Está en la página 1de 44

HOMOSEXUALIDADES

Introducción:

Las homosexualidades me han interesado desde hace años. En el entorno


familiar y social en el que me he criado se ha vivido la cuestión con mucha normalidad
y a lo largo de mi adolescencia y edad adulta he ido contando con muy buenos amigos y
amigas homosexuales que han compartido conmigo algunas de sus problemáticas y
dificultades pero también muchos momentos y vivencias de felicidad. Cuando supe que
el tema del Simposio se refería entre signos de interrogación a las nuevas sexualidades1,
enseguida lo puse en relación con las homosexualidades. Si bien toda una serie de
cambios sociales y tecnológicos permiten que surjan nuevas cuestiones, en realidad, las
homosexualidades son probablemente tan antiguas como la propia humanidad.

Asomarse a las homosexualidades puede verse condicionado por un sesgo


ideológico2, es una evidencia. Me siento cómodo y familiarizado con la cuestión sin ser
no obstante un militante de la causa. Estoy fuera pero lo suficientemente cerca, creo
que no es un mal lugar para reflexionar y confío en apartar mi ideología todo lo que
pueda para pensar con la máxima libertad. Sería ingenuo sin embargo a estas alturas
suponer que existiera alguien sin ideología que pudiera pronunciarse desde la
objetividad. Por otro lado, nuestra posición de psicoanalistas, opino que ha de
restringirse a intentar desde el respeto comprender más en profundidad a quienes
acuden a nuestras consultas y poderlos ayudar3. Esta es la finalidad principal del trabajo.

Por otro lado el azar, y quizá también el que nunca me haya sentido incómodo
con la cuestión, ha supuesto que he ido acumulando cierta experiencia clínica como
psicoanalista y como psiquiatra de pacientes homosexuales. Sin embargo, y por motivos
de confidencialidad, no expondré aquí mi clínica, sino la de otros compañeros de otras

1McDougall (1986) restringe el término de perverso a quien impone una escenificación por la
fuerza al que no consiente o no es responsable y propone el término neosexualidad como
menos peyorativo para poderse acercar empáticamente a entender a determinados pacientes.

2 Esta idea ya ha sido recalcada por Kernberg (2002).

3 En completa sintonía con lo manifestado por Jaime Tabares (2006, p.202): “… ayuda en
función de la demanda… El máximo respeto por… las decisiones que el paciente adopte
respecto de su vida en general y de su orientación sexual en particular”.

1
ciudades o países con los que vengo dialogando sobre la cuestión desde hace años. Sus
pacientes serán presentados de tal modo que solo ellos mismos se pudieran reconocer en
el caso de leer el texto. Se trata de personas sin un interés profesional en el ámbito de la
salud mental y que en ocasiones ni siquiera hablan el idioma en que se publicará este
trabajo. Desde aquí mi agradecimiento a estos colegas, cuyos nombres no figurarán por
motivos obvios y una especial muestra de reconocimiento y respeto a los pacientes cuya
confidencialidad se ha tratado de garantizar (Gabbard, 2000; Rivas, 2012).

Con respecto a la cuestión terminológica, quisiera traer una reflexión de


Bergeret (2003). Partiendo del origen etimológico del término sexo, del latín secare,
partir en dos, en alusión al mítico andrógino de Platón, que se partiría en dos para dar
lugar a dos seres de sexo diferente, Bergeret considera el término heterosexual un
pleonasmo (al decir sexual ya se dice que es diferente, no hace falta añadir el hetero) y
el término homosexual un barbarismo (con el sexual se dice que es diferente y con el
homo se estaría pretendiendo decir lo contrario). Propone el término homosexualidad
únicamente para aquellos sujetos que en el planteamiento evolutivo del autor hubieran
llegado a estructurar en su psiquismo una diferencia de sexos y “vuelto” a la
homosexualidad en un movimiento regresivo, y homoerotismo4 a los otros tres grupos
que describe en su tipología, en los cuales la citada diferencia de sexos no se habría
conseguido alcanzar. Yo me voy a resignar sin embargo a asumir el término de
homosexualidades para definir a las relaciones de pareja que a vista del observador
externo se den entre personas del mismo sexo, independientemente de cómo se estén
pudiendo representar a sí mismos, al otro y a la pareja. Y es que quizá la palabra no
siempre pueda dar cuenta de la complejidad de lo que subyace en otros estratos.

Voy a empezar el trabajo con una reflexión metapsicológica que pretende aportar
el soporte teórico sobre el que se apoyarán las argumentaciones ulteriores.
Seguidamente desgranaré en el apartado “La Y tumbada” cuatro situaciones tipo dentro
de un continuum que espero nos sirvan para fijar algunas de las ideas fundamentales del
trabajo. Más adelante presentaré dos viñetas clínicas, una de una mujer y una de un
hombre, que se intentarán pensar desde el planteamiento anterior. Finalmente abordaré

4Ferenczi en el congreso de Weimar de 1911 ya propuso el término de homoerotismo.

2
cuestiones polémicas como la homoparentalidad y la posibilidad de que pueda haber
psicoanalistas homosexuales, para terminar presentando las conclusiones mayores del
trabajo. He de especificar que primero he escrito el texto, en el que obviamente he
recibido la influencia de muchas lecturas a lo largo de los años que he preferido
deliberadamente no revisar antes para poder plantear mi pensamiento con mayor
libertad. La revisión bibliográfica ha venido después, y estará repartida a lo largo del
texto en llamadas a cita, breves comentarios, notas al pie y apartados bibliográficos
siempre que puedan enriquecer el texto al contradecir o reforzar mis planteamientos.

Metapsicología

Voy a empezar proponiendo un juego. Por un lado, tenemos un cuadro de


Magritte denominado “La condición humana” en el que se representa el interior de una
habitación con una puerta abierta al horizonte a través de la cual se puede observar un
paisaje marino con la playa, el mar y el cielo con nubes. Ante el dintel de la puerta hay
un caballete con un lienzo sin marco en el que se representa ese mismo paisaje, de tal
modo que el fondo marino y su representación en el lienzo se continúan, fundiéndose y
confundiéndose sin solución de continuidad. Por otro lado, tenemos otro cuadro de
Magritte en el que se representa una pipa con un subtítulo que reza “Esto no es una
pipa”5. El juego consiste en añadir al primer cuadro un subtítulo especificando “Esto no
es un paisaje”. En un segundo tiempo cambiamos, tanto en la representación figurada
como en la palabra escrita, el paisaje por una madre. Es decir, a través de la puerta se
observa a una madre que se funde y confunde con su representación en el lienzo, en
cuya parte baja figura el texto “Esto no es una madre”.

Este juego nos va a servir de soporte metafórico para pensar en la clasificación


de las representaciones mentales en signos de percepción, representaciones cosa y
representaciones palabra, que Freud propone a partir de su trabajo sobre las afasias
([1891]), que presenta de un modo más acabado en la carta 52 a Fliess ([1896]) y que
mantiene todo a lo largo de su obra.

5De ambos contamos con varias versiones, todas nos sirven. Sobre el primero escribió
Abensour (2008) y otros autores para reflexionar sobre las psicosis. Sobre el segundo han
escrito Foucault (1981) y otros autores. Me permito dejar sus comentarios al margen para
dejarme llevar por mis propias reflexiones.

3
A través de la puerta observamos lo que hay “ahí afuera”. Podríamos
denominarlo la realidad externa, que estaba ahí antes de que la mirásemos y nos la
intentásemos representar. Algo tiene de inaprehensible, tal y como decía Kant (Reale y
Antiseri, 1985) al referirse al nóumeno y retomaron Freud (1915, p.167), Lacan
([1959-60]1986) y Bion (1962), aunque no siempre con un sentido unívoco claro ni
mucho menos similar al propuesto por el filósofo prusiano.

Al aparato mental, en su polo aferente, llegan percepciones, que no son más que
“reflejos” de lo que hay ahí afuera. Las percepciones visuales de los colores por ejemplo
sabemos que son las longitudes de onda que los objetos rebotan tras su contacto con la
luz y que nuestros conos son capaces de registrar y traducir a un “lenguaje” eléctrico
neuronal. Como bien señala Freud, la percepción es fugaz y por sí misma no deja
huella. El sistema de percepción es como una gran pantalla en blanco en la que se van
proyectando una sucesión ininterrumpida de imágenes. Hoy la neurofisiología nos
enseña que dentro de las cortezas visuales primaria, secundaria y terciaria las
percepciones visuales van teniendo un grado creciente de reconstrucción. Como
componentes de imágenes aún no procesados e integrados que se van concretando en
formas más reconocibles al ser enfocadas sobre la pantalla, y que no sabemos cuán
fidedignamente reproducen lo que está ahí afuera. Esto descrito para la visión, sucede
para todos los sentidos que aporten una información aferente al aparato mental.

Pero como decíamos, la percepción no tiene memoria. Sin embargo, y aquí


entran los signos de percepción, las diferentes percepciones sí pueden dejar huella en
otro sistema. Kandel (2000) describe para la aplysia los cambios moleculares para que
una percepción pueda fijarse en la memoria a corto y largo plazo. En lenguaje freudiano
diríamos que para que una percepción pueda fijarse como un signo de percepción.
Volvamos a la madre que veíamos a través de la puerta. Pueden llegar muchas
percepciones que provengan de ella a un bebé (visión, olor, tacto, sabor, tono de voz,
temperatura, latido cardíaco…) y que se almacenan en la memoria por contigüidad, pero
simultáneamente llegan otras percepciones externas (olor a comida, la voz de una
cantante en un disco, el tacto del padre…) e internas (propiocepciones, molestia en la
tripa por hambre, todo un aumento o apaciguamiento de una alteración interior…) cuyo

4
origen en un principio considero que no se puede discriminar. Aunque las percepciones
que emanan de la madre y de su contacto con el bebé tiendan a repetirse, no siempre
tienen por qué coincidir. En este nivel representacional los signos de percepción y las
percepciones pueden mezclarse y confundirse, además no hay una diferenciación entre
sujeto y objeto y por ejemplo las huellas mnémicas del pezón y la boca pueden
almacenarse contiguamente sin diferenciarse aún (Aulagnier, 1975). En nuestro juego
de cuadros, los signos de percepción son las pinceladas del lienzo, que sin un marco que
las discrimine de lo de ahí afuera ni permita un mayor grado de organización, suponen
sin embargo ya un primer tipo de representación.

¿Y la representación cosa? En nuestro juego quiero recalcar que al cuadro le


falta un marco que establezca una unicidad, delimite un adentro de un afuera de la
representación y que a su vez permita diferenciar la representación de la de otros
cuadros con su marco también. Un cuadro con su marco, uno lo puede mover de aquí
para allá. Se puede colocar en una pared donde ya no está el paisaje “real”. Es por ello
que se trata de una representación más organizada, que dentro de su unicidad permite
“volver” a presentar el registro del paisaje sin éste delante. Freud da una especial
relevancia a la imagen visual que según él (Strackey, 1957) subroga a la representación
cosa igual que la palabra oída a la representación palabra, y que además será el vínculo
de unión con la palabra, clave para la represión (Freud, 1915). Lo pongo en relación con
el narcisismo (1914), que no olvidemos se inspira en el enamoramiento de Narciso del
reflejo en el agua de su propia imagen visual. También encontramos una alusión clara al
respecto (1920) en la escena en que el niño del carretel se mueve para hacer aparecer y
desaparecer su imagen en el espejo mientras pronuncia su fort/da, mismas palabras que
utiliza para designar la presencia-ausencia del carretel-madre. Algo de ello es retomado
por Lacan (1949) en su estadio del espejo y Winnicott (1967) que además enfatiza el
papel jugado por la cara y la mirada de la madre. Green (1973) continúa la reflexión
centrando su atención en el circuito pulsional visual y su doble retorno. Introduce la
importancia de la alucinación negativa de la madre para que se establezca una estructura
encuadrante. Hay un cuadro de Dali (Descharnes y Neret, 2001) que ayuda a entender el
concepto: se trata de un espejo cuyo marco tiene el contorno de la imagen de una
persona, como si hubiera sido necesario “vaciar” el contenido de la imagen; así uno

5
ganaría el contorno como un continente para poder albergar los propios contenidos. La
alusión al pensamiento bioniano (Bion, 1967) es evidente. César y Sara Botella (2001)
prosiguen la reflexión haciendo hincapié en cómo a través de mirar la mirada del objeto
primario uno aprende a mirarse (así, en reflexivo) tal y como uno se ha sentido mirado.
La cuestión tiene cierta complejidad, y en primer plano nos encontramos con el circuito
pulsional visual y cómo se van constituyendo simultáneamente la representación cosa
del objeto primario y la de uno mismo, en íntima relación como es evidente con la
constitución del yo como instancia. Retomando el juego de los cuadros podríamos
imaginarnos a una madre y a un bebé (uno mismo) observados a través de la puerta
como partes de lo “real” inaprehensible de ahí afuera, con dos lienzos ante el dintel que
se han de ir enmarcando para poder diferenciarse progresivamente de lo de ahí afuera y
entre sí, diferenciándose la representación cosa del objeto primario y la del bebé.

Y ahora llega la palabra, “esto no es una madre”. Llegan toda una serie de
percepciones del objeto primario. Pero hay algo más. Alguien en un determinado
momento dice mamá. Me interesa comentar que la palabra oída al principio no es más
que una percepción entre otras. Sin embargo tiene algo que la hace exclusiva. En un
determinado momento el niño puede empezar a emitir activamente en el polo eferente
motor la palabra mamá. No podrá reproducir activamente un olor, ni un sabor, ni una
imagen (que solo pueden reproducirse alucinatoriamente en el polo aferente como
percepciones que llegan “pasivamente” como desde afuera), pero sí podrá repetir
activamente la palabra mamá. Nótese que alguien dice mamá señalando la imagen
visual que llega del objeto primario. Es decir, se crea un vínculo, una conexión, entre la
palabra y la imagen visual, que como decíamos subroga a la representación cosa. Pero
nótese que este vínculo entre palabra e imagen visual es arbitrario, y uno ha de asumirlo
como tal si quiere comprender y hacerse comprender por otros humanos. Pero no solo
se pronuncia la palabra mamá, también otras muchas como las palabras papá y bebé.
Casualmente, estas tres designan los vértices del triángulo edípico y al tiempo imponen
la necesidad de clasificar los objetos según la diferencia de sexos y generaciones. Ello
nos permite un modelo para explicar la interdicción del incesto y el parricidio
(Artaloytia, 2008) y para que se formen de un modo diferenciado las fantasías
originarias de escena primaria, seducción y castración. En este contexto la palabra

6
mamá, en su conexión con la imagen visual, reordena lo anterior (Freud, [1896] y
1923), proceso clave para la formación de un superyó postedípico y de un inconsciente
reprimido. Si se acepta la palabra mamá en todo su sentido edípico, la memoria del
contacto corporal íntimo con la madre (por ejemplo), se resignifica como sexual y por lo
tanto se reprime. En palabras de Szpilka (2002), porque se dice, hay algo que ya no se
puede decir. Tomando como referencia el orden simbólico edípico, muy presente en
Freud, pero desarrollado de un modo especial en Lacan, podríamos decir que solamente
podemos entender la formación de lo inconsciente reprimido después de la instauración
de una instancia represora. Y para que la palabra asuma todo su sentido edípico, es
fundamental que no todo el deseo de la madre se concentre exclusivamente en el bebé.
Es esencial la apertura de su deseo a una triangulación, tal y como se desarrolla según el
concepto de la censura de la amante en Fain (1971). Solo si el bebé percibe que la
madre mira con deseo en otra dirección se podrá poner en marcha todo el proceso. Una
cuestión de relevancia en este trabajo girará en torno a si la persona en función materna
ha de ser la madre o si puede ser otra mujer o incluso un hombre, y si la persona en
función paterna ha de ser el padre o si puede ser otro hombre o incluso una mujer. Quizá
incluso parte del deseo de la persona en función materna podría no estar en la
sexualidad con una pareja, sino sublimado en actividades que pudieran asumir un papel
triangularizante… será una de las cuestiones clave a debatir.

La Y tumbada:

Como decía en la introducción voy a proponer un continuum en el que en uno de


los extremos, el derecho, ubicaré las homosexualidades más neuróticas, y en el otro, el
izquierdo, aquellas cuyo sustrato representacional fundamental sea más confuso. Así
como en el extremo más neurótico no me parece que haya grandes diferencias entre la
homosexualidad masculina y la femenina, en el otro extremo, sí. Por ello propongo
tumbar una Y hacia la izquierda, de tal modo que en el extremo derecho nos
encontramos con una sola línea que represente a ambas homosexualidades, y en la
izquierda dos ramas distintas que representen a la vertiente masculina y femenina de las
homosexualidades con sustrato representacional más confuso.

7
La idea que Bion (1967) retoma de Freud (1938) referente a que en el psiquismo
puede haber partes con niveles de estructuración distintas me parece especialmente
fecunda. Aunque el autor habla de la parte psicótica y no psicótica de la personalidad,
cuestión ya trabajada en el estudio de las psicosis breves (Artaloytia y Gómez, 2011),
me parece que se puede extender a otro tipo de estructuraciones psíquicas basadas en
otros mecanismos que podrían coexistir con las partes referidas (Sapisochin, 1999).

Voy a centrarme en cuatro funcionamientos paradigmáticos que ubicaré en


diferentes partes de la Y tumbada. En el extremo representacional más confuso, en la
vertiente femenina, me referiré a la viscosidad, que describiré como una tendencia a la
simbiosis, y la grandísima dificultad para poder romper relaciones de pareja, que a
menudo se acompaña de cuadros depresivos severos e incluso melancólicos. En la
vertiente masculina, me referiré a la parcialización de los cuartos oscuros, en los que se
producen encuentros sexuales de partes de un cuerpo con partes de otro cuerpo. En
ambas ramas de este extremo del continuum predominan sustratos representacionales en
que la representación cosa de sí mismo y del objeto se mezclan y confunden, como dos
lienzos que se superponen y que al mismo tiempo se diluyen en el paisaje de fondo,
retomando el juego de los cuadros de Magritte. En la confluencia entre ambas ramas de
la Y describiré el juego de espejos homosexual, para referirme al curioso fenómeno que
lleva a ciertos homosexuales, hombres o mujeres, a buscar a un par muy parecido
físicamente a sí mismos, parecido que en ocasiones se acentúa cuando se produce
además una misma forma de vestir, un mismo corte de pelo, e incluso el uso de los
mismos complementos. Finalmente, y en el extremo derecho de la Y, ubicaré a
homosexuales con síntomas de naturaleza neurótica, que dan cuenta de la estructuración
de una parte de su psiquismo, más o menos amplia, en torno al mecanismo de la
represión, demostrando la existencia de una instancia represora y de un inconsciente
reprimido. Los cuatro funcionamientos son paradigmáticos, varios componentes de
ambos se pueden presentar en distinta proporción o en distintos momentos en una
misma persona6, aunque tiendan a predominar más los unos o los otros.

6No es infrecuente además la publicación de casos de hombres o mujeres con relaciones de


objeto heterosexuales y homosexuales (Lester, 2003; Roughton, 2001; Deutsch, 1932) en un
mismo o diferentes momentos de su vida.

8
La viscosidad:

En mi experiencia y en la de otros colegas con los que llevo tiempo hablando de


estas cuestiones, es relativamente frecuente que mujeres homosexuales consulten a
psicoanalistas o psiquiatras por clínica depresiva que irrumpe ante la dificultad para
romper una relación. A menudo las separaciones se prolongan durante años, puede
desaparecer el componente sexual genital adulto y sin embargo mantenerse una estrecha
relación afectiva que testimonia un alto grado de dependencia e infantilización (“pareja
de hecho sin lecho” en la bella expresión de una paciente)7 . Se trata de relaciones en las
que puede predominar un componente representacional conjunto del que se da cuenta
ante la imposibilidad de pensarse funcionando por separado. En los tiempos de bonanza
en estas relaciones suele irse imponiendo progresivamente un funcionamiento en
burbuja en que todo lo demás va quedando fuera, con grandes dificultades para incluir a
elementos terceros que suelen sentirse como una amenaza a la unicidad. Sin embargo,
ese mismo mecanismo puede llevar a cierta asfixia y a la irrupción de componentes
altamente ambivalentes dentro de la relación.

Mi impresión es que la oralidad está muy presente. Recuerdo el caso de una


paciente joven con una obesidad mórbida emparejada con una mujer de la edad de su
madre que soñaba con cocodrilos que la devoraban. Figurativamente con facilidad me
acude la imagen de una mujer madre que engloba entre sus brazos pero que casi
fagocita también a una mujer bebé muy dependiente formando ambas una unidad en la
que quizá en ocasiones los papeles puedan ser relativamente intercambiables8.
Cuadraría con las dificultades para funcionar por separado, con la casi imposibilidad
para romper una relación, y con la irrupción de clínica depresiva en el caso de
intentarlo. También tengo la sensación de que, cuanto mayor infantilización, menor
presencia de un componente sexual genital. La referencia a lo simbiótico en Mahler
(1975) se hace evidente. También a la posición esquizo-paranoide en Klein (1946)

7Martha Kirkpatrick (1989) sugiere una mayor necesidad de “intimidad que de sexualidad
erótica” en algunas homosexuales.

8HeleneDeutsch (1932, p.490): “La paciente… me informó de que su relación homosexual era
bastante conscientemente actuada como la relación entre una madre y una niña en la cual a
veces la una y a veces la otra jugaban el papel de madre”. Dos páginas más adelante resalta
la “envidia oral” en algunos de estos casos.

9
cuando se va imponiendo la ambivalencia, aún cuestionando la unicidad del yo que la
autora defiende de entrada. Bleger (1967) toma la referencia de ambas para definir su
posición glischo-cárica, proponiendo el término griego glischo precisamente por su
alusión a la pegajosidad que de un modo menos peyorativo hemos pretendido
denominar viscosidad. Nótese que todas estas referencias a menudo se toman para el
estudio de las psicosis. Sin embargo, aunque pueda haber ciertas relaciones, creo que la
estructuración psíquica de las mujeres que he conocido de este tipo no es psicótica.
Quizá necesitemos avanzar más para referirnos a ello en mayor profundidad.

La parcialización del cuarto oscuro

Los cuartos oscuros, casi exclusivos de la homosexualidad masculina, consisten


en lugares sin luz (se priva de toda la importancia de la pulsionalidad visual, clave para
la diferenciación entre sujeto y objeto) adonde acuden hombres, que hacen entrar en
contacto partes de su cuerpo con partes del cuerpo de otros, principalmente el pene, el
ano, la boca o las manos para la búsqueda de una descarga sexual inmediata. Llama la
atención el hecho de que en un primer plano está la unión de dos zonas erógenas y su
descarga, con un total desinterés por la persona9. Aunque para algunos se puede tratar
de una experiencia ocasional o esporádica, para otros, consiste en su principal
modalidad de descarga.

Habiéndonos referido ya a la parcialización (en un sentido freudiano) de las


zonas erógenas, y aunque la descarga pulsional genital aparece en un primer término,
llama la atención lo presente que está la analidad. Se trata de objetos parciales y
fecalizados, que se hacen intercambiables, manejables, controlables. Quien acude a un
cuarto oscuro sabe que va a encontrar la descarga que quiere y cuando lo pretende10. No
olvidemos que la analidad en la historia de la psicosexualidad infantil aparece cuando
las vías se han mielinizado y se hace posible un control motor consciente que aparece en

9 Rafael Cruz, jugando con lo previo me sugiere la expresión “pareja de lecho sin hecho”.

10 Jaime Sturbin (1993, p.206) se refiere al fenómeno de los “baños” recalcando: “… junto
con la importancia del acto se encuentra una fuerte incapacidad de tolerar la frustración, la
espera y la mediatización”. También llama la atención sobre la promiscuidad de algunas de
estas “neosexualidades” (Ibíd. P.208): así, refiriéndose al poeta cubano: “Reinaldo Arenas…
haciendo el recuento con un amigo… llegó a la conclusión que había tenido más de cinco mil
relaciones sexuales con personas diferentes”. Phillips (2001) describe el “cruising” o
sexualidad con desconocidos en lugares públicos.

10
distintos ámbitos: el niño empieza a andar (los pediatras aconsejan quitar el pañal
cuando el niño es capaz de subir escaleras), empieza a emitir palabras en el polo motor,
empieza a controlar los esfínteres. Todo ello le permite alejarse del objeto primario, ir
diferenciando el adentro del afuera, empezar a tener cierto grado de control sobre el
objeto, cuestiones que por supuesto se van traduciendo al ámbito representacional.

El juego de espejos homosexual

En realidad me refiero a un fenómeno más observable en la calle que en la


consulta11. Cuando uno ve a dos personas del mismo sexo, muy parecidas físicamente, y
que además se visten y arreglan de modo muy similar (exclúyanse parejas de la
Benemérita o con cualquier tipo de uniforme), la probabilidad de que sean
homosexuales es muy alta. No es más que una hipótesis, y sin embargo supongamos
que no va desencaminada. ¿Por qué se produciría algo así?

Efectivamente, cuando en la metapsicología hablábamos de las representaciones


cosa, veíamos la gran trascendencia del circuito pulsional visual. Uno aprende a mirarse
a sí mismo a través de cómo se ha sentido mirado por el otro, especialmente por el
objeto primario. Su mirada funciona como una especie de espejo en la que uno aprende
a reconocerse. Pero vamos a detenernos un momento en la importancia que Green
(2002) da a la estructura encuadrante y a la necesidad de alucinar negativamente a la
madre, concepto para el que nos servíamos de la imagen del cuadro de Dalí en que se ve
un contorno con un espejo dentro. En esa interrelación de miradas entre el niño y el
objeto primario, es como si los ojos de éste, para cumplir la función de espejo, tuvieran
que vaciarse de sus propios contenidos y ofrecer así la superficie especular donde el
niño pueda empezar a reconocerse. Me parece que es una cuestión que no es baladí y
que postulo, puede estar relacionada con el hecho de que el objeto primario sea capaz de
mirar al niño como a alguien diferente a sí mismo. No sé si es el niño el que tiene que
alucinar negativamente, el objeto primario el que tiene que ofrecer una disponibilidad
para que sus ojos funcionen como espejo, o si más bien tendría que darse una
interrelación entre ambos supuestos.

11 Se puede manifestar en las “transferencias gemelares” (Kohut, 1979 ; Botella, 1999).

11
Quizá la necesidad de buscar a un igual se podría relacionar con no haber podido
encontrar un espejo en aquella mirada. Como no hubo espejo, hay que encontrar a
alguien que sea como una imagen especular. Es como si en un mundo sin espejos el
sujeto necesitase un cuadro o escultura de sí mismo para poderse reconocer 12.

En los tres tipos de funcionamiento desgranados hasta aquí, tengo la impresión


de que es más habitual que se formen grupos de “iguales” y que la vida social se
restrinja en buena medida a ellos.

Síntomas neuróticos en la homosexualidad

Las personas que he ido conociendo que podrían ubicarse más en este extremo
de la Y generalmente se han sentido incómodas en ambientes muy exclusivamente
homosexuales y a menudo han dado mucha importancia a mantener grupos de
amistades heterosexuales. Suelen decir que no se reconocen en los estereotipos más
marcados y es frecuente que sus primeros enamoramientos sean de personas
heterosexuales 13 (de su mismo sexo). Ello nos habla de un sentimiento identitario más
sólido que no necesita sustentarse tanto en el apoyo especular de los iguales.

Por otro lado, en los hombres homosexuales más neuróticos, a menudo aparece
el deseo de afianzar relaciones estables y duraderas. No es infrecuente que les cueste
encontrar pareja con un perfil parecido al de ellos, sufriendo por las dificultades que el
otro pueda tener para poner freno a la necesidad de una descarga más promiscua.

En mi experiencia y en la de algunos de los colegas con los que vengo


dialogando, es relativamente frecuente encontrar sucesos como los que paso a describir.
El primero, se trata de una mujer que ha terminado su formación universitaria y de
postgrado; es una persona inteligente, que hasta entonces se ha enamorado de dos
mujeres heterosexuales con las que ha mantenido relaciones complicadas por razones

12 César Botella (1999) habla de la homosexualidad narcisista-especular y objetal-


representacional en función de si se ha podido o no establecer un autoerotismo secundario.
Diane Lawson Martínez (2003), desde una perspectiva kohutiana, describe la importancia de
la transferencia gemelar del objeto del self (twinship object self transference) en el proceso
analítico con un paciente gay para poder consolidar el self del paciente.

13Phillips (2001) también describe primeros enamoramientos e intentos de acercamiento a


heterosexuales en pacientes gays con síntomas neuróticos o caracteriales sin psicoapatología
severa.

12
obvias. Decide por fin marchar a trabajar fuera de su lugar de origen. Cuando ya tiene
organizada su partida, en las últimas semanas antes de marcharse, conoce a su pareja,
también homosexual, con la que inicia por fin una relación duradera. El segundo, se
trata de una situación prácticamente calcada, pero de un hombre, con desencuentros
parecidos con heterosexuales y algún contacto esporádico homosexual. Planifica su
formación de postgrado en un lugar diferente a su ciudad de origen, y del mismo modo,
encuentra a su pareja duradera pocos días antes de partir. Encontrar pareja les hace a
ambos cambiar de planes y renunciar a marchar. Un tercer caso parecido, se trata de una
mujer que lleva varios años sin pareja, pasa dos años en una ciudad, y justo la noche
antes de su partida definitiva de allí, acude a una fiesta de despedida y conoce allí a una
pareja duradera, aunque a distancia. Las tres personas consideran que se trata de
casualidades.

En mi opinión, en los tres casos se encuentran presentes inhibiciones de


naturaleza neurótica. El tercero de los casos es uno de los que comentaremos en la parte
clínica. En los tres existe la necesidad de planificar alejarse de un lugar de origen para
que una pareja duradera pueda aparecer.

Primeros comentarios

Si tomamos un poco de distancia y observamos la Y tumbada de lejos, podemos


percatarnos de que a la izquierda nos encontramos con sustratos representacionales más
confusos, en los que, según la metáfora de los cuadros el lienzo del sujeto y el del objeto
se mezclan y confunden, con pinceladas que a su vez se diluyen en el fondo del paisaje.
Nos encontramos en un terreno donde priman los signos de percepción, con gran
presencia de la oralidad y la analidad. Tabares (2006) resalta la naturaleza autoerótica de
este tipo de vínculos. En la parte central, en cambio, predomina la necesidad de fijar un
marco encuadrante, base esencial para poder diferenciar al sujeto del objeto. Aunque
también importa la analidad, tiene una especial trascendencia el circuito pulsional
visual. Es el terreno de las representaciones cosa comandadas por la imagen visual. A la
derecha encontramos una parte importante reprimida, habiéndose producido ya una
reorganización por parte de la palabra, introducido la pieza represora y constituido un
inconsciente reprimido. Es el terreno de la representación palabra y del Edipo.

13
Hemos ido recorriendo de izquierda a derecha el esquema del aparato mental de
la carta 52, del todo superponible al de la interpretación de los sueños y condicionando
la disposición espacial del esquema de “El yo y el ello”. Nos da cuenta de una línea que
va de lo más primitivo a lo más evolucionado en la ontogenia del psiquismo. A la
izquierda de la línea está el objeto primario, a la derecha, una organización neurótica
todo lo acabada que se pueda llegar a tener.

Podríamos recorrer el esquema de izquierda a derecha o de derecha a izquierda.


El primer trayecto privilegiaría lo que pasa primero sobre lo que adviene después. Así
por ejemplo sería mucho más sensible a las situaciones traumáticas o conflictivas
tempranas y a su influencia en la constitución del psiquismo. El segundo sin embargo
privilegiaría los efectos de organización retroactiva de lo edípcio, con las partes
logradas más neuróticas y aquellas fallidas definidas como no neuróticas. Las piezas de
lo edípico, organizadas de una u otra manera, siempre están. Creo que cualquiera de las
dos lecturas por separado se pierde una buena parte de lo que sucede. Me interesa su
integración sintética y la bidireccionalidad del recorrido.

Nos podemos preguntar por qué es lo que sucede con aquello de la izquierda del
esquema que no se haya conseguido integrar en la vía de las representaciones cosa y
palabra y que por lo tanto está por fuera de la vía de la represión. Ya en otro lugar
(Artaloytia, 2012a) me referí a cómo en la esquizofrenia tienden a imponerse los signos
de percepción como actividad alucinatoria o como producciones desorganizadas o
delirantes y cómo pueden manifestarse formaciones representacionales inestables en lo
que describí como magma sincitial identitario. En los casos del extremo izquierdo del
esquema de la Y y en los de la intersección, es posible que la pulsionalidad se vea
abocada a manifestarse como actividad en las relaciones descritas, que se caracterizan
por estar sustentadas por representaciones poco discriminadas, muy parciales o muy
necesitadas de un apuntalamiento narcisista.

Comentario bibliográfico: El muy interesante artículo de Bergeret (2003) lo conocía


bien antes de escribir este trabajo, y algo del concepto de la Y tumbada está inspirado en
él. Sin embargo, hay una serie de diferencias que quiero resaltar. Primero, no me gustan
las categorías estancas que él establece en su tipografía sobre los cuatro tipos de

14
homosexualidad, me siento más cómodo en un continuum abierto y dinámico referido
más a tipos de funcionamiento (sincrónicos o diacrónicos) que a categorías de personas.
Segundo, en su esquema evolutivo, solo considera homosexuales propiamente a quienes
supuestamente alcanzaron la diferenciación de sexos pero luego “regresaron” a un
estadio evolutivo anterior, en un planteamiento muy del Freud más evolutivo. Este
subtipo se correspondería con lo que yo denomino las homosexualidades más
neuróticas. En esta misma línea se encontraría el planteamiento de Sylvie Faure-Pragier
(2010-1, p.21) que en la homosexualidad femenina considera una forma primaria, en la
que la cuestión se relacionaría directamente con el vínculo con una madre “seductora”,
frente a una homosexualidad secundaria, ante una decepción por un padre “negligente”
o demasiado “próximo e incestuoso”. Helene Deutsch (1932) habla de aspectos del
material más relacionados con lo que denomina lo pregenital de la relación con la
madre, y aspectos más relacionados con lo que denomina lo edípico de la relación con
el padre. Sin embargo, planteamientos como el de Bergeret, llevan implícito que la
heterosexualidad sea el nivel evolutivo más avanzado; respetando el planteamiento,
podríamos replicar que también hay heterosexualidades muy primitivas (Artaloytia,
2012b). En antropología existe un término que se denomina etnocentrismo, y se refiere
sobre todo a cómo el hombre blanco occidental se consideraba lo más evolucionado al
descubrir el funcionamiento de otros grupos. Los indios norteamericanos por ejemplo se
asombraban de que el hombre blanco fuera capaz de matar a centenares de bisontes para
llevarse solo la piel y dejar toda la carne pudriéndose. Indudablemente el hombre blanco
estaba más evolucionado en ciertos aspectos, pero quizá no en todos. Al considerar la
unión sexual coital entre un hombre y una mujer como lo más evolucionado me temo
que se corre el riesgo de confundir la razón natural con la edípica (Moguillansky y
Szpilka, 2009). Si bien en una razón de orden natural la unión coital entre macho y
hembra es la referencia central para la supervivencia de la especie, en el ser humano, el
hecho de que el primer “deseo sexual humano”14 consista en la resignificación edípica
del contacto “natural” con la madre, reorganizado como un inconsciente reprimido que
pugna por manifestarse en formaciones de compromiso, lo subvierte todo y lo hace todo

14 Coincido con Laplanche (1987) cuando nos habla de sus significantes enigmáticos y
considero que solo podemos considerar “sexual humano” aquello que ya ha circulado por la
relación con el objeto.

15
mucho más complejo y enigmático. Quizá lo más evolucionado habría de buscarse del
lado de cómo se consigue establecer la suficiente distancia con respecto a la situación
de partida. Así, desde una razón natural, un Edipo yaciendo con Yocasta podría resolver
la cuestión poniéndose un preservativo. Solo desde una razón edípica necesitaría
arrancarse los ojos. Tercero, los subtipos que describe como homoerotismos15, aunque
pueden tener cierta resonancia en los paradigmas que describo, no diferencian entre
hombres y mujeres y creo que quedan menos claros que en la Y tumbada.

Casos clínicos

Pretendo centrar la atención en si se han podido separar representacionalmente


del objeto primario o su sustituto, en si se ha podido establecer una diferencia de sexos
y asumir una bisexualidad psíquica y una alteridad y en si se ha podido reorganizar una
parte significativa de su psiquismo en torno a la represión.

Una ola de envergadura

El analista que me facilita el material es un hombre hispanoparlante que trabaja


en una ciudad de la costa oeste de los EEUU. La paciente proviene de un medio familiar
de origen católico y bilingüe español-inglés. Es una directiva bancaria, viaja mucho.
Acude a consulta al final de la treintena por una neurosis traumática tras sufrir un atraco
en que es encañonada y llega a temer por su vida. Empiezan un trabajo psicoanalítico en
diván a tres sesiones por semana que se interrumpe durante los viajes de la paciente.

Es la pequeña de una larga fratría. A la madre le aconsejaron no tener hijos por


un problema cardíaco. La ideología del matrimonio les llevó a hacer caso omiso de la
advertencia. Hubo un momento en que la mujer se quiso plantar, pero el padre se negó.
En palabras de la madre, entonces nació “otro bebé, y otro, y otro…”, siendo la paciente
el tercer otro. Habla de la madre de infancia como de una mujer afectiva e inteligente,
pero desbordada por el cuidado de tantos niños. Se recuerda a sí misma jugando sentada
en la pila mientras ella fregaba. A la madre le fascinaban “las raquetistas” que jugaban
un torneo internacional de tenis en una ciudad vecina. Describe al padre como un

15Sidney Phillips (2003) critica duramente que Bergeret (2002) considere los homoerotismos
como no auténticamente sexuales, sino como una regresión a fijaciones narcisistas, abogando
por la capacidad de amor objetal de los homosexuales.

16
hombre trabajador e intelectual, muy interesado en el arte (como la paciente). Con once
años le preguntaron en el colegio qué quería ser de mayor y respondió que una mujer
trabajadora para no depender de ningún hombre. Por aquella época quedó fascinada por
una amiga de los hermanos mayores con la que jugaba a bádminton en la playa. Se supo
homosexual desde muy pronto. En su adolescencia empezó a vestirse como a ella le
gustaba, con cazadora de cuero negro, vaqueros y botas camperas de punta. Recuerda
con desagrado cómo en una fiesta un amigo se empeñó en bailar con ella y besarla,
introduciendo su “dura lengua que daba vueltas como una lavadora centrifugando”.
Estudió una licenciatura relacionada con el trabajo del padre. Al terminar empezó a
trabajar en otro estado, donde mantuvo una primera relación de pareja con una mujer
que simultaneaba varias relaciones. Pronto decidió marcharse a otro estado y luego a
otro, donde se produjo la escena de la fiesta de despedida antes descrita. En el momento
del atraco mantenía una relación de pareja a distancia. Coincidían aproximadamente una
semana al trimestre. Todos los hermanos varones de la fratría (pero ninguna de las
mujeres) mantenían relaciones de pareja “conocidas” en el medio familiar de origen. La
hermana “primer otro” se quedó a cuidar a los padres de modo egosintónico; la
“segundo otro” intentó independizarse pero al hacerlo sufrió un brote psicótico que le
hizo volver y resignarse a ejercer de cuidadora adjunta.

Al principio del análisis abundaban sueños de tsunamis de los que la paciente


había de escapar para no ser aplastada, o de la casa de infancia, con grietas estructurales
y una habitación cerrada y misteriosa donde no se sabía lo que pasaba. Al ir avanzando
el trabajo irrumpieron sueños sobre habitaciones italianas, de esas sin pestillos en las
puertas para que a través de una habitación se pueda pasar sin permiso para llegar a
otra; en una de ellas aparecía una vaca abierta en canal; en otra una mujer aplastada por
una apisonadora como en los dibujos animados. A los siete años de análisis aparece el
siguiente sueño: “Estoy en la playa de mi infancia, en el agua. Hay olas bastante
grandes, yo estoy en una tabla de surf, mirando hacia la arena. Una ola de envergadura
llega por detrás. No me asusta. Empiezo a surfearla y disfruto mucho.” Su analista al
finalizar y esperar varias asociaciones, le pregunta: “¿una ola de en-verga-dura que
viene por detrás y usted que disfruta mucho?”. La paciente, mujer inteligente, rompe a
reír. Para entonces, ha conseguido asentarse en una ciudad, cerca de la familia de origen

17
y empezar por primera vez a echar raíces. Tras romperse la relación de pareja a
distancia descrita sin la irrupción de elementos depresivos conoció a una mujer con la
que un tiempo después empezó a convivir. Puede colaborar en el cuidado de una madre
muy afectada ya por su cardiopatía hasta su fallecimiento, unos años antes que el del
padre, al que también se puede acercar recuperando parte de una ternura que se ilustra
en cómo el padre moribundo se siente muy complacido por un masaje que la paciente le
hace en los pies. En el ámbito laboral, ha dejado de ser un “lobo solitario” para poder
comandar un equipo de colaboradores en los que ha aprendido a delegar. En el momento
en que hablo por última vez con mi colega, el psicoanálisis sigue en curso.

Comentarios a “una ola de envergadura”

Me interesa el caso porque de modo muy claro nos encontramos con una escena
primaria organizada en el psiquismo de la paciente de tal modo que los personajes están
claramente diferenciados. Por un lado un padre, con una sexualidad representada como
“sádica” e intrusiva que pasa por encima de la madre sin permiso, dejándola aplastada o
abierta en canal. Por otro lado una madre representada como sufriente de la intrusividad
destructora de su marido y que transmite a las hijas que no dependan de hombres que
les condicionen la vida.

La paciente se ha podido diferenciar claramente del objeto primario. Su


estructura yoica ha sido lo suficientemente sólida e independiente como para alejarse de
éste sin cambiarlo de inmediato por otro objeto de dependencia. Encontramos
identificaciones con el padre (ámbito laboral, intereses artísticos, pero también cierta
“masculinidad sádica”, que encontramos en su cazadora de cuero con las botas
camperas de punta, en su dureza como trabajadora, en su característica de “lobo
solitario”) pero también con la madre; en los sueños del inicio, el tsunami que la podía
aplastar representaba claramente a la sexualidad del padre y ella estaba en posición de
quien podría ser aplastada. También nos encontramos con su interés por el tenis, no
comentado antes (recordemos la fascinación por la chica con la que jugaba al
bádminton), que más que una identificación con la madre, sería una identificación con
aquello adonde la madre miraba con admiración, las raquetistas. Solo tiempo después, la

18
paciente supo conscientemente que aquella de las raquetistas que más admiraba la
madre era homosexual (y podemos añadir nosotros, una mujer con poder fálico).

La organización de la escena primaria, desde la perspectiva del juego de los


cuadros, nos permite entender que hay marcos bien delimitados que diferencian al padre
de la madre. Según la hipótesis de su analista16, la identificación con los aspectos
sádicos del padre era muy intensa al inicio (además nótese que lo que la descompensa es
ser encañonada por una pistola-pene). Ello le llevaba a huir de cualquier tipo de relación
en profundidad, por miedo a que irrumpieran estos elementos. Es decir, nos
encontraríamos con una tendencia en el inconsciente a desplegar una pulsionalidad
sádica que se reprimía, llevándole a mantener las relaciones en un ámbito más
superficial y a cambiar enseguida de lugar o mantener las relaciones siempre a
distancia, en un estilo muy fóbico-evitativo, que se manifiesta también en su elección de
trabajo y en las dificultades iniciales de su tipo de vida para acomodarse a un encuadre.
Y si este elemento pulsional sádico ha podido ser reprimido es porque la palabra edípica
habría ejercido su función reorganizadora. Observemos cómo el aspecto fóbico-
evitativo es “el negativo”, en lenguaje freudiano, cuyo “positivo” hubiera supuesto una
escenificación perversa sádica. En la medida en que avanza el trabajo, y lo vemos
claramente en el sueño de la ola de envergadura, se va pudiendo modificar el concepto
de la sexualidad masculina, que deja de ser tan peligrosa. De una ola tsunami pasamos a
una ola que se puede surfear; en el ámbito transferencial aparece la verga dura de un
analista (en contraste con la “lengua dura” del muchacho de su adolescencia) que puede
llevar a disfrutar mucho. Comprobamos que las identificaciones masculinas van
perdiendo su carácter sádico y van pudiéndose desplegar en los diferentes ámbitos de su
vida de un modo más amable, llevando a relaciones más profundas y duraderas. En sus
identificaciones femeninas nos encontramos con cómo va pudiendo recibir algo del otro
que no sea tan dañino ni destructor. Para ello se requiere un reconocimiento de la
alteridad y el reconocimiento de que uno no lo tiene todo. También es significativa la
capacidad que adquiere para formar y coordinar grupos. El analista comenta que en
homosexuales, el análisis de fantasías heterosexuales puede suscitar cierta inquietud,

16Downey y Friedman (1998) llaman la atención sobre la multiplicidad de caminos que pueden
conducir a la homosexualidad en las mujeres.

19
como el análisis de aspectos homosexuales en heterosexuales. El que se produzca una
integración más armónica y egosintónica de los aspectos masculinos y femeninos de
cada cual (de la bisexualidad psíquica, en definitiva) no tiene por qué suponer una
modificación de la orientación sexual de un paciente.

Palabrita del niño Jesús

El psicoanalista que me facilita el material es italo-suizo. El paciente es llevado


a consulta por su mujer siguiendo el consejo de su médico tras un infarto de miocardio
masivo, sin antecedentes cardiovasculares, del que se recupera tras un triple bypass.
Acababa de jubilarse de un duro trabajo relacionado con empresas energéticas que le
llevaba a pasar cuatro o cinco de cada seis meses en destinos remotos, comandando
pequeños equipos. El analista tiene la impresión de encontrarse ante un niño grande, que
maneja el italiano que le enseñaron los curas en el colegio religioso en el que se educó
(no es su primer idioma) de un modo un tanto redicho y peculiar. Supone que el
instalarse el paciente de continuo en el hogar familiar tras la jubilación ha debido de
resultar muy traumático al no encontrar un auténtico lugar junto a la mujer o en la
relación con sus dos hijos. Sin embargo el paciente presenta un relato muy rígido. Se
refiere a su esposa como la donna. Como ella trabaja muchas horas en una industria
fabril cercana al pueblo donde viven, él se encarga de las compras, la cocina y todo lo
de la casa. “La espero con el delantal puesto, trabaja tanto la pobre”. Ella se pasa horas
hablando por teléfono con la hija, que vive en el sur, y es la única que mantiene algún
tipo de relación con el hijo, que vive aún en la casa. Ella es quien maneja la economía
de la familia. Llevan más de veinte años sin mantener relaciones sexuales. Presenta una
visión muy idealizada de esta mujer, de la que dice que es “una santa”. La asocia de
inmediato con su madre, a la que se refiere como la mamma. Su padre, del que guarda
pocos recuerdos, trabajaba en lo mismo que él. Cuando el paciente tenía 14 años, y
aunque tenía dotes artísticas y para la costura, la mamma decidió que entrase a trabajar
en la misma empresa que el padre. Cuando se le pregunta al respecto responde que las
cosas son como son, y que a la mamma o a la donna hay que obedecerlas y punto. Su
analista piensa en un paciente entendido desde los planteamientos de Marty (1980) con

20
una pobre mentalización, un funcionamiento en yo ideal y una depresión esencial. Le
indica una psicoterapia grupal de orientación psicoanalítica.

Al poco de entrar en el grupo llega un día alterado y con necesidad de hablar. Su


relato es aproximadamente el siguiente: “Hace tres semanas, el día que tuvimos sesión y
era el cumpleaños del doctor (él conoce la fecha porque se ha fijado en los títulos que
están en el pasillo), al salir de aquí salí y me fui a una sauna que hay aquí cerca, bajando
unas escaleras. Entré, dejé mis cosas en la taquilla y me puse una toallita. Se me acercó
uno que me invitó a pasar a un cuarto cerrado. Me hizo de todo, me azotó, me apretó y
pisó los testículos, me pateó, me arañó rasgándome y arrancando trozos de piel, me
mordió, me llenó de saliva, me penetró…” Como puede suponerse, tanto el analista, que
siente haber errado en su diagnóstico y en la indicación, como el grupo, quedan
impactados. La situación es muy compleja, y se va trabajando lo que se puede.

Sin entrar en más detalles, decir que el paciente va organizando una doble vida.
En la ciudad asiste con regularidad a la sauna, acostándose con distintos hombres (es
contingente la persona), con respecto a los que alterna posiciones más sádicas o
masoquistas y a veces también sin necesidad de una parafernalia sado-masoquista.
Como coincide regularmente con varios hombres, empiezan a formar un grupo que se
ve fuera de la sauna, organizando algunas actividades artísticas y gastronómicas. Su
capacidad de elaboración mental es muy escasa aunque va reorganizándose una vida en
torno a sus actividades. Su relación con el lenguaje es peculiar. Pongo un ejemplo
cuando alguien del grupo le decía que se había tenido que sentir muy frustrado tras 20
años sin relaciones sexuales en su matrimonio. La sesión siguiente él empezaba algo así
como “Frustración, frustración, frustración… vaya palabrita, toda la semana dando
vueltas, como una peonza, fuum-fuum-fuum… palabrita del niño Jesús”.

Finalmente, tras aproximadamente unos 18 meses de trabajo grupal, decide dejar


el tratamiento porque “la donna no me deja seguir acudiendo al grupo, no me lo quiere
seguir pagando”. Después de finalizar mantiene con su analista un contacto peculiar. Le
envía postales por Navidad y el día de su cumpleaños, con felicitaciones para él, dibujos
cariñosos y recuerdos para todo el grupo. Siempre tras el “doctor” y el “usted” le llama
“guapo”. El analista le telefonea para dar acuse de recibo y para agradecerle la

21
felicitación que siempre transmite al grupo. El paciente le pone muy brevemente al día.
Durante años ha mantenido su doble vida. La última vez dijo que por fin había salido
del armario… Cada vez que recibe noticias, su analista se dice que al menos puede
saber que sigue vivo.

Comentarios sobre “Palabrita del niño Jesús”

Volviendo al juego de los cuadros, y en claro contraste con el caso clínico


anterior, nos encontramos con que no hay una escena primaria bien organizada. El padre
no aparece y el escenario se colapsa por la presencia de una mamma-donna omnipotente
de la que el paciente no es más que un simple apéndice. Podríamos pensar en una imago
compleja en que un solo marco los englobase a ambos, él en posición de falo-esclavo
para ella. Aparentemente este funcionamiento perdura durante los años en que él trabaja
a un ritmo tan inhumano. El espejismo representacional se mantiene.

Sin embargo, cuando se instala en casa de continuo, se encuentra con que no


tiene un auténtico lugar ni en la casa, ni en la relación con su mujer ni con sus hijos.
Esta situación traumática parece desorganizar su precario funcionamiento mental,
irrumpiendo una patología orgánica súbita muy grave.

Es evidente el componente transferencial erótico tan intenso con su analista,


hasta el punto de que podemos entender su primera bajada a la sauna como una
lateralización de la transferencia (Denis, 2011) o un acting-out (Baranger et al, 1980).
Curiosamente, parece asistir a una especie de rito de iniciación, en que por una parte
parecería estarse escenificando una fantasía de castración (“… me apretó y pisó los
testículos… me arañó rasgándome y arrancando trozos de piel, me mordió…”), pero
que por otro lado y en contraste le habilitaría para empezar a utilizar su propio pene,
como si el pene que le penetra (“… me llenó de saliva, me penetró…”) pudiera ser
introyectado para ganar su propia potencia. Este detalle de la escenificación consistente
en ganar una potencia sexual a través de la recepción anal de un pene es presentado
como fantasía por Teresa Olmos (2011-12) en su paciente Cristobal y por Mc Dougall
(1986) en su paciente Jason. Recuerda a la importancia durante un proceso analítico de
poder introyectar el pene del analista, tal y como describen Fain y Marty (1959).
También llama mucho la atención que se vaya formando un grupo de “iguales”, que

22
como en la adolescencia, puede tener una gran importancia en la búsqueda de una
consolidación identitaria.

Por lo tanto, partimos de una situación representacional confusa. Sujeto y objeto


se mezclan y confunden en una imago compuesta compleja, sin un marco claro que
diferencie las representaciones del objeto primario (la mujer es un sustituto directo de
éste) y del sujeto. Si nos basásemos solamente en Mahler, hablaríamos de simbiosis,
pero si además de la lectura del esquema de la carta 52 (como decíamos antes) de
izquierda a derecha, introducimos una lectura de derecha a izquierda, tendríamos que
referirnos a la cuestión en términos de la imago de una madre fálica, omnipotente, no
castrada. No olvidemos que en el momento evolutivo descrito por Mahler, el psiquismo
de la madre ya es adulto, y el que ella piense a su bebé como un apéndice de sí misma,
no puede dejar de tener consecuencias, aunque solamente aparezcan con carácter
retroactivo tiempo después en el psiquismo del niño.

Aún a su edad, el paciente presenta un funcionamiento adolescente (Brel: “être


vieux sans être adulte”) para intentar desgajarse de esa imago que lo engloba. Llama la
atención la intensa transferencia erótica con su analista varón. Parece anhelar la
presencia de un hombre con pene, que al “penetrarlo” además le esté demostrando que
no es el falo de la mamma. Toda la escena de la sauna no deja de tener ciertas analogías
con lo que describíamos antes para los cuartos oscuros. Hay penes, bocas, anos,
manos… pero no vaginas. Como si los penes recibidos sirvieran para capacitar al propio
pene para el disfrute sexual, como si los penes y la ausencia de vaginas sirvieran para
afianzar al sujeto en que no hay una vagina que puede engullirlos y tragarlos para
transformarlos en su falo. El personaje de Benigno que Almodóvar nos presenta con
genialidad en su “Hable con ella” termina mezclando un coito con la mujer en coma/
madre con un retorno al vientre materno a través de una gran boca-vagina. Podría
ilustrar la fantasía de la que la sauna y los cuartos oscuros parecen querer defender,

23
fantasía en la que la devoración, la simbiosis y la ausencia de castración de la madre
tendrían que poderse conjugar en toda su complejidad17.

Una de las cuestiones que llamaban mucho la atención al referirnos al extremo


izquierdo de la Y tumbada, es la radical diferencia entre hombres y mujeres en su forma
de vivir la homosexualidad con sustrato representacional más confuso. ¿Por qué?

Aunque por supuesto cada persona es distinta, es innegable que hay ciertas
diferencias biológicas entre hombres y mujeres además de las anatómicas evidentes de
los caracteres sexuales primarios. El dimorfismo en nuestra especie no es tan marcado
como en otras, pero es visible la diferencia en la forma y distribución del tejido
muscular y adiposo. De modo consistente se ha venido definiendo además una
diferencia entre sexos en las capacidades cerebrales (Rubia, 2007), concretamente en lo
referente a las habilidades para el lenguaje y para la visión tridimensional y orientación
en el espacio. Además de ello considero que puede haber cierta diferencia biológica en
cuanto al funcionamiento de la parte más orgánica de la pulsionalidad genital que
definiría como una necesidad más explícita de un alivio casi homoestático de la tensión
sexual en el hombre. Pero ello no daría cuenta más que de una nimia parte de la
diferencia referida.

Quizá haya hombres-bebé y mujeres-bebé que toleren de modo egosintónico una


relación de dependencia más fusional con el objeto primario o su sustituto, aún con
todas las limitaciones que ello suponga en sus funcionamientos mentales y en su
capacidad para la independencia. Pensemos por ejemplo en la hermana “primer otro” de
la paciente de la ola, o en la época del segundo paciente anterior al infarto o en el
Benigno de Almodóvar. Por la diferencia o igualdad de sexo con respecto al objeto
primario, en realidad solo se consideraría homosexual por parte de un observador

17Loewald (1980, p. 15-6) habla de que en el análisis de homosexuales varones, a menudo


puede encontrarse la falta de identificaciones masculinas y el miedo a las mujeres “a ser
engullidos por ellas”… “temor al útero, temor a hundirse de nuevo en el estado no
estructurado de identidad con ella”.

24
externo el caso de las mujeres-bebé 18. Tanto hombres como mujeres-bebé podrían
funcionar de modo egosintónico en una relación de dependencia fusional como la
descrita. Y en los hombres, homosexual en lo manifiesto sería su intento de desgajarse
de esta imago compleja. De ahí la gran diferencia entre ambas ramas de la Y. Mantener
esta compleja imago representacional de una mujer fálica supondría una desmentida de
su castración en el sentido freudiano clásico, aunque podríamos preguntarnos, casi en
un giro copernicano, si quien desmiente es la mujer u hombre-bebé o bien la persona en
función materna, en el sentido de la perversión materna19 (Schaeffer, 2003; Granoff y
Perrier, 1979, refiriéndose a la erotomanía materna). Cruz Roche (2006) aporta la
interesante propuesta de que la tendencia del psiquismo neoténico del bebé a la
entropía, es decir, a su desorganización espontánea, se contrarrestaría por la
organización aportada por el objeto primario. Ahora bien, un objeto primario abierto a
un tercero, con una organización intrapsíquica neurótica favorecería como es obvio un
tipo de organización muy diferente a la de un objeto primario incapaz de concebir a su
retoño más que como extensión o apéndice de su propio ser. Esta peculiaridad
intrapsíquica del objeto primario se correlacionaría además con la ausencia de terceros
en la “realidad exterior”.

Es relativamente frecuente y reconocible encontrar grandes amistades que


homosexuales varones establecen con mujeres “poderosas”. Generalmente son
relaciones asexuadas pero de una intensa complicidad en la que uno de los elementos de
unión es la alianza crítica contra terceros. Ha sido una fórmula muy explotada por
distintos formatos televisivos porque ofrece altas tasas de audiencia. También pueden
encontrarse dinámicas parecidas en parejas de mujeres. En este sentido, me pregunto, si
la mujer del segundo paciente era tan cercana representacionalmente a la madre, ¿por
qué pudo haber relaciones sexuales con ella? Quizá Almodóvar nos responda con su
Benigno, que confundía el cuidado del cuerpo de la mujer con el acercamiento sexuado

18Christian Gérard (2003) considera que tanto la homosexualidad femenina como la


masculina, presentan fijaciones infantiles precoces a la madre en el contexto de la
homosexualidad primaria (Kestemberg, 1984; Denis, 1982), considerada “homosexual” para
niños y niñas.

19En un excelente libro de entrevistas de Moisés Leimlij (2012) he podido saber que Estela
Welldon definió el concepto de perversión materna en 1988.

25
al mismo. Y quizá desde ahí podamos entender los 20 años sin relaciones sexuales
previamente mencionados.

Otra de las cuestiones de relevancia, habida cuenta el tipo de relación descrita


del paciente con las palabras, que parecen confundirse con las cosas (Freud, 1915;
Segal, 1957), es si el segundo paciente presenta o no una estructura psicótica20. El niño
ha de asumir la palabra que se le impone en el polo aferente del aparato mental. Pero
como decíamos, puede empezar a emitirla activamente en el polo eferente, como
cuando el niño se dice por dentro, carretel, mamá, abriendo las puertas al juego
simbólico y al mundo de las representaciones palabra, con toda su complejidad. Traigo
una escena entrañable que me contaron de un padre que estaba a solas con su hijo de 5
años. El niño juega con unos caballeritos a peleas de espadas y escenifica cómo el
caballerito papá es matado por el caballerito niño, que se va al castillo con la princesa
(como no, la mujer del padre). El padre, guasón, le dice, si matas a papá, ¿quién te dará
hoy de cenar? Y el niño le explica: “¿No te das cuenta que es de juguete, papá?” Este
circuito de la palabra edípica, que pueda ir circulando del polo aferente al eferente y
viceversa es fundamental para la organización de un superyó post-edípico y un
inconsciente reprimido. En una organización neurótica, la palabra no es la cosa, solo la
representa, como en el juego de cuadros de Magritte, en que las palabras pipa, paisaje,
madre o sus imágenes visuales… no son una pipa, un paisaje o una madre.

¿Distingue nuestro paciente la palabra de la cosa? Voy a contraponer dos viñetas


muy breves. La primera, la escenificación en la sauna ya descrita. La segunda, se trata
de un paciente esquizofrénico (Artaloytia, 2012a). Al irrumpir un movimiento
transferencial erótico alucina auditivamente “ME LLEVAN… ME RAJAN” que como
ya hemos estudiado en otro lugar escenifica una fusión y confusión entre una escena
primaria, una seducción con penetración anal y una castración. En la primera viñeta, se
trata de una escenificación perversa en la que aparentemente se juegan al mismo tiempo
una castración y una penetración anal que paradójicamente capacitan al paciente para
poder utilizar su pene. En un paciente que mantiene una imago compleja de la donna-

20Klein (1932) y Rosenfeld (1949) consideran que fuertes tendencias homosexuales manifiestas
o latentes constituyen una defensa ante intensas angustias paranoides sobre todo, (pero en
algunos casos también depresivas).

26
mamma en que él mismo está en posición fálica de un magma confuso, desmintiendo la
castración, pero también la unicidad de cada persona, se produce un rito en el que la
personificación en el partenaire de un poder sádico que lo castra, desgajándolo de ese
magma (el paciente Jason de McDougall, 1985, p.48 de la versión publicada en la
Revista de la APM, con toda una serie de diferencias, refiere sin embargo “¡Del vacío
he creado una verdadera polla! El trabajo que hacemos aquí es como un parto”) y
penetra analmente, lo habilita sin embargo también para disfrutar con su propio pene.
Como si el no haber asumido pasivamente en el polo aferente la palabra edípica
superyoica supusiera tener que buscar en un acto escenificado un poder al que
someterse pasivamente para ganar derecho a una actividad sexual genital. Por no
haberse sometido a la palabra, tiene que someterse al acto. En la segunda viñeta clínica,
allá donde en un neurótico habríamos esperado un refuerzo del conflicto intrapsíquico
entre la pieza represora y lo reprimido, aparece la “parte censora” como una voz que
habla desde fuera, dando cuenta de un superyó fallido. En lugar de un superyó nos
encontramos con una alucinación auditiva hostil que censura y castra, sin que el
paciente haya ganado el derecho a acceder a una relación sexual genital. Se ejemplifica
claramente el modelo del repudio (Freud, 1911) o forclusión (Lacan, 1955-6) en el que
“lo que no se ha incluido dentro retorna desde el exterior”, y que de otro modo también
podemos encontrar en Klein (1932) y Bion (1967). En ambos casos, muy distintos por
una parte, predomina sin embargo lo no neurótico, y consiguientemente es escasa la
distancia entre la palabra y la cosa. Elina Weschler (2011, p.154), desde una lectura
lacaniana, considera que en las psicosis se está “fuera de toda ley”, mientras que en la
perversión “La realidad no es absolutamente sino parcialmente recusada…Esta
escisión… la vida misma del perverso quede escindida: por un lado es una persona
común, puede estar casado, tener hijos, y por otro, montar la escena perversa sin que
ambos mundos se junten ni se resientan”.21 Pienso, como ella, que el repudio produce
un efecto más radical que la desmentida, de ahí que los psicóticos crónicos tengan en
general vidas más “deficitarias”, aunque las psicosis breves (Artaloytia y Gómez, 2011)
dan cuenta de que también puede haber un repudio más parcial o restringido. El no

21Algo parecido encontramos en Barangeret al (1980) que afirma: “El desafío perverso de la
ley por una parte la mantiene, al mismo tiempo que se rebela contra ella; mientras el
desmoronamiento psicótico implica la pérdida de la ley”.

27
centrarlo todo en la perspectiva del niño ante una eventual castración de la madre, como
hemos visto al hablar del giro copernicano y seguiremos viendo de inmediato, considero
que nos ayuda a ampliar nuestra visión de lo que acontece.

Comentarios bibliográficos al caso de la palabrita del niño Jesús: No había visitado el


artículo freudiano sobre Leonardo en más de 10 años, lo leo tras haber redactado mi
texto y he de reconocer que he quedado impactado. Recordaba cómo de modo magistral
Freud nos presentaba la imago de la mujer fálica, a la que llegaba por diversos caminos,
no solamente a través del buitre/milano. Sin embargo, hay mucho más en el texto de lo
que yo entonces vi conscientemente. Quizá algo de lo no discernido entonces haya ido
germinando en mi pensamiento. Pues bien, el mito de los buitres era presentado por los
Padres de la Iglesia como argumento en las disputas trinitarias (cuestión abordada por
mí en otro lugar, Artaloytia, 2008) para intentar justificar cómo fue fecundada María si
supuestamente no hubo una sexualidad con San José. En el cuadro que Freud (1910)
comenta de Santa Ana, la Virgen y el Niño habla explícitamente de dos figuras
“fusionadas… se vuelve difícil decir dónde termina Ana y dónde empieza María”. La
Virgen con sus dos brazos agarra al niño, ubicado ante sus dos rodillas abiertas,
atrayéndolo hacia sí misma, casi incorporándoselo, como si se agarrase la tripa
(recordemos la ecuación pene-bebé). No habla explícitamente de una fusión entre niño y
madre, pero dice a continuación (Ibíd, p.109-10): “Así, a la manera de todas las madres
insatisfechas, tomó a su hijito como reemplazante de su marido… El amor de la madre
por el lactante… Posee la naturaleza de una relación amorosa plenamente
satisfactoria… que no sólo cumple todos los deseos anímicos sino todas las necesidades
corporales… a la posibilidad de satisfacer sin reproche también mociones de deseo hace
mucho reprimidas y que hemos de llamar «perversas»”. Nótese que aunque Freud
explícitamente habla de la perspectiva del niño, se mezcla y confunde con la de la
madre, que toma al niño como reemplazante del marido. Es decir, se podría estar
anticipando el concepto de la perversión materna, de la que ya hemos hablado antes.

Desde un punto de vista teórico, en la línea freudiana más explícita, podríamos


centrarnos en si el niño acepta o no la castración en la madre. Como ya veíamos al
hablar del giro copernicano, y como puede leerse entre líneas en el texto freudiano,

28
podríamos plantearnos como antítesis si no se trataría más bien de una perversión en la
madre por no poder pensar a su hijo como distinto a una extensión fálica de su propio
cuerpo22. Quizá interese más bien la articulación y síntesis (la aufhebung hegelina) entre
ambas lecturas.

El trabajo con pacientes esquizofrénicos me ha convencido de que la exigencia


de unicidad representacional es impuesta por la imagen visual que comanda la
representación cosa, y solamente después es afianzada por la palabra oída que subroga a
la representación palabra. Ello permite que, escapando a los imperativos de la imagen y
la palabra, se pueda dibujar una imago compuesta en que el niño simbiótico esté en
posición de falo para la madre 23. Solo desde ahí, por ejemplo, podríamos entender la
aparente paradoja de cómo una castración podría por una parte suponer una “pérdida”
en la relación con la madre (lo que se pierde en realidad no es el pene sino la posibilidad
del incesto) y por otra parte suponer una cierta liberación y una capacitación para
utilizar el propio pene. El amor hacia el igual, más que como una identificación con la
madre amando a alguien que represente a uno mismo, tal y como propone Freud (ello
sería concebible solo asumiendo una unicidad que opino que hay casos en que no se ha
podido instaurar aún), se podría entender como una necesidad de buscarse a uno mismo
en el otro tras no haberse podido encontrar en la mirada del objeto primario, tal y como
decíamos al referirnos al juego homosexual de los espejos. El lector no dejará de quedar
sorprendido al saber que la elección de la frase del paciente “palabrita del niño Jesús”
como título al apartado fue muy anterior a todas estas reflexiones y por supuesto a la
relectura del Leonardo. De nuevo lo inconsciente fue muy por delante de su pobre
pariente secundarizado.

Homoparentalidad

22 El plantear la eventual perversión de la madre frente al deseo incestuoso del niño en la


fantasía que se hace incosciente (con su obvia articulación con la temática de la castración)
en el ámbito de lo incestuoso recuerda al planteamiento de lo perverso en el padre (véase el
trabajo a Miembro Titular de Adrianna Cinello sobre la pasión filicida en Laio) frente a la
rivalidad edípica del niño en el ámbito de lo parricida.

23Stubrin (1993) presenta el interesante caso del señor X, que buscaba contactos con
“travestis” que le realizasen felaciones, pero con el deseo oculto de que lo penetrasen. En
palabras del paciente (Ibíd.p.85): “¡Es que a mí me gustan las mujeres con pija!”. Interesa
especialmente en la historia del paciente, la posición que el hijo ocupa para la madre.

29
Quisiera empezar destacando dos de los hitos de los que nos habla Sylvie Faure-
Pragier (2011). Gracias a la generalización de los medios de anticoncepción, a mediados
del siglo XX se pudo independizar la sexualidad de la procreación. El mundo de las
adopciones con anterioridad, y a finales del siglo XX especialmente las innovaciones
técnicas que posibilitaron la reproducción asistida, incluyendo la posibilidad del uso de
semen, óvulos o embriones de donantes, permitieron además que la procreación se
independizara de la sexualidad. Es decir, nos podemos encontrar con sexualidad sin
procreación y con procreación sin sexualidad. A mi modo de ver, ello supone que dos
elementos que anteriormente se superponían, la fantasía sobre los orígenes y la escena
primaria, hoy en día se tengan que separar y distinguir.

La fantasía sobre los orígenes es algo que se va elaborando con posterioridad y


que forma parte de la novela familiar. Situaciones de origen complejas han sido
habituales a lo largo de la historia y lo siguen siendo. Madres solteras sin un padre
conocido, madres viudas, padres viudos (cuando la mortalidad materno infantil era alta,
como en la historia del propio Freud), cualquiera de ellos vueltos o no a emparejar,
incluso en nuevas parejas homosexuales, familias tradicionales con la pareja rota pero
que mantienen “las apariencias”, incluso con relaciones paralelas que hasta pueden
llegar a ser consentidas, separaciones o divorcios en que se produce la pelea a través de
los hijos, formación de nuevas parejas heterosexuales u homosexuales por parte de los
padres divorciados, adopciones por parte de parejas heterosexuales (o en algunos países
por familias monoparentales o parejas homosexuales) de niños recién nacidos (en
ocasiones con historias muy complejas como las de los bebés robados…) o de niños de
más edad con historias traumáticas o muy deficitarias, fecundaciones asistidas con
óvulos, semen o embriones de donantes en parejas heterosexuales y en algunos países
en mujeres sin pareja o en parejas homosexuales.

Todas estas situaciones tienen en común que la sexualidad de la pareja parental o


de la persona en función monoparental que el niño va conociendo a lo largo de su
crianza (y que a mi modo de ver es la que constituye la auténtica “escena primaria” en
su sentido estructurante) no coincide con lo que estuvo en el origen de su concepción
(fantasía sobre los orígenes). Tanto en las parejas homosexuales como en las familias

30
monoparentales falta además la presencia en “la pareja parental” de referentes de ambos
sexos.

Ken Corbett (2001, p.603-4) estudia la elaboración de la novela familiar en


familias no tradicionales. Presenta un caso en que a un niño de 7 años le recriminan en
el patio por ser hijo de dos mujeres, a lo que él responde: “Animal, ¿no has oído hablar
de la inseminación artificial?”. En una situación parecida una niña de 6 años, hija de
madre soltera, responde: “un hombre nos ayudó”, y su amiguita le apoya: “Y Lilly
proviene de un tubito”. Es evidente que los niños, con la ayuda de las personas en
función parental, necesitan ir construyendo su novela familiar y su fantasía sobre los
orígenes. En mi opinión, niños con historias complejas, como la del propio Freud (un
padre con la edad de un abuelo y dos medio hermanos de un matrimonio previo), tienen
que esforzarse especialmente para organizar su novela familiar, lo cual no siempre es un
inconveniente.

A mi modo de ver, como decía antes, es la sexualidad adulta de la pareja parental


o de la persona en función monoparental durante la crianza del niño la que marca la
escena primaria con su valor estructurante, íntimamente ligada con la censura de la
amante en Fain (1971). El momento en el que el objeto primario retira su mirada del
bebé para volverse con deseo sexual hacia su pareja. Este movimiento de exclusión
rompe la simbiosis y abre hacia la posibilidad de una triangulación. La sexualidad
adulta, de la que el bebé queda excluido, resulta por lo tanto fundamental en la
posibilidad de estructurar un psiquismo en un línea fundamentalmente neurótica.
¿Puede darse esto sin referentes parentales de ambos sexos? Voy a presentar dos viñetas.
La una, el paciente de la palabrita. Sus padres en principio eran una familia heterosexual
“normal”. El padre estaba físicamente, aunque solamente fuera uno o dos meses de cada
seis. Sin embargo, no estaba en la mente de la madre, y el hijo formaba parte de esa
compleja imago de la que ya hemos hablado, con dificultades para poderse identificar
como individuo y como hombre. La otra viñeta es la de una mujer que enviudó poco
después de nacer su hijo varón y que no volvió a emparejarse hasta que su hijo tuvo más
de ocho años. Hasta entonces fue pues familia monoparental. El abuelo materno era
músico. La madre, además del cuidado de su hijo, disfrutaba tocando el violín.

31
Obviamente, en ocasiones, necesitaba que el bebé “se durmiera de una vez” para
dedicarse con deseo a tocar su violín. En cuanto le salieron los dientes y pudo moverse
quiso “comerse” el violín, que llegó a dejar mordisqueado. Al ir creciendo, el niño se
fue interesando por la música y llegó a dedicarse a ello, siendo hoy en día violinista en
una orquesta, además de fundamentalmente neurótico y heterosexual. Aunque no había
una pareja parental de referencia con un hombre y una mujer, estaba el violín, que
escondía el amor edípico sublimado de la madre hacia su propio padre. En el primer
caso había un padre en la realidad fáctica pero no en el psiquismo de la madre. En el
segundo, no había un padre en la realidad fáctica, pero sí en el psiquismo de la madre.
Considero que estos ejemplos demuestran que importa más lo que suceda en la mente
de los protagonistas que su realidad fáctica 24. Nancy Chorodow (2003, p.60) presenta el
interesante estudio comparativo de los casos D y J, con muchísimos factores en común,
entre ellos quedarse a cargo de una madre divorciada deprimida. La diferencia
fundamental, la encuentra, sin embargo en que J, heterosexual, “… había tenido durante
su infancia continuamente el sentimiento de no conseguir captar la atención de su
madre… asociar la depresión invasiva de ella a su aparente fidelidad al padre…”,
mientras que D, homosexual, estaba sin embargo “…íntimamente ligado a una madre
deprimida, tan excitada como excitante para él…”.25

Si pensamos en la Y tumbada y nos fijamos en el extremo derecho, en el que


vemos que hay marcos que diferencian las representaciones mentales del objeto
primario, del individuo y del tercero, que están lo suficientemente bien organizadas por
la palabra habiendo llegado a constituir una parte del psiquismo como inconsciente
reprimido, podemos pensar que hay una adecuada discriminación entre sexos. A mi
modo de ver, como comprobamos en el caso de la paciente de la ola, no es que no se
distingan los sexos, es que se distinguen y por los elementos de referencia de la historia
de la paciente, se escoge uno como objeto y no el otro. En palabras de Francisco

24En esta misma línea se manifiesta Michel Tort (2005) al diferenciar entre el padre y el
objeto de deseo de la madre.

25Isay(1989) sin embargo, cuestiona la ausencia del padre como origen a la homosexualidad
masculina, y describe un intenso enamoramiento edípico del padre en muchos de sus
pacientes gays.

32
Granados (2009, p.89): “La homosexualidad es una determinada elección de objeto
sexual, no es necesariamente la negación de una diferencia o de una ausencia”.

Por todo ello considero que si la diferencia de sexos está lo suficientemente


estructurada en el psiquismo de los componentes de la pareja parental homosexual o de
la persona en función monoparental, que invariablemente se correlacionará con
personas de relevancia afectiva de ambos sexos en las relaciones familiares y sociales,
los hijos podrán tener un buen acceso a la diferenciación de sexos. Sin embargo, tanto
en parejas homosexuales ubicadas más hacia el centro o el extremo izquierdo de la Y
tumbada, con sustratos representacionales más confusos o grandes necesidades de
apuntalamiento narcisista en la pareja o en grupos de iguales, como en familias
monoparentales en que todo gire únicamente en torno al bebé, o en parejas
heterosexuales en que el tercero no esté realmente presente, o con sustratos
representacionales confusos (Artaloytia, 2012b), el acceso a una diferencia de sexos y a
una triangulación será más difícil para los hijos.

En Bélgica, a diferencia de en Francia 26, la ley establece que las parejas de


mujeres pueden seguir procesos de fecundación asistida con semen de donante. Hay
estudios muy interesantes de las entrevistas que hacen a estas mujeres (parecidas a las
que se siguen para entrar en los programas de adopción), en las que se analiza la
importancia en la mente de estas mujeres de la figura del donante anónimo y del equipo
médico, que funcionan como terceros (Naziri, 2010-11; Feld-Elzon, 2010-11). En torno
al primero circulan muchas fantasías cuyo estudio es interesante y que en cualquier
caso parecen romper con el vaticinio a priori de que estas mujeres fueran a concebir
siguiendo una fantasía de auto-engendramiento y negando la necesidad de terceros.

Comentario bibliográfico sobre la homoparentalidad:

Nos encontramos sobre todo con posturas muy extremas y enfrentadas en contra
y a favor de autores que aparentemente están muy condicionados por sus respectivas
opiniones ideológicas.

26 Esto ha cambiado el 17 de mayo de 2013, despertando mucha polémica en las calles.

33
Así, entre los detractores, Anatrella (1999) y Schneider (2002) hablan de una
imago materna terrorífica devoradora y responsable de la evolución de la moral. Mehl
(2003) estudia las críticas que se refieren a que la concepción fuera de la sexualidad y
de la diferencia de sexos, que según los autores revisados realizaría la fantasía de “auto-
reproducción” que consideran en el núcleo de la psicosis y que supondría un alto riesgo
de evolución a la “locura”. Levy-Soussan (2007) considera de riesgo la mono, multi u
homoparentalidad, y teme graves consecuencias, ya que las prácticas no sexuales de
concepción pondrían en cuestión “el eje simbólico” de la filiación. Winter (2010) opina
que es “por la realidad sexual como el ser humano entra en el lenguaje”. Sylvie Faure-
Pragier (2010-1, p.27) se opone a tales argumentos cuestionando que “lo simbólico
tenga que anclarse en lo real”. Termina sus reflexiones afirmando taxativamente (Ibíd,
p.31): “No sé todavía si soy favorable a la homoparentalidad, pero estoy segura de que
estoy en contra de los colegas que se erigen en contra de ella como censores, y que se
declaran hostiles a la homoparentalidad, sin saber de ella clínicamente ni conocer sus
implicaciones”.

Entre los partidarios, se encuentran toda una serie de estudios. En los años
setenta, en EEAA, estalló la controversia sobre si mujeres divorciadas de una pareja
heterosexual podían o no conservar la custodia de sus hijos tras reahacer una pareja
homosexual. En la estela de este debate, las británicas Tasker y Golombok (1998)
plantearon un estudio longitudinal en que entrevistaban a 25 hijos de parejas con este
perfil a los 10 años y a los 35 años, definiendo un grupo control de hijos de la misma
edad de madres divorciadas no homosexuales. Concluyeron que no hay diferencias
significativas entre los niños criados en ambos tipos de familia. Otra serie de estudios
(Gross, 2003), presentan resultados similares. En Francia, en 2000, Stéphane Nadaud
(Denis, 2003) presentó en una tesis un estudio transversal de 58 “hijos de parejas
homosexuales” con resultados similares. El trabajo tuvo mucho impacto mediático.
Denis realiza una meticulosa crítica metodológica del trabajo (no había grupo control, el
97% habían nacido de una relación previa heterosexual y tenían un padre o una madre
de distinto sexo al de la pareja homosexual recompuesta, los datos de las encuestas
fueron facilitados por la pareja parental homosexual, que pertenecían a diferentes
colectivos y estaban muy concienciados por la lucha de sus derechos…). Paul Denis

34
(Ibíd) pide prudencia y alerta del riesgo de que sea considerado homófobo todo estudio
o reflexión que no vaya en consonancia con resultados como los previos.

Sinceramente, creo que tanto detractores como partidarios se equivocan al


considerar por igual todas las homosexualidades. Tampoco las heterosexualidades lo
son. De hecho hay parejas heterosexuales que no son aceptadas en los procesos de
adopción. Y no por el hecho de ser heterosexuales, sino por problemas en la
estructuración de sus psiquismos o en la organización de sus vidas. Es fácil suponer, con
el esquema de la Y tumbada en mente, que cuanto más a la izquierda del esquema,
mayor probabilidad de problemas, y cuanto más a la derecha, mayores garantías de
poder brindar un medio estable y organizado a un bebé. Los detractores, que utilizan
fundamentalmente argumentos teóricos en un tono agorero-apocalíptico, opino que
confunden la fantasía sobre los orígenes y la escena primaria, y desde esos
planteamientos no podrían dar cuenta de cómo han podido salir adelante tantos hijos de
situaciones de origen complejas como las que desgranábamos. Los partidarios, en un
afán por poder incluir a todos, olvidan tal vez dar su importancia a las dificultades que
puedan acarrear las homosexualidades más desestructuradas.

¿Puede haber psicoanalistas homosexuales?

Hasta aquí nos hemos podido sentir relativamente cómodos desde nuestro sillón
de psicoanalistas. No somos legisladores, ni jueces, ni ideólogos de un tipo u otro. Nos
hemos limitado a recibir en nuestra consulta a pacientes que han buscado nuestra ayuda
e intentar comprenderlos en profundidad y ayudarles a sentirse más felices. Incluso en
el debate sobre la homoparentalidad nos limitamos a discutir intelectualmente sobre una
cuestión en la que solo el devenir de los hechos y las experiencias futuras irán dando o
quitando la razón a los discutidores.

Sin embargo nos adentramos aquí en un debate que condiciona el futuro


profesional de aspirantes a psicoanalista. En función de lo que vayamos concluyendo, se
les podrá abrir o cerrar la puerta; en este caso sí podemos condicionar que dentro de
nuestras asociaciones se “legisle” de un modo u otro y que se termine por juzgar o no
conveniente la aceptación de determinados candidatos.

35
Desde luego, la homosexualidad ni puede ni debe ser garantía para que alguien
sea aceptado en una formación psicoanalítica, como de hecho tampoco lo es la
heterosexualidad. Creo que cualquier psicoanalista estará de acuerdo en que aquellas
personas homosexuales27 que ubiquemos más hacia la izquierda y centro de la Y
tumbada tendrían dificultades para ejercer como psicoanalistas. En los primeros
predominan sustratos representacionales confusos con imagos en las que a menudo no
se ha podido organizar una unicidad lo suficientemente clara. En los segundos es
notoria la necesidad de un apuntalamiento narcisista en la mirada de los iguales, y en
ambos tiende a buscarse el apoyo identitario de los iguales en detrimento de la
diversidad. En ninguno de ellos se ha podido instaurar con suficiente amplitud un orden
simbólico edípico que organice un inconsciente reprimido. Ello podría a priori
favorecer la emergencia de situaciones confusionales o con tendencia a la imposición de
la igualdad en contra de la diversidad y dificultades para favorecer la instauración
estructurante de la triangulación edípica. La propuesta de psicoanalistas
norteamericanos (Roughton, 1999, 2001; Galatzer-Levy, 2001) de que solo analistas
homosexuales28 estarían sensibilizados para analizar y entender sin prejuicios a
pacientes homosexuales me parece desde luego un error, solo entendible como
contraposición al error de los psicoanalistas que pretendan “curar” a sus pacientes
homosexuales redirigiendo su elección de objeto. Un psicoanalista (heterosexual u
homosexual) por definición, ha de tener una escucha libre y abierta a la diversidad,
donde su ideología debe interferir lo mínimo posible. Y desde luego, ha de respetar,
como no podría ser de otra manera, la elección de objeto de sus pacientes
(heterosexuales u homosexuales). Tan restrictivo e inadecuado sería el psicoanalista que
pretende “curar” a alguien de su homosexualidad como el que pretendiera “sacar del
armario” a alguien o empeñarse en mantenerlo fuera 29.

27Heterosexuales con importante confusionalidad en su estructuración mental o con grandes


necesidades de apuntalamiento narcisista también tendrían grandes dificultades.

28Frommer (1994) opina que la “neutralidad” de un analista heterosexual perteneciente a una


cultura “homófoba” puede suponer una falta de apoyo al paciente para poder consolidar su
homosexualidad.

29Mitchell (1981) subraya lo inadecuado (por apartarse de la neutralidad) de pretender


reconducir la orientación sexual del paciente.

36
Sin embargo, puede haber cierto debate en torno a aquellos homosexuales que
ubiquemos más en el extremo derecho de la Y tumbada. ¿Hay homosexualidades
neuróticas? Por ejemplo, el sueño de la ola de envergadura, es solo entendible en un
aparato mental organizado en buena medida en torno a la represión. Claramente hay una
fantasía erótica transferencial heterosexual en el contenido latente, que se figura en lo
manifiesto como estar surfeando con disfrute una ola; el juego de palabras de la
envergadura muestra una capacidad de jugar con las palabras muy característica de la
neurosis, en la que se muestra una formación de compromiso entre el deseo
inconsciente y el sistema de censura y una buena distancia entre la palabra y la cosa. Por
otro lado, como veíamos, hay una buena diferenciación y distanciamiento del objeto
primario, hay una escena primaria en que ambos progenitores se pueden representar por
separado, hay una buena discriminación entre sexos e integración de su bisexualidad
psíquica, hay una estructura yoica lo suficientemente sólida, que ha permitido a la
paciente funcionar independientemente, sin apuntalamientos narcisistas. Lo único que
supuestamente no se ajustaría a la “normalidad”30 es la elección de objeto homosexual.
Sin embargo, no me parece que este dato de su realidad fáctica sea lo más importante,
sino más bien el cómo está estructurado su psiquismo. Esta paciente, o por ejemplo la
violinista de la viñeta me parecerían mucho más aptas para ser psicoanalistas que por
ejemplo la madre del paciente de la palabrita, a pesar de su heterosexualidad manifiesta.

Comentarios bibliográficos sobre si puede haber psicoanalistas homosexuales

Gilbert Diatkine (1999) relata lo acontecido en Barcelona31 en 1997 en el


congreso de la IPA (y refiere algo parecido en el de la FEP de Niza de 1995). Un
analista didacta norteamericano de la IPA, Ralph Roughton (1999, p.1282) se presenta
como homosexual y desarrolla una ponencia defendiendo el derecho de los

30Siempre he recelado de este término. Lo normal en el humano me parece la


“anormalidad”. Recuerdo aquí lo ya comentado sobre la crítica de la razón natural.

31Jack Drescher (1997) describe algo parecido en la Universidad de Nueva York, en el


coloquio “Perspectivas sobre la homosexualidad: un diálogo abierto”. Auchincloss y Vaughan
(2001) y Roughton (2002) repasan históricamente lo acontecido hasta que en 1991-92 la
American Psychonalytical Association se declaró por una gran mayoría a favor de una política
de no discriminación respecto a la orientación sexual. En el News Letter de la IPA del
10-2-2002, el entonces presidente de la IPA, Daniel Widlöcher se comprometió a una política
de no discriminación hacia los homosexuales.

37
homosexuales a ser psicoanalistas: “nosotros nos parecemos más a vosotros de lo que
nos diferenciamos de vosotros”. Un buen número de asistentes se levantan para hacer
también pública su homosexualidad. El autor se apoya en varias citas de Freud, como la
famosa carta a la madre americana ([1935], 1951), poniendo el acento en “la
homosexualidad no es seguramente una ventaja pero tampoco algo de lo que haya que
avergonzarse, ni un vicio, ni una degradación y no podemos clasificarla como una
enfermedad…”, o como la respuesta a Jones (Freud y Rank [1921], 1988), sobre si
aceptar o no a un homosexual holandés en la formación psicoanalítica: “no podemos
excluir a personas como estas sin otras razones suficientes... la decisión en casos
parecidos debería depender de un examen minucioso de otras cualidades del candidato”.
Construye su discurso esencialmente en contra de autores como Bergler (1956) o
Socarides (1991), que consideran, el primero: “No tengo prejuicios contra la
homosexualidad… pero los homosexuales son por esencia personas desagradables... una
mezcla de arrogancia, agresión… obsequiosos ante alguien más fuerte, sin piedad
cuando tienen el poder… encontramos raramente un ego intacto entre ellos”, y el
segundo: “Existe en todos los homosexuales un grave trastorno narcisista e importantes
deficiencias en el plano del ego”. Roughton presenta dos casos, que contrapone. Uno el
de Adam, que realizó una psicoterapia de cinco años, con fantasías homosexuales desde
la infancia, que su analista relaciona con una fijación a unos abusos de un hermano
mayor, y que reconduce su sexualidad hacia un matrimonio heterosexual pero volviendo
una y otra vez a su analista a reprocharle amargamente que “¡Esto no es lo que yo
quería!”. Y otro, el de Carl, que siempre se había sentido heterosexual, y que al inicio de
la veintena se había casado con una mujer 8 años mayor que había dejado a su marido
por él, pero que tras un proceso psicoanalítico se enamora de un hombre, se divorcia
“amistosamente”, y que convive con el hombre, con el que llega a un estado de
“entusiasmo y felicidad… siendo capaz de amar como jamás lo había hecho antes”.
Como centrándose en otra parte de la carta de Freud a la madre americana (Ibíd.): “…
consideramos que es una variante de la función sexual producida por una cierta
detención del desarrollo…”, en el mismo congreso de Barcelona, César Botella (1999,
p.1317), parte de la bisexualidad psíquica originaria, y teniendo en cuenta toda su
teorización sobre la especularización, el doble y el autoerotismo secundario, considera

38
que la homosexualidad es más “una variante del narcisismo que una desviación de lo
sexual… el anclaje homosexual es una solución a una grave dificultad que concierne a
la unidad narcisista, demostrando el fracaso de una especularización endopsíquica y de
la alteridad…” Y más adelante afirma “si el cuerpo del otro como imagen puede
transformarse en reflexividad interna, si el doble anímico consigue interiorizarse y
devenir autoerótico, la concreción homosexual no será ya una razón vital indispensable
para la supervivencia psíquica y la tendencia heterosexual de la bisexualidad psíquica,
representacional y edípica, podrá expandirse sin que la fijación homosexual se lo
impida”.

Como en el caso de las homoparentalidades, opino que cuando el debate se


ideologiza en demasía, “todas” las homosexualidades pasan a considerarse sanas o
patológicas según del lado de la dicotomía en que nos ubiquemos 32. Desde luego,
comprendo a autores como a Roughton (1999) o Isay (1989) que defienden sus derechos
y que reivindican un pensamiento psicoanalítico que pueda entender la homosexualidad
más en profundidad y desde una perspectiva neutral. Sin embargo, cuando hablan de ese
“nosotros”, y de una descripción aparentemente idealizada de la homosexualidad
“siendo capaz de amar como jamás lo había hecho antes”, tengo la impresión de que se
tiende a igualar todas las homosexualidades en una cierta idealización. Del mismo
modo, cuando se habla de los problemas narcisistas en la homosexualidad, parece
desconocerse que hay pacientes, como la de la ola de envergadura, que pueden vivir con
un yo lo suficientemente sólido y sin necesidad de estarse apuntalando continuamente
en el otro.

Conclusiones

Hay muy diversas modalidades de funcionamientos homosexuales. He


pretendido recorrer algunas de ellas. Desde la razón edípica, no podemos fijar la unión
coital entre un macho y una hembra como la referencia de “normalidad”. Opino que,

32En una interesante encuesta realizada a 200 psicoanalistas italianos (Lingiardi y Capozzi,
2004) todas las cuestiones se presentan según la dicotomía de si se considera la
homosexualidad sana o patológica, si se considera o no una detención del desarrollo, si se
considera o no válido a un colega homosexual... Preguntas a las que solo se puede responder
una opción u otra, sin lugar a que uno pueda responder que no todas las homosexualidades
son iguales, como de hecho tampoco lo son las heterosexualidades.

39
dado que un aparato mental organizado principalmente en torno a la represión es el tipo
de funcionamiento más evolucionado y logrado, es por este lado por el que tenemos que
preguntarnos. Así, ante la cuestión de si existen homosexuales neuróticos, yo afirmaría
que sí. Al menos en medida parecida a aquella en que puedo afirmar que hay
heterosexuales neuróticos. Es uno de los supuestos que he pretendido demostrar.

Hay homosexualidades con sustratos representacionales muy confusos, o con


importantes necesidades de un apuntalamiento narcisista (también podemos encontrar
heterosexualidades con tales características). Es obvio que personas con tales
funcionamientos presentarán mayores dificultades ante una responsabilidad parental o
psicoanalítica. Para pensar en la homoparentalidad (y otros muchos tipos de
parentalidades) resulta fundamental distinguir conceptualmente entre la fantasía sobre
los orígenes y la escena primaria.

La cuestión está profundamente afectada por un sesgo ideológico, con cierta


tendencia a presentar de modo maniqueo a “todas las homosexualidades” como sanas o
patológicas, lo cual me parece un importante error. Si algo caracteriza al pensamiento
psicoanalítico, es su capacidad para profundizar en lo singular y para pensar con
libertad, fuera de los planteamientos dogmáticos de cualquier grupo, a favor o en contra
de lo que sea.

Bibliografía

Abesour L (2008). Confusion. Temps mêlés. La tentation psychotique. París, PUF.


Anatrella T (1999). La différencieinterdite, París, Flammarion.
Artaloytia JF (2008). La estructura edípica y la Santísima Trinidad. Revista de
Psicoanálisis de la APM 55, 93-104.
Artaloytia JF (2012a). Fran, me llevan. Reflexiones psicopatológicas sobre un paciente
diagnosticado de esquizofrenia paranoide. Trabajo a Miembro Titular de la APM.
Artaloytia JF (2012b). Si puo morir d’amore. Reflexiones sobre la denominada
violencia de género. Revista de Psicoanálisis de la APM 66, 63-80.
Artaloytia JF, Gómez B (2011). L’oeildechiré de Buñuel. RevueFrançaise de
Psychanalyse75, p.1667-74.
Auchincloss EL, Vaughan SC (2001).Psychoanalysis and homosexuality : do weneed a
new theory ? J AmerPsychoanalAssn49, 1157-86.
Aulagnier P (1975). Le processus originaire et le pictograme. La violence de
l’intérpretation. Paris, PUF, 7ªed, 45-80.

40
Baranger W, De Bisi NR, De Goldstein RZ, Glodstein N, Rosenthal G. Acerca de la
estructuraperversa. Revista de Psicoanálisisde la APA 4, 653-70.
Bergeret J (2002). Homosexuality or homoeroticism?‘Narcissisticeroticism’.Int J
Psychoanal83, 351-62.
Bergeret J (2003).« L’importance de l’illusoire dans le concept « d’homosexualité » tel
que l’entend un psychanalyste ». RevFrançPsychanal67, 27-41.
Bion W (1962). The psychoanalytical study ofthinking.Int J Psychoanal43, 306-10.
Bion W (1967). Second thoughts.London, Karnac.Bleger J (1967). Simbiosis y
ambigüedad.Buenos Aires,Paidós.
Botella C (1999). Homosexualité(s) : vicissitude du narcissisme.
RevFrançPsychanal63, 1309-20.
Botella C y S (2001). La figurabilité psychique. Paris, Delachaux et Niestlé.
Corbett K (2001). NontraditionalFamily Romance. Psychoanal Q, 70, 599-624.
Cruz Roche R (2006). Una definición de la pulsión de muerte. Revista de Psicoanálisis
de la APM, 49, 65-73.
Chorodow N (2003). Les homosexualités comme formations de compromis.
RevFrançPsychanal67, 41-64.
Denis P (1982). Homosexualité primaire, base de contradiction. RevFrançPsychanal46,
35-52.
Denis P (2003). De la difficulté d’étudier l’homoparentalité. RevFrançPsychanal67,
241-8.Denis P (2011). La expresión lateral de la transferencia. Revista de Psicoanálisis
de la Asociación Psicoanalítica de Madrid 63: 171-189.
Descharnes R, Néret G (2001). Dalí. La obra pictórica. Slovenia. Taschen, p.273.
Deutsch H (1932). Onfemale homosexuality.PsychoanalyticalQuarterly1, 484-510.
Diatkine G (1999). Identificationd’unpatient. RevFrançPsychanal63, 1303-1308.
Downey JI, Friedman RC (1998). Female homosexuality : classical psychoanalytical
theory reconsidered. J AmerPsychoanalAssn46, 471-506.
Drescher J (1997). From preoedipal to postmodern :changing psychoanalytical attitudes
towards homosexuality. Gender and psychoanalysis2, 203-16.
Feld-Elzon E (2010-11). Homoparentalité-Bisexualité-Tiercéité. Impact du projet
d’enfant et de l’IAD sur la bisexualité. Revue Belge de Psychanalyse, 56, 61-76.
Fain M (1971). Prélude à la vie phantasmatique.Rev Fra Psychanl35, p.291-364.
Fain M, Marty P (1959). Aspects fonctionnels et role structurant de l’investissement
homosexuel au cours de traitements psychanalyitques d’adultes. Revue Française de
Psychanalyse, 23, 607-17.
Faure-Pragier S (2010-1). Rester psychanalyste devant l’homoparentalité. RevueBelge
de Psychanalyse, 56, 13-34.
Faure-Pragier S (2011). Rester psychanalyste face au chaos des nouvelles filiations.
RevueFrançaise de Psychanalyse, 75, 1063-80.
Foucault M (1981). Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte.Barcelona, Anagrama.
Freud S ([1891]1953).On aphasia.Acriticalstudy.New York: International University
Press.
Freud S ([1896]1950).Carta 52.ObrasCompletas.Buenos Aires, AmorrortuI, 274-80.
Freud S (1910). Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. Obras Completas. Buenos
Aires, AmorrortuXI.
Freud S (1911). Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente. Obras

41
Completas. Buenos Aires, AmorrortuXII, p.66.
Freud S (1914). Introducción al narcisismo. Obras Completas.Buenos Aires,
AmorrortuXIV, 65-98.
Freud S (1915). Lo inconciente. Obras Completas.Buenos Aires, AmorrortuXIV,
153-214.
Freud S (1920). Más allá del principio del placer. Obras Completas. Buenos Aires,
AmorrortuXVIII, 1-62.
Freud S (1923). El yo y el ello, capítulo V. Obras Completas. Buenos Aires,
AmorrortuXIX, 1-66.
Freud S ([1935]1951).Letter (to an american mother). Am J Psychiatry107, 786.
Freud S (1938). La escisión del yo en el proceso defensivo. Obras Completas. Buenos
Aires, AmorrortuXXIII, p. 271-8.
Freud S y Rank O ([1921] 1988). Freud and Rank’s letter to Jones, cited in Lewes K,
The psychoanalyticaltheory of of male homosexuality, New York, Simon &
Schuster.Frommer MS (1994). Homosexuality and psychoanalysis: technical
considerations revisited. Psychonalytical Dialogues 4, 215-33.
Gabbard GO (2000). Disguise or consent: problems and recommendations concerning
the publication and presentation of clinical material. Int J Psychoanal81:1071-86.
Galatzer-Levy R (2001). Finding our way in perplexity : The meanings of sex in the
analysis of a gay man. J Amer PsychoanalAssn49, 1219-34.
Gérard C (2003). La relation homosexuelle est-elle une relation incestuese?
RevFrançPsychanal67, 113-28. Granados F (2009).
Cinismo vital del perverso.Revista de Psicoanálisis de la APM57, 73-96.
Granoff W, Perrier F (1979). Le désir et le féminin. Paris, Aubier Motaigne.
Green A (1973). Le discours vivant. Paris, PUF.
Green A(2002).Idées directrices, Paris: PUF. Isay
R (1989). Being homosexual.New York, Farrar-Strauss-Giroux.
Kandel ER (2000). Sensory experience and the fine-tuning of synaptic
conections.Principles of neural science, USA, McGraw-Hill, 1115-30.
Kernberg O (2002). Unresolved issues in the psychoanalytical theory of homosexuality
and bisexuality.J Gay LesbPsychotherapy6, 9-27.
Kestemberg E (1984). “Astrid” ou homosexualité, identité, adolescence. Les cahiers du
centre de psychanalyse et psychothérapie 8, 1-29.
Kirkpatrick M (1989).Women in love in the 1980s.Journal of the American Academy of
Psychoanalysis17, 535-42.
Klein M (1932). El psicoanálisis de niños. Obras completas de M. Klein I. Buenos
Aires, Paidós.
Klein M (1946). Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. Obras completas de M.
Klein III. Buenos Aires, Paidós, p.255-78.
Kohut H (1979). The two analyses of Mr. Z. Int J Psychoanal60, 3-27.
Lacan J (1949). Le strade du miroir comme formateur de la fonction du Je. Écrits I.
Paris, Ed. du Seuil, p. 92-9.
Lacan J ([1955-6]1981). Le séminaire, livre III. Les psychoses. Paris, Éditions du Seuil.
Lacan J ([1959-60]1986). Introduction de la chose. Le séminaire, livre VII, L’éthique de
la psychanalyse. Paris, Seuil, p.27-104.
Laplanche J (1987). Nouveaux fondements pour la psychanalyse, Paris, PUF.

42
Leimlij M (2012). Cara a cara. Entrevistas profanas II. Lima, Sidea.
Levy-Soussan P (2007). Famille: sens, contre-sens, non-sens. París, Champ
Psychosomatique.
Lester EP (2003). Homosexuality and female sexual response: vicissitudes in middle
age. Psychoanalyitical Inquiry 23, 615-23.
Lingiardi V, Capozzi (2004). Psychoanalytic attitudes towards homosexuality: an
empirical research. Int J Psychoanal85, 137-58.
Loewald HW (1980). Papers on psychoanalysis. London, Yale University Press.
MartínezDL (2003).Twinshipselfobject experience and homosexuality.Progress in Self
Psychology19, 41-55.
Marty P (1980). L’ordre psychosomatique. Paris, Payot.
Mehl L (2003). La bonne parole. Paris, La Martinière.McDougall
(1986).Identifications, neoneeds and neosexualities.Int J Psychoanal, 67, 19-30.
Mitchell SA (1981). The psychoanalytical treatment of homosexuality: some technical
considerations. IntRewPsychoanal8, 63-80.
Moguillansky R, Szpilka J (2009). Crítica de la razón natural. Buenos Aires,
Biebel.Naiziri D (2010-1). Devenir mère au sein d’un couple homosexuel : la place du
tiers. Revue Belge de Psychanalyse, 56, 35-60.
Olmos T (2011-12). La sexualidadmasculina y sus vicisitudes. Revista de la Sociedad
Argentina de Psicoanálisis. 15-16.
Phillis S (2001). The overstimulation of everyday life: I. New aspects of male
homosexuality. J AmerPsychoanalAssn49, 1235-67.
Phillis S (2003). Homosexuality: coming out of the confusión. Int J Psychoanal84,
1431-50.Reale G, Antiseri D (1985). La distinción entre fenómeno y nóumeno. Historia
del pensamiento filosófico y científico II, del humanismo a Kant. Barcelona, Herder,
cuarta edición española de 2001, p.748-50.
Rivas D (2012). Reflexiones sobre la confidencialidad. Coloquio de la Revista Belga de
diciembre de 2012 en Bruselas sobre “Escribir sobre psicoanálisis”, en prensa en la
RevueBelge de Psychanalyseen el número de otoño de 2013.
Rosenfeld H (1949). Remarks on the relation of male homosexuality to paranoia,
paranoid anxiety and narcissism.Int J Psychoanal30, 36-47.
Roughton R (1999). La cure psychanalytique des hommosexuels hommes et femmes.
Rev FrançPsychanal63, 1281-1302.
Roughton R (2001). Four men in treatment: an evolving perspective on homosexuality
and bisexuality, 1965 to 2000. J AmerPsychoanalAssn49, 1187-217.
Roughton R (2002). Rethinking homosexuality: what it teaches us about
psychoanalysis.J AmerPsychoanalAssn50, 733-763.
Rubia FJ (2007). El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hombres y
mujeres. Madrid, Temas de Hoy.
Sapisochin G (1999). My heart belongs to Daddy.Some reflections on the difference
between generations as the organizer of the triangular structure of the mind. Int J
Psychoanal80, 755-67.
Schaeffer J (2003). Une perversión au féminin? Filigrane 12, 66-79.
Schneider M (2002). Big Mother.París, Odile Jacob.Segal H (1957). Notes on symbol
formation.Int J Psychoanal38, 391-7.
Strachey J (1957). Apéndice C: palabras y cosas, in Freud(1915). Lo inconciente. Obras

43
Completas XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 207-14.
Sturbin J (1993). Sexualidades y homosexualidades. Buenos Aires, Kargieman.
Szpilka J (2002). Creer en el inconsciente. Madrid, Síntesis.
Tabares J (2006). Procesos evolutivos e involutivos en el desarrollo cultural: la
homosexualidad hoy. Revista de Psicoanálisis de la APM, 49, 187-206.
Tasker F, Golombok, S (1998).Growing up in a lesbian family.Effects on child
development.New York, Guilford Press.
Tort M (2005). Fin du dogme paternel. Paris, Aubier.
Wechsler E (2011). La escisión del yo en Freud y en Lacan. Revista de Psicoanálisis de
la APM64, 151-60.
Welldon E (1988). Mother, Madonna, whore, the idealization and denigration of
motherhood. London, Free Association Books.
Winnicott DW (1967). Mirror-role of mother and family in child development, in
Playing and reality.London: Tavistock (1971).
Winter JP (2010). Homoparenté.París, Albin Michel.

44

También podría gustarte