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MARCOS BELLO Y JOSUÉ DE ANDRÉS
Así se habla, claves para ser un buen comunicador
Han transcurrido más de 20 años, y desde entonces ambos han viajado por medio
mundo, visitando más de 50 países. Han impartido cursos y conferencias en
lugares tan dispares como salas de exposiciones, hospitales, universidades,
palacios de congresos… En radio y en televisión. A grupos reducidos y a
auditorios de miles de asistentes.
Y a Scarlett Johansson.
Los autores
INDICE
GUARDA
DEDICATORIA
INDICE
PRÓLOGO
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte I
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte I
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte II
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte II
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte I
INTRODUCCIONES EFICACES
LA ENTREVISTA
USO EFICAZ DE LA VOZ
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte II
COMO MEJORAR LA VOZ
EL FACTOR SORPRESA (SINFONIA 94 EN SOL MAYOR)
HAYDN, MARTIN LUTHER KING Y LA REPETICION
SIN PRISA PERO CON PAUSA
EL HABLA QUE FLUYE
CHUCHO VALDES. IMPROVISACION Y ORATORIA
EL ARTE DEL ENSAYO
SEA OBSERVADOR
BUEN LECTOR, MEJOR ORADOR
INTRODUCCION AL STORYTELLING
PELIGRO. REDES
UN POCO DE NEMOTECNIA
LAS CENIZAS DE WALT
PREPARESE PARA LAS INTERRUPCIONES
DAR CERA, PULIR CERA
DEDIQUE TIEMPO A APRENDER DE LOS MEJORES
SORIA Y OLÉ
¿Y SI TE PIDEN QUE LO HAGAS TU?
TIEMPO DE HABLAR, TIEMPO DE CALLAR
MIRADAS
SU CUERPO HABLA
PNL
CONCLUSIONES EFICACES Parte I
CONCLUSIONES EFICACES Parte II
LAS TRES E
CONCLUSION
CONTRAPORTADA
PRÓLOGO
Hay una vieja leyenda contada por Plinio el viejo que tuvo lugar en los tiempos
de la Grecia clásica. La historia de Zeuxis y Parrasio. Cuenta como, una vez
cada cuatro años, en Atenas se intentaba determinar quién era el mejor pintor del
imperio griego. Tras una serie de eliminatorias, llegaron a la final dos
contendientes. Zeuxis, natural de Heraclea, y Parrasio, de Efeso.
Acercándose a la obra, descorrió la tela que la cubría, y apareció ante los ojos de
los allí presentes un hermoso racimo de uvas. El caso es que estaban tan bien
pintadas, resultaban tan perfectas y apetecibles, que unas aves que sobrevolaban
el lugar se abalanzaron sobre el cuadro pensando que las uvas aquellas eran
reales. Obviamente, el clamor del público fue general, y muchos ya daban la
competencia por perdida para Parrasio, pensando que le sería imposible superar
el realismo de aquella pintura.
El juez, algo nervioso, le pidió por última vez que descorriera el paño que cubría
su pintura, amenazándole con que, de no hacerlo de inmediato, no tendría más
remedio que adjudicar el premio a Zeuxis, quien se alzaría con el título de mejor
pintor de Grecia durante los siguientes cuatro años.
Sin esperar la decisión del juez, el propio Zeuxis habló avergonzado: “Yo he
engañado a los pájaros, pero tú, Parrasio, me has engañado a mí. Por tanto,
admito que eres mejor pintor que yo”. Y colorín, colorado…
Querido lector, traemos a colación esta antigua leyenda griega para colocar una
base sobre la que analizar el propósito de este libro. Y es que hay personas que,
como Parrasio, han sido tocados por la mano de Dios, tienen un don innato, y
destacan sobresalientemente por encima del común de los mortales.
Sin embargo, hay otros muchos casos de verdaderas celebridades, que quizá no
tenían un don tan innato, no tenían una predisposición tan absoluta a destacar,
pero han tenido el mismo éxito o mayor que la de otros genéticamente
bendecidos.
Lang Lang comenzó a tomar lecciones de piano con solo 3 años con la profesora
Zhu Ya-Fen. A los 5 años ganó el Concurso de Piano de Shenyang y tocó en su
primer recital público. Cuando tenía 9 años de edad, intentó hacer una audición
para entrar en el Central Conservatory of Music de Beijing, y, al tener
dificultades con sus lecciones, fue expulsado del estudio de su tutor de piano por,
atentos al dato, "falta de talento”.
Si usted es una mente brillante, tipo Anxo Pérez, quien con apenas 30 años tiene
cinco titulaciones universitarias, habla 9 idiomas, toca 9 instrumentos, tiene un
par de best-sellers publicados, es traductor del mismísimo presidente de los
Estados Unidos, actúa en películas, y ha trabajado para el FBI… este manual de
oratoria puede directamente mandarlo lejos, muy lejos. Quizá incluso al pueblo
sin civilizar donde nació el padre de Lang Lang.
De manera que este libro admite varios registros de lectura. Desde una
perspectiva metodológica quien lo pretenda podrá, con su lectura, formarse
como orador público. Pero si lo que desea es disfrutar de una lectura amena, con
un análisis diferente de sucesos históricos relacionados con la oratoria, conocer a
relevantes personajes que destacaron al hablar en público, y un sin fin de
anécdotas curiosas, también acierta al decidirse por leernos.
Por último le animamos a que sea valiente, decidido y, una vez leído este libro,
se introduzca activamente en el apasionante mundo de la oratoria. Hablar en
público le abrirá aspectos nuevos de su propia personalidad y puede estimular
ámbitos de su vida que ni imagina. Si desarrolla su actividad profesional como
abogado, una buena oratoria le ayudará a incrementar la cantidad y calidad de
sus clientes. Si su área de trabajo es la gestión comercial, venderá más y mejor si
domina las estrategias de comunicación. Y si es un ministro religioso salvará
más almas. Si alguien muere y no se salva, acuda a nosotros y con gusto le
devolvemos el dinero del libro.
Pero pruebe, láncese, intente poner en práctica las diversas sugerencias que aquí
le proponemos. Permítanos contarle una anécdota para ilustrar la sorpresa que
podría llevarse:
Al final, viendo peligrar su integridad física, no tuvo más remedio que ceder. Y
cantó de tal modo que se hizo el silencio y todos los presentes se emocionaron.
Y hasta el viejo granjero ebrio tuvo que limpiar unas lágrimas que
involuntariamente brotaron de sus ojos. Había nacido Nat King Cole, el pianista
y cantante.
Le retamos a que explore su faceta como orador público. Lea e incorpore en sus
charlas, presentaciones o sus ponencias profesionales, todas las técnicas y
recursos que aquí hemos recopilado y verá como más de uno le dice al
escucharle:
“¡Así se habla!”
LOS AUTORES
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte I
Corría el siglo XVI de nuestra era, cuando cerca de la ciudad belga de Lieja, un
joven llamado Cornelius Van Der Steen sintió la llamada de la fe, y solicitó su
ingreso en la orden de los jesuitas. Se ve que en aquel entonces no había tanta
crisis de vocación como ahora, y los monjes de la Compañía de Jesús podían
permitirse el lujo de seleccionar a quienes admitían entre sus miembros. El caso
es que al amigo Cornelius le denegaron el ingreso en la orden, alegando una
razón de profundo calado espiritual: era demasiado bajito.
Manfred Barthel dice lo siguiente en su libro The Jesuits – History & Legend of
The Society of Jesus:” El comité dijo a Van Der Steen que pasaría por alto el
requisito de la estatura solo si aprendía a recitar de memoria toda la Biblia“.
Imagino que el fraile al que se le ocurrió tamaña barbaridad recibió las calurosas
felicitaciones de sus compañeros por haber solucionado de manera tan ingeniosa
el asunto, y que una vez resuelto el problema de aquel puñetero enano que quería
ser monje se fueron a sus celdas tranquilos a meditar en temas profundos como
el amor, la compasión y la justicia.
Para hacerse una idea del reto, un lector medio que se pusiera a leer la Biblia en
voz alta desde el principio, dedicándole unas 10 horas al día, tardaría unas dos
semanas en leerla completamente. Lo cual representa 140 horas hablando sin
parar. ¿Se imagina aprenderse todo eso de memoria?
A los miembros del comité eclesiástico no les quedó más remedio que admitirlo
en la orden. Y aunque yo personalmente, una vez demostrada mi capacidad, les
habría dicho que ya no me interesaba ser jesuita, y que podían coger el hábito, y
bien enrolladito, metérselo por donde el sol no alumbra, Cornelius fue
condescendiente y no solo ingreso en la Compañía de Jesús, sino que llego a ser
uno de los exégetas más importantes de dicha orden.
Les he contado esta historia para hablar acerca de una de las cosas más
maravillosas que poseemos los seres humanos: la memoria. Como dice el libro
Mysteries Of The Mind, “La memoria amplía nuestro mundo. Sin ella la vida
carecería de continuidad, y por la mañana veríamos a un extraño en el espejo.
Cada día sería un episodio aislado; no podríamos aprender del pasado ni prever
el futuro”.
No solo los humanos tenemos memoria. Hay aves que recuerdan el lugar donde
almacenaron semillas meses atrás, y las ardillas recuerdan donde entierran sus
nueces. Muchos de nosotros, en cambio, olvidamos al cabo de un rato donde
dejamos las llaves. En efecto, la mayoría de las personas solemos quejarnos de
mala memoria, pero lo cierto es que nuestra mente posee una increíble capacidad
para aprender y recordar. El secreto está en aprovecharla al máximo.
“He salido tres veces a vomitar”. Seguramente no era la introducción que tenía
pensada, pero sinceridad al menos no le faltó.
Y es que, la tensión nerviosa es una de las primeras rémoras a las que debe
enfrentarse un orador novel, a la vez que una necesidad para cualquier persona
que tenga que actuar en cualquier esfera. Gracias a ella, se produce la secreción
de adrenalina, una asombrosa e inestimable sustancia que despierta y tonifica por
igual las funciones del cuerpo y la mente.
Esto explica un hecho, y es que en multitud de ocasiones las actuaciones en
público salen mejor cuando uno ha sentido nerviosismo previamente. Por eso
debemos acoger esos estados de ansiedad con expectación y comprensión, ya
que si los canalizamos debidamente se convertirán en nuestros aliados.
Dado que intuyo que muchos de nuestros lectores desestimaran esta primera
recomendación, les brindamos una segunda opción: realizar lo que algunos
métodos han definido como una respiración “completa”.
Resumo unas instrucciones para que usted se acerque a lo que viene siendo uno
de estos ejercicios relajantes. Tapone una de sus fosas nasales y con la que queda
libre inspire lo más profundamente posible. A continuación expire todo lo
lentamente que sea posible y repita la operación dos veces más. Acto seguido,
realice la misma operación pero cambiando la vía nasal. Si consigue dominar
este ejercicio, domará su respiración y evitará muchos efectos indeseables al
pronunciar las primeras palabras de su exposición.
Tranquilo, que a lo largo del libro nos vamos a ir ocupando del resto.
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte II
Hace unas semanas les contamos la historia de Cornelius Van Der Steen, el
pequeño monje belga que se aprendió la Biblia entera de memoria. Seguro que
su relato nos asombró, pero lo cierto es que no es ni mucho menos el único caso
de gente capaz de sacar el máximo partido a su capacidad retentiva. Hay gente
capaz de hazañas incluso mayores. De hecho, de nuestro país, concretamente de
Albacete, es oriundo Ramón Campayo, el cual ostenta todos los records
internacionales de memorización. En cierta ocasión, el amigo Ramón fue capaz
de recordar el orden exacto de 500 palabras entre 23.200 que escuchó a lo largo
de tres días consecutivos. Sin duda, alguien poco recomendable para pedirle
dinero, pensando que algún día se olvidará de la deuda.
Ahora bien, hay diversos tipos de memoria. Por ejemplo, la memoria a corto
plazo retiene durante unos segundos pequeñas cantidades de datos, de modo que
nos permite sumar mentalmente, recordar un número de teléfono hasta marcarlo
y no olvidar la primera parte de una frase mientras leemos o escuchamos el
resto. Pero, como su propio nombre indica, la memoria a corto plazo tiene
grandes limitaciones.
▪ Interésese en el tema y recuérdese las razones por las que debe asimilarlo.
Es curioso que uno tenga problemas para recordar cómo se llaman los sobrinos
de su mujer, que solo son dos, pero se sepa de memoria la alineación del Madrid.
Esto es porque es evidente que le interesa el fútbol más que esas apasionantes
cenas familiares. Cuanto más interesado esté alguien en el tema que esté
analizando, más fácil le será memorizar los detalles. Además, la memoria recibe
mayores estímulos si hay sentimientos en juego. Seguro que de todos los
compañeros de clase que ha tenido a lo largo de su vida, le resulta más fácil
recordar los nombres de aquellos por quienes se sintió atraído. De igual manera,
si a usted le emociona el contenido de su discurso le será más fácil recordarlo.
▪ Haga asociaciones. Cuando aprendemos algo nuevo, hay que asociarlo con lo
que ya sabemos. Si vinculamos las nuevas ideas con los recuerdos almacenados,
quizá en anteriores presentaciones, se nos hará más fácil codificar y recuperar la
información, pues la asociación nos servirá de pista.
Algunas personas piensan que intentar aprender cosas nuevas hará que se
olviden las que ya sabemos, como si el cerebro tuviera que vaciar las estanterías
para llenarlas de nuevo. Pero eso no funciona así. Como diría Falete en un buffet
libre, siempre queda sitio para algo más.
Solo un último consejo, sea observador al escoger sus aliados. Recuerdo el caso
de un conferenciante que centró parte de su discurso en uno de los asistentes que
estaba ubicado en los primeros asientos. Aquella persona era tan receptiva que
cada vez que el orador le miraba asentía enérgicamente con la cabeza. En el
coctel que se celebró a continuación, el discursante se sonrojó al ver a esta
persona acercarse con un evidente tic nervioso que le hacía mover
constantemente la cabeza, como si estuviera asintiendo. Lo cual, dicho sea de
paso, la convertía en la persona ideal para pedirle un favor.
Si pone en práctica estos consejos, verá como disminuye su ansiedad por hablar
en público, y así puede concentrarse en el resto de problemas, sin duda
infinitamente más graves, que seguro tiene usted en su vida.
De nada.
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte I
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, con la frente perlada de sudor el
orador abrió la boca, y dijo lo siguiente: “Hasta hace unos minutos Dios y yo
sabíamos lo que iba a decir. Ahora, sólo lo sabe Dios… Muchas gracias”. Y
dicho esto, saludó con una leve inclinación de cabeza, y se bajó del estrado,
acompañado, eso sí, de un consolador aplauso del comprensivo auditorio.
Si eso hubiese pasado en la última década no dudo que habría algún video de
aquel momento en YouTube, pero como de esto hace más de veinte años, tendrán
que conformarse con mi palabra. De todas maneras, si son ustedes morbosos y
les gustan este tipo de episodios de vergüenza ajena, prueben a buscar en
YouTube “Michael Bay se queda mudo“, y verán un ejemplo de lo que les
hablo.
Y ahí es donde surge la duda. ¿Cuánto debemos apuntar en nuestras notas? Hay
quienes llevan un fajo de folios en los que llevan escrito palabra por palabra
hasta la última coma de su discurso, de manera que tan solo han de limitarse a
leer lo que tienen delante. Otros lo llevan en algún dispositivo electrónico, pero
igualmente escrito al detalle. Este método lo usan muchos oradores.
¿Ventajas de hacerlo así? Es muy difícil quedarse en blanco, a menos que por los
nervios también se le olvide leer. Si le pasa esto último debería aprender antes de
nada a dominar los nervios, porque de ahí a la pérdida de control de los
esfínteres hay un paso.
Pero olvida el hecho de que cada persona tiene una manera de hablar, y de
escribir, y que es muy difícil resultar natural cuando uno está leyendo lo que ha
escrito otro, usando sus palabras, modismos y argumentos. Además, la lengua
escrita permite florituras que resultan poco creíbles cuando las pasamos a lengua
hablada. Es decir, que la inmensa mayoría de las personas escribimos más fino
que como hablamos. Y eso el público lo nota.
A muchos les aterra la idea de hablar en público sin un guion minucioso, pero lo
cierto es que así es como hablamos en nuestra vida cotidiana. Uno tan solo sabe
lo que quiere decir, y lo dice. Hacemos eso cuando hablamos por teléfono,
cuando discutimos de fútbol con los amigos, o cuando explicamos cómo
arreglaríamos el problema de Cataluña en cuatro días si nos dejasen.
El señor Kane ha muerto. La bola de cristal, tras rodar por una escalera, se
rompe en mil pedazos coincidiendo con la nota grave de un fagot. Fin de la
primera secuencia.
¿Qué es Rosebud? ¿Qué significa esa palabra? ¿Por qué justo antes de morir este
señor, casi sin fuerza, la pronuncia? Tendrán ustedes que ver la película. Pero
este, amigos lectores, es un magnífico ejemplo de una introducción que despierta
interés. Y, como habrá adivinado, pertenece a la magistral película de Orson
Welles, Ciudadano Kane.
Por el contrario, si usted inicia su disertación con unas palabras que carecen de
todo interés, tales como “Pues bien…”, probablemente su auditorio empezará a
marcharse. No todos lo harán físicamente. Los más educados quizás aguanten en
sus asientos. Pero su mente emprenderá un largo viaje. Y una vez, amigo mío,
que la mente de sus oyentes empiece a viajar a exóticos lugares distantes, o
empiece a retrotraerse a episodios de su niñez, ya será demasiado tarde, ya no
podrá volver a recuperarles.
Así que, no es exagerado afirmar que el éxito de lo que diga, por mucha calidad
que tenga su trabajo, por mucho conocimiento que demuestre, o por más práctico
que resulte, dependerá en gran medida de si ha captado el interés con sus
primeras palabras.
De ahí que pongamos todo el énfasis del mundo en aconsejarle que concentre
toda su pericia en preparar una introducción interesante, que tenga tanta fuerza y
gancho que obligue a su público a pegar el culo al asiento de sus butacas, y
mantenerlo ahí hasta que acabe.
¿Qué ideas puede utilizar para preparar una buena y efectiva introducción? Ahí
van algunas.
▪ Sea impactante. Sus primeras palabras deben sorprender. Pero no tenga prisa
por empezar. Algo tan sencillo como esperar unos cuantos segundos antes de
hablar, creará una atmósfera de expectación hacia lo que va a decir a
continuación, que le hará ganarse la atención de la mayoría de sus oyentes.
▪ Utilice una frase célebre. Que guarde clara relación con el tema, claro. La
frase de Gandhi “Vive como si fueras a morir mañana” es preciosa, pero quizá
no sea la mejor para iniciar una conferencia en la planta de oncología de un
hospital. Una afirmación contundente, bien declamada, con la que las personas
que le escuchan puedan sentirse identificadas, sin duda sería una baza a su favor.
▪ Pregunte algo. Esta opción es siempre una garantía de éxito. Muy mala tiene
que ser la pregunta para que cualquiera de sus oyentes no le conceda unos
segundos de gracia mientras piensa la respuesta. Eso sí, ya que tiene un recurso
que funciona bien, cúrreselo un poco. No haga una pregunta demasiado obvia, y
desinfle en un nanosegundo a sus oyentes. Plantee una cuestión atractiva e
interesante, una de esas que provoque la necesidad de obtener la respuesta.
▪ Use una metáfora. Las metáforas, o las comparaciones, suelen ser un buen
recurso. Temas como una receta de cocina, un deporte en equipo, o una orquesta
sinfónica, pueden ser fácilmente asimilados a otros asuntos y dar un cariz
pedagógico a su introducción. Eso sí, evite las metáforas con mucho fleco que
explicar, y las que sean técnicamente complejas, a menos que su auditorio de la
talla. Por ejemplo, si usted habla de que, tal y como una garrapatea es más breve
en su duración que una semifusa y comparativamente las cocheas son
lentísimas… ya puede venir ahora el paralelo más fácil del mundo, que a menos
que su auditorio sea un alumnado de conservatorio, habrá errado en su elección.
▪ Apoyos visuales o auditivos. Este es un recurso muy potente para captar la
atención. Sea una imagen proyectada en un monitor, un gráfico, o una bonita
sintonía, debe utilizar el buen gusto y ajustar el tiempo de uso. Buen gusto en el
sentido que no queremos utilizar imágenes que hieran la sensibilidad de los
invitados por escabrosas, sexualmente explícitas o escatológicas. Y si usa
música, que sea de buen gusto, y a un volumen apropiado. AC/DC quizás no sea
la mejor opción. Y si lo que utiliza es un objeto real para captar el interés del
público, tenga sentido común y sea razonable. Escoja algo que pueda ser visto
por la mayoría de su auditorio, y que no le haga parecer un payaso. No aparezca
con un ala delta de colores chillones en el estrado, ni con una semilla de algo
entre sus dedos. Cierto es que actualmente muchos conferenciantes tienen la
ventaja de ser grabados con cámaras y su imagen aparece en pantallas gigantes.
Solo sea coherente.
Ni que decir tiene que puede combinar entre sí las diferentes técnicas de las que
acabamos de hablar.
Por favor, lea conmigo pausadamente en voz alta: “Uno… dos… tres… cuatro…
cinco”. Perfecto, muchas gracias.
Si ha hecho usted bien el ejercicio anterior, (que tampoco era tan difícil,
caramba), ha superado en un segundo el tiempo que tarda un entrevistador en
hacerse una impresión de la persona a la que va a entrevistar para un puesto de
trabajo. En la mayoría de los casos, esa primera impresión resultará determinante
a la hora de decidir si contrata o no al aspirante.
Es abrumador pensar que en tan solo cuatro segundos, uno puede estar
jugándose los próximos cuarenta años de su vida, ¿verdad? “Pero si aún no me
ha dado tiempo ni a saludar”, quizá piense. Pero lo cierto es que en esos cuatro
segundos el entrevistador ha tenido tiempo de ver más cosas de usted de las que
quizá pueda imaginar.
Esto es tan importante para el entrevistador, porque la misma ansiedad que tiene
usted por conseguir el empleo seguramente la tendrá él por no meter la pata y
contratar a alguien problemático. En teoría, cualquiera de los quince que va a
entrevistar esa mañana le valdría, así que va a tratar de encontrar a alguien que le
caiga bien a la gente, que no huela a sudor, que no salude con las manos
húmedas, y que no se vista como si hubiera sobrevivido a un apocalipsis zombie,
para que el jefe de verdad, cuando lo vea, le guiñe el ojo y le diga: “buen
trabajo”. ¿Quiere usted el empleo? Pues ya sabe por dónde empezar.
Si el trabajo es para un puesto que va a requerir llevar traje, puede ir con uno a la
entrevista, pero recuerde no llevar su mejor conjunto. No queremos bajo ningún
concepto que vaya más elegante que el propio entrevistador. Recuerde que, en
muchas ocasiones, éste va a fichar a un futuro compañero de trabajo, y quizá no
le apetezca contratar a alguien que desde el primer día le esté haciendo sombra.
Así que, de nuevo, algo sencillo pero elegante, que podría perfectamente llevar a
la oficina el día siguiente si le dan el puesto.
Segundo, el cuerpo. Salga lavado y aseado de casa. El pelo bien arreglado. Las
manos dicen mucho de una persona, así que haga un esfuerzo por no morderse la
uñas y llevarlas lo más cuidadas posible. En cuanto a su barba, tiene dos
opciones (Eso si es hombre. Si es mujer, lo que tiene es un problema): O bien
afeitado, o bien con una barba bien cuidada. La barba de dos días no suele dar
buena imagen.
Ah, y los dientes. Cepíllese a fondo, use hilo dental y tómese un bote de Smint si
hace falta, pero que al saludar al entrevistador éste huela a menta, o en último
caso, que no huela nada. No sería el primer aspirante supercualificado que se
queda en la calle por olerle la boca como el vestuario de un orco.
“(…) del magnánimo Esténtor, que tenía vozarrón de bronce y gritaba tanto
como cincuenta hombres juntos”
Ilíada: V, 778 y ss
De este mitológico héroe que tomó parte en el sitio de Troya, nace el término
estentóreo/a, que utilizamos por ejemplo para indicar que una voz es fuerte o
robusta.
En nuestro reputado diccionario de la RAE, se define este adjetivo de la
siguiente manera: “Dicho de la voz o del acento muy fuerte, ruidoso o
retumbante”.
Si usted tiene una voz potente, varonil o grave, permítame felicitarle. Tiene
mucho ganado para tener a su auditorio atento a poco que discurse medio bien.
Mire usted al difunto Constantino Romero, que con esa voz prodigiosa no solo
dobló a actores tan destacados como Clint Eastwood, Arnold Schwarzenegger, o
a personajes como Darth Vader, sino que se hinchó a hacer anuncios. Que gusto
daba escucharle.
Existe gente con una increíble capacidad para hablar durante horas de un tema,
sin consultar ningún tipo de nota. Alguien que puede dar fe de ello es la
periodista de la NBC Andrea Mitchell. Esta veterana reportera recuerda en sus
memorias como, en una ocasión, tuvo la oportunidad de entrevistar nada menos
que a Fidel Castro. Recién empezada la entrevista, le formuló al difunto líder
cubano una pregunta de apenas 30 segundos, y éste le estuvo respondiendo…
durante 45 minutos.
Si, por el contrario, uno escribe todo su bosquejo con el mismo tipo de letra, sin
establecer ninguna división fácilmente identificable a simple vista, corre el
riesgo de que, con los nervios, al mirar el papel uno vea tan solo un conjunto de
letras inconexas y se pierda. El perderse en el guion tan solo servirá para
aumentar su nerviosismo, lo cual le hará más difícil retomar el hilo de la
conferencia. Eso sin duda le pondrá aún más nervioso, mirará al papel pero las
letras le parecerán manchas borrosas. Vendrán más nervios, un ataque de pánico,
el consiguiente paro cardiaco… Bueno, quizá todo eso no pase. Pero, ¿por qué
arriesgarse?
Otra idea respecto al soporte en el que lleva su discurso: el papel no mola tanto
como el iPad, pero falla menos. Aunque lleve su conferencia en la tablet, no
olvide llevar una copia de respaldo en papel. Le aseguró que sé de lo que hablo.
Y otra más: escoja un tamaño de letra adecuado. Ni tan grande que tenga que
estar continuamente pasando páginas, ni tan pequeño que tenga que pegarse los
papeles a la nariz. Escoja uno que le permita leer con comodidad a una distancia
de unos 40 centímetros de los ojos.
Pero cuidado, tampoco se trata de economizar tanto las palabras que convirtamos
nuestro discurso en un mensaje cifrado. Si somos demasiado crípticos, es posible
que al tener que dar el discurso dentro de unos meses nuestros propios apuntes
nos parezcan estar copiados de la tumba de Tutankamon, lo cual sería igual que
no haber apuntado nada.
Con el tiempo irá encontrando el estilo de bosquejo que más se adapte a sus
características como orador, y aprenderá a depender cada vez menos de las notas.
Mientras ese día llega, en la oratoria, como en todas las facetas de la vida…
cuidado con perder los papeles.
COMO MEJORAR LA VOZ
“¿Ese soy yo?”, decimos horrorizados, y nos sorprende que nuestros amigos no
se tapen los oídos asqueados cada vez que hablamos.
Y lamento decirles esto, pero la voz es, junto con otras características como el
color del pelo o la estatura, algo que no vamos a poder cambiar por más que nos
gustaría. Y para esto, tristemente, no hay ni tintes ni tacones. Pero el que no
podamos cambiar nuestra voz, no quiere decir que no podamos mejorarla. De
hecho, existen maneras de potenciar tanto el volumen como el tono de la voz, y
ni que decir tiene que para un conferenciante una buena voz puede ser una
herramienta tremendamente eficaz a la hora de transmitir la información.
Con los ejercicios que les proponemos a continuación, (puede aplicarlos junto a
los de nuestro artículo Uso eficaz de la voz), quizá no llegue a tener la voz de
Ricardo Solans, o Concha García Valero, pero al menos seguro que cuando
empiece hablar no habrá quien piense que lleva demasiado apretados los
calzoncillos, o quien salte a hacerle la maniobra de Heimlich pensando que se ha
atragantado con un canapé.
▪ Relaje los músculos tensos. Este es un factor fundamental para tener una
buena voz. Es sorprendente lo que puede mejorar la voz si aprende a relajarse
cuando habla. Relaje los músculos de la garganta concentrándose en ellos y
destensándolos consciente-mente. Las cuerdas vocales funcionan como las
cuerdas de una guitarra. Si están demasiado tensas el sonido que produzcan será
más agudo, pero al relajarlas el sonido se vuelve más grave y por lo tanto más
agradable.
Antes de su conferencia, tómese unos minutos para relajar el cuerpo entero: las
rodillas, las manos, los hombros, el cuello… De ese modo mejorará la
resonancia que necesita para proyectar la voz. El tono de la voz, que se genera
en la laringe, no solo reverbera en la cavidad nasal, sino también en la estructura
ósea del pecho, los dientes, el paladar y los senos faciales. Piense de nuevo en
una guitarra: si coloca un peso en la caja de resonancia, el sonido se amortigua;
la caja debe poder vibrar libremente para conseguir la resonancia apropiada. Lo
mismo ocurre con las estructuras óseas del cuerpo, que los músculos sujetan. Si
la resonancia es adecuada, porque el cuerpo no está agarrotado, podrá modular la
voz debidamente y expresar los sentimientos con sus diferentes matices.
Conseguirá hablar a un público numeroso sin tener que forzar la voz.
Y no solo debe relajar su cuerpo, sino también su mente, pues la tensión mental
provoca tensión muscular. De todas maneras, de cómo aliviar la tensión mental
que provoca hablar en público hablamos en otros artículos.
Y por último: una buena calidad vocal no depende solo de la fisiología de la voz,
sino también de nuestra personalidad. De hecho, aunque no entendamos el
idioma en que hablan dos personas, cuando el tono de una de ellas es humilde,
paciente, amable y cariñoso, y el de la otra es altivo, intolerante, crítico y áspero,
no nos resulta difícil percibir la diferencia.
Pero, ¿qué nexo de unión podemos hallar entre el genio austríaco y nuestros
recursos y capacidades en la oratoria? Permítame demostrarle en los dos
siguientes artículos que no estoy mezclando churras con “meninas”.
La Sinfonía nº 94 en sol Mayor, contiene un ejemplo de algo que los oradores
debemos de vez en cuando incorporar en nuestras conferencias. Haydn tenía la
coherente costumbre de molestarse cuando, algunos asistentes a sus conciertos,
en vez de disfrutar de la maravillosa música que él magistralmente había
compuesto, optaban por dormir.
En esos casos, déjese inspirar por Haydn. Incorpore alguna sorpresa. Puede ser
muy útil incluso para cuando el público empieza a ausentarse aunque de cuerpo
estén presentes. Con sus cuerpos mortales en la silla, pero con sus mentes
viajando en yate con Megan Fox.
Eleve inesperadamente el volumen de la voz para enfatizar una idea, hágalo
como el compositor, aunque su escrito no lo indique, pero traiga de vuelta al
mundo de los conscientes a aquellos que están allí frente a usted mirándole sin
verle.
Para ello, usted podrá pensar previamente donde su presentación tiene poca
fuerza, en que partes el contenido es más denso o tedioso y como enmendar el
déficit de atención con pequeños efectos inesperado. Una palmada al aire. Un
silencio muy prolongado, roto por una frase en voz alta. Un comentario loco. Un
ademán exagerado. El amago de lanzar algo al auditorio, con mucho cuidado,
por si el amago no queda en tal y se mete en un problema. Bueno, tampoco hace
falta que haga el payaso, aunque mejor es eso que aburrir al respetable.
La verdad es que hay mil maneras de adecuar el efecto sorpresa al fluir de su
conferencia y en muchos casos es solo cuestión de pensar sobre el papel, cuando
estamos en la fase de preparación, cómo echarle imaginación.
¿Será esto extrapolable para los que nos toca hablar en público? Permítame que
lo piense… ¡Ya lo tengo!
“Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero
significado de su credo: ‘Creemos que estas verdades son evidentes: que todos
los hombres son creados iguales’.
Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de
los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de
sentarse juntos en la mesa de la hermandad.
Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación
donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su
carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy!
Yo tengo el sueño de que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados,
con un gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la
anulación; un día allí mismo en Alabama, pequeños niños negros y pequeñas
niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y
niñas blancas como hermanos y hermanas…
¡Yo tengo un sueño hoy!”
Que útil puede resultar este recurso de la repetición cuando se usa con maestría,
tal y como lo hacía el gran compositor Haydn o el pastor estadounidense de la
iglesia bautista y Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King, Jr.
La pausa dramática o pausa para crear expectación es tan solo uno de los
recursos que podemos utilizar mediante variar el tempo o el ritmo del discurso.
Hablaremos un poco de este fascinante tema en el presente artículo.
Siempre que uno no se vaya a los extremos por demasiado rápido o por
demasiado lento, puede ser un buen conferenciante tan solo adaptando la
velocidad de su charla a su habla cotidiana, para sonar creíble y natural. Es cierto
que hay fases en una conferencia en las que uno debe adecuar la velocidad al
contenido de su discurso. Como en la vida real, vaya. Seguro que no habla igual
de rápido cuando está en el bar discutiendo de fútbol con los amigos, que
cuando, al día siguiente, está intentando que su esposa le perdone por haber
llegado a casa a las cinco de la mañana. Cuanta más carga emocional tenga
nuestra habla, más despacio deberemos hablar. Y también es bueno reducir la
velocidad al enunciar los puntos principales del discurso, o al hacer un resumen
del mismo antes de finalizar.
Pero, hablemos más deprisa o más despacio, siempre debemos hacer las pausas
correspondientes. Enumeremos ahora los tipos de pausa que debemos manejar.
▪ Pausas de puntuación. Seguramente se habrá fijado en que, en las líneas de
los libros, hay unas pequeñas marcas entre media de algunas palabras y al final
de algunas frases. Se llaman signos de puntuación. En serio.
Sé que, de puro evidente, puede parecer absurdo lo que estoy diciendo, pero lo
cierto es que más de un orador que conozco debe pensar que esas marcas están
de adorno, o son manchas de tinta. De manera que leen y leen sin miedo al
mañana, y si paran de vez en cuando es porque se quedan sin aire. No haga como
ellos. Recuerde que los signos de puntuación están ahí para darle sentido a la
lectura, y para permitirle respirar.
Si, movido por los nervios, no hiciera las pausas correspondientes en los puntos,
las comas, y los puntos y aparte, no solo emborronaría completamente el sentido
de su conferencia, sino que podría desmayarse por una insuficiencia respiratoria.
Algo que sin duda sería molesto para usted, aunque encontrase cierto nivel de
aceptación en muchos de sus oyentes.
Pero hay otra serie de situaciones ante las cuales algunos oradores no saben
cómo reaccionar. Por ejemplo, imaginé que estando usted en el escenario,
irrumpe en la sala un tipo desnudo y se pone a corretear por el patio de butacas.
Algunos oradores piensan que, para evidenciar que uno controla la situación, lo
mejor es seguir hablando como si nada hubiera pasado. Pero no. Bastante difícil
es retener la atención del auditorio en circunstancias normales, como para
hacerlo con un tío en pelotas corriendo por los pasillos. Cualquier cosa que diga,
aunque sea la cura para el cáncer, va a ser ignorada por la concurrencia.
En definitiva, su manejo de las pausas puede realmente ser la diferencia entre ser
un conferenciante normalito, un buen conferenciante, o uno realmente brillante.
Ahora, antes de que se duerma, piense en otra situación. Acaba de llegar a casa,
y al entrar en el portal los vecinos le han dicho que durante la mañana han
cortado el agua. De manera que, cuando abre el grifo para lavarse las manos,
escucha primero como el aire acumulado regurgita por la cañería, y después el
líquido elemento le deleita con una serie de repentinas e inconexas explosiones
que no le lavan las manos, pero a cambio consiguen empaparle los pantalones y
salpicar completamente las paredes del baño. Desagradable, ¿no es cierto?
No se debe confundir fluidez con velocidad. Cada persona habla a una velocidad
diferente, y siempre que no se vaya uno a los extremos de parecer Antonio
Ozores, o hable tan despacio que su interlocutor piense que le está dando un
ictus, todas las hablas pueden resultar agradables.
Y, por el contrario, cuando de lo que se trate sea de arengar a las masas, como en
un mitin político, vaya aumentando gradualmente tanto la velocidad como el
volumen de su disertación, y al llegar al punto culminante, sin forzar demasiado
la voz, (si le sale un gallo la hemos fastidiado), acabe lo más alto posible. Notará
el subidón de adrenalina de su auditorio. Si rompen a aplaudir, objetivo
conseguido.
Y por último, las muletillas. Oradores que intercalan la misma expresión vez tras
vez a lo largo de todo su discurso. Normalmente al acabar una frase. Las más
comunes son “... ¿verdad?”, “... ¿vale?”, “... ¿no?”, y otras similares, que harán
que quien le oiga desconecte de su disertación, o se dedique a hacer apuestas con
sus amigos a ver cuántas veces es capaz de repetir la misma muletilla de aquí al
final.
A pesar de que, minutos antes, una voz en off advirtió a todos los asistentes que
apagaran sus teléfonos móviles o los pusieran en silencio, tan solo transcurrieron
unos segundos, cuando, apenas habían sonado dos arpegios y el sonido de un
smartphone adulteró la audición con un politono desagradable fuera de lugar.
Pues había pasado ni un nanosegundo del sonido del móvil, cuando él ya había
incorporado, las mismas notas que había emitido el aparato electrónico, al final
de uno de sus arpegios interminables. Giró y sonrió al auditorio con amabilidad
y empezó a desplegar con aquellas notas del teléfono móvil, un abanico
impresionante de modificaciones, armonizaciones e improvisaciones.
Posiblemente no era la primera vez que le pasaba aquello, y tenía preparada una
salida elegante a la situación. Un gigante del jazz latino actual, genio en lo
musical, caballero en las formas y en la educación.
En estas ocasiones inesperadas, habrá que improvisar pero, tenga buen talante al
resolver estas coyunturas. Aunque el autor de la interrupción sea alguien del
auditorio, no se muestre ofendido pues podría ganarse la antipatía de sus
oyentes. Aprenda a tener alguna broma o reflexión que le catapulte aún más
como orador gracias a la interrupción. Recuerde: “las improvisaciones son
mejores cuando se preparan”.
Hace ahora algunos años, fui un día con la familia a una especie de recital en el
que actuaba un amigo de mi hija. El chaval, un simpático niño brasileño que
tendría por aquel entonces unos doce años, tenía que subir al escenario y recitar
un par de páginas de un antiguo libro de poesía. Estuvimos hablando con él antes
de empezar el evento, y la verdad es que el pobre crio estaba como un flan.
Tratamos de tranquilizarlo diciendo que le iba a salir muy bien, lo típico, y el
padre me dijo, sin que nadie lo oyera, que estaba deseando que acabase aquello,
porque el chico llevaba semanas obsesionado con su actuación.
No se puede imaginar lo que sufrimos los que, desde abajo, le estábamos viendo
pasar páginas adelante y atrás tratando de localizar el texto que debía leer.
Finalmente, al cabo de unos 30 segundos que parecieron 30 horas, y justo antes
de que su madre empezara a hiperventilar, encontró la página correcta y siguió
leyendo.
Ensayo, ensayo, ensayo. Una de las claves del éxito de todo buen conferenciante.
Igual que usted no estaría cómodo de ayudante de un lanzador de cuchillos que
no hubiera ensayado antes, su auditorio se incomodará si nota que no ha
ensayado previamente su conferencia. Pero, como tantas otras cosas, para que el
ensayo cumpla su propósito hay que hacerlo de la manera correcta.
El objetivo del ensayo, por lo tanto, es fijar en su mente los puntos principales de
su discurso, el orden en el que debe presentarlos, y los pequeños detalles que
apoyarán su argumentación. Y luego, teniendo las ideas claras, dejar que el
cerebro vaya escogiendo sobre la marcha las palabras que vaya a utilizar.
Cuando tenga clara en su mente la estructura del discurso, eso le dará seguridad
en sí mismo y le ayudará a ponerse menos nervioso. Esto que acabamos de decir
es, por supuesto, incompatible con llevar el discurso escrito palabra por palabra.
Si quiere aprender cómo elaborar un guion eficaz resumiendo los conceptos,
busque el artículo que escribimos al respecto en alguna parte de este libro.
Una vez que tenemos claro nuestro objetivo, ¿dónde y cómo debemos ensayar?
En cuanto, al lugar, puede parecer una obviedad, pero lo ideal es ensayar en el
sitio donde vayamos a dar la conferencia. Así nos familiarizamos con el tamaño
del escenario, con la disposición del público, y con todos los detalles del
auditorio. Evidentemente, eso no siempre es posible, pero lo que al menos sí
deberíamos intentar antes de dar una conferencia es ver físicamente el lugar
donde ésta tendrá lugar. También es importante saber de antemano detalles como
si habrá atril, o tendremos que sujetar los papeles con la mano; si habrá
micrófono, y de qué tipo será; si estaremos de pie o sentados; donde estará la
pantalla, en caso de que haya proyecciones... Así, cuando pensemos en la
conferencia, podremos visualizar mentalmente el entorno, y el día de la
presentación no estaremos en un entorno completamente desconocido, lo cual
sin duda aumentaría nuestra ansiedad.
Si, como hemos dicho, no podemos ensayar en el mismo lugar donde daremos el
discurso, vamos a intentar recrear al máximo el ambiente de ese auditorio en
nuestra casa. Si sabe que habrá atril, improvise uno con una caja de cartón sobre
una silla. Si tendrá que llevar un micro en la mano, busque algo que se le
parezca, como un rotulador gordo, y ensaye con él. Y coloque unas cuantas sillas
a modo de auditorio para practicar el contacto visual con el público. Para alguno
de esos ensayos sería ideal contar con público de verdad, así que trate de reclutar
como auditorio a algunas personas que le aprecien de veras. Incluso pudiera
servir alguien de su familia.
Lo que nunca debe hacer, no importa quién se lo haya dicho, es ensayar ante el
espejo. El espejo es útil para comprobar antes de salir a escena que va bien
peinado, con la corbata derecha, y la bragueta cerrada. Y ya está. Ensayar ante el
espejo le da una visión distorsionada de su conferencia, porque usted se
acostumbra a hablar frente a un tipo muy simpático, que le mira a los ojos
continuamente, sin que eso le incomode en absoluto. Y el día de la conferencia
se encuentra ante 200 desconocidos, cuyo contacto visual le crea una gran
ansiedad, y por más que mire a su alrededor no encuentra al tipo ese tan majo
que le escuchaba dentro del espejo de su casa. A eso debemos unir el hecho de
que, la mayoría de nosotros, cuando estamos un tiempo delante de un espejo sin
que nos vea nadie, acabamos irremediablemente haciendo el tonto. Y eso
tampoco ayuda.
Lo que sí es muy práctico es grabar su ensayo en vídeo. Con los móviles de hoy
es tremendamente fácil. Eso sí que le dará una visión real de lo que van a
presenciar los asistentes a su conferencia. No se agobie si lo que ve las primeras
veces le quita las ganas, no solo de dar la conferencia, sino de seguir
relacionándose con la humanidad. Sea paciente, identifique las cosas en las que
debe mejorar, y vaya trabajando en ellas una a una.
Y, ante todo, ensaye repetidas veces su charla, pero no se agobie. Lo que todos
deseamos, y evidentemente usted más que nadie, es que la conferencia le salga
de maravilla. Pero salga bien, regular, o incluso mal, la vida sigue. Así que no se
obsesione. Quítele importancia al asunto y verá cómo se relaja y le sale incluso
mejor. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que ante cientos de personas y con
millones de telespectadores se líe y diga “Es el alcalde quien quiere que sean los
vecinos el alcalde”?
Durante 47 largos días aquella pintura del genio francés estuvo colgada en una
de las paredes del museo, y para entonces se calcula que alrededor de 116.000
personas vieron aquel lienzo.
Solo entonces, casi dos meses después de su presentación, alguien muy
observador y amante del arte se dio cuenta de un pequeño detalle.
El ser observador, como lo fue aquel anónimo personaje, puede y debe ser una
fuente de la que se nutra un buen orador. Permítame que lo explique con otro
ejemplo, en este caso uno cuyo protagonista yo conocí personalmente.
Hace años asistí a una especie de taller de oratoria impartido principalmente por
un ponente sueco. Me encantaba la riqueza y variedad de sus recursos al exponer
temas muy diversos. Recuerdo especialmente como aquel hombre siempre tenía
a mano alguna anécdota, algún ejemplo histórico, o alguna descripción artística
que utilizaba como puente para introducirse o como apoyo para alguna
explicación. Aproveché una de las ocasiones en que puede estar a solas con él y
le pregunté de donde sacaba toda aquella batería de ilustraciones y ejemplos tan
bien traídos y su respuesta fue la siguiente: “Hay que ser muy observadores.”
Luego vinieron otras pruebas, en las que se les hacía preguntas concretas…
¿adivina sobre qué? Efectivamente. Una de las pruebas era sobre un documental
de la naturaleza, y otra sobre una película de Disney. La siguiente visita que
hicieron en la ciudad, concretamente a unas imprentas del barrio de Brooklyn,
tuvo un enfoque totalmente diferente por parte de los alumnos. Todos iban
concentrados, con libretas tomando nota de todo detalle y empapándose de
aquella experiencia.
Por cierto, permítame que le haga una prueba simple para determinar si usted es
observador: ¿Recuerda quién era el autor del cuadro que estuvo durante semanas
colgado al revés en aquel Museo de Nueva Orleans?
Si ha contestado usted Matisse, enhorabuena. Tiene usted ciertas dotes de
observación. Solo que no fue en Nueva Orleans, sino en Nueva York.
Hay algo que usted está haciendo ahora mismo, que los animales no pueden
hacer, una sexta parte de la humanidad tampoco porque no ha aprendido, y los
concursantes de Mujeres, Hombres y Viceversa pueden hacer, pero con
dificultad. ¿Qué es? Leer.
Si le ha costado contestar alguna pregunta, es bastante posible que, aun sin llegar
al nivel Paquirrín, sus hábitos de lectura sean bastante mejorables.
Si piensa usted que su problema es que no tiene tiempo para leer, recuerde que
en este asunto, como en tantos otros de la vida, la regularidad es lo importante.
Tan solo quince o veinte minutos diarios pueden irle despertando el gusto por la
lectura. Teniendo en cuenta que el español promedio ve la televisión cuatro horas
y media al día, no parece que sea demasiado pedir.
Otros no disfrutan leyendo quizá porque no han aprendido a hacerlo bien, que es
la misma razón por la que cuando vamos a un restaurante chino acabamos
tirando los puñeteros palillos y pidiendo un tenedor. A continuación algunos
consejos para disfrutar más de la lectura.
▪Sea selectivo. La vida es demasiado corta para leer malos libros. La lectura, al
igual que la comida, debe seleccionarse con cuidado. Si empieza un libro que no
le gusta, mi consejo es que le dé una pequeña oportunidad, quizá de 20 o 30
páginas. Hay libros a los que les cuesta despegar. Pero si aun así le sigue
aburriendo, déjelo y empiece otro. Si se ha gastado el dinero y le da pena dejarlo
a medias, usted mismo. Tan solo piense que el dinero se recupera, pero el tiempo
no. Leer debe ser un placer, no un castigo o una imposición. Afortunadamente, la
variedad es tan grande, que cualquiera que se lo proponga puede encontrar el
tipo de libros que le emocionen.
A nosotros, llámenos raritos si quiere, nos gusta comparar las conferencias con
películas. Y dividimos las películas en tres categorías:
La primera serían las películas malas. Existe cierto tipo de películas que son tan
absolutamente abominables, con unas interpretaciones tan deplorables, un
argumento tan absurdo y unos efectos especiales tan penosos, que uno, en el caso
de que consiga verlas hasta el final, no consigue quitárselas de la cabeza por más
que lo intente. Y lo cierto es que alguna de estas abominaciones ha alcanzado la
categoría de película de culto, precisamente por lo bizarro de su ejecución. A
bote pronto se me ocurre esa genial obra de Pedro Temboury llamada Kárate a
Muerte en Torremolinos, pero igualmente serviría Sharknado, Aquí llega
Condemor el Pecador de la Pradera, Batman y Robin, o cualquiera de Adam
Sandler.
Pues con las conferencias pasa lo mismo. En el mundo, todos los años, se
pronuncian miles de conferencias. Algunas son espantosamente malas, y elevan
a otro nivel el concepto “vergüenza ajena”. Seguro que muchos de nosotros
hemos sufrido en nuestras carnes alguna de estas gloriosas intervenciones, y aun
sentimos un morboso placer al recordarlo.
Contar historias ha sido durante siglos uno de los métodos más eficaces para
transmitir información. Lo cierto es que nuestro cerebro está diseñado de tal
forma que las historias se pegan a nuestras conexiones neuronales como una
lapa, y es por eso que recordamos sin esfuerzo los cuentos que nuestros padres
nos contaban de pequeños, pero tenemos dificultad para recordar donde dejamos
aparcado el coche ayer por la noche. La causa por la que al cerebro le atraen más
los cuentos que a Ernesto de Hannover una barra libre es algo que sigue
fascinando a los investigadores.
Los publicistas utilizan constantemente este recurso (vea por ejemplo los
magníficos anuncios de Campofrío), y también lo usan muchos expertos
conferenciantes. Algunas de estas historias han trascendido en el tiempo, como
el famoso I have a dream, de Martin Luther King, que, 50 años después, sigue
siendo uno de los alegatos más famosos de la igualdad entre razas y contra las
políticas de discriminación.
Las ventajas del storytelling se podrían resumir en tres apartados:
▪ ¿Qué nos inspira? Podemos contar buenas historias respecto a qué nos sirve
de fuente de inspiración, o respecto a cómo se nos ocurrió la idea. No sabemos
cómo se le ocurrió a Einstein la teoría de la relatividad, pero sí nos acórdamos de
cómo Newton descubrió la ley de la gravedad. ¿La diferencia? Una buena
historia.
▪ ¿Qué obstáculos hemos superado? Edison tuvo que hacer más de mil intentos
para conseguir una bombilla que funcionase. Si yo fuera él, y tuviera que vender
la idea, ese sería el dato que daría para convencer a los futuros inversores.
¿Habría mejor manera de convencerles de que soy un tipo perseverante?
Como última sugerencia, las historias que mejor funcionan son las que le han
sucedido a uno mismo. Esto es porque cuando alguien nos confía algo personal,
tendemos a confiar en esa persona de manera instintiva.
Lo visto hasta ahora es tan solo una pincelada de lo que podemos hacer para
lograr que nuestra conferencia sea especial. Hay mucho más que hablar del
storytelling, y además existen muchos otros métodos. Podemos usar medios
visuales, jugar con las pausas, la modulación y el tono de la voz, o trabajar el
lenguaje corporal y el contacto visual.
Pero para saber cómo usar todas estas técnicas, solo tiene que seguir leyendo
este magnífico libro.
PELIGRO. REDES
El forastero se los enseña. El pescador agarra la moneda con sus callosas manos,
la observa unos segundos, y mientras se la guarda en el bolsillo, le dice al recién
llegado: “Yo soy Winslow Homer”.
Es obvio que el señor que preguntó por él, en cierta medida lo conocía. Es
posible que incluso estuviera muy familiarizado con su obra. Debido a la
admiración que sentía por él, estuvo dispuesto a viajar desde lejos, y a entregar
la suma de 25 centavos (una cantidad no desdeñable en aquel tiempo), para verlo
en persona. Pero el hecho de que, teniéndolo delante, no fuese capaz de
identificarlo, revela que realmente no lo conocía, o al menos no tan bien como
llegó a conocerlo desde aquel momento.
Está claro que, entre conocer algo, conocer algo bien, y conocerlo
perfectamente, puede haber un abismo. En nuestros artículos insistimos muchos
en que, para un orador, es crucial conocer las cosas con total exactitud. De
hecho, el mismo vocablo “conocer” tiene diversas acepciones que pueden
inducir a confusión. Si no me cree, lea las acepciones que recoge la RAE en su
diccionario. La entrada 5, por ejemplo, utiliza la definición “experimentar, sentir
algo”. Ejemplo: “Alejandro Magno no conoció la derrota”. Y la acepción
número 6, sorprendentemente, apunta el significado de “tener relaciones
sexuales”. Por eso, en algunas traducciones de la Biblia, leemos en el Génesis
que “Adán llegó a conocer a Eva y ella llegó a estar encinta de Caín”.
¿Ha oído usted hablar, o sabe lo que es un hoax? Esta palabra (cuyo significado
en inglés es engaño, o bulo), hace alusión a las falsas noticias y fraudes en
internet. Tradicionalmente, los hoax se distribuían a través de correos
electrónicos en cadena, pero actualmente se han hecho muy populares gracias a
las redes sociales como Twitter, Facebook o Whatsapp.
Los hoax tienen tres objetivos claros: Estafar, recopilar direcciones de email, o
robar tus datos.
En este caso, la regla “no se crea nada que no pueda verificar”, es especialmente
aplicable a todo lo que llega a través de las citadas redes sociales. Siempre
debemos filtrar la información que nos llega y cuanto más original,
sorprendente, divertida o anecdótica sea, más en cuarentena debemos ponerla.
La policía nacional de nuestro país difunde con cierta asiduidad listas con los
bulos más compartidos en redes sociales. Mujeres con tres pechos, colonias que
te narcotizan, golosinas con drogas, frutas infectadas con VIH… Por eso,
además de animarle aquí a no difundir esos bulos a través de las aplicaciones de
mensajería. Esto le haría ganarse una fama entre sus contactos de poco confiable,
en el peor de los casos, y de cansino, en el mejor.
Para despedirme, y por si quiere reírse un rato, le aconsejo que eche un vistazo a
algunas de la páginas caza hoax que hay en internet, y al pensar en la facilidad
con que muchos se creen este tipo de noticias, verá como lo de que hay vida
inteligente en otros planetas, es incluso más factible que el que haya vida
inteligente en el nuestro. Le deleito con algunas perlas:
“Uno por uno es uno, uno por dos, dos, uno por tres…” en fin, usted ya sabe
cómo continúa. Y seguro que, si tuviera que leerlo en voz alta, (haga la prueba),
lo haría acompañándose de su correspondiente entonación musical. Y es que, lo
crea o no, detrás de las famosas tablas de multiplicar hay una importante regla
nemotécnica.
Aunque, para hablar de este tema, quizás debamos definir primero que es la
nemotecnia (o mnemotecnia, para los más puristas). Pues bien, dicho de la
manera más sencilla posible, la nemotecnia es un procedimiento de asociación
mental que nos ayuda a memorizar con más facilidad.
Pongamos el caso de que nos invitan a dar una conferencia en público. Al llegar
al lugar de la ponencia, le presentan a un gran número de personas que antes no
conocía. En esta tesitura tendrá una dificultad obvia en recordar los nombres de
todas las personas que le van presentando. Pero imagine que, después de
escuchar por primera vez los nombres de decenas de desconocidos, una mujer se
presenta informándole de que su nombre es Eduvigis. Y curiosamente, ese es
también el nombre de su esposa. El que los progenitores de ambas mujeres
tuviesen la ocurrencia de llamar a sus hijas Eduvigis, (aprovechando el hecho de
que los bebés no pueden defenderse), creará en su cerebro una sencilla norma de
asociación, y no olvidará el nombre de esa persona.
En cambio si esa señora se llama María, y es la cuarta María que le presentan esa
tarde, probablemente no sea capaz de recordar que entre su auditorio hay cinco
mujeres se llamaban María, y mucho menos quienes son. Si bien es cierto que
hay otras claves que ayudan a recordar. Si una de las Marías, por ejemplo, mide
un metro ochenta, tiene los ojos verdes, y el pelo largo, y… en fin, no nos
distraigamos.
A principios del siglo XIII, el ejército mongol de Genghis Khan era uno de los
mejores y más temidos de la historia. Sin embargo, los mongoles eran, parece
ser, tan brutos como ignorantes. De manera que, con un ejército que era casi
totalmente analfabeto, ¿cómo podían los generales coordinar retiradas, mandar
ataques relámpagos, o transmitir otro tipo de órdenes complejas? Una
instrucción verbal mal entendida, o una orden confusa dada en el fragor de la
batalla, podían suponer la muerte de miles de soldados e incluso la derrota ante
el enemigo.
Cantar, de hecho, es una forma común en los ejércitos para llevar mejor el tedio
de largos días de viaje. También ayuda para marcar el ritmo de marcha y que los
soldados caminen al mismo tiempo. Pero en este caso, todos y cada uno de los
hombres del ejército mongol aprendieron un conjunto de melodías… sin letra.
El método funcionó tan bien que todas las leyes y reglas de conducta del soldado
mongol fueron pasadas como letra de canciones para que todos y cada uno de los
hombres pudiera aprenderlas y practicarlas.
Como seguro que la mayoría de ustedes son hábiles lectores, y además ya llevan
tiempo siguiendo nuestro blog, seguro que no tienen dificultad en detectar qué
tienen en común las siguientes tres afirmaciones:
Lo cierto es que la autopsia de Napoleón reveló que medía 168 cm., lo cual
quiere decir que, siendo en aquel entonces la media de estatura de los franceses
164 cm., Napoleón no solo no era bajito, sino que fue más alto que la mayoría de
la gente con la que trató durante su azarosa vida. Este hecho coloca a Sarkozy
encabezando en solitario el ranking de líderes franceses con poco futuro en el
baloncesto.
De igual manera, aunque en las tumbas vikingas jamás se han hallado cascos con
cuernos, los ilustradores del siglo XIX decidieron dibujárselos. La razón es que,
al parecer, la cornamenta realza la fiereza y agresividad de quien la exhibe, lo
cual, sin embargo, no fue suficiente para aupar al poder a la reciente candidata
demócrata a la presidencia de los EEUU.
Y por último, si desea usted visitar la tumba de Walt Disney no hace falta que se
compre ropa térmica, porque Walter Elías Disney fue incinerado y sus cenizas
descansan, a temperatura ambiente, en el panteón familiar situado en el
cementerio Forest Lawn Memorial, de Los Ángeles. En la foto que ilustra este
artículo puede usted ver donde se encuentran los restos mortales del papá de
Mickey.
¿Qué relación guardan estos hechos con el arte de la oratoria? Pues demuestran
la tesis de que un buen orador debe estar bien documentado. Es fácil sucumbir a
creencias populares como las antedichas, y usarlas como ejemplos en nuestros
discursos, o incluso construir nuestra alocución alrededor de una inexactitud
científica o histórica. El conferenciante que no se toma la molestia de asegurarse
de la veracidad de los datos que está utilizando en su disertación, corre el riesgo
de ver comprometida la eficacia de la misma.
Imagine por ejemplo que, para hablar de cómo mejorar la capacidad retentiva,
usted, en la introducción a su discurso, utiliza a un pez como ejemplo de mala
memoria, lo cual resulta bastante lógico, habida cuenta de la fama de olvidadizos
que arrastran dichos animalitos.
Pero hete aquí que, entre su público, hay un grupo de estudiantes de biología, o
incluso aficionados, que saben que la supuesta mala memoria de los peces es un
mito, como ha quedado demostrado por todos los estudios científicos realizados
hasta la fecha sobre el tema. ¿Qué sucederá? En el mejor de los casos se reirán
de usted interiormente (o no) durante unos instantes, y, en el peor de los
supuestos, para ese grupo de personas su credibilidad durante el resto de la
conferencia será la misma que tendría Belén Esteban hablando de física cuántica.
Hasta entonces, no sean como los peces, y no olviden leernos… Uy, perdón.
PREPARESE PARA LAS INTERRUPCIONES
Si está siguiendo con atención el desarrollo de este libro, como esperamos que
esté pasando, ya sabrá lo mucho que nos gusta a los autores contar nuestras
batallitas en el campo de la oratoria. En el caso de la que voy a contarles ahora, y
para evitar daños colaterales, diremos que lo que les voy a narrar le sucedió a
otro orador que se encontraba dando una conferencia en un lejano país a miles de
kilómetros de su casa.
Entre su auditorio, concretamente en las primeras filas, había una mujer joven,
de entre 25 y 30 años. Era físicamente bastante atractiva, de profunda mirada, y
un precioso pelo negro digno de un anuncio de Pantene. Al poco de comenzar la
conferencia, y tal como recomendamos en este mismo manual, el orador
mantuvo durante unos segundos contacto visual con ella. Fue un contacto
discreto y moderado, como mandan los cánones, pero suficiente para darse
cuenta de la inusitada atención con la que aquella atractiva joven seguía el
desarrollo del discurso. Sus miradas se cruzaron en más de una ocasión, la de mi
amigo conferenciante y la de aquella joven que bien podía ser modelo, si bien es
cierto que el primero trataba de que no se le notara mucho, entre otras cosas
porque su esposa estaba entre el auditorio.
El caso es que, repentinamente, aquella mujer, sin apartar su mirada atenta hacia
el orador, acercó sus manos a la parte superior de su blusa, y con lentitud
desabrochó el botón de arriba de su prenda. El orador, sorprendido, dirigió
prudentemente sus ojos en otra dirección. Pero usted y yo sabemos que, sin
mirar, los ojos tienen lo que llamamos visión periférica de manera que, pudo ver
lo que continuaba ocurriendo.
Si bien esta experiencia puede resultar un tanto jocosa, pone de manifiesto que
un orador debe saber manejar los imprevistos o las interrupciones con acierto
pues estos pueden presentarse en cualquier momento y romper el curso de su
ponencia. Pueden de hecho hacer que un discurso bien preparado, idóneo y
eficaz fracase, si usted no sabe reaccionar.
El mejor consejo sería tirar de brillantez e improvisar con algo ocurrente, pero lo
cierto es que hay que ser muy bueno para poder hacer algo así. Tan bueno como
fue Barack Obama, que en cierta ocasión llevaba 20 minutos dando un discurso
para defender el programa de salud pública, cuando tuvo que parar para ayudar a
una mujer embarazada que estaba detrás suyo a punto de desmayarse. Cuando
reanudó su discurso dijo: “Esto es lo que pasa cuando hablo demasiado”. El
inquilino de la Casa Blanca demostró en más de una ocasión saber lidiar con los
contratiempos.
No obstante, aquí le vamos a dar una serie de sugerencias, muy útiles para
cuando las musas no le acompañen y su agilidad mental no esté operativa o al
100%.
Seguro que lo que dijo fue precioso, a juzgar por la reacción de los que estaban a
su lado en el escenario, pero tristemente, ni los miles de personas que
abarrotaban el famoso parque, ni los 78 millones de espectadores que hasta 2012
habían visto la película en el cine, supieron nunca cuáles fueron sus palabras.
Si no quiere usted imitar al señor Gump, le animamos a que, mientras está dando
su conferencia, no compita con el sonido de un avión, ni con el llanto de un bebe
encabritado, ni con la tos perruna de un fumador senior ni con otras
interrupciones similares. En estas coyunturas, mantenga la calma y guarde
silencio. Espere a que el ruido boicoteador cese. En el caso del avión, de una
ambulancia, de un camión de bomberos o del afilador, el sonido cesará en breve;
por eso solo se trata de callar, y quizás sonreír al auditorio demostrando que
controla la situación.
Hay mil imprevistos a los que usted tendrá que adaptarse si prospera como
orador público. Son innumerables e inimaginables las situaciones que pueden
darse, pero siempre tenga en consideración que estar calmado y adaptarse es
fundamental.
Hay otra serie de interrupciones sobre las cuales queremos dar un par de
pinceladas:
Imagínese que usted es el CEO de una gran compañía, y que un accionista acude
a la asamblea de socios con la intención de alborotar. (Si este ejemplo le queda
muy lejano, póngase quizás en el papel de que usted es el presidente de su
comunidad y viene un vecino con ganas de reventarle los presupuestos). Durante
su intervención, el accionista (o el vecino del Bajo D), comienza a gritar o a
interrumpirle. ¿Cómo puede usted manejar la situación?
Las variantes son infinitas y deben adaptarse a sus oyentes. Como comprenderá,
no es igual dirigirse a un accionista influyente y podrido de dinero, que al vecino
que debe tres recibos de comunidad y la derrama.
Por último, hay ocasiones en que las interrupciones son de tal calado que la
decisión más sabia es suspender su ponencia. Ejemplos:
Estamos de acuerdo. Esta afirmación es cierta, pero tan solo si usted no deja al
azar este ámbito de la oratoria. Espero que las sugerencias le resulten útiles
cuando en alguna de sus charlas en público tenga que padecer alguna clase de
interrupción, y le ruego me disculpe ahora, acaban de llamar al timbre.
DAR CERA, PULIR CERA
En 1984 se estrenó una mítica película, que emocionó a toda una generación de
adolescentes. Las chicas que iban a verla salían del cine enamoraditas del
protagonista, y los chicos, antes de llegar a casa, ya habíamos ensayado como 50
veces la patada de la grulla. Se trata, en efecto, de la inolvidable Karate Kid.
El pobre Daniel no entiende de qué va aquello, pero como es tan buen tío
accede. Al final resulta, -y atentos todos porque aquí viene la lección-, que los
movimientos de dar y pulir cera, repetidos una y otra vez, otorgaron a nuestro
joven amiguito una destreza increíble a la hora de pelear.Luego viene lo de la
patada de la grulla, la pelea con el malo, el beso de la chica, y los títulos de
crédito.
1/ Lea en voz alta. Coja una novela, el periódico, o una enciclopedia, y lea. Pero
hágalo en alto. Sin miedo. Donde no le escuche nadie, para no tener miedo a
hacer el ridículo. Exagere la entonación, grite, solloce, susurre, varíe la
velocidad, ponga diferentes voces a los diferentes personajes, pruebe con
diferentes acentos, en definitiva: haga el payaso todo lo que pueda. No solo
pasará un rato súper entretenido, sino que acostumbrará a sus órganos del habla a
variar el tono, el ritmo, la intensidad. Aprenderá a controlar la respiración, y
fortalecerá la voz.
Dar cera…
Pulir cera…
Además, alguien con mucho tino y sensibilidad musical, aderezó unas imágenes
en las que se puede escuchar la voz original de Eva Perón, colocando de fondo el
Lacrimosa del Requiem en Re menor de Mozart y, como no podía ser de otra
manera, con ese fondo musical las palabras cobran una fuerza indescriptible.
Pocas mujeres han hablado con tanto magnetismo como Evita la última vez que
se dirigió a sus queridos 'descamisados', el 1 de mayo de 1952. Estaba muriendo
de cáncer y lo sabía. La respuesta de los argentinos ante la pasión de su discurso
y su voz quebrada, testimonian el amor del pueblo por la actriz. Al margen del
contexto político e histórico de esta conferencia, queremos destacar este emotivo
discurso porque es un ejemplo sobresaliente de diferentes cualidades oratorias a
imitar. La pasión, el tono de voz, el sentimiento desgarrador, el valor, el
compromiso… simplemente magnífico.
El autor no fue otro que el icónico Steve Jobs, uno de los ejemplos más
singulares de éxito tras el fracaso, unos de los personajes sobre los que más ríos
de tinta se han vertido. En esta ocasión encandiló a su público con una
disertación brillante, inteligente y reflexiva que podríamos colocar en el olimpo
de las ponencias o discursos. Me estoy refiriendo al discurso que pronunció en la
Universidad de Stanford el 12 de Junio de 2005.
Con una sencillez abrumadora inicia su exposición diciendo: “Me siento honrado
de estar con vosotros hoy en esta ceremonia de graduación en una de las mejores
universidades del mundo. Yo nunca me licencié. La verdad, esto es lo más cerca
que he estado de una graduación universitaria.”
Con esta sencilla introducción el Sr. Jobs, estaba tirando de ironía, y entre otras
cosas estaba diciendo sin hablar: “Queridos niños de papá con bolsillo potente e
influencias poderosas. Por mucho prestigio que tenga esta universidad, por muy
buena nota que saquéis y por muchos contactos que tengáis en vuestras
privilegiadas vidas… probablemente ni en el mejor de vuestros sueños todos en
conjunto cosechéis una milésima parte del éxito, prestigio, fama y dinero que yo
he conseguido”. Acto seguido, el “Mago de Cupertino” desgranó tres historias
vitales que jugaron un papel capital en su vida. A mí personalmente, me
maravilló la forma de conectar emocionalmente con su auditorio. Se trata de una
ponencia cargada de motivación y sentimiento, un digno modelo para ser
analizado y copiado en toda su metodología oratoria.
Otros discursos que desde este espacio quiero recomendar, antes de señalar cual
a mí juicio ha sido el mejor y más importante de todos los que ha habido en la
historia de la humanidad, son los siguientes:
▪ “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. ¿Sabe usted quién pronunció
esta frase? Sin duda fue un momento histórico, porque, como el mismo
personaje pronunció en otro momento del discurso: “Seguramente ésta será la
última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes”. El autor fue el
expresidente chileno Salvador Allende, dirigiéndose a su pueblo tras el golpe de
estado del 11 de septiembre de 1973 orquestado por Pinochet, al que menciona
en el discurso como 'el general rastrero'. De todo lo que dijo en ese emotivo
discurso, que le animo a repasar, hay una verdad incontestable: aquella fue la
última oportunidad que tuvo para dirigirse a sus conciudadanos. A las pocas
horas de pronunciar el discurso, Allende se voló la tapa de los sesos con un AK-
47. Sin duda alguna merece la pena sacar tiempo para analizar el contenido
emotivo y práctico de este gran monumento a la oratoria.
En este caso permítame una licencia, estimado lector, porque voy a robar unas
palabras de otro referente de la humanidad y de la lucha por la dignidad, para
que éste defina y describa el valor de este discurso sin parangón dado en la
ladera de una montaña de Galilea hace dos mil años. Según informes, en una
conversación que tuvieron el líder hindú Mohandas K. Gandhi, y el ex virrey
británico de la India, Lord Irwin, este último preguntó a Gandhi qué opinaba él
que resolvería los problemas entre Gran Bretaña y la India. Gandhi tomó una
Biblia y la abrió en el quinto capítulo del Evangelio de Mateo y dijo: “Cuando su
país y el mío obren a una según las enseñanzas que Cristo estableció en este
Sermón, habremos resuelto no solo los problemas de nuestros países, sino los del
mundo entero”.
Así que creo que para despedirme me va a permitir una última recomendación.
Tómesela desde la óptica de querer crecer como ponente, o desde la perspectiva
de crecer como persona. Desempolve su Biblia, y si no tiene consígase una.
Ábrala por el primero de los evangelios, el libro de Mateo, y empezando por el
capítulo 5 lea hasta el capítulo 7.
SORIA Y OLÉ
Hace unas semanas publicamos un artículo acerca de la importancia de
asegurarse bien de la veracidad de los datos que usamos en una conferencia. Si
aún no lo ha leído, busque “Las cenizas de Walt” en el archivo de entradas, y así
podrá ponerse en situación.
Quien sin duda no lo leyó fue el secretario general del partido socialista, ya que,
a la semana siguiente, en su cuenta oficial de Twitter, @sanchezcastejon, publicó
el siguiente comentario: “Desde Soria, cuna de Machado, todo mi
reconocimiento al trabajo de profesores y condolencias a familiares y amigos”.
Hermoso y emotivo comentario, salvo por el pequeño detalle de que la cuna de
Machado nunca estuvo en Soria, sino a unos 750 kilómetros al sur, en un patio
del Palacio de las Dueñas de Sevilla.
Es posible que ustedes ya estuvieran enterados del lapsus geográfico del líder
socialista, que, todo hay que decirlo, no es el único de nuestros políticos que
mete la pata. El 6 de abril, unos días después, Mariano Rajoy confundía Kenia
con Nigeria en una entrevista en RNE, y tan solo otros pocos días después, la
presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, decía en el acto
de presentación de la candidatura autonómica de José Antonio Monago:
“Encantada de estar en Las Hurdes, en Andalucía”. Al momento corrigió su
error, después de que el público asistente le dijera que estaban en Cáceres.
Créame, si usted triunfa como orador público, con el tiempo se verá en más de
una ocasión, en una coyuntura comprometida. Aduciendo que usted tiene
experiencia, le invitaran a hablar en las más insospechadas circunstancias y en
los escenarios más extraños. Quizá sea en un cumpleaños al que usted ha asistido
por puro compromiso. Puede que sea en una boda a la que asistió sin saber ni
siquiera el nombre de los contrayentes, o en el día de acción de gracias en casa
de la familia de su nueva novia de Kentucky. No importa cuándo y dónde pero se
verá en el aprieto de tener que decir algunas palabras.
Si cumple con estos requisitos podría hablar durante una cantidad razonable de
tiempo, incluso sin saber nada del tema que le proponen. Algo infalible es llevar
siempre en la recámara una historia o anécdota que sea fácilmente adaptable. La
tunea un poco, le saca moraleja y queda como un señor.
Imagine que invitan a una cena benéfica del club de los procrastinadores. Para
quien no conozca el término, la procrastinación es la acción o hábito de retrasar
actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras
situaciones más irrelevantes o agradables. No lo dude, amigo lector, el club
existe, se fundó hace décadas, y a él pertenecen miles de miembros. Aunque
probablemente, quienes sin duda serían sus miembros más representativos están
en sus casas malgastando el tiempo en lugar de ir a inscribirse. El caso es que si
ahora, en el transcurso de la cena le invitan a pronunciar unas palabras, ¿qué
fórmula puede usted utilizar para salir del atolladero?
¿Y si la invitación fuera en el seno del club internacional de suegras? (También
existe. Se fundó en 1971). ¿Y si estuviera presente en un evento de la Asociación
de la Tierra Plana? (Sí, sí, lamentamos comunicarle que también existe).
Pues para cualquiera de estos casos nos vale la misma solución. Una anécdota de
amplio espectro de aplicación como la que le vamos a narrar unas cuantas líneas
más abajo. No obstante, lo idóneo es que usted tenga sus propias historias,
chascarrillos o ilustraciones, y así podrá de manera más natural resolver la
papeleta.
“Se cuenta que, en los años 20, cuando Albert Einstein empezaba a ser conocido
por su teoría de la relatividad, era con frecuencia solicitado por las universidades
para dar conferencias. Dado que no le gustaba conducir, y sin embargo el coche
le resultaba muy cómodo para sus desplazamientos, contrató los servicios de un
chófer, el cual resultó ser un amante de la física y, a pesar de no tener estudios,
entraba siempre a escuchar sus conferencias.
Esta anécdota, por supuesto, es una historia con bastantes fisuras, si es que
alguna vez sucedió algo así, pero en este caso lo menos importante es la
verificación de la fuente o la credibilidad de la historia. Eso lo solucionamos
matizando antes que lo que vamos a contar es una leyenda urbana y como tal la
tratamos. Al fin y al cabo si quieren rigor y profesionalidad, que nos contraten
para una ponencia normal.
Si maneja con habilidad este recurso saldrá reforzado como orador, habiendo
dicho realmente poco o muy poco. Pero habrá sido ameno, entretenido,
simpático, honesto y un poco adulador. Probablemente a partir de este momento
haya ganado varios puntos como posible ponente invitado, eso sí, esta vez
cobrando.
Si va a usted a formar parte del nutrido grupo de personas que se ponen delante
de un micrófono a hablar sobre algo sobre lo que no tienen ni idea, por lo menos
hágalo con elegancia.
TIEMPO DE HABLAR, TIEMPO DE CALLAR
Es obvio que esta idea convierte a estos indígenas en uno de los pueblos más
silenciosos del planeta, ya que no solo hablan sólo cuando lo consideran
absolutamente necesario, sino que, cuando lo hacen, tratan de resumir al máximo
el mensaje, para no malgastar palabras innecesariamente.
Les confieso que me encantaría que dicha creencia fuera contagiosa, para
mandar a pasar una temporada a esa zona de África a varias personas que
conozco, incluyendo parientes cercanos, compañeros de trabajo, y como no,
bastantes conferenciantes.
Como última sugerencia, cuando uno vea que su público está entusiasmado con
su exposición, quizá sea el momento de ir concluyendo. Dejar al auditorio con
ganas de más es una manera infalible de asegurarse de nuevo su atención.
En vista de lo cual,
Adiós
MIRADAS
“El alma puede hablar a través de los ojos, y también se puede besar con una
mirada.”
Gustavo Adolfo Bécquer
Nuestro objetivo al iniciar esta serie de artículos era ayudar a nuestros futuros
lectores a manejarse mejor en el campo de la oratoria y la comunicación, y lo
cierto es que pocas cosas comunican más que nuestros ojos, como muy bien
sabía el genial poeta sevillano.
Vamos a iniciar el artículo enumerando, si le parece, los sitios a los que NO debe
mirar un conferenciante. Al menos, no continuamente.
Bueno, entonces, ¿dónde se supone que debemos mirar? Fácil. A la gente que
compone nuestro auditorio. Precisemos: a LOS OJOS de la gente que compone
nuestro auditorio. Si alguna vez va a dar una charla a un grupo de modelos de
Victoria Secret, no olvide este último consejo.
Todos sabemos mirar a los ojos cuando hablamos con una persona, pero, ¿cómo
se mira a los ojos de un grupo de cincuenta, cien, o mil personas? Bien, en
primer lugar, no piense que debe mirar a CADA persona de su auditorio. Lo más
práctico es escoger un puñado de caras amables, en diferentes puntos del patio
de butacas, y dirigirse a ellos a lo largo de la conferencia.
No vaya saltando de cara en cara como una ardilla adicta al Red Bull, porque
volverá loco a su auditorio, y acabará con un esguince cervical. Y tampoco se
detenga tanto en un rostro que, como dijimos antes, haga plantear dudas sobre
sus verdaderas intenciones.
Tampoco es bueno que siga una ruta de miradas, empezando por los de la
izquierda, por ejemplo, y abarcando todo el campo visual hasta acabar en los de
la derecha, para luego volver al punto de partida. Eso probablemente hará que
sus oyentes evoquen la figura de un aspersor. Si además salpica un poco al
hablar, la performance está completa.
Más bien, aunque su auditorio sea numeroso, diríjase a una de las personas que
tenga cerca, y hable con ella unos instantes, como si estuviese tomándose un
café en un bar. Haga después lo mismo con otra, después con otra más, y haga
que su conferencia sea más bien una conversación con un grupo de amigos, en la
cual todos se sientan cómodos. Los oyentes siempre le devuelven al orador lo
que reciben de él. Si usted les presta atención a ellos, ellos se la prestarán a
usted. Y lo contrario también es cierto.
Nos vemos
SU CUERPO HABLA
A lo largo del mes de julio del 2000, se celebró la Cumbre de Paz de Camp
David; uno de los dos intentos que el presidente estadounidense Bill Clinton
llevó a cabo durante su mandato para solucionar el conflicto en Oriente Medio.
Los protagonistas indiscutibles del acto, además del presidente americano, eran,
por supuesto, el primer ministro israelí Ehud Barak, y el líder de la Autoridad
Palestina, Yaser Arafat.
Ante la puerta abierta, Clinton hace el gesto de animar a sus invitados a entrar,
pero los dos, tanto Barak como Arafat se quedan clavados en el umbral. Clinton,
que se ve que venía con hambre, decide desentenderse y tirar para adentro, y
ahora es cuando se produce el hecho más interesante.
Algunos estudios dicen que hasta el 93% del mensaje que se transmite en una
conversación es a través de la comunicación no verbal. Es posible que sea una
exageración, pero es indiscutible que nuestra postura, nuestros gestos, la ropa
que llevamos, y la expresión de nuestra cara comunican tanto o más que nuestras
palabras. Por eso, el buen orador debe preocuparse de que su lenguaje corporal
esté en sintonía, o incluso refuerce, el contenido de su discurso. Se ha hablado
mucho de este tema, y para quien quiera saber más, hay libros enteros al
respecto. Aquí vamos a limitarnos a dar algunos consejos prácticos respecto al
lenguaje corporal de todo buen conferenciante, divididos en varios conceptos:
▪ La postura. Animamos a todos los que van a hablar en público a que, siempre
que sus circunstancias físicas se lo permitan, den su conferencia de pie. Nunca
sentados. Una persona de pie transmite infinitamente mejor, además de poder
interactuar mucho más con su auditorio. Y si en vez del clásico micrófono de
pie, puede llevar uno que le permita moverse por el escenario, el interés que
despierte en su auditorio aumentará exponencialmente. Si puede moverse por el
estrado, no lo recorra con grandes zancadas como si estuviera midiendo la
distancia para batirse en duelo. Dé pasos cortos, dirija sus miradas a un sector
del público, y permanezca varios segundos en el mismo sitio antes de moverse
de nuevo y cambiar el centro de atención.
Mire, si quiere un buen consejo para saber qué hacer con sus manos, ahí va:
olvídese de ellas. Céntrese en su conferencia, y, sorpresa, las manos se le
moverán solas. Como cuando discute con su pareja, habla de futbol con los
amigos, o incluso como cuando habla por teléfono. Las manos simplemente se
mueven de manera automática al ritmo de la conversación. Solo deberá
preocuparse si alguien le hace ver que ha adoptado un gesto que repite de
manera inconsciente una y otra vez, como tocarse el pelo, subirse las gafas, o
juguetear con los anillos. Incluso hay gestos que además de recurrentes son
desagradables, como hurgarse en los oídos, en las fosas nasales o acomodarse el
tema, ya me entiende. Si ese es su caso, igual sí debería plantearse lo de dejar los
brazos detrás del escenario.
▪ La expresión facial. Como todo el mundo sabe, los estados de ánimo son
contagiosos. Es muy difícil que a alguien le dé un ataque de risa estando solo,
pero en cambio, con dos o tres amigos motivados, la cosa más absurda puede
desembocar en un paroxismo de carcajadas, de esas que te acaba doliendo la
barriga y quieres vomitar. Decimos esto porque el auditorio, indefectiblemente,
se va a contagiar del estado de ánimo del conferenciante, sea cual sea este.
Cada vez más métodos, manuales de oratoria, talleres, y cursos que preparan a
sus alumnos para hablar en público, incorporan la PNL, siglas que corresponden
a las palabras Programación Neurolingüística. ¿Qué es exactamente esta
disciplina y en qué consiste? ¿Cuáles son sus orígenes? Y más importante aún,
¿tiene algún tipo de aplicación en el ámbito de la oratoria?
El caso es que ese enunciado nos lleva a una conclusión, y es que, a través de la
PNL, entre otras cosas, adquirimos consciencia del lenguaje y de la importancia
de su buen uso. Podemos afirmar que esto nos da la llave para comunicarnos de
forma eficaz en nuestras relaciones personales, y también nos ayuda a romper
nuestras limitaciones y lograr profundos y duraderos cambios en nosotros.
La PNL nos permitiría conocer, incluso, qué estrategias internas seguimos para
estar tristes, alegres, deprimidos, eufóricos, motivados. Dicho lo cual, y
conociendo estas estrategias, podemos gestionar de una forma mucho más eficaz
nuestros estados emocionales. Todo lo hasta ahora explicado nos permite ver en
el horizonte un estrecho vínculo con esta estrategia y el objetivo de ser hábiles
comunicadores.
Esta propuesta quiere decir que si alguien tiene la capacidad de hacer algo, se
puede extraer el modelo o estrategias que fundamentan tal capacidad y
enseñarlas e instalarlas en otras personas. La PNL posee modelos para identificar
la estructura de las capacidades o habilidades de las personas para luego
duplicarlas en otra persona.
Así que si somos capaces de extraer ese modelo que fundamenta la capacidad de
determinada persona como excelente orador público, y la aprendemos e
instalamos en nuestra persona… aleluya, seremos una especie de clon de ese
genio de la oratoria, pero sin alterar ni un poquito nuestro espectacular físico.
Solo importamos e instalamos en nuestro cerebro su excelente capacidad
comunicadora. Como quien instala un software nuevo en su ordenador.
Quizás a estas alturas de lectura haya percibido una realidad: en este exiguo y
reducido capítulo solo podemos hacer una somera aproximación al mundo
complejo e infinito de la PNL.
Empresas como Disney aplican muy bien la técnica del PNL. Siendo como es un
gigante empresarial que engloba parques infantiles, estudios de cine, tiendas de
mercadeo, etc., tiene un ejército de trabajadores que, si por algo destacan, es por
la magnífica atención que siempre dan al cliente, y por las ganas de ayudar al
público. ¿Casualidad? En absoluto. Parece que la PNL funciona en este marco.
Por supuesto en cualquiera de estos casos, filtre la paja del grano. Entreténgase
antes de nada en contrastar opiniones del manual que pretende adquirir, así como
del autor. Quizás una buena opción sea empezar por el divulgador científico
Eduard Punset, que además de publicitar de maravilla el pan Bimbo, hizo en su
programa Redes diversas entrevistas muy útiles sobre la PNL.
Vea, por ejemplo, y escuche con atención la entrevista que hizo a Shlomo
Breznitz, psicólogo y ex profesor de la universidad de Haifa en Israel. La
entrevista comenzaba con una frase magistral del propio Punset:
“Estamos en una nueva era donde enseñaremos a vuestros cerebros a corregirse
solitos, que se corrijan ellos mismos”
“Algo para recordar” fue el título de la más actual, y quizá muchos de ustedes la
hayan visto. El arquitecto Sam Baldwin (Tom Hanks) está abatido por la pérdida
de su mujer. Su pequeño hijo Jonah, preocupado por la situación, llama a un
programa de radio para contar la historia de su padre, considerando que éste
necesita una mujer para recuperar la ilusión de vivir… en fin, cosas de niños.
El asunto es que a Annie Reed ( Meg Ryan ) y a dos millones más de mujeres les
seduce la idea de conocer al viudito con cara de náufrago, resolviéndose la trama
con una cita en el edificio Empire State, en clara alusión al filme original.
Sinceramente, un final flojo y previsible. En cambio, el final de la película
original es sencillamente sublime. Sorprendente, (a partir del vigesimoquinto
visionado he de decir que la sorpresa disminuye), emocionante, inteligente y mil
calificativos más, todos ellos positivos.
Que sea impactante. En el año 2008 visité Emiratos Arabes. Ya había estado
varias veces en la ciudad de Dubai, pero en esta ocasión tuve una reunión en el
hotel Atlantis, al borde de una de las famosas islas artificiales con forma de
palmera. En Noviembre de aquel año fue inaugurado aquel imponente edificio
de 1.539 habitaciones. Robert de Niro, Michael Jordan o Kylie Minogue fueron
solo algunos de los que asistieron a aquella celebración. Sin embargo quizás una
de las cosas más recordadas fue la conclusión del evento. El cielo se iluminó con
un gran despliegue de fuegos artificiales que, afirman, fue siete veces superior al
de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing en agosto. Como para
olvidarse.
Así que, lejos del “Chim-pom“ final del pasodoble español, las cuidadas e
impresionantes conclusiones de las sinfonías de Beethoven nos deben inspirar
como modelo a copiar. Escúchelas y reconozca el ingente trabajo que hay
implícito en lograr esos maravillosos desenlaces.
Pero, por buena que sea la conclusión que tenía preparada… si ha llegado el
tiempo de acabar, concluya sin florituras y salve el tipo. No hay nada peor para
un conferenciante que un auditorio que empieza a mirar el reloj, y a preguntarse
unos a otros “¿A qué hora decíais que acababa esto?”.
Que mueva a nuestros oyentes a la acción. La gente sabrá que está llegando al
final de su conferencia si eleva el volumen, cambia el ritmo, y hace ademanes
adecuados. Esa parte final puede estar muy bien redactada, enlazar hábilmente
con la introducción, y sin embargo carecer del elemento más importante.
Y así, en los diferentes campos en los que se podrían desarrollar sus ponencias,
póngase como claro objetivo para sus conclusiones mover a la acción a todo
aquel que le haya escuchado.
Intente apelar a las emociones de sus escuchantes. Una vez se active la parte
emocional de un individuo, la voluntad de este es mucho más maleable y podrá
influir decididamente en la toma de decisiones de estas personas.
No hay mejor manera de concluir el día que leer una publicación amena,
instructiva y con gancho. Se me ocurre el libro… “Así se habla”.
En conclusión, sea que usted lo lea, lo regale o lo aconseje, a los autores de este
libro nos parecerá un final feliz, una conclusión eficaz, cualquiera de las tres
opciones.
THE END
LAS TRES E
Eche por favor un vistazo y fije la mirada en cualquier objeto que tenga a su
alrededor. Me vale un reloj, un bolígrafo, el portarrollos del papel higiénico, e
incluso, si no quiere complicarse buscando nada, la pantalla donde está leyendo
estas líneas. Pues bien, todos esos artículos, o cualquier otro que haya elegido,
han sido realizados teniendo en cuenta tres parámetros: el diseño, la calidad, y el
precio.
Seguro que esto tiene un nombre súper molón en inglés, pero viene a ser lo que
nuestras madres toda la vida han llamado LAS TRES B que debíamos buscar al
comprar algo: que fuera bueno, bonito y barato.
Y ahora ya sabe la prueba a la que tiene que someter todas las presentaciones
que se prepare de aquí en adelante. Analice la conferencia que va a dar y vea si
aporta información nueva, lo hace de manera que resulte entretenida, y usa
recursos para emocionar a su auditorio.
Y si es un poco más friki, como quienes escriben estas líneas, le vendrán sin
duda a la mente genios de la oratoria como Susan Lynn, Robin S. Sharma, Tony
Alessandra, Simon Sinek, Jessica Cox…
Todos y cada uno de ellos, cada uno con su estilo, han sabido sacar el máximo
partido a esa herramienta tan maravillosa que tenemos los seres humanos, y que
no posee ninguna otra especie animal: el habla.
Sabemos que muchos de ustedes que han tenido a bien leer este libro, a pesar de
haber demostrado un gusto exquisito para la lectura, jamás llegarán al nivel
como oradores de los antes mencionados. Pero tampoco se trataba de eso. Tan
solo hemos intentado que descubran que para hablar en público no hay que tener
un don especial. Cualquier persona que se esfuerce, y aplique las técnicas
adecuadas, puede llegar a ser un orador más que correcto. Y lo más importante,
puede conseguir que el hablar en público deje de ser un suplicio, y se convierta
en algo agradable.
El joven Demóstenes soñaba con ser algún día un gran conferenciante, pero
ciertamente no lo tenía fácil. Trabajaba duramente a lo largo de toda la jornada, y
apenas sacaba el dinero necesario para mantenerse, cuanto menos para pagarse
los servicios de un maestro. Y, por si eso fuera poco, tenía otra particularidad
que, digamos que no ayudaba en su propósito de ser un gran orador.
Era tartamudo.
Lo primero que hizo fue raparse la cabeza. De esa manera, y como la gente se
reía de él, no le quedaba más remedio que quedarse en su casa para practicar. Al
atardecer, corría por la playa gritando con todas sus fuerzas para ensanchar sus
pulmones. Y por la noche, se llenaba la boca de piedras para fortalecer los
músculos faciales y aprender a hablar sin tartamudear. Y así pasaba las horas,
ensayando una y otra vez hasta el amanecer. ¿Logró su objetivo?
Parece ser que sí. Demóstenes, de hecho, ha pasado a la historia como uno de los
mejores oradores de todos los tiempos. Según el historiador Longino,
Demóstenes "perfeccionó al máximo el tono del discurso idealista, pasional,
abundante, preparado, rápido". Cicerón le aclamó como "el orador perfecto" al
que no le faltaba nada, y Quintiliano le alabó dirigiéndose a él como "lex orandi"
("la norma de la oratoria") y diciendo de él que "inter omnes unus excellat" ("se
encuentra solo entre el resto de oradores").
Creo que no hace falta decir mucho más. Si, como decíamos en la introducción
de este libro, no ha sido usted bendecido con un don, no se preocupe. El esfuerzo
y la constancia a veces pueden llevarle más lejos que el talento natural. Vaya
aplicando poco a poco las sugerencias que haya encontrado más interesantes, y
cuando tenga más o menos dominado un aspecto de la oratoria, intente
perfeccionar otro diferente. La oratoria es un campo fascinante en el que nunca
se deja de aprender. Incluso el mejor orador del mundo le diría que el mejor
discurso de su vida aún está por llegar.
Deseamos que haya disfrutado de la lectura de este libro, al menos tanto como
nosotros al escribirlo. Y que sepa que amenazamos con volver.
Cuídese,
JAL, MBL
¡GRACIAS!
Gracias por el tiempo que le has dedicado a leer «Así se habla. Claves para ser
un buen comunicador». Si te gustó este libro y lo has encontrado útil te estaría
muy agradecido si dejas tu opinión en Amazon. Me ayudará a seguir escribiendo
libros relacionados con este tema. Tu apoyo es muy importante. Leo todas las
opiniones e intento dar un feedback para hacer este libro mejor.
Si quieres contactar conmigo aquí tienes mi email:
ashthebook@gmail.com