehensible, tal y como decía Kant (Reale y
Antiseri, 1985) al referirse al nóumeno y retomaron Freud (1915, p.167), Lacan
([1959-60]1986) y Bion (1962), aunque no siempre con un sentido unívoco claro ni
mucho menos similar al propuesto por el filósofo prusiano.
Al aparato mental, en su polo aferente, llegan percepciones, que no son más que
“reflejos” de lo que hay ahí afuera. Las percepciones visuales de los colores por ejemplo
sabemos que son las longitudes de onda que los objetos rebotan tras su contacto con la
luz y que nuestros conos son capaces de registrar y traducir a un “lenguaje” eléctrico
neuronal. Como bien señala Freud, la percepción es fugaz y por sí misma no deja
huella. El sistema de percepción es como una gran pantalla en blanco en la que se van
proyectando una sucesión ininterrumpida de imágenes. Hoy la neurofisiología nos
enseña que dentro de las cortezas visuales primaria, secundaria y terciaria las
percepciones visuales van teniendo un grado creciente de reconstrucción. Como
componentes de imágenes aún no procesados e integrados que se van concretando en
formas más reconocibles al ser enfocadas sobre la pantalla, y que no sabemos cuán
fidedignamente reproducen lo que está ahí afuera. Esto descrito para la visión, sucede
para todos los sentidos que aporten una información aferente al aparato mental.
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origen en un principio considero que no se puede discriminar. Aunque las percepciones
que emanan de la madre y de su contacto con el bebé tiendan a repetirse, no siempre
tienen por qué coincidir. En este nivel representacional los signos de percepción y las
percepciones pueden mezclarse y confundirse, además no hay una diferenciación entre
sujeto y objeto y por ejemplo las huellas mnémicas del pezón y la boca pueden
almacenarse contiguamente sin diferenciarse aún (Aulagnier, 1975). En nuestro juego
de cuadros, los signos de percepción son las pinceladas del lienzo, que sin un marco que
las discrimine de lo de ahí afuera ni permita un mayor grado de organización, suponen
sin embargo ya un primer tipo de representación.
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ganaría el contorno como un continente para poder albergar los propios contenidos. La
alusión al pensamiento bioniano (Bion, 1967) es evidente. César y Sara Botella (2001)
prosiguen la reflexión haciendo hincapié en cómo a través de mirar la mirada del objeto
primario uno aprende a mirarse (así, en reflexivo) tal y como uno se ha sentido mirado.
La cuestión tiene cierta complejidad, y en primer plano nos encontramos con el circuito
pulsional visual y cómo se van constituyendo simultáneamente la representación cosa
del objeto primario y la de uno mismo, en íntima relación como es evidente con la
constitución del yo como instancia. Retomando el juego de los cuadros podríamos
imaginarnos a una madre y a un bebé (uno mismo) observados a través de la puerta
como partes de lo “real” inaprehensible de ahí afuera, con dos lienzos ante el dintel que
se han de ir enmarcando para poder diferenciarse progresivamente de lo de ahí afuera y
entre sí, diferenciándose la representación cosa del objeto primario y la del bebé.
Y ahora llega la palabra, “esto no es una madre”. Llegan toda una serie de
percepciones del objeto primario. Pero hay algo más. Alguien en un determinado
momento dice mamá. Me interesa comentar que la palabra oída al principio no es más
que una percepción entre otras. Sin embargo tiene algo que la hace exclusiva. En un
determinado momento el niño puede empezar a emitir activamente en el polo eferente
motor la palabra mamá. No podrá reproducir activamente un olor, ni un sabor, ni una
imagen (que solo pueden reproducirse alucinatoriamente en el polo aferente como
percepciones que llegan “pasivamente” como desde afuera), pero sí podrá repetir
activamente la palabra mamá. Nótese que alguien dice mamá señalando la imagen
visual que llega del objeto primario. Es decir, se crea un vínculo, una conexión, entre la
palabra y la imagen visual, que como decíamos subroga a la representación cosa. Pero
nótese que este vínculo entre palabra e imagen visual es arbitrario, y uno ha de asumirlo
como tal si quiere comprender y hacerse comprender por otros humanos. Pero no solo
se pronuncia la palabra mamá, también otras muchas como las palabras papá y bebé.
Casualmente, estas tres designan los vértices del triángulo edípico y al tiempo imponen
la necesidad de clasificar los objetos según la diferencia de sexos y generaciones. Ello
nos permite un modelo para explicar la interdicción del incesto y el parricidio
(Artaloytia, 2008) y para que se formen de un modo diferenciado las fantasías
originarias de escena primaria, seducción y castración. En este contexto la palabra
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mamá, en su conexión con la imagen visual, reordena lo anterior (Freud, [1896] y
1923), proceso clave para la formación de un superyó postedípico y de un inconsciente
reprimido. Si se acepta la palabra mamá en todo su sentido edípico, la memoria del
contacto corporal íntimo con la madre (por ejemplo), se resignifica como sexual y por lo
tanto se reprime. En palabras de Szpilka (2002), porque se dice, hay algo que ya no se
puede decir. Tomando como referencia el orden simbólico edípico, muy presente en
Freud, pero desarrollado de un modo especial en Lacan, podríamos decir que solamente
podemos entender la formación de lo inconsciente reprimido después de la instauración
de una instancia represora. Y para que la palabra asuma todo su sentido edípico, es
fundamental que no todo el deseo de la madre se concentre exclusivamente en el bebé.
Es esencial la apertura de su deseo a una triangulación, tal y como se desarrolla según el
concepto de la censura de la amante en Fain (1971). Solo si el bebé percibe que la
madre mira con deseo en otra dirección se podrá poner en marcha todo el proceso. Una
cuestión de relevancia en este trabajo girará en torno a si la persona en función materna
ha de ser la madre o si puede ser otra mujer o incluso un hombre, y si la persona en
función paterna ha de ser el padre o si puede ser otro hombre o incluso una mujer. Quizá
incluso parte del deseo de la persona en función materna podría no estar en la
sexualidad con una pareja, sino sublimado en actividades que pudieran asumir un papel
triangularizante… será una de las cuestiones clave a debatir.
La Y tumbada:
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La idea que Bion (1967) retoma de Freud (1938) referente a que en el psiquismo
puede haber partes con niveles de estructuración distintas me parece especialmente
fecunda. Aunque el autor habla de la parte psicótica y no psicótica de la personalidad,
cuestión ya trabajada en el estudio de las psicosis breves (Artaloytia y Gómez, 2011),
me parece que se puede extender a otro tipo de estructuraciones psíquicas basadas en
otros mecanismos que podrían coexistir con las partes referidas (Sapisochin, 1999).
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La viscosidad:
7Martha Kirkpatrick (1989) sugiere una mayor necesidad de “intimidad que de sexualidad
erótica” en algunas homosexuales.
8HeleneDeutsch (1932, p.490): “La paciente… me informó de que su relación homosexual era
bastante conscientemente actuada como la relación entre una madre y una niña en la cual a
veces la una y a veces la otra jugaban el papel de madre”. Dos páginas más adelante resalta
la “envidia oral” en algunos de estos casos.
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cuando se va imponiendo la ambivalencia, aún cuestionando la unicidad del yo que la
autora defiende de entrada. Bleger (1967) toma la referencia de ambas para definir su
posición glischo-cárica, proponiendo el término griego glischo precisamente por su
alusión a la pegajosidad que de un modo menos peyorativo hemos pretendido
denominar viscosidad. Nótese que todas estas referencias a menudo se toman para el
estudio de las psicosis. Sin embargo, aunque pueda haber ciertas relaciones, creo que la
estructuración psíquica de las mujeres que he conocido de este tipo no es psicótica.
Quizá necesitemos avanzar más para referirnos a ello en mayor profundidad.
9 Rafael Cruz, jugando con lo previo me sugiere la expresión “pareja de lecho sin hecho”.
10 Jaime Sturbin (1993, p.206) se refiere al fenómeno de los “baños” recalcando: “… junto
con la importancia del acto se encuentra una fuerte incapacidad de tolerar la frustración, la
espera y la mediatización”. También llama la atención sobre la promiscuidad de algunas de
estas “neosexualidades” (Ibíd. P.208): así, refiriéndose al poeta cubano: “Reinaldo Arenas…
haciendo el recuento con un amigo… llegó a la conclusión que había tenido más de cinco mil
relaciones sexuales con personas diferentes”. Phillips (2001) describe el “cruising” o
sexualidad con desconocidos en lugares públicos.
10
distintos ámbitos: el niño empieza a andar (los pediatras aconsejan quitar el pañal
cuando el niño es capaz de subir escaleras), empieza a emitir palabras en el polo motor,
empieza a controlar los esfínteres. Todo ello le permite alejarse del objeto primario, ir
diferenciando el adentro del afuera, empezar a tener cierto grado de control sobre el
objeto, cuestiones que por supuesto se van traduciendo al ámbito representacional.
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Quizá la necesidad de buscar a un igual se podría relacionar con no haber podido
encontrar un espejo en aquella mirada. Como no hubo espejo, hay que encontrar a
alguien que sea como una imagen especular. Es como si en un mundo sin espejos el
sujeto necesitase un cuadro o escultura de sí mismo para poderse reconocer 12.
Las personas que he ido conociendo que podrían ubicarse más en este extremo
de la Y generalmente se han sentido incómodas en ambientes muy exclusivamente
homosexuales y a menudo han dado mucha importancia a mantener grupos de
amistades heterosexuales. Suelen decir que no se reconocen en los estereotipos más
marcados y es frecuente que sus primeros enamoramientos sean de personas
heterosexuales 13 (de su mismo sexo). Ello nos habla de un sentimiento identitario más
sólido que no necesita sustentarse tanto en el apoyo especular de los iguales.
Por otro lado, en los hombres homosexuales más neuróticos, a menudo aparece
el deseo de afianzar relaciones estables y duraderas. No es infrecuente que les cueste
encontrar pareja con un perfil parecido al de ellos, sufriendo por las dificultades que el
otro pueda tener para poner freno a la necesidad de una descarga más promiscua.
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obvias. Decide por fin marchar a trabajar fuera de su lugar de origen. Cuando ya tiene
organizada su partida, en las últimas semanas antes de marcharse, conoce a su pareja,
también homosexual, con la que inicia por fin una relación duradera. El segundo, se
trata de una situación prácticamente calcada, pero de un hombre, con desencuentros
parecidos con heterosexuales y algún contacto esporádico homosexual. Planifica su
formación de postgrado en un lugar diferente a su ciudad de origen, y del mismo modo,
encuentra a su pareja duradera pocos días antes de partir. Encontrar pareja les hace a
ambos cambiar de planes y renunciar a marchar. Un tercer caso parecido, se trata de una
mujer que lleva varios años sin pareja, pasa dos años en una ciudad, y justo la noche
antes de su partida definitiva de allí, acude a una fiesta de despedida y conoce allí a una
pareja duradera, aunque a distancia. Las tres personas consideran que se trata de
casualidades.
Primeros comentarios
13
Hemos ido recorriendo de izquierda a derecha el esquema del aparato mental de
la carta 52, del todo superponible al de la interpretación de los sueños y condicionando
la disposición espacial del esquema de “El yo y el ello”. Nos da cuenta de una línea que
va de lo más primitivo a lo más evolucionado en la ontogenia del psiquismo. A la
izquierda de la línea está el objeto primario, a la derecha, una organización neurótica
todo lo acabada que se pueda llegar a tener.
Nos podemos preguntar por qué es lo que sucede con aquello de la izquierda del
esquema que no se haya conseguido integrar en la vía de las representaciones cosa y
palabra y que por lo tanto está por fuera de la vía de la represión. Ya en otro lugar
(Artaloytia, 2012a) me referí a cómo en la esquizofrenia tienden a imponerse los signos
de percepción como actividad alucinatoria o como producciones desorganizadas o
delirantes y cómo pueden manifestarse formaciones representacionales inestables en lo
que describí como magma sincitial identitario. En los casos del extremo izquierdo del
esquema de la Y y en los de la intersección, es posible que la pulsionalidad se vea
abocada a manifestarse como actividad en las relaciones descritas, que se caracterizan
por estar sustentadas por representaciones poco discriminadas, muy parciales o muy
necesitadas de un apuntalamiento narcisista.
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homosexualidad, me siento más cómodo en un continuum abierto y dinámico referido
más a tipos de funcionamiento (sincrónicos o diacrónicos) que a categorías de personas.
Segundo, en su esquema evolutivo, solo considera homosexuales propiamente a quienes
supuestamente alcanzaron la diferenciación de sexos pero luego “regresaron” a un
estadio evolutivo anterior, en un planteamiento muy del Freud más evolutivo. Este
subtipo se correspondería con lo que yo denomino las homosexualidades más
neuróticas. En esta misma línea se encontraría el planteamiento de Sylvie Faure-Pragier
(2010-1, p.21) que en la homosexualidad femenina considera una forma primaria, en la
que la cuestión se relacionaría directamente con el vínculo con una madre “seductora”,
frente a una homosexualidad secundaria, ante una decepción por un padre “negligente”
o demasiado “próximo e incestuoso”. Helene Deutsch (1932) habla de aspectos del
material más relacionados con lo que denomina lo pregenital de la relación con la
madre, y aspectos más relacionados con lo que denomina lo edípico de la relación con
el padre. Sin embargo, planteamientos como el de Bergeret, llevan implícito que la
heterosexualidad sea el nivel evolutivo más avanzado; respetando el planteamiento,
podríamos replicar que también hay heterosexualidades muy primitivas (Artaloytia,
2012b). En antropología existe un término que se denomina etnocentrismo, y se refiere
sobre todo a cómo el hombre blanco occidental se consideraba lo más evolucionado al
descubrir el funcionamiento de otros grupos. Los indios norteamericanos por ejemplo se
asombraban de que el hombre blanco fuera capaz de matar a centenares de bisontes para
llevarse solo la piel y dejar toda la carne pudriéndose. Indudablemente el hombre blanco
estaba más evolucionado en ciertos aspectos, pero quizá no en todos. Al considerar la
unión sexual coital entre un hombre y una mujer como lo más evolucionado me temo
que se corre el riesgo de confundir la razón natural con la edípica (Moguillansky y
Szpilka, 2009). Si bien en una razón de orden natural la unión coital entre macho y
hembra es la referencia central para la supervivencia de la especie, en el ser humano, el
hecho de que el primer “deseo sexual humano”14 consista en la resignificación edípica
del contacto “natural” con la madre, reorganizado como un inconsciente reprimido que
pugna por manifestarse en formaciones de compromiso, lo subvierte todo y lo hace todo
14 Coincido con Laplanche (1987) cuando nos habla de sus significantes enigmáticos y
considero que solo podemos considerar “sexual humano” aquello que ya ha circulado por la
relación con el objeto.
15
mucho más complejo y enigmático. Quizá lo más evolucionado habría de buscarse del
lado de cómo se consigue establecer la suficiente distancia con respecto a la situación
de partida. Así, desde una razón natural, un Edipo yaciendo con Yocasta podría resolver
la cuestión poniéndose un preservativo. Solo desde una razón edípica necesitaría
arrancarse los ojos. Tercero, los subtipos que describe como homoerotismos15, aunque
pueden tener cierta resonancia en los paradigmas que describo, no diferencian entre
hombres y mujeres y creo que quedan menos claros que en la Y tumbada.
Casos clínicos
15Sidney Phillips (2003) critica duramente que Bergeret (2002) considere los homoerotismos
como no auténticamente sexuales, sino como una regresión a fijaciones narcisistas, abogando
por la capacidad de amor objetal de los homosexuales.
16
hombre trabajador e intelectual, muy interesado en el arte (como la paciente). Con once
años le preguntaron en el colegio qué quería ser de mayor y respondió que una mujer
trabajadora para no depender de ningún hombre. Por aquella época quedó fascinada por
una amiga de los hermanos mayores con la que jugaba a bádminton en la playa. Se supo
homosexual desde muy pronto. En su adolescencia empezó a vestirse como a ella le
gustaba, con cazadora de cuero negro, vaqueros y botas camperas de punta. Recuerda
con desagrado cómo en una fiesta un amigo se empeñó en bailar con ella y besarla,
introduciendo su “dura lengua que daba vueltas como una lavadora centrifugando”.
Estudió una licenciatura relacionada con el trabajo del padre. Al terminar empezó a
trabajar en otro estado, donde mantuvo una primera relación de pareja con una mujer
que simultaneaba varias relaciones. Pronto decidió marcharse a otro estado y luego a
otro, donde se produjo la escena de la fiesta de despedida antes descrita. En el momento
del atraco mantenía una relación de pareja a distancia. Coincidían aproximadamente una
semana al trimestre. Todos los hermanos varones de la fratría (pero ninguna de las
mujeres) mantenían relaciones de pareja “conocidas” en el medio familiar de origen. La
hermana “primer otro” se quedó a cuidar a los padres de modo egosintónico; la
“segundo otro” intentó independizarse pero al hacerlo sufrió un brote psicótico que le
hizo volver y resignarse a ejercer de cuidadora adjunta.
17
y empezar por primera vez a echar raíces. Tras romperse la relación de pareja a
distancia descrita sin la irrupción de elementos depresivos conoció a una mujer con la
que un tiempo después empezó a convivir. Puede colaborar en el cuidado de una madre
muy afectada ya por su cardiopatía hasta su fallecimiento, unos años antes que el del
padre, al que también se puede acercar recuperando parte de una ternura que se ilustra
en cómo el padre moribundo se siente muy complacido por un masaje que la paciente le
hace en los pies. En el ámbito laboral, ha dejado de ser un “lobo solitario” para poder
comandar un equipo de colaboradores en los que ha aprendido a delegar. En el momento
en que hablo por última vez con mi colega, el psicoanálisis sigue en curso.
Me interesa el caso porque de modo muy claro nos encontramos con una escena
primaria organizada en el psiquismo de la paciente de tal modo que los personajes están
claramente diferenciados. Por un lado un padre, con una sexualidad representada como
“sádica” e intrusiva que pasa por encima de la madre sin permiso, dejándola aplastada o
abierta en canal. Por otro lado una madre representada como sufriente de la intrusividad
destructora de su marido y que transmite a las hijas que no dependan de hombres que
les condicionen la vida.
18
paciente supo conscientemente que aquella de las raquetistas que más admiraba la
madre era homosexual (y podemos añadir nosotros, una mujer con poder fálico).
16Downey y Friedman (1998) llaman la atención sobre la multiplicidad de caminos que pueden
conducir a la homosexualidad en las mujeres.
19
como el análisis de aspectos homosexuales en heterosexuales. El que se produzca una
integración más armónica y egosintónica de los aspectos masculinos y femeninos de
cada cual (de la bisexualidad psíquica, en definitiva) no tiene por qué suponer una
modificación de la orientación sexual de un paciente.
20
una pobre mentalización, un funcionamiento en yo ideal y una depresión esencial. Le
indica una psicoterapia grupal de orientación psicoanalítica.
Sin entrar en más detalles, decir que el paciente va organizando una doble vida.
En la ciudad asiste con regularidad a la sauna, acostándose con distintos hombres (es
contingente la persona), con respecto a los que alterna posiciones más sádicas o
masoquistas y a veces también sin necesidad de una parafernalia sado-masoquista.
Como coincide regularmente con varios hombres, empiezan a formar un grupo que se
ve fuera de la sauna, organizando algunas actividades artísticas y gastronómicas. Su
capacidad de elaboración mental es muy escasa aunque va reorganizándose una vida en
torno a sus actividades. Su relación con el lenguaje es peculiar. Pongo un ejemplo
cuando alguien del grupo le decía que se había tenido que sentir muy frustrado tras 20
años sin relaciones sexuales en su matrimonio. La sesión siguiente él empezaba algo así
como “Frustración, frustración, frustración… vaya palabrita, toda la semana dando
vueltas, como una peonza, fuum-fuum-fuum… palabrita del niño Jesús”.
21
felicitación que siempre transmite al grupo. El paciente le pone muy brevemente al día.
Durante años ha mantenido su doble vida. La última vez dijo que por fin había salido
del armario… Cada vez que recibe noticias, su analista se dice que al menos puede
saber que sigue vivo.
22
como en la adolescencia, puede tener una gran importancia en la búsqueda de una
consolidación identitaria.
23
fantasía en la que la devoración, la simbiosis y la ausencia de castración de la madre
tendrían que poderse conjugar en toda su complejidad17.
Aunque por supuesto cada persona es distinta, es innegable que hay ciertas
diferencias biológicas entre hombres y mujeres además de las anatómicas evidentes de
los caracteres sexuales primarios. El dimorfismo en nuestra especie no es tan marcado
como en otras, pero es visible la diferencia en la forma y distribución del tejido
muscular y adiposo. De modo consistente se ha venido definiendo además una
diferencia entre sexos en las capacidades cerebrales (Rubia, 2007), concretamente en lo
referente a las habilidades para el lenguaje y para la visión tridimensional y orientación
en el espacio. Además de ello considero que puede haber cierta diferencia biológica en
cuanto al funcionamiento de la parte más orgánica de la pulsionalidad genital que
definiría como una necesidad más explícita de un alivio casi homoestático de la tensión
sexual en el hombre. Pero ello no daría cuenta más que de una nimia parte de la
diferencia referida.
24
externo el caso de las mujeres-bebé 18. Tanto hombres como mujeres-bebé podrían
funcionar de modo egosintónico en una relación de dependencia fusional como la
descrita. Y en los hombres, homosexual en lo manifiesto sería su intento de desgajarse
de esta imago compleja. De ahí la gran diferencia entre ambas ramas de la Y. Mantener
esta compleja imago representacional de una mujer fálica supondría una desmentida de
su castración en el sentido freudiano clásico, aunque podríamos preguntarnos, casi en
un giro copernicano, si quien desmiente es la mujer u hombre-bebé o bien la persona en
función materna, en el sentido de la perversión materna19 (Schaeffer, 2003; Granoff y
Perrier, 1979, refiriéndose a la erotomanía materna). Cruz Roche (2006) aporta la
interesante propuesta de que la tendencia del psiquismo neoténico del bebé a la
entropía, es decir, a su desorganización espontánea, se contrarrestaría por la
organización aportada por el objeto primario. Ahora bien, un objeto primario abierto a
un tercero, con una organización intrapsíquica neurótica favorecería como es obvio un
tipo de organización muy diferente a la de un objeto primario incapaz de concebir a su
retoño más que como extensión o apéndice de su propio ser. Esta peculiaridad
intrapsíquica del objeto primario se correlacionaría además con la ausencia de terceros
en la “realidad exterior”.
19En un excelente libro de entrevistas de Moisés Leimlij (2012) he podido saber que Estela
Welldon definió el concepto de perversión materna en 1988.
25
al mismo. Y quizá desde ahí podamos entender los 20 años sin relaciones sexuales
previamente mencionados.
20Klein (1932) y Rosenfeld (1949) consideran que fuertes tendencias homosexuales manifiestas
o latentes constituyen una defensa ante intensas angustias paranoides sobre todo, (pero en
algunos casos también depresivas).
26
mamma en que él mismo está en posición fálica de un magma confuso, desmintiendo la
castración, pero también la unicidad de cada persona, se produce un rito en el que la
personificación en el partenaire de un poder sádico que lo castra, desgajándolo de ese
magma (el paciente Jason de McDougall, 1985, p.48 de la versión publicada en la
Revista de la APM, con toda una serie de diferencias, refiere sin embargo “¡Del vacío
he creado una verdadera polla! El trabajo que hacemos aquí es como un parto”) y
penetra analmente, lo habilita sin embargo también para disfrutar con su propio pene.
Como si el no haber asumido pasivamente en el polo aferente la palabra edípica
superyoica supusiera tener que buscar en un acto escenificado un poder al que
someterse pasivamente para ganar derecho a una actividad sexual genital. Por no
haberse sometido a la palabra, tiene que someterse al acto. En la segunda viñeta clínica,
allá donde en un neurótico habríamos esperado un refuerzo del conflicto intrapsíquico
entre la pieza represora y lo reprimido, aparece la “parte censora” como una voz que
habla desde fuera, dando cuenta de un superyó fallido. En lugar de un superyó nos
encontramos con una alucinación auditiva hostil que censura y castra, sin que el
paciente haya ganado el derecho a acceder a una relación sexual genital. Se ejemplifica
claramente el modelo del repudio (Freud, 1911) o forclusión (Lacan, 1955-6) en el que
“lo que no se ha incluido dentro retorna desde el exterior”, y que de otro modo también
podemos encontrar en Klein (1932) y Bion (1967). En ambos casos, muy distintos por
una parte, predomina sin embargo lo no neurótico, y consiguientemente es escasa la
distancia entre la palabra y la cosa. Elina Weschler (2011, p.154), desde una lectura
lacaniana, considera que en las psicosis se está “fuera de toda ley”, mientras que en la
perversión “La realidad no es absolutamente sino parcialmente recusada…Esta
escisión… la vida misma del perverso quede escindida: por un lado es una persona
común, puede estar casado, tener hijos, y por otro, montar la escena perversa sin que
ambos mundos se junten ni se resientan”.21 Pienso, como ella, que el repudio produce
un efecto más radical que la desmentida, de ahí que los psicóticos crónicos tengan en
general vidas más “deficitarias”, aunque las psicosis breves (Artaloytia y Gómez, 2011)
dan cuenta de que también puede haber un repudio más parcial o restringido. El no
21Algo parecido encontramos en Barangeret al (1980) que afirma: “El desafío perverso de la
ley por una parte la mantiene, al mismo tiempo que se rebela contra ella; mientras el
desmoronamiento psicótico implica la pérdida de la ley”.
27
centrarlo todo en la perspectiva del niño ante una eventual castración de la madre, como
hemos visto al hablar del giro copernicano y seguiremos viendo de inmediato, considero
que nos ayuda a ampliar nuestra visión de lo que acontece.
28
podríamos plantearnos como antítesis si no se trataría más bien de una perversión en la
madre por no poder pensar a su hijo como distinto a una extensión fálica de su propio
cuerpo22. Quizá interese más bien la articulación y síntesis (la aufhebung hegelina) entre
ambas lecturas.
Homoparentalidad
23Stubrin (1993) presenta el interesante caso del señor X, que buscaba contactos con
“travestis” que le realizasen felaciones, pero con el deseo oculto de que lo penetrasen. En
palabras del paciente (Ibíd.p.85): “¡Es que a mí me gustan las mujeres con pija!”. Interesa
especialmente en la historia del paciente, la posición que el hijo ocupa para la madre.
29
Quisiera empezar destacando dos de los hitos de los que nos habla Sylvie Faure-
Pragier (2011). Gracias a la generalización de los medios de anticoncepción, a mediados
del siglo XX se pudo independizar la sexualidad de la procreación. El mundo de las
adopciones con anterioridad, y a finales del siglo XX especialmente las innovaciones
técnicas que posibilitaron la reproducción asistida, incluyendo la posibilidad del uso de
semen, óvulos o embriones de donantes, permitieron además que la procreación se
independizara de la sexualidad. Es decir, nos podemos encontrar con sexualidad sin
procreación y con procreación sin sexualidad. A mi modo de ver, ello supone que dos
elementos que anteriormente se superponían, la fantasía sobre los orígenes y la escena
primaria, hoy en día se tengan que separar y distinguir.
30
monoparentales falta además la presencia en “la pareja parental” de referentes de ambos
sexos.
31
Obviamente, en ocasiones, necesitaba que el bebé “se durmiera de una vez” para
dedicarse con deseo a tocar su violín. En cuanto le salieron los dientes y pudo moverse
quiso “comerse” el violín, que llegó a dejar mordisqueado. Al ir creciendo, el niño se
fue interesando por la música y llegó a dedicarse a ello, siendo hoy en día violinista en
una orquesta, además de fundamentalmente neurótico y heterosexual. Aunque no había
una pareja parental de referencia con un hombre y una mujer, estaba el violín, que
escondía el amor edípico sublimado de la madre hacia su propio padre. En el primer
caso había un padre en la realidad fáctica pero no en el psiquismo de la madre. En el
segundo, no había un padre en la realidad fáctica, pero sí en el psiquismo de la madre.
Considero que estos ejemplos demuestran que importa más lo que suceda en la mente
de los protagonistas que su realidad fáctica 24. Nancy Chorodow (2003, p.60) presenta el
interesante estudio comparativo de los casos D y J, con muchísimos factores en común,
entre ellos quedarse a cargo de una madre divorciada deprimida. La diferencia
fundamental, la encuentra, sin embargo en que J, heterosexual, “… había tenido durante
su infancia continuamente el sentimiento de no conseguir captar la atención de su
madre… asociar la depresión invasiva de ella a su aparente fidelidad al padre…”,
mientras que D, homosexual, estaba sin embargo “…íntimamente ligado a una madre
deprimida, tan excitada como excitante para él…”.25
24En esta misma línea se manifiesta Michel Tort (2005) al diferenciar entre el padre y el
objeto de deseo de la madre.
25Isay(1989) sin embargo, cuestiona la ausencia del padre como origen a la homosexualidad
masculina, y describe un intenso enamoramiento edípico del padre en muchos de sus
pacientes gays.
32
Granados (2009, p.89): “La homosexualidad es una determinada elección de objeto
sexual, no es necesariamente la negación de una diferencia o de una ausencia”.
Nos encontramos sobre todo con posturas muy extremas y enfrentadas en contra
y a favor de autores que aparentemente están muy condicionados por sus respectivas
opiniones ideológicas.
33
Así, entre los detractores, Anatrella (1999) y Schneider (2002) hablan de una
imago materna terrorífica devoradora y responsable de la evolución de la moral. Mehl
(2003) estudia las críticas que se refieren a que la concepción fuera de la sexualidad y
de la diferencia de sexos, que según los autores revisados realizaría la fantasía de “auto-
reproducción” que consideran en el núcleo de la psicosis y que supondría un alto riesgo
de evolución a la “locura”. Levy-Soussan (2007) considera de riesgo la mono, multi u
homoparentalidad, y teme graves consecuencias, ya que las prácticas no sexuales de
concepción pondrían en cuestión “el eje simbólico” de la filiación. Winter (2010) opina
que es “por la realidad sexual como el ser humano entra en el lenguaje”. Sylvie Faure-
Pragier (2010-1, p.27) se opone a tales argumentos cuestionando que “lo simbólico
tenga que anclarse en lo real”. Termina sus reflexiones afirmando taxativamente (Ibíd,
p.31): “No sé todavía si soy favorable a la homoparentalidad, pero estoy segura de que
estoy en contra de los colegas que se erigen en contra de ella como censores, y que se
declaran hostiles a la homoparentalidad, sin saber de ella clínicamente ni conocer sus
implicaciones”.
Entre los partidarios, se encuentran toda una serie de estudios. En los años
setenta, en EEAA, estalló la controversia sobre si mujeres divorciadas de una pareja
heterosexual podían o no conservar la custodia de sus hijos tras reahacer una pareja
homosexual. En la estela de este debate, las británicas Tasker y Golombok (1998)
plantearon un estudio longitudinal en que entrevistaban a 25 hijos de parejas con este
perfil a los 10 años y a los 35 años, definiendo un grupo control de hijos de la misma
edad de madres divorciadas no homosexuales. Concluyeron que no hay diferencias
significativas entre los niños criados en ambos tipos de familia. Otra serie de estudios
(Gross, 2003), presentan resultados similares. En Francia, en 2000, Stéphane Nadaud
(Denis, 2003) presentó en una tesis un estudio transversal de 58 “hijos de parejas
homosexuales” con resultados similares. El trabajo tuvo mucho impacto mediático.
Denis realiza una meticulosa crítica metodológica del trabajo (no había grupo control, el
97% habían nacido de una relación previa heterosexual y tenían un padre o una madre
de distinto sexo al de la pareja homosexual recompuesta, los datos de las encuestas
fueron facilitados por la pareja parental homosexual, que pertenecían a diferentes
colectivos y estaban muy concienciados por la lucha de sus derechos…). Paul Denis
34
(Ibíd) pide prudencia y alerta del riesgo de que sea considerado homófobo todo estudio
o reflexión que no vaya en consonancia con resultados como los previos.
Hasta aquí nos hemos podido sentir relativamente cómodos desde nuestro sillón
de psicoanalistas. No somos legisladores, ni jueces, ni ideólogos de un tipo u otro. Nos
hemos limitado a recibir en nuestra consulta a pacientes que han buscado nuestra ayuda
e intentar comprenderlos en profundidad y ayudarles a sentirse más felices. Incluso en
el debate sobre la homoparentalidad nos limitamos a discutir intelectualmente sobre una
cuestión en la que solo el devenir de los hechos y las experiencias futuras irán dando o
quitando la razón a los discutidores.
35
Desde luego, la homosexualidad ni puede ni debe ser garantía para que alguien
sea aceptado en una formación psicoanalítica, como de hecho tampoco lo es la
heterosexualidad. Creo que cualquier psicoanalista estará de acuerdo en que aquellas
personas homosexuales27 que ubiquemos más hacia la izquierda y centro de la Y
tumbada tendrían dificultades para ejercer como psicoanalistas. En los primeros
predominan sustratos representacionales confusos con imagos en las que a menudo no
se ha podido organizar una unicidad lo suficientemente clara. En los segundos es
notoria la necesidad de un apuntalamiento narcisista en la mirada de los iguales, y en
ambos tiende a buscarse el apoyo identitario de los iguales en detrimento de la
diversidad. En ninguno de ellos se ha podido instaurar con suficiente amplitud un orden
simbólico edípico que organice un inconsciente reprimido. Ello podría a priori
favorecer la emergencia de situaciones confusionales o con tendencia a la imposición de
la igualdad en contra de la diversidad y dificultades para favorecer la instauración
estructurante de la triangulación edípica. La propuesta de psicoanalistas
norteamericanos (Roughton, 1999, 2001; Galatzer-Levy, 2001) de que solo analistas
homosexuales28 estarían sensibilizados para analizar y entender sin prejuicios a
pacientes homosexuales me parece desde luego un error, solo entendible como
contraposición al error de los psicoanalistas que pretendan “curar” a sus pacientes
homosexuales redirigiendo su elección de objeto. Un psicoanalista (heterosexual u
homosexual) por definición, ha de tener una escucha libre y abierta a la diversidad,
donde su ideología debe interferir lo mínimo posible. Y desde luego, ha de respetar,
como no podría ser de otra manera, la elección de objeto de sus pacientes
(heterosexuales u homosexuales). Tan restrictivo e inadecuado sería el psicoanalista que
pretende “curar” a alguien de su homosexualidad como el que pretendiera “sacar del
armario” a alguien o empeñarse en mantenerlo fuera 29.
36
Sin embargo, puede haber cierto debate en torno a aquellos homosexuales que
ubiquemos más en el extremo derecho de la Y tumbada. ¿Hay homosexualidades
neuróticas? Por ejemplo, el sueño de la ola de envergadura, es solo entendible en un
aparato mental organizado en buena medida en torno a la represión. Claramente hay una
fantasía erótica transferencial heterosexual en el contenido latente, que se figura en lo
manifiesto como estar surfeando con disfrute una ola; el juego de palabras de la
envergadura muestra una capacidad de jugar con las palabras muy característica de la
neurosis, en la que se muestra una formación de compromiso entre el deseo
inconsciente y el sistema de censura y una buena distancia entre la palabra y la cosa. Por
otro lado, como veíamos, hay una buena diferenciación y distanciamiento del objeto
primario, hay una escena primaria en que ambos progenitores se pueden representar por
separado, hay una buena discriminación entre sexos e integración de su bisexualidad
psíquica, hay una estructura yoica lo suficientemente sólida, que ha permitido a la
paciente funcionar independientemente, sin apuntalamientos narcisistas. Lo único que
supuestamente no se ajustaría a la “normalidad”30 es la elección de objeto homosexual.
Sin embargo, no me parece que este dato de su realidad fáctica sea lo más importante,
sino más bien el cómo está estructurado su psiquismo. Esta paciente, o por ejemplo la
violinista de la viñeta me parecerían mucho más aptas para ser psicoanalistas que por
ejemplo la madre del paciente de la palabrita, a pesar de su heterosexualidad manifiesta.
37
homosexuales a ser psicoanalistas: “nosotros nos parecemos más a vosotros de lo que
nos diferenciamos de vosotros”. Un buen número de asistentes se levantan para hacer
también pública su homosexualidad. El autor se apoya en varias citas de Freud, como la
famosa carta a la madre americana ([1935], 1951), poniendo el acento en “la
homosexualidad no es seguramente una ventaja pero tampoco algo de lo que haya que
avergonzarse, ni un vicio, ni una degradación y no podemos clasificarla como una
enfermedad…”, o como la respuesta a Jones (Freud y Rank [1921], 1988), sobre si
aceptar o no a un homosexual holandés en la formación psicoanalítica: “no podemos
excluir a personas como estas sin otras razones suficientes... la decisión en casos
parecidos debería depender de un examen minucioso de otras cualidades del candidato”.
Construye su discurso esencialmente en contra de autores como Bergler (1956) o
Socarides (1991), que consideran, el primero: “No tengo prejuicios contra la
homosexualidad… pero los homosexuales son por esencia personas desagradables... una
mezcla de arrogancia, agresión… obsequiosos ante alguien más fuerte, sin piedad
cuando tienen el poder… encontramos raramente un ego intacto entre ellos”, y el
segundo: “Existe en todos los homosexuales un grave trastorno narcisista e importantes
deficiencias en el plano del ego”. Roughton presenta dos casos, que contrapone. Uno el
de Adam, que realizó una psicoterapia de cinco años, con fantasías homosexuales desde
la infancia, que su analista relaciona con una fijación a unos abusos de un hermano
mayor, y que reconduce su sexualidad hacia un matrimonio heterosexual pero volviendo
una y otra vez a su analista a reprocharle amargamente que “¡Esto no es lo que yo
quería!”. Y otro, el de Carl, que siempre se había sentido heterosexual, y que al inicio de
la veintena se había casado con una mujer 8 años mayor que había dejado a su marido
por él, pero que tras un proceso psicoanalítico se enamora de un hombre, se divorcia
“amistosamente”, y que convive con el hombre, con el que llega a un estado de
“entusiasmo y felicidad… siendo capaz de amar como jamás lo había hecho antes”.
Como centrándose en otra parte de la carta de Freud a la madre americana (Ibíd.): “…
consideramos que es una variante de la función sexual producida por una cierta
detención del desarrollo…”, en el mismo congreso de Barcelona, César Botella (1999,
p.1317), parte de la bisexualidad psíquica originaria, y teniendo en cuenta toda su
teorización sobre la especularización, el doble y el autoerotismo secundario, considera
38
que la homosexualidad es más “una variante del narcisismo que una desviación de lo
sexual… el anclaje homosexual es una solución a una grave dificultad que concierne a
la unidad narcisista, demostrando el fracaso de una especularización endopsíquica y de
la alteridad…” Y más adelante afirma “si el cuerpo del otro como imagen puede
transformarse en reflexividad interna, si el doble anímico consigue interiorizarse y
devenir autoerótico, la concreción homosexual no será ya una razón vital indispensable
para la supervivencia psíquica y la tendencia heterosexual de la bisexualidad psíquica,
representacional y edípica, podrá expandirse sin que la fijación homosexual se lo
impida”.
Conclusiones
32En una interesante encuesta realizada a 200 psicoanalistas italianos (Lingiardi y Capozzi,
2004) todas las cuestiones se presentan según la dicotomía de si se considera la
homosexualidad sana o patológica, si se considera o no una detención del desarrollo, si se
considera o no válido a un colega homosexual... Preguntas a las que solo se puede responder
una opción u otra, sin lugar a que uno pueda responder que no todas las homosexualidades
son iguales, como de hecho tampoco lo son las heterosexualidades.
39
dado que un aparato mental organizado principalmente en torno a la represión es el tipo
de funcionamiento más evolucionado y logrado, es por este lado por el que tenemos que
preguntarnos. Así, ante la cuestión de si existen homosexuales neuróticos, yo afirmaría
que sí. Al menos en medida parecida a aquella en que puedo afirmar que hay
heterosexuales neuróticos. Es uno de los supuestos que he pretendido demostrar.
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