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Recursos escasos

El agua es condición sine qua non para la vida, sobre todo en el trópico, en el
desierto, donde es tan escasa. Si tengo agua sólo para un campo, no puedo cultivar dos,
si tengo agua sólo para un árbol, no puedo plantar dos. Cada vaso de agua se bebe a
costa de una planta; la planta se secará porque he bebido el agua que ella necesitaba
para vivir. Todo el tiempo, entre hombres, plantas y animales, se libra aquí una batalla
por la supervivencia, por esa gota de agua sin la cual ninguno podría existir.

Una lucha, aunque también una colaboración, pues aquí todo se sustenta sobre
un frágil y tambaleante equilibrio que, si se toca, amenaza de muerte. Si los camellos
beben demasiada agua, no habrá suficiente para los bueyes y éstos morirán de sed. Si
mueren los bueyes, morirán las ovejas, pues ¿quién tirará de la noria que hace llegar el
agua a los pastos? Si mueren las ovejas ¿qué carne comerá y con qué se cubrirá el
hombre? Si el hombre está desnudo y débil ¿quién sembrará los campos? Y si nadie
cultiva los campos, se los tragará el desierto. La arena lo cubrirá todo y la vida
desaparecerá.

El algodón se ha cultivado aquí desde tiempos inmemoriales. La tela que de él se


obtiene, ligera y fuerte a la vez, también es sana, pues refresca el cuerpo. Debido a que
nunca se ha cultivado en demasía —la barrera fue (y sigue siendo) la endémica falta de
agua en el trópico— siempre se ha pagado por él un buen precio. Para cultivar nuevos
campos de algodón, habría que robar agua a los huertos, exprimir los árboles, sacrificar
el ganado. Pero, entonces, ¿de qué vivir? ¿Qué comer? Todo el mundo conoce este
dilema desde hace miles de años, lo conocen en la India, en China, en América y en
África. ¿Y en Moscú? ¡En Moscú también lo conocen!

Tomado de: Kapuściński, R. (1994), El Imperio, Editorial Anagrama, p. 275.

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