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Documento: YPF-Público

Título de la obra: Cascarudos

Seudónimo: Barzi

Dejamos el Regata en el estacionamiento de ripio de lo que parece un

viejo Hotel. El piso para llegar hasta la puerta es como una alfombra llena de

cascarudos, bichos desparramados por todos lados. Camino en punta de pies,

con asco, guiado por el único farol de una calle colectora que funciona y apunta

a la puerta de ingreso. Voy atrás de mis papás que bajaron algunos bolsos y de

mi hermana que arrastra una almohadita, pero cuando se da cuenta de los bichos

la levanta de un tirón y continua con su mano colgando por encima de su cabeza.

Entramos a ese pueblo después que papá manejara casi 10 horas sin parar.

Desde la mitad del viaje que se viene quejando. No me llamó la atención,

últimamente se queja de todo. Paramos acá porque estamos cerca de una ruta,

algo del desierto y creo que prefiere entrar ahí cuando sea de día para estar bien

despabilado. Por lo que dice, muchas personas chocan y se mueren, parece que

se aburren y se distraen entonces pierden el control del auto y terminan teniendo

accidentes. Está bueno, que si no está seguro para manejar descansemos, pero

este lugar es raro, no me da seguridad. Recién llegamos y me quiero ir.

No se dormir en lugares que no son mi casa, menos si no conozco. Hace unos

años me tuvieron que ir a buscar en plena madrugada a la casa de un amigo

porque me agarró miedo y empecé a llorar quería estar con mis papás. Es la

última vez que te dejamos quedar a dormir en otro lado, me dijo mamá esa vez

pero lejos de sentirlo como un reto, me sentí aliviado.

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Son casi las once de la noche y no comimos desde los sanguches de salchichón

y queso que nos dieron recién empezado el viaje. Mamá nos advirtió que no

comamos rápido, que dejemos para más adelante. No le hice caso y me los

mandé apurado, siempre me dicen que como atolondrado, una vez me dijeron

que lo hago de ansioso, encima me tomé todo el jugo porque me quedó la boca

picando por la pimienta del salchichón. A mi hermana le pasó igual, al ratito que

salimos estábamos los dos agitando la cantimplora para ver si podíamos rescatar

una última gotita. Estoy muerto de hambre y acá en este hotel no creo que haya

un restaurant donde nos cocinen algo. Antes íbamos mucho a comer a

restaurant, pero en los últimos años dejamos de hacerlo. No hay plata escucho

siempre que nos dicen.

No me gusta dormir en estos lugares y menos si tengo hambre.

Al principio, el viaje estuvo bien. Hablamos entre todos, hasta papá habló que

hace tiempo no nos dirige la palabra. El solía hacerlo mucho, especialmente

conmigo. Hace un tiempo atrás hablábamos de fútbol y de computadoras. Me

había contado que se quiere comprar una para poner en casa. Ninguno de los

chicos de la escuela tiene. Es una IBM, me mostró un catálogo. Yo me re ilusioné.

Cada vez que llegaba de trabajar miraba ansioso para ver si no bajaba del baúl

las cajas, pero no pasó nunca y ya me fui haciendo la idea que no va a pasar.

Además, no sólo dejamos de hablar entre nosotros, dejamos de escuchar juntos

los partidos de River por la radio los domingos y ahí es donde más lo extraño.

Llega tarde, con la cara que no la cambia.

Este viaje lo vi distinto, al principio jugó con nosotros, jugó a adivinar el color de

los autos y a encontrar patentes de otras provincias que no sean BsAs. Ese juego

me encanta, porque vos ves que la mayoría de las chapas tienen la B de Buenos

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Aires o la C de Capital, esas son las más comunes de ver, ahora cuando alguno

descubre una con una letra distinta es la gloria y donde vamos hay patentes de

un montón de esas. También escuchamos música y cantamos. Hacía mucho que

no cantábamos los 4. Dimos vueltas a los casetes que tenemos en la guantera.

Escuchamos nuestros clásicos de ruta que ponemos siempre que ibamos a

Gesell, cuando había plata para ir de vacaciones. Los cassettes que escuchamos

son el de los 15 éxitos de oro de los Beatles, “Mediterráneo” de Serrat, y mi

preferido, el compilado de Mau Mau. En ese hay una canción que habla de lanzar

perfumi, y cuando llega esa parte, yo le apunto con el culo a mi hermana y muevo

mi mano como dirigiéndole el olor de un pedo. Al principio se rieron, pero parece

que lo repetí mucho, porque me dijeron que ya aburro. Últimamente se cansan

seguido.

A medida que fueron pasando las horas, el viaje se volvió distinto y los ánimos

de todos fueron cambiaron. Papá y mamá volvieron a ser lo que últimamente. El

viaje es muy largo. Y para colmo no está claro a dónde vamos. Según lo que nos

dicen es un lugar más tranquilo, para ellos y para nosotros. Vamos a donde nos

va a hacer bien a todos. Lo raro es que estamos en mayo. Las vacaciones son

en enero o en febrero, y no hay plata para vacaciones, quizás en esta época es

más barato, yo no se. Vamos a faltar a la escuela. Yo creo que vamos a ir a un

lugar con montañas. Siempre quise conocerlas y cuando hablábamos con papá,

me contaba de lo maravillosas que eran. Además, hace frío así que quien dice

podamos ver nieve. Mi hermana piensa que vamos a la playa. A mí la playa me

aburre excepto que haga algún amigo. Igual, para mí que tengo razón yo, porque

este camino no lo conozco. Ya no nos animamos a preguntarles para que nos

digan, tengo miedo a que me respondan feo. Así es como nos responden este

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último tiempo. La miré a mi hermana buscando complicidad, pero ella me sacó

la lengua.

Lo único que subí al auto conmigo fueron mis revistas de Patoruzú. Fue

cualquiera esta decisión. Leer en el auto me dan ganas de vomitar y siempre me

pasa. Traté de hojearlas un par de veces antes que queden tiradas en el piso.

Mi hermana fue más piola, subió su muñeca y una almohada. Un par de veces

se la mangueé y me sacó cagando. Que bronca me da verla con su cabeza

cómoda apoyada sobre la ventanilla, dormida con la baba cayéndose entre los

labios. Yo en cambio tuve que usar mi camperita de jogging hecha un boyo..

En un momento el viaje se volvió eterno, para pasar el rato me inventé tácticas

que aceleren el reloj. Por ejemplo, calculé cuanto tardaba mi papá en prenderse

un cigarrillo después de apagar el último. Lo hice en canciones y el promedio fue

entre dos y media. En menos de la mitad del viaje el paquete abollado de Jockey

suaves corto está vacío y tirado en el piso al lado de mis revistas. Papá hace

tiempo que fuma cada vez más y encima cuando se queda sin puchos se pone

tremendo. Fuma mucho y como está nervioso lo hace peor, mamá igual. La otra

vez me enteré de que los fumadores se enferman de cáncer de pulmón, no se

curan y se mueren. No quiero que papá y mamá se enferman, se los dije y me

dijeron que no rompa las pelotas. Espero que este viaje les sirva, que estas

vacaciones les traiga esa paz que andan pidiendo y al menos dejen de fumar un

poco.

Una cosa que nos vienen pidiendo últimamente es que, si queremos ayudar, nos

empecemos a portar mejor, que no nos peleemos tanto. Pero no venimos bien

con mi hermana, hace rato nos llevamos pésimo y cada vez es peor, por eso en

el viaje pasó lo que tenía que pasar. Al ratito la paz se rompió y volvimos a la

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habitualidad. Creo que también ese fue el motivo que mis papás cambiaron su

humor. No fueron, digamos, los más pacientes y entonces llegaron la clásicas

amenaza: Doy la vuelta y nos volvemos. Igual, todos sabemos que eso es un

mito, como cuando te dicen que te van a mandar a un colegio pupilo. Yo no creo

que ningún papá haya suspendido unas vacaciones porque sus hijos se pelean

en el asiento de atrás y menos creo que existan esas escuelas cárceles en donde

te dejan y te quedas ahí viviendo. Cuando la situación en casa se torna dura

papá nos dice: Si siguen así, los vamos a llevar a los dos a un colegio pupilo y

ahí van a tener que aprender a tratarse bien entre ustedes, porque ahí sí que

van a estar solos.

Con mi hermana somos el agua y el aceite. Nuestra casa es super chiquita y

desde que ella nació, toca que compartamos todo, y cuando digo todo es todo:

baño, pieza, comedor, comida, familia, papás. Que lindo era tenerlos a los dos

para mí y nadie más. Lo que más extraño es dormir sólo. Hubiera sido tan distinto

que ella hubiera nacido varón. No se quejaría por todo, hasta del poster de River

de la puerta. Odio que se meta con mis juguetes, sobre todo con los He-man.

Los hace interactuar con sus muñecas y no da que Skelettor viaje en un auto

descapotable rosa. Pero lo peor de todo es que mi hermana es una buchona y

conoce mis secretos. En el recreo del colegio les dijo a mis amigos que yo dormía

abrazado a la Pompona, haciéndome quedar como un boludo. La Pompona es

un osito que me regaló mi abuela antes de irse al cielo, abuela que ella no se

acuerda. Nuestros días son así. Ahora quiere dormir arriba, pero arriba es sabido

que duerme el más grande. Quiere la luz apagada, porque a mi me da miedo la

luz apagada. Ni le importa a ella, pero va llorando con papá y mamá a decirle

que con todo prendido no puede dormir, entonces ellos vienen y me apagan. Si

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quiero ver Big Channel, ella quiere ver Cartoon Network. Y lo que más odio es

cuando pide ravioles de verdura. A mi no me gustan, yo como solo de jamón y

queso. Entonces mi mamá hace de los dos para complacerla y ¿qué hace ella?

Come de los dos. ¿Se puede ser tan mala? Yo termino siempre comiendo

menos.

Todas estas horas de viaje, hicieron del asiento trasero una pesadilla para los

cuatro. Bajá la ventanilla, subíla, déjame el medio, comé con la boca cerrada,

quiero dormir, no duermás. Todo, todo es un problema para ella. El viaje es largo

y por lo que dice papá todavía queda un montón, no quiero ni pensar en que va

a terminar.

Llegado un momento la intervención de mis papás empezó a bajar. Desde la

mitad del viaje habrá sido. Desde la mitad hasta que llegamos, los retos

desaparecieron. No charlas, no juegos, no nada. Es como si una pared invisible

nos hubiera atravesado entre ellos y nosotros. Como esos autos de policía en

donde adelante van los buenos y atrás los ladrones, separados por un vidrio.

Como mucho, mamá giraba la cabeza y nos respondía con monosílabas. Yo

entiendo que es un viaje muy largo y ellos estaban nerviosos, además de

cansados.

Papá viajó encorvado para adelante, en el retrovisor se le podían ver los ojos

rojos, como a punto de explotar. Esa cara de papá me da miedo. Una vez se la

ví, fue cuando después de discutir con mamá por plata, agarró un plato de fideos

y lo reventó contra la pared. Esos mismos ojos son con los que rebotaban en el

retrovisor y se clavaban en los míos. De esos ojos vigilando sin mirar se inundó

el auto. Atentos pero a la vez indiferentes. Para papá en gran parte de este viaje

era como que no existimos.

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Además de a cargar nafta, paramos sólo una vez más. Fue entrando la noche,

lo hicimos en el medio de la nada. Frenamos después que les dijera mil veces

que no me aguantaba más las ganas de mear. Debe ser que papá tampoco,

porque en un momento nos encontramos los dos haciendo pis, tapándonos con

las puertas abiertas del auto. Mi mamá y mi hermana estiraron un poco las

piernas entre la ruta y el cerco que limita al campo. Esa fue la única parada,

desde ahí la nada misma, ni para que nos compren un jugo, ni para el agua del

mate, ni para cigarrillos. Eso era lo único que le importaba, los cigarrillos. Pero

sólo vimos vacas, pasto, campos inundados y más vacas, al sol ocultandose y al

campo perdiéndose en la oscuridad.

Este pueblito al que llegamos es lo primero que nos encontramos después de

todo este tiempo. Hay una estación de servicio, pero ya está cerrada. Mi papá

se queja y dice que va a haber que esperar hasta a la mañana para cargar.

Estamos en plena noche, en un hotel horrible a una cuadra de la ruta. El piso

está lleno de bichos y la miro a la pendeja de espaldas pegar saltitos y no me

sale más que odiarla, lo hago más que hoy a la mañana cuando todavía no

habíamos salido.

Mamá y papá hablan con un señor raro detrás de un mostrador. Es alto y

desgarbado, tiene el pelo pesado hacia un costado y la cara chupada. Me hace

acordar al de Los Locos Adams. El tipo cada dos por tres nos mira entre mis

papas y hace gestos con la cabeza. En la recepción también hay una vieja

sentada en un sillón del pasillo. Mira la pared, es flaca, tiene un vestido gastado

y está descalza. Que aburrida debe estar la vieja pienso, justo cuando nos chista,

para que nos acerquemos.

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- A Fabito, no le gustan los nenes – nos susurra, escupiendo saliva y una

risita. Justo cuando el tipo del mostrador le convida un cigarrillo a papá.

- Acompañenme. El desayuno es a las 8. Puntual. Al final del pasillo. –

Habla pausado, con oraciones cortas. Mi mamá nos mira y abre los ojos bien

grandes.

Subimos un piso en fila por una escalera angosta, iluminada por un foco blanco

intermitente, otros bichos que vuelan se golpean de lleno en esa lampara, que

dentro deja ver un cementerio de más y más bichos. Que hipnótica debe ser

porque no se dan cuenta que les espera formar parte de esa montaña de

cadáveres una vez que atraviesen el vidrio.

Entre escalones siguen los cascarudos y cada vez hay más. Como los bichos

voladores, algunos están amontonados, muertos contra un rincón, otros patalean

panza arriba tratando de darse vueltas. Otros tantos mueren aplastados por las

pisadas, sobretodo las de Fabito que se empeña en agarrar la mayor cantidad

que puede en cada paso. El ruido que hacen al quebrarse bajo la suela del

zapato me da escalofríos.

Después de llegar al segundo piso, caminamos por un pasillo largo e igual de

inmundo que el resto del lugar. Nos toca la habitación 212, que está casi a la

mitad, mientras llegamos escuchamos cerrar una puerta de forma violenta, es la

de la habitación de al lado. No vimos quien, y menos sabemos por qué, pero el

portazo hace que Fabito bufeé y mueva su cabeza indignado. Ya en la puerta se

detiene y gira hacia mí. Tiene que inclinar un poco su cuerpo para poder

hablarme. Su voz es seca y baja.

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- Vos sos el hombre grande ahora. Cuidá a la nena – me dice mientras hace una

mueca.

-Tienen que descansar - dice mamá quebrada. -Los amo mucho.

-Duerman - ordena papá sin sacarse el pucho de los labios. Solo eso nos dice,

parece seguir enojado.

Papá sigue su camino atrás del monstruo. Mamá se demora un poco más, nos

acompaña con empujoncitos de caricias para que entremos. Espero un beso en

la frente, una palabra de contención, pero lo único que siento es la puerta golpear

contra el marco y el ruido de la llave trabando desde afuera. Estoy más sólo que

nunca, con mi hermana, pero solo. Encerrados en una especie de prisión, en el

lugar más horrible que jamás imaginé. No la odio tanto ahora, sus labios

temblorosos me conmueven. Soy el que tiene que controlar la situación, pero

tengo miedo.

Yo no merezco esto. Giro el picaporte de la puerta sólo para comprobar que no

se puede abrir desde adentro. Estamos perdidos. Tengo necesidad de correr por

el pasillo, golpear el resto de las puertas hasta que salga mamá a tranquilizarme.

Ella es siempre la que me protege en mis momentos de angustia.

Quiero gritar, cómo puede ser que un chico de 8 años y una nena de 6 se queden

solos. Quiero suplicar a los gritos, por las dudas que esto se trate de un castigo.

Quiero decirles que me perdonen por no hacer caso todas las veces que me lo

pidieron, que sepan que no lo voy a hacer más, que voy a aprender a parar

cuando me digan que pare. Si pudiera salir de este momento juro que nunca más

me voy a pelear con mi hermanita. Quiero que sepan que la amo, aunque nunca

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se lo diga, como los amo a papá y a mamá incluso en estos tiempos en donde

nos ignora.

Voy a dejar de reírme de las amenazas, de subestimarlos. Quiero saber dónde

estoy ¿no será un colegio pupilo? ¿o peor, no se habrán cansado de verdad y

nos dejaron acá, en un lugar que no conocemos para que no sepamos volver?

Quizás por eso viajamos en mayo. ¿Esta es la paz para ellos?

La veo a mi hermanita, está ahí desmoronada. Creo que acaba de caer, entendió

como yo que estamos solos, que nadie va a volver a rescatarla, que al único que

tiene es a mí. Quiero abrazarla, creo que no me acuerdo la última vez que lo

hice. Estamos parados los dos frente a esta habitación de espalda a la puerta y

con la guardia completamente baja.

La habitación es aún más pequeña que la de nuestra casa. Lo más feo de todo

es la manta que cubre las camas, todavía no la toqué y ya tengo esa sensación

de picor en la piel. Dos camas separadas por una mesa y un velador, única luz

que funciona en todo el cuarto además de una lamparita que cuelga de un cable

del baño. Las paredes tienen un papel marrón gastado que hace juego con las

manchas de humedad en el techo. No tenemos televisor. Hay una ventana con

la persiana sucia y vencida, en la habitación hay olor, demasiado olor. Por debajo

de la puerta dos cascarudos, que entraron arrastrados por nuestros pies,

agonizan.

Me siento en la punta de una de las camas y me quedo mirando el piso, mientras

mi hermana entra al baño.

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- Se cansaron, era verdad – digo en voz baja. Entre las rendijas de la persiana

veo las luces de un auto saliendo a la ruta y desapareciendo en el horizonte.

¿Será nuestro Regata?

-Ahí van. – le digo

Imagino por un segundo qué va a pasar cuando nos levantemos a la madrugada

y se abra la puerta del dormitorio. A las 8 se desayuno dijo Fabito.

Me distraé mi hermana saliendo del baño. Lo hace con agua estancada en sus

ojos, arremanga la nariz, y contiene fuerte su respiración en su boca acurrucada,

sale con los brazos y el cuerpo rendido. Yo inflo el pecho y le apoyo una mano

en su hombro. Solos los dos, en la habitación más horrorosa que se pueda

imaginar, hago fuerza, pero tampoco puedo aguantar las lágrimas, hasta que

exploto.

- ¿Podemos dormir juntos en la misma cama? - Le digo

- Sí, pero dejemos la luz prendida.

Acostados uno al lado del otro, tapados hasta el cuello, nos quedamos mirando

el techo amarillo iluminado por el velador. Siento su mano buscando la mía hasta

que la alcanza y se aferra con fuerza. Ella cierra primero los ojos. Dejo pasar un

instante, tomo aire yo también los cierro.

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