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La vida temprana de Gabriela Mistral, bajo el nombre de nacimiento Lucila de María del
Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, se tejió en una sinfonía de escenarios que, en retrospectiva,
se revelarían como influencias cruciales en su desarrollo como poeta y educadora de
renombre. El 7 de abril de 1889, la luz de la existencia de esta figura icónica se manifestó en la
encantadora localidad de Vicuña, un rincón pintoresco ubicado en el norte de Chile. Vicuña,
abrazada por la majestuosidad de la cordillera de los Andes y bañada por la serenidad del
paisaje chileno, sirvió como el telón de fondo natural que cautivó su sensibilidad poética desde
los albores de su vida.
Las raíces de Gabriela Mistral se extendieron en direcciones que abrazaron las diversas
regiones del valle de Elqui, una maravilla geográfica que reside en la actual Región de
Coquimbo, y fue por esas diversas regiones en las que Lucila viviría la mayor parte de su
infancia. Apenas a los diez días de su nacimiento, sus padres la llevaron desde Vicuña al
cercano pueblo de La Unión, que hoy lleva el nombre de Pisco Elqui. Fue aquí donde, entre los
tres y los nueve años de edad, Gabriela Mistral vivió inmersa en la quietud de la localidad de
Montegrande. Este lugar se convirtió en un rincón de ensueño que ella consideraría como su
ciudad natal por excelencia; con cariño, la poetisa se referiría a él como su "amado pueblo".
Era en Montegrande donde anhelaba descansar eternamente, solicitando que su descanso
final tuviera lugar en este suelo que le brindó un refugio de paz y le inspiró en sus primeros
pasos literarios.
Hoy en día, en la misma calle donde nació, se erige el museo que lleva su nombre, un
testimonio palpable de su legado y la devoción que su amado pueblo siente por ella. El valle de
Elqui, con su belleza sin igual y su influencia duradera, sigue siendo una parte inextricable de la
identidad de Gabriela Mistral, y su poesía lleva consigo la impronta eterna de estos paisajes
impresionantes.
Los padres de Gabriela Mistral, Juan Jerónimo Godoy Villanueva y Petronila Alcayaga Rojas,
desempeñaron un papel fundamental en su vida. Su padre, Juan Jerónimo, era un maestro
rural y, de alguna manera, transmitió su amor por la educación a su hija. La influencia de su
padre se evidenciaría más adelante en la elección de Gabriela de dedicarse a la enseñanza y en
su compromiso de mejorar la educación en Chile. La relación cercana con su madre, Petronila,
también influyó en su desarrollo emocional y literario, ya que Petronila fomentó su amor por la
lectura y le proporcionó acceso a una gran variedad de libros durante su infancia.
Además de sus padres, Gabriela Mistral tenía un hermano mayor llamado Juan Miguel, quien
lamentablemente falleció cuando ella tenía solo tres años. Esta pérdida temprana dejó una
profunda huella en su corazón y se convertiría en un tema recurrente en su obra. La idea de la
pérdida y el duelo se convirtió en una parte integral de su escritura, y su habilidad para
explorar el dolor y la fragilidad humana conmociona a sus lectores.
La infancia de Gabriela Mistral estuvo marcada por una serie de características notables. Desde
temprana edad, mostró una inclinación innata hacia la lectura y la escritura. Su amor por las
palabras y la literatura se manifestó en sus primeros años, y pronto se convirtió en su pasión y
vocación. Gabriela pasaba horas inmersa en libros y, a pesar de las limitaciones económicas de
su familia, encontraba maneras de explorar su curiosidad intelectual.
Aunque no se conservan registros específicos de los libros que Gabriela Mistral leyó en su
infancia, se sabe que comenzó a escribir y a expresar sus pensamientos y emociones desde una
edad temprana. Sus primeros escritos pueden haber sido sencillos, pero ya revelaban la
profundidad de su sensibilidad y la agudeza de su observación. A lo largo de los años, continuó
desarrollando su habilidad para expresar sus pensamientos y emociones a través de la
escritura, lo que finalmente la llevaría a convertirse en una de las poetas más influyentes del
siglo XX.
En 1904, dio sus primeros pasos en el mundo de la enseñanza como profesora ayudante en la
Escuela de la Compañía Baja, en La Serena. Al mismo tiempo, comenzó a colaborar con el
diario serenense El Coquimbo, marcando sus primeros pasos en el mundo de las letras. Su
talento literario pronto empezó a tomar forma. Al año siguiente, continuó escribiendo tanto en
El Coquimbo como en La Voz de Elqui, un periódico de Vicuña. Fue en esta época cuando
entabló una amistad valiosa con Bernardo Ossandón, un profesor y periodista de La Serena,
quien le brindó acceso a su biblioteca personal. Este gesto generoso permitió que Gabriela
Mistral expandiera sus horizontes literarios y desarrollara su estilo distintivo.
Este fue el comienzo de una travesía de once años dedicada a la enseñanza en diversas
localidades de Chile, incluyendo Antofagasta, Los Andes, Punta Arenas, Temuco y Santiago. A
pesar de los desafíos y las críticas, Gabriela Mistral demostró su dedicación incansable a la
educación y su amor profundo por los niños. Su capacidad para conectar con los jóvenes la
convirtió en una figura querida y respetada en las comunidades donde enseñó, un atributo que
la acompañaría a lo largo de su ilustre carrera.
Los escritos que precedieron a la llegada de Lucila Godoy a Traiguén en octubre de 1910
revelan una incipiente pero apasionada defensora de la educación primaria obligatoria y una
crítica feroz del escenario político de su época. En ese período, la cuestión social pesaba como
una losa en la conciencia de los intelectuales, y la joven Lucila no era ajena a las problemáticas
que afectaban a la sociedad. Los altos gastos destinados a las celebraciones del Centenario de
Chile y las crecientes desigualdades sociales despertaban su inquietud.
Fue en este periodo, mientras reflexionaba en Traiguén, que Gabriela Mistral optó por la
poesía como una de sus mayores realizaciones personales. Como ella misma afirmó, "Ignoraba
yo por aquellos años (1910-1911) lo que llaman los franceses el metier de côté, o sea, el oficio
lateral; pero un buen día él saltó de mí misma". De la prosa mala, saltó casi de inmediato a la
poesía. En este descubrimiento, comenzó una celebración que marcaría el resto de su vida. La
poesía se convirtió en su medio de expresión preferido, una forma de dar forma y voz a sus
pensamientos más profundos y a sus sentimientos más intensos.
Desde el momento en que llegó a México, Mistral quedó impresionada por la magnitud del
movimiento educativo en el que se encontraba involucrada. Se trataba de una cruzada en
favor de la enseñanza rural que tocó fibras profundas de su ser. La promoción de lo rural, lo
campesino y lo popular, así como el fomento de la lectura y la creación de bibliotecas, estaban
en las antípodas de la pedagogía rígida y desacreditada de su tierra natal.
La vida de Gabriela Mistral se desplazaba entre las comunidades indígenas y los círculos
intelectuales y gubernamentales. Sin embargo, se sentía más cómoda y auténtica entre los
primeros. La distancia de su hogar y el nuevo trabajo estaban moldeando su perspectiva de
manera significativa.
Los registros personales de Mistral y de otras fuentes indican que entregó todo su ser a esta
labor. El cambio abrupto en su entorno y ocupación le permitió alejarse de la pequeñez de las
disputas pedagógicas que la habían rodeado durante años en Chile. Las luchas por los títulos y
las envidias quedaron atrás, y Mistral redescubrió el significado profundo de su vida.
México marcó el inicio de su viaje por todo el continente americano y la convirtió en una
simpatizante del movimiento latinoamericanista, visionando la región como un solo país. El
viaje en el vapor Orcoma, en compañía de Laura Rodig, la llevó a México en junio de 1922,
donde trabajó con destacados intelectuales de habla hispana.
En 1924, en Madrid, Gabriela Mistral publicó "Ternura", una obra en la que renovó la poesía
infantil, revitalizando géneros tradicionales como canciones de cuna, rondas y arrullos, a través
de una poética austera y depurada. La muerte de su madre, Petronila Alcayaga, en 1929,
inspiró la primera parte de su libro "Tala".
La vida de Gabriela Mistral estuvo marcada por su incansable compromiso con la educación,
tanto como maestra y pensadora pedagógica como en su faceta como embajadora cultural y
diplomática. Tras regresar a Chile en 1925, luego de un periodo en México, su influencia se
expandió en múltiples direcciones.
Mistral se inspiró en pensadores como Rodó y Tagore, abogando por un enfoque educativo
que promoviera la enseñanza al aire libre, la construcción de comunidades entre alumnos,
madres y trabajadores locales, y el equilibrio entre la cultura europea y americana. También
impulsó el uso de las artes en el aula de clases y consideró la educación como una vía para
acercarse a lo divino.
Desde París, en diciembre de 1927, Gabriela Mistral escribió un artículo en defensa de los
derechos del niño, estableciendo principios fundamentales:
Tras una gira por Estados Unidos y Europa, Mistral continuó su vida errante, sin un puesto fijo
para expresar su talento. Optó por vivir entre América y Europa, participando en giras por el
Caribe y América del Sur, donde recibió el título de "Benemérita del Ejército Defensor de la
Soberanía Nacional" en Nicaragua por su apoyo al general Augusto Sandino. Dio discursos en
universidades de América Central y siguió influyendo en el pensamiento latinoamericano.
A partir de 1933, Gabriela Mistral trabajó como cónsul de Chile en ciudades de Europa y
América durante veinte años. Su poesía, traducida a varios idiomas, ejerció una influencia
significativa en destacados escritores latinoamericanos como Pablo Neruda y Octavio Paz.
Gabriela Mistral, la renombrada poeta chilena, dejó una huella indeleble en la historia de la
literatura al ganar el Premio Nobel de Literatura en 1945. Este prestigioso galardón, anunciado
mientras desempeñaba sus funciones como cónsul en Petrópolis, Brasil, marcó un momento
trascendental en su vida, que estuvo marcada por la amistad, la tragedia y el reconocimiento.
La noticia del Nobel llegó a Gabriela Mistral en un período de su vida teñido por la profunda
tristeza. En 1943, su sobrino Yin Yin, cuyo parentesco se sigue debatiendo hoy en día, se
suicidó a los 18 años, dejando una nota que revelaba su desesperanza. Esta tragedia personal
arrojó una sombra sobre Mistral, quien, a pesar de su éxito literario, tuvo que enfrentar la
pérdida de un ser querido.
El Nobel otorgado a Gabriela Mistral no solo celebró su destreza lírica, sino que también envió
un mensaje poderoso al mundo. En la primera mitad del siglo XX, las mujeres se encontraban
con obstáculos significativos en su búsqueda de igualdad de género y reconocimiento en
campos tradicionalmente dominados por hombres. El premio Nobel de Literatura otorgado a
Mistral no solo honró su talento excepcional, sino que también rompió barreras y desafió las
expectativas de género.
En su discurso de aceptación, Gabriela Mistral expresó su gratitud por ser la voz de los poetas
de su raza y de las lenguas española y portuguesa. Este reconocimiento no solo era personal,
sino que simbolizaba un triunfo colectivo para las mujeres escritoras y para América Latina en
su conjunto.
Después de recibir el premio, Gabriela Mistral regresó a Estados Unidos, esta vez como cónsul
en Los Ángeles, donde continuó desempeñando un papel importante en la promoción de la
cultura y la educación. Además, adquirió una casa en Santa Bárbara, un entorno que influyó en
su obra "Lagar I". En esta colección de poemas, se reflejaba la influencia de la Segunda Guerra
Mundial y se exploraban temas profundos en un contexto global convulso.
La vida de Gabriela Mistral también estuvo marcada por una controvertida relación con Doris
Dana, una escritora estadounidense. Esta amistad y conexión personal añadieron capas de
complejidad a la vida de Mistral y contribuyeron a su legado.
Acompañada por Dana, Mistral regresó a Chile en 1954, donde fue recibida con honores y
celebrada por su amada patria. En Santiago, las autoridades y el pueblo la aclamaron, y su
regreso se convirtió en un evento nacional. En La Moneda, el presidente Carlos Ibáñez del
Campo la recibió con admiración y la Universidad de Chile le otorgó el título de Doctor Honoris
Causa.
Sin embargo, Gabriela Mistral pronto regresó a Nueva York, a lo que ella llamaba el "país sin
nombre". A pesar de la notoriedad y los honores en Chile, Mistral no encontró en Nueva York
el clima que le complacía. Aunque habría preferido vivir en lugares más cálidos como Florida o
Nueva Orleans, se instaló en Long Island, en la mansión de la familia de Doris Dana. Aunque
Mistral propuso la compra de una casa a nombre de ambas, finalmente se acomodó en Long
Island.
En esta época, Doris Dana comenzó a registrar meticulosamente cada conversación que tenía
con Gabriela Mistral, consciente de la finitud de la poetisa. Acumuló un tesoro de 250 cartas y
miles de ensayos literarios, que se convertirían en el legado más significativo de Gabriela
Mistral. Este invaluable archivo fue donado por la sobrina de Doris Dana, Doris Atkinson,
después de su fallecimiento en noviembre de 2006.
A lo largo de su vida, Mistral tuvo que enfrentar numerosos desafíos de salud. La diabetes y los
problemas cardíacos fueron compañeros constantes en su travesía, y la arteroesclerosis
cerebral, que robaba momentáneamente su claridad y orientación, no logró apagar la llama
creativa que ardía en su interior. Como un faro en medio de la adversidad, su luz seguía
brillando.
Los últimos días de Gabriela Mistral estuvieron marcados por la reflexión y la espiritualidad. El
2 de enero de 1957, recibió la extremaunción, un rito sagrado que buscaba brindarle paz en su
travesía hacia lo desconocido. Dos días después, entró en coma, dejando atrás el mundo que
había iluminado con su poesía.
El 8 de enero, un rayo de luz llegó a su lecho de enferma cuando recibió la bendición papal a
través del sacerdote Renato Poblete. La poetisa, que había buscado la esencia divina en sus
versos, encontró consuelo en este gesto espiritual.
El 10 de enero de 1957, a las 5:18 de la madrugada, Gabriela Mistral dejó este mundo a los 67
años. Su partida sumió a muchos en una tristeza profunda, pero su legado perduró y continuó
inspirando a generaciones posteriores.
El 12 de enero, en la Catedral de San Patricio de Nueva York, se llevó a cabo una misa de
réquiem en su memoria. El cardenal Francis Spellman, arzobispo de Nueva York, presidió la
ceremonia, mientras que el sacerdote chileno Renato Poblete ofició. Alrededor de 500
personas, incluyendo representantes de embajadas latinoamericanas y el cuerpo consular
chileno, se unieron para despedir a esta gigante de las letras.
En su testamento, Gabriela Mistral dejó instrucciones precisas sobre el destino de sus ingresos
literarios. Su amor por los niños pobres de Montegrande, el lugar donde pasó años cruciales de
su infancia, era evidente en su última voluntad. También reconoció a Doris Dana y Palma
Guillén, quienes habían sido sus amigas y confidentes, y quienes compartieron su pasión por la
educación y la justicia.
Gabriela Mistral sigue siendo una figura icónica en la historia cultural de Chile y América
Latina. Su legado perdura como un faro de inspiración y logro, tanto en la literatura como en la
educación. Su contribución a la literatura en español y su defensa de los derechos de los niños
la convierten en una de las voces más influyentes y respetadas de la historia latinoamericana.
Más allá de sus logros literarios, Gabriela Mistral dejó una huella imborrable en el ámbito de la
educación. Su carrera como maestra fue marcada por su compromiso incansable con la
enseñanza y su amor por los niños. Trabajó en escuelas rurales y urbanas, donde no solo
impartió conocimientos, sino que también brindó apoyo emocional y afecto a sus estudiantes.
Su empatía y capacidad para conectar con los jóvenes la convirtieron en una figura venerada y
respetada en las comunidades donde enseñó.
El legado de Gabriela Mistral trasciende las fronteras geográficas y culturales. Sus poemas,
imbuidos de emociones universales como el amor, la pérdida, la maternidad y la soledad, han
llegado a lectores de todo el mundo. Su capacidad para expresar las experiencias humanas
más profundas y trascendentales en palabras la convierte en una figura literaria atemporal.
Carlos Guastavino (1912-2000), destacado compositor argentino conocido por su estilo lírico y
melódico, y Gabriela Mistral, la renombrada poetisa chilena, compartieron una conexión
especial a través de su amor por el arte y la música. Esta afinidad artística los llevó a
embarcarse en una colaboración creativa que enriquecería tanto la música como la poesía de
ambos.
La relación entre Gabriela Mistral y Carlos Guastavino comenzó a tomar forma a través de una
carta enviada por Francisco Silva, un poeta aficionado y cercano colaborador de Guastavino.
Silva, en un acto de entusiasmo y picardía, envió a Mistral partituras manuscritas de las
composiciones de Guastavino, explicando que las había copiado especialmente para ella. Silva
mencionó que, debido a las limitaciones económicas de Guastavino como estudiante, él mismo
había intervenido para compartir estas obras con Mistral.
La música de Guastavino elevó aún más el impacto cultural de las palabras de Mistral,
llevándolas a nuevas alturas emocionales. Esta colaboración trascendió fronteras y se convirtió
en un testimonio del poder de la unión entre la música y la poesía. Gabriela Mistral y Carlos
Guastavino demostraron cómo dos formas de arte pueden converger para crear una expresión
artística que emociona, inspira y perdura a lo largo del tiempo.
Cuadro de la música argentina:
2000- Fusión de Abel Pintos, Desde el año 2000 hasta el presente, la escena
Actualid géneros, Indie, Lali Espósito, musical argentina ha experimentado una
ad Reggaetón Rodrigo profunda transformación y diversificación.
Amarante, Los Bandas y artistas emblemáticos como Soda
Auténticos Stereo, Los Fabulosos Cadillacs, Babasónicos,
Decadentes, Gustavo Cerati, y Andrés Calamaro, entre
Los otros, han continuado dejando su huella en la
Babasónicos historia del rock y el pop argentinos. Además,
la influencia de géneros internacionales como
el reggaetón y la música electrónica ha dado
lugar a nuevas fusiones y estilos musicales. La
digitalización de la música ha permitido a
artistas emergentes llegar a un público global a
través de plataformas en línea,
democratizando el acceso a la música y
contribuyendo a la riqueza y diversidad del
panorama musical argentino actual.