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Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.
Julieta Di Corleto
I. Introducción
Sin pretender abarcar la totalidad de estas problemáticas, a partir del análisis del
fenómeno de los “escraches” por situaciones de violencia de género, el presente
trabajo pretende iluminar algunas de las posibles respuestas a estas preguntas y
abrir nuevos interrogantes vinculados con el rol del derecho en la erradicación de
la violencia de género. El argumento central es que los escraches, como
dispositivos informales para acusar a una persona de una agresión sexista, han
alertado sobre la ineficacia de las respuestas estatales. No obstante, por sus
1 Encarna Bodelón, “Introducción”, en Violencia de género y las respuestas de los sistemas penales
(Encarna Bodelon, comp.), Ediciones Didot, Buenos Aires, 2012, p. 19 y ss.
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Para comenzar, en la sección II, con una mirada centrada en el sistema de justicia
penal, primero se repara en la complejidad que encierra la construcción legal de la
violencia y luego, en clave socio-jurídica, se ilustran algunas dificultades
experimentadas por las mujeres que recurren a la justicia penal. Seguidamente, en
la sección III, se describen los escraches como la alternativa utilizada para
denunciar situaciones de abuso sin padecer la revictimización que dispensa el
proceso penal. Con la lente puesta en los resultados de los escraches, en el
apartado IV se presentan las limitaciones que tiene la herramienta atendiendo a las
consecuencias personales y políticas. Finalmente, en la sección VI, se integran las
nociones desarrolladas en las secciones previas para evidenciar la dimensión
dinámica del derecho y su rol en la erradicación de la violencia contra las mujeres.
A pesar de las sucesivas reformas legales que tuvieron como objetivo reconocer los
derechos de las mujeres y establecer medidas de protección, los debates en torno a
la definición legal de las violencias aún no están cerrados.4 Esto se observa
especialmente en la distancia que existe entre ciertas interpretaciones judiciales y
las experiencias de las mujeres frente a las agresiones que sufren.
2 Las ideas que se exponen en este apartado fueron esbozadas en el texto “Controversias sobre los
escraches”, en Suplemento Especial de la Revista “Cuestiones criminales”, de la Universidad
Nacional de Quilmes, N° 2, septiembre 2019.
3 María Luisa Piqué, “Revictimización, acceso a la justicia y violencia institucional”. Género y justicia
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5 El artículo 119, Código Penal establecía: “Será reprimido con reclusión o prisión de seis meses a
cuatro años el que abusare sexualmente de persona de uno u otro sexo cuando, ésta fuera menor de
trece años o cuando mediare violencia, amenaza, abuso coactivo o intimidatorio de una relación de
dependencia, de autoridad, o de poder, o aprovechándose de que la víctima por cualquier causa no
haya podido consentir libremente la acción. La pena será de cuatro a diez años de reclusión o
prisión cuando el abuso por su duración o circunstancias de su realización, hubiere configurado un
sometimiento sexual gravemente ultrajante para la víctima. La pena será de seis a quince años de
reclusión o prisión cuando mediando las circunstancias del primer párrafo hubiere acceso carnal
por cualquier vía”. Sobre este debate, cf. Marcela Rodríguez, “Algunas consideraciones sobre los
delitos contra la integridad sexual de las personas”, en Las trampas del poder punitivo. El Género en el
derecho penal, Biblos, Buenos Aires, 2000; Alberto Bovino, “Delitos sexuales y justicia penal” en Las
trampas del poder punitivo. El Género en el derecho penal, Biblos, Buenos Aires, 2000; Adrián Martín,
“Poder punitivo, discurso de género y Ley 25.087 en su interpretación judicial”, en Derecho Penal On
line, 2006.
6 Conf. Tribunal Oral en lo Criminal N° 1, Necochea, “Cabrera Abel E.”, rta. 23/12/2002. En similar
sentido, conf. Cám. Nac. Cas. Penal, Sala IV, “Chavez Víctor”, rta. 24/12/2003.
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vaso receptor apto para la realización del coito.7 Estudiada en su contexto, esta
hermenéutica judicial daba cuenta de que, en la definición legal, pero también en el
entendimiento social de los delitos contra la integridad sexual, las vivencias de las
mujeres no tenían relevancia.
El debate en torno al sentido del sexo oral forzado parece haber llegado a su punto
conclusivo en 2017, con la sanción de la ley N° 27.352, en la que finalmente se
determinó que a esta práctica le corresponde la misma intensidad de pena que a la
violación. Para ello el legislador precisó que, bajo las circunstancias descriptas en el
artículo 119 del Código Penal, el acceso carnal de la víctima “por vía anal, vaginal
u oral” es un abuso sexual agravado. La literalidad de esta nueva norma, podría
argumentarse, hace honor al principio de legalidad, en tanto exige que los delitos
estén descriptos de manera precisa. De otro lado, la interpretación que minimiza el
daño ínsito en el sexo oral forzado poco respeta el principio de lesividad y
proporcionalidad, ambos incluidos como mandatos de tipificación e interpretación
legal.
El caso del sexo oral forzado es solo una muestra de las dificultades en torno a la
definición de la violencia contra las mujeres en el campo del derecho penal. Fuera
de este ámbito, la ley N° 26.485, sancionada en 2009, es otro ejemplo de cómo se ha
buscado, también por medio de sucesivas reformas, un encuadre legal específico a
las diferentes modalidades de agresiones basadas en el género. Dentro del amplio
espectro de violencias, algunas pueden ser más explícitas y otras más sutiles. En la
actualidad, la medida del daño que ocasiona cada una de ellas, y la respuesta que
les corresponde en función del perjuicio causado, es una de las tantas cuestiones
que se encuentra en discusión. Preguntas sobre qué tipos de comentarios son
bienvenidos en la vía pública, cuándo la reiteración de una invitación se convierte
en coacción, o bajo qué condiciones es válido el consentimiento en el marco de una
relación sexo afectiva son algunas de las temáticas que están en debate y que, por
tanto, impactan sobre las antiguas definiciones de la violencia contra las mujeres.8
7Al respecto, conf. Trib. Sup. Entre Ríos, “Mendoza Juan R.”, rta. 4/06/2003.
8A partir de las denuncias de agresiones sexuales por parte de adolescentes, algunas publicaciones
advierten sobre la necesidad de revisar el concepto de “consentimiento” para que éste sea
afirmativo, definición que podría tener un impacto en la forma en la que se interpretan los delitos
contra la integridad sexual. Cf. Eleonor Faur, “Del escrache a la pedagogía del deseo”, en Revista
Anfibia, Universidad de San Martín, disponible en: http://revistaanfibia.com/cronica/del-
escrache-la-pedagogia-del-deseo/ Para una crítica sobre la pretensión de construir la idea de un
consentimiento afirmativo, entre otros, cf. Janet Halley, “The Move to Affirmative Consent”, 42
Signs, 2016.
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justificarán una intervención del derecho penal es parte de lo que se debe discutir.
Muy probablemente, varones y mujeres tendrán diferentes ideas de aquello que
constituye una violencia. Los matices o contrastes en estas miradas pueden ser
graduales o mutuamente excluyentes; pero lo fundamental es que en el derecho en
general, y en el derecho penal en particular, hay lugar para dirimir las tensiones y
definir qué respuesta legal otorgar a cada situación.
II. B. Las reglas del procedimiento ajenas a los derechos de las víctimas
Las reglas que rigen el proceso penal tampoco están exentas de lesionar los
derechos de las mujeres. En efecto, sus prácticas no solo conllevan experiencias
traumáticas, sino que sus resultados comprometen los derechos constitucionales
más fundamentales.10 Con independencia de las reformas legales susceptibles de
ser promovidas,11 muchos de estos padecimientos tienen relación con el accionar
de los operadores judiciales que, al no advertir las implicancias del principio de
igualdad y no discriminación, poco hacen para evitar los efectos perjudiciales del
proceso penal sobre las denunciantes.
Por acción o por omisión, estas costumbres revictimizantes tienen, entre otros
efectos, la capacidad de disuadir a las mujeres de formalizar las denuncias ante la
justicia. Entre las conductas más perjudiciales se encuentra, además de las
controversias en torno a la calificación legal que le cabrá al hecho denunciado, la
exclusión total o parcial de las víctimas del proceso; las intromisiones o
indagaciones innecesarias sobre su vida privada; las repetidas citaciones a prestar
declaración sobre los mismos hechos; y la excesiva duración del proceso. Estas
modalidades de intervención, junto con los mitos y creencias profundamente
9 Robert Cover, Derecho, narración y violencia. Poder constructivo y poder destructivo en la interpretación
judicial, Gedisa, Barcelona, 2002, p. 87.
10 María Luisa Piqué, “Revictimización….”.
11 Ileana Arduino y Luciana Sánchez, “Proceso penal acusatorio y derechos humanos de las
mujeres”. Una agenda para la equidad de género en el sistema de justicia (Marcela V. Rodríguez y Raquel
Asensio, comps.), Editores Del Puerto, Buenos Aires, 2009.
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Las observaciones vinculadas con el trato dispensado por la justicia durante los
procedimientos se complementan con los cuestionamientos a sus resultados. En
efecto, las estadísticas recolectadas indican que la manera en que los tribunales
penales procesan los casos de violencia de género presentan serios déficits. En este
orden, sobre la base del análisis de 158 casos procesados entre 2015 y 2017, la
Dirección General de Políticas de Género del Ministerio Público Fiscal, determinó
que el 72% de esas denuncias por violencia fue sobreseída o archivada, en el 14%
de los casos se concedió la suspensión del juicio a prueba, y solo en el 4% se
alcanzó una sentencia condenatoria. El dato más gravitante es que, en el 33% de los
casos había existido una denuncia previa que no había tenido resultado alguno, lo
que da cuenta, a su vez de los déficits en la prevención de la violencia incluso
cuando el Estado está en conocimiento del hecho en concreto.13
En síntesis, estos datos permiten argumentar que existen suficientes motivos para
renegar del derecho vigente, buenas razones para cuestionar a la administración de
justicia, y aún mejores argumentos para objetar las prácticas de algunos operadores
judiciales y buscar medidas alternativas para obtener mejores respuestas de la
justicia.
12 María Luisa Piqué, “Revictimización….”. Para un detalle de los mitos que apoyan la violencia
contra las mujeres en función de su modalidad, cf. Raquel Osborne, Apuntes sobre violencia de género,
Ediciones Bellaterra, Barcelona, 2009, p. 75.
13 Dirección General de Políticas de Género. La violencia contra las mujeres en la justicia penal. MPF,
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Los hechos relatados son muy diversos, por lo que serían necesarios mayores
estudios que releven las características de cada una de estas denuncias. Por el
momento, basta con señalar que, en términos legales, algunos de los hechos se
corresponden con violaciones, otros con abusos sexuales simples y otros con
hostigamientos; algunos supuestos comprenden situaciones ocurridas hace
muchos años, y otras son experiencias vividas en forma reciente; en determinadas
descripciones están involucrados familiares y en otras personas que eran extrañas
para la víctima. Con independencia de la magnitud o intensidad de la violencia o
el maltrato denunciado, la respuesta es unívoca: la difusión de la acusación en las
redes sociales.
Esta ola de denuncias es coetánea al movimiento “Ni Una Menos”, consigna que
reunió a un conjunto de mujeres que el 3 de junio de 2015 marchó para reclamar al
Estado mayores medidas de prevención para la violencia de género. La masiva
convocatoria impulsada por periodistas y activistas permitió que los temas de
discriminación y violencia de género ingresaran de manera definitiva a la agenda
pública. En su primer manifiesto, los reclamos no estuvieron dirigidos al
funcionamiento de la justicia penal, sino que, por el contrario, apuntaron a la
necesidad de elaborar políticas preventivas.15
en: https://www.pagina12.com.ar/161468-yo-le-dije-que-no-que-no-y-el-siguio
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Fuera de los supuestos en los que ya se realizó una denuncia penal, en otros
supuestos las redes sociales fueron utilizadas como una vía alternativa a la
propuesta por la administración de justicia, es decir, sin haber requerido
previamente la intervención del Estado. Al igual que en otros momentos de la
historia, los recursos de las instituciones estatales fueron desechados con el
argumento de que no es posible obtener protección de quien tolera la violencia.18
En este contexto, por fuera de los carriles institucionales, los escraches pusieron al
descubierto la ausencia de un marco legal y legítimo que dé cobijo y respuesta a las
violencias padecidas por las mujeres.19
17 Mesyngier, Leila y Julieta Greco. “Mirá cómo nos ponemos ¿Cuántas veces nos quedamos
calladas?, Revista Anfibia, Universidad Nacional de San Martín, disponible en:
http://revistaanfibia.com/ensayo/cuantas-veces-nos-quedamos-calladas/
18 Elsa Dorlin da cuenta de cómo el movimiento de las sufragistas inglesas de comienzos del siglo
XIX constituye un ejemplo paradigmático por su negación a recurrir al uso del derecho. Cf. Elsa
Dorlin, Defenderse. Una filosofía de la violencia, Hekht Libros, Buenos Aires, 2018, p. 79. Más allá de
estas estrategias, en el campo del acoso laboral, diferentes estudios han reconocido que las mujeres
prefieren recurrir a otras estrategias antes que buscar apoyo institucional. Las estrategias fueron
clasificadas como defensivas (de evitación de la relación o de intentar invertir los términos de la
relación a través de la profesionalización o el humor) o de enfrentamiento (de confrontación verbal
o física). Al respecto, cf. Raquel Osborne, Apuntes …., p. 154.
19 Más allá de que en nuestro contexto es especialmente relevante la sinergia del movimiento “Ni
Una Menos”, en términos globales, las denuncias de alto impacto en los medios de comunicación
tuvieron su momento estelar con el movimiento “Me Too” en Estados Unidos de Norteamérica. En
ese país, en octubre de 2017, surgió un movimiento contra el acoso sexual que logró modificar la
narrativa en torno a la violencia ejercida en el ámbito del trabajo. Bajo el hashtag "Me Too", la
iniciativa se volvió viral en las redes sociales después de que activistas y celebridades alentaron a
las mujeres a "presentarse" en Twitter y Facebook.
20 Madalena Perez Balbi “Hacer visible/hacer audible: Paralelos entre el escrache de HIJOS
(Argentina) y la PAH (España)”. Revista Nexus Comunicación, 2015. Las leyes que bloquearon la
posibilidad de los juicios fueron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de 1986 y 1987
respectivamente.
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linchamientos (Mario Pecheny; Luca Zaidan y Mirna Lucaccini, “Sexual activism and ‘actually
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algunas de estas estrategias tienen como finalidad, por ejemplo, facilitar que la
víctima rompa el silencio, imponer una condena social al agresor, denunciar la
ineficacia del derecho o incitar una relectura de las definiciones legales relativas a
supuestos de violencia contra las mujeres. Incluso es fácil imaginar que en las
prácticas de los escraches coexisten varios propósitos ya que, en última instancia,
lo que se denuncia es el carácter multidimensional de las violencias.26
Si bien aún no existe una herramienta precisa que permita clasificar estos objetivos,
las prácticas podrían ser tentativamente agrupadas según se piense que los
remedios buscados pertenecen al orden de lo psicológico, lo estratégico, lo político
o lo cultural.27 Mientras en el orden psicológico, el escrache apuntaría a obtener
una reparación personal; en el estratégico sería la consecuencia de un análisis de
ventajas y desventajas en relación con la presentación de una denuncia formal; por
su parte, en el plano de lo político, el escrache tendría como finalidad cuestionar el
orden judicial establecido; y en el orden de lo cultural, el objetivo último sería
modificar los valores arraigados, por ejemplo, en las interpretaciones sociales de la
violencia.28
existing eroticism’: The politics of victimization and ‘lynching’ in Argentina”. International Sociology,
Vol. 34(4), 2019). La comparación, que ya se aplicaba para cuestionar las estrategias de HIJOS, ha
sido criticada porque los segundos remiten a prácticas de violencia extrema que culminan con la
muerte o con graves lesiones físicas (Carlos Vila, “(In)justicia por mano propia: linchamientos en el
México contemporáneo”, en Linchamientos: ¿Barbarie o “justicia popular”? (Carlos Mendoza y
Edelberto Torres Rivas, editores), Flacso, Guatemala, 2013). Por su parte, Dorlin ilustra sobre los
orígenes de los linchamientos y sus motivaciones discriminatorias. La práctica surgió durante el
período de la revolución estadounidense (1765-1783) cuando los legisladores del estado de Virginia
autorizaron a Charles Lynch a erradicar a los ladrones de caballos y a otros “bandidos”. En esta
última categoría pronto quedaron comprendidos los vagabundos, los disidentes blancos y los
esclavos y rebeldes negros. Cf. Elsa Dorlin, Defenderse…, p. 141.
26 Sobre los mecanismos frente a defensas multidimensionales, cf. Elsa Dorlin, Defenderse…. p. 80.
27 En esta clasificación sigo, en parte, a García Villegas, quien sugiere algunas de estas categorías
para explicar los fenómenos de desobediencia civil (Cf. Mauricio García Villegas, “Los
incumplidores de reglas”. Normas de papel. La cultura del incumplimiento de reglas. Bogotá: Siglo del
Hombre Editores y DeJusticia, 2009). Pueden encontrarse otros criterios de categorización en “Seis
indicios de que tu escrache no se trata de tomar responsabilidad por otr*s”, en Críticas sexuales a la
razón punitiva. Insumos para seguir imaginando una vida junt*s, Nicolás Cuello y Lucas Morgan
Disalvo (comps.), Ediciones Precarias, 2018, p. 98.
28 Mauricio García Villegas, “Los incumplidores de reglas”.
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ven desfavorecidos, por la cual el derecho debe proteger su protesta, en tanto pone
en evidencia esa situación de desventaja. En sus palabras: “El derecho a la protesta
aparece así … como el primer derecho: el derecho a exigir la recuperación de los
demás derechos”.29
En estos términos, los escraches muestran una nueva manera de pensar el derecho
en tanto normas y lógicas puestas en funcionamiento por la administración de
justicia que pueden ser desafiadas.30 Si se leen como actos de resistencia, dan
cuenta de que para una porción de la población el vínculo con la administración de
justicia es, cuanto menos, problemático. Parte de los señalamientos sirven para
reconocer los límites de las interpretaciones legales y la multiplicidad de voces que
intervienen en la creación de la ley.31 En este sentido, uno de los aspectos más
notables de estas intervenciones públicas es el modo en que se han desarrollado al
margen de los canales institucionales de manera independiente y espontánea, y
han logrado impactar en las redes sociales, en los medios de comunicación, y
finalmente han llegado a los tribunales.32
Bajo este prisma, los escraches ayudan a reconocer los límites intrínsecos de la
exégesis legal y a valorar la multiplicidad de las voces que intervienen en su
creación. Más allá de cuál haya sido su propósito original, estas expresiones
contribuyen a divisar aquello que ha sido suprimido o ignorado, tanto en los
procesos legislativos como en los análisis jurisprudenciales. En última instancia,
dan nuevas herramientas para pensar las leyes y su relación con la administración
de justicia penal.
Los escraches pueden tener diferentes resultados en función de quiénes hayan sido
sus protagonistas y cuáles sus objetivos. Si bien su eficacia dependerá de cuáles
fueron las expectativas originales al ponerlo en funcionamiento, una variable de
medición posible es tener en cuenta sus consecuencias personales y políticas.
29 Roberto Gargarella, El derecho a la protesta: el primer derecho, Ad-hoc, Buenos Aires, 2005, p. 19.
30 McCann, Michael y Tracey March. “El derecho y las formas cotidianas de resistencia: una
evaluación sociopolítica”. Sociología jurídica. Teoría y sociología del derecho en Estados Unidos (García
Villegas, comp). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2005.
31 Robert Cover, Derecho, narración y violencia… p. 154.
32 En términos similares, cf. Brenda Cossman, “#MeToo, Sex Wars 2.0 and the Power of Law”, en
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(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.
33 Sofía Pozzoli y Camila Vicintin, “Las querellas por calumnias e injurias a propósito de los
escraches”. Investigación inédita presentada en el Decyt Doctrina Penal Feminista. Buenos Aires:
Facultad de Derecho UBA, 2009.
34 Dorlin explica esta formulación a partir del ejemplo de los linchamientos a negros en el sur de los
Estados Unidos. La violencia de las milicias racistas era legal pero ilegítima, mientras que la de los
negros resultaba ilegal, pero legitima. Elsa Dorlin, Defenderse…, p. 166.
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35 A estos cuestionamientos se suman otros, vinculados con la ausencia de las garantías del debido
proceso y también con la fuerza que la sanción pública tiene por sobre cualquier otra respuesta del
sistema penal. De hecho, en conversaciones informales, los casos que se recuerdan son aquellos que
derivaron en el suicidio de un joven falsamente acusado de violación, u otros en los que los
escrachados perdieron sus empleos, o fueron echados de las bandas que integraban.
36 Julieta Massacese, “Bajarse del pony: separatismo, arrogancia y construcción del enemigo”, en
Críticas sexuales…, p. 114. Catalina Trebisacce, “Habitar el desacuerdo. Notas para una apología de
la precariedad política”, en Críticas sexuales…., p. 135.
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37 En los estudios de violencia intrafamiliar se destaca el texto de Reva B. Siegel, “The Rule of Love:
Wife Beating as Prerogative and Privacy”, en Yale Law Journal 105, 2117, 1996. Cf. Julieta Di Corleto
y María Piqué, “Pautas para la recolección y valoración de la prueba con perspectiva de género”, en
Género y derecho penal: homenaje al Prof. Wolfgang Schöne, (comp. Prof. Hurtado Pozo), Lima, 2017.
38 Mark Tushnet, “Ensayo sobre los derechos”, en Sociología jurídica. Teoría y sociología del derecho en
Estados Unidos (García Villegas, editor), Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2001, p. 113.
39 Mark Tushnet, “Ensayo sobre los derechos”, p. 113.
40 Robert Gordon, “Algunas teorías críticas del derecho y sus críticos”, en Sociología jurídica. Teoría y
sociología del derecho en Estados Unidos (García Villegas, editor), Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá, 2001, p. 206.
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VI. Conclusiones
41 Si bien es cierto que no se trata de una problemática superada, no es menos acertado que las
modalidades de relaciones y definiciones ofrecidas por la administración de justicia han
experimentado algunos cambios. De hecho, fueron algunas decisiones judiciales las que incidieron
en la incorporación de algunas figuras delictivas o denominaciones específicas. Para citar solo un
par, ver por ejemplo, TOC 9, “Weber”, 23 de agosto de 2012, sentencia en la que por primera vez se
apeló al femicidio; o TOC 4, “Marino”, 18 de junio de 2018, sentencia en la que por primera vez se
utilizó el concepto de travesticidio.
42 Robert Gordon, “Algunas teorías críticas del derecho y sus críticos”, p. 206.
43 Robert Gordon, “Algunas teorías críticas del derecho y sus críticos”, p. 209.
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En esta empresa, más que como una desventaja, la conciencia sobre las limitaciones
del derecho como herramienta para el cambio social debería operar como una guía
para graduar el nivel de intervención del derecho en función de sus capacidades
restringidas. Por esta razón, esta reflexión colectiva sobre el rol del derecho debería
ser el primer paso para abrir otro diálogo más urgente sobre la necesidad de
implementar mayores medidas preventivas en lugar de pretender que cualquier
situación conflictiva tenga su resolución en la administración de justicia penal.
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