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Tau, Luis A.

Medioevo y modernidad en el XVI


español

Trabajos y Comunicaciones

1978, vol. 23, p. 157-166

Tau, L. (1978). Medioevo y modernidad en el XVI español. Trabajos y Comunicaciones, 23, 157-166. En
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MEDIOEVO Y MODERNIDAD EN EL XVI ESPA~OL (*)

La transición de los tiempos.

La Europa medieval está en cn sis. El XIV Y buena parte del XV se


presentan llenos de angustias personales y colectivas, de luchas sangrientas,
de tra gedias. Presencia del dolor, de la peste y de la muerte, que sirvieron
de telón de fondo para construir -sobre las ruinas del medioevo- aquel
milagro político del siglo XVI que llamamos "estado".
Mezcla de individu alismo que surge , independencia frente a poderes
ecuménicos, dinamismo en la nue va imagen del hombre, son las dimensio-
nes esenciales del siglo. Es la "voluntas" que crea , frente a la "ratio" que
impone . Los nuevos mundos no soñados descent raron al universo inmóvil ;
incitaban al coraje y a la aventura. a la personalidad heroica y a la gloria
terrena - juntas- en el suelo nuevo de América. Copémico y Galileo hacen
su revolución. El rey la suya para imponerse a la nobleza y a los restos
del estament o feud al aún en pie. Los señores, aquellos de "la riqueza del
po der" dejan su cetro al pue blo, o a lo mejor de éste, a los que detentan
ahora " el poder de la riqueza" . Guerras en la conformación del nuevo
orden que convertirán a la empresa militar en soporte real y función del
estado. No hay guerra sin soldada, no hay soldada sin tributo. El Reino y
sus recursos. Porqu e "lo Stato" integra lo disperso y asume un poder de
convocatoria en la certeza de que los nuevos tiempos lo tendrán como
protagonista central de la historia. La nación se hace estado y dentro del
estado , el prín cipe, formas medievales y contenidos nuevos . Todo surge de
la lucha y en el antagonismo adviene un tiempo nuevo.
España vivió la transición con rasgos peculiares y a su manera. Sintió
que Europa se estremecía y se replegó sobre sí. No del todo como para
situarse lejos, pero lo suficiente como para conservar lo que estimó perdu-
rable.

(*) El present e trabajo - destinado a los alumnos de Histori a Moderna- intenta dar
unas notas explicativas para la com prensi ón integral de un momento fundamental en
la historia de España y de Occidente, siguiendo el consejo de Braudel de que una
historia general exige siempre un esquema de conjunto.

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Carlos, el último César cristiano lo advertía :
" Bien se -escribe a su hijo - que otras muchas cosas os podría y
debría decir. De las que podría no hacen por agora al caso, porque las
más sustanciales son las dichas y cada día , según la necesidad lo requiera ,
se dirán. Las que debría están tan oscuras y dudosas que no se cómo
decirlas ni que os debo de aconsejar sobre ellas, porque están llenas de
confusiones y contradicciones o por los negocios o por la conciencia . . ." .
y después de testimoniar lo difícil del tiempo que vive surge lo esencial
a no perder de vista :
" . .. En éstas dudas siempre os atened a lo más seguro, que es a Dios y
no cureis de lo otro.. . Yo estoy tan irresoluto y confuso en lo que tengo
de hacer que quien de tal art e se halla, mal puede decir a otro en el
mismo caso lo qu e le conviene . . •"

Una lealtad histórica con todas sus consecuencias no se compaginab a


con el acontecer cambiante de su tiempo , ni con la misma existencia del
"imperator" a quien ,sus electores hab ían llamado
"cabeza, prot ector y primer a luminaria de la Cristianda d".

España recordaba por entonces con nostalgia su tiempo de gobierno


dual. A esa afirmació n genuinamente española ,que fueron los Reyes Católi-
cos sucede las miras extra njerizan tes de un nieto que la desconoce, salvo
para reclamar subsistencias en dinero , hombres y materiales. Al fin se
unen, pero ya no había tiempo. Por eso dirá Braudel que a Carlos de
Gante le faltó tiempo para ser Carlos de España .
Su hijo Felipe por el contrario, en plena crisis, va a ser español por
entero , pese al antiespañolismo radical que Sánchez Albornoz parece descu-
brir, y la realización cabal del ideario de su padre, pero con una variable
significativa: fronteras adentro. Espejo del padre y tributario de su tiempo
en las expectantes y dubitativas actitudes del alma que muchas veces
reflejaba en el obrar. Felipe aparece muchas veces más que amo y señor,
esclavo de unas circuns tancias irreversibles. Era la irru pción de las condicio-
nes objetivas de un tiempo nuevo y adul to .

LOS IDEALES DE ESPAÑA

a) La guerra divinal.

Ante los ojos de los españoles la guerra just a por antonomasia es


aquella que enarbola el estandarte de la Fe. En razón de esto se justifican
to das las empresas imperiales, la aventura americana y la propia superiori-
dad nacional, tal como Alonso de Cartagena lo afirm aba en el Concilio de
Basilea (1434) para justificar la preeminencia sobre Inglaterra. Esto es, para
A. Castro la clave y el elemento primordial de la "vividura hispánica" .
Menéndez y Pelayo sostiene también por su parte que "el elemento
característico de la edad de oro española es el fervor religioso" . Es el
"vivir desviviéndose" de la historia de España que se lleva al terreno de los

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hechos, sabiendo lo que se arriesga y aún a pesar de eso se juega con su
destino.
Doña Estefanía de Req uesens, en los d ías que se prep arab a la ex pe di-
ción a Tunez, desc ribe en carta a su madr e - la co ndesa de Palamós- la
im presión que <la la Corte :
"l o rest ant e de palacio está co mo es ráo y to da la cort, axilas que van
com los qu e restan, qu e par que som el ju y final "

y la Crónica de Ped ro Girón tie ne un a expresión coinciden te :


"Este d ía se publicó qu e S. M. había de ir a Barcelon a y de ahí un os
decí an que a Italia, otros a Afri ca. F ue cosa ex traña ver la alt eraci ón qu e
hubo en la Cort e con esta nu eva, qu e parejcia día de juici o ver la tri ste za
de la gente en pe nsar que S. M. se hab ía de ause ntar des tos Rein os" .

Aráoz , para ese en tonces, escr ib ía su impresión:


" hay much a religión en ést os corte sanos".

En semejante clima lo maravilloso se hace coti diano y todo se tiñe de


una dimensión sobrenatur al.
"Haseme olvidado señor de decir que al tiempo del combate puso cada
galera a popa la band era de la Virgen sin mancilla, madr e de Dios, mu y
galana, bor dada con oro y que jamás se halló señal de flecha , a la cual no s
encomendamos de buen corazón ..." (Relación verdadera, impresa por Bar-
tolom é Pérez en Sevilla, s/f.).

b) El mesianismo español.

La excelencia de la causa que se defiende proyecta a España sobre los


otros pueblos y le asegura la protección divina . Hay una confianza de ello
en gobernantes y en gobernados que terminaría en el pesimismo y la
fru str ació n general después de La Invencible. M. y Pelayo afirma que:
"nunca, desde, ..cl tiempo de Juda s Macabeo, hubo un pueblo que con
tanta razón pudiera creerse el pueblo elegido para ser la espada y el brazo
de Dios . .. España era, o se creía, el pue blo de Dios. Cada español, cual
otro Josué, sen tía en si fe y aliento basta nte para derr ocar lo s mu ro s al son
de las tr omp etas o para atajar al sol en su carrera".

U egaba a dar impresión de un a po tencia econ ómica in agotable que


esperaba cont ra tod as las prev isiones racionales.
" Aún no estamos agota dos - dirá Adam de la Parr a y es to en 1634 ! -
ni nos agota remos nun ca, puesto que las riq uezas que alegres derr och am os
profusame nte por la Religión y la piedad, esta misma pied ad que cultivamos
nos las devuelve ac umuladas y aume nta das como en int erés tr ibutario".

Cuando sobreviene la decadencia se buscarán las causa s en :


"la innata aversión, heredada anti pa t ía o mortal ojeriza co n qu e siempre
han mirad o a España tod os los extra njeros "

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según escribía un autor anónimo a principios del XVIII, mientras se segu ía
esperan do al monarca apto y virtuoso, casi taumaturgo.
"No so n capaces aque llos españoles desmoro nados espiritualmente, de
pensar en planes más tangibles y realizables para reconstruir España " ,
comenta Palacio s Atard (en Anuario de la Historia del Derecho Español,
XVIII , 1947 ,694).

e) La unidad de la Fe.
Hay un entusiasmo español que alienta la "Christianitas" solidaria soña-
da por Vives, Silíceo , Sepúlveda o Fran cisco de Vitoria. Aquí la Cristian-
dad se identifica con Europa y la guerra se hará contra los enemigos
interi ores. Aquellos que turban la paz de la "ordinatio totius mu ndi". Es
el concepto medieval que busca la conversión o la eliminación del hereje
porque con su quie bra interior, con su falta de paz , iría a quebrar - tarde
o temprano- la paz de todo el Cuerpo.
Carlos entendió la causa del Imperio y de la unidad en la Fe como una
sola y misma tarea y trató de reconstitu ir el manto desgarrado de la
Iglesia en una visión por demás auténtica y realista de la reforma interior
que precisaba con urgencia .
"El fin de mi .ida a It alia - dirá la Cró nica de San ta Cruz- es para
trabajar y procur ar co n el Papa que se celebre un general Concilio en Italia
o en Alemania para desarraigar las herejía s y reformar la Iglesia. Y ju ro,
por Dios que me crio y por Cristo, su Hijo que nos redimió, que ninguna
cosa de este mundo tanto me atormenta como es la secta y herejía de
Lut ero, acerca de la cual tengo dc trabajar para que los historiadores que
escribieron cómo en mi tiempo se levantó puedan también escribir que con
mi favor e industria se acabó . . . "

El universo armónico, en la dimensión del Imperio y del Pontificado


que concurren ambos a la edificac ión de la ciudad terrena . pasó. Las
fronteras se identi ficaron con causas religiosas, part icularismo y bande ra de
la Refortn a hecha fermentación política. Roma y el Imperio por el otro
lado.
Felipe va a recoger esa herencia pero con un ambicioso sentim ient o
nacional. Ahora era Religión y nacionalidad unidas . Lo único posibl e
además.
Estas fueron las "ideas ·fuerza" del tiempo. A su lado, como bien
escribiera Pfandl, hay una insaciable sed de oro y una crueldad atroz, hay
una bajeza realista que confirma el anverso y el reverso del alma hispana
en la polifacética realidad de la existencia. Esa es la compleja trama de la
historia que nos previene , tanto contra leyendas doradas como contra
leyendas negras y cont ra todo reduc cionismo.

LA POLITlCA RELIGIOSA.
" Hijo ... he det ermi nado . . . de dejaro s en mi lugar para que goberneis
éstos reinos". .

y Felipe recibe el encargo con aust era conciencia de su inmensa respon-

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sabilidad. Vacilante e idealista, genuinamente espa ñol, estará abie rt o al
mundo nuevo, pero desde España y pensando en España en primer lugar.
Felipe, administrador escrupuloso y casi excesivamente prudente , aceptó el
condicionamiento del acontecer en que estaba inmerso. Pero intransigente
en lo esencial hizo de España fortaleza inexpugnable. Ya no se sentía
"guardián y defensor de Occidente" sino solamente Rey de España, pero
con una misión universal : asumir la denfesa de la Fe y de la Iglesia.
Heredaba en esto al Imperio y al medioevo .
Para esta tarea el pensamiento español elaboró los títulos de su legitimi-
dad política y de su misión nacional. El dominio del mundo para España
que Campanella propugnaba se fundaba en la unidad conservada con
penoso sacrificio y en las dimensiones universales de sus dominios, "donde
nunca se 'hace de noche" . Tanto que se esboza la idea del Imperio de las
Indias. Así aparece en carta de Hemán Cortés de 1522 :
" He deseado que Vuestra alt eza (a Carlos V) supiese las cosas de esta
tierra, que son tanta s y tales que. . como ya en otra relación escribí, se
puede intitular de nuevo emperador de ella y con título y no meno s mérito
que el de Alemania, qu e por la gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad ya
posee •.." .
Idea de un nuevo poder ecum énico que - de haberse plasmado- hubiera
respondido a la traslación del eje del mundo : del Mediterráneo al Atlánti-
co , una nueva unidad en medio de la fragmentación europea. Solórzano
Pere yra dedica su obra De indiarum iure a Felipe IV y lo llama
" rey de las Españas y de las Indias y emp erador siempre augusto de las
regiones del sol".

El pensamiento español alcanzará una altura insospechada en ese siglo


delineando sus propias razones "nacionales" sin embargo. El régimen políti-
co propugnado es una monarquía templada, que reúne las características
de unidad, independenc ia y contin ui da d.
Pero ese poder nacional acepta los condicionamientos naturales y de
sobrenat uraleza, much os de ellos explicitados' por la herencia clásica y
cristiana. Para eso la cita de la Carta a Romanos:
" non est potestas nisi a Deo" (XII ,!)

es elabora da para los tratadistas. Suárez dirá que la transmisión del poder
- que reside en Dios como fuente- se hará mediante " consejo y elección
humana" (De Leg. , L. IlI , cap . IV) . Nueva participaci ón política del
cuerpo social. Por 10 tanto es un poder político de base nacional, con
misión universal "desde las Españas" , pero que acepta vinculaciones y
limitaciones mo rales. El Padre Mariana escri be :
"creo que ha de residir constantemente en la Repúbli ca la facultad de
reprimir los vicios de los reyes y destron arlos cuan do se haya n manchado
con cierto s crí menes e ignorado el verdadero camino de la gloria, hayan
querido ser menos amados que temido s . . .",

Vinculaciones con el mismo cuerpo social : el rey cabeza de la Repúbli-

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ca, como tal la más eminente, pero a ella se ajusta y a ella se debe por
entero. Se cerraba así el círculo de una teoría política de indudable
trascendencia : el pueblo primitivo depo sitario del poder que emana de
Dios pero el rey ' se mueve en exigencias de virtud 'y de justicia , pues "sólo
hay potestad para el bien" .
Ese cuerpo social, con sus fines, regula el mando. Las contenciones del
poder se piensan no en función de utilidad personal sino del bien que
procura. Contención del poder por obra de la fe religiosa, de las socieda-
des menores que lo limitan en su esfera y por la coacción directa de la
Iglesia como sociedad soberana y perfecta. .
Por eso el poder cuando se torna injusto o impío o tirano puede y
debe ser resistido usando de legítima defensa.
Si "el reino es el cuerpo de la República " debe ser coherent e e
internamente homogéneo.
Para ello el bien de la unidad religiosa debía ser mante nido con audaz
intransigencia. La herejía repugnaba a la ortodoxia española y había que
mant ener lejos al pueblo de todo asomo de herejía . El Aquinate había
afirmad o que la fe de la gente sencilla es tanto más firme cuanto menos
han o ído hablar en contra de la misma (cfr. S.T., 11, 1, X, c. 7). A los
españoles la fragmentación religiosa aparecía como un verdadero crimen.
Ante ella los grandes teólogos del XVI prop ugnan la tradicional actit ud del
"Orbis Christianus" contra los herejes y esa .será la orientación esencial del
rey.
Alfonso de Castro (1495-1558) dirá en su En ciclopedia de. Herejes que
"entre todos los crí menes humanos no existe ninguno que pueda perjudi -
car a toda la Cristiandad rnás qu e la herej fa".

A los judíos, sarracenos y gentileza no se los debe forzar con amenazas


ni violencias a aceptar la Fe. En cambio a todo bautizado
"debe obligársele, con pleno derecho , a conservar la fe qu e abrazó"

y aunque hayan sido bautizados mediante coacción debe mantenérseles en


la Fe, si es necesario por la fuerza .
" para qu e el nomb re del Señor no sufra ultraje y la Fe que aceptaron
no parezca desprovista de importancia y despreciable" .

Por eso el mismo Castro añade que apenas ningún luterano ha osado
entrar en España ...
Francisco de Vitoria sostiene la misma tesis. La persecución 'de los
herejes está en armonía con el criterio general
"de los derechos civil y canóni co, incluso el derecho pontifi cio entrega
los herejes relapsos al brazo secular".

Domingo de Sot o, su discípulo, añade expresamente que San Agustín


sostuvo en , un principio la "erró nea opinió n" de' que no es lícito emplear
la coacción contra los herejes pero que más tarde debió abando narla por
causa de los donatistas "enseñando que debía forzárseles" .

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Es Domingo Bañez (1528-1604) el que sostiene que los viejos principios
formulados para el "Orbis Christianus" deben tener vigencia en el estado
español:
"El rey - dice- castiga a los herejes como a enemigos , com o a rebeldes
extremadamente malvados que ponen en peligro la paz del Reino, la cual
no puede mantenerse sin la unidad de la fe. Por eso se los quema en
España".

El mismo Bañez continúa su elaboración doctrinal involucrando la figura


real y afirma que cuando los inquisidores entregan al reo al brazo secular
el rey puede ejercer su dere cho de indulto.
" pero en España no sucede así por no ser de utilidad. Si un juez
indultase por su propia iniciativa a un hereje, los inquisidores lo acusarían
de sospechoso y de complicidad con los herejes. .. sólo los obstinados,
relapsos y cabecillas se queman 'merecidamente' vivos si persisten en su
cont umacia, sino, despu és de haber sido agarrotados".

Para F. Suárez (1548-1617) es propio de la fe católica el que la Iglesia


pueda castigar corporalmente a los herejes. La inquietud que le inspiraba la
amenaza a la unidad religiosa hizo que aprobara el sentir de su tiempo,
aunque conocía la posición dubitativa de San Agustín . Los herejes son
rebeldes contra la Iglesia y hay que ahogar en el acto la menor chispa,
pues de lo contrarío ésta se convertirá en un incendio que hará peligrar a
toda la Cristiandad. El empleo de la fuerza en tales casos interesa a la
propia conservación de la existencia, ya que las penas espirituales no bastan,
porque ellos, .en su calidad de infieles , se mofarían de las mismas. La
coacción exterior tiene, además, saludables consecuencias pues a no pocos
hombres la amenaza del castigo hace desistir de la apostasía. A otros les
sirve para que vuelvan a encontrar el camino del retomo a la Iglesia. La
n aturaleza humana es de índole tal que hay que forzarla a mu chas cosas.
Mas vale - afirma Suárez en definit iva- creer por coacción que no ten er fe
ninguna .
Es el "cornpelle intrare" que rigió el pnesamiento del siglo de oro y
q ue te ndía a la conservación del ord en laboriosamente lograd o en los siglos
medievales , a la preservación de la uni dad religiosa como soporte fundamen-
tal de la unidad nacional en medio de la fragmentación religiosa de
Europa. Aquí la Inquisici ón cumple un cometido de indudable importancia
en todos los ó rdenes, porque sirvió también a la centralización política del
es tado y a desbocar el co nce pto de "herejía", que no coincidirá ya con el
puro concepto teológico-religioso , ampliando peligrosamente la zona de
dominio específico del Tribunal. Aquí la razón de estado se infiltra y tiñe
a la empresa nacional , no obstante la repulsa teórica que provocaba en
aquellos hom bres.

JUDIOS y MOROS EN EL ESTADO NACIONAL

Quedan involu crados en el planteo teórico, las minorías tradicionalmente


conflictivas de la historia española : judíos y moros. Sobre todo para estos

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últimos hay que arbitrar una solución radical. Felipe 11, hijo de su tiempo,
promulgó el 10 de enero de 1567 el Decreto por el cual se les daba tres
años de plazo para aprender el castellano, e le prohibe el u o de su
lengua y de sus libros, se los obliga a celebrar bodas a puertas abiertas y a
desterrar baños , costumbres e indumentarias. El levantamiento de 1567 a
1570 es la lucha por la propi a supervivencia . Pero a princip ios del XVII ,
entre 1609 y 1641 la expulsión será t otal. Al deci r de Vincke es "la pureza
de la sangre y la ortodoxia que repelen a la heterodoxia organizada que
es, en defmitiva, un pecado contra la propia sangre " .
Acaso ignoraban los teólogos que la coacción es' ilícita en materia de
conciencia? Sin duda que no. Pero haciendo jugar la teoria. de los bien es
en disputa encontraban que por el fin era aceptable. Por eso el proceder
de los reyes resulta aprobado y alentado. Aquí nuevamente aparece el
tiempo de la modernidad y sus propias razones de conveniencia nacional. Luis
de Malin a incluso se plantea la cuestión de si es lícito reducir a los hij os
de los moriscos rebeldes a la esclavitud y lo resuelve en sentido afirmativo,
al igual que Suárez,

"no obsta nte -añade de Molina- el cat ólico rey de España, Felipe 11,
proc ediendo con escrupulosidad casi temerosa dictó una ley que honr a su
corazón cristia nís imo. Decidió que los hijos de los rebe ldes. menores de
edad en la época del levant amiento y de caer prisioneros, fuesen puestos en
libertad tenie ndo en cue nta su inoce ncia, como, en efecto, se cumplió".

Los teólogos españoles, como bien afirma Hoftner, no venc iero n del
todo la "tentación del poder" propia del triunfalismo antiprotestante y así
se llegaba a la identificació n de esas dos pot est ades diferent es qu e son la
Iglesia y el E tado y que habían vivido u propio pro ce o de difere n cia-
ción durante el medioevo. En defmitiva le harían procurar al poder
potítico el Reino Celeste , que anida fundamentalmente en el interior del
corazón, allí donde se produce el misterioso encuentro de libertad y de
Grac ia que provoca el acto de fe.
Pero la actitud real viene del ambientey. de los pensadores de su
tiempo por una part e y por la otra de la fervie nte convicción religiosa del
rey, vuelto a un ideal humano y de gobernante que anclaba sus raíces en
el pensamiento medieval.

EL PRINCIP E EN ESPAÑA

Carlos, su 'padre, escribe a Felipe en 1539:

" que viva en amor y temor de Dios Nuestro Creado r y en la observancia


de nuestra santa y an tigua religión, unión y obediencia de la Iglesia
Romana y . de la Santa Sede Apostólica y de sus mandamientos. como lo
han hecho tod os nuestros predecesores"

y en 1543

"•. .Ie habeis de tener (a ·Dios) siempre delante de los ojos. Nunca os
descuideis de servirle. Sed devot o y temeroso de ofenderle y amar le sobre
todas las cosas. Sed favorecedor y susten tad su fe. Nunca permitais que

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herejías entren en vuestros reinos. Favoreced la santa Inquisición Y tened
cuidado de ·mandad a los oficiales della que usen bien y rectamente de sus
oficios y administren buena justicia, y en fin, por cosa de l mundo no
hagais cosa ni por cosa que os pueda acontecer, que sea en su ofensa . . .".

Así no es de extraña r que la profunda religiosidad del rey prudente


transmita ·la misma vivencia a su propio hijo Felipe :
" si quereis ser buen príncipe habeis de ser prime ro buen cristiano,pues el
único camino para bien reinar es el de la virtud".

Como rey cristiano debe primero oír Misa todos los días para que
" Dios QS ilumine aquel d ía para que acertéi s en cuantos negocios
pongai s mano y que ya que ha puest o en vuestros hombros todo el peso
del gobierno de su pueblo cristia no, ponga en vuestro entendimiento luz
para que acerte is en toda s las providencias y determinaciones que deis . . ." .

Su primer deber será defender la religión, aún a costa de perder el


trono :
"muchas coro rías de gloria hallareis si la te rrena que os deja re perdieseis
en esta demanda ; porque si camp eón esforzado os presentáis a la batalla
por defender nuest ra Religi ón sagrada, aunq ue pcrdais el Reino os dará Dios
la Gloria , que es lo fixo y lo único que debemos desear . ..".

El concepto del príncipe crist iano se afmca en unos deberes mo rales


objetivos e inexcusables que superan la mera actitud religiosa para delinear
a un hombre interior profundamente religioso. La grandeza de la concep-
ción que revelan las Instruccio nes filipinas se aprecian nítidamente en el
panorama sombrío de la época, cuan do el príncipe era esbozado com o un a
extraña mezcla de zorro y de león.
Por el cont rario,
" como es tan grande el cargo de un rey y tantos y tan distintos y
pesados los negocios a que tiene que atender, te encargo mu cho no te
duerm as ningun a noche sin haber antes examina do tu conciencia en aquél
d ía, teniendo un librito secreto y bajo de tu llave, en el que asientes tu s
culpas de palabr a, de obra y de pensamient o".

España trató de ser cruzada en su siglo de oro y cruzada fueron en


Felipe: Trento, Lepant o , Fland es, Los Países Bajos, la unidad ibérica y en
gran medida la misma América. Clemente VIII al dar cuenta de la muerte
del rey al Consistorio Cardenalicio del 9 de octubre de 1598 decía :
"por . defender la fc católica no solamente en España y en sus estados,
sino en otros reinos que no eran suy os, em peñó todo su patrimonio real,
con grandísimo daño de sus bienes y renta s ; y toda su vida fue una
contiri ua pelea contra los enemigos de la fe y de la Iglesia roma na, desde
el dí a en que comenzó a reinar hasta el punto en que mu rió ...".

Fue la última cruzada.

Luis Angel Tau

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