Está en la página 1de 16

Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial.

Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

Respuestas a la violencia de género.


Los escraches como mecanismos alternativos a la justicia penal

Julieta Di Corleto

I. Introducción

El tratamiento penal de las violencias contra las mujeres ha sido objeto de


numerosos cuestionamientos. Diversas investigaciones han identificado las
dificultades que atraviesan las mujeres que recurren a la administración de justicia
penal para encontrar una respuesta a las agresiones sufridas tanto en el ámbito
público como en el privado. Estos estudios surgieron, en parte, de la necesidad de
responder al interrogante de por qué las mujeres no denuncian las violencias que
padecen.

Como ha enseñado Encarna Bodelon, esta pregunta encierra tres problemas


metodológicos. En primer término, parece indicar que si la violencia aún no se ha
erradicado es porque las mujeres no la denuncian, lo que significa
responsabilizarlas de las agresiones que sufren; en segundo lugar, sugiere que la
única forma de erradicar la violencia es por medio de la administración de justicia
penal, subestimando; por un lado, el impacto que podría tener un sistema
adecuado de políticas públicas preventivas; y por el otro lado, otras estrategias que
utilizan las mujeres para evitar la violencia. Finalmente, por la manera en la que
está formulada, la pregunta deja afuera lo que sucede cuando las víctimas
resuelven concurrir a la justicia.1

Sin pretender abarcar la totalidad de estas problemáticas, a partir del análisis del
fenómeno de los “escraches” por situaciones de violencia de género, el presente
trabajo pretende iluminar algunas de las posibles respuestas a estas preguntas y
abrir nuevos interrogantes vinculados con el rol del derecho en la erradicación de
la violencia de género. El argumento central es que los escraches, como
dispositivos informales para acusar a una persona de una agresión sexista, han
alertado sobre la ineficacia de las respuestas estatales. No obstante, por sus

1 Encarna Bodelón, “Introducción”, en Violencia de género y las respuestas de los sistemas penales
(Encarna Bodelon, comp.), Ediciones Didot, Buenos Aires, 2012, p. 19 y ss.

1
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

limitaciones individuales y políticas, han contribuido a reproducir las lógicas del


sistema penal que pretendían evitar. De todas maneras, como prácticas sociales
que intervienen en la construcción dinámica del derecho, constituyen una
oportunidad para abrir el debate en torno al rol del derecho penal en la definición
de las violencias y de las respuestas que se esperan.

Para comenzar, en la sección II, con una mirada centrada en el sistema de justicia
penal, primero se repara en la complejidad que encierra la construcción legal de la
violencia y luego, en clave socio-jurídica, se ilustran algunas dificultades
experimentadas por las mujeres que recurren a la justicia penal. Seguidamente, en
la sección III, se describen los escraches como la alternativa utilizada para
denunciar situaciones de abuso sin padecer la revictimización que dispensa el
proceso penal. Con la lente puesta en los resultados de los escraches, en el
apartado IV se presentan las limitaciones que tiene la herramienta atendiendo a las
consecuencias personales y políticas. Finalmente, en la sección VI, se integran las
nociones desarrolladas en las secciones previas para evidenciar la dimensión
dinámica del derecho y su rol en la erradicación de la violencia contra las mujeres.

II. La reproducción de la violencia en el sistema penal2

La afirmación de que el derecho en general, y el proceso penal en particular,


reproduce la violencia no es nueva. En especial cuando de lo que se trata es de dar
cuenta del tratamiento recibido por las mujeres, las definiciones legales obturan la
consideración de sus experiencias y las reglas del procedimiento operan para
multiplicar los agravios denunciados.3

II. A. Controversias en torno a la definición de las violencias

A pesar de las sucesivas reformas legales que tuvieron como objetivo reconocer los
derechos de las mujeres y establecer medidas de protección, los debates en torno a
la definición legal de las violencias aún no están cerrados.4 Esto se observa
especialmente en la distancia que existe entre ciertas interpretaciones judiciales y
las experiencias de las mujeres frente a las agresiones que sufren.

2 Las ideas que se exponen en este apartado fueron esbozadas en el texto “Controversias sobre los
escraches”, en Suplemento Especial de la Revista “Cuestiones criminales”, de la Universidad
Nacional de Quilmes, N° 2, septiembre 2019.
3 María Luisa Piqué, “Revictimización, acceso a la justicia y violencia institucional”. Género y justicia

penal (Di Corleto, comp.), Ediciones Didot, Buenos Aires, 2017.


4 Julieta Di Corleto, “La construcción legal de la violencia”, en Justicia, género y violencia (Di Corleto,

comp.), Editorial Libraria, Buenos Aires, 2010.

2
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

Un ejemplo de esta dificultad es lo sucedido a lo largo de los años en torno a la


enunciación y entendimiento de la violencia sexual. Previo al año 1998, la doctrina
penal era unánime en el sentido de que, de acuerdo con la tipificación del Código
Penal de 1921, el sexo oral forzado solo podía ser calificado como un abuso sexual
simple, por lo que le correspondía una sanción máxima de 4 años de prisión. El
Código de Rodolfo Moreno establecía que la violación era el “acceso carnal con
personas de uno u otro sexo en los casos siguientes: 1) Cuando la víctima fuere
menor de doce años; 2) Cuando la persona ofendida se hallare privada de razón o
de sentido o cuando por enfermedad o cualquier otra causa, no pudiere resistir; 3)
Cuando usare de fuerza o intimidación”. Las razones por las cuales el sexo oral sin
consentimiento no era una violación apenas se debatían.

En 1998, la modificación introducida al Código Penal por medio de la ley 25.087


expresamente pretendió modificar esa forma de percibir el sexo oral forzado y por
eso incluyó como un abuso sexual agravado el acceso carnal por “cualquier vía”.5
A pesar de que el objetivo era catalogar al sexo oral sin consentimiento como una
violencia sexual grave, muchos jueces siguieron negando las experiencias de las
mujeres e interpretaron que acceso carnal es la introducción del
órgano masculino en vía vaginal o anal.

En efecto, bajo el ropaje de una máxima de la experiencia, algunos jueces


argumentaron que: “[E]n las fórmulas más sencillas y directas de la ley reformada,
siempre se entendió que el acceso carnal o violación era equivalente a la cópula, el
coito, el concúbito, conjunción o unión sexual. Nunca se ha entendido […] que el
sexo oral o fellatio constituya [acceso carnal]”.6 Otros magistrados consideraron
que, para establecer si el sexo oral obtenido mediante violencia constituía o no
“abuso sexual con acceso carnal”, era definitorio resolver si la boca era o no un

5 El artículo 119, Código Penal establecía: “Será reprimido con reclusión o prisión de seis meses a
cuatro años el que abusare sexualmente de persona de uno u otro sexo cuando, ésta fuera menor de
trece años o cuando mediare violencia, amenaza, abuso coactivo o intimidatorio de una relación de
dependencia, de autoridad, o de poder, o aprovechándose de que la víctima por cualquier causa no
haya podido consentir libremente la acción. La pena será de cuatro a diez años de reclusión o
prisión cuando el abuso por su duración o circunstancias de su realización, hubiere configurado un
sometimiento sexual gravemente ultrajante para la víctima. La pena será de seis a quince años de
reclusión o prisión cuando mediando las circunstancias del primer párrafo hubiere acceso carnal
por cualquier vía”. Sobre este debate, cf. Marcela Rodríguez, “Algunas consideraciones sobre los
delitos contra la integridad sexual de las personas”, en Las trampas del poder punitivo. El Género en el
derecho penal, Biblos, Buenos Aires, 2000; Alberto Bovino, “Delitos sexuales y justicia penal” en Las
trampas del poder punitivo. El Género en el derecho penal, Biblos, Buenos Aires, 2000; Adrián Martín,
“Poder punitivo, discurso de género y Ley 25.087 en su interpretación judicial”, en Derecho Penal On
line, 2006.
6 Conf. Tribunal Oral en lo Criminal N° 1, Necochea, “Cabrera Abel E.”, rta. 23/12/2002. En similar

sentido, conf. Cám. Nac. Cas. Penal, Sala IV, “Chavez Víctor”, rta. 24/12/2003.

3
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

vaso receptor apto para la realización del coito.7 Estudiada en su contexto, esta
hermenéutica judicial daba cuenta de que, en la definición legal, pero también en el
entendimiento social de los delitos contra la integridad sexual, las vivencias de las
mujeres no tenían relevancia.

El debate en torno al sentido del sexo oral forzado parece haber llegado a su punto
conclusivo en 2017, con la sanción de la ley N° 27.352, en la que finalmente se
determinó que a esta práctica le corresponde la misma intensidad de pena que a la
violación. Para ello el legislador precisó que, bajo las circunstancias descriptas en el
artículo 119 del Código Penal, el acceso carnal de la víctima “por vía anal, vaginal
u oral” es un abuso sexual agravado. La literalidad de esta nueva norma, podría
argumentarse, hace honor al principio de legalidad, en tanto exige que los delitos
estén descriptos de manera precisa. De otro lado, la interpretación que minimiza el
daño ínsito en el sexo oral forzado poco respeta el principio de lesividad y
proporcionalidad, ambos incluidos como mandatos de tipificación e interpretación
legal.

El caso del sexo oral forzado es solo una muestra de las dificultades en torno a la
definición de la violencia contra las mujeres en el campo del derecho penal. Fuera
de este ámbito, la ley N° 26.485, sancionada en 2009, es otro ejemplo de cómo se ha
buscado, también por medio de sucesivas reformas, un encuadre legal específico a
las diferentes modalidades de agresiones basadas en el género. Dentro del amplio
espectro de violencias, algunas pueden ser más explícitas y otras más sutiles. En la
actualidad, la medida del daño que ocasiona cada una de ellas, y la respuesta que
les corresponde en función del perjuicio causado, es una de las tantas cuestiones
que se encuentra en discusión. Preguntas sobre qué tipos de comentarios son
bienvenidos en la vía pública, cuándo la reiteración de una invitación se convierte
en coacción, o bajo qué condiciones es válido el consentimiento en el marco de una
relación sexo afectiva son algunas de las temáticas que están en debate y que, por
tanto, impactan sobre las antiguas definiciones de la violencia contra las mujeres.8

Los imaginarios y representaciones sociales sobre qué se considera violencia de


género permean en las políticas judiciales. Determinar cuál de todas esas violencias

7Al respecto, conf. Trib. Sup. Entre Ríos, “Mendoza Juan R.”, rta. 4/06/2003.
8A partir de las denuncias de agresiones sexuales por parte de adolescentes, algunas publicaciones
advierten sobre la necesidad de revisar el concepto de “consentimiento” para que éste sea
afirmativo, definición que podría tener un impacto en la forma en la que se interpretan los delitos
contra la integridad sexual. Cf. Eleonor Faur, “Del escrache a la pedagogía del deseo”, en Revista
Anfibia, Universidad de San Martín, disponible en: http://revistaanfibia.com/cronica/del-
escrache-la-pedagogia-del-deseo/ Para una crítica sobre la pretensión de construir la idea de un
consentimiento afirmativo, entre otros, cf. Janet Halley, “The Move to Affirmative Consent”, 42
Signs, 2016.

4
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

justificarán una intervención del derecho penal es parte de lo que se debe discutir.
Muy probablemente, varones y mujeres tendrán diferentes ideas de aquello que
constituye una violencia. Los matices o contrastes en estas miradas pueden ser
graduales o mutuamente excluyentes; pero lo fundamental es que en el derecho en
general, y en el derecho penal en particular, hay lugar para dirimir las tensiones y
definir qué respuesta legal otorgar a cada situación.

En síntesis, la construcción de marcos regulatorios sensibles al entendimiento


social de las violencias y ajustados a la proporcionalidad de las respuestas posibles
exige un esfuerzo de interacción. El derecho es un fenómeno cultural y social por
lo que la definición de la ley no puede ser entendida como una actividad de
dominio exclusivo del Estado.9 Por el contrario, es en el diálogo entre diferentes
actores donde mejor se podrán revisar los sentidos y las intensidades de las
violencias, así como también el tipo de respuesta que merecen.

II. B. Las reglas del procedimiento ajenas a los derechos de las víctimas

Las reglas que rigen el proceso penal tampoco están exentas de lesionar los
derechos de las mujeres. En efecto, sus prácticas no solo conllevan experiencias
traumáticas, sino que sus resultados comprometen los derechos constitucionales
más fundamentales.10 Con independencia de las reformas legales susceptibles de
ser promovidas,11 muchos de estos padecimientos tienen relación con el accionar
de los operadores judiciales que, al no advertir las implicancias del principio de
igualdad y no discriminación, poco hacen para evitar los efectos perjudiciales del
proceso penal sobre las denunciantes.

Por acción o por omisión, estas costumbres revictimizantes tienen, entre otros
efectos, la capacidad de disuadir a las mujeres de formalizar las denuncias ante la
justicia. Entre las conductas más perjudiciales se encuentra, además de las
controversias en torno a la calificación legal que le cabrá al hecho denunciado, la
exclusión total o parcial de las víctimas del proceso; las intromisiones o
indagaciones innecesarias sobre su vida privada; las repetidas citaciones a prestar
declaración sobre los mismos hechos; y la excesiva duración del proceso. Estas
modalidades de intervención, junto con los mitos y creencias profundamente

9 Robert Cover, Derecho, narración y violencia. Poder constructivo y poder destructivo en la interpretación
judicial, Gedisa, Barcelona, 2002, p. 87.
10 María Luisa Piqué, “Revictimización….”.
11 Ileana Arduino y Luciana Sánchez, “Proceso penal acusatorio y derechos humanos de las

mujeres”. Una agenda para la equidad de género en el sistema de justicia (Marcela V. Rodríguez y Raquel
Asensio, comps.), Editores Del Puerto, Buenos Aires, 2009.

5
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

arraigados en la sociedad, no son más que nuevas formas de violencia institucional


que las expulsa y obliga a buscar otras formas de reparación.12

Las observaciones vinculadas con el trato dispensado por la justicia durante los
procedimientos se complementan con los cuestionamientos a sus resultados. En
efecto, las estadísticas recolectadas indican que la manera en que los tribunales
penales procesan los casos de violencia de género presentan serios déficits. En este
orden, sobre la base del análisis de 158 casos procesados entre 2015 y 2017, la
Dirección General de Políticas de Género del Ministerio Público Fiscal, determinó
que el 72% de esas denuncias por violencia fue sobreseída o archivada, en el 14%
de los casos se concedió la suspensión del juicio a prueba, y solo en el 4% se
alcanzó una sentencia condenatoria. El dato más gravitante es que, en el 33% de los
casos había existido una denuncia previa que no había tenido resultado alguno, lo
que da cuenta, a su vez de los déficits en la prevención de la violencia incluso
cuando el Estado está en conocimiento del hecho en concreto.13

Otros organismos del Estado han iluminado las falencias en la adopción de


medidas de protección. Así, por ejemplo, un informe de la Comisión sobre
Temáticas de Género de la Defensoría General de la Nación determinó que, en
2018, de 1017 casos patrocinados, cerca del 90% correspondían a casos de violencia
intrafamiliar. Se trataban de situaciones de violencia que solo fueron denunciadas
después de diez años de padecimientos (22,42 % de los casos), y después de 1 a 5
años de violencia (41% de los casos). Otro dato alarmante es que en el 34 % de los
casos se habían presentado denuncias previas y en el 89,3 % se verificaron
incumplimientos de las medidas de protección.14

En síntesis, estos datos permiten argumentar que existen suficientes motivos para
renegar del derecho vigente, buenas razones para cuestionar a la administración de
justicia, y aún mejores argumentos para objetar las prácticas de algunos operadores
judiciales y buscar medidas alternativas para obtener mejores respuestas de la
justicia.

III. Los escraches como alternativa al proceso penal

12 María Luisa Piqué, “Revictimización….”. Para un detalle de los mitos que apoyan la violencia

contra las mujeres en función de su modalidad, cf. Raquel Osborne, Apuntes sobre violencia de género,
Ediciones Bellaterra, Barcelona, 2009, p. 75.
13 Dirección General de Políticas de Género. La violencia contra las mujeres en la justicia penal. MPF,

Buenos Aires, 2018. Disponible en: https://www.mpf.gob.ar/direccion-general-de-politicas-de-


genero/files/2018/11/Violencia-contra-las-mujeres-en-la-justicia-penal.pdf
14 Comisión sobre Temáticas de Género. Informe sobre Servicio de Patrocinio Jurídico Gratuito. DGN.

Buenos Aires: DGN, 2018. Disponible en:


https://www.mpd.gov.ar/pdf/publicaciones/biblioteca/IA%20Genero%202018%20Final.pdf

6
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

En el mes de noviembre de 2016 se registró la primera entrada al Blog “Ya no nos


callamos más”, una de las tantas plataformas que dio amplia difusión a hechos de
violencia de género padecidos por mujeres adolescentes o adultas. Además de este
espacio, otras redes sociales como Facebook, Instagram o Twitter funcionaron
como canales alternativos a la administración de justicia penal. Con nombres como
“Cuentalo”, “Yo también” o “No es No”, estas redes difundieron una gran
cantidad de testimonios de mujeres que describieron, con más o menos detalles,
sus experiencias como víctimas de abusos.

Los hechos relatados son muy diversos, por lo que serían necesarios mayores
estudios que releven las características de cada una de estas denuncias. Por el
momento, basta con señalar que, en términos legales, algunos de los hechos se
corresponden con violaciones, otros con abusos sexuales simples y otros con
hostigamientos; algunos supuestos comprenden situaciones ocurridas hace
muchos años, y otras son experiencias vividas en forma reciente; en determinadas
descripciones están involucrados familiares y en otras personas que eran extrañas
para la víctima. Con independencia de la magnitud o intensidad de la violencia o
el maltrato denunciado, la respuesta es unívoca: la difusión de la acusación en las
redes sociales.

Esta ola de denuncias es coetánea al movimiento “Ni Una Menos”, consigna que
reunió a un conjunto de mujeres que el 3 de junio de 2015 marchó para reclamar al
Estado mayores medidas de prevención para la violencia de género. La masiva
convocatoria impulsada por periodistas y activistas permitió que los temas de
discriminación y violencia de género ingresaran de manera definitiva a la agenda
pública. En su primer manifiesto, los reclamos no estuvieron dirigidos al
funcionamiento de la justicia penal, sino que, por el contrario, apuntaron a la
necesidad de elaborar políticas preventivas.15

Bajo la denominación de “denuncias públicas” algunos colectivos han hecho


referencia a la divulgación en medios masivos de comunicación de las denuncias
penales ya formalizadas. Este es el caso, por ejemplo, del Colectivo Actrices
Argentinas el cual, el 11 de diciembre de 2018, acompañó a Thelma Fardin a
difundir la existencia de una denuncia realizada contra Juan Darthes por el delito
de violación.16 A partir de este acontecimiento, con la consigna de “Mirá como nos

15 Ni Una Menos, Manifiesto # 1, del 3 de junio de 2015. Disponible en:


https://niunamenos.org.ar/manifiestos/3-de-junio-2015/
16 Peker, Luciana. "Yo le dije que no, que no y él siguió". Buenos Aires, Página 12, 2018. Disponible

en: https://www.pagina12.com.ar/161468-yo-le-dije-que-no-que-no-y-el-siguio

7
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

ponemos”, las redes sociales funcionaron como caja de resonancia de miles de


testimonios de mujeres que denunciaron haber sido violentadas.17

Fuera de los supuestos en los que ya se realizó una denuncia penal, en otros
supuestos las redes sociales fueron utilizadas como una vía alternativa a la
propuesta por la administración de justicia, es decir, sin haber requerido
previamente la intervención del Estado. Al igual que en otros momentos de la
historia, los recursos de las instituciones estatales fueron desechados con el
argumento de que no es posible obtener protección de quien tolera la violencia.18
En este contexto, por fuera de los carriles institucionales, los escraches pusieron al
descubierto la ausencia de un marco legal y legítimo que dé cobijo y respuesta a las
violencias padecidas por las mujeres.19

El origen de los escraches puede rastrearse en la época post-dictatorial. En ese


momento, los escraches fueron una práctica política comunitaria, impulsada por la
organización Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el
Silencio (HIJOS). El objetivo de los escraches era denunciar e identificar
públicamente a los responsables de crímenes de la dictadura que habían quedado
exentos de castigo por las leyes de impunidad. Por medio del escrache se buscaba
condenar socialmente aquello que la justicia estaba impedida de investigar.20

A fines de 1990, los primeros escraches consistieron en movilizaciones ruidosas,


casi festivas, que consistían en realizar un recorrido desde un punto de encuentro

17 Mesyngier, Leila y Julieta Greco. “Mirá cómo nos ponemos ¿Cuántas veces nos quedamos
calladas?, Revista Anfibia, Universidad Nacional de San Martín, disponible en:
http://revistaanfibia.com/ensayo/cuantas-veces-nos-quedamos-calladas/
18 Elsa Dorlin da cuenta de cómo el movimiento de las sufragistas inglesas de comienzos del siglo

XIX constituye un ejemplo paradigmático por su negación a recurrir al uso del derecho. Cf. Elsa
Dorlin, Defenderse. Una filosofía de la violencia, Hekht Libros, Buenos Aires, 2018, p. 79. Más allá de
estas estrategias, en el campo del acoso laboral, diferentes estudios han reconocido que las mujeres
prefieren recurrir a otras estrategias antes que buscar apoyo institucional. Las estrategias fueron
clasificadas como defensivas (de evitación de la relación o de intentar invertir los términos de la
relación a través de la profesionalización o el humor) o de enfrentamiento (de confrontación verbal
o física). Al respecto, cf. Raquel Osborne, Apuntes …., p. 154.
19 Más allá de que en nuestro contexto es especialmente relevante la sinergia del movimiento “Ni

Una Menos”, en términos globales, las denuncias de alto impacto en los medios de comunicación
tuvieron su momento estelar con el movimiento “Me Too” en Estados Unidos de Norteamérica. En
ese país, en octubre de 2017, surgió un movimiento contra el acoso sexual que logró modificar la
narrativa en torno a la violencia ejercida en el ámbito del trabajo. Bajo el hashtag "Me Too", la
iniciativa se volvió viral en las redes sociales después de que activistas y celebridades alentaron a
las mujeres a "presentarse" en Twitter y Facebook.
20 Madalena Perez Balbi “Hacer visible/hacer audible: Paralelos entre el escrache de HIJOS

(Argentina) y la PAH (España)”. Revista Nexus Comunicación, 2015. Las leyes que bloquearon la
posibilidad de los juicios fueron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de 1986 y 1987
respectivamente.

8
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

determinado hasta el domicilio o lugar de trabajo del represor. La persona


escrachada era estratégicamente elegida por la Comisión Escrache de HIJOS, en
función del cargo que había ostentado o del perfil mediático adquirido como
representante del terrorismo de Estado. Más adelante en el tiempo, los escraches
dejaron de ser resueltos exclusivamente en el seno de HIJOS, y pasaron a ser
decididos en el marco de una organización colectiva más amplia, lo cual incluyó a
otras organizaciones sociales.21

En su versión actual, los escraches, en tanto estrategias de difusión de situaciones


de violencia de género, constituyen una reversión de aquellas prácticas colectivas,
pero sin los rasgos de una intervención organizada. En general, las personas que
inician la publicación lo hacen de manera individual y espontánea y cuando su
posteo es comentado o compartido, recién ahí adquiere las características de una
manifestación colectiva. Dando muestras de una mayor sistematización, algunos
sitios difunden guías con recomendaciones para realizar los escraches. Por
ejemplo, en ciertos blogs se aconseja denunciar al agresor con nombre y apellido,
identificarlo con una foto, proteger a la víctima con el anonimato y realizar solo
una descripción general de los hechos, todo lo cual da cuenta de cómo estas
estrategias se han convertido en un desafío central en la movilización feminista.22

Como confirmación de que se trata de un tema candente para el movimiento


feminista, en el 34° Encuentro Nacional de Mujeres, la Comisión Organizadora
habilitó un conversatorio sobre “Escraches, formas de visibilizar la violencia
machista”. 23 A pesar de que no revestía la calidad de “taller” este espacio se vio
desbordado por la asistencia de más de 200 personas y tuvo que desdoblarse en
dos aulas. Allí se debatieron las diferentes posiciones, siempre bajo el
reconocimiento de que el escrache es una “herramienta política e histórica de los
feminismos y transfeminismos de autodefensa y autocuidado”. 24

En cuanto a sus objetivos, en razón de la multiplicidad de actores y de matices que


impulsan los escraches, es dable reconocer una pluralidad de sentidos, incluso
algunos de signos opuestos.25 Así, dentro de la diversidad de propósitos posibles,

21 Santiago Cueto Rua, “Demandas de justicia y escrache en HIJOS La Plata”. Trabajos y


Comunicaciones, 36, 2010; Magdalena Perez Balbi “Hacer visible/hacer audible…”.
22 Luján, Ariell Carolina. “Callarnos nunca más”. Matria. Disponible en:
https://quevivalamatria.com/2018/07/23/callarnos-munca-mas/
23 Sonia Tessa, “Romper el silencio y después”, Suplemento Las 12, Página 12, 18 de octubre de 2019.

Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/225619-romper-el-silencio-y-despues


24 Ariell Carolina Lujan, “No nos callamos más: El taller de escrache es un hecho”, Marcha,

Disponible en: https://www.marcha.org.ar/no-nos-callamos-mas-el-taller-de-escrache-es-un-


hecho/
25 La variedad de estas prácticas ha llevado a que algunos autores comparen a los escraches con los

linchamientos (Mario Pecheny; Luca Zaidan y Mirna Lucaccini, “Sexual activism and ‘actually

9
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

algunas de estas estrategias tienen como finalidad, por ejemplo, facilitar que la
víctima rompa el silencio, imponer una condena social al agresor, denunciar la
ineficacia del derecho o incitar una relectura de las definiciones legales relativas a
supuestos de violencia contra las mujeres. Incluso es fácil imaginar que en las
prácticas de los escraches coexisten varios propósitos ya que, en última instancia,
lo que se denuncia es el carácter multidimensional de las violencias.26

Si bien aún no existe una herramienta precisa que permita clasificar estos objetivos,
las prácticas podrían ser tentativamente agrupadas según se piense que los
remedios buscados pertenecen al orden de lo psicológico, lo estratégico, lo político
o lo cultural.27 Mientras en el orden psicológico, el escrache apuntaría a obtener
una reparación personal; en el estratégico sería la consecuencia de un análisis de
ventajas y desventajas en relación con la presentación de una denuncia formal; por
su parte, en el plano de lo político, el escrache tendría como finalidad cuestionar el
orden judicial establecido; y en el orden de lo cultural, el objetivo último sería
modificar los valores arraigados, por ejemplo, en las interpretaciones sociales de la
violencia.28

Sin pretender ofrecer una mirada necesariamente indulgente de los escraches, es


importante identificar la racionalidad de este tipo de acciones. Más allá de los
comentarios que los cuestionan, lo que está en juego es el maltrato que el derecho
dispensa a las mujeres. Sobre esta cuestión en particular, Roberto Gargarella ha
señalado que cuando el derecho incumple su obligación de tratar a todos de
manera equitativa, se cae en una situación de “alienación legal” de aquellos que se

existing eroticism’: The politics of victimization and ‘lynching’ in Argentina”. International Sociology,
Vol. 34(4), 2019). La comparación, que ya se aplicaba para cuestionar las estrategias de HIJOS, ha
sido criticada porque los segundos remiten a prácticas de violencia extrema que culminan con la
muerte o con graves lesiones físicas (Carlos Vila, “(In)justicia por mano propia: linchamientos en el
México contemporáneo”, en Linchamientos: ¿Barbarie o “justicia popular”? (Carlos Mendoza y
Edelberto Torres Rivas, editores), Flacso, Guatemala, 2013). Por su parte, Dorlin ilustra sobre los
orígenes de los linchamientos y sus motivaciones discriminatorias. La práctica surgió durante el
período de la revolución estadounidense (1765-1783) cuando los legisladores del estado de Virginia
autorizaron a Charles Lynch a erradicar a los ladrones de caballos y a otros “bandidos”. En esta
última categoría pronto quedaron comprendidos los vagabundos, los disidentes blancos y los
esclavos y rebeldes negros. Cf. Elsa Dorlin, Defenderse…, p. 141.
26 Sobre los mecanismos frente a defensas multidimensionales, cf. Elsa Dorlin, Defenderse…. p. 80.
27 En esta clasificación sigo, en parte, a García Villegas, quien sugiere algunas de estas categorías

para explicar los fenómenos de desobediencia civil (Cf. Mauricio García Villegas, “Los
incumplidores de reglas”. Normas de papel. La cultura del incumplimiento de reglas. Bogotá: Siglo del
Hombre Editores y DeJusticia, 2009). Pueden encontrarse otros criterios de categorización en “Seis
indicios de que tu escrache no se trata de tomar responsabilidad por otr*s”, en Críticas sexuales a la
razón punitiva. Insumos para seguir imaginando una vida junt*s, Nicolás Cuello y Lucas Morgan
Disalvo (comps.), Ediciones Precarias, 2018, p. 98.
28 Mauricio García Villegas, “Los incumplidores de reglas”.

10
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

ven desfavorecidos, por la cual el derecho debe proteger su protesta, en tanto pone
en evidencia esa situación de desventaja. En sus palabras: “El derecho a la protesta
aparece así … como el primer derecho: el derecho a exigir la recuperación de los
demás derechos”.29

En estos términos, los escraches muestran una nueva manera de pensar el derecho
en tanto normas y lógicas puestas en funcionamiento por la administración de
justicia que pueden ser desafiadas.30 Si se leen como actos de resistencia, dan
cuenta de que para una porción de la población el vínculo con la administración de
justicia es, cuanto menos, problemático. Parte de los señalamientos sirven para
reconocer los límites de las interpretaciones legales y la multiplicidad de voces que
intervienen en la creación de la ley.31 En este sentido, uno de los aspectos más
notables de estas intervenciones públicas es el modo en que se han desarrollado al
margen de los canales institucionales de manera independiente y espontánea, y
han logrado impactar en las redes sociales, en los medios de comunicación, y
finalmente han llegado a los tribunales.32

Bajo este prisma, los escraches ayudan a reconocer los límites intrínsecos de la
exégesis legal y a valorar la multiplicidad de las voces que intervienen en su
creación. Más allá de cuál haya sido su propósito original, estas expresiones
contribuyen a divisar aquello que ha sido suprimido o ignorado, tanto en los
procesos legislativos como en los análisis jurisprudenciales. En última instancia,
dan nuevas herramientas para pensar las leyes y su relación con la administración
de justicia penal.

IV. La violencia cíclica del sistema penal

Los escraches pueden tener diferentes resultados en función de quiénes hayan sido
sus protagonistas y cuáles sus objetivos. Si bien su eficacia dependerá de cuáles
fueron las expectativas originales al ponerlo en funcionamiento, una variable de
medición posible es tener en cuenta sus consecuencias personales y políticas.

Una de las primeras reacciones al fenómeno de los escraches ha sido la aparición


de un mayor número de querellas por calumnias e injurias en contra de quienes
“escrachan”. Si bien no se ha podido establecer el número exacto de causas penales

29 Roberto Gargarella, El derecho a la protesta: el primer derecho, Ad-hoc, Buenos Aires, 2005, p. 19.
30 McCann, Michael y Tracey March. “El derecho y las formas cotidianas de resistencia: una
evaluación sociopolítica”. Sociología jurídica. Teoría y sociología del derecho en Estados Unidos (García
Villegas, comp). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2005.
31 Robert Cover, Derecho, narración y violencia… p. 154.
32 En términos similares, cf. Brenda Cossman, “#MeToo, Sex Wars 2.0 and the Power of Law”, en

Asian Yearbook of Human Rights and Humanitarian Law .

11
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

iniciadas contra mujeres, es sabido que se ha generado un importante caudal de


litigios en torno a esta cuestión. Como si se tratara de un fenómeno cíclico, algunos
escraches utilizados para evitar la justicia penal fueron convertidos en denuncias
por calumnias e injurias por lo que, paradójicamente, aquello que se denunció por
medio de una red social, fue introducido al sistema penal con el formato de
denuncia por la afectación al honor.

Investigaciones preliminares sobre los resultados de los procesos por calumnias e


injurias iniciados contra las mujeres que recurrieron a los escraches sugieren que,
en general, los tribunales han descartado soluciones condenatorias. Con
argumentos que oscilan entre la reivindicación de la libertad de expresión o la
relevancia pública de la violencia de género, las primeras respuestas de la justicia
parecen validar, o al menos, no condenar los escraches realizados por las mujeres.
En estos casos, en los que los denunciantes sí parecen confiar en la administración
de justicia, las sentencias judiciales de los juzgados penales no parecen estar del
lado de los agresores.33

Si bien es cierto que, prescindiendo de las soluciones condenatorias, estas primeras


decisiones judiciales han advertido que las agresiones sexistas se dan en un
contexto político, económico y social determinado, no es menos acertado que no
han reivindicado el escrache como una estrategia legítima para la protección de los
derechos de las mujeres. En consecuencia, parecería que los binomios
“ilegal/legítimo” y “legal/ilegítimo” ofrecen una matriz para analizar las
violencias que se denuncian –aunque no todas tengan un reconocimiento legal-; y
también para circunscribir las prácticas de los escraches como alternativa al recurso
de la justicia formal.34

De todos modos, en el terreno inestable del derecho, frente a la posibilidad de ser


objeto de una denuncia por calumnias o injurias, la elección del escrache como
mecanismo para sortear el contacto con las instituciones judiciales puede
convertirse en una estrategia riesgosa. Esto es así en la medida en que, si para el
denunciante el escrache opera como una ofensa, este habilita la presentación de
una querella. En este sentido, y sin perjuicio de cuál haya sido por el momento la
respuesta de la justicia a las denuncias por calumnias e injurias, lo cierto es que no
parece seguro que la administración de justicia que le ha dado la espalda a las

33 Sofía Pozzoli y Camila Vicintin, “Las querellas por calumnias e injurias a propósito de los
escraches”. Investigación inédita presentada en el Decyt Doctrina Penal Feminista. Buenos Aires:
Facultad de Derecho UBA, 2009.
34 Dorlin explica esta formulación a partir del ejemplo de los linchamientos a negros en el sur de los

Estados Unidos. La violencia de las milicias racistas era legal pero ilegítima, mientras que la de los
negros resultaba ilegal, pero legitima. Elsa Dorlin, Defenderse…, p. 166.

12
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

víctimas en sus reclamos originales, termine interviniendo en casos donde ellas


asumen la calidad de acusadas.

En cuanto a sus limitaciones políticas, la estrategia de los escraches no deja de


tener sus dificultades. En efecto, si bien en la práctica estas se desarrollan por fuera
del derecho penal, las características que asumen en las redes sociales no logran
independizarse de la lógica víctima/victimario que ofrece el sistema punitivo.
Adviértase que el escrache se basa en la denuncia de una persona contra otro
individuo que se convierte en objeto del menosprecio público, a partir de la
difusión masiva de los hechos que lo tienen de protagonista.35 Al igual que en el
proceso penal, el mayor impacto lo recibe el acusado, mientras que el sistema que
habilita la agresión permanece incólume ante el reclamo. En estos términos, los
escraches pueden ser potentes para identificar a un agresor, pero no han logrado
colocar en la agenda de discusión otras batallas del movimiento de mujeres, como,
por ejemplo, la necesidad de implementar políticas de prevención de las violencias
o mejorar las condiciones en el acceso a la justicia.

Adicionalmente, si bien es cierto que los escraches desestabilizan las descripciones


legales, no es menos acertado que también restringen los imaginarios sobre las
repuestas posibles a las agresiones, centrándose únicamente en la afrenta pública.
Aun más, dependiendo de su contenido muchas veces fomentan el pánico sexual
sin una discusión seria y profunda sobre las diferentes formas y matices de las
violencias. Amalgamados con reclamos asociados a políticas de seguridad, estas
formas de intervención corren el riesgo de no habilitar deliberaciones profundas
sobre cómo conceptualizar, identificar o responder a las violencias.36 Por esta
razón, sin perjuicio de que tengan una pretensión de incidir en el debate público
sobre la definición de las violencias, no parecen estar orientadas a pensar en
términos preventivos cómo resolver el problema.

En síntesis, por fuera del sistema de administración de justicia, las denuncias de


violencias sexistas no han logrado sortear las lógicas que impone el sistema penal.
Esto sucede; primero, porque las mujeres quedan atrapadas en un procedimiento
que tradicionalmente les ha negado la protección como víctimas, pero sí las acepta
en calidad de imputadas; y segundo, porque si bien se proyectan hacia un espacio

35 A estos cuestionamientos se suman otros, vinculados con la ausencia de las garantías del debido
proceso y también con la fuerza que la sanción pública tiene por sobre cualquier otra respuesta del
sistema penal. De hecho, en conversaciones informales, los casos que se recuerdan son aquellos que
derivaron en el suicidio de un joven falsamente acusado de violación, u otros en los que los
escrachados perdieron sus empleos, o fueron echados de las bandas que integraban.
36 Julieta Massacese, “Bajarse del pony: separatismo, arrogancia y construcción del enemigo”, en

Críticas sexuales…, p. 114. Catalina Trebisacce, “Habitar el desacuerdo. Notas para una apología de
la precariedad política”, en Críticas sexuales…., p. 135.

13
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

institucional más amplio, simplifican el problema y reproducen la lógica binaria


que identifica a un único responsable.

V. No de todo laberinto se sale por arriba

En el campo de las teorías críticas feministas, una importante cantidad de trabajos


han señalado que después de ciertas reformas legales originalmente promisorias, el
estatus jurídico de las mujeres poco se modificó. Se sabe que en materia de
derechos de las mujeres, el proverbio “cuanto más cambian las cosas más
permanecen igual” adquiere una fuerte vigencia ya que el derecho, su retórica y
sus reglas, no siempre resultan favorables a sus reclamos.37

Estas limitaciones del derecho no son exclusivamente aplicables a la protección de


las mujeres. Por el contrario, son consecuencia de su inestabilidad e
indeterminación intrínseca, así como también de su acotada utilidad política en
cualquiera de los campos en los que se busquen transformaciones.38 Mientras por
su inestabilidad el valor o sentido de las reglas jurídicas varía en función de los
diferentes contextos; en razón de su indeterminación, incluso actores con
pretensiones opuestas utilizarán la misma normativa para sostener reclamos
divergentes. Finalmente, su escasa utilidad política ha sido evaluada en función de
la fuerza que pierden las reformas legales una vez que son puestas en
funcionamiento.39 Bajo este esquema, el derecho se presenta como históricamente
contingente ya que no siempre ha existido como existe en la actualidad.40

A pesar de estas objeciones, el campo jurídico aún otorga ciertas garantías de


acción que desalientan su abandono. Partiendo de la base de que la administración
de justicia no es estamento monolítico, sino que, por el contrario, allí conviven
diferentes miradas sobre el derecho y la justicia, es válido reconocer que, en
especial en los últimos años, ha habido importantes esfuerzos institucionales que
habilitaron algunas decisiones emblemáticas. En esta línea, diversos trabajos

37 En los estudios de violencia intrafamiliar se destaca el texto de Reva B. Siegel, “The Rule of Love:
Wife Beating as Prerogative and Privacy”, en Yale Law Journal 105, 2117, 1996. Cf. Julieta Di Corleto
y María Piqué, “Pautas para la recolección y valoración de la prueba con perspectiva de género”, en
Género y derecho penal: homenaje al Prof. Wolfgang Schöne, (comp. Prof. Hurtado Pozo), Lima, 2017.
38 Mark Tushnet, “Ensayo sobre los derechos”, en Sociología jurídica. Teoría y sociología del derecho en

Estados Unidos (García Villegas, editor), Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2001, p. 113.
39 Mark Tushnet, “Ensayo sobre los derechos”, p. 113.
40 Robert Gordon, “Algunas teorías críticas del derecho y sus críticos”, en Sociología jurídica. Teoría y

sociología del derecho en Estados Unidos (García Villegas, editor), Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá, 2001, p. 206.

14
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

académicos han reconocido determinados hitos en la transformación de las leyes y


de las interpretaciones judiciales aplicables a la situación de las mujeres.41

En este contexto, abandonar la búsqueda de la transformación legal importaría


reconocer que la ley está al servicio exclusivo de los agresores y que allí no hay
lugar para las víctimas. Lejos de pretender negar que el sistema legal sea un
instrumento para legitimar la dominación masculina; la afirmación procura
reconocer que, a pesar de todas sus deficiencias, aunque sea de manera individual,
pragmática y experimental, en la arena legal se pueden alcanzar algunas
conquistas. De hecho, el reconocimiento de estas limitaciones permite
desnaturalizar las definiciones legales vigentes para determinadas experiencias
vitales y proponer nuevas categorías adelantándose a posibles desvíos
hermenéuticos.42 En consecuencia, principios y reglas preestablecidas pueden
ofrecer vías para avanzar en la transformación de la legalidad por medio de la
argumentación jurídica.43 Por el contrario, si se renuncia a la protección de la ley, el
campo legal será construido y definido sin la participación de las mujeres.

En síntesis, el derecho no asegura siempre eximios resultados; sin embargo, si se


abandona su utilización, es poco probable que los cambios que se impulsen sean
perdurables. Por lo demás, incluso con todas sus limitaciones, el derecho es el
único con la capacidad de limitar el mismo poder que contiene.

VI. Conclusiones

Como representación de un conjunto de mujeres que utilizaron las redes sociales


para denunciar todo tipo de violencias sexuales, el movimiento “No nos callamos
más” condensa la idea de que, en el marco de las instituciones judiciales, no hay
margen para encauzar muchos de los reclamos por las agresiones sufridas. Sin
pasar por alto la capacidad del sistema legal de validar iniquidades, el movimiento
puso en evidencia que la justicia ha brindado una definición recortada de la
violencia, ha minimizado las experiencias de las mujeres, y ha reproducido el
maltrato manteniendo a las víctimas por fuera de los procedimientos legales.

41 Si bien es cierto que no se trata de una problemática superada, no es menos acertado que las
modalidades de relaciones y definiciones ofrecidas por la administración de justicia han
experimentado algunos cambios. De hecho, fueron algunas decisiones judiciales las que incidieron
en la incorporación de algunas figuras delictivas o denominaciones específicas. Para citar solo un
par, ver por ejemplo, TOC 9, “Weber”, 23 de agosto de 2012, sentencia en la que por primera vez se
apeló al femicidio; o TOC 4, “Marino”, 18 de junio de 2018, sentencia en la que por primera vez se
utilizó el concepto de travesticidio.
42 Robert Gordon, “Algunas teorías críticas del derecho y sus críticos”, p. 206.
43 Robert Gordon, “Algunas teorías críticas del derecho y sus críticos”, p. 209.

15
Publicado en Tratado de Géneros, Derechos y Justicia. Derecho Penal y Sistema Judicial. Tomo I
(Marisa Herra, Silvia Fernández y Natalia de la Torre, dir.; Cecilia Marcela Hopp coord..), Rubinzal
Culzoni ed., Buenos Aires, 2020, p. 193 y ss.

En esta primera afirmación está implícita el reconocimiento de que la


administración de justicia no es un canal natural para resolver los conflictos y
menos aún la única vía a través de la cual reclamar la reparación de los daños
sufridos. A partir de la identificación de las falencias de las instituciones judiciales,
es posible abrir una reflexión más amplia, que comprenda al contexto político,
económico social y cultural en el cual están insertas. No obstante, teniendo en
cuenta los objetivos perseguidos por estas prácticas, quienes recurren a los
escraches no deberían prescindir de encauzar sus reclamos en el campo legal, ya
que, aun cuando estas formas de intervención se hayan dado fuera de las
instituciones judiciales, su objetivo no era atentar contra la legalidad sino, por el
contrario, contribuir a definirla.

En el orden legal, la insistencia por elaborar nuevas definiciones categorías podría


habilitar mejores y más profundas discusiones sobre lo que se entiende por
violencia de género. El nudo crítico de los escraches es que, además de
desestabilizar las definiciones vigentes, además de cuestionar el funcionamiento de
las instituciones, también quedan encerrados en lógicas binarias en las que el
conflicto se reduce a la difamación del sujeto construido como adversario. Si como
sugiere Encarna Bodelón, parte de la dificultad para erradicar la violencia de
género consiste en pensar que solo las denuncias tienen la capacidad de terminar
con ella, un buen punto de partida para resolver el problema consiste en habilitar
conversaciones sobre el rol del derecho penal en la definición de las violencias y
sus daños, y también en las características de las reparaciones que se esperan.

En esta empresa, más que como una desventaja, la conciencia sobre las limitaciones
del derecho como herramienta para el cambio social debería operar como una guía
para graduar el nivel de intervención del derecho en función de sus capacidades
restringidas. Por esta razón, esta reflexión colectiva sobre el rol del derecho debería
ser el primer paso para abrir otro diálogo más urgente sobre la necesidad de
implementar mayores medidas preventivas en lugar de pretender que cualquier
situación conflictiva tenga su resolución en la administración de justicia penal.

16

También podría gustarte