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FEMINIDAD MASCULINA: ENSAYOS

Este artículo no es una réplica a “Masculinidad femenina”, entre otras muchas razones
porque trayectorias, sin ser antagónicas, son diversas en tiempo y espacio. En Burgos,
tratar estos temas, es simplemente marciano. Aunque empieza a dejar de ser
considerado un capricho o una excentricidad en muchos círculos (másteres, grupos de
reflexión, publicaciones recientes…) se diría que todavía resulta necesario demostrar
algo que no tiene que demostrar quien escribe sobre el racismo, la guerra civil, la
inmigración o incluso el deterioro urbanístico de la plaza de su pueblo o la última
piedra de un yacimiento municipal Tampoco tengo una universidad medianamente
decente detrás. Pero, si hay algo que debo al clásico de Hallberstram (traducido por
Javier Sáez para Egales), es la posibilidad de que algunas de las cosas que expongo
se apuntalen o más bien surjan de ámbitos culturales que me son más o menos
familiares como el cine, en menor medida la literatura, y en menor medida aun la
música. la autora habla de su experiencia aunque las masculinidades europeas y/o
mediterráneas no se articulan siempre de la misma forma que las feminidades o
masculinidades del mundo anglosajón, aunque se influyan o interrelacionen ni he
disfrutado de las mismas comodidades e incomodidades que Jack Hablar de las
masculinidades de los países árabes es un terreno lleno de contradicciones porque
frente a gobiernos que promueven el machismo o el fundamentalismo existen
ejemplos rompedores que reflejan una nueva juventud algo sofocada por la pobreza o
la violencia a la que les ha sometido el mundo occidental: es el caso de la realizadora
de cine Nadine Labaki y para lo que nos interesa el caso del grupo de pop-rock
Mashrou Leila (con un vocalista osezno que ha salido públicamente del armario) que
en su canción más abiertamente gay, sitúa, paradójicamente, a su personaje
masculino en una posición femenina tradicionalista, esperando entregar su vida y su
labor a la de su “amante esposo”. En otras, en cambio, rompe moldes sobre los roles
de género en ese lugar privilegiado del maltrecho Oriente Medio llamado “Líbano”.
Pero si pensamos en ellos, tanto juntos como por separado, pueden decirse cosas
nuevas sobre un tema que en teoría es tan viejo como la historia. No me interesan
más de lo necesario, ni chamanes, ni castrati ni ejemplos exóticos. Escribo en el
contexto en que habito y aunque ejemplos como el suicidio de Mishima o los rudos
pero bisexuales beatniks pertenecen a otros ámbitos, los enmarco entre los ejemplos
que bien –o más bien mal- ha asimilado la cultura occidental y europea. Es muy
posible que quien lea esto crea tener ya una idea de lo que se va a encontrar, pero
quizá se equivoque. Hay pioneros en nuevas formas de entender la masculinidad
desde los dandys que acompañan a Wilde a los beatniks pasando por el rock, el folk
de los cincuenta o las imágenes de actores como Sal Mineo, Anthony Perkins o
Michael York. La cosa es más compleja. La redefinición de los roles de género en el
núcleo familiar, los avances del movimiento LGTBQ, los estudios recientes sobre la
masculinidad, el hombre objeto de los anuncios… muchas cosas reunidas como en
cajón de sastre o en caja de herramientas. Esa caja de herramientas predicada por
Deleuze pero que no siempre tiene las herramientas que esperamos o necesitamos.
Así los chicos de los cortos de Carlos Ceacero o Jorge Torregrosa se sitúan en un
ámbito de crisis de identidad sexual que los puede hacer interesante, pero la feminidad
masculina es más que eso. El término despectivo “musculocas” hace referencia a esos
chicos que van al gimnasio o tienen un cuerpo de gimnasio, mientras bailan música
disco encima de una carrera algo kitch con esponsor de la empresa de turno. Ellos
también entran, porque todas las generalizaciones son peligrosas, más cuando se
adopta el telescopio del heterosexismo o los dualismos de género. Me da que por
estos lares es demasiado pronto. Si hablo de cine de mujeres desde el feminismo
todavía en los grandes puestos académicos no se me considera un interlocutor válido.
Pero las excepciones perturban la regla desde el transgenerismo a los cambios de
roles.. También los hombres y los chicos que te encuentras en la calle, en el trabajo,
en la biblioteca, en el bar, los que llevan dos pendientes, que van vestidos de rosa de
pies a cabeza… No sé si alguno temerá que haga uso de profunda filosofía, pero mi
referencia es “Epistemología del armario” y esas personas que se han convertido en
personajes además de una multitud de hombres que fracasaron en la representación
de la masculinidad hegemónica o, visto de otra manera, se adelantaron a su época,
rompiendo moldes. Son ineludibles los niños mariquitas o los heteros con pluma-
victimas ambos del bullyng escolar-, una nueva juventud más conectada a redes de
sobreinformación, incipientes enfoques transfeministas y queer. Pero también entran
por vías de cultura y subcultura los antihéroes de Patricia Highsmith, los perdedores
de Tennessee Williams, los héroes del movimiento hippy, las caderas de Elvis Presley,
los marineros de Einsestein, el esqueleto de Robbie Williams o los incipientes
movimientos gays de los países árabes. Hoy nos escandalizan las declaraciones
homófobas de Alain Delon cuando debe a un gay (Luchino Visconti) y una lesbiana
(Patricia Highsmith) su consideración como un mito erótico. ¿Un hombre objeto?

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Existía hasta hace poco esa idea tópica -a lo Ana Karenina- de que “todas las
adolescencias heteros se parecen y cada adolescencia bollera o marica lo es a su
manera” o bien el inverso: cuando una persona sale del armario (concepto muy
productivo e interesante pero lleno de limitaciones y paradojas ) muchos (sobre todo
desconocidos) se imaginan(ban) un modelo de infancia y adolescencia estereotipada
como, en el mejor de los casos, el protagonista de la película canadiense C.R.A.Z.Y,
lidiando con su fascinación por David Bowie, el maquillaje y a la vez intentando
conseguir una imagen corporal que fuera deseable para jóvenes (¿hombres?)
exigentes, situándose entre el narcisismo y el fracaso ante modelos viriles y vigilancia
patriarcal. Eran jóvenes, al menos hasta hace poco, destinados a competir en ese
ente abstracto llamado “el ambiente” o sus aledaños. Como decía Foucault, el
homosexual ha pasado de ser un relapso a ser una especie: una infancia, una
anatomía, unos “antecedentes” una biografía e incluso un destino o futuro común. El
matrimonio y la idea del amor romántico sirvieron a la causa y a la visibilidad, pero
también aumentaron divisiones no necesariamente económicas pero si de
reconocimiento público entre gays -y lesbianas- casados y no casados. Sin recurrir al
baremo de Gayle Rubin una pareja casada sin muchos recursos podía, en principio,
tener menos movilidad que un gay solo y con dinero, pero el reconocimiento social
era muy distinto (sobre todo dependiendo del “ámbito” en el que se moviera de forma
cotidiana).

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No me propongo escribir otro trabajo más sobre los gays en la cultura. No porque
haya muchos: en castellano la producción editorial y académica sigue siendo irrisoria
sino porque creo que el heterosexismo tiene muchos vericuetos y una de los más
importantes está relacionado de forma cada vez mas evidente con el género, el
sistema sexo/género y la visión esencialista de los mismos, con eso que llamamos
para bien y para mal masculinidad y feminidad cuestionando y a la vez reforzando
ambos resbaladizos conceptos, cuya historia esta documentada por gente como
Thomas Laqueur en trabajos como “La construcción del sex. Cuerpo y sexo desde los
griegos hasta Freud”, donde se estudia la construcción médica y anatómica que lleva a
una separación entre el hombre y la mujer, eliminando los estadios intermedios.

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Es curioso porque en épocas de crisis de la industria de la cultura y el espectáculo los
futbolistas han logrado una importancia social, nacional, emblemática desmedida,
desplazando a otro tipo de famosos/as. El público los necesita. Fueron muchos los
que por su añorada masculinidad convirtieron a “El club de la lucha” en un éxito de
culto, pero no únicamente, publico heterosexual masculino, buscando esa parcela
perdida de comunión homosocial que les había arrebatado (solo en parte) el
movimiento feminista, LGTB o antirracista, incluso reclamando la violencia, la crueldad
y el individualismo competitivo. Frente a los “maricas” que anuncian cremas están
esos chicos que miran al hombre de Atapuerca con nostalgia, porque el mundo
contemporáneo los ha feminizado y/o alienado, sin ver que sus gestos descubren
también signos de homosexualidad sublimada. Los cocineros de las sociedades
gastronómicas excluyentes en su mayoría son una triste réplica de la mujer, esposa o
madre que hace siempre la comida “para todos”. Arguiñano es un pionero pero
establece una distinción bastante clara entre “El cocinero”, artista y las cocineras,
artesanas.

Hablar de feminidad masculina, es también, hablar de experiencias de exclusión a lo


largo de la historia o de oprobio y malentendidos pero también es hablar de
interesantes paradojas que supusieron distintos grados de conquistas sociales e
históricas. Así muchos hombres se encontraron y se siguen encontrando con
situaciones de oprobio o rechazo por no defender en algunos lugares los llamados

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“valores masculinos”, que, para Hallberstram, no son propiedad exclusiva de nadie,
sino relecturas corporales e imposiciones culturales.

Todos los y las heteros tienen ideas propias y, en ocasiones, harto extravagantes o
contradictorias sobre la gente LGTB como grupo, también sobre la masculinidad y la
feminidad como sistemas. Incluso en medio de grandes seísmos producidos
recientemente, de avances significativos de los que hablaré y de recientes retrocesos
sobre los que no callaré.

Hay quien afirma que confundir la homosexualidad con la feminidad es un error de


base. Y, en parte, tiene razón. Forzudos boxeadores, jugadores de rugby, agresivos
políticos, motoristas o incluso coroneles han “salido del armario”. Recientemente
hemos visto al musculoso y tatuado protagonista de Prision Break, Wentworth Miller,
oponiéndose públicamente a la homofobia del régimen de Putin y declinando su
invitación a acudir a Rusia. Pero las cosas son más complicadas: la afirmación
(sostenida incluso por algunos que han hecho cursos y cursos de sexología o se
dedican a darlo ) de que “azul” más “azul” es más masculino no solo irrisorio, sino
que da por supuestos esencialismos de género mantenidos por la medicina o la
biología -sin tener en cuenta aspectos culturales y/o educacionales- y además
también obvia que el deseo (los deseos) nos colocan en una posiciones complejas
con respecto a la masculinidad hegemónica, el objeto sexual masculino o las
fantasías ¿pasivas? , a pesar de los cambios sociales. Pero tampoco es ese el tema
que aquí nos ocupa sino más bien la historicidad, los secretos, los avances y el
voluntarismo que hemos encontrado, encontramos y encontraremos en los
biohombres que han adoptado, ya desde tiempos remotos, posiciones consideradas
femeninas. Entran los hippies de los sesenta pero también los esclavos negros, los
que van encima de la carroza del Orgullo Gay y los que construyen carreteras a las
órdenes del ministro o ministra de turno. Están los gigolós, los chaperos, los hombres
objeto (y aquí entran muchos nombres, en principio, heterosexuales), los hombres
sensibles, los desertores, los vampiros, los llamados “enfermos mentales”, los
seropositivos (que en ocasiones son doblemente feminizados y/o estigmatizados
desde muchos frentes) o “mantenidos”, así mal llamados por una cultura machista de
la que tampoco escapan alagunas mujeres. Además de los solterones o los primeros
grupos de deconstrucción o cuestionamiento de la masculinidad en países donde el
machismo histórico, social, religioso y/o cultural sigue siendo sangrante. Entran los
activos y los pasivos, los niños con pluma (independientemente de sus gustos
sexuales) y también los que por distintas razones abandonaron un tipo de mercado
laboral hecho, en su momento- ya no tanto-, a medida del varón productivo y se

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retiraron de muy diferentes maneras a otras formas de vida, hoy bastante difíciles de
llevar. Entran los hombres fatales (como el Victor Mature de “El embrujo de Shangay”
sustituyendo a Marlene Dietrich en una película de Von Stemberg), los románticos con
sus vidas aventureras y/o enfermizas, los bisexuales buscando su espacio
sociopolítico en unos sitios u otros y los rockeros glam o trans (Hegdwig, Conchita
Burst, Lou Reed ) de muchos países pero la intención no es en este momento
estudiar el campo de la androginia o apropiarse de cosas ajenas sino simple y
llanamente hablar un poco la “feminidad masculina”. Puede entrar el asesinato de
Mathew Sheppard (un asesinato homófobo pero también plumófobo), pero también la
posición del Genet “adulto” en los panteras negras o Pasolini en el Partido Comunista
Italiano (entonces dominado por discursos viriles y cargados de dogmatismo) , o los
que siguen buscando hueco y/o relevancia “real” en partidos y sindicatos, hombres o
mujeres. El presente trabajo debe mucho al feminismo, al transfeminismo y a la teoría
queer y a algunos estudios recientes sobre las masculinidades, pero sobre todo debe
mucho a esos espejos socioculturales en los que nos miramos todas y todos a diario.
El resultado nunca es satisfactorio del todo, para nadie.

No se me escapa que el hecho de que el que escribe esto sea un hombre gay lo sitúa
en una posición parcial (pero no más ni menos parcial que si lo escribiese un
estudiante hetero o una profesora lesbiana). En muchas ocasiones la llamada “pluma”
gay no ha gustado a los heterosexuales, hombres o mujeres. Los primeros porque se
parodiaban códigos que ellos suponían naturales bajo esencialismos fomentados por
la biología, la psiquiatría y, sobre todo, la religión a la antigua usanza. A las segundas
porque reproducían un tipo de mujer sumisa o hipersexualizada reencarnándose
siempre a mujeres artificiosas o heroínas trágicas. Con ayuda de la práctica y la teoría

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queer la cosa se ha apaciguado un poco aunque también se ha hecho más compleja:
si a una niña educada como señorita le gusta parecerse a un motorista tipo Marlon
Brando en “El salvaje” porque a un chico educado como “macho” (con mayor o menor
intensidad) no puede gustarle reencarnarse en Nathalie Wood en “Esplendor en la
hierba” o Vivien Leigh en “Un tranvía llamado deseo”. Es dificil que un hombre gay o
femenino se identifique de la noche a la mañana con Emma Goldman o Audre Lorde,
aunque sorprendería a mucha gente la cantidad de lecturas femeninas de los
adolescentes gays o bisexuales (cuando hablo de lecturas femeninas me refiero a un
amplio espectro catalogado como tal que va de Jane Austen a Audre Lorde pasando
por las hermanas Bronte o Madame Bovary). Nada es sencillo en este terreno, máxime
cuando la gente famosa a la que admiramos se coloca en posiciones en las que no
hablan con naturalidad de su orientación sexual sino con subterfugios extraños. Es
muy posible en consecuencia que muchas personas -aun vivas o ya muertas- se
puedan “dar por aludidas” y por eso he hecho la aclaración de que la feminidad
masculina no es exclusiva de los gays, bisex o trans como tampoco la masculinidad
femenina lo es de las lesbianas o drag-kings. Así, individuos como Shakespeare,
Cristiano Ronaldo, Alejandro Sanz, Antonio Banderas, Javier Cámara, Bob Fosse,
Farley Granger, Jean Marais, Aaaron Swartz, Aitor Merino, Miquel Missé, Robbie
Williams, Colin Firth, James Baldwin, Rafael Escobedo, Harvey Milk, Mohamed
Chukri, George Michael, Julian Assange, Ocaña, Bradd Pitt, Caetano Veloso, Marlon
Brando, Mathew Sheppard, Foucault, Agustí Villaronga, Antonio Flores, Lou Reed,
Tennesse Williams, Gomez Arcos, Zac Efrón o el inevitable James Franco pueden
aparecer indistintamente como hombres con atributos femeninos sin que ello
suponga que los saco, no los saco o, peor aún , los meto en el armario. Ni siquiera
pretendo compararlos, la distancia (del tipo que sea) los diferencia dentro de su
singularidad Tampoco deben quedar en segundo plano los personajes de ficción.
Máxime cuando han cobrado tanta relevancia y parece cada vez más claro que
feminidades y masculinidades no dejan de ser, en el fondo, sino ficciones aceptadas.
Ha pasado (quizá no del todo) la era Van Damme-Rambo-Reagan, pero le ha
sucedido la de Crepúsculo, los coletazos seniles de Clint Eastwood y la vuelta a las
tres dimensiones, las sitcom o el gore. Y frente a todo demasiados muertos en la
puerta de la discoteca de Johnny Deep. Es curioso porque Deep aparece en algunas
películas como feminizado pero su masculinidad resulta en principio , para las masas,
más tranquilizadora que la de Joaquín Phoenix, Robert Downey Jr. o Benedict
Cumberbatch, a los que muchas veces se les ha aplicado la etiqueta de “raros” sin
explicar muy bien por qué . La izquierda no ha renovado mucho su imaginario con
referentes viriles que ya chirrían como Nicolas Maduro, los héroes de varias

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revoluciones del siglo pasado o Pablo Iglesias, sin ir más lejos, al margen de su valía
política. A Estopa, Sabina o Bisbal no les gustaría que los embarcaran en la misma
nave, pero los tres comparten unas canciones donde dejan su impoluta y/o agresiva
“heterosexualidad” fuera de toda duda. Hablar de feminidad masculina es siempre
hablar de paradojas no de metáforas. Así en la para mi horrible y moralista “Historias
del Kronen” el personaje mas “femenino” del relato no es Jordi Mollá secretamente
enamorado de un arrogante y belicoso Juan Diego Botto sino el personaje de diabético
y suave interpretado por Aitor Merino y que muere al final de la película, casi tan banal
y oportunista como la novela en que se basa. Pero ¿Es productivo o siquiera cabal
asociar la feminidad con la suavidad, lo frágil o lo subalterno?, evidentemente no, más
bien al contrario. Pero hasta en algunas reseñas de “La piel que habito” se sigue
diciendo que el personaje de Vicente encarnado por Jean Cornet a pesar de su
posición viril tiene rasgos femeninos desde su primera aparición. Algo impreciso y
cambiante sigue en el inconsciente ¿colectivo?

He pensado muchos ejemplos para incluir en esta reflexión parcial y creo que unos no
excluyen a otros. Aaron Swartz, un joven estadounidense libra una batalla desigual
(David contra Goliat) con el libre acceso a todos los documentos en Internet. No llega
al llamado “terrorismo informativo” del individualista Assange pero es un niño prodigio
hasta que empieza a molestar al sistema capitalista. Las grandes corporaciones y
asociaciones contra la Piratería lo llevan a los tribunales por su incansable
ciberactivismo, aunque sus notas son excelentes. Poco después el joven se suicida, o
esta es la versión oficial y" la de su novia”. La posición de Swartz tiene algo de

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guerillero en el sentido antiguo y tradicional del término pero también una posición
considerada (erróneamente) femenina. Como “Thelma y Louise”, no se enfrenta al
arbitrario sistema legal estadounidense o a los prejuicios vigentes sino que toma el
camino de la huida hacia “adelante” precedida de una grave depresión debido al
acoso que soportó por parte de las autoridades. Swartz es para algunos un héroe
para otros un antihéroe, que se metió en un terreno peligroso donde las leyes quieren
y no pueden regular del todo. En cualquier caso un joven “con causa”. Su
masculinidad de estudiante aplicado choca con actividades más o menos nocturnas en
las que utiliza “con otros fines” aquello que ha aprendido precozmente. Al hablar de la
feminidad masculina se entenderá mejor por dónde van los tiros si consideramos la
primera y más sonada víctima de los gobiernos en ese terreno durante el siglo XX fue
el hoy célebre y pionero Alan Turing, que pasó de héroe a maldito cuando la
homofóbica sociedad inglesa de los cincuenta lo obligó a hormonarse, para eliminar
esa feminidad, que supuestamente lo conducía a la sodomía. Son diferentes y
también es distinta la orientación sexual, pero hay algo que los une: es su
enfrentamiento directo con sistemas legales y “morales” que ellos no consideraban
éticos. Las leyes sobre el copyright en un caso y las leyes sobre “inmoralidad” en el
otro. La batalla la tenía perdida de antemano y dejaron de luchar a pesar de su
carácter valiente y de que hoy sean considerados pioneros. Si se heterosexualizó
para el cine la figura de Nash (premio Nobel de matemáticas dependiente de su
esposa en el terreno de la inseguridad psíquica y con graves problemas mentales), no
es posible hacer lo mismo con Turing ya que su leyenda es demasiado clara, como
dice Sadie Plant, héroe de guerra pero desertor de la máquina binaria del género.
Incluso la famosa manzana mordida de Apple, voluntariamente o no, remite a esta
historia de Blancanieves-Turing y la Madrastra-Justicia en la Inglaterra que hoy, como
a Wilde, lo ha resarcido. Es fácil pedir disculpas a los muertos. Algunos dicen que
como Sócrates bebió la cicuta otros que el gobierno inglés anduvo detrás de su
muerte. La legislación recayó sobre el cantante pop George Michael cuando fue
descubierto haciendo “cruising” o ligue en unos baños públicos. Aquí el asunto se
complica porque pone en evidencia los mecanismos que utiliza la “policía moral” para
cazar a los gays: comportarse como uno de ellos (¿ellos?), incluso coquetear con ellos
o, como en este caso, “enseñarle su miembro” e incluso compartir caricias antes de
“esposarlo”. A pesar del fallo condenatorio Michael (que ya tenía un pie fuera del
armario por las letras de sus canciones y su aspecto físico) sacó partido a la situación
y rodó un video satírico sobre policías y baños públicos que no solo molestó al
guardián en cuestión sino que impulsó su carrera, aunque desplazándola levemente
hacía un ámbito donde lo implícito se hacía explícito. Pero Michael no dejó de cantar,

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tomo una postura activa. De hecho hoy –si nos abstraemos de ciertos códigos y
subculturas- el aspecto del cantante es canónicamente más “masculino” que cuando
lucía melena teñida de rubio como “amanerado” vocalista del grupo “Wham”.

Aunque pensemos que tanto la masculinidad o la feminidad son construcciones


culturales- además de elementos relacionales ( y en ocasiones invocados de forma
absurda) - y que, a la luz de la teoría queer, hasta la materialidad del sexo sea una
imposición del poder y el heterosexismo, esto no nos permite negar que, como decía
Eve Kosofsky Sedgwick, el hecho de descubrir o desvelar que algo era o es
meramente “cultural” no suponía ni supone necesariamente que se pudiera ni pueda
cambiar de la noche a la mañana, ni siquiera por ningún grupo o programa. Así los
feminismos se encontraron con barreras psicológicas muy fuertes y su intento de
politizar el ámbito o la llamada “esfera privada” no siempre dio los resultados
esperados. Unos postulados sustituían a otros, los movimientos de mujeres se
diversificaron y frente al “las lesbianas no son mujeres” de Monique Wittig
encontramos la reivindicación desde muchos frentes del “feminismo lesbiano” que
entonces incluía un rechazo a las jerarquías, un ataque a la pornografía o el
sadomasoquismo y el poner lo femenino como modelo bien sea para la ecología, la
literatura o la ocupación de espacios autogestionados, lejos de la supremacía social
masculina. Los más recientes estudios de la masculinidad han cuestionado la violencia
machista o los roles competitivos, pero no siempre han llegado al terreno de la
heterosexualidad obligatoria porque allí las cosas se complicaban y no solo por
razones de miedo o secretismo sino porque ese espacio ya era terreno de combate
de un movimiento LGTB con el que compartía algunas cosas pero no otras muchas.
La victimización de las mujeres, los grupos de autoayuda, el cuestionamiento de las
masculinidades en el tiempo y el espacio dieron frutos contradictorios, interesantes,
pero que, en ocasiones, sin quererlo ni saberlo ampliaban las masculinidades sí, pero
las masculinidades heterocentradas. Nacían “los hombres contra el patriarcado” mejor
vistos por el feminismo tradicional y/o institucional que por las nuevas corrientes dentro
de los movimientos LGTBQ que politizaban la sexualidad, lo corporal y no creían, de
entrada, en las “relaciones igualitarias”. Fenómenos como la prostitución, la
pornografía o incluso el mismo lesbianismo separatistas causaron no pocos
enfrentamientos. También la homosexualidad masculina se convirtió en un terreno
resbaladizo, más aún cuando los movimientos por la liberación sexual empezaron a
recoger las vigorosas demandas de los y las transexuales o transgéneros y se rompió
la dinámica de contentar al mundo “heterosexual”. Pero es obvio que la homofobia no
solo la sufren los gays o lesbianas sino que sus daños colaterales son cuantiosos,

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desde los niños con pluma, los hombres “femeninos” hasta la imposición de
determinadas normas de género en determinados ámbitos o profesiones. A ello viene
a sumarse un enemigo casi común: la religión o, mejor dicho, las Iglesias oficiales, que
a pesar de sus monaguillos ¿asexuados? promueve aún hoy la separación de los roles
de género en una escala desigual. Si figuras como Jean Genet contribuían a unir la
homosexualidad con la rebeldía, las causas políticas, la marginalidad o incluso el
crimen, otros no solo practicaban sino que predicaban la respetabilidad y la
“normalización” asumiendo valores caducos o heterosexistas cuestionados incluso por
otros movimientos sociales como el matrimonio monógamo, el capitalismo consumista
o formas sutiles de racismo. Decían que Proust se disfrazaba de Albertine para hablar
de los hombres pero hay gente como Woody Allen, heterosexuales militantes, que
también se han aproximado a la llamada “alma femenina” sin nada que envidiar a
Cukor, Tennessee Williams o Lorca. Pero ¿es, en principio, subversivo en una
sociedad de héroes (el paso de los EEUU de los ochenta a los noventa) el personaje-
persona Woody Allen por no responder a casi ningún rasgo del macho tradicional?
Feo, neurótico, complejo y acomplejado, urbanita, melómano intelectual, eso sí
obseso y loco por las mujeres. ¿La aficción de Pasolini o Eloy de la Iglesia por los
“muchachos de la calle” los feminiza? ¿Por qué los hombres (mayoritariamente)
heterosexuales encumbraron una película misógina, mentirosa y racista como “El club
de la lucha”? ¿Hay un terreno amenazado? ¿Los hombres tienen miedo como dice
Despentes o el cambio no es tan grande como lo pintan? ¿Reinventarse o morir? ¿El
patriarcado quiere sobrevivir al capitalismo o es al revés? Muchas preguntas sin
responder.

Hay ejemplos en los que la especulación da mucho juego pero puede ser fácilmente
rebatible y nos sitúa en aguas pantanosas. Sin certeza ninguna ni pruebas fiables
algunos pensamos que Rafi Escobedo (el presunto asesino de los antediluvianos
Marqueses de Urquijo) escondía a un amor de su mismo sexo como presunto co-
autor del crimen que lo hizo “famoso”, sin certezas finales Las revistas del corazón y
las de crónica negra se confundían al especular sobre “el caso” El atractivo físico de
Rafi, convertido tal vez en chivo expiatorio de un crimen con varios autores
intelectuales y/o materiales, es cuestión de gustos pero su, entonces aireada
trayectoria sentimental, al igual que su “pluma” hoy dejan cada vez menos dudas. No
solo por las poco fiables declaraciones de su mujer, Miriam (que ha asumido todos los
esquemas más detestables del mundo empresarial y estafador masculino), sino
porque se intuye cuando habla de ella (su esposa por poco tiempo) que miente y que
sentía una profunda aversión tanto hacia Miriam como, sobre todo, hacia los valores

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nacionalcatólicos de sus suegros, que no aprobaron el enlace de su hija con
semejante cazafortunas. En una sociedad mejor los marqueses no existirían y tal vez
tampoco individuos como Rafi o su mujer (que ha vuelto a saltar a los medios de
carnaza), que ha abrazado todos valores empresariales competitivos. Lo que feminizó
entonces a Rafi- si llegó a feminizarlo- fue su entrada en prisión pero sobre todo el
haberse quedado solo (lo dejaron solo) en un momento en el que los mass-media
buscaban morbo y sangre. Pero su amistad íntima con su cuñado no fue objeto de
ninguna especulación. En el caso de Assange se ha demostrado su relación –
complicada y polémica pero relación al fin y al cabo- con el “otro sexo”, a pesar de su
aire de individualista, dandy o ciberactivista encantador e impulsivo. La aficción a las
jovencitas de Woody Allen o, sobre todo, Roman Polanski les han pasado factura pero
nunca del mismo modo que las especulaciones sobre Michael Jackson. Monique Wittig
y Franz Fanon (dudo que se leyeran el uno a la otra) coincidieron en comparar algunos
aspectos de la situación de las personas racializadas con las mujeres como grupo
oprimido y viceversa. Minorías cualitativas, siguiendo a Deleuze. Niños delicados de
los relatos de Tennessee Williams (El parecido entre una caja de un violín y un ataúd,
Lo importante) o Capote (Otras voces, otros ámbitos) no tienen nada que envidiar a la
niña proto-lesbiana o proto-queer de “Frankie y la boda” de Carson McCullers, sin
olvidar a algunos personajes de Capote o James Purdy, también ubicados en el
profundo Sur. Algunos niños con pluma fueron luego hombres hiperviriles y llenos de
contradicciones vitales o creativas como el delicado niño Mishima convertido en un
musculoso guerrero con arranques de locura imperial e inflado de paradojas
culturales, de héroe a villano, de niño mariquita o soldado musculoso. Estamos ante
una época de retrocesos en forma de sangría bancaria, vuelta a las clases de “moral”
católica, corrupción política y derechización de las costumbres. Pero esperemos haber
aprendido algo de la historia y responder, luchar, opinar en vez de hacernos el harakiri
para tener “diez minutos de gloria”.

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APENDICES (I)

ARQUELOGIA Y PIONEROS. FEMINIDADES MASCULINAS EN EL PASADO.

"Manor", la novela homoerótica de vampiros del siglo XIX.


K.H. Ulrichs, uno de los pioneros por la liberación homosexual del siglo XX –
enfrentado a gente como Freud–, compuso también la primera historia de amor entre
un joven humilde y un misterioso vampiro. Manor, como buena parte del pensamiento
de este hombre, cuyas ideas influyeron en el Comité Científico Humanitario, sorprende
por su modernidad.

Karl Heinrich Ulrichs autor de "Manor"


Mucho antes de la saga de Anne Rice, a finales del siglo XIX, Karl Heinrich Ulrichs
escribió Manor una triste, melancólica pero valiente historia de amor homosexual y
vampirismo, teñida de mórbida poesía. Manor se lee hoy con sumo deleite como una
historia corta pero inolvidable por su a la vez clásica y moderna concepción.
Nacido en Aurich, en la época adscrito del Reino de Hanover, en el noroeste de
Alemania, Ulrichs recordaba que de niño llevaba ropa de niña, prefería jugar con niñas

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y quería ser una niña. Su primera experiencia homosexual fue en 1839 a la edad de 14
años, en el transcurso de una corta relación con su instructor de equitación. Ulrichs
expuso la aún hoy controvertida idea del tercer sexo pero tuvo el valor, a diferencia de
otros científicos de la época, de abogar por la liberación homosexual y la
desparición del famoso parágrafo 173 de la legislación prusiana, que sería
después adoptado por la Alemania de Hitler.
Además de numerosos ensayos sobre diversidad sexual escribió esta subyugante
novela corta sobre el amor "más grande que la vida" con mayor elegancia y discreción
que Bram Stoker o incluso que Sheridan Le Fanu. Ulrichs habló mucho antes que
nadie de la bisexualidad y la intersexualidad aunque lo hiciera desde un punto
de vista científico y académico que hoy chirrían un poco.
Olvidado durante mucho tiempo hoy es una figura clave en la historia de la
liberación homosexual en Europa. Un pionero y un literato que nos ha dejado una
de las historias de amor más conmovedoras de la literatura del siglo pasado. La
historia de la pasión del hijo de un marinero y una incansable criatura que se alimenta
de sangre. Manor sigue siendo hoy un ejemplo desconcertante de como la creación
literaria se adelantó al cine y al ensayo. Su relato tiene algo de Emily Bronte y algo de
la literatura gótica de la época, en un ambiente humilde pero donde el amor entre
dos hombres desafía todas las barreras sociales, vecinales y familiares.
Al final de su vida, Ulrichs escribió: "Hasta el día de mi muerte, miraré hacia atrás con
orgullo por haber encontrado la valentía para enfrentarme cara a cara al espectro que
por tiempo inmemorial ha estado inyectando veneno en mí y en hombres de mi
naturaleza. Muchos han sido llevados al suicidio porque toda su felicidad en la vida
estaba contaminada. De verdad, estoy orgulloso de haber encontrado la fuerza para
dar el golpe inicial a la hidra del desprecio público."

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 MANOR

I. En medio del Mar de Noruega hay un archipiélago de treinta y cinco islas


desoladas solitarias. Alejadas prudentemente de Escocia, Islandia y Noruega,
las Islas Feroe son estériles, rocosas y están cubiertas por una densa niebla. El
melancólico canto de las gaviotas resuena en todo el lugar. A la vista de
cualquier ser humano, todo el paisaje permanece oculto por las frenéticas olas
que surgen por debajo de la espesa bruma. Las montañas alcanzan alturas de
entre mil ochocientos y tres mil metros sobre el nivel del mar. Hay escarpados
acantilados de dentadas gargantas, densos bosques de pinos y numerosas
cascadas lloran sobre las rocas desde inmensas alturas. Las orillas de los ríos,
atravesados por arroyos y ensenadas, se hacen casi inaccesibles por causa de
los gigantescos acantilados. El mar, encerrado por las rocas y los arrecifes, se
lanza rabioso en remolinos huracanados. Diecisiete de las Islas Feroe están
habitadas. Dos de ellas, Stroemoe y Wagoe, están separadas solo por un
angosto istmo lo suficientemente tranquilo como para que un nadador valiente
se atreva a cruzarlo. Muchos nombres del lugar invocan aquel ya lejano
pasado, antes de que la Iglesia se hubiese establecido. Por ejemplo, el puerto
Thorshavn, en la costa de Stroemoe, fue nombrado así en honor del dios del
trueno de la mitología nórdica, siempre representado armado con un martillo.
Érase una vez un pescador y su hijo de quince años de edad. Ambos partieron
de Thorshavn en un bote de remos. El barco naufragó en las costas de Wagoe
durante una tormenta y el niño fue arrojado hacia los arrecifes. Un joven
marinero lo vio, se zambulló en las olas y nadó hacia él. Luego de rescatarlo, lo
depositó sobre las rocas, levantó el cuerpo semi-inconsciente en su regazo y lo
sostuvo entre sus brazos. Entonces el niño abrió los ojos. —¿Cómo te llamas?
—le preguntó el marinero. —Har. Soy de Stroemoe —respondió el muchacho.
El marinero lo condujo a través del estrecho de Stroemoe y lo llevó junto a

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Lara, su madre. Agradecido, el niño abrazó a su salvador, que estaba a punto
de partir.

 .Más tarde, el mar arrojó hacia la playa el cuerpo sin vida de su padre. El
marinero se llamaba Manor. Era un huérfano cuatro años mayor que Har.
Manor se encariñó con el chico… anhelaba volver a verlo. De vez en cuando,
Manor atravesaba el estrecho de Stroemoe en bote, o bien, las noches de
verano, después del trabajo, nadaba a través del agua tibia. Har lo esperaba en
la orilla, trepaba el arrecife y ondeaba su pañuelo cuando veía el bote
acercarse a lo lejos. Pasaban una o dos horas juntos en el barco, cantando
canciones de marineros, y luego remaban a través del mar calmo. O bien se
desnudaban, se sumergían en las olas y nadaban hasta la playa para ver las
focas. A veces se internaban en el oscuro y verde bosque repleto de pinos
inmensos, donde, según decían, se oía la voz de Thor. Otras veces se
sentaban entre las rocas, bajo los árboles de la playa, y allí se dedicaban a
charlar y hacer planes para el futuro. Cuando un ballenero pasó por el
estrecho, decidieron navegar juntos. Manor rodeó los hombros de Har con sus
brazos y lo llamó «mi niño». Y Har, entre los brazos de Manor, sintió que jamás
en su vida había sido tan feliz. Si alguna vez Manor llegaba tarde, caminaba
bajo la sombra del arbusto de lilas y llamaba a la ventana de Har. Y el niño se
despertaba y huía de casa para ir a su encuentro, porque solo junto a Manor se
sentía plenamente feliz. Un día, un barco danés de tres palos llegó al puerto de
Wagoe con el propósito de reclutar marineros para realizar un viaje de caza de
dos meses. Manor subió a bordo y el capitán, complacido con su agilidad, lo
contrató de inmediato. Har también quiso alistarse como aprendiz, pero su
madre, al enterarse, se lamentó diciendo: —Tú eres mi único hijo. El mar se ha
cobrado la vida de tu padre. ¿Acaso tú también quieres abandonarme? De esta
manera, Har decidió quedarse en tierra y Manor emprendió el viaje. Los dos
meses pasaron y el invierno comenzaba a llenar el aire. Como de costumbre,
Har siguió subiendo al arrecife para contemplar el mar en la distancia.

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II. Una mañana vio que un barco se aproximaba y agitó su pañuelo con alegría.
Pero en el cielos e gestaba una tormenta y la marea estaba alta. El barco se
dirigía hacia el puerto de Wagoe… pero la tormenta le impedía llegar a la isla.
Entre los arrecifes de Stroemoe, fuera de su curso, el barco comenzó a
hundirse frente a los ojos de Har. El joven podía ver a los náufragos luchando
furiosamente contra las olas. Observó que un fuerte brazo se aferraba a un
tablón y momentos después los vio a ambos desaparecer bajo un torrente de
olas. Har ni siquiera sabía de quién se trataba. Aquel hombre era Manor. El
mar arrojó hacia la costa numerosos cuerpos sin vida. Fueron colocados uno
hallado del otro, sobre montones de paja. Har ayudó a inspeccionar los
cadáveres. Finalmente, el cuerpo de Manor fue arrojado a tierra. Har examinó
su cabello mojado. Sus ojos estaban cerrados y sus labios y sus mejillas se
veían pálidas. Su cuerpo delgado estaba frío y, a pesar de que la vida lo había
abandonado, aún lucía hermoso. —Manor… este resultó ser nuestro destino —
sollozó Har, dejándose caer sobre el cuerpo de su amado. Por un instante, en
medio de su llanto, experimentó la alegría de un último abrazo. Luego se
llevaron los cuerpos del istmo y ese mismo día les dieron sepultura en las
dunas de Wagoe. Har pasó la noche en su cabaña. Estaba angustiado, y Lara,
su madre, trató de consolarlo. Él ni siquiera la oyó. Antes de irse a la cama,
maldijo a los dioses y pasó casi toda la noche en vela. Hacia la medianoche,
cuando por fin estaba a punto de conciliar el sueño, un ruido lo despertó. Miró
hacia arriba. Venía del exterior, desde afuera de su ventana. Las ramas del
arbusto de lilas se estremecieron y las hojas secas comenzaron a crujir. La
ventana estaba abierta y una silueta humana se introdujo rápidamente en el
dormitorio. Har reconoció su figura: a pesar de la oscuridad, sabía de quién se
trataba. El intruso se le acercó lentamente y se metió con él en la cama. Har
temblaba, pero no se atrevió a moverse. Una mano fría le acarició la mejilla.
Tan, tan fría… Un espasmo le recorrió la espalda... Un par de labios helados
besaron los suyos, cálidos, ardientes. El chico notó que las ropas de su amado
estaban empapadas y observó el cabello que caía sobre su frente. El miedo se
apoderó de él, mezclado con una tremenda alegría. La silueta de Manor
pareció suspirar, y dijo: —Mi amor me condujo hasta aquí. En mi tumba no he
podido alcanzar la paz. Har no se atrevió a pronunciar palabra, se había
quedado sin respiración.

 Finalmente, Manor se puso de pie y le susurró: —Tengo que volver. Saltó por
la ventana y se fue tal como había llegado. —Era Manor —susurró Har. Esa

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noche, un pescador recorría el estrecho de Stroemoe en su bote. El mar
brillaba y los remos resplandecían de chispas diminutas. Luego, poco antes de
la medianoche, el hombre oyó unos sonidos extraños… y observó que una
figura atravesaba la brillante agua del mar, algo como un pez de gran tamaño.
No logró distinguir qué era, pero, a pesar de la oscuridad, supo que no se
trataba de un pez.

 III. Manor regresó a la noche siguiente. Su cuerpo estaba tan helado como en
su visita anterior, pero esta vez fue más exigente. Abrazó al niño, lo besó en
las mejillas y la boca, y luego recostó la cabeza sobre su tierno pecho. Har
temblaba de miedo. Mientras se abrazaban, su corazón latía en su pecho,
frenético. Manor reposó su cabeza allí donde palpitaba el corazón de Har y sus
fríos labios lo recorrieron, en busca de sus latidos. Todo el pecho del niño se
hinchaba al ritmo de su corazón. Entonces, sediento y anhelante, Manor
comenzó a succionar su pezón, como un niño en el regazo de su madre.
Pasado un largo rato, se detuvo, se levantó y se fue. Har se sintió como si un
animal le hubiese chupado la sangre hasta dejarlo exangüe. Esa noche el
pescador también se hallaba en el estrecho. A la misma hora que la noche
anterior, volvió a oír aquellos ruidos. Pero esta vez se oían mucho más
cercanos. Bajo la pálida luz de la luna, descubrió que el nadador era un
hombre. Nadaba como un marinero, pero llevaba la vestimenta de los muertos.
El nadador había vuelto su rostro hacia el pescador y el hombre pudo ver que
nadaba con los ojos cerrados... La escena lo asustó tanto que decidió sacar su
red del agua y volver a la orilla.
 Manor siguió visitando a Har las noches que siguieron. Mientras el niño dormía,
se tendía junto a él y lo abrazaba, velando su sueño. Cuando Manor llegaba,
Har despertaba para descansar entre sus brazos. Cada noche, los labios de
Manor exploraban el tierno pecho del joven, el sitio donde latía su corazón. Los
amaneceres se sucedieron y un día Har observó que una diminuta gota de
sangre brotaba de su pezón izquierdo. Se limpió con su camisa, pero con el
paso de los días, la pequeña gota de sangre aparecía en su ropa como por arte
de magia. En algunas ocasiones, los muertos son poseídos por un
incontrolable deseo de visitar a los seres amados que los sobrevivieron. El
amor puede llegar a ser tan poderoso que algunos abandonan sus tumbas
durante la noche para ir a su encuentro. Una antigua creencia dice que

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Urdaneta, poseedor de extraordinarios poderes demoníacos, es el responsable
de este corto tiempo de vida que se les otorga a estos muertos. Una de las
principales preocupaciones de Urda son aquellas personas que han sufrido una
muerte violenta a una edad temprana. Los corazones de estos muertos
vivientes, cuando regresan al mundo de los vivos, se llenan de una terrible
necesidad de vida y calor humanos. Se alimentan de la sangre de los vivos y,
al igual que un amante, anhelan su amor. Pero ese anhelo no causa en los
vivos otra cosa más que dolor. Así ocurrió en esta ocasión. Har sufría
angustiosamente durante las horas diurnas, consumiéndose de pena, pero
aguardaba las noches con impaciencia, anhelando el placer y la emoción del
abrazo de medianoche.
 IV Doce días pasaron. —Estás pálido como un fantasma, ¿qué te ocurre, Har?
—le preguntó Lara a su hijo. —Nada, mamá —respondió él. —Estás tan
desanimado… Har suspiró. En una pequeña casa en las afueras de la aldea
vivía una mujer vieja y sabia que practicaba la brujería. La madre de Har,
vencida por la preocupación, fue a visitarla. La anciana arrojó sobre la mesa
sus varillas rúnicas.
 —Un muerto lo está visitando —sentenció la anciana. —¿Un muerto? —replicó
Lara. —Así es. Un muerto lo visita durante la noche. Alguien morirá si no se
hace nada para evitarlo —respondió la sabia mujer. Perpleja, Lara regresó a su
casa. —Har, ¿es verdad que un muerto te visita? —le preguntó a su hijo. Los
ojos del niño se clavaron en el suelo. —Es Manor —susurró, acurrucado contra
el pecho de su madre, secándose las lágrimas. —Que los dioses se apiaden de
ti —dijo ella. —¡Los dioses! —chilló Har—. ¡Los dioses no significan nada para
mí! Cuando Manor se aferraba a la tabla, luchando por su vida, ¡oh, ese era el
momento en que podrían haberse apiadado de mí! Pero dejaron que se
ahogara, ¡oh, cómo lo amaba! Cuando descubrió rastros de sangre en la
camisa de Har, Lara fue a visitar a los ancianos de la aldea. Remaron hacia
Wagoe con la madre y su hijo, llevando con ellos ala anciana sabia. —La
inseguridad de sus sepulcros nos ha puesto a todos en peligro. Un hombre sale
todas las noches de su tumba, viene hacia nosotros y chupa hasta saciarse la
sangre de este pobre muchacho. —Nos aseguraremos de que no vuelva a
ocurrir —respondió la gente de Wagoe. Fabricaron una estaca de pino. Era tan
alta como un hombre y tan gruesa como un brazo. Tallaron la punta con un
hacha hasta que tuvo más de treinta centímetros de largo. Luego se dirigieron
a la duna donde los marineros habían sido enterrados; un hombre llevaba la
estaca y otro arrastraba la pesada hacha. Destaparon la tumba . —Miren, no

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se ha movido desde el día en que lo sepultaron —dijo una de las personas de
Wagoe. —Eso te parece porque se mete en el mismo lugar cada vez que
regresa —replicó la anciana sabia. —Casi se ve mejor ahora que el día en que
lo enterraron… —dijo otro habitante de Wagoe. —Ya lo creo —respondió la
anciana—. Y esa es la razón por la que Har está tan pálido.

 Har se acercó a la tumba y se arrojó sobre el cuerpo de su amado. —Manor,


Manor —sollozó, con voz temblorosa—. Van a clavarte una estaca en el
corazón. Manor, despierta. Abre los ojos. Soy yo, tu Har. Pero Manor no abrió
los ojos, se quedó inmóvil entre los brazos de Har. Se cumplían dos semanas
de su muerte. Har se negaba a soltarlo. Debieron apartarlo de la tumba por la
fuerza y colocaron la estaca en el pecho de Manor. Har se volteó, con el
corazón roto. Se echó en brazos de su madre y hundió el rostro en su hombro.
— ¡Madre! —gritó—. ¿Cómo has podido hacerme esto? El hacha golpeó la
estaca, que emitió un profundo quejido. Al primer golpe le siguió otro, y otro, y
otro. —Debíamos hacerlo —dijo uno de los hombres de Wagoe. —Si eso no lo
mantiene en su sitio, nada lo hará —dijo otro. Tuvieron que cargar a Har, que
estaba semi-inconsciente. —Él ya no te molestará nunca más, hijo mío —
susurró Lara, cuando volvieron a casa. Afligido, Har se fue a la cama. —Ahora
jamás lo volveré a ver —dijo en voz alta, lleno de tristeza. Estaba cansado y
débil. Mientras daba vueltas en su cama, los minutos pasaban tan lentamente
como si fueran horas. La medianoche llegó y Har aún no lograba conciliar el
sueño… ¿Qué era ese ruido? En el arbusto de lilas… Pero no, era imposible,
pensó Har. Sin embargo, oyó el crujido de las ramas, al igual que las noches
anteriores. La ventana estaba abierta. Era Manor. La escena dejó a Har sin
aliento. El pecho de Manor mostraba una herida abierta que le atravesaba todo
el cuerpo. Se recostó junto a Har, lo abrazó y empezó a chupar. Succionaba
con avidez, con más ansias que nunca. Pero esa noche Lara se despertó. Oyó
en silencio, temiendo por su vida. Por la mañana entró en la habitación de Har
y se acercó a su cama. —Mi pobre niño. Regresó, ¿verdad? —preguntó. —Sí,
madre —contestó Har—. Era él. La cama estaba manchada con la sangre del
muerto, la sangre que se había escurrido de su herida.

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 V. Horas más tarde, Lara, la anciana sabia y los ancianos de Stroemoe se
embarcaron a través del estrecho, esta vez sin Har. Regresaron a la duna y
abrieron la tumba de nuevo. La estaca ya no estaba en el pecho de Manor,
pero seguía clavada en la tierra. Sin embargo, Manor permanecía quieto junto
a la estaca y sus rodillas le acariciaban la barbilla. La estaca le impedía
estirarse. —Se liberó —dijo la anciana sabia—. Pero la estaca está intacta… —
Subió atravesando la estaca —dijo una de las personas de Wagoe. —Pero
para eso se necesitaría una fuerza extraordinaria —dijo otra. Con la ayuda de
la anciana sabia, fabricaron una estaca más resistente, con la punta el doble de
gruesa que la estaca anterior. Luego de quitar la vieja estaca, atravesaron a
Manor con la nueva. —Ya está bien clavado —dijo el hombre del hacha,
golpeando la estaca una última vez. —Ahora sí que nunca más saldrá de esta
tumba —exclamó otro hombre de Wagoe. Lara volvió a casa y le contó a Har lo
ocurrido. —Se acabó —pensó Har, metiéndose en su pequeña cama.
Permaneció despierto hasta la medianoche. Todo estaba en calma. Nada se
movía; fuera de la ventana, las ramas del arbusto de lilas estaban quietas. El
pescador ya no vio a ningún nadador cruzar el estrecho y, tranquilo, siguió
pescando. —Ahora te dejará en paz —decía Lara—. Te atormentaba tanto…
—Madre, madre querida… él no me atormentaba —sollozaba Har, acabándose
la voz, hablando en vano—. Madre… ya no tengo nada más por qué vivir. —Es
que estás cansado y débil, hijo. Har estaba tan consumido que ya no podía
levantarse de la cama. —Puedo oír su voz llamándome —susurró. Un mes
transcurrió desde el naufragio. Una mañana temprano, Lara estaba sentada en
la cama de su hijo mientras él dormía. Comenzó a llorar y el chico abrió los
ojos. —Madre —dijo Har con voz débil—. Voy a morir pronto. —No, no, hijo
mío —replicó ella—. Eres demasiado joven para morir. —Pero moriré. Manor
estuvo conmigo otra vez. Hablamos —dijo Har—. Nos sentamos en una roca,
como solíamos hacer, bajo los árboles de la playa… y me rodeó los hombros
con su brazo y me dijo «mi niño». Vendrá a buscarme esta noche. Me lo
prometió. No puedo soportar la vida sin él. Lara se inclinó sobre Har y las
lágrimas brotaron de sus ojos. —Mi pobre niño —sollozó, acariciándole la
frente. Cuando la noche llegó, Lara encendió la lámpara y se quedó a su lado,
junto a la cama, velando su sueño. Permaneció despierta, contemplando la
distancia en silencio. —Madre… —dijo Har. —¿Sí, mi querido hijo? —preguntó
ella. —Entiérrenme en su tumba —pidió—. Y por favor… quiten esa horrible
estaca de su pecho. Ella prometió cumplir su palabra, le apretó la mano y lo
besó. —No puedo esperar para estar de nuevo a su lado. Irrumpió la

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medianoche. Recuperado por un instante, Har levantó la cabeza, como si
estuviese oyendo algo con suma atención. Con los ojos brillantes, miró hacia la
ventana, hacia las ramas del arbusto de lilas. —Mira, mamá, allí está. Esas
fueron sus últimas palabras. Puso los ojos en blanco, se hundió en la almohada
y murió. Y lo hicieron tal como lo había pedido

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ULRICHS

Después de Ulrichs vino Hiersfeld cuyo Instituto Científico-Humanitario, que abogaba


por la despenalización de la homosexualidad pero también lo que él consideraba
“travestismo”, y el fin de las “terapias reparadoras” en la Alemania de los años veinte y
treinta . Algunas ideas de Hiersfeld, muy polémicas en su tiempo han sido superadas,
otras no se han cumplido y otras fueron modificadas por su discípulos en el ámbito de
la liberación sexual. El fin del Instituto Hiersfeld llego con el nazismo y la destrucción
de gran parte de su documentación . Hoy día Ulrichs se sorprendería al contemplar
que el gobierno alemán acaba de aprobar la existencia de “El tercer sexo”.

http://www.hirschfeld.in-berlin.de/institut/es/ifsframe.html?theorie/theo_01.html

Este relato de Ulrichs, poco conocido y único en su género, deja en ridículo los
coqueteos homoeróticos de la saga de Anne Rice e incluso, la -por otro lado
infravalorada- película de Neil Jordan donde el actor que demandaba a la gente que
insinuaba su homosexualidad logra una de las mejores interpretaciones de su carrera
en el papel del malvado Lestat, que seduce a Louis (Brad Pitt) e incluso llegan a tener
una hija adoptiva.

El vampirismo siempre ha ido unido a formas de degeneración que nos remontan a


señores feudales o incluso al mismo marqués de Sade. La figura del vampiro, aunque
en el relato de Stoker, sienta aficción por las jovencitas enseguida va a mostrar
preferencia por cuellos independientemente de si son de varón o mujer. La crisis del
Sida aparece también detrás de algunas ficciones vampíricas de arte y ensayo como
“Mauvais sang” de Leo Cara o algunos trabajos de directores adscritos al new queer
cinema que muestran el miedo irracional ya no solo al semen sino a la sangre y otros

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filudos corporales tanto en el caso de hombres como de mujeres (“The Adiction”, “El
ansia”, la citada saga de Anne Rice, algunas novelas de Scott Heim o algunos trabajos
de los modernos maestros John Carpenter, David Cronenberg o incluso el tan bello
como vacío espectáculo montado por Francis Ford Coppola en su ampulosa, efectiva
pero trucada versión de “Drácula” de Stoker). Algunos títulos del cine underground
como “Sangre para Drácula” de Paul Morrisey con un atractivo Joe D´Allesandro
“poseído” por Udo Kier vuelven a estar de moda o al menos a darse a conocer. Las
vampiras lesbianas aparecen en la literatura muy pronto y en el cine un poco más
tarde pero su fuerza como representación de un tipo de feminidad agresiva y a la vez
sexualizadas pasa deconstrucciones paródicas como las de “Somos la noche” o
preciosistas como “The moth diaries” de Mary Harron, que no casualmente es la
directora de “American Pyscho” y “Yo disparé sobre Andy Warhol”. Así, aún hoy día,
muchas personas seropositivas dicen que van al vampiro cuando les hacen nuevos
análisis o pruebas para comprobar el estado de “su sangre”. El hecho de que en
muchos cuestionarios dentro y fuera dentro de nuestro país se prohibiera donar sangre
a gays masculinos o prostitutas da una imagen de sexualidad agresiva, promiscua e
inconsciente que obvia que actualmente, a pesar de los retrocesos, es uno de los
sectores mejor informados.

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CHICOS DE CINE

VINCENT MINELLI DESCUBRE A JUDITH BUTLER

Sólo por una secuencia merece la pena ver una película plañidera y censurada,
tergiversada desde su origen teatral y con un mensaje final heterosexista. Me refiero a
“Te y simpatía” de Vincent Minelli (1956), director de musicales clásicos, melodramas
de calidad y prestigio, comedias ligeras y algunos dramas de carácter menor, porque
Minelli se peleaba con la literatura en películas como “Madame Bovary” o “Los cuatro
jinetes del Apocalipsis”. “Te y simpatía” es una obra del entonces conocido Robert
Anderson que llegó a escena a finales de los años cincuenta en EEUU. Trata de Tom
un chico sensible que es acusado por sus compañeros de universidad de afeminado y
homosexual por preferir la costura al futbol, dejarse el pelo un poco más largo y
gustarle la literatura, el teatro y el arte, rechazando la pandilla y las actividades
deportivas. Todo ello tópico y manido hasta la náusea y empeorado además por
omisiones importantes, omisiones como que en la obra de Anderson Tom es
descubierto bañándose con otro profesor mientras que en la película de Minelli el
protagonista John Kerr solo comete la irrisoria transgresión de vestirse de mujer para
una obra de teatro y coser un botón en la playa con las esposas de los profesores.
Estamos pues ante un filme fallido y de tufillo moralista, mucho más estropeado por la
censura de la Metro que La gata sobre el tejado de zinc de Brooks y además en la
película de Minelli, algo plana en su desarrollo, solo actúa bien Deborah Kerr mientras
que el resto del reparto es bastante vulgar como vulgares son los compañeros de
estudios de Tom (el taciturno John Kerr) , que lo humillan de diferentes formas con
ritos de iniciación, fiestas de pijamas y chismorreos que en el fondo son una imitación
de los chismorreos característicos de los grupos de chicas en algunos lugares de
estudio o conquista. Los primeros personajes con apariencia de homosexual o no
agresivos en su sexualidad están apareciendo con los cambios en las imágenes
gracias al surgimiento de una juventud inquieta y contestaría personificada por
actores como Sal Mineo, Monty Clift, Anthony Perkins, Warren Beatty…

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No obstante, en todo este pastel bonito pero mentiroso hay una secuencia
particularmente divertida y reveladora que se adelanta a algunos de los polémicos
postulados de Butler sobre la performatividad de género. Tom, desesperado, no solo
acude a la esposa de uno de los profesores (con la que acabará teniendo un redentor
idilio final) sino que también su compañero de cuarto trata de ayudarle para que cesen
burlas e insultos. Van juntos al ático de la facultad donde encontramos algunos
instrumentos musicales poco frecuentes e un entorno lleno de homenajes al deporte,
una afición que se supone (incluso aún hoy, de distinta forma) inherente a la
masculinidad. En ese episodio Al (Darry Hickman), trata de explicarle a Tom (John
Kerr) por qué su forma de moverse disgusta a sus compañeros y a algunos
profesores/as. Entonces le hace una divertida demostración de cómo anda un chico
estadounidense masculino: imitando a un gorila y abriendo las piernas, moviendo los
brazos con los puños cerrados y con la cabeza alta y desafiante. El recorrido de Al así
como la imitación posterior del protagonista, se ven propiciadas por el formato
cinemascope que acentúa la ridícula horizontalidad y la teatralidad de ambas
caminatas y la fragilidad de unas y otras representaciones. Tom trata sin mucho éxito
de seguir las indicaciones de su amigo Al pero el resultado no es óptimo y ambos
reconocen la estupidez del asunto. Parece obvio que, mientras Al está bien entrenado
desde niño para caminar así, Tom no ha repetido una y otra vez esas normas de
virilidad escolar absurda. La sensibilidad de Tom no es compatible con profesores
burdos y alumnos bromistas. Su único amigo le marca una línea por la que moverse
imitando al macho como Dios manda, pero naturalmente esto produce hoy cierta risa
en el espectador porque ni el carácter ni la constitución física de este joven aspirante a
escritor se corresponden con lo adecuado a la forma de andar algo marcial de su
amigo fracasando y triunfando a ratos en esa imitación de un determinado tipo de
masculinidad acorde con el ambiente. La forma de andar de Al resulta absolutamente
ridícula y el mismo le dice a Tom que no se le ocurra contárselo a los compañeros.
Porque en el fondo también los ha estado imitando a ellos. Acto seguido, ante el el
fracaso de ambos, le conmina a demostrar su virilidad yendo a ver a una célebre
camarera que cuenta a todo el mundo los chicos que han estado “a solas con ella”.
Hay un aspecto que le recrimina amargamente: que chicos “de verdad” y “aunque
sea un farol” deben presumir de ligues y conquistas. Al decide abandonar el cuarto
de Tom porque éste no sabe andar como un gorila, no gusta de deportes violentos y,
lo que es peor, no ha estado con una chica o "no dice que ha estado con una chica” y
no está dispuesto a hacerlo. Para colmo su principal rival es un profesor de gimnasia
casado con esa mujer comprensiva (Deborah Kerr) que para sacarlo de una confusión
que no es suya sino del entorno (incluyendo las imprecaciones de su padre y algunos

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otros docentes) se quita el botón de la blusa y le dice “Cuando hables de estoy segura
de que lo harás, sé amable”. Una frase que, como algunas de las máximas de Blanche
en “Un tranvía llamado deseo”, han sido recogidas por la posterior cultura gay que en
esa década (debido a su doble o triple sentido), una cultura que en aquel momento
era rechazada y casi todo el mundo hasta los sesenta fingía la heterosexualidad o
llevaba una doble vida (como muestran Lejos del cielo de Haynes, imitando la
estética de los grandes dramas en technicolor de la época, algunos de ellos
protagonizados por el masculino Rock Hudson ). Todo acaba resultando como el
famoso dicho sobre “la mujer del Cesar”: “no solo tenía que ser hetero sino, sobre
todo, aparentarlo”. Los niños de coro, los castrati, los sacerdotes en el confesionario a
pesar de su lado de pasividad estaban bajo una ley del silencio que sigue vigente y
que es seguramente la más antigua de todas.

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CHICOS NO TAN ESTÚPIDOS

Si bien un sector cada vez mas derechista ha demostrado que la sociedad


francesa no está tan preparada como la nuestra (que ya es decir) en cuestiones de
derechos y libertades civiles, los estrenos cinematográficos recientes en lengua
francófona revelan una envidiable juventud y a la vez una encomiable madurez por la
soltura con la que abordan las cuestiones referentes a la identidad sexual, la
masculinidad, la raza, la exclusión social y la redefinición de los roles de género. Una
hornada de francotiradores o consagrados a los que solo los recortes en cultura y el
avance de la derecha europea puede quitar su vox propia. Es la voz y la mirada de
Ozon, Christophe Honré, de Céline Sciamma (Tomboy, Bande de filles), Lionel Baier o
el veterano Téchiné, pionero en representar a las “minorías sexuales” en contextos
rurales, suburbiales y/o empobrecidos, donde pasan del campo a la ciudad, o de la
pobreza a la pequeña delincuencia. También pionero en el amor interracial en tiempos
de violencia social. Los fantasmas del fascismo lepeniano (y del colaboracionismo de
gente como Simone Veil o las bandas racistas organizadas) aparecen en filmes como
“La chica del tren”, inspirada en un hecho real. Al tiempo que Valeria Bruni Tedeshi
nos recuerda que no todas las mujeres francesas “pasan por el aro” presentándose así
misma como la oveja negra de una familia aristocrática (Un chateau en italie) y que
Catherine Denueve se sigue apuntando a las producciones arriesgadas (viajando al
Líbano en tiempos difíciles) tampoco los varones -delante y detrás de las cámaras- les
van a la zaga. Películas como “Garçon Stupide” del suizo Lionel Baier o “In extremis”
del francés Étienne Faure muestran que Ozon, Téchiné, Honoré, Chabrol y Akerman
tienen discípulos más que aventajados.

Transmitiendo una mezcla de realismo y poesía, dolor e inmediatez, ternura y


dureza las últimas películas de Baier y Faure renuncian a cualquier concesión a las

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coordenadas habituales de cine clásico para realizar filmes que beben de los ecos de
un Godard teñido de enfermizo lirismo y poesía nihilista. No hay intención política
inmediata de fondo pero sí reivindicación de otras formas de concebir el amor, el sexo
y la corporalidad; también una demostración de que se puede hacer un cine
autobiográfico y con pocos medios, con personajes que parecen tópicos o
“enrarecidos” pero siempre deparan gratas sorpresas. Dulce y amargo es el “chico de
la fábrica de chocolate”, el muchacho enigmático de “Garçon stupide”, al igual que
entre la ternura y la violencia autodestructiva oscila la personalidad cambiante del
protagonista de “In extremis” la opera prima de Étienne Faure.. Un filme construido
sobre un personaje disruptivo que no narra una historia sino que actúa e interactúa
con los hombres, las mujeres y los niños que lo rodean Una mezcla de ángel y
monstruo. Imágenes de un hombre de identidad sexual cambiante que puede actuar
como amante esposo, bisexual promiscuo, padre entregado o adolescente alocado en
secuencias consecutivas.

La opera prima Lionel Baier “Garçon stupide” ha pasado relativamente


desapercibida en las carteleras españolas, pero es ya un filme de culto para la cinefilia
gay de todo el mundo al igual que su segundo trabajo, la urgente y cálida “Comme des
voleurs”, todavía dificil ver, donde aborda la inmigración en el interior de una Europa
desgarrada. Mezclando formatos, músicas y modos de narrar Baier nos cuenta la
historia de Ludovic un adolescente que vive con la misma naturalidad su trabajo diario
en una fábrica de dulces que la prostitución nocturna con hombres de todas las
edades y procedencias. Ni Baier ni Faure definen con claridad la sexualidad de sus
personajes aunque ambos, como el Ozon de “Une robe d´été” o “La petite norte”, nos
dicen que el cuerpo masculino está lleno de agujeros sin explorar y posibilidades
neutralizadas o devaluadas por el falocentrismo y las imposiciones del rol masculino al
uso. En ambos filmes la gran ciudad se muestra como un lugar enigmático donde los
habitáculos de la cotidianidad pueden volverse lugares opresivos y las calles más
turbias plácidos hogares para unos personajes que no pertenecen a la historia sino
que la viven, entre el cinismo aparente, un extraño sentimentalismo y la más
desarmante perplejidad. El avance de la derecha racista ha hecho resucitar en toda
Europa filmes como las obras más políticas de Costa-Gavras, el desencanto que se
respira en los dos últimos filmes de Ozon (donde definitivamente echa “ácido” sobre la
“familia francesa tradicional”), o la urgencia del mensaje de filmes como “La vida de
Adele” o “Ginger y Rosa” que desde adolescencias lesbianas nos cuentan el debacle
de una sociedad contradictoria, hipócrita y atemorizada. Esa sociedad al margen de la

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que se buscan los hombres de “El desconocido del lago” un trabajo hipnótico e irritante
a partes iguales. Estos chicos y chicas que crean, hablan, piensan salen a las calles,
viven abiertamente su sexualidad o reniegan de valores heredados o estructuras de
materialismo extremado, estructuras caducas que pasan por encima de vivos y
muertos a través de instituciones como la Iglesia, la Banca, la alta política, los cánones
de belleza o la heterosexualidad obligatoria. Estos chicos sin pelos en la lengua son,
tal vez, el único futuro posible de esa Europa que directores y directoras no dejan de
filmar mientas puedan o les dejen, sabiendo que el fantasma totalitario que recorre
Europa no atiende a la cultura, y menos a la que molesta. La ausencia del Ministro de
Cultura en los últimos Goya, el renacer de los documentales de lucha contra el SIDA,
la contestación a las formas sutiles de discriminación y las plataformas contra el
genocidio monetario indican que no toda la sociedad está igual de enferma.

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UN POCO DE HISTORIA

Si bien Turing hubiera querido ver la “posición dominante” del hombre socavada, su
trabajo parecía haber garantizado sólo la esclavitud de las máquinas. Su test de
inteligencia se usó para garantizar la distinción entre hombre y máquina y su nombre
se convirtió en sinónimo de los sistemas de seguridad que quería subvertir “El minuto,
quiero decir el nanosegundo, en que uno comienza a pensar en maneras de ser más
inteligentes, Turing lo aniquilará. Nadie confía en esos malditos tíos, ya lo sabes. Cada
IA construida tiene una pistola electromagnética enchufada a su frente.

Pero Turing era consciente de que “una reacción de este tipo” era “un verdadero
peligro”. Hecho en nombre de la inteligencia o no, ésta iba a ser controlada cada vez
más. Sus propios jefes nunca habían confiado en él: era demasiado inteligente para
ellos. Las autoridades aliadas no tenían ni idea de lo que él sabía acerca de lo que él
sabía respecto a los sistemas que creaba. Tenían que aceptar lo que él decía.
Descifró los códigos, pasó los secretos y permitió que los aliados ganaran la guerra.
Sus superiores eran conscientes de que era un fugitivo de la máquina reproductiva,
pero si, como en el caso de muchas mujeres coetáneas suyas, se le contrató a
regañadientes, las autoridades, que necesitaban sus extraordinarios conocimientos,
pasaron por alto su homosexualidad durante la guerra. Pero una vez que la guerra
acabó, su sexualidad parecía un síntoma de la inquietante tendencia que tenía a usar
su equipamiento de la manera que su preparación técnica había intentado evitar.
Turing tuvo que pasar su propio test. ¿Era un verdadero hombre, un ser humano
propiamente dicho “comprometido con la reproducción de la humanidad”? ¿O era una
senda diferente, rebelde? Incapaz de satisfacer a los jueces de su causa Turing fue
hallado culpable de actos de “grave indecencia” en 1952. Obtuvo, en cierto modo, un
premio de consolación. Podía ser encarcelado o tomar estrógeno. Era una condena
que, claramente, determinaba que él era femenino y debía convertirse realmente en
uno. Si no podía pasar como A, entonces debe ser B.

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Turing optó por el experimento químico. “Estoy tan en libertad bajo fianza como
obligado a seguir esta organoterapia durante el mismo periodo. Se supone que reduce
el deseo sexual mientras dura pero que se vuelve a la normalidad cuando acaba.
Espero que tengan razón”.

Cuando se introdujeron tales tratamientos para hombres condenados por su


homosexualidad, se daba por sentado de que carecían de las suficientes hormonas
masculinas: se suponía que los homosexuales eran demasiado femeninos. Se creía
que el tratamiento con testosterona les llevaría a ser tan buenos como siempre y se
restauraría la transmisión normal. La argumentación parecía bastante racional, pero en
la práctica les salió el tiro por la culata, al transformar; al aparecer, hombres con pluma
convertíos en máquinas de sexo, alimentadas por testosterona. Hacía 1950 esta
política se abandonó a favor de la “castración química” a la que fue sometido Turing.

A pesar de las hormonas femeninas prescritas a Turing-administradas primero


como píldora y, posteriormente, como un implante, que él extirpó- se creía que
menguarían su impulso sexual, parecían haberlo moderado un poco. “Fui a
Sherbourne a dar unas conferencias con algunos chicos”, escribía en marzo de 1953.
“Realmente un placer…Ellos eran deliciosos”. Y cuando empezó a dejarse crecer
pecho, estaba claro que las prescripciones de las autoridades no sólo habían fallado
en reconducirle a la máquina binaria, también desnivelaron la balanza hacia el otro
lado.

Dos años más tarde Turing moría. El juez de primera instancia determinó “suicidio”,
pero su madre estaba convencida de que fue una muerta accidental: ella siempre le
decía que se lavase las manos después de manejar cianuro. “Al lado de la cama había
media manzana, le habían quedado varios mordiscos”. Y esta extraña historia terminó
aquí. El logotipo de cada máquina Apple- Macintosh, una manzana, tiene tres
mordiscos, los tres bytes de Turing que faltaban a la manzana”

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