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1.

Andrea: Era una niña que vivía en la localidad de Hurlingham y acababa de


empezar la primaria cuando estalló la guerra. No entendía mucho lo que
estaba pasando.
Tenía una tarea: recolectar algunos de los elementos de una lista que le
habían dado en la escuela. La búsqueda fue inútil. Lo que sí pudo hacer
Andrea, fue escribir una carta para un soldado que ella no conocía, pero
que al recibirla seguramente lo iba a hacer sentir bien.
Pronto la guerra pasó. Andrea creció. Descubrió que su vocación era ser
maestra y estudió en una escuela normal cerca de su casa.
En sus ratos libres, le gustaba conectarse a las redes sociales.
Un día recibió una solicitud de amistad de un Sr. Martin Fontao. Aunque no
lo conocía, ni le sonaba el nombre, decidió aceptarla.
Con alegría descubrió que la carta que había mandado hacía casi 40 años,
a un soldado desconocido había sido recibida, y había ayudado a salvar su
vida. El soldado no se había perdido, había podido volver a casa.
Marcos: Marcos vivía en el barrio de Caballito con sus padres. Su familia
materna vivía en la localidad de Hurlingham. Para navidad, para pascuas o
para algún cumpleaños, iba a visitarlos. Pero especialmente recordaba una
época cuando los visitaba más a menudo. Iba con su mamá a bordo de su
Renault 12 a llevar cuadrados de lana que tejían en familia.
Recordaba también a su tía, a su abuela, y sus vecinas tejer en silencio en
el comedor de la casa esos mismos cuadraditos de lana que nunca llegaron
a enviar. Pronto la guerra pasó. Pasaron gobiernos y pasaron mundiales.
Marcos creció. Tenía 14 años, le gustaba mucho la música y no se
separaba de su walkman.
Algún que otro sábado iba a Hurlingham a visitar a su abuelo que había
quedado viudo. Viajaba en el San Martin. Un día, en uno de esos viajes,
mientras escuchaba el último disco de Fito Páez “la la la” se subió al tren un
muchacho vestido de verde con ropa camuflada, junto con otro a quien
presentó como Martin y se identificaron como ex-combatientes de Malvinas.
El soldado más joven, con la cabeza gacha, como encorvado, llevaba una
pila o algo parecido que no llegaba a distinguir. Estaban pidiendo ayuda,
habían sido olvidados.
Pero Marcos no se había olvidado que los habían matado de hambre a los
conscriptos, que los torturaban y que todo lo que habían tejido su mamá, su
tía y su abuela nunca había llegado a destino.
Decidió ayudarlos con lo único que tenía que era una cadenita con una cruz
que le habían dado para su confirmación. Ahora su cuello estaba libre para
el collar de caracoles que él siempre había querido.
Martín: Martín tenía 18 años cuando lo mandaron a la guerra, su vida
cambió de un día para el otro. Martín iba a empezar medicina cuando
terminara la colimba. Pronto la guerra paso. Pasaron gobiernos y pasaron
mundiales. Volvió flaco, nervioso, le asustaban la oscuridad y los truenos,
se hacía pis en la cama como cuando tenía 4 años. Su novia, quien
después fuera su esposa lo ayudó un montón. Cuando recién había vuelto
empezó a manejar el taxi de su padre algunas horas para entretenerse y
olvidarse de lo que había sufrido en la guerra. El cabo Oscar Echeverría
que había conocido en el monte Dos Hermanas lo llevó al centro de
veteranos de guerra de San Miguel. Los sábados pedían plata en el tren
San Martin. Estudió enfermería y tuvo hijos. Tardo muchos años en
decidirse, pero con ayuda de su hijo menor abrió una cuenta de Facebook y
buscó a la niña que le había enviado la carta cuando estaba en el frente de
batalla. Esa carta que fue su escudo, su casco y su abrigo. Finalmente le
pudo decir que lo ayudó a salvar su vida.

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