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Reciclaje en Buenos Aires:

la lucha laboral que


impulsaron las mujeres

Una docena de cooperativas se ocupa de recuperar los residuos sólidos que genera
la capital argentina. Tras décadas de una lucha liderada por mujeres, estas
organizaciones crearon el primer equipo de Promotoras Ambientales con visión de
género. Sus logros incluyen herramientas, espacios y transporte provistos por el
Estado para realizar su trabajo. Sin embargo, en la mayor parte del país los
recicladores aún trabajan en condiciones muy precarias y durante la pandemia su
actividad se redujo aún más.
Texto: María Gabriela Ensinck Ilustración de portada: Andrea Paredes

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En el inmenso galpón de la Cooperativa ‘El Ceibo’, un antiguo predio
ferroviario en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, Cristina Lescano tiene su
oficina. Está rodeada de plantas en macetas hechas con neumáticos pintados, y su
teléfono no para de sonar.

Cristina viste ropa colorida y accesorios al tono. Habla con la soltura de


quien pudo remontar su vida desde el infierno de comer de la basura, hasta dar
conferencias sobre reciclaje en un lujoso hotel.

“Empecé a cirujear en el 89. Con la hiperinflación me había quedado sin


trabajo, sin vivienda, sin nada. Me fui a una casa tomada con mis hijos. No
teníamos para comer, y salíamos con otros vecinos a revolver bolsas y comíamos
de ahí, de la basura”, cuenta la mujer de 60 años.

Recuerda lo dura que fue aquella época, cuando podían acabar en prisión
por “cirujear”, término con el que se conoce en Argentina a la práctica de recuperar
residuos y venderlos, proveniente de ciruja, “el que trabaja con las manos”. Pero
también recuerda buenos momentos.

“Porque todo lo compartíamos. Lo que conseguíamos para comer lo


poníamos en la misma mesa”, relata. Fue entonces que empezaron a organizarse.
“No queríamos trabajar de noche, vivir en la calle, con incertidumbre”, cuenta
quien hoy encabeza esta cooperativa en la que trabajan 290 personas.

Jackie Flores también empezó a cartonear (juntar cartón) a finales de los


80. Nació hace 52 años en Córdoba, provincia central de la Argentina, y a los nueve
llegó sola a la capital para buscar a una hermana mayor, y huyendo de un hogar
donde el alcohol y la violencia eran costumbre. Empezó a dedicarse al ambulantaje
a principios de los años 80 -pleno gobierno militar- cuando Buenos Aires mostraba
su peor cara: la de la persecución y represión policial, sobre todo con quienes
trabajaban en la calle.

Después de 10 años, dos parejas y cuatro hijos, Jackie seguía trabajando


como vendedora ambulante pero ya había logrado organizarse junto a otros
compañeros. Hasta que la policía le decomisó todo. No pudo pagar el alquiler y
tuvo que irse con sus hijos a una casa tomada.

“Ahí empecé a cartonear. Ni carro tenía. Me uní a la cooperativa El Ceibo,


pero no en la cinta (donde se transportan los materiales para su separación
mecánica) ni enfardando (envolviendo los materiales), sino en la descarga”, un
trabajo pesado que la llenaría de fortaleza con los años.

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Una historia similar vivió María Castillo, quien nació hace 43 años en Villa
Fiorito, un suburbio al sur de Buenos Aires, la misma barriada humilde de Diego
Armando Maradona. A los 22 María tuvo que salir a cartonear, abandonando su
sueño de ser psicóloga. Pero su empeño la recompensaría después con otra
responsabilidad: hoy es la titular de la Dirección Nacional de Reciclado y desde
esta función pública, María Castillo articula el trabajo de las cooperativas de
recicladores, con los distintos municipios del país y el sector privado.

“Empecé en el 2000, en plena crisis. Mi marido se había quedado sin trabajo


y teníamos dos hijos chiquitos -recuerda- toda la familia de él ya cartoneaba y
como lo que pagaban no alcanzaba, me sumé yo. Mi idea siempre fue estudiar, y
cuidar a mis hijos… pero mi vida cambió completamente”, cuenta.

En ese tiempo y hasta 2007, el cirujeo era considerado un delito en el país.


“Si te veían con el carro y pasaba la policía, te lo sacaba…”, dice María Castillo.
Todas esas condiciones precarias llevaron a estas mujeres y muchas más a
organizarse, un paso del que no habría marcha atrás y que no estaría exento de
nuevos desafíos.

Recicladora de Argentina. Ilustración: Andrea Paredes.

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El primer reto hacia la organización: el
machismo
Como Cristina, Jackie y María, muchas otras mujeres cayeron de golpe a
vivir de los desechos urbanos, como resultado de crisis económicas durante las
últimas cinco décadas. Sin embargo, su lucha no empezó por la comida o las
condiciones de trabajo sino por la píldora anticonceptiva, que por sus escasos
recursos no podían comprar.

“Encontramos un médico en el barrio que nos daba las pastillas. Y


pensamos: ‘si conseguimos esto, ¿por qué no seguir avanzando?’”, recuerda
Cristina. Pero uno de los primeros golpes con la realidad fue el machismo que regía
(y sigue rigiendo) buena parte de la estructura en el manejo de desechos en el país.
Siendo joven y mujer, no era fácil lidiar con el “hola mamita”. Fue ahí cuando
Jackie empezó a visualizarse, además de cartonera, como feminista. “Yo les
respondía con respeto, y aprendí que si dejaba que me borren la sonrisa, era como
que me imponían algo que yo aceptaba”, explica con su voz ronca, uñas cuidadas
y cabello muy lacio.

Jackie Flores, creadora del cuerpo de Promotoras Ambientales: “Las mujeres


en el mundo cartonero somos mayoría, aunque estemos invisibilizadas”. Foto:
Julieta Bugacoff.

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Para María -delgada, de rasgos finos pero voz firme- tampoco fue fácil
incorporarse a una labor donde las voces de mando son mayoritariamente
masculinas. Más de una vez se plantó, siendo mujer y cartonera, frente a poderosos
empresarios y sus equipos de abogados, para defender los derechos de sus
compañeros.

Sin haber estudiado leyes, aprendió de memoria las normativas que obligan
a las empresas a gestionar sus residuos y logró convencerlas de que las
organizaciones de recicladores están capacitadas para hacerlo.

“En las cooperativas hacemos mucho más que separar, enfardar y valorizar
residuos. En el trabajo del día a día también se abordan otras problemáticas: la
violencia de género, el trabajo infantil, las adicciones… Muchas de las compañeras
son mamás solteras. Al principio traían a sus hijos, no a cartonear sino a
acompañarlos porque no tenían con quién dejarlos”, relata María. Es por esto que
hoy en día muchas de estas organizaciones cuentan con jardines de infantes, así
como escuelas de oficios y bachilleratos populares para que los recicladores y
recicladoras terminen su educación formal.

María Castillo, directora nacional de Reciclado: “En las cooperativas hacemos


mucho más que valorizar residuos. En el trabajo también se abordan la
violencia de género, el trabajo infantil, las adicciones”. Foto: Matías González.

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Actualmente hay 12 cooperativas de cartoneros que trabajan en Buenos
Aires, que antes de la pandemia de Covid19 recuperaban unas 2 400 toneladas
diarias de materiales, de las ocho mil que genera la ciudad cada día. Estas
organizaciones emplean a unos 6 500 recolectores en Buenos Aires y más de 15
mil en todo el país, pero solo el 10% está formalizado.

La Federación Argentina de Cartoneros y Carreros calcula que hay más de


150 mil recolectores en el país, de los cuales Jackie Flores calcula que hasta 65%
son mujeres, lo que representa una importante presencia femenina y supera al
promedio latinoamericano para el sector del reciclaje. Según la organización
WIEGO, dedicada a empoderar a mujeres que trabajan en la informalidad, cerca
de un 55% de las cooperativas de recicladores urbanos en la región están
conformadas por mujeres.

“Hasta el día de hoy, este rubro sigue siendo muy machista”, dice Cristina.
“A la hora de negociar y vender el material, se sigue buscando la figura del hombre.
Pero se encontraban con nosotras, que no sé si somos mejores peleadoras o
negociadoras, pero no nos podían pasar por arriba”, afirma.

Las organizaciones que cuentan con equilibrio de género o una mayoría


femenina “tienden a ser más horizontales en el ejercicio del liderazgo, propician
mayor participación de sus integrantes en la toma de decisiones y un mejor flujo
de la información”, destaca la especialista de WIEGO en género y reciclado Sonia
Dias, coautora del manual ‘Género y Reciclaje: de la Teoría a la Acción’. Agrega
que las mujeres suelen tomar mayores precauciones en cuanto a la seguridad, la
higiene y la salud de las personas.

La organización por los derechos laborales


El trabajo organizativo que inició por unas pastillas anticonceptivas ha sido
una larga lucha que ha cambiado buena parte del panorama que vivieron Cristina,
María y Jackie. Si bien la organización de cooperativas de recicladores urbanos -
como hoy se les conoce en Argentina- se remonta a las décadas de 1970 y 1980,
gran parte de ellas se crearon a partir de 2001 y 2002, cuando la Argentina se
sumergió en una de las peores crisis macroeconómicas de su historia, con cierre de
fábricas, aumento de la pobreza cercana a la mitad de la población y desocupación
mayor al 20%.

El Amanecer de los Cartoneros, fundada en 2002, es hoy la mayor


cooperativa de recicladores del país, con más de 3 500 asociados. Esta

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organización social, que pertenece al Movimiento de Trabajadores Excluidos
(MTE), fue una de las impulsoras, junto a otras organizaciones sociales, de la
formalización de los recolectores urbanos. Como corolario de esta lucha, 12
cooperativas fueron incorporadas al sistema de recolección de la ciudad de Buenos
Aires.

En 2003, la cooperativa El Ceibo consiguió un espacio dónde acopiar los


materiales gracias a un acercamiento fortuito con el entonces presidente argentino.
“Fue gracias a Néstor (Kirchner). Cuando recién asumió, lo fuimos a ver a la plaza
y le pusimos un papelito en el bolsillo, así como era él de acercarse a la gente”,
cuenta Cristina. Ese papelito decía simplemente: “necesitamos un espacio dónde
acopiar y reciclar materiales”.

El espacio que hoy ocupa la Cooperativa El Ceibo fue cedido por el gobierno
nacional, gracias a un acercamiento fortuito con el expresidente argentino
Néstor Kirchner. Foto: Julián De Luca.

Dos semanas después les llamaron de la Presidencia para ofrecerles el galpón, “que
a mí me pareció una porquería, y hoy es el tesoro más grande que tenemos.
Firmamos un convenio que ya hablaba de reciclaje con inclusión social”, comenta.
Así, la cooperativa El Ceibo es la única de la ciudad que tiene un convenio y un
espacio cedido por el gobierno nacional (y no el municipal, como el resto de las
cooperativas de la ciudad).

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María Castillo, siendo hoy la directora nacional de Economía Popular y
Reciclado, recuerda cómo las condiciones de pobreza y las persecuciones por parte
de la policía los llevaron a organizarse entre el 2000 y el 2007, cuando la ciudad
de Buenos Aires sancionó la Ley de Basura Cero que reconoce su tarea como parte
de la Higiene Urbana.

“Mi suegra conoció a Juan Grabois (abogado, dirigente social, fundador del
MTE y amigo personal del Papa Francisco). Él nos ayudó a organizarnos y las
cosas empezaron a cambiar. De venir colgados en un camión a la madrugada, con
frío y lluvia, hoy tenemos nuestros camiones, un horario, lugar de trabajo y
cobertura de salud”, cuenta.

María habla con seguridad y simpleza, desde su oficina desierta por la


pandemia y el aislamiento, en un antiguo y señorial edificio del centro de Buenos
Aires. Nunca deja de referirse a sí misma como “una compañera más del colectivo
de cartoneros”.

“Al organizarnos pudimos plantear al gobierno de la ciudad que nos


reconozca como trabajadores. Hay compañeros que empujaban el carro y hoy son
choferes de camión, operarios y operarias en las plantas de reciclado. La mayoría
vienen de la provincia, a trabajar a la ciudad. Acá se dio el puntapié para que otras
cooperativas del país también empiecen a organizarse”, relata.

Por su parte, la cooperativa El Álamo fue creada en 2003 por habitantes del
barrio porteño de Villa Pueyrredón, junto a recicladores que llegaban desde los
suburbios en el “tren blanco” (una formación especial que circulaba hasta 2007 en
horario nocturno, lo que les permitía traer sus carros en los furgones) para rescatar
materiales y comida de la basura.

Roberto Pitu Gómez, actual presidente de la cooperativa y uno de sus


fundadores junto a la docente y militante social Alicia Montoya, recuerda que en
ese momento, tanto los habitantes del barrio como los cartoneros que venían por
las noches a trabajar, la estaban pasando mal. Pero juntos comenzaron a
organizarse -no sin controversias porque algunos vecinos no querían que se
instalara un galpón de reciclado en su barrio-. Al final ocurrió y se conformó la
entidad donde (antes de la pandemia) llegaron a trabajar 150 personas en dos turnos
diarios.

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Roberto “Pitu” Gómez y Alicia Montoya fundaron la cooperativa El Álamo en
2003, junto a cartoneros y vecinos del barrio. Foto: Gabriela Ensinck.

El predio que actualmente ocupa la cooperativa, así como algunas máquinas


enfardadoras, cintas transportadoras y balanzas electrónicas fueron cedidos en
comodato por la ciudad de Buenos Aires. Los gastos de transporte de materiales,
ropa y herramientas de trabajo también son cubiertos por el estado municipal,
gracias a la pelea que dieron vecinos y cartoneros, unidos en esta cooperativa.

Para María Castillo, la organización ha sido clave para cambiar las


condiciones de vida de muchos recicladores y recicladoras. “Estar organizados
significa un montón de cosas: un ingreso económico, protección social y de salud;
una mentalidad diferente a la del cartoneo individual. Muchos nunca habían tenido
un servicio de salud. Y hubo que convencerlos y acompañarlos para que dejaran
de trabajar unas horas para hacer los trámites”, dice María.

Y aunque las condiciones han mejorado para muchas de las personas que se
dedican al reciclaje, para muchos otros el desafío sigue siendo el mismo: sobrevivir

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entre la gran disyuntiva de los residuos urbanos, las ganancias para unos pocos
frente a las necesidades de una mayoría.

La ruta de la basura… y sus ganancias


Cada habitante de la ciudad de Buenos Aires genera en promedio 2.5 kg de
residuos diarios, el doble del promedio nacional. Sumando la ciudad y su zona
metropolitana, con sus 15 millones de habitantes (tres en la ciudad y unos 12
millones en sus alrededores), generan entre 17 mil y 24 mil toneladas de residuos
diarios, según la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado
(CEAMSE). Estos residuos van a parar al relleno sanitario de la Coordinación,
cuyos socios son la ciudad y la provincia de Buenos Aires.

Actualmente funcionan tres rellenos sanitarios, que están a punto de


colapsar. Dos de ellos tienen una vida útil estimada hasta 2025, y el tercero hasta
2028, según la CEAMSE. La posible instalación de nuevos rellenos en otros
municipios genera controversias dado que ningún vecino quiere que se instale uno
cerca de su casa.

De todos modos, el problema de los rellenos sanitarios (un concepto


perimido, ya que hoy se busca el aprovechamiento de los materiales, a partir de la
economía circular), parece menor frente al desafío de erradicar más de 5 mil
basurales a cielo abierto que, según datos del ministerio de Ambiente, aún
funcionan en Argentina.

La realidad es que entre un 40 y un 50% de esos residuos podrían


recuperarse y reintroducirse al sistema productivo, de acuerdo con el Observatorio
de Residuos Sólidos Urbanos del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable.
Y aquí, como en toda América Latina, juegan un rol fundamental los recicladores
urbanos.

La ciudad de Buenos Aires tiene desde 2013 un sistema mixto de


recolección de residuos: los no reciclables (que constituyen el mayor volumen
dado el bajo porcentaje de separación en origen) son retirados por empresas, y los
reciclables por cooperativas.

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En el país aún existen más de 5 000 basurales a cielo abierto. Foto: Matías
González.

Ganancias desiguales
En Argentina, cada día se tiran a la basura 12 millones de envases PET (para
bebidas) que son 100% reciclables. Pero hoy solo se recupera un 30% de este
volumen, con lo que “se pierden unos 100 millones de dólares al año”, según
estimaciones de Ecoplas, entidad conformada por investigadores y representantes
de la industria plástica.

La gestión de residuos implica entre el 15 y el 30% de los presupuestos


municipales, según Luis Lehmann, ex director Nacional de Gestión de Residuos
Sólidos Urbanos y autor del libro ‘Economía Circular, el cambio cultural’. Es el
segundo rubro de gastos, después del pago de salarios. Sin embargo, “solo un 5%
del presupuesto se destina a reciclado”, advierte Florencia Rojas, coordinadora del
programa Reciclaje con Inclusión de la Fundación Avina.

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De acuerdo con su Presupuesto 2020, la ciudad y los municipios del cordón
urbano gastan en promedio 800 pesos argentinos por tonelada que se entierra
(nueve dólares); en lugar de obtener unos 2 400 por la reventa de los distintos
materiales recuperados (27.6 dólares).

Según la Dirección General de Reciclado, los recicladores perciben por su


trabajo una asignación de 10 000 pesos argentinos (115 dólares) por mes. Esto
equivale a la mitad de un salario mínimo de la economía argentina (que llegará en
marzo a 21 600 pesos). Estos ingresos, que han caído en términos de poder
adquisitivo debido a la alta inflación y sucesivas devaluaciones que enfrenta el país
desde 2016, se complementan con la venta de los materiales que recuperan a la
industria.

Actualmente, la ciudad paga unos 350 millones de pesos argentinos por mes
a siete empresas de higiene urbana (cuatro millones de dólares) para la gestión de
sus residuos, según se desprende del presupuesto anual de la ciudad. “El municipio
paga dos veces: por la recolección hasta la planta de transferencia, y de ahí hasta
al enterramiento”, señala Alicia Montoya, co-fundadora de El Álamo.

Asegura que las cooperativas de recicladores urbanos hacen ese mismo


trabajo, cobrando casi el 10% (unos 30 millones de pesos argentinos por mes) y
además recuperando materiales y generando empleo para sectores excluidos. Hoy,
la recolección de residuos en la ciudad se realiza siete días a la semana (y en
algunas zonas hasta dos veces por día), sin que esto signifique que la ciudad esté
limpia. Por falta de educación y campañas de concientización, la basura en las
calles, fuera de los contenedores dedicados a tal fin, es moneda corriente.

Los nuevos desafíos: la pandemia y los


recicladores del resto del país
La crisis por COVID-19 afectó de muchas maneras al trabajo de los
recicladores. “Al principio no éramos considerados esenciales. Algunas
cooperativas siguieron trabajando con grandes generadores. Luego cada
organización fue implementando protocolos (que incluyen medidas de
distanciamiento social, uso de tapabocas, alcohol en gel, lavado de manos,
equipamiento de protección personal); y se trabaja en grupos reducidos”, cuenta
María Castillo.

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La pandemia de Covid19 afectó la actividad de los recicladores. Foto: Julieta
Ortiz.

Antes de la pandemia, las 12 cooperativas de cartoneros que trabajan en la


ciudad recuperaban unas 2 400 toneladas diarias de materiales. Por las
restricciones a su actividad, hoy sólo recuperan 800 toneladas diarias, según un
relevamiento realizado en octubre por Latitud R, una iniciativa para el Reciclaje
con Inclusión social impulsada por la Fundación Avina junto al BID (Banco
Interamericano de Desarrollo), la Red Latinoamericana de Recicladores y
compañías como Coca Cola, Pepsico y Dow.

Las fuentes consultadas para este reportaje coincidieron en que está


creciendo la cantidad de recicladores informales, a medida que avanza la crisis y
las restricciones al trabajo de las cooperativas “formales” durante la pandemia.

En la provincia de Buenos Aires funcionan unas 100 cooperativas y 80 de


ellas lo hacen en el AMBA (Buenos Aires y zona metropolitana), empleando a
unas cinco mil personas, según cálculos del Organismo Provincial para el
Desarrollo Sustentable (OPDS). A nivel provincial no existe una ley que incluya a
los recuperadores urbanos como servicio esencial, como sí ocurre en la ciudad de
Buenos Aires.

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Más allá de la Avenida General Paz, que separa a la ciudad de Buenos Aires
de la provincia del mismo nombre, cada municipio tiene su propia normativa, y
más de la mitad no tiene recolección diferenciada. La Matanza, el municipio más
populoso del país, donde viven más de 2.5 millones de personas, aún no puso en
marcha un plan de separación en origen.

Y entre aquellos municipios donde se separan los residuos, no todos


incorporan el reciclado con inclusión social. En algunos municipios hay una co-
gestión de los residuos sólidos urbanos: el estado provee un galpón de acopio y la
cooperativa pone el resto (logística, equipamiento, retribución a los recicladores,
servicios sociales y de salud).

“Hay varios proyectos que intentan impulsar una GIIRSU (Gestión Integral
e Inclusiva de los Residuos)”, comenta Francisco Suárez, director del OPDS. Uno
de ellos establece la obligación para todos los grandes generadores (industrias,
grandes comercios, barrios privados, universidades) de presentar un plan de
gestión diferenciada de residuos para obtener una certificación del organismo
provincial, que otorga más puntaje si se generan acuerdos con las cooperativas de
recicladores.
La realidad es que las grandes empresas, como cadenas de supermercados y
farmacias, prefieren venderle sus residuos reciclables a la industria, en lugar de
“donarlos” a los recicladores.

Muchas cooperativas en la provincia no están formalizadas, dada la


complejidad y el costo de los trámites para lograrlo. Tienen que inscribirse en un
registro y presentar balances e informes de gestión. En este sentido, se impulsa
desde la OPDS que universidades públicas (La Plata, General Sarmiento y la
Jauretche, en Florencio Varela) las acompañen y asesoren en las gestiones.

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Gracias a las luchas de los recicladores y recicladoras, desde 2013 Buenos Aires
tiene un sistema mixto de recolección de residuos. Foto: Julieta Ortiz.

Recuperar materiales y personas


Nada ha sido fácil en el camino para organizar y fortalecer a la comunidad
recicladora en Buenos Aires. “Es muy bravo el rubro de la basura, hay muchos
intereses en juego”, dice Cristina Lescano, mientras mira de reojo, desde su
oficina, los movimientos en la cinta transportadora y la tolva donde se vuelcan los
reciclables, al tiempo que contesta mensajes sobre el recorrido de los camiones
recolectores: todo como una gran directora de orquesta.

“De revolver bolsas de basura sin saber lo que era el ambiente, nos
convertimos en trabajadores del reciclado. Pero tuvimos que pelearlas todas, desde
la Ley de Basura Cero que nos reconoció como parte de Higiene de la ciudad, hasta
la idea de ponerle chips a los contenedores para que los recicladores no se lleven
la basura, que no duró ni dos meses”, recuerda.

Los logros no solo han estado en obligar al Estado municipal a darles


mejores condiciones de trabajo, también ha habido un ejercicio de concientización

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para las mismas personas que se dedican al reciclaje. “Se armaban peleas
fenomenales entre gente de distintos barrios. Había que enseñarles que esto era un
laburo (trabajo). Empezamos pagando por día, porque si no, se gastaban todo,
después por semana y después por mes y con la tarjeta. Tuvimos que poner reglas.
Acá no entra la droga ni el chupi (alcohol)”, dice Cristina.

“Se crearon oficios y relaciones con los vecinos y las empresas. Tenemos
comercios, restaurantes y hoteles que separan y nos llaman para que retiremos sus
reciclables. Empezamos con plástico y cartón. Hoy trabajamos todos los
materiales”, afirma la fundadora de El Ceibo.

Pero no se detiene en los logros, también habla de lo que viene. “Estamos


haciendo una huerta. Para mí, que tuve que comer de la basura, cultivar verdura
fresca en tachos o ruedas recicladas es fantástico”, dice. “Acá recuperamos
materiales pero también nos recuperamos como personas”, afirma.

Jackie también ha visto un cambio dramático en la forma en la que valora


su papel como recicladora. Ella participó de la Ley de Basura Cero en la ciudad,
la primera en impulsar el reciclado con inclusión social y, a partir de ahí, conformó
el primer cuerpo de promotoras ambientales. “Somos las que hablamos con los
vecinos para que separen los residuos, les contamos cómo es la ruta que siguen los
materiales que ellos tiran”.

Es el primer programa de reciclado de Argentina con perspectiva de género,


porque “las mujeres, en el mundo cartonero, somos mayoría, aunque estemos
invisibilizadas”, dice con orgullo. ♼
***
Este reportaje hace parte de la serie de publicaciones resultado de la Beca de
producción periodística sobre reciclaje inclusivo ejecutada con el apoyo de la
Fundación Gabo, Latitud R y Distintas Latitudes.
Fuente: https://distintaslatitudes.net/indispensables-invisibles

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