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Misterios Dolorosos Final
Misterios Dolorosos Final
Reflexión
La escena de Getsemaní nos conforta y anima
a realizar un esfuerzo voluntario de
aceptación. La aceptación incondicional del
sufrimiento, cuando es Dios quien lo permite:
“No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Palabras que desgarran y curan, porque
enseñan a qué grado de fervor puede y debe llegar el cristiano
que sufre, unido a Cristo que sufre.
Reflexión
Es el misterio cuya contemplación se ajusta mejor a aquellos
que llevan el peso de graves responsabilidades en el cuidado de
las almas y en la dirección del cuerpo social; por tanto, el
misterio de los Papas, de los Obispos, de los Párrocos; el
misterio de los gobernantes, de los legisladores, de los
magistrados. También sobre su cabeza hay una corona en la
cual está, sí, una aureola de dignidad y de distinción, pero que
por ello mismo pesa y punza, procura espinas y disgustos.
Donde está la autoridad no puede faltar la cruz, a veces de la
incomprensión, la del desprecio, o la de la indiferencia y la de
la soledad.
Reflexión
Contemplando a Jesucristo que sube al Calvario, aprendemos,
antes con el corazón que, con la mente, a abrazarnos y besar la
cruz, a llevarla con generosidad, con alegría, según las palabras
del Kempis: “En la cruz está la salvación, en la cruz la vida,
en la cruz está la defensa contra los enemigos, en ella la
infusión de una suavidad soberana”.
¿Y cómo no extender nuestra oración a María, la Madre
dolorosa que siguió a Jesús, con un espíritu de total
participación en sus méritos, en sus dolores?
Reflexión
Vida y muerte representan los dos puntos preciosos y
orientadores del sacrificio de Cristo: desde la sonrisa de Belén,
hasta el suspiro final que recoge todos los dolores para
santificarnos, todos los pecados para borrarlos. Y María está
junto a la cruz, como estaba junto al Niño de Belén.
Recemos a esta piadosa Madre a fin de que Ella misma ruegue
por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
Oración final
Te amo, la señora más amable.
Por el amor que te tengo,
prometo siempre servirte,
y hacer todo lo que pueda
para que también seas amada por los demás.
Pongo todas mis esperanzas en ti,
toda mi salvación…
Recíbeme como tu siervo
y cúbreme con el manto de tu protección,
Tú, Madre de misericordia.
Amén.