Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Embera, Awá, Nasa, Inga, Kamëntsa, Pastos, Piapoco y de las siguientes organizaciones:
Colombia
Oxfam Colombia apoyó el proceso de construcción del documento y agradece a Natalia Ortiz Hernández
y Karem Natali Acero Pinzon, por sistematizar y consolidar el documento. Así mismo, agradece
los valiosos comentarios y contribuciones de Mariana Tafur, Javier Barreto y Sandra Patricia Mojica.
Diseño y Diagramación
Trineo Comunicaciones
RESUMEN EJECUTIVO 6
INTRODUCCIÓN 12
• Garantía de los derechos de las mujeres indígenas desde un enfoque cultural y
centrado en los territorios 13
CONCLUSIONES 82
RECOMENDACIONES 86
• Al sistema de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas 86
• Al Estado colombiano 86
• A las autoridades y comunidades indígenas 88
BIBLIOGRAFÍA 90
ANEXOS 96
• ANEXO 1. Cartografías sociales de conflictos ambientales y presencia de actores 96
armados
• ANEXO 2. Manifiesto de las mujeres sabias de la medicina ancestral “chagra de la 99
vida” ASOMI. “Por la defensa del agua, el territorio y la vida”
LISTA DE ABREVIATURAS
Y SIGLAS
CEV Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la
No Repetición
CIDH Comisión Interamericana de Derechos Humanos
CNMH Centro Nacional de Memoria Histórica
CNTI Comisión Nacional de Territorios Indígenas
CINEP/PPP Centro de Investigación y Educación Popular / Programa por la Paz
Çxhab Wala Kiwe Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca ACIN
DANE Departamento Administrativo Nacional de Estadística
ICBF Instituto Colombiano de Bienestar Familiar
MSSS Ministerio de Salud y Seguridad Social
NNA Niños, niñas y adolescentes
OCHA Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Hu
manitarios
OMC Observatorio de Memoria y Conflicto
ONIC Organización Nacional Indígena de Colombia
PNN Parques Nacionales Naturales
PDET Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial
RUV Registro Único de Víctimas de la Unidad Administrativa Especial
para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas
SPA Sustancias psicoactivas
UARIV Unidad Administrativa Especial para la Atención y Reparación Integral
a las Víctimas
UNODC-SIMCI Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito - Sistema
Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos
UNP Unidad Nacional de Protección
RESUMEN EJECUTIVO
Las mujeres indígenas en Colombia enfrentan un conjunto de vulneraciones a sus derechos relaciona-
das con la persistente colonización de las poblaciones y territorios indígenas, así como con la omisión y
negación de su diferencia cultural, situaciones que son atravesadas por la exclusión y la discriminación
por ser mujeres, dentro y fuera de sus comunidades. Estas vulneraciones son agravadas en el contexto
del conflicto armado colombiano, como ha sido reconocido por la Corte Constitucional en el Auto 092 de
2008. Sumadas a las condiciones de desigualdad que viven los pueblos indígenas frente a la sociedad
nacional, las mujeres indígenas son afectadas de manera diferencial por las siguientes situaciones: las
acciones violentas de grupos armados ilegales y agentes estatales en territorios y comunidades indíge-
nas; las disputas por el control de los territorios para actividades extractivas legales e ilegales, así como
para los cultivos de uso ilícito y el narcotráfico; los hechos de despojo, desplazamiento forzado y confi-
namiento de comunidades; el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes; la explotación de recursos
y apropiación de bienes naturales de sus comunidades; las violencias sexuales ejercidas en el contexto
del conflicto armado, así como en los ámbitos domésticos y comunitarios; y las dificultades para parti-
cipar políticamente en sus comunidades, así como las constantes agresiones y asesinatos de lideresas.
Aunque las mujeres indígenas enfrentan problemas y necesidades particulares, estos están indisolu-
blemente ligados a la realidad de los pueblos y comunidades a los que pertenecen, los cuales también
son profundamente impactados por las violencias ejercidas contra ellas. Lo anterior requiere mayores
esfuerzos por parte del Estado colombiano para comprender y reparar las dimensiones de estas afecta-
ciones. Por esta razón, un grupo de lideresas indígenas reunidas en minga de pensamiento, con el apoyo
de OXFAM Colombia, exigen la adopción de un enfoque cultural para la garantía de sus derechos, que
tenga en cuenta las particularidades de cada pueblo indígena, al tiempo que reconozcan y revitalicen
los roles tradicionales que ellas ejercen en cada uno de ellos. De esta forma se busca que las vulne-
raciones a sus derechos sean abordadas de forma integral, involucrando a todos los miembros de las
comunidades, con el objetivo de que disminuyan las brechas entre hombres y mujeres y se fortalezca
la autonomía de sus pueblos. Esta perspectiva permitirá trascender la infructuosa implementación de
enfoques diferenciales de género, que por lo general se han orientado a atender los problemas de las
mujeres indígenas de manera aislada del colectivo, fraccionando a las comunidades.
A pesar del extenso marco jurídico que cobija a los indígenas en Colombia, y de la adopción de ins-
trumentos internacionales que ratifican sus derechos, los pueblos y las mujeres indígenas continúan
Las mujeres indígenas enfrentan otro número de brechas en el ejercicio de sus derechos sexuales y
reproductivos. Por un lado, persisten los altos niveles de mortalidad materna, la cual está 6determinada
por factores como la falta de recursos económicos, bajos niveles educativos, la presencia del conflicto
armado y de proyectos minero energéticos en los territorios, así como la discriminación y la inseguridad
alimentaria, los cuales son agravados por la falta de atención médica especializada para la detección
de complicaciones en el embarazo. También se presentan altos porcentajes de maternidad infantil y
adolescente, que duplican el total nacional (UNFPA et al., 2017). Las mujeres indígenas también enfren-
tan grandes obstáculos para el ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos, con altos niveles
de necesidades insatisfechas en el acceso a métodos anticonceptivos en los departamentos con alta
prevalencia de población indígena (DANE et al., 2020). Además, presentan un alto riesgo de desarrollar
cáncer de cuello uterino, debido a la baja adecuación sociocultural de los servicios de salud.
En lo que respecta al conflicto armado, este continúa generando afectaciones desproporcionadas a los
pueblos indígenas. Los 34 pueblos declarados por la Corte Constitucional en riesgo inminente de extin-
ción física y cultural en el Auto 004 de 2009 hacen parte de los 68 de 115 pueblos identificados en peli-
gro de desaparición por la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Según datos de la Comisión
para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición (CEV), para 2020 las víctimas in-
dígenas llegaban a un total de 384.886, correspondientes al 4,25% de las víctimas del conflicto armado.
Los hechos victimizantes que más han afectado a esta población son las amenazas, el confinamiento y,
sobre todo, el desplazamiento forzado (con 362.795 casos declarados en el Registro Único de Víctimas
de la Unidad Administrativa Especial para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, a corte de
septiembre de 2020). Los pueblos indígenas con mayor número de víctimas se encuentran en el Pacífico,
particularmente en los departamentos del Cauca, Nariño y Chocó, así como en Putumayo como corredor
del conflicto y del narcotráfico hacia el Pacífico. En los departamentos de La Guajira, Cesar, Córdoba y
Antioquia también se han presentado una gran cantidad de hechos victimizantes. Aunque no registran
cifras tan altas de afectaciones, regiones como la Amazonía, la Orinoquía y el Catatumbo también han
sido fuertemente golpeadas por el conflicto armado.
7 RESUMEN EJECUTIVO
A pesar de las grandes expectativas alrededor de los Acuerdos de Paz con las Fuerzas Armadas Revolu-
cionarias de Colombia (Farc-EP) como un motor para la mitigación de la violencia en las zonas afectadas
por la antigua guerrilla, así como para la eliminación de las desigualdades que han estado en la base del
conflicto armado en Colombia, la realidad después de su firma es muy diferente. El incumplimiento en su
implementación, la baja cobertura estatal en las regiones más golpeadas por el conflicto, el reagrupa-
miento y surgimiento de nuevos grupos armados y su pugna por el control territorial en distintos lugares
del país, han llevado a la agudización del conflicto, lo cual ha resultado en un progresivo agravamiento
de la crisis humanitaria en los territorios indígenas. Entre las regiones más afectadas se encuentran
Nariño, Chocó, Risaralda, Cauca, Valle del Cauca, Putumayo, Caquetá, Guaviare, Meta, Arauca, Córdoba
y Antioquia, todas ellas con presencia indígena. La crisis en estos territorios se ha manifestado en un
aumento en el reclutamiento de niñas, niños y adolescentes, desplazamientos, hechos de confinamien-
to y vulneraciones a la integridad política y organizativa de las comunidades indígenas, con altas cifras
de agresiones y asesinatos contra líderes, lideresas y defensores y defensoras de derechos humanos.
A lo largo del conflicto armado, el desplazamiento forzado ha sido el hecho victimizante más declarado
por mujeres indígenas, con 244.595 casos hacia 2021 según datos de la CEV. Este fenómeno las afecta
con mayor dureza, pues la identidad de desplazadas es atravesada por otras formas de exclusión, au-
mentando su vulnerabilidad. A pesar de los pronunciamientos de la Corte Constitucional acerca de los
alarmantes patrones de desplazamiento en pueblos indígenas y el impacto diferenciado en las mujeres,
las afectaciones debidas a este fenómeno persisten. En el año 2021 se registró el mayor número de
víctimas de desplazamientos forzados masivos y múltiples desde la firma de los Acuerdos de Paz, con
un alarmante incremento de afectación a los pueblos afrodescendientes e indígenas. Muchos de estos
hechos han ocurrido en los departamentos del Pacífico, especialmente en Chocó, así como en Antio-
quia, Córdoba, Meta, Amazonas, Putumayo, Caquetá y Guaviare. Según la ONIC (2021), el desplazamiento
forzado ocupó el segundo lugar en vulneraciones a los derechos de los pueblos indígenas en 2021, con
3.666 indígenas desplazados entre el segundo y tercer trimestre del año, el 25.69% de los casos de
vulneraciones a derechos humanos registrados por dicha organización. Sin embargo, el hecho victimi-
zante que más ha vulnerado a los pueblos indígenas en tiempos recientes han sido los confinamientos,
con un porcentaje de 67,5% (44.300 personas) del total de nacional en 2021 (OCHA, 2022b). La mayoría
de los confinamientos se han presentado en el Pacífico colombiano, especialmente del departamento
del Chocó. La grave situación humanitaria en este departamento ha motivado la ocurrencia de un alto
número de intentos de suicidio, que han afectado sobre todo a jóvenes y mujeres indígenas el pueblo
Emberá Dóbida.
Los pueblos y las mujeres indígenas también son afectados por los conflictos ambientales y territoria-
les, los cuales se deben a las disputas por los bienes naturales, el acceso, uso y el cuidado de estos,
generadas por visiones encontradas entre la concepción sagrada y colectiva del territorio que carac-
teriza a los pueblos indígenas, y las perspectivas colonizadoras de los gobiernos y empresas privadas
que favorecen su explotación y mercantilización para el crecimiento económico. En el Atlas de Justicia
Ambiental (EJOLT) se han mapeado 131 conflictos ambientales en Colombia, de los cuales 23 (17%) afec-
tan a comunidades y/o pueblos indígenas en departamentos como Antioquia, Arauca, Boyacá, Caldas,
Cauca, César, Chocó, Córdoba, Quindío, Huila, La Guajira, Magdalena, Guainía y Vaupés. Entre los bienes
que se disputan en estos conflictos están el carbón, el agua, el oro, algunos minerales como el coltán,
el molibdeno, el cobre, el petróleo, parques eólicos y monocultivos, entre otros. Sin embargo, existen
conflictos ambientales y territoriales en muchos otros lugares del país, relacionados con otros factores,
como la construcción de vías, represas, proyectos turísticos, cultivos de uso ilícito y bonos de carbono.
Muchos proyectos extractivos son implantados gracias al no reconocimiento de comunidades indígenas,
incumplimientos gubernamentales con respecto a la titulación y ampliación de territorios colectivos y
fallas u omisiones en los procesos de consulta previa. La extracción de recursos en territorios indígenas
genera afectaciones al medio ambiente como contaminación del aire y fuentes hídricas, deterioro de los
suelos y deforestación, los cuales impactan en la salud de las comunidades. Los intereses de explotar y
apropiarse territorios indígenas también generan impactos sociales, entre los que se cuentan: despojo
y desplazamiento de comunidades, debilitamiento de liderazgos, ruptura de tejidos sociales y contactos
intensificados con el mundo blanco-mestizo. Todos estos fenómenos contribuyen a la desaparición
física y cultural de los pueblos indígenas y atentan contra la integridad de las mujeres indígenas como
defensoras de la vida.
9 RESUMEN EJECUTIVO
De otro lado se encuentran las Violencias Basadas en Género y las Violencias Sexuales contra mujeres
indígenas, las cuales son poco visibilizadas y atendidas. Una parte importante de estas vulneraciones
ocurren en el marco del conflicto armado, en el que distintos actores armados han violentado a las mu-
jeres indígenas para sembrar terror en sus comunidades; también han sido aprovechadas a través de
prácticas como el enamoramiento para labores de inteligencia y reclutamiento; y han sido esclavizadas
laboral y sexualmente, entre otras afectaciones. Estas violencias tienden a aumentar en contextos de
explotación de recursos, cultivos de uso ilícito y rutas de narcotráfico. Los agentes estatales (ejército
y policía) han sido unos de los principales victimarios de las mujeres indígenas. Hay que añadir que las
violencias ejercidas con las mujeres indígenas en estos contextos son una prolongación de aquellas que
se presentan en los ámbitos domésticos y comunitarios, las cuales son aún menos visibles que aquellas
perpetradas por actores armados. Los contextos de conflicto también generan condiciones de riesgo
para que las violencias contra las mujeres se acrecienten, por lo que se ha identificado que las mujeres
viven las violencias basadas género como un continuo (Amador Ospina, 2017; Carrillo Urrego et al., 2020).
Las dificultades para atender las violencias contra las mujeres a nivel comunitario tienen que ver con los
obstáculos que ellas enfrentan para participar políticamente. Aunque en varios pueblos existen sólidos
procesos organizativos, a través de los cuales las mujeres indígenas han construido espacios para re-
flexionar y actuar sobre las distintas problemáticas que les afectan, los liderazgos más visibles son ejer-
cidos por hombres y las decisiones son tomadas por mayorías masculinas. Los obstáculos para la parti-
cipación política de las mujeres indígenas tienen que ver con el acceso desigual a la formación política y
capacitación técnica, así como con las barreras burocráticas para la formalización de las organizaciones
de mujeres. Por otro lado, las mujeres de distintas comunidades no ven adecuadamente reflejadas sus
necesidades y perspectivas en los Planes de Vida, así como tampoco en los Planes de Desarrollo de los
gobiernos locales y nacionales. También son marginadas de los procesos de consulta previa por parte de
diferentes actores. Y aunque cada vez más mujeres están ejerciendo roles de liderazgo (como goberna-
doras de resguardo), estos avances se ven opacados por el elevado número de agresiones y asesinatos
en su contra, especialmente en el departamento del Cauca, donde tres importantes lideresas indígenas
fueron asesinadas entre 2017 y 2021, hechos que no se presentaban en épocas anteriores a la firma de
los Acuerdos de Paz y la salida de las Farc-EP de los territorios.
11 RESUMEN EJECUTIVO
INTRODUCCIÓN
Las mujeres indígenas integramos pueblos étnicos muy diversos, que se caracterizan por su diferencia
con respecto a la sociedad mayoritaria en Colombia. Esta diferencia, y todo lo que ella conlleva en cuan-
to a nuestra relación con el territorio, visión de mundo, formas económicas, organización política e iden-
tidad cultural, es lo que da valor y sentido a nuestras vidas y las de nuestras comunidades. Cada pueblo
indígena es único y se distingue de los demás, aunque nos tejen lazos de solidaridad y luchas comunes
por nuestros derechos, así como una historia de despojo, genocidio, discriminación y exclusión. Nues-
tra diversidad es reconocida y protegida por el Estado colombiano en la Constitución Política de 1991,
donde también se consagran nuestros derechos a la integridad física, social y cultural, la propiedad
colectiva de nuestras tierras y territorios, la autonomía y autodeterminación y el respeto por nuestros
sistemas tradicionales de justicia y organización social y política.1 Con la ratificación del convenio 169
de la OIT a través de la Ley 21 de 1991, se consagró nuestro derecho fundamental a la consulta previa
y el consentimiento previo, libre e informado sobre las actividades y proyectos que inciden en nuestros
territorios. Adicionalmente, la Corte Constitucional ha tutelado reiteradamente nuestros derechos. En
2009, emitió el Auto 004, en el cual declaró en riesgo de desaparición física y cultural a 34 pueblos indí-
genas a causa del conflicto armado interno y ordenó la protección de los pueblos y personas indígenas
afectados por el desplazamiento forzado.
A pesar de este extenso marco jurídico y del conjunto de instrumentos internacionales para la realiza-
ción de nuestros derechos colectivos e individuales, el Estado colombiano no ha cumplido su deber de
promover las condiciones para respetar nuestros derechos y eliminar la discriminación histórica hacia
nuestros pueblos, así como tampoco ha garantizado nuestro derecho a la igualdad. Más que proteger
nuestros derechos, las agendas legislativas de distintos gobiernos han generado acciones que atentan
contra nuestra pervivencia. La mayoría de estas políticas están dirigidas a la explotación de recursos
minero-energéticos y a la promoción de la agroindustria extensiva, lo cual ha puesto el foco de em-
presas nacionales y extranjeras sobre gran cantidad de territorios étnicos (Barrios Giraldo & Zapata
Cardona, 2009). Muchos de estos proyectos, así como la presencia de economías ilegales y cultivos ilí-
citos, traen consigo la presencia de grupos armados al margen de la ley, que persistentemente ejercen
presiones y acciones violentas en nuestras comunidades, con el fin de controlar nuestros territorios.
Tras los Acuerdos de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc-EP), teníamos la
esperanza de ver cambios en esta realidad, y a pesar de haber tenido un periodo de relativa calma, lo
Frente a este panorama, existe una patente ausencia estatal en la gran mayoría de nuestros territorios,
lo cual limita nuestro acceso a derechos y servicios básicos. Todo esto con la venia del gobierno de
Iván Duque (2018-2022), que además de su negligencia para proteger nuestros derechos como pueblos
indígenas, no ha desarrollado acciones para una verdadera implementación de los Acuerdos de Paz. A
esto se suma la reducida eficacia de los enfoques diferenciales en las políticas públicas, que desco-
nocen las características y necesidades particulares de cada pueblo indígena. Somos invisibles para la
mayoría de la población colombiana, quienes omiten nuestros conocimientos y formas de vida, lo cual
se extiende a los funcionarios estatales y dirigentes políticos, encargados de garantizar nuestros de-
rechos. Este desconocimiento lleva a que nuestros derechos sean vulnerados de muy distintas formas,
pues la institucionalidad no cuenta con capacidades para atender a nuestra población.2
A través de este informe, un grupo de lideresas indígenas reunidas en minga de pensamiento3 y acom-
pañadas por OXFAM Colombia, queremos dar cuenta de cómo el conflicto armado, junto con las violen-
cias estructurales, impactan a nuestros pueblos y cómo esto vulnera nuestros derechos como mujeres
indígenas. Nos interesa resaltar el papel que cumplimos las mujeres en nuestras comunidades y or-
ganizaciones, así como dar a conocer las diferentes necesidades y dificultades que nos afectan. Todo
ello teniendo en cuenta que las mujeres indígenas hacemos parte integral de la realidad de nuestros
pueblos. No se nos puede pensar por fuera de ellos, ni a ellos sin nosotras. Es por ello que nos dis-
tanciamos de la comprensión de nuestra diversidad través del enfoque diferencial de género, que en
nuestra experiencia ha tendido a fraccionar a las comunidades, en ocasiones atendiendo a estándares
que no siempre corresponden con los valores de nuestras culturas o que ignoran las condiciones de
desigualdad en las que vivimos, con resultados poco exitosos la mayoría de las veces. En otros casos,
la atención diferencial de las necesidades de las mujeres indígenas se presta para que las instituciones
descarguen sus responsabilidades unas en otras, argumentando que el enfoque étnico, o bien el de
género, no son de su competencia. De esta forma, más que una verdadera herramienta para la promo-
ción de nuestros derechos, los enfoques de género terminan reducidos a discursos o simples requisitos
para la legitimación de acciones gubernamentales y de las agencias de cooperación internacional en
nuestros pueblos.
2 - Hacemos Memoria, “La Crisis humanitaria de los indígenas en Colombia”. Disponible en:
https://hacemosmemoria.org/2020/04/10/la-crisis-humanitaria-de-los-indigenas-en-colombia/, consultado
el 28 de marzo de 2022. 3
3 - Evento realizado en Bogotá, los días 22 y 23 de marzo de 2022.
13 INTRODUCCIÓN
Solo a través de este enfoque se afianzará nuestro derecho a existir como pueblos autónomos. Para la
verdadera implementación de dicho enfoque, es necesario respetar los valores propios de los distintos
sistemas de pensamiento. En cada uno de ellos, las mujeres cumplimos misiones fundamentales para la
pervivencia de nuestros pueblos. Somos las dadoras de la vida y las guardianas de la historia y de la cul-
tura. En nosotras está la clave para fortalecer a nuestras comunidades, pues a través de la educación y
el cuidado de niñas, niños y jóvenes cultivamos las semillas de nuestros pueblos. Como guardianas de la
vida, nuestro valor más grande es el territorio, pues sin él no hay vida. Por eso, aunque nos distingamos
culturalmente las unas de las otras, todas las mujeres indígenas tenemos un pensamiento común: la
defensa del medio ambiente, el agua y, sobre todo, del territorio. Es así como además de ser cuidadoras,
nos reivindicamos como luchadoras por la vida.
A las mujeres de los diferentes pueblos indígenas también nos unen problemáticas y necesidades
similares: las vulneraciones a nuestros derechos humanos en el marco del conflicto armado, violen-
cias sexuales intradomésticas e intracomunitarias, la dependencia económica, el limitado acceso a la
educación y a salud, así como las dificultades para participar políticamente en nuestras comunidades
y ejercer roles de liderazgo. Sin embargo, la respuesta a estos problemas no debe recaer ni depender
únicamente de nosotras. No queremos luchar frente a ellos como si fuéramos un grupo de población
distinto. La puesta en valor del papel de las mujeres indígenas en nuestras comunidades a través de un
enfoque cultural también implica reconocer que nuestros problemas son competencia de las comunida-
des indígenas en su integralidad, y de todas y todos quienes hacen parte de ellas. Queremos que este
llamado llegue tanto al gobierno como a los organismos internacionales, pero sobre a todo a nuestras
autoridades indígenas: los feminicidios, la impunidad frente al asesinato de las lideresas, el limitado ac-
ceso a oportunidades para el desarrollo de capacidades y del empoderamiento económico, entre otras
situaciones que vulneran el ejercicio pleno de nuestros derechos, debe ser un problema que concierna
por igual a mujeres y hombres de todas las edades.
Para lograr esta integralidad en la respuesta a las vulneraciones a nuestros derechos, es necesa-
rio reivindicar y revitalizar el papel que hemos desempeñado en la historia de nuestros pueblos y del
movimiento indígena. Pero al interior de nuestras comunidades no siempre se respetan los principios
de igualdad o complementariedad entre géneros propios de nuestras cosmovisiones. Por el contrario,
Se cree que el proceso colonizador terminó, pero este persiste en los procesos de despojo de los te-
rritorios a través de la guerra, el extractivismo y las economías ilegales. Nuestras formas de economía,
solidaridad y organización política siguen siendo inconvenientes a las ideas del progreso propias del
mundo capitalista, que dependen de explotación de la naturaleza (con la que tenemos el más profundo
vínculo), lo que ha llevado a que se sigan ejerciendo violencias en nuestra contra que se reflejan en for-
mas de subordinación, sujeción, desigualdad, discriminación y racismo, todo ello con el beneplácito, la
ignorancia o la negligencia sistemática del Estado colombiano (CNMH & ONIC, 2019). Estos continuados
niveles de violencia han llevado a legitimar, normalizar o invisibilizar las vulneraciones a los derechos de
las mujeres indígenas. Y aunque las históricas condiciones de discriminación y vulneración a nuestros
derechos persisten, dejando como resultado el panorama de desigualdad y violencias que exponemos
a continuación, estamos construyendo iniciativas y procesos de fortalecimiento en distintos territorios.
Es por ello que mientras estas luchas persistan, la Conquista no ha acabado: la Conquista continúa,
porque por más de 500 años no han logrado acabarnos: “los pueblos y las mujeres indígenas seguimos
tejiendo la vida” (CNMH & ONIC, 2019, p. 101).
15 INTRODUCCIÓN
De acuerdo con el censo del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) de Población
y Vivienda 2018, las y los indígenas en Colombia pertenecemos a 115 pueblos, integrados por 1.905.617
personas, equivalentes al 4,4% de la población colombiana. Aproximadamente el 58,3% de esta po-
blación habita en más de 767 resguardos. El 79% de la población indígena habita en zonas rurales. Del
total, 58,4% de las y los indígenas nos concentramos en los departamentos de La Guajira (20%), Cauca
(16%), Nariño (10,8%) y Córdoba (10,6%). Mientras que los departamentos con mayor prevalencia de po-
blación indígena son: Vaupés (81,7%), Guainía (74,9%), Vichada (58,2%), Amazonas (57,7%) y La Guajira
(47,8%), los cuales se caracterizan por una alta dispersión poblacional (DANE, 2019).
Según el DANE (Ibid.), las mujeres comprendemos el 50,1% de quienes nos reconocemos como indíge-
nas, mientras que el 49.9% son hombres. La mayoría de nuestra población es joven: el porcentaje más
alto se encuentra entre los 15-64 años (60,4%), seguida por los niños y niñas de 0-14 años (33,8%). Solo
el 5,8% son adultos mayores. El rango de población que prevalece se encuentra entre los 5 y 9 años. Por
otro lado, la razón de niños-mujer (42,1) casi duplica el total nacional (24,8). Estos datos reflejan los
altos niveles de fecundidad de las mujeres indígenas frente al total de la población nacional, lo cual se
ha relacionado con los mayores obstáculos que enfrentamos para ejercer nuestros derechos sexuales
y reproductivos. Debido a la prevalencia de niñas, niños y jóvenes, el índice de envejecimiento de nues-
tra población es significativamente inferior al total de los colombianos, con 17,1 personas mayores de
65 años por cada 100 menores de 15 años; mientras que en la población no indígena hay 42 personas
adultas mayores por cada 100 menores de 15 años.4 La alta presencia de niñas y niños en nuestra po-
blación resultan en un alto índice de dependencia demográfica, es decir, un mayor volumen de personas
que requieren cuidados con respecto a quienes potencialmente los proveen, lo cual es asumido casi
siempre por nosotras las mujeres (DANE et al., 2020).
Estos niveles de dependencia son particularmente difíciles de enfrentar en las condiciones de vulnera-
bilidad y exclusión de nuestra población. Colombia se encuentra entre los países con mayores brechas
entre la población indígena y no indígena en el acceso a agua potable y energía eléctrica (Bocarejo et
al., 2021). Según el DANE (2019), nuestro acceso a energía eléctrica es del 66% (frente al 96,3% del total
nacional); el acceso a acueducto es del 41,4% (frente al 86,4% del total nacional); y el acceso a internet
es del 6,4% (frente al 43,4%) del total nacional.
4 - Estas cifras dan cuenta de una marcada diferencia en la transición demográfica de nuestra población en relación con la población
colombiana.
En cuanto a salud, el 82,1% de la población indígena aparece registrada al Sistema General de Seguri-
dad Social en Salud y en algunos departamentos se presenta una afiliación superior al 100% del censo
(MSSS, 2019). Sin embargo, en muchos territorios enfrentamos grandes dificultades en el acceso, debido
a que muchos indígenas estamos indocumentados; las inconsistencias en los censos en las institu-
ciones y entidades prestadoras de salud; la inexistencia de centros y puestos de salud en nuestros
territorios; las grandes distancias que debemos recorrer para acceder a los servicios y la insuficiente
capacidad del sistema de salud colombiano. Adicionalmente, la mayoría de servicios de salud no están
adecuados culturalmente para atendernos: somos discriminados por los profesionales de salud, no
hay traductores ni orientación en nuestras lenguas y en muchos territorios no se ha implementado el
Sistema Indígena de Salud Indígena Propio Intercultural (SISPI), establecidos en el Decreto 1593 de 2014.
5 - Dejusticia, 14 de abril de 2020. “Pueblos étnicos y la inequidad en la educación durante la pandemia”. Disponible en: https://www.
dejusticia.org/column/pueblos-etnicos-y-la-inequidad-en-la-educacion-durante la-pandemia/ Consultado el 7 de abril de 2022.
El limitado acceso a la salud nos afecta especialmente a las mujeres indígenas. Entre las consecuen-
cias más graves de esta situación están los altos niveles de mortalidad materna en población indígena
y afrocolombiana. En 2018, la razón de mortalidad materna en indígenas fue de 217 casos por 100.000
nacidos vivos. En Colombia, las razones de mortalidad más altas, con más de 100 muertes por cada
100.000 nacidos vivos se presentaron en los departamentos de Vichada (547,3), Guainía (323,3), Vaupés
(147,3), Chocó (130,7), San Andrés (127,9); y en tres departamentos más por encima de 80: Guaviare
(86,2), Putumayo (90,4) y la Guajira (92,9). La falta de atención médica especializada para la detección de
complicaciones en el embarazo y el parto han resultado en el fallecimiento de muchas mujeres por cau-
sas directas como la hemorragia obstétrica y el trastorno hipertensivo del embarazo, en su mayoría pre-
venibles (DANE et al., 2020). Factores como la falta de recursos económicos, bajos niveles educativos,
la presencia del conflicto armado y de proyectos minero energéticos en los territorios, la discriminación
hacia las mujeres y el limitado acceso a alimentos nutritivos, han sido identificados como determinantes
de la alta mortalidad materna entre las mujeres indígenas (UNFPA et al., 2017).
También se presentan altos porcentajes de maternidad infantil y adolescente en nuestra población. Los
departamentos en los que con mayor frecuencia las niñas son madres coinciden con aquellos en los
que prevalece o se concentran comunidades indígenas: Vaupés (2,4%), Vichada (2,3%), Guainía, (2,0%),
Chocó (2,0%) y Amazonas (1,9%), donde se duplica o supera el porcentaje nacional (1%) (DANE et al.,
2020). La maternidad infantil y en la adolescencia se ha relacionado con mayor pobreza y ampliación de
brechas, ocasionadas entre otras cosas por la deserción escolar (Profamilia & Fundación PLAN, 2018).
Si bien la maternidad en edades tempranas es socialmente tolerada en muchos pueblos indígenas, y se
relaciona con las visiones propias acerca de la edad en que transitamos de niñas a mujeres y los valores
sociales alrededor de la maternidad y la familia (las uniones de mujeres jóvenes también son promovidas
como forma de aliviar las cargas económicas de las familias), no hay que descartar la incidencia de la
presencia de actores armados ilegales y estatales en los territorios, así como de colonos y otros hom-
bres ajenos a las comunidades, que aprovechan la situación de vulnerabilidad de las jóvenes indígenas
para accederlas sexualmente.
Estas situaciones dan cuenta de las dificultades en el ejercicio de nuestros derechos sexuales y re-
productivos. Las mujeres indígenas no siempre tenemos autonomía en las decisiones sobre nuestra
sexualidad (Schmit, 2015) y nuestro acceso a métodos anticonceptivos es muy limitado. Por ejemplo,
los departamentos que presentan mayores niveles de necesidades insatisfechas de anticoncepción
en mujeres de 13 a 49 años en algún tipo de unión son aquellos en los que prevalece o se concentra
la población indígena: Vaupés (38,4%), Chocó (17,6%), Guainía (17,2%) y Amazonas (15,8%) (MSSS &
Profamilia, 2015). De otro lado, la ineficiencia en la adecuación de los servicios de salud y la falta de
estrategias de promoción y prevención culturalmente sensibles, llevan a que muchas mujeres indígenas
no accedamos a métodos de prevención del Virus del Papiloma Humano, así como a controles ni pruebas
para la detección del cáncer de cuello uterino, poniéndonos en alto riesgo de sufrir esta enfermedad.
Los pueblos indígenas sufrimos las acciones violentas de parte de grupos guerrilleros, paramilitares,
grupos pos-desmovilización, grupos armados no identificados, desconocidos y agentes del Estado.
Según el Auto 004 de 2009, las violaciones a nuestros derechos en el marco del conflicto armado se
derivan de los siguientes factores comunes:
1. Confrontaciones que se desenvuelven en territorios indígenas entre los actores armados, sin
involucrar activamente a las comunidades indígenas y sus miembros, pero afectándolos en forma
directa y manifiesta. Tales como los enfrentamientos entre grupos armados ilegales, o entre éstos
y la Fuerza Pública; la instalación de bases militares sin consulta previa; y la instalación de minas
antipersonal (MAPP/MUSE).
6 - ONIC, 9 de agosto de 2019, “Declaración de Emergencia Humanitaria de y por los Pueblos Indígenas”.
Disponible en https://www.onic.org.co/comunicados-onic/3105-declaracion-de-emergencia-humanitariade-y-por-los-pueblos-indige-
nas. Consultado el 06 de mayo de 2022.
7 - ONIC, 20 de octubre de 2020, “Encuentro por la Verdad ‘Pueblos Indígenas en Situación y Riesgo de
Exterminio Físico y Cultural: Su Dignidad, Resistencia y Aportes a la Paz’”. Disponible en:
https://www.onic.org.co/comunicados-onic/4065-encuentro-por-la-verdad-pueblos-indigenas-en-situaciony-riesgo-de-exterminio-fi-
sico-y-cultural-su-dignidad-resistencia-y-aportes-a-la-paz. Consultado el 06 de
mayo de 2022.
3. Procesos territoriales y socioeconómicos conexos al conflicto armado interno que afectan sus
territorios tradicionales y sus culturas. Por su grave impacto sobre la integridad étnica de los
pueblos indígenas, la Corte se refiere particularmente a: (1) el despojo territorial simple por parte
de actores con intereses económicos sobre las tierras y recursos naturales de propiedad de las
comunidades indígenas…, acentuado por la precariedad en la titulación de tierras; 2) aplicación
de operaciones aéreas de fumigación de los cultivos de coca, realizados de manera inconsulta,
desconociendo la sentencia SU-383 de 2003 o sin adoptar medidas de prevención para evitar el
éxodo y las afectaciones indiscriminadas contra los cultivos de subsistencia, la salud, el ambien-
te, y los recursos naturales, entre otras, y 3) El desarrollo de actividades económicas lícitas o
ilícitas en territorios indígenas.
4. Procesos socioeconómicos que, sin tener relación directa con el conflicto armado, resultan
exacerbados o intensificados por causa de la guerra. Entre ellos se reseñan la pobreza, la insegu-
ridad alimentaria, y el debilitamiento étnico y cultural. (González Perafán, 2019, p.4)
El número de víctimas indígenas varía según la fuente de información y los periodos de registro. De
acuerdo con los datos del Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH, entre 1958 y 2019, los pueblos
indígenas hemos sido violentados con un total de 5.011 víctimas.8 Según la Comisión para el Esclareci-
miento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición (CEV),9 las víctimas indígenas en 2020 llegaban a un
total de 384.886, correspondientes al 4,25% de las víctimas del conflicto armado.10 Las victimizaciones
que más hemos sufrido son las amenazas, el confinamiento y, sobre todo, el desplazamiento forzado.
Los pueblos indígenas con mayor número de víctimas se encuentran en el Pacífico, región importante de
siembra de coca, explotación minera, rutas del narcotráfico y salida de drogas para su comercialización
internacional, particularmente en los departamentos del Cauca, Nariño y Chocó. A esta región se liga
el departamento del Putumayo como corredor del conflicto y del narcotráfico hacia el Pacífico. En los
departamentos de La Guajira, Cesar, Córdoba, Antioquia, también se han presentado una gran cantidad
de víctimas indígenas (CNMH & ONIC, 2019). Aunque no registran cifras tan altas de victimizaciones, los
territorios indígenas en regiones como la Amazonía, el Piedemonte amazónico, la Orinoquía y el Cata-
8 - CNMH, 14 de agosto de 2020, “Pueblos indígenas, víctimas de violencias de larga duración”. Disponible en:
https://centrodememoriahistorica.gov.co/pueblos-indigenas-victimas-de-violencias-de-larga-duracion/, consultado el 9 de mayo de
2022.
9 - A partir de datos de la Unidad para las Víctimas, Censo Nacional de Población y Vivienda, Censo Nacional
Agropecuario DANE, Corte Constitucional, ONIC, CODHES y Red Nacional de Información.
10 - Información consultada en el micro sitio “La verdad indígena” de la CEV, el 9 de mayo de 2022. Disponible
en: https://especiales.comisiondelaverdad.co/la-verdad-indigena/
Con la firma de los Acuerdos de Paz con las Farc-EP se vivió una disminución temporal de los hechos de
violencia entre los años 2016 y 2017. Sin embargo, durante este periodo se presentaron afectaciones
en los departamentos de Cauca, Tolima, Antioquia, Cesar, Chocó, Nariño, Quindío, Valle del Cauca, Meta,
Guajira, Risaralda y Amazonas, por las cuales los pueblos Wounaan, Eperara Siapidara, Nasa, Pijao,
Emberá Chamí, Awá, Emberá Katío, Zenú, Jiw, Wayuú, Wiwa y Makuna se encontraban en alto riesgo de
violaciones a sus derechos (ONIC & CRIT, 2018).
Nuestra lucha por la autonomía territorial ha sido uno de los factores determinantes en la victimización.
Somos férreos defensores y defensoras de nuestros territorios y modos de vida. Sin embargo, los inte-
reses sobre nuestros territorios, sumados a la débil garantía del ejercicio de la defensa de los derechos
humanos, han llevado a que la vulneración a la integridad política y organizativa de nuestros pueblos
sea uno de los daños más graves evidenciados a lo largo del conflicto armado, con 763 líderes, lidere-
sas y autoridades indígenas asesinados según el Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH, entre
dirigentes, líderes y lideresas comunitarios, militantes políticos, autoridades tradicionales, defensores
y defensoras de derechos humanos y concejales.11 De otro lado, aunque los procesos de mujeres para
fortalecer nuestra participación política avanzan, también lo hacen las cifras de lideresas indígenas
asesinadas y silenciadas, especialmente con la transformación del conflicto armado tras la firma de los
Acuerdos de Paz.
Como ha sido resaltado en el Auto 092 de 2008 de la Corte Constitucional, las mujeres indígenas vivimos
los impactos del conflicto armado de forma aguda y diferenciada, pues este agrava las discrimina-
ciones, riesgos e inequidades a las que hemos estado expuestas por siglos. Además de ser víctimas
directas y de sufrir los impactos colectivos de la guerra, somos doble o triplemente golpeadas por las
acciones de los violentos: cuando nuestros compañeros son asesinados, desaparecidos o desplazados,
además de la viudez, debemos asumir la jefatura del hogar en condiciones precarias y muchas veces
bajo amenazas. Si un hombre es forzado a desplazarse, puede hacerlo solo, pero nosotras debemos
salir con nuestros hijos a enfrentar nuevos entornos, donde encontramos mayores dificultades para
sobrevivir y somos más vulnerables a enfrentar nuevas victimizaciones.
Los graves impactos del conflicto armado sobre las mujeres indígenas también se evidencian cuantita-
tivamente, pero los obstáculos de distinta índole para declarar estas vulneraciones y las discrepancias
en los datos según distintas instituciones y organizaciones dificultan conocer las verdaderas dimen-
11 - CNMH, 14 de agosto de 2020, “Pueblos indígenas, víctimas de violencias de larga duración”. Disponible en:
https://centrodememoriahistorica.gov.co/pueblos-indigenas-victimas-de-violencias-de-larga-duracion/, consultado el 9 de mayo de
2020.
12 - Información consultada en el micro sitio “La verdad indígena” de la CEV, el 9 de mayo de 2022, disponible
en: https://especiales.comisiondelaverdad.co/la-verdad-indigena/
13 - ONIC, 25 de noviembre de 2021, “Las mujeres indígenas hablan de los impactos del conflicto armado y sus
resistencias en acto público de reconocimiento”. Disponible en https://www.onic.org.co/comunicados-deotros-sectores/4411-las-muje-
res-indigenas-hablan-de-los-impactos-del-conflicto-armado-y-sus-resistenciasen-acto-publico-de-reconocimiento, consultado el 10
de mayo de 2022.
Hacemos énfasis en las afectaciones que estamos viviendo debido a la presencia de cultivos de uso ilí-
cito y los corredores del narcotráfico que tienen lugar en nuestros resguardos, territorios ancestrales y
zonas aledañas, los cuales conllevan una fuerte militarización y disputas por su control, especialmente
en las regiones del Pacífico, el Catatumbo (Norte de Santander) y el Piedemonte amazónico. En los ma-
pas 1, 2 y 3, evidenciamos la presencia y crecimiento de cultivos de uso ilícito en resguardos indígenas
y/o en áreas próximas entre los años 2018 y 2020:
Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito-Sistema Integrado de Monitoreo de
Cultivos Ilícitos (UNODC-SIMCI), aunque la presencia de cultivos de coca a nivel nacional tiende a dismi-
nuir, esta se mantiene en la parte alta de las cifras históricas. Los departamentos más afectados son
Norte de Santander, Nariño, Putumayo, Cauca y Antioquia, con una concentración en los municipios de
Tibú (Norte de Santander), Tumaco (Nariño), El Tambo (Cauca), El Tarra (Norte de Santander) y Puerto
Asís (Putumayo), en la mayoría de los cuales se ubican numerosos territorios indígenas de los pueblos
Barí, Awá y Emberá, entre otros. De los 767 resguardos indígenas reconocidos hacia finales de 2020, se
registraba afectación por cultivos de coca en 148 de ellos, todos concentrados en el departamento de
Nariño: Gran Rosario, Inda Zabaleta, La Turbia, El Cedro, Las Peñas, La Brava, Pilví y La Pintada (perte-
necientes al pueblo Awá), al igual que en La Floresta, Santa Rosa y San Francisco (correspondientes al
pueblo Emberá Katío) (UNODC-SIMCI, 2021). Además, evidenciamos la consolidación de enclaves produc-
tivos en las zonas montañosas de Cauca y Nariño.
14 - Datos Abiertos, Gobierno Digital, “Densidad de Cultivos de Coca 2018 - Subdirección Estratégica y de Análisis - Ministerio de Justicia
y del Derecho”. Disponible en https://www.datos.gov.co/Justicia-y Derecho/Densidad-de-Cultivos-de-Coca-2018-Subdirecci-n-Est/cv6q-
qh42, consultado el 28 de junio de 2022.
15 - Datos Abiertos, Gobierno Digital, “Resguardos indígenas – Agencia Nacional de Tierras”. Disponible en: https://www.datos.gov.co/
Agricultura-y-Desarrollo-Rural/Resguardos-Ind-genas/uc58-decu, consultado el 28 de junio de 2022.
También queremos visibilizar la complicada situación que vive el pueblo Nukak del Piedemonte amazó-
nico, uno de los últimos pueblos nómadas que existen en Colombia, el cual se encuentra en contacto
inicial y cuyo territorio está ubicado en los Parques Nacionales Naturales (PNN) Nukak y Sierra de la
Macarena, que ocupan el segundo y cuarto lugar de afectación por cultivos de coca a nivel nacional
(UNODC-SIMCI, 2021). Esta población vive una fuerte amenaza y peligro de desaparición debido a diversos
factores, entre ellos la consolidación de los cultivos de coca en su territorio. Además de las epidemias
de gripa que les han afectado fuertemente desde sus primeros contactos con el mundo blanco-mes-
tizo, los Nukak viven una epidemia que afecta la salud mental de cerca del 80% de la población, rela-
cionada con el consumo de Sustancias Psicoactivas (SPA), debida a la invasión de su territorio para el
cultivo de hoja de coca y su explotación como recolectores (o “raspachines”), labor para la cual son
captados a través del alcohol, cigarrillos y bazuco. Debido a la presencia de actores armados, los Nukak
tienen fuertemente limitado su acceso al territorio para practicar sus formas propias de sustento, por lo
que deben recibir ayudas alimentarias, que en muchos casos venden para mantener el consumo de SPA.
Esta situación ha afectado duramente a los niños y niñas, pues algunos empiezan a consumir SPA desde
los 6 años. Esta epidemia se agudiza con la crisis existencial que vivimos los pueblos indígenas debido
al despojo, la guerra y la implantación de modelos civilizatorios hegemónicos. Las mujeres Nukak, por
otro lado, son asediadas por los colonos, quienes las esclavizan sexual y laboralmente. La incidencia
del conflicto armado y la militarización de estos territorios también han llevado a que varias niñas y
jóvenes sean violentadas y explotadas sexualmente, sobre todo por parte de colonos y miembros del
ejército. Muchos de estos casos se han quedado en la impunidad. El pueblo Jiw, que también habita esta
zona, ha perdido igualmente el acceso a sus territorios de resguardo.
En anteriores relatorías de las Naciones Unidas sobre la situación de derechos humanos en Colombia,
se ha señalado que el desplazamiento forzado y el confinamiento amenazan gravemente la sobreviven-
cia física y cultural de los pueblos indígenas.16 Entre los hechos que han motivado el desplazamiento
de nuestras comunidades se encuentran los enfrentamientos, confrontaciones armadas, amenazas,
extorsiones, masacres, minas antipersona y reclutamiento forzado de niños, niñas y adolescentes.
16 - Informe del Relator Especial sobre la situación de los derechos humanos y las libertades fundamentales de los indígenas, James
Anaya. La situación de los pueblos indígenas en Colombia: seguimiento de las recomendaciones hechas por el Relator Especial anterior, A/
HRC/15/37/Add. 3, 25 de mayo de 2010.
El desplazamiento forzado afecta a las mujeres indígenas con mayor dureza, pues la condición de
desplazadas es atravesada por otras formas de exclusión, aumentando nuestra vulnerabilidad. Con el
desplazamiento, muchas mujeres nos vemos obligadas a asumir la jefatura del hogar, ante la pérdida
o asesinato de nuestros compañeros u otras figuras masculinas. Además, nos vemos expuestas a
mayores riesgos de violencia, explotación o abuso sexual. En los nuevos emplazamientos recibimos el
rechazo de la población receptora, así como las sospechas de los funcionarios acerca de las razones de
nuestra huida (pues consideran que podemos estar vinculadas con guerrillas o con otros actores arma-
dos). Muchas mujeres indígenas hablamos únicamente nuestra lengua propia, o tenemos conocimien-
tos limitados del español, dificultando nuestra inserción en los entornos urbanos. El hacinamiento en
los emplazamientos trae consigo convivencias complejas, en las que se pierde la intimidad y se generan
fricciones ante la escasez de recursos. Las precarias condiciones de salubridad y alimentación tienen
consecuencias en la salud, especialmente de adultos mayores, niños y niñas, lo que aumenta nuestras
cargas de cuidado. A esto se suma la baja respuesta del sistema de salud, que cuando es accesible en
las ciudades, no es adecuado ni pertinente a nuestra cultura (Valero Rey, 2016).
A pesar de estos pronunciamientos, y de la disminución temporal de los hechos de violencia entre 2016
y 2017, el desplazamiento y el confinamiento persisten. La situación ha llegado a tal punto que en el año
2021 se registró el mayor número de víctimas de desplazamientos forzados masivos y múltiples desde
la firma de los Acuerdos de Paz, con un alarmante incremento de afectación a los pueblos afrodescen-
dientes e indígenas.18
Hay que agregar que con las medidas sanitarias implementadas durante la pandemia se presentó un
recrudecimiento de la violencia por el control de los territorios, lo cual expuso a los pueblos indígenas
a mayores riesgos de desplazamiento y confinamiento por amenazas (Observatorio de Derechos Territo-
riales de los Pueblos Indígenas – CNTI, 2020b).
Entre enero y diciembre de 2021, más del 75% de las emergencias por desplazamiento masivo y confi-
namientos en el país se concentraron en la región del Pacífico (Chocó, Cauca, Valle del Cauca y Nariño),
debido a la presencia de más de cinco actores armados no estatales que disputan el control territorial
y social en varios municipios (OCHA, 2022b). El confinamiento fue el hecho que más vulneraciones a los
pueblos indígenas durante este periodo: al menos el 67,5% (44.300) de personas confinadas a nivel
nacional pertenecían a pueblos indígenas. La mayor cantidad de hechos se presentaron en el departa-
mento del Chocó (con cifras hasta de 7.720-47.052 personas confinadas); seguido de Antioquia, el Pa-
cífico Nariñense y el Valle del Cauca (5.596 - 7.720 personas); y en menor proporción en Cauca, Córdoba
y Putumayo (525 - 5.595 personas). La ONIC registró una cifra de 10.021 indígenas confinados en sus
territorios entre el segundo y tercer trimestre de 2021, es decir, el 70,22% de los casos de vulneraciones
a los derechos humanos registrados por la organización, ocupando el primer lugar en las afectaciones a
los pueblos indígenas en ese periodo (ONIC, 2021). Es importante mencionar que, durante el paro arma-
do promovido por el Clan del Golfo del 5 al 9 de mayo de 2022, fueron afectados los pueblos Wounaan,
Emberá y Gunadule, con un número de 120.000 personas en Chocó y 42.000 en Antioquia; mientras que
238.000 indígenas del pueblo Zenú fueron confinados en Sucre y Córdoba (ONIC, 2022).
Durante 2021, los eventos de confinamiento en el Chocó se debieron a enfrentamientos entre grupos
armados, casos de reclutamiento forzado, ocupación de viviendas de la población y amenazas en con-
tra de las comunidades (OCHA, 2021). A finales de 2021, se presentó el confinamiento de más de 7.600
personas de comunidades indígenas del Bajo Baudó, así como el de 4.000 indígenas del municipio de
Nóvita. El desplazamiento forzado también afecta gravemente a los indígenas de dicho departamento: al
menos 980 personas, de 117 familias, estarían desplazadas en distintos municipios o confinadas desde
18 - Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento CODHES, 22 de diciembre de 2021, “2021, el año con mayor número de
desplazamiento en 5 años”. Disponible en: https://codhes.wordpress.com/2021/12/22/2021-el-ano-con-mayor-numero-de-victimas-
de desplazamiento-en-5-anos/, consultado el 12 de abril de 2022.
Al respecto, vemos con gran preocupación el alto número de intentos u ocurrencia de suicidios en co-
munidades indígenas del Chocó, relacionados con la pérdida de medios de subsistencia, restricciones
a la libre movilidad por los ríos y los bosques, la presencia de minas antipersona y el reclutamiento
forzado, entre otros. Como consecuencia, hacia agosto de 2021, se presentaron 40 intentos de suici-
dio y entre 15 y 18 suicidios en las comunidades Emberá del municipio de Bojayá, los cuales se suman
a los suicidios de 138 jóvenes entre 2015 y lo corrido de 2022, según la Mesa Departamental de los
Pueblos Indígenas.21 La mayoría de víctimas han sido mujeres jóvenes.22 Es urgente que se atienda
esta problemática, que ya se ha presentado en otros pueblos indígenas, y que a su vez se transformen
efectivamente los determinantes relacionados con las crisis existenciales que estamos viviendo, aso-
ciados a los impactos del conflicto armado y a las rupturas en la relación con el territorio y la naturaleza
(Vargas-Espíndola et al., 2017).
En cuanto a desplazamiento forzado masivo a nivel nacional, la Oficina de Naciones Unidas para la Coor-
dinación de Asuntos Humanitarios reportó que el 15% (11.200) de afectados en 2021 fueron indígenas
(OCHA, 2022b). La mayoría de hechos se presentaron en los departamentos de Nariño, Cauca, Valle del
Cauca, Chocó, Córdoba y Antioquia. La ONIC (2021), por otro lado, reportó que 3.666 indígenas fueron
desplazados entre el segundo y tercer trimestre de 2021, el 25,69% de los casos de vulneraciones a
derechos humanos registrados por dicha organización. Esta situación tendió a agudizarse en el último
trimestre de 2021. También se ha observado un aumento en los hechos de amenazas y desplazamiento
de comunidades indígenas en los departamentos de Putumayo, Amazonas, Guaviare, Caquetá y Meta.
Allí, la ocurrencia de masacres, intimidaciones y desapariciones forzadas, entre otros hechos, han lle-
vado al desplazamiento de comunidades Awá, Jiw, Murui Muina, Pijao, Piratapuyo y Tucano, entre otras
(OCHA, 2021). También preocupa el riesgo de desplazamiento y confinamiento en el que se encuentran
las comunidades indígenas de Arauca, a raíz del recrudecimiento del conflicto en ese departamento
(OCHA, 2022a). Las cifras disponibles en las organizaciones y organismos de derechos humanos no per-
miten analizar el impacto de estos hechos recientes en las mujeres indígenas.
La dura realidad de los indígenas desplazados en varias ciudades y centros urbanos (como Medellín y
Montería, entre otras) se ve retratada en Bogotá. Año tras año, varias familias y comunidades Emberá
de Chocó y Risaralda se han desplazado a esta ciudad, donde la falta de albergue, alimentación y
otras ayudas humanitarias suficientes y sostenidas en el tiempo, las conducen a la mendicidad. Hay
que mencionar que una importante fuente de ingresos para estas familias es la venta de artesanías
elaboradas por las mujeres. Estas condiciones, añadidas a la insuficiente respuesta estatal y a las
dificultades para llegar a acuerdos con instituciones nacionales y locales sobre las garantías para la
19 - El Tiempo, 6 de enero de 2022, “Defensoría pide atención y alimentos para indígenas desplazados en el Chocó”. Disponible en:
https://www.eltiempo.com/justicia/conflicto-y-narcotrafico/desplazamiento-en choco-defensoria-hizo-llamado-para-atender-a-indige-
nas-643325, consultado el 12 de abril de 2012.
20 - Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento CODHES. 2021. 6 comunidades indígenas y 1 comunidad afrodescen-
diente confinadas por violencia en Bajo Baudó, Chocó. Disponible en: https://codhes.wordpress.com/2021/12/16/6-comunidades-indige-
nas-y-1-comunidad-afrodescendiente confinadas-por-violencia-en-bajo-baudo-choco/, consultado el 12 de abril de 2022.
21 - El Espectador, 24 de abril de 2022. “En Bojayá, los jóvenes indígenas se quitan la vida ante el temor a la violencia”. Disponible
en: https://www.elespectador.com/colombia-20/conflicto/suicidios-en-choco-van mas-de-20-jovenes-indigenas-en-2022-ante-el-te-
mor-a-violencia-y-reclutamiento/, consultado el 28 de abril de 2022.
22 - Cerosetenta, Universidad de Los Andes, 18 de agosto de 2021. “Los suicidios que nadie atiende”. Disponible en: https://cerosetenta.
uniandes.edu.co/los-suicidios-que-nadie-atiende/ , consultado el 12 de abril de 2022.
Las graves condiciones de los indígenas desplazados en dicha ciudad han empeorado con la pan-
demia del Covid-19. Entre octubre de 2021 y mayo de 2022, más de 1.500 indígenas permanecieron
en el Parque Nacional Olaya Herrera de Bogotá, la mayoría de ellos y ellas pertenecientes a los pue-
blos Emberá Katío y Emberá Chamí, a quienes se sumaron indígenas de otros pueblos como forma
de protesta frente la suspensión de las ayudas que entregaba la Alcaldía de Bogotá a las familias
desplazadas.24 Debido a las condiciones de hacinamiento e insalubridad en los campamentos, varias
niñas y niños tuvieron complicaciones de salud y tres fueron hospitalizados. A través de jornadas de
salud y la presencia de una ambulancia 24/7, la Administración Distrital atendió a 1.587 personas, de
modo que hacia principios de mayo de 2022 se habían realizado 375 valoraciones en la ambulancia y
274 traslados a instituciones de salud.25 La presencia de estos campamentos en el espacio público
desencadenó situaciones de conflictividad social, como choques entre algunas autoridades indígenas
presentes en el campamento y otras organizaciones indígenas, al igual que con funcionarios e institu-
ciones distritales. En abril de 2022, el campamento fue agredido por el Escuadrón Móvil Antidisturbios,
en respuesta a una protesta de las y los indígenas por el atropellamiento de una mujer Emberá, hecho
que dejó más de 20 personas heridas, incluyendo niños, niñas y dos mujeres embarazadas.26 Hacia
principios de mayo, las Autoridades Indígenas de Bakatá llegaron a un acuerdo con el Gobierno Nacional
y la administración distrital para que abandonaran el parque, con el compromiso de brindar garantías
para el retorno a los territorios o para el traslado a la Unidad de Protección Integral de Engativá, donde
el Distrito les ha asegurado que recibirán alimentación, servicios de salud, educación y atención a la
primera infancia.27
23 - La Silla Vacía, 28 de septiembre de 2020. “Los embera en el Tercer Milenio, un drama circular y sin fin”. Disponible en: https://www.
lasillavacia.com/historias/silla-nacional/los-embera-en-el-tercer-milenio-un drama-circular-y-sin-fin, consultado el 14 de abril de 2022
24 - El Colombiano, 19 de febrero de 2022. “Indígenas desplazados llevan 143 días en el Parque Nacional de Bogotá”. Disponible en: https://
www.elcolombiano.com/colombia/toma-de-indigenas-lleva-143-dias-en-el parque-nacional-de-bogota-LA16611028, consultado el 13 de
abril de 2022.
26 - Cerosetenta, Universidad de los Andes, 08 de abril de 2022, “La resistencia de los embera en el Parque Nacional”. Disponible en: ht-
tps://cerosetenta.uniandes.edu.co/la-resistencia-de-los-embera-en-el-parque nacional/, consultado el 13 de abril de 2022.
27 - El País (España), 8 de mayo de 2022, “Los 2.000 indígenas del Parque Nacional llegan a un acuerdo con el Gobierno para volver a sus
territorios”. Disponible en: https://elpais.com/america-colombia/2022-05- 09/los-mas-de-1900-indigenas-del-parque-nacional-llegan-
a-un-acuerdo-con-el-gobierno-para-volver-a-sus territorios.html, consultado el 18 de mayo de 2022.
Los NNA indígenas tienen 647 veces más probabilidades de verse directamente afectados por el conflic-
to armado, o de ser reclutados y usados por grupos armados ilegales o bandas criminales, en compa-
ración con quienes no manifiestan alguna pertenencia étnica (Springer, 2012). En muchas regiones, las
y los jóvenes no tienen acceso a la educación ni a oportunidades laborales u otras alternativas econó-
micas, lo cual los hace más vulnerables a ser persuadidos para trabajar como recolectores de hoja de
coca, o bien, para vincularse con los grupos armados en distintas formas. La mayoría de NNA reclutados
se encuentra en el rango de 12 a 16 años, “lo que se debe a una mayor probabilidad de convencimiento
y a un temprano proceso de pérdida de la cultura” (CNMH & ONIC, 2019, p. 503). Debemos resaltar que
el reclutamiento tiende a afectarnos sobre todo a las mujeres indígenas, lo cual se evidencia en la
alta prevalencia de niñas, adolescentes y adultas en las filas de los grupos ilegales. Esto se debe a
que algunas ven en la vinculación a un grupo armado la posibilidad de emanciparse de las estructu-
ras sociales rígidas, jerárquicas y machistas que persisten en muchas comunidades, “al tiempo que
constituye una forma de evadir las presiones del conflicto sobre las comunidades, así como a escapar
de situaciones como los matrimonios arreglados, el abuso sexual, la discriminación o la violencia y el
hambre en los hogares” (Springer, 2012, p. 23).
28 - MAPP/OEA, 28 de abril de 2022, “NNA Ningún niño debe ser combatiente”, disponible en: https://www.mapp-oea.org/tag/nna/, con-
sultado el 29 de mayo de 2022.
Como veremos a continuación, son distintas las formas que los niños y niñas de nuestras comunidades
son involucrados en los grupos armados al margen de la ley (Tabla 2).
29 - MAPP/OEA, 28 de abril de 2022, “NNA Ningún niño debe ser combatiente”, disponible en: https://www.mapp-oea.org/tag/nna/, con-
sultado el 29 de mayo de 2022.
Dentro de estas modalidades, los grupos armados ilegales involucran a nuestros hijos e hijas en su
accionar sirviendo como mensajeros e informantes (utilización), realizando labores de inteligencia sobre
grupos enemigos (uso), venta y/o comercio de armas o estupefacientes en las cadenas de microtráfico
(uso), contrabando (uso) y el combate armado (reclutamiento) (CNMH & ONIC, 2019; Procuraduría General
de la Nación, 2019).
El reclutamiento genera profundas heridas en nuestros territorios, pues con ello no solo se alteran las
vidas de las y los jóvenes, sino que se afecta cultural y espiritualmente a nuestras comunidades, pues
se pierden semillas de autoridad que posteriormente podrían ejercer el gobierno propio y se les separa
de los sabios y sabias que orientarían su camino, quebrando el relevo generacional y la transmisión de
saberes tradicionales que permiten nuestra pervivencia como pueblos indígenas. Además, se nos arre-
batan manos que a futuro podrían trabajar la tierra, pescar y sostener familias. Para el pueblo Arhuaco
de la Sierra Nevada de Santa Marta, la pérdida de un joven o una joven también implica perder algo de
la fuerza ritual del colectivo, pues cada persona debe cumplir con ciertos deberes espirituales, cuyo
incumplimiento provoca desarmonías y desequilibrios en las familias y las comunidades (CNMH & ONIC,
2019). De otro lado, se genera una complicada inestabilidad en el tejido social interno, pues en muchos
casos los NNA reclutados permanecen dentro de los resguardos (cuando son vinculados a través del
uso y la utilización), generando riesgos para las familias, debido a los señalamientos por parte de otros
grupos armados legales e ilegales, poniéndolas entre la espada y la pared y exponiendo sus vidas.
Según cifras de la ONIC y el CNMH, 607 NNA fueron reclutados entre 1958 y 2019 (CNMH & ONIC, 2019),
cifra que se queda significativamente corta al lado de los datos generados por otras instituciones. De
los 625 NNA registrados por el Programa de Atención Especializada para el restablecimiento de derechos
a las niñas, niños y adolescentes víctimas de reclutamiento del Instituto Colombiano de Bienestar Fa-
miliar (ICBF) entre 2017 y el 31 de enero del 2022, 131 pertenecían a pueblos indígenas, de los cuales
78 eran niños y eran 53 niñas.30 Según la UARIV, entre 2017 y el 1 de enero de 2022, 582 niñas y niños
fueron víctimas del delito de vinculación a actividades relacionadas con grupos armados organizados,
de los cuales 127 eran indígenas, y entre ellos 87 eran niños y 40 eran niñas.31 De otro lado, la base de
datos del Sistema Penal Oral Acusatorio (SPOA) de la Fiscalía General de la Nación solamente registra
30 - Información consultada en el micro sitio “Módulo de información: Prevención del Reclutamiento de Niñas, Niños y Adolescentes – El
reclutamiento, uso, utilización y la violencia sexual en cifras” de la Plataforma Observa de la Consejería Presidencial de Derechos Humanos
y Asuntos Internacionales, el 29 de junio de 2022. Disponible en: https://derechoshumanos.gov.co/Observatorio/SNIDH/Paginas/modu-
lo-informacion-prevencion.aspx.
31 - Información consultada en el micro sitio “Módulo de información: Prevención del Reclutamiento de Niñas, Niños y Adolescentes – El
reclutamiento, uso, utilización y la violencia sexual en cifras” de la Plataforma Observa de la Consejería Presidencial de Derechos Humanos
y Asuntos Internacionales, el 29 de junio de 2022. Disponible en: https://derechoshumanos.gov.co/Observatorio/SNIDH/Paginas/modu-
lo-informacion-prevencion.aspx.
Espacialización de la problemática
A pesar del subregistro en las bases de datos de las instituciones estatales, a continuación analizare-
mos los datos de la UARIV, el ICBF y el CNMH, con el fin de dar a conocer la distribución espacial de esta
problemática.
De acuerdo con los datos del Programa de Atención Especializada para el restablecimiento de derechos
a las niñas, niños y adolescentes víctimas de reclutamiento del ICBF, consignados en la Plataforma
Observa de la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos y Asuntos Internacionales, la mayoría
de casos de NNA indígenas reclutados entre 2017 y hasta el 31 de enero del 2022 se presentaron en la
región del Pacífico, principalmente en los departamentos de Chocó (51 casos) y Cauca (38 casos), como
se observa en el Mapa 4. Estos corresponden al 68% de los casos de NNA indígenas reclutados. Vale
la pena mencionar que el reclutamiento forzado se agudizó entre los años 2018 (28 casos) y 2019 (29
casos), con un descenso en los registros entre 2020 y 2021. Dependiendo del departamento, del pueblo
y el resguardo, fueron reclutadas más o menos mujeres reclutadas en comparación con los hombres.
Por lo general, la mayoría de afectados fueron adolescentes entre los 14 y 16 años.33
33 - Información consultada en el micro sitio “Módulo de información: Prevención del Reclutamiento de Niñas, Niños y Adolescentes – El
reclutamiento, uso, utilización y la violencia sexual en cifras” de la Plataforma Observa, el 29 de junio de 2022. Disponible en: https://
derechoshumanos.gov.co/Observatorio/SNIDH/Paginas/modulo-informacion prevencion.aspx.
Fuente: Elaboración propia a partir de la plataforma Observa de la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos
y Asuntos Internacionales (2022).
Según los datos de la UARIV en la Plataforma Observa, desde el año 2017 y hasta el 31 de enero de 2022,
los casos de reclutamiento de NNA indígenas se han concentrado en el corredor del Pacífico, bordeando
el país por el occidente y hasta el sur en el departamento de Putumayo, como podemos observar en el
Mapa 5. Los departamentos con más casos son Chocó (39 casos), seguido del Cauca (38 casos), Nariño
(7 casos) y Putumayo (10 casos), acumulando el 75% (102 casos) de los casos. Los municipios con más
casos de vinculación de NNA indígenas fueron Toribío (10 casos) y Suárez (5 casos) en el Cauca, Cáceres
(7 casos) en Antioquia, Puerto Leguízamo (9 casos) en Putumayo, Tadó (9 casos) y Alto Baudó (5 casos)
en el Chocó y Tumaco (6 casos) en Nariño.34
34 - Información consultada en el micro sitio “Módulo de información: Prevención del Reclutamiento de Niñas, Niños y Adolescentes – El
reclutamiento, uso, utilización y la violencia sexual en cifras” de la Plataforma Observa, el 29 de junio de 2022. Disponible en: https://
derechoshumanos.gov.co/Observatorio/SNIDH/Paginas/modulo-informacion prevencion.aspx.
Fuente: Elaboración propia a partir de la plataforma Observa de la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos
y Asuntos Internacionales (2022).
Según la información del Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH, entre 2016 y el 21 de diciembre
de 2021, se presentaron 92 víctimas de reclutamiento forzado, de las cuales 28% se reconocieron como
indígenas, la mayoría pertenecientes a los pueblos Emberá (46%, 10 casos), Wounaan (41%, 9 casos), Em-
berá Katío (9%, 2 casos) y Awá (1%, 1 caso).35 Como se puede observar en el Mapa 6, los casos reportados
evidencian que el fenómeno se concentra en la periferia del país, en regiones transfronterizas como el
Catatumbo y Arauca hacia el oriente, el Piedemonte Amazónico hacia el sur y algunos casos en el nordeste
antioqueño y el sur de Córdoba, pero sobre todo hacia la región del Pacífico, con una concentración im-
portante en el departamento del Chocó, donde se presentaron la mayoría de los casos de reclutamiento
(28.3%). Esta situación ha influido en los actos de suicidio como salida al conflicto armado que encuentran
muchos y muchas jóvenes de este departamento, como lo mencionamos anteriormente.
35 - Información consultada en el micro sitio del Observatorio de Memoria y Conflicto del CNMH, el 29 de abril de 2022. Disponible
en: https://micrositios.centrodememoriahistorica.gov.co/observatorio/portal-de-datos/el-conflicto-en cifras/reclutamiento-y-utiliza-
cion-de-menores-de-18-anos/
El lugar más afectado del Pacífico colombiano es el municipio del Alto Baudó (11 víctimas) seguido del
Carmen del Darién (6), el Litoral de San Juan (3), Riosucio (2) y Murindó (1) en el Chocó, Inzá (2), Caloto (1),
Caldono (1) en el Cauca y Barbacoas (1) en Nariño (1). Sin embargo, reiteramos que los casos reportados
por el ICBF, la UARIV y el CNMH no coinciden con aquellos que registramos en nuestros observatorios
propios de derechos humanos, así como en la información que recibimos por parte de las comunidades.
Como lo hemos evidenciado, el reclutamiento de NNA indígenas afecta sobre todo a los departamentos
Chocó, Cauca, Nariño y Putumayo. Según lo recogido en la minga de pensamiento de lideresas indígenas
apoyada por OXFAM Colombia, la presencia de cultivos ilícitos en estos territorios y las disputas por el
control territorial por parte de grupos armados ilegales, están llevando a la agudización del reclutamien-
to de NNA en el municipio de Tumaco, así como en el norte del Cauca, donde nuestros hijos e hijas están
constantemente en la mira de los violentos para incorporarlos a sus filas como combatientes y otras
formas de vinculación. En Nariño, el pueblo Awá se ha visto crecientemente afectado por esta proble-
mática, debido a las presiones territoriales ejercidas por grupos de autodefensas y grupos residuales
de las Farc-EP; sin embargo, muchos casos no son denunciados, ni atendidos, debido a las presiones
de estos grupos y a la ineficacia y negligencia de las instituciones. Por otro lado, el norte del Cauca
se registraron 272 NNA reclutados durante 2021, de los cuales el 80% corresponde a niñas, lo cual
evidencia el desproporcionado impacto de este fenómeno en las mujeres indígenas. De esos 272 niños
y niñas, 39 fueron asesinados, tras lo cual sus cuerpos fueron regresados al territorio. Sus familias los
enterraron en silencio y no hicieron denuncias, pues detrás de estos hechos siempre vienen amenazas,
señalamientos y otros riesgos para los allegados y sus comunidades.
La Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (Çxhab Wala Kiwe-ACIN) ha logrado identificar
los mecanismos por los cuales son reclutados los NNA de sus territorios: los reclutadores pertenecen al
mismo resguardo o son personas allegadas a la comunidad que persuaden a los menores con diferen-
tes promesas, ofreciéndoles alternativas para superar las condiciones de desigualdad en las que viven.
Hacia abril de 2022 se registraron 19 menores de edad reclutados en el norte del Cauca en lo corrido
del año. La Çxhab Wala Kiwe-ACIN ha dado a conocer los casos de reclutamiento que se presentaron
en marzo de 2022 en el territorio de Huellas, municipio de Caloto. Según la autoridad ancestral de ese
resguardo, seis comuneros fueron reclutados por grupos armados al margen de la ley, cuatro de ellos
entre los 12 y 14 años; pero una comisión de Kiwe Thegnas (Guardia Indígena) salió en su búsqueda y
logró recuperar en el municipio de El Tambo a dos de los seis menores de edad reclutados, además de
capturar al presunto responsable.36 Posteriormente, en abril de 2022, ocurrió el reclutamiento de tres
menores de edad en la vereda La Trampa, también en el resguardo de Huellas. Los tres menores de 15
años lograron comunicarse con sus familiares para avisarles que un grupo armado se los llevaba, al
parecer hacia el sur del país.37
Frente a estas situaciones, nuestros pueblos cuentan con la Coordinación Nacional de Juventudes Indí-
genas de la ONIC: un proceso organizativo que busca la formación política de las y los jóvenes indígenas
junto con las autoridades tradicionales, para evitar y prevenir el reclutamiento. Además, nuestros res-
guardos y organizaciones regionales continuamente buscan alternativas para generar y fortalecer los
entornos protectores y las actividades comunitarias que tienen el potencial de prevenir el reclutamiento
de NNA o su vinculación a bandas criminales, así como mitigar el impacto del conflicto armado en niños,
niñas y jóvenes. Sin embargo, encontramos que muchas de estas iniciativas son bloqueadas por los
requisitos burocráticos y las prioridades de los organismos de cooperación internacional y las institu-
ciones del gobierno, como viene ocurriendo en el Pacífico nariñense. De otro lado, los confinamientos y
las restricciones a la movilidad también impiden fortalecer nuestros tejidos comunitarios que favorecen
la protección de niños, niñas y jóvenes, mientras que la presencia de minas antipersona atenta contra
la garantía de la vida en nuestras comunidades.
Como lo hemos mencionado, las presiones ejercidas por los grupos armados impiden que estos hechos
sean denunciados, como es el caso del municipio de Tumaco. En el norte del Cauca, por otro lado, se
han generado alertas tempranas a través del sistema de la Defensoría del Pueblo. No obstante, las
instituciones estatales no han llevado a cabo acciones efectivas para prevenir estos hechos, lo cual se
suma al subregistro que hemos analizado. Por eso, en muchas organizaciones estamos creando nues-
tros propios observatorios de derechos humanos, los cuales están tomando fuerza, pues nos permiten
conocer de primera mano lo que está pasando en el territorio. A partir de recorridos casa por casa y de la
36 - Tejido de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos Cxhab Wala Kiwe – ACIN, 10 de marzo de 2022, “Alerta máxima por reclutamien-
to en el Norte del Cauca”, disponible en: https://nasaacin.org/boletin-dd hhalerta-maxima-por-reclutamiento-en-el-norte-del-cauca/.
Consultado el 29 de abril de 2022.
37 - Tejido de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos Cxhab Wala Kiwe – ACIN, 15 de abril de 2022, “Boletín DDHH ACIN: Alerta por re-
clutamiento forzado de tres menores en Huellas”, disponible en: https://www.cric-colombia.org/portal/boletin-ddhh-acin-alerta-por-re-
clutamiento-forzado-de-tres menores-en-huellas/, consultado el 29 de abril de 2022.
Sin embargo, rechazamos que el gobierno deje la prevención y atención de esta situación exclusiva-
mente en nuestras manos. No conseguimos nada rescatando a los niños y niñas de ser reclutados, si
ellos regresan al territorio sin garantías para la protección de sus derechos. Por ello, más que la aten-
ción de los NNA indígenas reclutados, el foco debe estar en la prevención, para que no sean involucra-
dos de manera alguna. Este problema debe ser tomado muy en serio por el gobierno, pues esta es una
de las formas por las cuales se están apoderando de nuestros territorios, con ciclos de violencia que no
terminan. Además, este fenómeno evidencia las profundas desigualdades y rupturas en el tejido social
de nuestras comunidades (propiciadas por el mismo conflicto armado y la exclusión estatal) que llevan
a que los jóvenes sean reclutados. Ahora bien, aplaudimos la decisión de la Sala de Reconocimiento de
Verdad, de Responsabilidad y de Determinación de los Hechos y Conductas de la Jurisdicción Especial
para la Paz (JEP) de abrir el Caso 007 sobre el Reclutamiento y utilización de niñas y niños en el conflicto
armado, caso que hasta el momento conoce de 18.677 niñas y niños que fueron utilizados por las Farc-
EP en el marco del conflicto armado.38
38 - Jurisdicción Especial para la Paz JEP, 1 de marzo de 2019, “Los grandes casos de la JEP – 07 Reclutamiento y utilización de niñas y
niños en el conflicto armado”, disponible en:
https://www.jep.gov.co/especiales1/macrocasos/07.html, consultado el 20 de junio de 2022.
Vale la pena señalar que en muchas lenguas y culturas indígenas no existen (o no existían hasta hace
poco) términos para nombrar estas violencias, e incluso las hemos entendido bajo otros conceptos
(Amador Ospina, 2017). Estas situaciones, sumadas al miedo y la estigmatización que vivimos cuando
somos violentadas, las barreras en el acceso a la justicia y las deficiencias en los sistemas de informa-
ción, repercuten en una enorme dificultad para conocer las verdaderas dimensiones de esta problemá-
tica. En relación a ello, se ha encontrado que existe un subregistro del 90% en las denuncias a nivel
nacional (OXFAM Internacional, 2009), el cual se acentúa con respecto a los pueblos indígenas. Esto lo
confirma el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (2021), el cual observa un número
significativamente bajo de mujeres indígenas víctimas de delitos sexuales atendidas entre 2015 y 2019:
dentro del 8,99% de las valoraciones realizadas a mujeres de grupos étnicos, 19,22% corresponden a
mujeres indígenas. Pese al importante subregistro, los datos existentes en los sistemas de información
revelan una realidad preocupante: la mayoría de víctimas de violencia sexual son niñas, niños y ado-
lescentes. Según una investigación sobre el tema de la Comunidad de Juristas Akubadaura y el Foro de
Mujeres y Desarrollo FOKUS (2020), a partir de los datos el Sistema de Información de Clínica y Odonto-
logía Forense (SICLICO) y Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (SIRDEC), durante el
periodo comprendido entre el 2013 y el 30 de septiembre de 2020 se reportaron 209 hombres indígenas
víctimas de presunto delito sexual, la mayoría de ellos entre los 5 a 9 años. Las cifras de mujeres indí-
genas son significativamente mayores, con 2.407 casos reportados entre 2013 y el 30 de septiembre
de 2020. Los grupos de edad con mayor riesgo son los comprendidos entre los 10 a los 14 años (1.074
niñas indígenas víctimas de presunto delito sexual entre 2013 y 2020), seguido por las niñas entre los 5
a 9 años de edad (501 casos en el periodo mencionado).
La violencia sexual ha constituido una práctica habitual en el marco del conflicto armado, usada de
forma sistemática y generalizada (OXFAM Internacional, 2009). Lejos de responder a impulsos irrefrena-
bles en los contextos de guerra, estos crímenes son incentivados, tolerados o transmitidos como es-
trategias militares orientadas al amedrentamiento de la población civil o de combatientes en estado de
indefensión, y son usados con fines de regulación poblacional (OMC & CNMH, 2021). En este contexto, las
mujeres indígenas hemos sido desproporcionadamente víctimas de violencias basadas en género, debi-
do a las múltiples formas de discriminación que nos atraviesan (CIDH, 2017). En ello inciden las lecturas
racializadas y deshumanizadoras que hace la sociedad de los pueblos indígenas, las cuales conciben
nuestros cuerpos como subordinados, apropiables, controlables y disponibles (Akubadaura & FOKUS,
2020); a raíz de ello, los actores armados buscan sacar provecho de las mujeres, niñas y adolescentes
indígenas, por medio de engaños o por la fuerza.
Las violencias sexuales han servido como arma de guerra para sembrar terror en los cuerpos y en los
territorios indígenas, como una forma de colonización y despojo. En muchos casos han sido usadas
para desplazar comunidades por la fuerza o erosionar su capacidad de resistencia (CIDH, 2017). Según el
CNMH (2017), también se han perpetrado para castigar los liderazgos de las mujeres o de sus compañe-
ros. El ejército y los paramilitares se han servido de ellas para castigar y aleccionar a mujeres indígenas,
al estigmatizarlas y acusarlas de ser guerrilleras. Se ha observado la reiterada práctica del enamora-
miento, empleada por distintos actores para conocer información del grupo enemigo, reclutar a mujeres
indígenas para sus filas y en muchos casos recoger información para hacer inteligencia en las zonas y
tomar el control de los territorios. Algunos casos de enamoramiento resultan en embarazos, los cuales
han resultado en el abandono de hijos e hijas por parte de los actores armados. El relacionamiento con
algún guerrero tiende a convertir a las mujeres “en objetivo militar del bando contrario, lo cual pone en
riesgo el bienestar de su familia, su comunidad y su propia vida e integridad sexual” (CNMH, 2017, p. 317).
En muchos casos, las mujeres indígenas han sido esclavizadas por actores armados y otros para realizar
oficios y labores domésticas, situaciones en las que además son esclavizadas sexualmente.
Existen discrepancias en los datos de las instituciones estatales sobre la magnitud de las violencias
sexuales en el marco del conflicto armado. Según el CNMH (2017), de las 15.076 personas víctimas de
violencia sexual entre 1958 y 2016, las mujeres indígenas aparecemos con el 1,08% (152 casos), por
debajo de las categorías afrocolombiano, raizal y palenquero (con 1.203 casos, equivalentes al 8%). La
UARIV, por su parte, registra 1.940 mujeres indígenas víctimas de violencia sexual a corte de noviembre
de 2021.39 Aunque la agudización del conflicto disminuyó durante algunos años desde el comienzo de
los Diálogos de Paz, “la violencia sexual sigue siendo una dinámica constante, con una variación en
los actores armados, pero con un impacto igualmente desproporcionado sobre las mujeres” (ABC Co-
lombia, 2018, p. 16). En muchos territorios, la combinación de una serie de factores de riesgo como la
presencia de grupos armados, el narcotráfico, la minería ilegal, el fenómeno de los flujos migratorios,
entre otras, nos han impactado fuertemente, lo cual se ha manifestado en repetidos casos de violencia
sexual, prostitución forzada, extorsión, trata de personas y la explotación sexual de mujeres, niños,
niñas, adolescentes y jóvenes (Defensoría del Pueblo, 2019). De las 233 alertas tempranas emitidas por
la Defensoría del Pueblo entre 2018 y abril de 2022, 98 de ellas evidencian riesgos de violencia sexual,
69 de las cuales mencionan a población indígena. Estas alertas se refieren a por lo menos 29 de los 32
municipios de Colombia, incluyendo a Bogotá.40
39 - ONIC, 25 de noviembre de 2021, “Las mujeres indígenas hablan de los impactos del conflicto armado y sus resistencias en acto
público de reconocimiento”. Disponible en https://www.onic.org.co/comunicados-de otros-sectores/4411-las-mujeres-indigenas-ha-
blan-de-los-impactos-del-conflicto-armado-y-sus-resistencias en-acto-publico-de-reconocimiento, consultado el 10 de mayo de 2022.
40 - Defensoría del Pueblo, 10 de abril de 2020. “Sistema de Alertas Tempranas”. Disponible en: https://alertastempranas.defensoria.gov.
co/Alerta/Reporte, consultado el 22 de abril de 2022.
Las economías ilegales potencian los riesgos de violencias basadas en género, como ocurre en los de-
partamentos del Cauca, Nariño, Guaviare, Putumayo, Caquetá y Norte de Santander, donde la actividad
económica está fuertemente vinculada a los cultivos ilícitos (Defensoría del Pueblo, 2019). En Guaviare,
estos contextos han propiciado la ocurrencia de abusos sexuales en contra de muchas mujeres de los
pueblos Nukak y Jiw, así como la explotación sexual de niñas y niños. En los contextos de extracción
minera y de hidrocarburos también aumentan las violencias sexuales. Aunque las empresas no generan
estas problemáticas, su incidencia en las poblaciones precipitan factores de riesgo personales, fami-
liares, comunitarios, sociales y culturales que hacen posible la ocurrencia de este tipo de violencias
(Auto de seguimiento 009 de 2015 de la Corte Constitucional). Por ejemplo, con la instalación de pro-
yectos mineros en el departamento del Cauca, se han presentado abusos sexuales de mujeres, niñas y
adolescentes por parte de actores armados legales e ilegales; esclavización laboral y sexual por parte
de los trabajadores de las empresas; prostitución de mujeres indígenas; explotación sexual de niñas y
adolescentes; proliferación de Infecciones de Transmisión Sexual; y numerosos embarazos adolescen-
tes (Corporación Ensayos, 2017). De otro lado, el aumento de la minería ilegal en la Amazonía ha llevado
a un incremento en la violencia basada en género contra niñas y mujeres indígenas (Ulloa, 2016).
41 - Entrevista a Kelly Peña, investigadora y activista por los derechos de los pueblos indígenas de la Organización Confluencia de Mujeres
para la Acción Pública.
También debemos mencionar que la violencia sexual en el marco del conflicto armado es una prolonga-
ción de las violencias que vivimos a diario, o una manifestación extrema de la discriminación y la des-
igualdad que experimentamos más allá de los contextos de guerra. Esta explicación permite entender
la violencia contra las mujeres como un continuo en nuestras vidas, razón por la cual también es difícil
conocer la verdadera dimensión de las vulneraciones ocasionadas por el conflicto armado, pues en
muchas ocasiones es difícil deslindar unas de otras (Carrillo Urrego et al., 2020). Sin embargo, existe
una marcada tendencia a visibilizar las violencias contra mujeres indígenas ejercidas por los actores ar-
mados, y por el contrario se silencia la existencia y persistencia de las violencias sexuales y basadas en
género a nivel intracomunitario e intradoméstico en contextos de guerra, pero también fuera de ellos,
lo cual requiere mayor atención (Amador Ospina, 2017).
Subregistro
Las dificultades para conocer y mitigar las violencias basadas en género en los pueblos indígenas tie-
nen que ver con las debilidades de los sistemas de justicia, así como las deficiencias en los sistemas de
información y estadísticas. Se ha señalado que “no existen datos robustos, confiables y válidos sobre
las magnitudes de la violencia sexual en el marco del conflicto armado, lo que contribuye a reforzar la
impunidad frente a esta modalidad de violencia y a obstaculizar las demandas de justicia y verdad que
las víctimas reclaman como parte integral a la protección de sus derechos” (CNMH, 2017, p. 469). Desde
2016 existe el Sistema integrado de información de Violencias de Género
SIVIGE, el cual tiene como objetivo la información sobre las violencias de género en Colombia y su articu-
lación e intersección con distintos factores de riesgo a partir de los registros administrativos del DANE,
la Fiscalía General de la Nación, el Instituto Nacional de Medicina Legal, el RUV de la UARIV y datos del
sistema de salud pública (SIVIGILA) (2016). No obstante, cada entidad categoriza las violencias según
sus competencias, por lo que no hay cifras unificadas y las variables no son comparables. Tampoco
permite hacer cruces de información según la variable étnica, por lo que no es posible conocer de ma-
nera integral la situación de las mujeres indígenas.42 Por otra parte, al interior de las entidades del orden
nacional existen inconsistencias sobre el número total de víctimas entre las bases de datos del nivel
42 - Información consultada en el micro sitio “Sistema Integrado de Información sobre Violencia de Género” del Observatorio Nacional de
Violencias de Género del Ministerio de Salud y Protección Social, el 16 de abril de 2022. Disponible en: https://www.sispro.gov.co/observa-
torios/onviolenciasgenero/Paginas/home.aspx
Como lo hemos venido diciendo, el subregistro de las violencias de género contra las mujeres indíge-
nas está muy relacionado con las barreras que experimentamos para denunciar y acceder a la justicia.
Debido a la naturaleza de estos hechos, muchas mujeres dejamos de denunciar por miedo a los per-
petradores o a una condena social. Las instancias de denuncia (estaciones de policía, comisarías de
familia, alcaldías, hospitales, etc.) son concebidas como espacios “blanqueados” o en los que ser mujer
indígena o afrocolombiana implica mayores obstáculos (Corporación Ensayos, 2017). En muchos casos,
debemos recorrer largas distancias para acudir a las instituciones, donde los funcionarios nos discri-
minan y no nos atienden oportunamente. No existe una ruta integral unificada para la atención a estas
violencias; y aquellas con las que cuentan las instituciones no son implementadas de forma efectiva, ni
están adecuadas culturalmente. En instancias de denuncia no hay traductores, ni abogados sensibili-
zados para acompañarnos. Algunos funcionarios han normalizado la violencia intrafamiliar en nuestras
comunidades y en otros casos, han ventilado públicamente los casos de víctimas de violencia sexual
(Akubadaura & FOKUS, 2020). Aunque el Ministerio de Justicia y del Derecho ha desarrollado algunas
acciones para identificar las barreras en el acceso a la justicia en municipios priorizados (Buenaventura,
Tumaco, San Andrés y Quibdó), así como talleres y cartillas para formar y sensibilizar a funcionarios y
estudiantes de derecho en la atención a mujeres indígenas,43 las situaciones nombradas persisten.
La corrupción en la rama judicial a nivel local y el control de territorios por grupos armados también ha
incidido en que estas agresiones no sean denunciadas. Luego de la firma de los Acuerdos de Paz, se
esperaba que las mujeres indígenas ya no tuviéramos que guardar silencio sobre las consecuencias
sufridas por el conflicto armado, pero, por el contrario, nos sentimos intimidadas y tememos represalias
en nuestra contra debido al regreso de los excombatientes a nuestras comunidades (ABC Colombia,
2018). Estas situaciones han llevado a que desconfiemos del sistema y las instituciones, y de esta for-
ma se desestimule la denuncia (Defensoría del Pueblo, 2019). Por ende, muchas violencias dejan de ser
atendidas o quedan en la impunidad, lo cual envía mensajes de tolerancia y permisividad que resultan
en su perpetuación.
Numerosos casos de violencia basada en género y violencia sexual contra las mujeres permanecen al
interior de la jurisdicción especial indígena. Cada cabildo tiene autonomía en los ejercicios de justicia
propia y en varios territorios estamos avanzado en la construcción y actualización de reglamentos inter-
nos y protocolos para la atención. Sin embargo, en algunas comunidades no existen mecanismos para la
denuncia, protección, investigación y sanción de las violencias basadas en género (Defensoría del Pue-
blo, 2019). En muchas ocasiones se responsabiliza a las mujeres por las agresiones que enfrentan y las
sanciones no son reparadoras. La no denuncia y la impunidad al interior de las comunidades tiene que
ver con la predominancia de hombres en los equipos jurídicos, así como con la ausencia de abogadas y
abogados indígenas preparados para abordar los casos de violencias contra las mujeres. Hay territorios
en los que la debilidad de los sistemas propios nos obliga a acudir a la justicia ordinaria, donde encon-
tramos los obstáculos que ya hemos nombrado. En otros casos, no existe articulación entre la justicia
Frente a estas situaciones, vale la pena resaltar los esfuerzos de los procesos de mujeres indígenas del
departamento del Cauca para prevenir las violencias basadas en género. Ante la ausencia de estadís-
ticas y mecanismos para enfrentar las violaciones de Derechos Humanos, el Observatorio de Violencias
Contra las Mujeres Indígenas del Tejido Mujer de la Çxhab Wala Kiwe–ACIN se ha propuesto conocer,
visibilizar, caracterizar, denunciar y acompañar las diferentes violencias que enfrentamos las mujeres
en los territorios, tanto en el marco del conflicto armado interno, como en los ámbitos cotidianos (Te-
jido Mujer ACIN & Codacop, 2018). Este observatorio ha identificado que la violencia psicológica (en la
que se incluyen malos tratos, insultos y amenazas) es una de las más frecuentes y de las más difíciles
de identificar, pues tiende a ser muy normalizada. A ella le siguen las violencias físicas y sexuales. Un
factor importante en la persistencia de estas violencias es la dependencia económica, que dificulta
romper con vínculos violentos. Al respecto, al interior de las organizaciones hemos incentivado espacios
para favorecer la autonomía económica de las mujeres, en los que además se avanza en la formación
en Derechos Humanos y el fortalecimiento político como estrategias para desnaturalizar las violencias
de género. Estos encuentros han facilitado que las mujeres levantemos nuestra voz y participemos en
instancias de poder, donde buscamos que los hombres sean pares de escucha, e insistentemente se-
ñalemos la responsabilidad de las autoridades indígenas y de las comunidades en su integralidad en la
prevención, atención y eliminación de las problemáticas mencionadas.
Esta concepción del territorio como sagrado entra en conflicto con la visión del crecimiento económico,
que percibe la tierra y la naturaleza como objetos que pueden ser apropiados, explotados y mercanti-
lizados. Dicha noción colonizadora y sometedora del territorio, justificada en nombre del progreso, ha
estado detrás de las políticas extractivistas y despojadoras implementadas por distintos gobiernos, las
cuales resultan ser beneficiosas para terceros (muchos de ellos empresas multinacionales) a costa de
la desaparición de nuestros pueblos y del deterioro ambiental. El choque entre esta visión y nuestras
concepciones propias acerca de la naturaleza, ha derivado en aquello que los investigadores llaman
conflictos ambientales y territoriales, definidos como disputas entre dos o más actores por los bienes
naturales, el acceso, uso y el cuidado de los mismos. A su vez, se trata de fenómenos sociales y políti-
cos con una ubicación espacial, una disputa territorial y una población afectada por los sacrificios cau-
sados por la extracción de recursos naturales, “que motivan a personas de un lugar concreto a expresar
críticas, protestar o ejercer resistencia, presentando reclamos visibles sobre el estado del ambiente
físico y los probables impactos en su salud o en su situación económica, que afectarían sus intereses
y también los de otras personas o grupos” (Kousis, 1998 en Pérez-Rincón, 2014 p. 15).
Los conflictos que han sido estudiados en el Atlas EJOLT son solo algunos de los que se presentan en
territorios indígenas a lo largo del país. En la minga de pensamiento acompañada por OXFAM Colombia,
lideresas indígenas de diferentes lugares del país tuvimos la oportunidad de mapear los conflictos
territoriales y ambientales que se presentan en nuestros territorios (ver Anexo 1. Cartografías sociales
de conflictos ambientales y presencia de actores armados), cuyas principales características y re-
percusiones presentamos a continuación (ver Tabla 3. Conflictos ambientales en algunos territorios
indígenas). Debemos mencionar que varios de estos conflictos se deben a la imposición de proyectos
de desarrollo o de explotación de recursos, posibilitada por no reconocer la presencia de comunidades
indígenas en los territorios afectados, así como por los incumplimientos gubernamentales con respecto
a la titulación y ampliación de territorios colectivos.
45 - Información recuperada del Atlas Global de Justicia Ambiental-EJOLT. Disponible en: https://ejatlas.org/country/colombia, consul-
tado el 2 de mayo de 2022.
46 - https://confidencialcolombia.com/lo-mas-confidencial/mineria-en-el-paramo-de-cumbal/2021/09/19/
Estamos viviendo una acelerada expansión de los proyectos mineros y de hidrocarburos a lo largo del
país. En distintos territorios tenemos la presencia de varios proyectos en operación, y un número sin
precedentes de solicitudes de títulos mineros y licencias ambientales para la explotación. Es tanto el
afán de aprovechar los recursos que hay en nuestros territorios, que el departamento del Putumayo
pasó de ser considerado un departamento de la Amazonía colombiana, que le otorgaba ciertas garan-
tías para su conservación, a ser declarado Distrito Especial Minero. Lo anterior ha abierto las puertas a
la explotación de toda clase de recursos, como oro, cobre, platino, zinc, molibdeno y plata, entre otros,
por parte de Empresas como Libero Cobre, así como la explotación de petróleo por Gran Tierra Energy.
Muchos de estos proyectos se han llevado a cabo sin procesos de consulta previa, o desconociendo
nuestra presencia en los territorios, con la anuencia del Ministerio del Interior. En otros casos, los pro-
cesos de consulta previa son pactados desde antes de llegar a los territorios y sus desarrolladores se
limitan a socializarlos, sin la participación de las comunidades ni de las mujeres. Las empresas se apro-
vechan de la vulnerabilidad político-organizativa de algunos resguardos. De esta forma, se nos ofrece
desarrollo a las comunidades, pero este solo sirve a los gobernantes locales y nacionales, así como a
los dueños de las grandes multinacionales.
Son diversas las afectaciones que genera la minería a gran escala y la explotación de hidrocarburos en
nuestros territorios. Por un lado, está la contaminación a fuentes hídricas relacionada con los insumos
y residuos de la minería, las cuales están afectando importantes cuencas hídricas, indispensables para
la vida. De otro lado, está la deforestación, asociada a la minería legal e ilegal, que deteriora los suelos,
destruye la conectividad de nuestros territorios e incide en la crisis climática global. La destrucción de
nuestro territorio y de nuestros sitios sagrados también incide en nuestra salud, con graves afectacio-
nes por contaminación con mercurio en la Amazonía y el Chocó, por ejemplo. La explotación de petróleo
y su transporte por medio de oleoductos que pasan por nuestros territorios o cerca de ellos, generan
derrames que contaminan las fuentes hídricas y en muchas ocasiones resultan en graves incendios,
como ha ocurrido en Ricaurte y Tumaco, municipios del departamento de Nariño.
Un caso emblemático del expolio generado por la explotación de recursos es la explotación de carbón a
cielo abierto por parte de la empresa Cerrejón en La Guajira que ha generado una serie de afectaciones
socioambientales al pueblo Wayuú. Entre ellas, se encuentran el despojo, fragmentación y confina-
miento de comunidades; contaminación del aire y cuencas hídricas debidas a la explotación del carbón
y su transporte desde la Baja Guajira hasta Puerto Bolívar en la Alta Guajira, las cuales han tenido un im-
portante impacto en la salud de las comunidades, especialmente en los niños y las niñas; la desviación
del Arroyo Bruno para actividades de minería, así como el incumplimiento de las sentencias y órdenes
de la Corte Constitucional relacionadas con sus impactos sociales y ambientales; y la construcción de
la represa Metesusto en San Juan del Cesar, que debería beneficiar a los pobladores del departamento,
pero únicamente produce energía para El Cerrejón.
Además de las afectaciones ambientales que generan los proyectos mineros y de hidrocarburos, la pre-
sencia de estas empresas genera un importante flujo de personas ajenas hacia las proximidades de
nuestras comunidades, lo cual deriva, entre otras cosas, en situaciones de explotación y violencia sexual
contra las niñas y mujeres indígenas. Su presencia también está asociada con la militarización de nuestros
territorios por parte de actores armados legales e ilegales, que están al servicio de los intereses de las
empresas y en muchas ocasiones han violentado y forzado el desplazamiento de comunidades enteras
para favorecer la implantación de los grandes proyectos extractivos y energéticos, así como con la cons-
trucción y expansión de parques eólicos. En otros casos, estos grupos ejercen el control de actividades
de minería ilegal de pequeña y gran escala, especialmente de oro, la cual está relacionada con la defores-
tación de grandes porciones de territorio en la Amazonía y el Chocó biogeográfico.
Represas e hidroeléctricas
Además de vulnerar nuestros derechos territoriales, la construcción de vías genera un impacto negativo
en los ecosistemas de nuestros bosques, con la consecuente afectación de las cualidades sagradas
del territorio (Saade Granados et al., 2018). La construcción de carreteras también atrae el flujo de
personas ajenas a nuestros territorios, que aprovechan la existencia de vías legales e ilegales (como
aquellas construidas por las antiguas Farc-EP, que ahora están siendo administradas por grupos re-
siduales) para colonizar y explotar nuestros territorios, con resultados lamentables como el aumento
de la deforestación de zonas protegidas de la Amazonía para cultivos de uso ilícito y ganadería.49 En
algunos casos, la construcción de vías ha estado asociada con el despojo y desplazamiento de comuni-
dades, como le ocurrió al pueblo Emberá de Riosucio, Caldas, con la Concesión Vial Pacífico Tres. En el
oriente del Cauca, la pavimentación de la Vía Transversal del Libertador I y II que conecta a Popayán con
el Huila, y finalmente con Bogotá, ha abierto el camino a diferentes grupos armados ilegales, quienes
transportan por esta vía insumos para la transformación de cultivos de uso ilícito y para la minería ilegal,
con la complicidad de la fuerza pública.
Monocultivos
La agricultura extensiva de cultivos como palma de aceite, banano, aguacate, maíz, caña, tomate,
frutales y especies forestales como pino y eucalipto, además de la ganadería extensiva, afectan grave-
48 - Periódico UNAL, 21 de agosto de 2019, “El Cercado, ¿nuevo elefante blanco en La Guajira?”. Disponible en: https://unperiodico.unal.
edu.co/pages/detail/el-cercado-nuevo-elefante-blanco-en-la-guajira/, consultado el 8 de junio de 2022.
49 - Mongabay, 12 de julio de 2021, “Vías ilegales atraviesan resguardo indígena y parque nacional en la Amazonía de Colombia”. Dispo-
nible en https://es.mongabay.com/2021/07/vias-ilegales-resguardo-indigena yaguara-chiribiquete-colombia/, consultado el 08 de junio
20222.
Además de las violencias y riesgos que vivimos debido a la violencia asociada al narcotráfico, los cul-
tivos de coca conllevan un conjunto de afectaciones ambientales y culturales. Por un lado, grandes
extensiones de nuestros territorios están siendo deforestadas para cultivos de uso ilícito, lo cual se
traduce en una importante pérdida de diversidad –árboles y plantas importantes para nuestra vida ma-
terial, así como animales de cacería-, y en el deterioro de la calidad de los suelos por las actividades
de tala y quema y uso de fertilizantes (Fundación Ideas para la Paz, 2020). Los cultivos de marihuana
que en otro tiempo abundaban en la parte baja de la Sierra Nevada de Santa Marta, destruyeron la
barrera natural que la separaba de la zona árida de La Guajira, contribuyendo a la desertificación del
territorio de la Sierra y, junto con el cambio climático, al descongelamiento de los picos nevados. Las
actividades de procesamiento de la hoja de coca, por otro lado, resultan en el vertimiento de residuos a
los ríos y fuentes hídricas, con la consecuente contaminación y disminución de peces que hacen parte
de nuestra alimentación. En otros casos, se generan daños ambientales por el uso de gasolina para
el procesamiento. De otra parte, las estrategias estatales de erradicación de los cultivos de coca con
glifosato también han causado graves daños al medio ambiente, pues las aspersiones no se realizan
directamente sobre las plantas de coca, sino que al ser liberado en el aire, el químico llega hasta los
cultivos de subsistencia y contamina fuentes hídricas, afectando nuestra salud.
A las afectaciones al ambiente y la integridad del territorio se suman las derivadas de las dinámicas so-
cioeconómicas del narcotráfico. El auge de los cultivos de coca ha incentivado la presencia de personas
ajenas en nuestros territorios y la integración de muchas familias indígenas a la cadena productiva del
narcotráfico como recolectores o cultivadores, en respuesta a ausencia de oportunidades y alternativas
para generar ingresos en los territorios. Como consecuencia, perdemos nuestra autonomía y modos
de vida, ya que nos hacemos dependientes de esta economía. La presencia de estos cultivos también
pone en riesgo a nuestras comunidades, ya que nos involucra directamente en las dinámicas econó-
micas asociadas al conflicto armado y propicia la pérdida de soberanía territorial. De otro lado, se está
generando una tendencia hacia el mestizaje y la aculturación, especialmente entre las y los jóvenes,
pues las importantes cantidades de dinero asociadas a los cultivos de uso ilícito los llevan a alejarse
del pensamiento de los mayores y las mayoras y a aspirar cada vez más al individualismo, así como al
consumo ostentoso de la cultura del narcotráfico.
50 - Ojo Público, 24 de abril de 2022, “Monocultivos certificados como sostenibles generan conflictos sociales en Colombia”. Disponible en:
https://ojo-publico.com/3444/fsc-colombia-plantaciones-certificadas-generan conflictos, consultado el 8 de junio de 2022.
Los proyectos financiados por bonos de carbono (iniciativas de reducción de las emisiones debidas a
la deforestación y la degradación de los bosques, conocidas como REDD+), por medio de los cuales las
comunidades reciben recursos por cuidar el bosque húmedo tropical, están llevando al debilitamiento
de las autoridades indígenas y la ruptura de los tejidos sociales de nuestras comunidades. En distintos
lugares de la Amazonía y la Orinoquía, las empresas desarrolladoras de estos proyectos se aprovechan
de la vulnerabilidad socioeconómica y político-organizativa de algunas comunidades, así como de la
asimetría de conocimientos técnicos y legales sobre el tema, para persuadir y engañar a los líderes para
firmar los contratos en condiciones desventajosas, como le ha ocurrido al pueblo Nukak del Guaviare.51
En muchos casos, a los líderes de las comunidades no se les entrega copia de los contratos (cuyas du-
raciones oscilan entre los 30 y los 100 años), los cuales siempre están en español y nunca en nuestras
lenguas. Además, las negociaciones se han hecho sin el conocimiento y aprobación colectiva de las
comunidades, lo que está en directa contradicción con las salvaguardas sociales y ambientales para
proyectos de este tipo, establecidas en la Cumbre de Cambio Climático de la ONU, celebrada en Cancún
en 2010.52 No hay interés por parte de las instituciones estatales, como el Ministerio de Ambiente y De-
sarrollo Sostenible (entre otras), por acompañar estos procesos y garantizar los derechos de nuestras
comunidades. Mientras tanto, las grandes cantidades de dinero que llegan con estos proyectos están
generando tensiones y conflictos al interior de las comunidades. En algunos resguardos, los líderes
y representantes legales han firmado contratos a espaldas de sus comunidades, lo que ha resultado
exclusivamente en su beneficio particular.
En Colombia, las áreas de menor impacto antrópico negativo y con mayor diversidad biológica suelen
ser aquellas habitadas por comunidades indígenas, razón por la cual grandes extensiones de nuestros
territorios han sido declaradas como áreas protegidas y se superponen con Parques Nacionales Natu-
rales (PNN).53 El atractivo que genera esta diversidad natural y cultural llama la atención de empresas
extranjeras, que hacen inversiones en nuestros territorios para promover el turismo de forma inconsulta.
Aunque muchos de estos proyectos son adelantados por personas de las comunidades, la llegada de
estos recursos para adueñarse de estas iniciativas, suponen grandes riesgos para nuestra autonomía y
soberanía territorial, así como para nuestros tejidos sociales. Por un lado, los recursos que se generan
en los territorios terminan beneficiando a empresas y personas externas, mientras que los miembros de
nuestras comunidades son explotados laboralmente. La afluencia de turistas y personas ajenas tam-
bién propicia la ocurrencia de violencias sexuales contra niñas y mujeres indígenas. En otros casos, el
turismo resulta siendo cooptado por estructuras criminales, como ocurre en La Guajira y el resto de la
Costa norte, donde es controlado por grupos paramilitares. De otro lado, la superposición de nuestros
territorios con PNN y la presencia de parques arqueológicos implica una serie de conflictos entre las
autoridades ambientales, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (encargado de la conserva-
ción del patrimonio arqueológico) y nuestro gobierno propio, acerca del uso y conservación de las áreas
protegidas y patrimoniales. El turismo también ha sido priorizado como actividad para la explotación
de los PNN, imponiendo lógicas de privatización de los bienes naturales y, sobre todo, interrumpiendo
51 - Mongabay, 26 mayo 2022, “Indígenas negocian bonos de carbono en desventaja y sin respaldo estatal”. Disponible en: https://
es.mongabay.com/2022/05/indigenas-negocian-bonos-de-carbono-en-desventaja-y sin-respaldo-estatal-en-colombia/, consultado el
6 de junio de 2022.
52 - Rutas del Conflicto, 21 de mayo de 2022, “Una empresa divide a los indígenas y compromete parte de la Amazonía por cien años”
https://rutasdelconflicto.com/notas/empresa-divide-los-indigenas-compromete parte-la-amazonia-cien-anos, consultado el 6 de junio
de 2022.
53 - Ecología Política, 9 de enero de 2017, “Colombia: Avances del control territorial indígena frente al turismo en áreas protegidas”. Dis-
ponible en: https://www.ecologiapolitica.info/?p=6847, consultado el 6 de junio de 2022.
Debemos agregar que los impactos de estas problemáticas no son aislados, ni se reflejan únicamente
en nuestros bosques y montañas, pues todos ellos se encuentran conectados. Nuestras abuelas y
abuelos siempre nos recuerdan la interconectividad de los territorios, razón por la cual la contaminación
y los daños que afectan a un territorio o a una comunidad, ineludiblemente afectan a otros. La defores-
tación de sectores de la Amazonía altera su integridad, mientras que la contaminación de cualquier río
afecta a todas las comunidades que se encuentran a lo largo de su curso, de manera inmediata, pero
también a futuro. Perder una fuente hídrica es una las peores afectaciones que podemos sufrir, pues
el agua vale más que el oro, que el cobre, que el petróleo y que cualquier otro bien. Pero más allá de lo
que la naturaleza representa para nosotros y de la forma en que la usamos, ella es sagrada y valiosa en
sí misma. Por eso exigimos que se respeten y acaten las distintas sentencias de la Corte Constitucional
que declaran a la naturaleza como sujeta de derechos, especialmente a la Amazonía y a distintos ríos
de Colombia. Además, demandamos que las mujeres indígenas seamos escuchadas como voceras de
la vida y el territorio, no solo locamente (en nuestros resguardos y organizaciones), sino también a nivel
nacional y global, pues la destrucción de nuestros territorios incide en las crisis ambientales que están
afectando al planeta entero y nosotras tenemos importantes ideas y capacidades para luchar contra
este fenómeno a partir de nuestras visiones alternativas al desarrollo, que involucran la relación entre lo
humano y lo no humano, la defensa de nuestros modos de vida tradicionales y la autonomía alimentaria
(Ulloa, 2016).
A pesar de la invisibilización de nuestras voces y agencia política, las mujeres indígenas hemos desa-
rrollado procesos organizativos en muchos lugares del país a través de los cuales hemos encontrado
espacios para pensar las problemáticas socioeconómicas que enfrentamos: nuestra participación polí-
tica interna y externa; la protección del territorio y los recursos naturales; las implicaciones del conflicto
armado; el seguimiento a políticas públicas estatales; y la discriminación de género (Benavides et al.,
2021). Por ejemplo, el Tejido Mujer de la Çxhab Wala Kiwe-ACIN lleva cerca de 30 años visibilizando el pa-
pel de las mujeres como sujetas políticas al interior de las comunidades y de la organización, a través de
procesos formativos, investigación participativa, acciones de incidencia, empoderamiento económico
y comunicación popular (Tejido Mujer ACIN & Codacop, 2018). La Coordinación de Mujer, Niñez y Familia
de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (OPIAC) ha permitido
la consolidación de la relación entre el nivel nacional y el territorial basado en la gestión, participación
e incidencia política de las coordinadoras y mujeres lideresas de las organizaciones departamentales
y zonales (Benavides et al., 2021). Aunque no hay muchos estudios sobre el tema, la conformación de
estos grupos y organizaciones, así como la búsqueda de alianzas entre ellas para posicionar nuestras
demandas y adelantar procesos jurídicos, han jugado un importante papel en la superación del impacto
diferenciado y agravado del conflicto armado en nuestras vidas (Sabogal Ardila, 2019).
El acceso desigual a la formación académica y la capacitación técnica, así como a posibilidades labora-
les, configuran un importante obstáculo para nuestra participación política. Por lo general, no se crean
garantías ni condiciones para que las mujeres participemos en espacios de formación y fortalecimiento
político, pues exigen que dejemos de lado las actividades del cuidado de la vida, o no contamos con
recursos para transportarnos ni permanecer en los lugares donde se desarrollan las capacitaciones.
Como hemos mencionado, las mujeres tenemos una gran cantidad de iniciativas para nuestro fortale-
cimiento político, empoderamiento económico y avance de nuestras comunidades en general, pero en
muchos territorios enfrentamos una cantidad de obstáculos para acceder a los recursos que nos permi-
tan realizarlas. Por un lado, encontramos dificultades para obtener personerías jurídicas para nuestras
organizaciones. Por otro, muchas organizaciones indígenas legalmente constituidas no cuentan con la
formación técnica, ni la experiencia en ejecución de proyectos requerida para la formulación y postu-
lación de proyectos a convocatorias, lo cual afecta a nuestras comunidades en general, no solo a las
mujeres. Este es el caso de los proyectos de los PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial)
en el Pacífico nariñense,54 a los que las organizaciones difícilmente podemos acceder. Hay que añadir
que los requisitos burocráticos de los proyectos que materializan los Planes de Vida y otras estrategias
de fortalecimiento identitario chocan con las formas propias de llevar a cabo estas actividades, lo cual
nos obliga a alterar los presupuestos so-pena de abandonar nuestras prácticas tradicionales.
Las estructuras jerárquicas de género, cruzadas con el racismo institucional, también impiden que
aportemos en los mecanismos de participación a nivel local, regional y nacional. En el nivel interno, no
siempre vemos reflejada nuestra realidad ni propuestas concretas y acordes a nuestras realidades en
los Planes de Vida, que en ocasiones son elaborados por personas externas. Por otra parte, cuando se
invita a las mujeres indígenas a los espacios de construcción de planes de desarrollo y políticas públi-
cas, se recogen nuestras firmas para evidenciar nuestra participación, pero nuestras voces no apare-
cen fielmente reflejadas en los documentos. No existen protocolos o mecanismos específicos orienta-
dos a garantizar o potenciar la participación de las mujeres indígenas en los procesos y obligaciones
estatales para la reparación de las comunidades indígenas con ocasión del conflicto armado interno,
como es el caso los Planes Integrales de Reparación Colectiva (Decreto Ley 4633 de 2011) (Corporación
Ensayos, 2017). Nuestra participación en la implementación de los Acuerdos de Paz es muy baja; al igual
que en los PDET, los cuales no están incorporando los Planes de Vida de nuestros pueblos, yendo en
contravía de lo establecido en los Acuerdos de Paz (ABC Colombia, 2018). De otro lado, las mujeres in-
dígenas somos marginadas de los procesos de consulta previa, que no tienen en cuenta los impactos
diferenciados de proyectos y medidas administrativas en nuestras vidas. Las autoridades indígenas,
por su parte, no facilitan espacios internos para que las mujeres expresemos nuestro pensamiento, ni
somos tenidas en cuenta para la toma de decisiones comunitarios en los procesos de consulta previa,
por lo que no tenemos incidencia en la forma en que se implementan dichos proyectos y la forma en que
afectan nuestros territorios y comunidades.
54 - Creados para poner en marcha los instrumentos de la Reforma Rural Integral establecidas en los Acuerdos de Paz con las Farc-EP para
transformar los territorios más afectados por la violencia, la pobreza, las economías ilícitas y la debilidad institucional.
77 PARTICIPACIÓN POLÍTICA
En general, las mujeres de los grupos étnicos tenemos muy poca representación en las listas de los par-
tidos políticos colombianos. Esto también ocurre al nivel de las circunscripciones especiales indígenas,
en las que a los pueblos indígenas nos corresponden dos curules en el Senado de la República y uno en
la Cámara de Representantes. Contrario a lo que ocurre en las listas de las circunscripciones ordinarias
y territoriales, las listas para las circunscripciones especiales indígenas no están obligadas a cumplir
con la ley de cuotas de género, por lo que los partidos son libres de decidir cuántas mujeres inscriben
en sus listas, e incluso presentan listas que no incluyen a una sola mujer como candidata (MOE, 2022).
En 2022 se eligió por primera vez a una candidata al Senado por la circunscripción especial indígena:
Aida Quilcué, lideresa del pueblo Nasa del departamento del Cauca. En estas elecciones, así como en
otras anteriores, se ha elegido a algunas mujeres indígenas como Representantes a la Cámara por cir-
cunscripciones territoriales. Por otra parte, ninguna mujer indígena había ejercido el cargo de alcaldesa
hasta 2020, aún en los departamentos que concentran la mayoría de la población indígena, o en los
que la población indígena representa una alta proporción de su población total (DANE et al., 2020). Solo
hasta 2019 se eligieron las dos primeras alcaldesas indígenas: Mercedes Tunubalá, lideresa Misak en el
municipio de Silvia (Cauca) y Aura Tegría, indígena U’wa en el municipio de Cubará (Boyacá).
Los avances en la participación política y el ejercicio de liderazgo de las mujeres indígenas son opaca-
dos por los asesinatos y agresiones contra líderes y lideresas, los cuales han tendido a aumentar tras la
firma de los Acuerdos de Paz con las Farc-EP. Tanto el gobierno de Juan Manuel Santos, como el de Iván
Duque se han negado a reconocer la sistematicidad de los asesinatos y agresiones en contra de líderes,
lideresas y defensores y defensoras de derechos humanos (ABC Colombia, 2018). Los pueblos indígenas
tendemos a ser los más afectados por agresiones individuales a líderes (amenazas, asesinatos, atenta-
dos, detenciones arbitrarias, judicializaciones, desapariciones y robos de información) (Programa Somos
Defensores, 2021). De las 942 personas defensoras afectadas por estos hechos, 238 eran indígenas y
casi la mitad de las agresiones se presentaron en el departamento del Cauca, con 113 casos (Programa
Somos Defensores, 2021). De otro lado, a partir de la firma de los Acuerdos de Paz, estamos viviendo
un progresivo aumento en los asesinatos, especialmente en Cauca y Nariño (Observatorio de Derechos
Territoriales de los Pueblos Indígenas – CNTI, 2020a). Desde finales de 2016 hasta junio de 2020 habían
sido asesinados 269 líderes y lideresas indígenas, 167 de ellos durante la presidencia de Iván Duque
(Indepaz, 2020). En 2021, de los 171 líderes y lideresas asesinados, 55 eran indígenas (Indepaz, 2022)
y pertenecían en su mayoría a los departamentos de Cauca y Nariño.55 En lo corrido de 2022, de los 51
líderes y lideresas asesinados registrados por Indepaz, 14 eran indígenas.56
De acuerdo con un informe del Programa Somos Defensores, la violencia en contra de lideresas y de-
fensoras de derechos humanos también ha ido en aumento: entre 2013 y 2019, las lideresas indígenas
presentamos los índices más altos de agresiones, con 118 casos, con una reducción temporal entre los
años 2016 y 2017, relacionada con los diálogos y la firma de los Acuerdos de Paz con las Farc-EP. El lugar
donde se presentaron más asesinatos durante este periodo fue el departamento del Cauca, con cuatro
víctimas indígenas (Programa Somos Defensores, 2020). Hay que tener en cuenta la posibilidad de un
subregistro en las cifras mencionadas, pues hay asesinatos de liderazgos menos visibles que pueden
estar quedando por fuera; mientras que en algunos territorios el escalamiento de la violencia es tal, que
algunas organizaciones no reportan estos crímenes.
55 - Indepaz, 14 de noviembre de 2021. “Líderes sociales, defensores de DD.HH y firmantes de acuerdo asesinados en 2021”. Disponible en:
https://indepaz.org.co/lideres-sociales-y-defensores-de-derechos humanos-asesinados-en-2021/, consultado el 19 de abril de 2022.
56 - Indepaz, 12 de abril de 2022. “Líderes sociales, defensores de DD.HH y firmantes de acuerdo asesinados en 2021”. https://indepaz.org.
co/lideres-sociales-defensores-de-dd-hh-y-firmantes-de-acuerdo-asesinados-en 2022/, consultado el 19 de abril de 2022.
57 - Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, 19 de marzo de 2022, “Líderes y lideresas en la mira de los violentos”. Disponible
en: https://nasaacin.org/lideres-y-lideresas-en-la-mira-de-los-violentos/, consultado el 18 de abril de 2022.
79 PARTICIPACIÓN POLÍTICA
La pérdida de una gobernadora o autoridad indígena implica consecuencias profundamente negativas
para la participación política y reconocimiento de derechos de todas las mujeres indígenas, sobre todo
teniendo en cuenta los obstáculos estructurales que debemos superar para ejercer como autoridades
indígenas (Corporación Sisma Mujer, 2021). Las agresiones en contra nuestra son exacerbadas por la
discriminación de género, expresada en amenazas con contenidos muy diferentes a las que reciben los
hombres, alusivos a nuestro comportamiento, a nuestras familias o a nuestros hijos e hijas. Las medidas
de aislamiento preventivo durante la pandemia también han incrementado los riesgos de feminicidios
en lideresas indígenas (Corporación Sisma Mujer, 2020). Estos hechos envían mensajes patriarcales e
intimidantes que buscan debilitar y bloquear cualquier iniciativa de liderazgo por parte de las mujeres.
La protección de líderes y lideresas indígenas solo es posible con la generación de entornos seguros.
Sin embargo, el Estado colombiano no ha brindado suficientes garantías para el ejercicio de nuestros
liderazgos. Por ello, únicamente contamos con nuestras estrategias propias de protección, que, aunque
son indispensables, quedan cortas ante la agravada violencia que vivimos en nuestros territorios. Por
parte del Estado, únicamente se ha hecho efectiva la asignación de medidas y esquemas de seguridad
por parte de la Unidad Nacional de Protección (UNP), los cuales no son oportunos ni culturalmente
apropiados, ni brindan verdaderas garantías para el ejercicio del liderazgo. En el caso de las lideresas
indígenas, se tiende a desestimar los niveles de riesgo sobre nuestra integridad (Corporación Sisma
Mujer, 2021), lo cual se ve traducido en menores esfuerzos por garantizar nuestra protección: cuando
pedimos esquemas de protección para nuestras lideresas, han tardado entre seis y nueve meses en
ser otorgados. Esto ocurrió con Sandra Liliana Peña, de quien reiteradamente se advirtió sobre el riesgo
inminente de asesinato en el que se encontraba, pero la solicitud de protección nunca fue atendida.
De otro lado, la senadora electa Aida Quilcué, cuyo esposo fue asesinado en un atentado contra ella,58
además de haber recibido amenazas y contar con medidas cautelares de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, ha denunciado la notificación del desmonte de su esquema de seguridad y las re-
ducción de medidas de seguridad por parte de la UNP.59 Aunque existe un Programa Integral de Garantías
para Lideresas y Defensoras, del cual se encuentran en curso algunos pilotos territoriales (Montes de
María, Putumayo, Cauca y Chocó), estos no han tenido impactos efectivos ni contundentes en la reduc-
ción de amenazas y agresiones en nuestra contra (Defensoría del Pueblo, 2019). Por estas razones, exi-
gimos que el Estado tome muy en serio el exterminio político que estamos viviendo y brinde verdaderas
garantías para el ejercicio del liderazgo y la defensa de los derechos indígenas que desarrollan hombres
y mujeres en los territorios.
58 - El Espectador, 16 de Septiembre de 2020, “El 91% de los homicidios contra lideresas sociales están impunes: Somos Defensores”.
Disponible en: https://www.elespectador.com/colombia-20/conflicto/el-91- de-los-homicidios-contra-lideresas-sociales-estan-impu-
nes-somos-defensores-article/, consultado el 19 de abril de 2022.
59 - Aida Quilcue [@aida_quilcue] (8 de abril de 2022). “Defensora de DDHH, Líder Indígena, víctima y Senadora electa. Con medidas
cautelares de la CIDH y con más de 100 amenazas. @UNPColombia me notifica desmonte y reducción medidas de protección. Además,
no garantiza enfoque diferencial en mi esquema. ¡Me exponen a riesgo inminente!” [Tweet] Twitter https://twitter.com/aida_quilcue/
status/1512575175124045829
Las mujeres indígenas, reunidas en la minga de pensamiento apoyada por OXFAM Colombia, vemos con
indignación y preocupación la enorme dificultad que enfrentan nuestros pueblos para atender la Ley de
Origen como mandato de la madre tierra, así como los numerosos obstáculos que enfrentan nuestras
autoridades para ejercer el gobierno propio, orientado por nuestros sabios y sabias del conocimiento
ancestral. El desarraigo de estos principios nos ha llevado a caminar sobre un mundo superficial y a
llenarnos de desesperanza frente al porvenir de nuestros pueblos. De otro lado, el daño que se ejerce
sobre la tierra y los territorios se está reflejando en nosotras: la tierra se siente débil y enferma, por lo
cual estamos perdiendo toda la energía que solía empoderar a nuestras abuelas y sabias. Por estas ra-
zones, las mujeres empezamos a juntar nuestro pensamiento y a tomar la vocería para exigir al gobierno,
a los organismos internacionales de derechos humanos y también a nuestras autoridades, que se escu-
che y atienda nuestro llamado a la protección de las vidas y derechos de los territorios y comunidades
indígenas de Colombia, y particularmente de las mujeres como garantes de la pervivencia y existencia
integral de nuestros pueblos. Reclamamos ser escuchadas, no solo para hablar de los temas que nos
conciernen particularmente como mujeres, sino que también se atiendan nuestros conocimientos y
perspectivas sobre política, conflicto armado y conservación de la naturaleza y el territorio, entre otros.
En virtud de ello, manifestamos que la situación actual de los pueblos y las mujeres indígenas no dista
mucho de aquella evidenciada en los anteriores pronunciamientos sobre Colombia en las relatorías
sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de la Organización de las Naciones Unidas, así como en
los informes presentados al comité de la CEDAW y en las relatorías sobre el tema de la Comisión Inte-
ramericana de Derechos Humanos. En todos estos documentos se ha advertido sobre los riesgos a la
pervivencia que están llevando a la desaparición de nuestros pueblos y a la destrucción de nuestros
territorios y modos de vida, situación que cada año es más grave y da cuenta de que en Colombia, la
vida de los indígenas cada vez tiene menos valor a los ojos de los violentos y también del gobierno,
que en numerosas ocasiones ha omitido nuestros problemas y necesidades, o ha sido cómplice de las
vulneraciones a nuestros derechos.
Como lo hemos mencionado reiteradamente, lejos de mejorar las condiciones de vida para nuestros
pueblos, tras la firma de los Acuerdos de Paz se han generado nuevas olas de violencia, en medio de la
reconfiguración del conflicto armado, caracterizada por el reagrupamiento de nuevos grupos ilegales
tras la salida de las Farc-EP y sus disputas por el control territorial para el control de zonas de cultivos
de hoja de coca, rutas del narcotráfico y explotación de recursos naturales. Nos preocupa especialmen-
La presión de los grupos armados sobre nuestros territorios está asociada en muchos casos a los in-
tereses extractivos sobre recursos que abundan en nuestros entornos. Lo grupos armados respaldan
a terceros, muchas veces empresas multinacionales, que buscan enriquecerse a costa de nuestras
comunidades. La cifra de licencias ambientales y títulos mineros en solicitud y operando ha aumentado
de forma escandalosa en los últimos años. La explotación de petróleo y la minería de oro, carbón, cobre,
y otros materiales ha estado asociada al despojo y desplazamiento de comunidades enteras, mientras
que sus efectos ambientales están llevando a la pérdida de modos de vida tradicionales y al deterioro
de nuestra salud. Los monocultivos de caña, palma de aceite, banano y especies forestales también
están detrás del acaparamiento y despojo de territorios indígenas. Otras actividades, como el turismo
y los proyectos de bonos de carbono, tienen el potencial de beneficiar a nuestras comunidades, pero
su realización debe contar el consentimiento libre e informado de nuestras comunidades en su totali-
dad, atendiendo a nuestras formas propias de consulta y concertación, y no negociando el presente y
futuro de nuestros territorios únicamente con los líderes o algunos individuos que buscan su beneficio
particular. Sobre todo, se debe contar con las mujeres para toda decisión o intervención sobre nuestros
territorios, con los que sostenemos el más profundo vínculo y cuya destrucción afecta nuestra integri-
dad física y espiritual.
Vale recordar que en los contextos de minería y explotación legal de hidrocarburos, en las zonas don-
de predominan las economías ilegales, así como en los escenarios de conflicto armado, proliferan las
violencias basadas en género y las violencias sexuales. Los miembros del ejército cometen un gran
número de agresiones en contra de mujeres indígenas, alrededor de las cuales ha reinado un pesado
silencio y complicidad institucional. Las verdaderas dimensiones de este fenómeno no son del todo cla-
ras, debido al enorme subregistro que afecta a todas las mujeres colombianas, pero especialmente a
las mujeres indígenas. Este ha sido propiciado por la ineficiencia institucional, los prejuicios de los fun-
cionarios, la “normalización” de estas violencias al interior de los hogares y las comunidades, el miedo
y la estigmatización, que llevan a que no declaremos, ni denunciemos las agresiones. En los sistemas
de información de las instituciones del Estado no se analizan suficientemente las violencias contra las
mujeres indígenas. No obstante, los datos existentes revelan que los niños, niñas y adolescentes están
en mayor riesgo de ser vulnerados. Pese a los esfuerzos para prevenir y desnaturalizar dichas violencias
en nuestras comunidades, persisten los sesgos patriarcales y machistas al interior de los sistemas de
justicia propia.
A nivel institucional, el persistente racismo estructural, el desinterés por comprender nuestros conoci-
mientos y prácticas propias para el ejercicio de nuestros derechos y el insuficiente apoyo institucional,
siguen propiciando la exclusión de nuestros pueblos e impiden desarrollar estrategias interculturales
que permitan superar las condiciones de desigualdad. Como resultado, las mujeres indígenas difícil-
mente podemos acceder a servicios y derechos como la atención en salud, la posibilidad de decidir
acerca de nuestra salud sexual y reproductiva, espacios de formación técnica y académica y alternati-
vas que favorezcan nuestra independencia económica. Tampoco contamos con un verdadero apoyo por
parte del gobierno y las agencias de cooperación internacional para desarrollar iniciativas colectivas
83 CONCLUSIONES
que promuevan la pervivencia de nuestros pueblos, así como el fortalecimiento político de las mujeres.
En los territorios más golpeados por el conflicto armado, los esfuerzos institucionales y de las agencias
de cooperación internacional se han enfocado en responder la emergencia humanitaria, desatendiendo
y desconociendo nuestras iniciativas propias que contribuyen a mitigar los efectos de la guerra. En es-
tos contextos, la falta de oportunidades para materializar proyectos colectivos es uno de los factores
que inciden en que los niños, niñas, adolescentes y mujeres indígenas sean reclutados por grupos
armados, se vinculen a economías ilegales como recolectores de coca, sean explotadas sexualmente
o cometan actos de suicidio.
A pesar de las dificultades y los riesgos que surgen en medio del conflicto armado, los pueblos indí-
genas no nos dejamos paralizar por la violencia y en nuestras comunidades se sigue tejiendo la vida.
Frente a las enormes fallas de los sistemas de información acerca de las distintas violencias que se
ejercen en contra de los pueblos y las mujeres indígenas, distintas organizaciones estamos consoli-
dando observatorios de derechos humanos, los cuales nos han permitido tener información de primera
mano para diseñar e implementar acciones sobre situaciones como las violencias basadas en género y
el reclutamiento de NNA. También ejercemos prácticas propias de soberanía de los territorios, así como
estrategias de protección que nos han permitido contrarrestar algunos de los embates del conflicto
armado. Sin embargo, no queremos que esto implique el desentendimiento por parte del gobierno de
sus obligaciones para la garantía de nuestros derechos. Para pervivir como pueblos indígenas necesi-
tamos que la institucionalidad respalde verdaderamente a nuestras autoridades en la materialización
de nuestros Planes de Vida y proyectos colectivos y se eliminen las trabas burocráticas que impiden su
realización acorde a nuestras tradiciones.
Sobre todo, exigimos que se reconozca el papel fundamental de las mujeres indígenas en la integralidad
de nuestros pueblos, que se revitalicen nuestros roles tradicionales, y de esta forma se nos haga par-
tícipes de las decisiones que afectan a nuestras comunidades en su conjunto. Esto implica, al mismo
tiempo, el involucramiento de todos los miembros de las comunidades en las necesidades y soluciones
a los problemas que nos atañen a las mujeres. Dicho objetivo solo es posible a través de la implementa-
ción de un enfoque cultural por parte de las agencias de cooperación internacional, los organismos de
derechos humanos y las instituciones estatales, el cual debe superar los sesgos y la fragmentación de
las comunidades que en muchas ocasiones implica el enfoque diferencial de género.
Las mujeres indígenas estamos construyéndonos como sujetas políticas, y accediendo a lugares de
participación y autoridad política. Sin embargo, en muchas comunidades persisten posturas machistas
que se niegan a escuchar nuestras voces. En muchos casos, no se promueve nuestra participación en
los espacios de fortalecimiento organizativo ni de toma de decisiones. Muchas mujeres hemos superado
estos obstáculos y hemos logrado consolidarnos como lideresas, sin embargo, nuestros esfuerzos se
ven amenazadas por las agresiones y asesinatos en nuestra contra. El asesinato sistemático de líde-
res y lideresas indígenas, la falta de compromiso del Estado para protegernos y garantizar la defensa
de nuestros derechos, sumados a las dificultades para acceder a recursos para la toma de decisiones
e implementación de proyectos para el bienestar y la pervivencia de las comunidades, nos llevan a
concluir que los pueblos indígenas no solo estamos en riesgo de pervivencia física y cultural, como se
reconoce en el Auto 004 de 2009 y otras declaraciones de la Corte Constitucional, sino que además nos
enfrentamos a un inminente exterminio político que se intensifica con el silencio y la complicidad del
gobierno.
• Exigir el cumplimiento de la Sentencia STC 4360 de 2018, que declara a la Amazonía como
sujeta de derechos.
• Exigir el cumplimiento de las decisiones instituidas por los diferentes fallos de la Corte Cons-
titucional relacionados con la salvaguarda de nuestros pueblos, la garantía de nuestros de-
rechos territoriales y nuestra autonomía.
• Exigir al gobierno nacional medidas urgentes para detener y prevenir el reclutamiento de NNA
indígenas.
Al Estado colombiano
• Aplicar y hacer seguimiento a las recomendaciones de las relatorías del sistema de la Organiza-
ción de las Naciones Unidas sobre la situación de Derechos Humanos de las mujeres indígenas.
• Acatar las sentencias de la Corte Constitucional que declaran a la Amazonía, así como a varios
ríos del país, como sujetos de derecho.
• Instar a las organizaciones estatales a implementar medidas urgentes para responder a la crisis
humanitaria que se vive en nuestros territorios por cuenta del conflicto armado.
• Implementar planes y medidas de protección dirigidas a las diferentes violencias que se ejercen
en contra nuestra y respaldar las prácticas de protección y autocuidado propias que generan
entornos seguros en nuestras comunidades.
• En vista de las debilidades de los sistemas de información de derechos humanos, impulsar, for-
talecer y articular los observatorios y sistemas de información de las organizaciones indígenas,
los cuales tienen un gran potencial para dar cuenta de las verdaderas dimensiones de la situa-
ción de derechos humanos en los territorios.
87 RECOMENDACIONES
• Exigir a las autoridades indígenas que apliquen la justicia propia en todos los casos de violacio-
nes a los derechos humanos. No se aplica justicia propia cuando los perpetradores son allegados
a las autoridades indígenas. Hay acuerdos de silencio cuando las autoridades y la Fuerza pública
son perpetradores.
• Garantizar el acceso a tierras para mujeres indígenas desplazadas. Las mujeres que salen de sus
territorios llegan a lugares donde no les asignan parcelas para generar sustento para la familia.
• Fortalecer los programas de educación propia. Cuando las comunidades quieren aplicar la edu-
cación propia, no les apoyan. Siempre se priorizan los contenidos de Ministerio de Educación pero
no se tiene en cuenta lo que las comunidades quieren fortalecer.
• Implementar programas de educación especial para las mujeres con el fin de prevenir las altas
cifras de maternidad infantil y adolescente. Acompañamiento psicológico a las adolescentes.
• No tomar decisiones sin nosotras. No entendemos cómo es posible que exista tanto poder de
decisión sobre nuestro territorio, con el que sostenemos la más íntima conexión, sin contar con
nuestras voces. Las decisiones sobre nuestras comunidades y nuestras familias deben contar
con nuestra activa participación. Para ello, es necesario respaldar iniciativas de mujeres que nos
permitan ser escuchadas y tejer nuestro pensamiento, con el fin de fortalecer nuestra participa-
ción política y así visibilizar nuestros aportes a nuestras comunidades, pueblos y organizaciones.
• Aplicar la justicia propia en todos los casos de violaciones a los derechos humanos. No se aplica
justicia propia cuando los perpetradores son allegados a las autoridades indígenas. Hay acuer-
dos de silencio cuando las autoridades y la Fuerza pública son perpetradores.
• Garantizar la participación real de las mujeres indígenas. No solo participación en términos cuan-
titativos, sino también la materialización de las propuestas de las mujeres.
• ABC Colombia. (2018). Hacia un cambio transformador: las mujeres y la implementación del
Acuerdo de Paz colombiano.
• Akubadaura, & FOKUS. (2020). Informe sobre violencias de género contra mujeres, niñas y ado-
lescentes indígenas de Colombia.
• Barrios Giraldo, P., & Zapata Cardona, C. (2009). Declaración de las Naciones Unidas para los
Derechos de los Pueblos Indígenas: Un Nuevo Reto para Colombia. CECOIN-OIA.
• Benavides, F., Caviedes, D., & Peña, W. (2021). Ámbitos de participación sociopolítica de la mu-
jer indígena colombiana: de lo comunitario hacia la inclusión nacional. Ciencia Política, 15(30),
65–86. https://doi.org/10.15446/cp.v15n30.88149
• Bocarejo, D., Araujo, C., & Albertos, C. (2021). Brechas y desafíos socioeconómicos de los pue-
blos indígenas de América Latina: retos para el desarrollo con identidad. http://www.iadb.org
• Carrillo Urrego, A., Millán Cruz, N., & Babativa Márquez, J. G. (2020). Aportes y asuntos críticos
en la medición de la violencia sexual contra las mujeres en el marco del conflicto armado en
Colombia: una reflexión a partir del diseño y los resultados de la ENVISE 2010 - 2015. Estudios
Socio-Jurídicos, 22(2), 1–32. https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/sociojuridi-
cos/a.7891
• CIDH. (2017). Las mujeres indígenas y sus derechos humanos en las Américas. OEA.
• CNMH, & ONIC. (2019). Tiempos de vida y muerte: memorias y luchas de los pueblos indígenas
en Colombia. CNMH-ONIC.
• Corporación Ensayos. (2017). Diagnóstico participativo sobre las violencias basadas en género
y el acceso a la justicia para las mujeres indígenas y afrocolombianas.
• Corporación Sisma Mujer. (2020). Lideresas y defensoras durante la pandemia: Entre la violen-
cia sociopolítica y el COVID-19.
• Corporación Sisma Mujer. (2021). Lideresas y defensoras durante el segundo año de la pande-
mia en Colombia.
• DANE. (2019). Población indígena de Colombia. Resultados del censo nacional de población y
Vivienda 2018.
• DANE, Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, & ONU Mujeres. (2020). Mujeres y
hombres: Brechas de género en Colombia. DANE, Consejería Presidencial para la Equidad de la
Mujer, UNO Mujeres.
• Defensoría del Pueblo. (2019). Informe Defensorial: Violencias basadas en género y discrimi-
nación.
• Defensoría del Pueblo. (2020). Dinámica del reclutamiento forzado de niños, niñas y adoles-
centes en Colombia. Retos de la Política Pública de Prevención.
• Figueroa, I., & Franco Novoa, N. (2020). El marco jurídico del enfoque diferencial en políticas
públicas para mujeres indígenas en Colombia. Estudios Políticos (Universidad de Antioquia) ,
57, 71–90.
• Fundación Ideas para la Paz. (2020). Cultivos ilícitos y áreas protegidas del Sistema de Parques
Nacionales Naturales.
• Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. (2021). Masatugó 2015-2019: FO-
RENSIS de mujeres. Herramienta para la interpretación, intervención y prevención de lesiones
de causa externa en mujeres en Colombia. Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias
Forenses.
91 BIBLIOGRAFÍA
• IWGIA, & OIT. (2020). Realidades de las mujeres indígenas: Una mirada desde el Navegador In-
dígena. IWGIA-OIT.
• MSSS, & Profamilia. (2015). Encuesta Nacional de Demografía y Salud, Componente de Salud
sexual y salud reproductiva: Vol. II. MSSS-Profamilia.
• Observatorio de Derechos Territoriales de los Pueblos Indígenas – CNTI. (2020a). Informe asesi-
natos contra pueblos indígenas: violencia en tiempo de paz 2016 – 2019.
• Observatorio de Derechos Territoriales de los Pueblos Indígenas – CNTI. (2020b). “Sin territorio
no somos” Disputas de los territorios indígenas en contexto de pandemia.
• OCHA. (2021). Colombia: Impacto y tendencias humanitarias entre enero y noviembre de 2021
(a 30 de diciembre de 2021).
• OCHA. (2022b). Colombia: Impacto y tendencias humanitarias entre enero y noviembre de 2021
(a 08 de febrero de 2022).
• ONIC. (2012). Las mujeres indígenas, víctimas invisibles del conflicto armado en Colombia. La
violencia sexual, estrategia de guerra.
• ONIC. (2021). Informe de afectaciones a los derechos humanos y territoriales en los pueblos
indígenas de Colombia.
• ONIC. (2022). Comunicado a la opinión pública por las acciones violentas y sistemáticas en
contra de los pueblos y comunidades indígenas en el marco del paro armado convocado por
el Clan del Golfo.
• ONIC, & CRIT. (2018). Informe sobre Colombia DDHH, DIH, Derechos Territoriales Y Derecho a la
consulta previa de los pueblos indígenas.
• Procuraduría General de la Nación. (2019). Informe sobre reclutamientos de niños, niñas y ado-
lescentes. Noviembre de 2019.
• Profamilia, & Fundación PLAN. (2018). Determinantes del embarazo en adolescentes en Colom-
bia: Explicando las causas de las causas. Profamilia-Fundación PLAN.
• Programa Somos Defensores. (2021). Informe anual 2020. Sistema de Información sobre Agre-
siones contra Personas Defensoras de Derechos Humanos en Colombia – SIADDHH.
• Ruiz Eslava, L. F., Urrego Mendoza, Z. C., & Escobar Córdoba, F. (2019). Desplazamiento forzado
interno y salud mental en pueblos indígenas de Colombia. Tesis Psicológica, 14(2), 42–65.
https://doi.org/10.37511/tesis.v14n2a3
• Saade Granados, M. M., Páramo Bonilla, C. G., Ortiz Hernández, N., Pinilla Pedraza, D., Mora Cal-
derón, P., & Sandoval Pinilla, A. (2018). Lugares sagrados: definiciones y amenazas. Prolegó-
menos a la elaboración de una política pública dirigida a los pueblos indígenas. In M. M. Saade
& C. G. Páramo Bonilla (Eds.), Lugares Sagrados: definiciones y amenazas. Prolegómenos a la
elaboración de una política pública dirigida a los pueblos indígenas (pp. 9–96). Instituto Co-
lombiano de Antropología e Historia.
• Schmit, A. (2015). La defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres indíge-
nas de Colombia en la ONU. Derecho y Realidad, 13(26), 171–184.
• https://doi.org/10.19053/16923936.v13.n26.2015.7844
• Springer, N. (2012). Como corderos entre lobos. Del uso y reclutamiento de niñas, niños y ado-
lescentes en el marco del conflicto armado y la criminalidad en Colombia. Springer Consulting
Services.
93 BIBLIOGRAFÍA
• Tejido Mujer ACIN, & Codacop. (2018). Informe de violencias contra las mujeres indígenas del
Norte del Cauca. Año 2017. In Mesa por el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencias
(Ed.), IV Informe de la Mesa por el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencias. 1o año
de la Ley 1257 de 2008. Mesa por el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencias .
• Ulloa, A. (2016). Feminismos territoriales en América Latina: defensas de la vida frente a los
extractivismos. Nómadas, 45, 123–139.
• Ulloa, A. (2021). Repolitizar la vida, defender los cuerpos-territorios y colectivizar las acciones
desde los feminismos indígenas. Ecología Política, 61, 38–48.
• UNFPA, OPS/OMS, UNICEF, PMA, & Pontificia Universidad Javeriana. (2017). Determinantes so-
ciales de las desigualdades en mortalidad materna y neonatal en las comunidades indígenas
arhuaca y wayuu: Evidencias y propuestas de intervención. UNFPA, OPS/OMS, UNICEF, PMA, PUJ.
• UNODC-SIMCI. (2021). Monitoreo de territorios afectados por cultivos ilícitos 2020. UNODC-SIMCI.
• Valero Rey, A. (2016). Violencia y resistencia: mujeres indígenas desplazadas en Colombia. Lec-
tora, 22, 43–58. https://doi.org/10.1344/Lectora2016.22.4
99 RECOMENDACIONES
SITUACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS DE LAS MUJERES INDÍGENAS EN COLOMBIA 100
101 RECOMENDACIONES