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Reciclaje en Buenos Aires
Reciclaje en Buenos Aires
Una docena de cooperativas se ocupa de recuperar los residuos sólidos que genera
la capital argentina. Tras décadas de una lucha liderada por mujeres, estas
organizaciones crearon el primer equipo de Promotoras Ambientales con visión de
género. Sus logros incluyen herramientas, espacios y transporte provistos por el
Estado para realizar su trabajo. Sin embargo, en la mayor parte del país los
recicladores aún trabajan en condiciones muy precarias y durante la pandemia su
actividad se redujo aún más.
Texto: María Gabriela Ensinck Ilustración de portada: Andrea Paredes
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En el inmenso galpón de la Cooperativa ‘El Ceibo’, un antiguo predio
ferroviario en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, Cristina Lescano tiene su
oficina. Está rodeada de plantas en macetas hechas con neumáticos pintados, y su
teléfono no para de sonar.
Recuerda lo dura que fue aquella época, cuando podían acabar en prisión
por “cirujear”, término con el que se conoce en Argentina a la práctica de recuperar
residuos y venderlos, proveniente de ciruja, “el que trabaja con las manos”. Pero
también recuerda buenos momentos.
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Una historia similar vivió María Castillo, quien nació hace 43 años en Villa
Fiorito, un suburbio al sur de Buenos Aires, la misma barriada humilde de Diego
Armando Maradona. A los 22 María tuvo que salir a cartonear, abandonando su
sueño de ser psicóloga. Pero su empeño la recompensaría después con otra
responsabilidad: hoy es la titular de la Dirección Nacional de Reciclado y desde
esta función pública, María Castillo articula el trabajo de las cooperativas de
recicladores, con los distintos municipios del país y el sector privado.
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El primer reto hacia la organización: el
machismo
Como Cristina, Jackie y María, muchas otras mujeres cayeron de golpe a
vivir de los desechos urbanos, como resultado de crisis económicas durante las
últimas cinco décadas. Sin embargo, su lucha no empezó por la comida o las
condiciones de trabajo sino por la píldora anticonceptiva, que por sus escasos
recursos no podían comprar.
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Para María -delgada, de rasgos finos pero voz firme- tampoco fue fácil
incorporarse a una labor donde las voces de mando son mayoritariamente
masculinas. Más de una vez se plantó, siendo mujer y cartonera, frente a poderosos
empresarios y sus equipos de abogados, para defender los derechos de sus
compañeros.
Sin haber estudiado leyes, aprendió de memoria las normativas que obligan
a las empresas a gestionar sus residuos y logró convencerlas de que las
organizaciones de recicladores están capacitadas para hacerlo.
“En las cooperativas hacemos mucho más que separar, enfardar y valorizar
residuos. En el trabajo del día a día también se abordan otras problemáticas: la
violencia de género, el trabajo infantil, las adicciones… Muchas de las compañeras
son mamás solteras. Al principio traían a sus hijos, no a cartonear sino a
acompañarlos porque no tenían con quién dejarlos”, relata María. Es por esto que
hoy en día muchas de estas organizaciones cuentan con jardines de infantes, así
como escuelas de oficios y bachilleratos populares para que los recicladores y
recicladoras terminen su educación formal.
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Actualmente hay 12 cooperativas de cartoneros que trabajan en Buenos
Aires, que antes de la pandemia de Covid19 recuperaban unas 2 400 toneladas
diarias de materiales, de las ocho mil que genera la ciudad cada día. Estas
organizaciones emplean a unos 6 500 recolectores en Buenos Aires y más de 15
mil en todo el país, pero solo el 10% está formalizado.
“Hasta el día de hoy, este rubro sigue siendo muy machista”, dice Cristina.
“A la hora de negociar y vender el material, se sigue buscando la figura del hombre.
Pero se encontraban con nosotras, que no sé si somos mejores peleadoras o
negociadoras, pero no nos podían pasar por arriba”, afirma.
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organización social, que pertenece al Movimiento de Trabajadores Excluidos
(MTE), fue una de las impulsoras, junto a otras organizaciones sociales, de la
formalización de los recolectores urbanos. Como corolario de esta lucha, 12
cooperativas fueron incorporadas al sistema de recolección de la ciudad de Buenos
Aires.
El espacio que hoy ocupa la Cooperativa El Ceibo fue cedido por el gobierno
nacional, gracias a un acercamiento fortuito con el expresidente argentino
Néstor Kirchner. Foto: Julián De Luca.
Dos semanas después les llamaron de la Presidencia para ofrecerles el galpón, “que
a mí me pareció una porquería, y hoy es el tesoro más grande que tenemos.
Firmamos un convenio que ya hablaba de reciclaje con inclusión social”, comenta.
Así, la cooperativa El Ceibo es la única de la ciudad que tiene un convenio y un
espacio cedido por el gobierno nacional (y no el municipal, como el resto de las
cooperativas de la ciudad).
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María Castillo, siendo hoy la directora nacional de Economía Popular y
Reciclado, recuerda cómo las condiciones de pobreza y las persecuciones por parte
de la policía los llevaron a organizarse entre el 2000 y el 2007, cuando la ciudad
de Buenos Aires sancionó la Ley de Basura Cero que reconoce su tarea como parte
de la Higiene Urbana.
“Mi suegra conoció a Juan Grabois (abogado, dirigente social, fundador del
MTE y amigo personal del Papa Francisco). Él nos ayudó a organizarnos y las
cosas empezaron a cambiar. De venir colgados en un camión a la madrugada, con
frío y lluvia, hoy tenemos nuestros camiones, un horario, lugar de trabajo y
cobertura de salud”, cuenta.
Por su parte, la cooperativa El Álamo fue creada en 2003 por habitantes del
barrio porteño de Villa Pueyrredón, junto a recicladores que llegaban desde los
suburbios en el “tren blanco” (una formación especial que circulaba hasta 2007 en
horario nocturno, lo que les permitía traer sus carros en los furgones) para rescatar
materiales y comida de la basura.
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Roberto “Pitu” Gómez y Alicia Montoya fundaron la cooperativa El Álamo en
2003, junto a cartoneros y vecinos del barrio. Foto: Gabriela Ensinck.
Y aunque las condiciones han mejorado para muchas de las personas que se
dedican al reciclaje, para muchos otros el desafío sigue siendo el mismo: sobrevivir
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entre la gran disyuntiva de los residuos urbanos, las ganancias para unos pocos
frente a las necesidades de una mayoría.
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En el país aún existen más de 5 000 basurales a cielo abierto. Foto: Matías
González.
Ganancias desiguales
En Argentina, cada día se tiran a la basura 12 millones de envases PET (para
bebidas) que son 100% reciclables. Pero hoy solo se recupera un 30% de este
volumen, con lo que “se pierden unos 100 millones de dólares al año”, según
estimaciones de Ecoplas, entidad conformada por investigadores y representantes
de la industria plástica.
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De acuerdo con su Presupuesto 2020, la ciudad y los municipios del cordón
urbano gastan en promedio 800 pesos argentinos por tonelada que se entierra
(nueve dólares); en lugar de obtener unos 2 400 por la reventa de los distintos
materiales recuperados (27.6 dólares).
Actualmente, la ciudad paga unos 350 millones de pesos argentinos por mes
a siete empresas de higiene urbana (cuatro millones de dólares) para la gestión de
sus residuos, según se desprende del presupuesto anual de la ciudad. “El municipio
paga dos veces: por la recolección hasta la planta de transferencia, y de ahí hasta
al enterramiento”, señala Alicia Montoya, co-fundadora de El Álamo.
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La pandemia de Covid19 afectó la actividad de los recicladores. Foto: Julieta
Ortiz.
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Más allá de la Avenida General Paz, que separa a la ciudad de Buenos Aires
de la provincia del mismo nombre, cada municipio tiene su propia normativa, y
más de la mitad no tiene recolección diferenciada. La Matanza, el municipio más
populoso del país, donde viven más de 2.5 millones de personas, aún no puso en
marcha un plan de separación en origen.
“Hay varios proyectos que intentan impulsar una GIIRSU (Gestión Integral
e Inclusiva de los Residuos)”, comenta Francisco Suárez, director del OPDS. Uno
de ellos establece la obligación para todos los grandes generadores (industrias,
grandes comercios, barrios privados, universidades) de presentar un plan de
gestión diferenciada de residuos para obtener una certificación del organismo
provincial, que otorga más puntaje si se generan acuerdos con las cooperativas de
recicladores.
La realidad es que las grandes empresas, como cadenas de supermercados y
farmacias, prefieren venderle sus residuos reciclables a la industria, en lugar de
“donarlos” a los recicladores.
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Gracias a las luchas de los recicladores y recicladoras, desde 2013 Buenos Aires
tiene un sistema mixto de recolección de residuos. Foto: Julieta Ortiz.
“De revolver bolsas de basura sin saber lo que era el ambiente, nos
convertimos en trabajadores del reciclado. Pero tuvimos que pelearlas todas, desde
la Ley de Basura Cero que nos reconoció como parte de Higiene de la ciudad, hasta
la idea de ponerle chips a los contenedores para que los recicladores no se lleven
la basura, que no duró ni dos meses”, recuerda.
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para las mismas personas que se dedican al reciclaje. “Se armaban peleas
fenomenales entre gente de distintos barrios. Había que enseñarles que esto era un
laburo (trabajo). Empezamos pagando por día, porque si no, se gastaban todo,
después por semana y después por mes y con la tarjeta. Tuvimos que poner reglas.
Acá no entra la droga ni el chupi (alcohol)”, dice Cristina.
“Se crearon oficios y relaciones con los vecinos y las empresas. Tenemos
comercios, restaurantes y hoteles que separan y nos llaman para que retiremos sus
reciclables. Empezamos con plástico y cartón. Hoy trabajamos todos los
materiales”, afirma la fundadora de El Ceibo.
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