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Las noches heroicas

Por Álvaro Bustos González*

Así se llama uno de los cuentos de Juan Manuel de Prada que vienen recopilados en
El silencio del patinador, y que se refiere a una conspiración que unos poetas
menores (“Poetas, legión de hombres aureolados de sonetos y valentía, colocando la
dinamita de sus endecasílabos en los cimientos del poder”), a la sombra de una
matrona venerable y libidinosa, doña Loreto, urdían contra el generalísimo
Francisco Franco, quien habría de morir esa noche de la última tertulia de los
trovadores conjurados en la buhardilla de doña Loreto.
Subiendo al segundo piso de la casa de doña Loreto, a ambos lados de la escalera,
en las paredes, colgaban retratos de poetas muertos o enterrados por el olvido, ese
veneno al que casi nadie escapa, mientras el joven que relata la historia de las noches
heroicas, escondido por doña Loreto y sus instintos concupiscentes detrás de una
cortina cómplice, percibía que su anfitriona se refería a los bardos con la tierna ironía
con que hablamos de los fantasmas y los ángeles custodios.
Wenceslao Santos fue uno de los conspiradores de aquella noche premonitoria. Su
magisterio espiritual sobre los otros dos exaltados rapsodas era evidente: ellos
parecían seguir sus pensamientos. De un momento a otro, habiéndose despojado de
su capa e, inflamado de fervor tribunicio, Wenceslao peroró: “El pueblo, esa sagrada
nebulosa de la que salen mundos espirituales y estrellas guiadoras. ¡Cómo me gusta
sentirme pueblo, encenderme en sus esperanzas, quemarme en sus furores
magníficos! ¡Pueblo, pueblo! ¡Cómo me une esa palabra a todos los hombres; cómo
me deja sentir partícipe de sus virtudes, de su genio, de su bondad, de todo lo bello
que hay en suspensión en ese mar de sudor y sangre!”
Hoy, muchos años después de la muerte de Francisco Franco y a 50 años del golpe
militar contra Salvador Allende en Chile, todavía hay gente que sueña con las noches
heroicas de la revolución. Otra vez se habla de la juventud popular, de campesinos
y obreros a la manera decimonónica, como si el pueblo no fuéramos todos, como si
el pueblo tuviera una sola encarnación derivada de las carencias sociales y
culturales, a partir de las cuales se justificarían toda clase de desafueros contra la
vida y la libertad, y como si el progreso humano no pudiera prescindir de sus mitos
y de su trágica historia, para repetirla sin fin.
*Decano, FCS, Unisinú -EBZ-.

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