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ASÍ SE HABLA

Claves para ser un buen comunicador

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MARCOS BELLO Y JOSUÉ DE ANDRÉS
Así se habla, claves para ser un buen comunicador

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reproducción total o parcial de esta obra, ni su
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en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización
previa y por escrito de los titulares del copyright. La
infracción de dichos derechos puede constituir un delito
contra la propiedad intelectual.

© Marcos Bello y Josué de Andrés , 2017


GUARDA
“A continuación van ustedes a escuchar las doctas palabras de dos
conferenciantes de fama internacional”. Esta contundente frase la dirigió el
director de un instituto de Otavalo, Ecuador, a 700 alumnos formados en el patio
con disciplina militar.

Josué de Andrés y Marcos Bello, los dos “famosos” conferenciantes, eran a la


sazón dos jóvenes ponentes de 22 y 24 años. Se miraron con complicidad, y
sonrieron…

Han transcurrido más de 20 años, y desde entonces ambos han viajado por medio
mundo, visitando más de 50 países. Han impartido cursos y conferencias en
lugares tan dispares como salas de exposiciones, hospitales, universidades,
palacios de congresos… En radio y en televisión. A grupos reducidos y a
auditorios de miles de asistentes.

Marcos, licenciado en Derecho, colabora como columnista en algunas


publicaciones, edita su primera novela “La melodía de Claude” en 2012, y
proyecta su segunda para la primavera de 2018. Pianista y compositor, su canal
de YouTube es seguido por decenas de miles de personas. Dedica años a la
formación en el campo de la oratoria, en primer lugar como alumno, y desde
hace 26 años como ponente y formador.
Josué cursó estudios de Diseño Publicitario y Psicología. Posteriormente se
formó como orador en una escuela de oratoria con sede en Nueva York, de la que
llegó a ser profesor. Autor de ensayos y artículos de opinión, y apasionado
bibliófilo, lleva más de 25 años impartiendo conferencias. Actualmente
compagina su labor de escritor con cursos de comunicación y conferencias por
toda España, participando esporádicamente en programas de radio y tv.

Juntos suman más de 1000 conferencias. En ¡Así se habla! plasman el legado de


años de experiencia hablando en público.
DEDICATORIA

A Aitana y Naara, nuestras hijas mayores, amigas y cómplices en este proyecto.

Y a Scarlett Johansson.

Los autores
INDICE
GUARDA
DEDICATORIA
INDICE
PRÓLOGO
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte I
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte I
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte II
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte II
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte I
INTRODUCCIONES EFICACES
LA ENTREVISTA
USO EFICAZ DE LA VOZ
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte II
COMO MEJORAR LA VOZ
EL FACTOR SORPRESA (SINFONIA 94 EN SOL MAYOR)
HAYDN, MARTIN LUTHER KING Y LA REPETICION
SIN PRISA PERO CON PAUSA
EL HABLA QUE FLUYE
CHUCHO VALDES. IMPROVISACION Y ORATORIA
EL ARTE DEL ENSAYO
SEA OBSERVADOR
BUEN LECTOR, MEJOR ORADOR
INTRODUCCION AL STORYTELLING
PELIGRO. REDES
UN POCO DE NEMOTECNIA
LAS CENIZAS DE WALT
PREPARESE PARA LAS INTERRUPCIONES
DAR CERA, PULIR CERA
DEDIQUE TIEMPO A APRENDER DE LOS MEJORES
SORIA Y OLÉ
¿Y SI TE PIDEN QUE LO HAGAS TU?
TIEMPO DE HABLAR, TIEMPO DE CALLAR
MIRADAS
SU CUERPO HABLA
PNL
CONCLUSIONES EFICACES Parte I
CONCLUSIONES EFICACES Parte II
LAS TRES E
CONCLUSION
CONTRAPORTADA
PRÓLOGO
Hay una vieja leyenda contada por Plinio el viejo que tuvo lugar en los tiempos
de la Grecia clásica. La historia de Zeuxis y Parrasio. Cuenta como, una vez
cada cuatro años, en Atenas se intentaba determinar quién era el mejor pintor del
imperio griego. Tras una serie de eliminatorias, llegaron a la final dos
contendientes. Zeuxis, natural de Heraclea, y Parrasio, de Efeso.

Un juez, desde lo alto de un gran escenario preparado para la ocasión, dio


comienzo a la gran final pidiendo a uno de los contrincantes, en esta caso Zeuxis
, que mostrara al público su obra. Zeuxis, antes de hacerlo, explicó: “Lo que van
a ver es una pintura copiada de la naturaleza. Creo haber imprimido en ella todo
el saber de mi oficio.”

Acercándose a la obra, descorrió la tela que la cubría, y apareció ante los ojos de
los allí presentes un hermoso racimo de uvas. El caso es que estaban tan bien
pintadas, resultaban tan perfectas y apetecibles, que unas aves que sobrevolaban
el lugar se abalanzaron sobre el cuadro pensando que las uvas aquellas eran
reales. Obviamente, el clamor del público fue general, y muchos ya daban la
competencia por perdida para Parrasio, pensando que le sería imposible superar
el realismo de aquella pintura.

De nuevo el juez intervino, para en esta ocasión invitar a Parrasio a descorrer la


tela que cubría su pintura. Parrasio pareció no inmutarse ante aquella orden, y el
juez, empezando a impacientarse, volvió a solicitarle descorrer el lienzo.
Nuevamente, Parrasio se hizo el sueco tan bien como le era posible hacérselo a
un griego de hace 2.500 años.

El juez, algo nervioso, le pidió por última vez que descorriera el paño que cubría
su pintura, amenazándole con que, de no hacerlo de inmediato, no tendría más
remedio que adjudicar el premio a Zeuxis, quien se alzaría con el título de mejor
pintor de Grecia durante los siguientes cuatro años.

Impaciente por recibir el galardón, y seguro de su victoria, el propio Zeuxis se


adelantó hasta el cuadro de su contrincante y trató de remover la tela que lo
cubría. Y eso es precisamente lo que Parrasio quería que hiciera. Durante unos
segundos, el desconcierto se apoderó de todos los presentes. Zeuxis no pudo
remover el lienzo, porque lo que Parrasio había pintado era… una tela. La tela
que parecía cubrir el cuadro era en realidad un trampantojo tan bien pintado que
había engañado a todo el mundo.

Sin esperar la decisión del juez, el propio Zeuxis habló avergonzado: “Yo he
engañado a los pájaros, pero tú, Parrasio, me has engañado a mí. Por tanto,
admito que eres mejor pintor que yo”. Y colorín, colorado…

Querido lector, traemos a colación esta antigua leyenda griega para colocar una
base sobre la que analizar el propósito de este libro. Y es que hay personas que,
como Parrasio, han sido tocados por la mano de Dios, tienen un don innato, y
destacan sobresalientemente por encima del común de los mortales.

De manera que, sea en el campo de las artes, (pintura, música o escultura), si a


usted al nacer le pusieron Leonardo da Vinci, Juan Sebastián Bach, o Miguel
Angel Buanarroti, lo tenía todo hecho. Si cuando a usted le dio a luz su madre,
en la partida de nacimiento figuraba el nombre de Usain Bolt o Bill Gates, su
camino estaba trazado. Y si de pequeño su madre le insistía: “Albert, debes
practicar más con el violín y dejar esos libros de física que no hay quien los
entienda”, la suerte estaba echada. Reciba nuestra más sincera enhorabuena por
el don que ha recibido, y que este le proporcione muchas alegrías.

Sin embargo, hay otros muchos casos de verdaderas celebridades, que quizá no
tenían un don tan innato, no tenían una predisposición tan absoluta a destacar,
pero han tenido el mismo éxito o mayor que la de otros genéticamente
bendecidos.

Permítanos traerle un caso a colación. En el año 2015, asistimos invitados por


unos clientes al Royal Albert Hall, a disfrutar de un concierto de piano. El
intérprete era el considerado por muchos músicos profesionales y pianistas
expertos como el pianista más grande de la actualidad. Su nombre es Lang Lang.
Por el nombre fácilmente habrá podido deducir que de Albacete no es el
muchacho. Nació en la ciudad de Shenyang, en la provincia de Laoning. Dicho
lo cual, esperamos que se haga una idea de su nacionalidad.

Lang Lang comenzó a tomar lecciones de piano con solo 3 años con la profesora
Zhu Ya-Fen. A los 5 años ganó el Concurso de Piano de Shenyang y tocó en su
primer recital público. Cuando tenía 9 años de edad, intentó hacer una audición
para entrar en el Central Conservatory of Music de Beijing, y, al tener
dificultades con sus lecciones, fue expulsado del estudio de su tutor de piano por,
atentos al dato, "falta de talento”.

¿Cómo entonces ha llegado a la cima de su profesión? Bueno, quizá la


explicación la encontramos en una anécdota que él mismo reveló sobre su padre.
El bueno del señor Lang, decepcionado por el rumbo de la carrera de su hijo, le
dijo a la edad de 10 años que se suicidara porque no había practicado bastante.
Afortunadamente para todos Lang Lang no hizo caso a esa bestia parda que tenía
como padre, sino que incrementó aún más sus horas de práctica, y el resultado
final demuestra que, donde no llega el talento, llegan el esfuerzo y la dedicación.

Si usted es una mente brillante, tipo Anxo Pérez, quien con apenas 30 años tiene
cinco titulaciones universitarias, habla 9 idiomas, toca 9 instrumentos, tiene un
par de best-sellers publicados, es traductor del mismísimo presidente de los
Estados Unidos, actúa en películas, y ha trabajado para el FBI… este manual de
oratoria puede directamente mandarlo lejos, muy lejos. Quizá incluso al pueblo
sin civilizar donde nació el padre de Lang Lang.

Sin embargo, estamos convencidos de que la mayoría de las personas relevantes


en su profesión, sea cual sea esta, han basado su éxito en el trabajo, en la
disciplina y en seguir una serie de estrategias adecuadas. Se atribuye a Pablo
Ruiz Picasso la frase, “Cuando me llegue la inspiración, espero que me
encuentre trabajando”.

Este manual de oratoria concentra una serie de estrategias, un conjunto de


técnicas y recursos, que harán de usted un comunicador más hábil y convincente.
Sin embargo, no es un método al uso. De hecho nos atreveríamos a advertirle
que es un tanto anárquico e irreverente. Especialmente si usted lo compara con
los tediosos libros que hay publicados abordando esta temática de la oratoria.
Suelen ser volúmenes densos, farragosos y muy aburridos. Lo que tiene en sus
manos, o en sus pantallas, es simplemente un libro diferente a todos los demás.
En él se condensan años de experiencia en la oratoria, y se analizan, de manera
desenfadada, situaciones y coyunturas a las que se puede enfrentar un orador
público. Se acude a anécdotas de los propios escritores en su ejercicio de
ponentes combinadas con ejemplos de la historia, la pintura, el cine…

De manera que este libro admite varios registros de lectura. Desde una
perspectiva metodológica quien lo pretenda podrá, con su lectura, formarse
como orador público. Pero si lo que desea es disfrutar de una lectura amena, con
un análisis diferente de sucesos históricos relacionados con la oratoria, conocer a
relevantes personajes que destacaron al hablar en público, y un sin fin de
anécdotas curiosas, también acierta al decidirse por leernos.

Por último le animamos a que sea valiente, decidido y, una vez leído este libro,
se introduzca activamente en el apasionante mundo de la oratoria. Hablar en
público le abrirá aspectos nuevos de su propia personalidad y puede estimular
ámbitos de su vida que ni imagina. Si desarrolla su actividad profesional como
abogado, una buena oratoria le ayudará a incrementar la cantidad y calidad de
sus clientes. Si su área de trabajo es la gestión comercial, venderá más y mejor si
domina las estrategias de comunicación. Y si es un ministro religioso salvará
más almas. Si alguien muere y no se salva, acuda a nosotros y con gusto le
devolvemos el dinero del libro.

Pero pruebe, láncese, intente poner en práctica las diversas sugerencias que aquí
le proponemos. Permítanos contarle una anécdota para ilustrar la sorpresa que
podría llevarse:

Nat King Cole, Nacido en Montgomery (Alabama, Estados Unidos) el 17 de


marzo de 1919, comenzó actuando en garitos de mala muerte. Según se cuenta,
un granjero completamente borracho le obligó, recurriendo incluso a la
violencia, a cantar. Cole se resistía a hacerlo porque cantar no era lo suyo, él solo
sabía tocar el piano, y para eso le habían contratado.

Al final, viendo peligrar su integridad física, no tuvo más remedio que ceder. Y
cantó de tal modo que se hizo el silencio y todos los presentes se emocionaron.
Y hasta el viejo granjero ebrio tuvo que limpiar unas lágrimas que
involuntariamente brotaron de sus ojos. Había nacido Nat King Cole, el pianista
y cantante.

Le retamos a que explore su faceta como orador público. Lea e incorpore en sus
charlas, presentaciones o sus ponencias profesionales, todas las técnicas y
recursos que aquí hemos recopilado y verá como más de uno le dice al
escucharle:
“¡Así se habla!”

LOS AUTORES
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte I

Corría el siglo XVI de nuestra era, cuando cerca de la ciudad belga de Lieja, un
joven llamado Cornelius Van Der Steen sintió la llamada de la fe, y solicitó su
ingreso en la orden de los jesuitas. Se ve que en aquel entonces no había tanta
crisis de vocación como ahora, y los monjes de la Compañía de Jesús podían
permitirse el lujo de seleccionar a quienes admitían entre sus miembros. El caso
es que al amigo Cornelius le denegaron el ingreso en la orden, alegando una
razón de profundo calado espiritual: era demasiado bajito.

No ha trascendido hasta nuestros días cual era exactamente la incompatibilidad


entre la vida monástica y ser corto de estatura. Quizá no tenían nadie que supiera
coser en el monasterio, para cogerle el dobladillo del hábito y que no lo fuera
arrastrando por los pasillos, o quizá los fines de semana jugasen al baloncesto
contra los dominicos del pueblo de al lado, y no querían perder capacidad
reboteadora.

El caso es que al aspirante a monje no le sentó muy bien aquella negativa, y


montó un pequeño escándalo que alcanzó cierta repercusión en los alrededores
del convento. Los monjes, viendo peligrar su reputación de hombres de fe, y por
lo tanto supuestamente ajenos a algo tan trivial como el tamaño de sus miembros
(los miembros de la orden, se entiende), decidieron aceptarle como aspirante,
pero a condición de que cumpliese un requisito.

Manfred Barthel dice lo siguiente en su libro The Jesuits – History & Legend of
The Society of Jesus:” El comité dijo a Van Der Steen que pasaría por alto el
requisito de la estatura solo si aprendía a recitar de memoria toda la Biblia“.

Imagino que el fraile al que se le ocurrió tamaña barbaridad recibió las calurosas
felicitaciones de sus compañeros por haber solucionado de manera tan ingeniosa
el asunto, y que una vez resuelto el problema de aquel puñetero enano que quería
ser monje se fueron a sus celdas tranquilos a meditar en temas profundos como
el amor, la compasión y la justicia.

Y es que cualquiera hubiera visto en aquello un muro insalvable. Es muy posible


que la mayoría de ustedes tengan Biblia en casa. Si no es así, les recomiendo que
adquieran una, aunque sea por una simple cuestión cultural. El caso es que la
Biblia no es precisamente un libro pequeño. Una novela normal tiene entre
70.000 y 110.000 palabras. La Biblia contiene 725.000 palabras, incluyendo
capítulos enteros dedicados a genealogías de la nación de Israel, lo que se
traduce en una interminable lista de nombres en su mayoría impronunciables.

Para hacerse una idea del reto, un lector medio que se pusiera a leer la Biblia en
voz alta desde el principio, dedicándole unas 10 horas al día, tardaría unas dos
semanas en leerla completamente. Lo cual representa 140 horas hablando sin
parar. ¿Se imagina aprenderse todo eso de memoria?

Pero los jesuitas no contaban con la tenacidad de nuestro pequeño amigo, el


cual, mostrando tener un par de cataplines que en absoluto se correspondían con
el tamaño de su cuerpo, se presentó en el monasterio algunos meses después para
decirles que ya estaba preparado. La noticia corrió como la pólvora, y en la sala
de audiencias se congregaron, no solo los habitantes del convento, sino un
montón de curiosos que deseaban ver el desenlace de la historia.

La vista dio comienzo; Cornelius se subió al estrado, y ante la atónita mirada de


los monjes, que a medida que pasaban los minutos iban hundiéndose más y más
en sus sillas, la cantarina voz de Cornelius fue recitando pasajes y más pasajes
de las Escrituras hasta demostrar que, fíjense bien en lo que les digo, el señorito
Van Der Steen había memorizado completamente el sagrado libro.

A los miembros del comité eclesiástico no les quedó más remedio que admitirlo
en la orden. Y aunque yo personalmente, una vez demostrada mi capacidad, les
habría dicho que ya no me interesaba ser jesuita, y que podían coger el hábito, y
bien enrolladito, metérselo por donde el sol no alumbra, Cornelius fue
condescendiente y no solo ingreso en la Compañía de Jesús, sino que llego a ser
uno de los exégetas más importantes de dicha orden.

Les he contado esta historia para hablar acerca de una de las cosas más
maravillosas que poseemos los seres humanos: la memoria. Como dice el libro
Mysteries Of The Mind, “La memoria amplía nuestro mundo. Sin ella la vida
carecería de continuidad, y por la mañana veríamos a un extraño en el espejo.
Cada día sería un episodio aislado; no podríamos aprender del pasado ni prever
el futuro”.

No solo los humanos tenemos memoria. Hay aves que recuerdan el lugar donde
almacenaron semillas meses atrás, y las ardillas recuerdan donde entierran sus
nueces. Muchos de nosotros, en cambio, olvidamos al cabo de un rato donde
dejamos las llaves. En efecto, la mayoría de las personas solemos quejarnos de
mala memoria, pero lo cierto es que nuestra mente posee una increíble capacidad
para aprender y recordar. El secreto está en aprovecharla al máximo.

Pero, ¿cuál es el funcionamiento de la memoria, y como se pueden llegar a


realizar hazañas retentivas como las del pequeño monje belga? ¿Existe algún
método que nos permita, ya no aprendernos la Biblia de memoria, sino recordar
por lo menos donde hemos aparcado el coche?

Abordaremos estas y otras cuestiones en próximos capítulos.


COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte I
Los seres humanos, (expresión que incluye a la mayoría de los oradores), suelen
padecer de los nervios.

En Suecia, un profesor de dilatada experiencia en el arte de hablar en público,


observó con interés como introducía su disertación un joven estudiante víctima
del nerviosismo. El muchacho, que iba a dar su primer “discurso estudiantil”,
entró y salió varias veces de la sala donde se impartía el curso, mientras esperaba
inseguro su turno. Cuando llegó el momento de empezar a hablar, hizo la
peculiar introducción de apertura:

“He salido tres veces a vomitar”. Seguramente no era la introducción que tenía
pensada, pero sinceridad al menos no le faltó.

Otro instructor en el mismo país preguntó a un grupo de alumnos: “¿Qué es lo


primero que hace cuando recibe una hoja informándole de la fecha de su
próxima charla?”.

Uno de los asistentes contestó: “Yo empiezo a temblar “.

Y es que, la tensión nerviosa es una de las primeras rémoras a las que debe
enfrentarse un orador novel, a la vez que una necesidad para cualquier persona
que tenga que actuar en cualquier esfera. Gracias a ella, se produce la secreción
de adrenalina, una asombrosa e inestimable sustancia que despierta y tonifica por
igual las funciones del cuerpo y la mente.
Esto explica un hecho, y es que en multitud de ocasiones las actuaciones en
público salen mejor cuando uno ha sentido nerviosismo previamente. Por eso
debemos acoger esos estados de ansiedad con expectación y comprensión, ya
que si los canalizamos debidamente se convertirán en nuestros aliados.

¿Cómo hacer eso, y controlar los nervios eficazmente? Veamos un par de


consejos:

▪ Rompa el círculo vicioso. Los nervios al inicio suelen traer consigo la


aceleración de la respiración, y esta situación física suele generar más ansiedad.
De manera que, al haber más nervios, se acelera aún más la respiración, y así
entramos en un círculo vicioso que hay que solventar, antes de hiperventilar y
necesitar asistencia médica.

La primera solución empíricamente demostrable y de mayor eficacia es dejar de


respirar. Hágalo durante unos minutos y nunca jamás volverá a tener el problema
de ponerse nervioso al tener que enfrentarse a un auditorio. De hecho
desaparecerán todos los problemas de su vida.

Dado que intuyo que muchos de nuestros lectores desestimaran esta primera
recomendación, les brindamos una segunda opción: realizar lo que algunos
métodos han definido como una respiración “completa”.

Resumo unas instrucciones para que usted se acerque a lo que viene siendo uno
de estos ejercicios relajantes. Tapone una de sus fosas nasales y con la que queda
libre inspire lo más profundamente posible. A continuación expire todo lo
lentamente que sea posible y repita la operación dos veces más. Acto seguido,
realice la misma operación pero cambiando la vía nasal. Si consigue dominar
este ejercicio, domará su respiración y evitará muchos efectos indeseables al
pronunciar las primeras palabras de su exposición.

▪ Recuerde que la mayoría de sus percepciones y sentimientos son internos.


Son de usted, y el auditorio no tiene por qué conocerlos, a menos que usted sea
tan inexperto que los revele. Aunque sus rodillas tengan el baile de San Vito y
piense que sus piernas están a punto de desplomarse, probablemente nadie lo
perciba, y verá como si continúa hablando pronto desaparecerá ese efecto
colateral.

Contrario al círculo vicioso antes mencionado, debemos imponer un círculo


virtuoso. Sumérjase en su disertación. Hable, hable y hable. Concéntrese en lo
que está diciendo. Siga hablando. Vaya convenciéndose en los beneficios que sus
palabras aportan a los oyentes y no deje de hablar. Lo hará regular, mejor o peor,
pero lo importante es que los nervios se irán controlando.

Tranquilo, que a lo largo del libro nos vamos a ir ocupando del resto.
ENTRENANDO LA MEMORIA Parte II
Hace unas semanas les contamos la historia de Cornelius Van Der Steen, el
pequeño monje belga que se aprendió la Biblia entera de memoria. Seguro que
su relato nos asombró, pero lo cierto es que no es ni mucho menos el único caso
de gente capaz de sacar el máximo partido a su capacidad retentiva. Hay gente
capaz de hazañas incluso mayores. De hecho, de nuestro país, concretamente de
Albacete, es oriundo Ramón Campayo, el cual ostenta todos los records
internacionales de memorización. En cierta ocasión, el amigo Ramón fue capaz
de recordar el orden exacto de 500 palabras entre 23.200 que escuchó a lo largo
de tres días consecutivos. Sin duda, alguien poco recomendable para pedirle
dinero, pensando que algún día se olvidará de la deuda.

En el mundo de la comunicación, que es donde nosotros nos manejamos, el


orador capaz de memorizar el esquema de su discurso (no el contenido exacto,
porque eso, como se estudia en nuestros cursos, le restaría naturalidad), es capaz
de captar mejor la atención de su auditorio, debido a que mejora su contacto
visual, y por supuesto gana en tranquilidad y confianza en sí mismo, lo cual
mejora sensiblemente su calidad como conferenciante.

¿Le gustaría a usted potenciar su retentiva? Estupendo. Lo primero que debemos


entender es, a grandes rasgos, como funciona la memoria.

El cerebro posee unos 100.000 millones de neuronas interconectadas entre sí


hasta alcanzar, en un humano adulto, la cantidad de mil billones de conexiones
neuronales. Estas conexiones le dan al cerebro la capacidad de procesar y retener
una gran cantidad de datos. El proceso de la memoria se divide en tres fases:
codificación, almacenaje y recuperación. El cerebro codifica la información
cuando la percibe y la registra, dejándola lista para un uso futuro. Los lapsus de
memoria tienen lugar cuando falla una de estas tres fases.

Ahora bien, hay diversos tipos de memoria. Por ejemplo, la memoria a corto
plazo retiene durante unos segundos pequeñas cantidades de datos, de modo que
nos permite sumar mentalmente, recordar un número de teléfono hasta marcarlo
y no olvidar la primera parte de una frase mientras leemos o escuchamos el
resto. Pero, como su propio nombre indica, la memoria a corto plazo tiene
grandes limitaciones.

Si queremos almacenar información por más tiempo, debemos recurrir a la


memoria a largo plazo. ¿Cómo activarla? He aquí algunas recomendaciones.

▪ Interésese en el tema y recuérdese las razones por las que debe asimilarlo.
Es curioso que uno tenga problemas para recordar cómo se llaman los sobrinos
de su mujer, que solo son dos, pero se sepa de memoria la alineación del Madrid.
Esto es porque es evidente que le interesa el fútbol más que esas apasionantes
cenas familiares. Cuanto más interesado esté alguien en el tema que esté
analizando, más fácil le será memorizar los detalles. Además, la memoria recibe
mayores estímulos si hay sentimientos en juego. Seguro que de todos los
compañeros de clase que ha tenido a lo largo de su vida, le resulta más fácil
recordar los nombres de aquellos por quienes se sintió atraído. De igual manera,
si a usted le emociona el contenido de su discurso le será más fácil recordarlo.

▪ Preste atención. “La mayoría de los ‘lapsus de memoria’ se deben en realidad


a la falta de atención”, dice el libro Mysteries of the Mind. ¿Qué evitará que nos
distraigamos? La concentración. Mientras se prepara su presentación elimine de
su entorno otro tipo de estímulos, como radio, televisión, conversaciones e
incluso olores fuertes. Tratar de aprenderse la lista de los reyes godos mientras
ve el concurso de Miss España igual no es una buena idea. La música suave de
fondo ayuda a algunas personas a concentrarse, mientras que distrae a otras.
Averigüe cuál es su caso y obre en consecuencia.

▪ Comprenda lo que esté leyendo. Si no entendemos un concepto, nos cuesta


más recordarlo. Con la comprensión se establecen relaciones entre las diversas
partes de un concepto y se unen hasta formar un todo lógico. Si no entiende bien
el tema del que está hablando le será mucho más difícil recordarlo. Quizá lo que
deba buscar antes de nada es a alguien que se lo explique bien antes de intentar
memorizarlo.

▪ Repita su discurso en voz alta. Cuando ensayamos nuestra disertación en voz


alta, ponemos en marcha otros mecanismos de nuestro cerebro, como son las
zonas que controlan el oído y el habla. Si lo hacemos de pie, como ante un
auditorio, activaremos la parte que controla el lenguaje corporal. Cuanta más
actividad cerebral se vea implicada, más conexiones neuronales se crearán, y
más se fijará en nuestra mente la información.
▪ Visualice. También puede ser provechoso dibujar, esquematizar o formarse una
imagen mental de lo que se pretende recordar. Como la repetición verbal, la
visualización activa varias partes del cerebro. Por ejemplo, si va a hablar sobre la
ganadería, una visita a una granja puede ayudarle mucho a recordar y
comprender ciertos conceptos. Si va a hablar sobre la desesperación, pudiera
serle útil llevarse a su suegra a casa durante una semana. Cuantos más sentidos
usemos, mejor se grabarán los datos.

▪ Haga asociaciones. Cuando aprendemos algo nuevo, hay que asociarlo con lo
que ya sabemos. Si vinculamos las nuevas ideas con los recuerdos almacenados,
quizá en anteriores presentaciones, se nos hará más fácil codificar y recuperar la
información, pues la asociación nos servirá de pista.

▪ Dé tiempo a su cerebro para consolidar la información. Debemos permitir


horas o días para que se procese la información, para que nos cale hondo, por así
decirlo. Uno de los mejores métodos es repasar lo que estamos elaborando,
quizás explicándoselo a otra persona. Eso no solo grabará más la información en
nuestra mente, sino que tendremos la oportunidad de escuchar su opinión
respecto al nuestro progreso.

Algunas personas piensan que intentar aprender cosas nuevas hará que se
olviden las que ya sabemos, como si el cerebro tuviera que vaciar las estanterías
para llenarlas de nuevo. Pero eso no funciona así. Como diría Falete en un buffet
libre, siempre queda sitio para algo más.

Lo cierto es que aún no se ha descubierto el límite a la capacidad de información


que puede almacenar el cerebro humano. De hecho, la memoria es como un
músculo. Se irá fortaleciendo en la medida en que la vayamos ejercitando.
Cuantas más cosas vayamos aprendiendo, más fácil nos será recordarlas.

Y si algo importante debe recordar en su vida, es recomendar a sus amigos leer


este libro.
COMO DOMINAR LOS NERVIOS Parte II
Conocí el caso de una persona que fue injustamente acusada de haber provocado
un incendio. El hombre, que siempre había sido una persona honrada y decente,
compareció en el juicio atiborrado de tranquilizantes. Las pastillas funcionaron:
no estaba nada nervioso. De hecho, estaba taaan relajado que fue incapaz de
responder a las preguntas que se le hicieron; lo declararon culpable y condenaron
a tres años de cárcel. En el momento creo que no le importó mucho, pero sin
duda después lo lamentó.

Avispado lector, seguramente ya ha deducido la moraleja. Para conseguir el


control de los nervios, el uso del alcohol y las drogas debe desestimarse en la
mayoría de los casos. Como excepción puntual diría que para algún orador que
he tenido la “fortuna” de escuchar, el alcohol, no sería una opción descartable…
pero para los oyentes.

Hace unas semanas analizamos dos puntos que incidían directamente en el


dominio de los nervios. Para los millones de seguidores de los siete continentes,
que sin duda piensan escribirme confirmándome la eficacia de dichos consejos,
me animo a ponerles algunos más.

▪ Prepare de antemano su presentación. Así de sencillo, así de práctico.


Cuanto más se prepare, menos nervios experimentará en sus exposiciones ante el
público. La preparación no debe ser considerada una tarea simple sino más bien
poliédrica.
Entre los ámbitos que se debe incluir en una buena preparación alisto los
siguientes.

– Una buena investigación. Obtener información interesante o novedosa


consigue que nos centremos con entusiasmo en lo que queremos transmitir y
rebaja la tensión.

– Una fase de verificación. Los datos deben estar contrastados, aportándonos la


tranquilidad de que nuestras palabras son fiables y que por tanto podemos
relajarnos al comunicar lo que pretendemos. Hablaremos bastante de esto en el
libro.
– Estructura coherente. Esta idea será desarrollada en otros artículos y es una
parte importante en cualquier conferencia. El saber que nuestra disertación
mantiene un camino lógico nos transmite tranquilidad porque nos ayudará a
hablar fluidamente. Por otra parte, en todo momento sabremos en qué punto de
la presentación estamos y así no divagaremos.

– Ilustrar. Esta recomendación también será ampliada. El buscar ejemplos,


símiles, anécdotas, curiosidades y recursos similares dotará nuestra presentación
de un atractivo singular y de un dinamismo que nos dará mucha confianza al
hablar en público.

– Ensayar, ensayar y ensayar. Cuanto más se practiquen las presentaciones más


se dominará lo que se tiene que decir. El hacerlo en voz alta es una de las
opciones más recomendables.

▪ Busque aliados. Siempre dentro de un auditorio encontrará a personas más


receptivas y esto puede deberse a diversos motivos. Algunos oyentes
empatizarán más con usted quizás por la temática y su sensibilidad a ella. Si
usted está embarazada y dentro de su auditorio hay alguna mujer más en su
situación, busque su mirada; lo haga mal o muy mal, tendrá una cara amiga en la
que apoyarse.

Otros asistentes simpatizarán con usted por su acento, o simplemente por su


parecido extremo con George Clooney, como le pasa a uno de los dos autores de
este libro. Pero sea cual sea la razón, seleccione a esas personas que al mirarle
mientras usted diserta sonríen, asienten o le miran fascinados. Eso le dará
confianza y usted hablará con más calma.

Solo un último consejo, sea observador al escoger sus aliados. Recuerdo el caso
de un conferenciante que centró parte de su discurso en uno de los asistentes que
estaba ubicado en los primeros asientos. Aquella persona era tan receptiva que
cada vez que el orador le miraba asentía enérgicamente con la cabeza. En el
coctel que se celebró a continuación, el discursante se sonrojó al ver a esta
persona acercarse con un evidente tic nervioso que le hacía mover
constantemente la cabeza, como si estuviera asintiendo. Lo cual, dicho sea de
paso, la convertía en la persona ideal para pedirle un favor.

Si pone en práctica estos consejos, verá como disminuye su ansiedad por hablar
en público, y así puede concentrarse en el resto de problemas, sin duda
infinitamente más graves, que seguro tiene usted en su vida.

De nada.
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte I

Hace ahora algunos años tuve la oportunidad de presenciar un suceso muy


curioso. Participaba en un congreso en el que interveníamos un buen número de
ponentes, cuando uno de los oradores, llegado su turno, subió al estrado. Tras
ajustar el micrófono y la altura del atril, se aclaró la garganta, levanto la
cabeza… y no dijo nada. Sencillamente se quedó callado, con la mirada fija en el
auditorio.

La verdad es que un silencio inicial no es un mal método para captar la atención


del público, pero a medida que iban pasando los segundos y aquel pobre hombre
no abría la boca, un cierto nerviosismo empezó a apoderarse de los presentes.
Empezó a oírse algún cuchicheo, alguna risilla nerviosa, el organizador del
evento detrás del escenario empezó a fibrilar, y el tipo allí arriba inmóvil como
una estatua. Y el tiempo seguía pasando…

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, con la frente perlada de sudor el
orador abrió la boca, y dijo lo siguiente: “Hasta hace unos minutos Dios y yo
sabíamos lo que iba a decir. Ahora, sólo lo sabe Dios… Muchas gracias”. Y
dicho esto, saludó con una leve inclinación de cabeza, y se bajó del estrado,
acompañado, eso sí, de un consolador aplauso del comprensivo auditorio.

Si eso hubiese pasado en la última década no dudo que habría algún video de
aquel momento en YouTube, pero como de esto hace más de veinte años, tendrán
que conformarse con mi palabra. De todas maneras, si son ustedes morbosos y
les gustan este tipo de episodios de vergüenza ajena, prueben a buscar en
YouTube “Michael Bay se queda mudo“, y verán un ejemplo de lo que les
hablo.

Lo cierto es que a nadie le gusta quedarse en blanco, con la probable excepción


de Michael Jackson. Olvidarse de lo que uno iba a hablar es seguramente una de
las cosas que más aterran a quienes tienen que hacerlo en público. Y por eso es
recomendable, además de haber ensayado a conciencia la presentación, no fiarse
de la memoria, y llevar apuntado lo que tenemos pensado decir.

Y ahí es donde surge la duda. ¿Cuánto debemos apuntar en nuestras notas? Hay
quienes llevan un fajo de folios en los que llevan escrito palabra por palabra
hasta la última coma de su discurso, de manera que tan solo han de limitarse a
leer lo que tienen delante. Otros lo llevan en algún dispositivo electrónico, pero
igualmente escrito al detalle. Este método lo usan muchos oradores.

¿Ventajas de hacerlo así? Es muy difícil quedarse en blanco, a menos que por los
nervios también se le olvide leer. Si le pasa esto último debería aprender antes de
nada a dominar los nervios, porque de ahí a la pérdida de control de los
esfínteres hay un paso.

¿Desventajas de llevarlo todo escrito? La principal: se pierde naturalidad. No


vamos a engañarnos, muchos de estos discursos manuscritos están realizados en
su mayor parte con el conocido sistema corta&pega. Uno está documentándose,
lee una frase que le gusta, o incluso un párrafo entero, y como se ve incapaz de
decirlo mejor, porque no tiene tiempo o ganas o ninguna de las dos cosas, decide
incorporarlo a su presentación tal cual. Ctrl+C, Ctrl+V. Y a por el siguiente
punto. Y al final uno tiene una presentación hecha de retales, como el monstruo
de Frankenstein.

Pero olvida el hecho de que cada persona tiene una manera de hablar, y de
escribir, y que es muy difícil resultar natural cuando uno está leyendo lo que ha
escrito otro, usando sus palabras, modismos y argumentos. Además, la lengua
escrita permite florituras que resultan poco creíbles cuando las pasamos a lengua
hablada. Es decir, que la inmensa mayoría de las personas escribimos más fino
que como hablamos. Y eso el público lo nota.

Si a eso unimos la inseguridad propia de quien no ha llegado a sentir como suya


la información, y que además no quiere levantar la cabeza del papel porque tiene
miedo de saltarse una línea y perderse, (lo cual no es difícil que suceda, con esa
letrita tan pequeña, y todas esas líneas tan iguales…) estos discursos suelen
pasar con más pena que gloria. Y gracias podemos dar si quien los pronuncia por
lo menos sabe leer bien, que muchas veces ni eso…

A muchos les aterra la idea de hablar en público sin un guion minucioso, pero lo
cierto es que así es como hablamos en nuestra vida cotidiana. Uno tan solo sabe
lo que quiere decir, y lo dice. Hacemos eso cuando hablamos por teléfono,
cuando discutimos de fútbol con los amigos, o cuando explicamos cómo
arreglaríamos el problema de Cataluña en cuatro días si nos dejasen.

De manera que se trata de buscar el equilibrio entre saltar a pelo al escenario,


fiándose tan solo de la memoria, o ir cargando con quince folios y aburrir a los
asistentes con una minuciosa lectura. ¿Cómo se consigue eso?

Permanezcan atentos al libro, en otro capítulo se lo explicaremos.


INTRODUCCIONES EFICACES
Una música inquietante suena de fondo, mientras aparece en pantalla, en blanco
y negro, la imagen de un misterioso castillo en medio de la noche. La cámara se
va acercando a la inmensa mole de piedra, que desprende un aire tétrico y
tenebroso.

De repente hay un primer plano. Estamos dentro de una amplia y oscura


habitación. En un costado de la misma hay una cama, y en ella se ve, de manera
incompleta, la figura de una persona acostada en ella boca arriba. Ahora se da
paso a un plano detalle, se enfocan los labios del moribundo Sr.Kane, y este,
mientras deja caer al suelo una bola de cristal, con su último aliento de vida,
pronuncia una enigmática palabra: “Rosebud”.

El señor Kane ha muerto. La bola de cristal, tras rodar por una escalera, se
rompe en mil pedazos coincidiendo con la nota grave de un fagot. Fin de la
primera secuencia.

¿Qué es Rosebud? ¿Qué significa esa palabra? ¿Por qué justo antes de morir este
señor, casi sin fuerza, la pronuncia? Tendrán ustedes que ver la película. Pero
este, amigos lectores, es un magnífico ejemplo de una introducción que despierta
interés. Y, como habrá adivinado, pertenece a la magistral película de Orson
Welles, Ciudadano Kane.

La siguiente secuencia de la película es un noticiario televisivo. El locutor se


encarga de contar la vida de este magnate, propietario de periódicos y cadenas de
radio, y coleccionista de obras de arte que ha amontonado en su castillo de
Xanadú. Pero eso ya es irrelevante. Porque tras la escena inicial, todo espectador
que tenga un mínimo de curiosidad, está enganchado a la película y quiere
averiguar ante todo que significa esa maldita palabra, Rosebud.

Y efectivamente, tanta importancia tiene en la oratoria una buena introducción,


que uno de sus objetivos primordiales, es conseguir que su audiencia quiera
seguir escuchándole. Necesite seguir escuchándole.

Por el contrario, si usted inicia su disertación con unas palabras que carecen de
todo interés, tales como “Pues bien…”, probablemente su auditorio empezará a
marcharse. No todos lo harán físicamente. Los más educados quizás aguanten en
sus asientos. Pero su mente emprenderá un largo viaje. Y una vez, amigo mío,
que la mente de sus oyentes empiece a viajar a exóticos lugares distantes, o
empiece a retrotraerse a episodios de su niñez, ya será demasiado tarde, ya no
podrá volver a recuperarles.

Así que, no es exagerado afirmar que el éxito de lo que diga, por mucha calidad
que tenga su trabajo, por mucho conocimiento que demuestre, o por más práctico
que resulte, dependerá en gran medida de si ha captado el interés con sus
primeras palabras.

De ahí que pongamos todo el énfasis del mundo en aconsejarle que concentre
toda su pericia en preparar una introducción interesante, que tenga tanta fuerza y
gancho que obligue a su público a pegar el culo al asiento de sus butacas, y
mantenerlo ahí hasta que acabe.
¿Qué ideas puede utilizar para preparar una buena y efectiva introducción? Ahí
van algunas.

▪ Duración adecuada. Normalmente aquí se peca por exceso. Es raro


descalificar a una introducción por breve. Pero que una introducción se exceda
en el tiempo es tan frecuente como erróneo. Una introducción demasiado larga
suele ser muy compleja o contener demasiados detalles que pueden despistar a
los oyentes. Un blog de oratoria comparaba la introducción a un “abrebocas” o
aperitivo y sugería: “No te desgastes dando explicaciones desde el principio”.

▪ Sea impactante. Sus primeras palabras deben sorprender. Pero no tenga prisa
por empezar. Algo tan sencillo como esperar unos cuantos segundos antes de
hablar, creará una atmósfera de expectación hacia lo que va a decir a
continuación, que le hará ganarse la atención de la mayoría de sus oyentes.

▪ Utilice una frase célebre. Que guarde clara relación con el tema, claro. La
frase de Gandhi “Vive como si fueras a morir mañana” es preciosa, pero quizá
no sea la mejor para iniciar una conferencia en la planta de oncología de un
hospital. Una afirmación contundente, bien declamada, con la que las personas
que le escuchan puedan sentirse identificadas, sin duda sería una baza a su favor.

▪ Acuda a una anécdota o a un suceso histórico. El famoso storytelling del que


hablamos en otro capítulo viene aquí como anillo al dedo. Nos guste más o
menos la literatura, todos disfrutamos ante una historia interesante y
especialmente con la que nos podemos identificar. Cuando lea, hable con la
gente o vea la tele, trate de recordar, apuntándolas si hiciera falta, las historias
que podría utilizar algún día en sus conferencias.

▪ Aporte un dato sorprendente. Investigue antes de realizar la introducción si


hay estadísticas o hechos relacionados con el tema que va a tratar, y si descubre
algo que le impacta, piense que probablemente tendrá el mismo resultado en su
público. Por supuesto el dato no solo debe der veraz, sino que debe tener
significado matemático real. No sirve aquello de que de cada millón de chinos el
50% es la mitad.

▪ Sálgase de lo previsible. Váyase por los cerros de Úbeda en su primera


declaración. Diga algo que no guarde ni remotamente relación con el tema de su
conferencia. Con esto consigue un claro objetivo. Su auditorio quedará a su
merced. Algún detractor quizás sonría maliciosamente y piense que se le olvidó
tomar la medicación. Pero la mayoría de los oyentes manifestaran un deseo
irrefrenable de saber a dónde narices quiere llegar por ese camino. Cuanto más
extraña sea la frase, cuanto menos relación guarde con su tema, mejor. Eso sí,
recuerde que una vez se haya salido por la tangente, debe regresar, y no
demorarse mucho en el camino.

▪ Pregunte algo. Esta opción es siempre una garantía de éxito. Muy mala tiene
que ser la pregunta para que cualquiera de sus oyentes no le conceda unos
segundos de gracia mientras piensa la respuesta. Eso sí, ya que tiene un recurso
que funciona bien, cúrreselo un poco. No haga una pregunta demasiado obvia, y
desinfle en un nanosegundo a sus oyentes. Plantee una cuestión atractiva e
interesante, una de esas que provoque la necesidad de obtener la respuesta.

▪ Use una metáfora. Las metáforas, o las comparaciones, suelen ser un buen
recurso. Temas como una receta de cocina, un deporte en equipo, o una orquesta
sinfónica, pueden ser fácilmente asimilados a otros asuntos y dar un cariz
pedagógico a su introducción. Eso sí, evite las metáforas con mucho fleco que
explicar, y las que sean técnicamente complejas, a menos que su auditorio de la
talla. Por ejemplo, si usted habla de que, tal y como una garrapatea es más breve
en su duración que una semifusa y comparativamente las cocheas son
lentísimas… ya puede venir ahora el paralelo más fácil del mundo, que a menos
que su auditorio sea un alumnado de conservatorio, habrá errado en su elección.
▪ Apoyos visuales o auditivos. Este es un recurso muy potente para captar la
atención. Sea una imagen proyectada en un monitor, un gráfico, o una bonita
sintonía, debe utilizar el buen gusto y ajustar el tiempo de uso. Buen gusto en el
sentido que no queremos utilizar imágenes que hieran la sensibilidad de los
invitados por escabrosas, sexualmente explícitas o escatológicas. Y si usa
música, que sea de buen gusto, y a un volumen apropiado. AC/DC quizás no sea
la mejor opción. Y si lo que utiliza es un objeto real para captar el interés del
público, tenga sentido común y sea razonable. Escoja algo que pueda ser visto
por la mayoría de su auditorio, y que no le haga parecer un payaso. No aparezca
con un ala delta de colores chillones en el estrado, ni con una semilla de algo
entre sus dedos. Cierto es que actualmente muchos conferenciantes tienen la
ventaja de ser grabados con cámaras y su imagen aparece en pantallas gigantes.
Solo sea coherente.

Ni que decir tiene que puede combinar entre sí las diferentes técnicas de las que
acabamos de hablar.

En resumen, la introducción es una parte vital de su conferencia. Genera una


expectativa tal que le obliga a dotar de una calidad óptima al resto de su
conferencia. He conocido a muchos conferenciantes que lo último que hacen es
preparar su introducción. Y no lo traemos a colación porque esté mal hecho.
Simplemente pone de manifiesto la importancia que muchos le damos a esta
parte del discurso.

Utilice los recursos que le hemos alistado. Asígneles un tiempo adecuado.


Sorprenda. Diga algo impactante. Formule esa pregunta tan curiosa que nadie
quiera irse sin saber cuál es la respuesta.

Y, por cierto, ¿sabe usted que era Rosebud?


Pues resulta que, esa misteriosa palabra que pronuncia el ciudadano Kane en el
lecho de muerte, significa…
LA ENTREVISTA

Por favor, lea conmigo pausadamente en voz alta: “Uno… dos… tres… cuatro…
cinco”. Perfecto, muchas gracias.

Si ha hecho usted bien el ejercicio anterior, (que tampoco era tan difícil,
caramba), ha superado en un segundo el tiempo que tarda un entrevistador en
hacerse una impresión de la persona a la que va a entrevistar para un puesto de
trabajo. En la mayoría de los casos, esa primera impresión resultará determinante
a la hora de decidir si contrata o no al aspirante.

Es abrumador pensar que en tan solo cuatro segundos, uno puede estar
jugándose los próximos cuarenta años de su vida, ¿verdad? “Pero si aún no me
ha dado tiempo ni a saludar”, quizá piense. Pero lo cierto es que en esos cuatro
segundos el entrevistador ha tenido tiempo de ver más cosas de usted de las que
quizá pueda imaginar.

Piense en lo siguiente. Es más que posible que, al tener su currículo con


antelación, su entrevistador ya sepa cómo se llama usted, la edad que tiene, cuál
es su titulación, y donde ha trabajado anteriormente, si es que lo ha hecho. Sabe
si tiene el carnet de conducir, si domina Windows “nivel usuario”, e incluso, si
es usted amigo de los CV creativos, si le gusta viajar y hacer sudokus. De hecho,
si le ha llamado para entrevistarle, es básicamente porque se ajusta usted al perfil
que la empresa necesita, tanto por edad como por titulación y experiencia
laboral.
Es más, la razón por la cual no le han llamado directamente para decirle su
horario y donde quiere que le domicilien la nómina, es que hay una variable que
no se puede incluir en ningún currículo, y que es precisamente la que acaba de
descubrir nuestro entrevistador en esos primeros cuatro segundos: cómo es
usted. Y no nos referimos solo a su cara, puesto que seguramente su CV incluirá
foto, sino que quiere saber cómo se viste, como saluda, como huele y como se
mueve. Quiere conocer a la persona que hay detrás de ese par de folios grapados
que descansan sobre su escritorio.

Esto es tan importante para el entrevistador, porque la misma ansiedad que tiene
usted por conseguir el empleo seguramente la tendrá él por no meter la pata y
contratar a alguien problemático. En teoría, cualquiera de los quince que va a
entrevistar esa mañana le valdría, así que va a tratar de encontrar a alguien que le
caiga bien a la gente, que no huela a sudor, que no salude con las manos
húmedas, y que no se vista como si hubiera sobrevivido a un apocalipsis zombie,
para que el jefe de verdad, cuando lo vea, le guiñe el ojo y le diga: “buen
trabajo”. ¿Quiere usted el empleo? Pues ya sabe por dónde empezar.

Primero, la ropa. Es aconsejable que elija la lo que va a llevar a la entrevista con


al menos un par de días de antelación. Así no tendrá que hacerlo en el último
momento, lo cual aumentaría la tensión de la cita. El tipo de ropa dependerá del
tipo de trabajo al que aspire. Si el trabajo es físico, no es necesario que vaya con
traje y corbata, pero sí que la ropa que lleve esté limpia y no se vea muy usada.
Evite el chándal y las camisetas con estampados llamativos. Unos pantalones
chinos y un polo liso, por ejemplo, si es usted hombre, serían una buena
elección. Y si es mujer, pantalones no demasiado ceñidos, o una falda recta (ni
muy larga ni muy corta) y una camisa (ni muy abrochada ni muy desabrochada)
también podrían valer. Calzado limpio y clásico. No sea creativo.

Si el trabajo es para un puesto que va a requerir llevar traje, puede ir con uno a la
entrevista, pero recuerde no llevar su mejor conjunto. No queremos bajo ningún
concepto que vaya más elegante que el propio entrevistador. Recuerde que, en
muchas ocasiones, éste va a fichar a un futuro compañero de trabajo, y quizá no
le apetezca contratar a alguien que desde el primer día le esté haciendo sombra.
Así que, de nuevo, algo sencillo pero elegante, que podría perfectamente llevar a
la oficina el día siguiente si le dan el puesto.
Segundo, el cuerpo. Salga lavado y aseado de casa. El pelo bien arreglado. Las
manos dicen mucho de una persona, así que haga un esfuerzo por no morderse la
uñas y llevarlas lo más cuidadas posible. En cuanto a su barba, tiene dos
opciones (Eso si es hombre. Si es mujer, lo que tiene es un problema): O bien
afeitado, o bien con una barba bien cuidada. La barba de dos días no suele dar
buena imagen.

No se pase con la colonia. No abuse del maquillaje. Y si lleva joyas u otros


complementos, por favor, con discreción. No dudamos de que sea usted una
persona muy especial, seguro que con una fascinante vida interior, pero lo cierto
es que los entrevistadores se pirran por la gente sencilla, que son los que
generalmente dan menos problemas.

Si se ha duchado y echado desodorante, el sudor no debería ser un problema,


pero si aun así teme que los nervios le hagan aparecer sobaqueras como a
Camacho, póngase una camiseta debajo de la camisa. Y échese talco en las
manos para que quien le salude no piense que ha agarrado un manojo de
salchichas recién sacado del bote.

Ah, y los dientes. Cepíllese a fondo, use hilo dental y tómese un bote de Smint si
hace falta, pero que al saludar al entrevistador éste huela a menta, o en último
caso, que no huela nada. No sería el primer aspirante supercualificado que se
queda en la calle por olerle la boca como el vestuario de un orco.

Llegue a tiempo. Si es unos minutos antes de la hora mucho mejor. Y cuando le


toque el turno, camine con la cabeza erguida, mire a los ojos al entrevistador,
sonríale, dele la mano con firmeza pero sin tratar de partírsela, y bésele solo si él
o ella inician el gesto. Y si es así, besando el aire, por supuesto. No le dé un
morreo o un beso de abuela, que la liamos.

No se mueva mucho, siéntase derecho en la silla cuando le inviten a hacerlo, y


no empiece a mirar toda la estancia como si estuviera buscando una cámara
oculta.
Y ya está. Los cuatro segundos han pasado. Si al entrevistador le ha gustado,
muy torpe tiene que ser usted para estropearlo en los siguientes minutos. Eso sí,
si a los seis meses descubre que ese trabajo está arruinando su vida, que sepa que
no nos hacemos responsables.
USO EFICAZ DE LA VOZ

“(…) del magnánimo Esténtor, que tenía vozarrón de bronce y gritaba tanto
como cincuenta hombres juntos”
Ilíada: V, 778 y ss

De este mitológico héroe que tomó parte en el sitio de Troya, nace el término
estentóreo/a, que utilizamos por ejemplo para indicar que una voz es fuerte o
robusta.
En nuestro reputado diccionario de la RAE, se define este adjetivo de la
siguiente manera: “Dicho de la voz o del acento muy fuerte, ruidoso o
retumbante”.

Mal que me pese, debido a mis preferencias futbolísticas, no compartidas por el


coautor de este libro, he de reconocer que el recuerdo sonoro que llega a mi
tímpano cuando pienso en el vocablo aludido, es el estadio Santiago Bernabeu, y
la voz atronadora de Placido Domingo declamando aquello de “… tramontane,
stelle! All´alba vincerò!”. El Nessun Dorma de la opera Turandot de Puccini.

Si usted tiene una voz potente, varonil o grave, permítame felicitarle. Tiene
mucho ganado para tener a su auditorio atento a poco que discurse medio bien.

Mire usted al difunto Constantino Romero, que con esa voz prodigiosa no solo
dobló a actores tan destacados como Clint Eastwood, Arnold Schwarzenegger, o
a personajes como Darth Vader, sino que se hinchó a hacer anuncios. Que gusto
daba escucharle.

Probablemente usted, igual que la mayoría de los mortales, no goce de unas


cuerdas vocales tan privilegiadas, pero con lo que Dios le ha dado, debe
defenderse y utilizarlo de manera apropiada. Y por qué no, si Sabina ha
“cantado” y tenido un éxito muy respetable, casi cualquier ser humano puede
salir adelante con un uso adecuado de su voz. (Abro paréntesis para rendir
homenaje al don de Joaquín Sabina como compositor musical y creador de
letras).

Volviendo al tema, intente seguir estos sencillos consejos.

▪ Coloque la voz. Este primer recurso técnico lo recomiendan bastantes


expertos. Para no arriesgarnos a un cambio de volumen inadecuado, una voz
trémula o un gallo por causa del nerviosismo, es muy útil colocar la voz y relajar
las cuerdas vocales. Se consigue con un simple ejercicio que consiste en
canturrear con la boca completamente cerrada. Sea razonable al realizar esta
dinámica, tararear algo sencillo con los labios pegados no casa mucho con
intentar emular los gorjeos de Antonio Molina, ni tampoco parece muy
aconsejable Louis Amstrong.

▪ Module. Algunos conferenciantes que hablan con fluidez, que aportan un


contenido llamativo y tienen una voz agradable, echan todo por tierra por carecer
de modulación. Son lo que en música denominaríamos monotímbricos. Se
instalan en una nota y de ahí no salen recordando en algunas ocasiones un
abejorro… pero sin picar. Varíe la sonoridad de su voz.
Amplíe su tesitura de sonidos. Ascienda desde sus notas más graves hasta
algunas más agudas al hablar, pero resultando natural. Un exceso de modulación
podría tener el efecto contrario. Por tanto, aprenda a modular pero con
equilibrio.

▪ Juegue con las velocidades. Se puede acelerar en momentos puntuales de su


conferencia para generar un sentido de dinamismo. Puede ser especialmente
eficaz esta opción, en la narración de relatos donde se describen actividades.
También es un buen método para contagiar estados de ánimo. Puede imprimir
nerviosismo, alegría e incluso euforia. Por el contrario, aminorar la velocidad
con la que estamos hablando y hacerlo de manera ostensible, puede resaltar la
importancia de lo que estamos expresando, puede inducir a la reflexión o incluso
añadir un punto dramático.

▪ Utilice el cambio de volumen. Indudablemente el aumento de la sonoridad de


su voz, sin llegar a la estridencia o a que sea molesta, es un apoyo claro con el
que subrayar ideas, reforzar la importancia de lo que estamos hablando o dar
autoridad a una sentencia. Sin embargo, también es un recurso muy poderoso
bajar el volumen de su voz, casi susurrando, para expresar palabras o situaciones
con carga emotiva.
Experimente conmigo ahora y lea de manera audible lo que viene a continuación
pero utilizando los recursos que le hemos sugerido:

“Este artículo que acabo de leer” (Velocidad normal).


“Es u na ma ra vi lla” (Velocidad lenta)
“ME HA ENCANTADO” (Voz fuerte)
“Espero con mucho deseo el próximo” (Susurro sensual)
COMO ELABORAR UN BOSQUEJO Parte II

Existe gente con una increíble capacidad para hablar durante horas de un tema,
sin consultar ningún tipo de nota. Alguien que puede dar fe de ello es la
periodista de la NBC Andrea Mitchell. Esta veterana reportera recuerda en sus
memorias como, en una ocasión, tuvo la oportunidad de entrevistar nada menos
que a Fidel Castro. Recién empezada la entrevista, le formuló al difunto líder
cubano una pregunta de apenas 30 segundos, y éste le estuvo respondiendo…
durante 45 minutos.

Sin embargo, la mayoría de nosotros, cuando vamos a hablar durante bastante


tiempo sobre algún tema, necesitamos algún tipo de guion o bosquejo para
apoyarnos en él. Así que retomamos la idea de nuestro artículo anterior sobe
cómo preparar las notas que van a servir de base para nuestra conferencia.

Cualquier conferencia, no importa su duración, se divide en tres partes.


Introducción, cuerpo y conclusión. En nuestro bosquejo deberían estar
claramente diferenciadas esas tres partes, de manera que, con un breve vistazo a
los papeles, uno pueda seguir fácilmente el desarrollo del discurso. Cambiar el
tamaño de letra, o subrayar los encabezamientos con un rotulador fluorescente
suele ser un buen método para dividir la información.

Si, por el contrario, uno escribe todo su bosquejo con el mismo tipo de letra, sin
establecer ninguna división fácilmente identificable a simple vista, corre el
riesgo de que, con los nervios, al mirar el papel uno vea tan solo un conjunto de
letras inconexas y se pierda. El perderse en el guion tan solo servirá para
aumentar su nerviosismo, lo cual le hará más difícil retomar el hilo de la
conferencia. Eso sin duda le pondrá aún más nervioso, mirará al papel pero las
letras le parecerán manchas borrosas. Vendrán más nervios, un ataque de pánico,
el consiguiente paro cardiaco… Bueno, quizá todo eso no pase. Pero, ¿por qué
arriesgarse?

Otra idea respecto al soporte en el que lleva su discurso: el papel no mola tanto
como el iPad, pero falla menos. Aunque lleve su conferencia en la tablet, no
olvide llevar una copia de respaldo en papel. Le aseguró que sé de lo que hablo.

Y otra más: escoja un tamaño de letra adecuado. Ni tan grande que tenga que
estar continuamente pasando páginas, ni tan pequeño que tenga que pegarse los
papeles a la nariz. Escoja uno que le permita leer con comodidad a una distancia
de unos 40 centímetros de los ojos.

¿Cómo apuntar las ideas en el bosquejo? Bueno, ya hablamos el otro día de lo


poco provechoso de escribir el discurso palabra por palabra. Perdemos en
frescura y naturalidad, y como nos aterra la idea de perdernos, también
eliminamos casi por completo el contacto visual.

Pero cuidado, tampoco se trata de economizar tanto las palabras que convirtamos
nuestro discurso en un mensaje cifrado. Si somos demasiado crípticos, es posible
que al tener que dar el discurso dentro de unos meses nuestros propios apuntes
nos parezcan estar copiados de la tumba de Tutankamon, lo cual sería igual que
no haber apuntado nada.

La idea es que resumamos la información hasta el punto de que lo apuntado nos


haga recordar la idea que queríamos transmitir. Por ejemplo, si quiere empezar
contando la anécdota que abría este artículo, podría apuntar en el papel algo así.

Andrea Mitchell NBC


Entrevista Fidel Castro
Respuesta 45 m

Y, teniendo en cuenta los datos principales, limitarse a explicar la anécdota con


sus palabras.
En el cuerpo del discurso, es muy importante que estructure las ideas en puntos
principales. Digamos que los puntos principales de un discurso son como las
columnas sobre las que se apoya su disertación. Igual que una casa no debe tener
demasiadas columnas, ni tampoco quedarse corta, una conferencia de, por
ejemplo, media hora, no debería tener más de cinco o seis ideas principales. Esas
ideas deben estar claramente escritas y marcadas en su bosquejo. Y debajo ponga
los razonamientos que contribuyen a apoyar esas ideas, utilizando el método que
le dijimos antes: resuma las notas hasta el punto en el que, al echar un vistazo a
lo anotado, recuerde qué es lo que quería decir.

Los datos concretos, como fechas o nombres propios, es muy importante


tenerlos siempre anotados, pues corremos el peligro de equivocarnos y arruinar
la presentación por dar un dato erróneo.

Y finalmente, en la conclusión, muchos oradores encuentran útil hacer un repaso


de las ideas principales, lo cual ayuda a fijar la información en la mente del
auditorio. Apúntelas, por lo tanto, todas seguidas en su guion, para no olvidarse
de ninguna.

Con el tiempo irá encontrando el estilo de bosquejo que más se adapte a sus
características como orador, y aprenderá a depender cada vez menos de las notas.

Mientras ese día llega, en la oratoria, como en todas las facetas de la vida…
cuidado con perder los papeles.
COMO MEJORAR LA VOZ

Existe un listado de cosas sumamente desagradables que todos hemos


experimentado alguna vez. Por ejemplo, todos en algún momento de nuestra
vida nos hemos quemado la lengua con la sopa y perdido la sensibilidad durante
días, a todos nos ha dado alguna vez la risa bebiendo y hemos expulsado el
líquido por la nariz, y todos, sin excepción, hemos sentido una mezcla de
sorpresa y espanto al escuchar nuestra voz en una grabación.

“¿Ese soy yo?”, decimos horrorizados, y nos sorprende que nuestros amigos no
se tapen los oídos asqueados cada vez que hablamos.

Lo cierto es que los únicos que no estamos acostumbrados a escuchar nuestra


propia voz somos, curiosamente, nosotros mismos. Cuando hablamos, el sonido
que escuchamos, debido a ciertas características fisiológicas complejas, es
normalmente más grave que el sonido que escuchan quienes nos rodean, de
manera que nuestra voz real es siempre más aguda que como nosotros la
percibimos.

Y lamento decirles esto, pero la voz es, junto con otras características como el
color del pelo o la estatura, algo que no vamos a poder cambiar por más que nos
gustaría. Y para esto, tristemente, no hay ni tintes ni tacones. Pero el que no
podamos cambiar nuestra voz, no quiere decir que no podamos mejorarla. De
hecho, existen maneras de potenciar tanto el volumen como el tono de la voz, y
ni que decir tiene que para un conferenciante una buena voz puede ser una
herramienta tremendamente eficaz a la hora de transmitir la información.

Con los ejercicios que les proponemos a continuación, (puede aplicarlos junto a
los de nuestro artículo Uso eficaz de la voz), quizá no llegue a tener la voz de
Ricardo Solans, o Concha García Valero, pero al menos seguro que cuando
empiece hablar no habrá quien piense que lleva demasiado apretados los
calzoncillos, o quien salte a hacerle la maniobra de Heimlich pensando que se ha
atragantado con un canapé.

▪ Controle el volumen de aire. Si no mantiene un flujo constante de aire y


controla la respiración, su voz posiblemente suene débil, y el discurso,
entrecortado. Si al inspirar solo consigue llenar de aire la parte superior de los
pulmones, en unas pocas inspiraciones se quedará sin aliento, quizá incluso a
mitad de una frase, lo cual será doblemente vergonzoso.

Para aprender a respirar correctamente, siéntese o póngase de pie erguido y eche


los hombros hacia atrás. Procure no ensanchar solo la parte superior del tórax
cuando inspire para hablar, sino llene completamente de aire la parte inferior de
los pulmones, de modo que la parte inferior de la caja torácica se ensanche hacia
los lados. Luego concéntrese en la expiración. No desperdicie el aire dejándolo
escapar de golpe, sino expúlselo poco a poco, mientras cuenta lenta y
suavemente hasta la cifra más alta que pueda en una sola expiración. Repita
luego el ejercicio leyendo en voz alta y respirando de la misma manera.

▪ Relaje los músculos tensos. Este es un factor fundamental para tener una
buena voz. Es sorprendente lo que puede mejorar la voz si aprende a relajarse
cuando habla. Relaje los músculos de la garganta concentrándose en ellos y
destensándolos consciente-mente. Las cuerdas vocales funcionan como las
cuerdas de una guitarra. Si están demasiado tensas el sonido que produzcan será
más agudo, pero al relajarlas el sonido se vuelve más grave y por lo tanto más
agradable.

Antes de su conferencia, tómese unos minutos para relajar el cuerpo entero: las
rodillas, las manos, los hombros, el cuello… De ese modo mejorará la
resonancia que necesita para proyectar la voz. El tono de la voz, que se genera
en la laringe, no solo reverbera en la cavidad nasal, sino también en la estructura
ósea del pecho, los dientes, el paladar y los senos faciales. Piense de nuevo en
una guitarra: si coloca un peso en la caja de resonancia, el sonido se amortigua;
la caja debe poder vibrar libremente para conseguir la resonancia apropiada. Lo
mismo ocurre con las estructuras óseas del cuerpo, que los músculos sujetan. Si
la resonancia es adecuada, porque el cuerpo no está agarrotado, podrá modular la
voz debidamente y expresar los sentimientos con sus diferentes matices.
Conseguirá hablar a un público numeroso sin tener que forzar la voz.

Y no solo debe relajar su cuerpo, sino también su mente, pues la tensión mental
provoca tensión muscular. De todas maneras, de cómo aliviar la tensión mental
que provoca hablar en público hablamos en otros artículos.

Tan solo unos breves recordatorios antes de concluir:

En algunos casos, la mala calidad de la voz obedece a una enfermedad que ha


dañado la laringe o a un defecto estructural heredado. Quizá este sea tan grave
que no pueda corregirse por completo. Sin embargo, la calidad de la voz suele
mejorar cuando aprendemos a utilizar adecuadamente los órganos del habla.

Segundo recordatorio. Cada voz es diferente. Su objetivo no debe ser conseguir


una voz igual a la de otra persona, sino aprovechar las posibilidades de la suya
propia, con sus cualidades distintivas.

Y por último: una buena calidad vocal no depende solo de la fisiología de la voz,
sino también de nuestra personalidad. De hecho, aunque no entendamos el
idioma en que hablan dos personas, cuando el tono de una de ellas es humilde,
paciente, amable y cariñoso, y el de la otra es altivo, intolerante, crítico y áspero,
no nos resulta difícil percibir la diferencia.

Aunque si su problema es este último, le recomendamos sinceramente que


busque ayuda en otro sitio además de en este libro.
EL FACTOR SORPRESA (SINFONIA 94 EN SOL
MAYOR)

El famoso compositor austriaco Franz Joseph Haydn, es uno de los máximos


representantes del periodo clásico. Se le conoce como el “padre” de la sinfonía.
Profesor de Ludwig Van Beethoven, y posiblemente mentor de su íntimo amigo
Wolfgang Amadeus Mozart, Haydn fue sin lugar a dudas unos de los
compositores más celebres de su época, con un catálogo de obra tan extenso que
da vértigo.

Pero, ¿qué nexo de unión podemos hallar entre el genio austríaco y nuestros
recursos y capacidades en la oratoria? Permítame demostrarle en los dos
siguientes artículos que no estoy mezclando churras con “meninas”.
La Sinfonía nº 94 en sol Mayor, contiene un ejemplo de algo que los oradores
debemos de vez en cuando incorporar en nuestras conferencias. Haydn tenía la
coherente costumbre de molestarse cuando, algunos asistentes a sus conciertos,
en vez de disfrutar de la maravillosa música que él magistralmente había
compuesto, optaban por dormir.

Para solucionarlo, en algunas ocasiones introducía un efecto que despertaba a la


audiencia para recuperar la atención. A veces sorprendía con alguna estridencia,
que no necesariamente se encontraba en la partitura, para lo cual él mismo se
encargaba de tocar los timbales.
En la mencionada Sinfonía nº 94, se escuchan compases normales y compases
interpretados suavemente en pizzcatto (efecto que se consigue al pellizcar las
cuerdas con los dedos en vez de usar el arco), y con una indicación musical pp
(pianísimo, lo cual significa tocar al volumen bajísimo). Era como estar
escuchando una suave nana. La gente entraba en un estado de sopor, los que
llevaban un rato cabeceando directamente entraban en fase REM, y, de repente,
¡la entera orquesta, ejecuta un acento, unas notas simultaneas con la indicación
musical ff (fortísimo, a un volumen muy elevado)! Los músicos disfrutaban con
el respingo que daban algunos de los asistentes, y Haydn se resarcía con aquella
sutil venganza.

Vamos con la aplicación. En primer lugar, si durante la mayoría de sus


ponencias, uno o incluso varios de sus oyentes se duermen, quizás tenga más de
un campo en el que mejorar como discursante. No obstante, a todos los que nos
ponemos ante un auditorio alguna vez se nos ha dormido algún que otro
asistente.

En esos casos, déjese inspirar por Haydn. Incorpore alguna sorpresa. Puede ser
muy útil incluso para cuando el público empieza a ausentarse aunque de cuerpo
estén presentes. Con sus cuerpos mortales en la silla, pero con sus mentes
viajando en yate con Megan Fox.
Eleve inesperadamente el volumen de la voz para enfatizar una idea, hágalo
como el compositor, aunque su escrito no lo indique, pero traiga de vuelta al
mundo de los conscientes a aquellos que están allí frente a usted mirándole sin
verle.

Sin embargo, esta opción de incorporar en sus presentaciones sorpresas, no debe


únicamente utilizarse para los casos expuestos. Si bien es cierto que un volumen
elevado puede generar sorpresa a lo Haydn, debería esforzarse como buen
ponente en ofrecer una gama más amplia de maneras de sorprender.

Para ello, usted podrá pensar previamente donde su presentación tiene poca
fuerza, en que partes el contenido es más denso o tedioso y como enmendar el
déficit de atención con pequeños efectos inesperado. Una palmada al aire. Un
silencio muy prolongado, roto por una frase en voz alta. Un comentario loco. Un
ademán exagerado. El amago de lanzar algo al auditorio, con mucho cuidado,
por si el amago no queda en tal y se mete en un problema. Bueno, tampoco hace
falta que haga el payaso, aunque mejor es eso que aburrir al respetable.
La verdad es que hay mil maneras de adecuar el efecto sorpresa al fluir de su
conferencia y en muchos casos es solo cuestión de pensar sobre el papel, cuando
estamos en la fase de preparación, cómo echarle imaginación.

Haydn no solo fue un compositor singular por implementar el elemento sorpresa


en sus composiciones, también utilizó otras características dignas de emular en
el campo de la comunicación, pero estas serán comentadas en el próximo
artículo. Quizás les sorprenda.
HAYDN, MARTIN LUTHER KING Y LA
REPETICION

En un artículo reciente pudimos comprobar que el gran compositor austriaco


podía ser fuente de inspiración musical, a la vez que proveedor de algunos
recursos en el campo de la oratoria.

Si anteriormente consideramos como la sinfonía número 94 en Sol Mayor,


sugería la posibilidad de emular el factor sorpresa, hoy exploraremos otra
posibilidad, convencidos de que tiene aplicación en el ámbito de las
presentaciones o discursos.

Sinfonía número 65 en La Mayor. En el andante, movimiento musical que para


profanos viene a ser algo así como tranquilo, (para entendidos, entre adagio y
allegretto, equivalente a la indicación metronómica 76 y 108 ppm), la nota La se
repite… ¡hasta 24 veces! En el IV movimiento Finale de la Sinfonía número 86,
la aparición de un motivo de cinco corcheas, se va repitiendo mecánicamente y
vuelve a escucharse en la coda final.

Haydn utilizaba este elemento de la repetición en ocasiones con el fin de generar


expectativa y en otros casos para provocar incertidumbre. Los oyentes se podían
preguntar, ¿Se le ha acabado la imaginación al compositor? ¿Por qué se repite
tanto? ¿Cómo va a terminar? Y ahora, tras esas repeticiones, repentinamente
Haydn obsequiaba esa curiosidad creada con una solución musical digna de un
gran genio.

¿Será esto extrapolable para los que nos toca hablar en público? Permítame que
lo piense… ¡Ya lo tengo!

28 de Agosto de 1963, delante del monumento de Abraham Lincoln en


Washington, DC, durante una histórica manifestación de más de 200,000
personas en pro de los derechos civiles para los negros en los E.E.U.U. Seguro
que ya ha caído, amigo lector. Les anoto solo un fragmento de ésta sublime
intervención y ejemplo de la oratoria de Martin Luther King, Jr.

“Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero
significado de su credo: ‘Creemos que estas verdades son evidentes: que todos
los hombres son creados iguales’.

Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de
los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de
sentarse juntos en la mesa de la hermandad.

Yo tengo el sueño de que un día incluso el estado de Mississippi, un estado


desierto, sofocado por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en
un oasis de libertad y justicia.

Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación
donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su
carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy!

Yo tengo el sueño de que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados,
con un gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la
anulación; un día allí mismo en Alabama, pequeños niños negros y pequeñas
niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y
niñas blancas como hermanos y hermanas…
¡Yo tengo un sueño hoy!”

Que útil puede resultar este recurso de la repetición cuando se usa con maestría,
tal y como lo hacía el gran compositor Haydn o el pastor estadounidense de la
iglesia bautista y Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King, Jr.

Repetir puede servir para enfatizar ideas o lo más importante de una


presentación, también para destacar lo que se quiere transmitir sin que se pierda
en un mar de datos el escuchante. Puede servir para generar expectación o
incertidumbre como hemos recordado. Para tener al oyente atento a lo que a
continuación va a ocurrir.

Sea un reiterativo La La La como los de Haydn, o sea un insistente “Yo tengo un


sueño, yo tengo un sueño…”, esta técnica bien utilizada, puede grabar a fuego en
el corazón de su auditorio aquello que usted quiera transmitir como orador
experimentado.

Le aseguro que el próximo capítulo será muy muy interesante, se lo aseguro,


muy muy interesante, se lo aseguro, se lo aseguro…
SIN PRISA PERO CON PAUSA
Y el ganador de la presente edición de MasterChef es...
...
...
...
Veinte segundos sin decir nada, y ahí nos tienen a todos, pegados a la tele,
aguantando la respiración. Se nos han quitado hasta las ganas de ir a mear. Si en
ese momento a la abuela le estalla el marcapasos, le decimos que se espere un
poco. Hasta que no digan un nombre, allí no se mueve ni el perro. El momento
de máxima audiencia del día, son, manda narices, veinte segundos de silencio.

El poder de las pausas.

La pausa dramática o pausa para crear expectación es tan solo uno de los
recursos que podemos utilizar mediante variar el tempo o el ritmo del discurso.
Hablaremos un poco de este fascinante tema en el presente artículo.

Lo primero que debemos hacer es distinguir entre pausas y velocidad. Un


discursante puede hablar muy despacio pero no hacer pausas, igual que un
conductor puede conducir muy lento, pero saltarse los semáforos. Ni hablar
despacio, ni hablar deprisa, son sinónimos por sí mismos de hablar BIEN.

Siempre que uno no se vaya a los extremos por demasiado rápido o por
demasiado lento, puede ser un buen conferenciante tan solo adaptando la
velocidad de su charla a su habla cotidiana, para sonar creíble y natural. Es cierto
que hay fases en una conferencia en las que uno debe adecuar la velocidad al
contenido de su discurso. Como en la vida real, vaya. Seguro que no habla igual
de rápido cuando está en el bar discutiendo de fútbol con los amigos, que
cuando, al día siguiente, está intentando que su esposa le perdone por haber
llegado a casa a las cinco de la mañana. Cuanta más carga emocional tenga
nuestra habla, más despacio deberemos hablar. Y también es bueno reducir la
velocidad al enunciar los puntos principales del discurso, o al hacer un resumen
del mismo antes de finalizar.

Pero, hablemos más deprisa o más despacio, siempre debemos hacer las pausas
correspondientes. Enumeremos ahora los tipos de pausa que debemos manejar.
▪ Pausas de puntuación. Seguramente se habrá fijado en que, en las líneas de
los libros, hay unas pequeñas marcas entre media de algunas palabras y al final
de algunas frases. Se llaman signos de puntuación. En serio.

Sé que, de puro evidente, puede parecer absurdo lo que estoy diciendo, pero lo
cierto es que más de un orador que conozco debe pensar que esas marcas están
de adorno, o son manchas de tinta. De manera que leen y leen sin miedo al
mañana, y si paran de vez en cuando es porque se quedan sin aire. No haga como
ellos. Recuerde que los signos de puntuación están ahí para darle sentido a la
lectura, y para permitirle respirar.

Si, movido por los nervios, no hiciera las pausas correspondientes en los puntos,
las comas, y los puntos y aparte, no solo emborronaría completamente el sentido
de su conferencia, sino que podría desmayarse por una insuficiencia respiratoria.
Algo que sin duda sería molesto para usted, aunque encontrase cierto nivel de
aceptación en muchos de sus oyentes.

▪ Pausas de transición. Son como cuando reducimos la velocidad de nuestro


automóvil para cambiar el sentido de la marcha. No hacerlo haría que nos
saliésemos de la carretera. Así que, recuerde, cuando acabe de desarrollar un
punto, y antes de pasar al siguiente, pause para que el auditorio asimile lo que
acaba de exponer, y perciba que va usted a iniciar otra línea de argumentación.
Por supuesto, solo podremos hacer esto si tenemos bien definidos los puntos
principales de la conferencia, como animamos a hacer en un artículo anterior.

▪ Pausas dramáticas. Este tipo de pausas se utilizan para crear expectación en lo


que vamos a decir a continuación, o para dar tiempo al auditorio a asimilar lo
que acabamos de revelar. Al principio del artículo vimos un ejemplo de pausa
previa. Si va a revelar algo impactante, como el nombre del ganador de un
concurso, un sensacional descubrimiento científico, o la respuesta a una cuestión
inquietante como por qué con el paso del tiempo las magdalenas se ponen duras
y las galletas blandas, deje pasar unos segundos antes de soltarlo. Hasta que a
algún espectador se le escape una risita tonta por los nervios.

Y la pausa posterior se usa después de haber dicho algo impactante, inaudito o


incluso increíble, para que sus oyentes puedan digerir la información. Imagine
por ejemplo que le digo que han nominado a Belén Esteban para el Nobel de
literatura... ¿A que necesitaría un tiempo para asimilarlo?
▪ Pausas para responder. Si va siguiendo fielmente los consejos de este libro,
(no esperamos menos de usted), verá que una conferencia en realidad es una
conversación con su auditorio. Y como en toda conversación, uno plantea
preguntas. Y las preguntas requieren respuestas. Es cierto que no siempre los
oyentes podrán responder de manera audible, pero incluso cuando no despeguen
los labios, seguramente estarán respondiendo mentalmente. Debe, por lo tanto,
dejarles unos segundos para que lo hagan. Si no les da tiempo a hacerlo, no se
sentirán parte de la conversación, y perderán el interés por la conferencia.

▪ Pausas forzosas. Hay una serie de situaciones que invariablemente van a


obligarle a detener su charla. Que se corte la corriente, que todo su auditorio se
levante y se vaya, o que le disparen con un arma de fuego, por poner tan solo
tres ejemplos. Si suceden habitualmente alguna de estas dos últimas situaciones,
quizás lo que debería plantarse pausar es su carrera de conferenciante.

Pero hay otra serie de situaciones ante las cuales algunos oradores no saben
cómo reaccionar. Por ejemplo, imaginé que estando usted en el escenario,
irrumpe en la sala un tipo desnudo y se pone a corretear por el patio de butacas.
Algunos oradores piensan que, para evidenciar que uno controla la situación, lo
mejor es seguir hablando como si nada hubiera pasado. Pero no. Bastante difícil
es retener la atención del auditorio en circunstancias normales, como para
hacerlo con un tío en pelotas corriendo por los pasillos. Cualquier cosa que diga,
aunque sea la cura para el cáncer, va a ser ignorada por la concurrencia.

Lo mejor es parar, beber un poco de agua, esperar a que desaparezca la


distracción, y seguir en el punto donde estaba, haciendo quizá una broma para
retomar el hilo. “Parece que habrá que aflojar un poco la calefacción “, por
ejemplo, sería una buena manera de retomar la conferencia tras la distracción
anterior.

En definitiva, su manejo de las pausas puede realmente ser la diferencia entre ser
un conferenciante normalito, un buen conferenciante, o uno realmente brillante.

Le animo a que se tome su tiempo para repasar de nuevo este artículo.

Si ya lo ha hecho, una pausa para coger aire... y a por el siguiente.


EL HABLA QUE FLUYE

Hágame un favor. Cierre un momento los ojos, e imagínese a sí mismo sentado


en la orilla de un río, junto a un salto de agua, escuchando el ruido que producen
las oleadas de agua al caer, y su rítmico golpear sobre las rocas antes de iniciar
su descenso. Es un hermoso día de primavera, y el sol baña su rostro mientras,
con los ojos entrecerrados, siente la brisa del viento y microscópicas gotas de
agua que refrescan su piel. Relajante, ¿verdad? Todo un masaje para su cerebro.

Ahora, antes de que se duerma, piense en otra situación. Acaba de llegar a casa,
y al entrar en el portal los vecinos le han dicho que durante la mañana han
cortado el agua. De manera que, cuando abre el grifo para lavarse las manos,
escucha primero como el aire acumulado regurgita por la cañería, y después el
líquido elemento le deleita con una serie de repentinas e inconexas explosiones
que no le lavan las manos, pero a cambio consiguen empaparle los pantalones y
salpicar completamente las paredes del baño. Desagradable, ¿no es cierto?

En ambos relatos el agua es la protagonista, pero lo que en el primer caso,


gracias al fluir constante de la corriente, es una experiencia agradable, en el
segundo, debido a la anarquía del flujo de agua, es algo sumamente irritante.

Pues ahora trate de imaginar el caudal de palabras que brotan de la boca de un


orador que está dando una conferencia, y piense que, independientemente del
contenido de su disertación, la fluidez con la que hable o la ausencia de ella van
a influir poderosamente en el sentir de su auditorio.

No se debe confundir fluidez con velocidad. Cada persona habla a una velocidad
diferente, y siempre que no se vaya uno a los extremos de parecer Antonio
Ozores, o hable tan despacio que su interlocutor piense que le está dando un
ictus, todas las hablas pueden resultar agradables.

Además, el buen orador adapta la velocidad al contenido de su discurso. De la


misma manera que cuando uno quiere lavar algo delicado abre muy poquito el
grifo, y para lavarse las manos después de cambiar una rueda lo abre a tope, hay
momentos en los que reducir la velocidad, e incluso bajar un poco el volumen,
puede ayudarle a captar mejor la atención del auditorio. Es bueno hacer esto
cuando quiera crear expectación por lo que va a decir a continuación, o esté
tratando algún tema especialmente sensible. Creará un clima de complicidad con
sus oyentes.

Y, por el contrario, cuando de lo que se trate sea de arengar a las masas, como en
un mitin político, vaya aumentando gradualmente tanto la velocidad como el
volumen de su disertación, y al llegar al punto culminante, sin forzar demasiado
la voz, (si le sale un gallo la hemos fastidiado), acabe lo más alto posible. Notará
el subidón de adrenalina de su auditorio. Si rompen a aplaudir, objetivo
conseguido.

Pero la fluidez, de la que estamos hablando, no guarda relación ni con el


volumen ni con la velocidad. Se trata más bien de no perder el ritmo de la
conferencia, por lo que tendrá que esforzarse por evitar cortes abruptos,
vacilaciones, muletillas o regresiones.

Los cortes de ritmo normalmente se deben a que uno olvida momentáneamente


lo que iba a decir, y pierde el hilo del discurso. Suele suceder en la transición de
un punto principal a otro. Esto se soluciona, primero, con una buena preparación,
y segundo, intentando anticipar con la vista el siguiente punto del que vamos a
hablar mientras aún estamos desarrollando el anterior. De ahí la importancia de
que en nuestro bosquejo estén bien resaltados los puntos principales.

Las vacilaciones sueles ser fruto de la inseguridad, o de la falta de preparación, y


se manifiestan cuando uno está continuamente titubeando, o intercalando
expresiones como “eh...”, “ehmm...”, “esto...”. La sensación que transmite a sus
oyentes es de que usted mismo no está convencido de lo que dice. Lo cual puede
ser verdad, pero, caramba, haga un esfuerzo por disimularlo.

Las regresiones también ponen muy nervioso al respetable. Es cuando uno


empieza la frase, la deja a medias, y vuelve a empezar para decirla entera. A casi
nadie, y en eso están incluidos sus oyentes, le gusta que le dejen a medias. Si
empieza una frase, acábela. De nuevo, las regresiones denotan inseguridad.

Y por último, las muletillas. Oradores que intercalan la misma expresión vez tras
vez a lo largo de todo su discurso. Normalmente al acabar una frase. Las más
comunes son “... ¿verdad?”, “... ¿vale?”, “... ¿no?”, y otras similares, que harán
que quien le oiga desconecte de su disertación, o se dedique a hacer apuestas con
sus amigos a ver cuántas veces es capaz de repetir la misma muletilla de aquí al
final.

¿Cómo se corrigen todos estos errores? Básicamente, con ensayo y buena


preparación. Pero hay algunos trucos más. Tener la costumbre de leer en voz alta
alguno de sus libros favoritos puede ayudarle muchísimo a acostumbrarse a
hablar sin interrupciones. Y no olvide que este tipo de vicios en la oratoria son
como la halitosis, quizá uno no se dé cuenta de que tiene un problema, pero para
los demás sea algo insoportable. Así que, como segunda sugerencia, le
recomendamos que grabe su próxima charla para luego escucharla, o pida su
opinión a un amigo de confianza. Quizá se sorprenda de lo que descubra.

Mientras tanto, y para hilar la conclusión con lo que decíamos al principio,


cuando se ponga delante de un atril, no olvide las palabras de aquel sabio
oriental, a quien tanto deben los fabricantes de nunchakos...:

“Be water, my friend”.


CHUCHO VALDES. IMPROVISACION Y
ORATORIA

En cierta ocasión William Shakespeare escribió: “Las improvisaciones son


mejores cuando se preparan”. El dramaturgo, reconocido generalmente como “el
más grande escritor de todos los tiempos”, hizo una aseveración que resulta,
como poco, paradójica, ya que según dice el diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española, improvisar se define como: “Hacer algo de pronto, sin
estudio ni preparación”.

¿Cómo casamos entonces la definición de la RAE con la aguda reflexión de


Shakespeare?

Vamos a intentar explicar cómo la improvisación puede elevar su capacidad


como ponente u orador si las “prepara” antes.
El buen conferenciante debe pensar en cómo va a improvisar ante situaciones
inesperadas, teniendo en cuenta de antemano las posibles situaciones que pueden
planteársele. Permítame que ilustre el aspecto de cómo improvisar ante
situaciones inesperadas con un ejemplo del que fui testigo personal. Ocurrió en
la ciudad de Granada, a finales de Mayo de 2016. En el auditorio Manuel de
Falla, se celebraba un concierto al que tuve el privilegio de asistir invitado
personalmente por el protagonista de aquel evento.
D. Dionisio Jesús Valdés, más conocido como Chucho, ganador de ocho premios
Grammy, cinco Grammy Awards, tres Grammy latinos y acreedor de muchos
doctorados, se sentó en un imponente piano de cola Steinway & Sons y por
espacio de dos horas maravilló, embelesó y anonadó a un entregado auditorio
que no salía de su asombro con las increíbles virtudes del músico excepcional.

A pesar de que, minutos antes, una voz en off advirtió a todos los asistentes que
apagaran sus teléfonos móviles o los pusieran en silencio, tan solo transcurrieron
unos segundos, cuando, apenas habían sonado dos arpegios y el sonido de un
smartphone adulteró la audición con un politono desagradable fuera de lugar.

Varias miradas asesinas buscaron con desprecio y desdén al mal educado


responsable. Unos japoneses sentados a mi lado, dibujaron en sus rostros la más
grande de las expresiones de incredulidad que jamás he visto.
¿Cómo habría respondido usted a aquel acto tan deleznable? ¿Cómo habría
improvisado con aquella situación si usted hubiera sido el consagrado maestro
que estaba actuando? ¿Quiere que le cuente como lo hizo este genio del Jazz
afrocubano?

Pues había pasado ni un nanosegundo del sonido del móvil, cuando él ya había
incorporado, las mismas notas que había emitido el aparato electrónico, al final
de uno de sus arpegios interminables. Giró y sonrió al auditorio con amabilidad
y empezó a desplegar con aquellas notas del teléfono móvil, un abanico
impresionante de modificaciones, armonizaciones e improvisaciones.
Posiblemente no era la primera vez que le pasaba aquello, y tenía preparada una
salida elegante a la situación. Un gigante del jazz latino actual, genio en lo
musical, caballero en las formas y en la educación.

En más de una ocasión usted como discursante o conferenciante, tendrá que


lidiar con una y mil interrupciones. Seguramente también el teléfono móvil de
alguno de sus oyentes protagonice alguna interrupción. Estas pueden ser muy
diversas. Un niño que llora, con voz potente e insistente, una tos que no acaba de
cesar, un estornudo que puede provocar la risa y distracción de todos sus
oyentes, la sirena de una ambulancia, un corte de luz, y un largo etcétera de
situaciones.

En estas ocasiones inesperadas, habrá que improvisar pero, tenga buen talante al
resolver estas coyunturas. Aunque el autor de la interrupción sea alguien del
auditorio, no se muestre ofendido pues podría ganarse la antipatía de sus
oyentes. Aprenda a tener alguna broma o reflexión que le catapulte aún más
como orador gracias a la interrupción. Recuerde: “las improvisaciones son
mejores cuando se preparan”.

Por último, un consejo de índole musical, si quiere asistir a un concierto


inolvidable y escuchar al mejor pianista actual de jazz latino no improvise, acuda
a un concierto de Chucho Valdés…
EL ARTE DEL ENSAYO

Hace ahora algunos años, fui un día con la familia a una especie de recital en el
que actuaba un amigo de mi hija. El chaval, un simpático niño brasileño que
tendría por aquel entonces unos doce años, tenía que subir al escenario y recitar
un par de páginas de un antiguo libro de poesía. Estuvimos hablando con él antes
de empezar el evento, y la verdad es que el pobre crio estaba como un flan.
Tratamos de tranquilizarlo diciendo que le iba a salir muy bien, lo típico, y el
padre me dijo, sin que nadie lo oyera, que estaba deseando que acabase aquello,
porque el chico llevaba semanas obsesionado con su actuación.

Bueno, pues finalmente llegó su momento. Recuerdo que la obra se celebraba en


un teatro de tamaño mediano, e impresionaba ver a aquel niño solo en mitad de
lo que parecía un escenario gigantesco. Apoyó el libro sobre el atril, y empezó a
recitar. Los primeros minutos todo iba bien. Un pequeño temblor en la voz por
los nervios, pero nada preocupante. El problema llegó cuando tuvo que pasar la
página del libro para seguir leyendo por el otro lado. El pobre muchacho, con las
manos húmedas por el sudor, no se dio cuenta y pasó dos páginas en vez de una,
de manera que lo que se encontró fue con una parte del libro que le era
desconocida. Intentó solucionar el asunto sobre la marcha, pero se lio, y de
nuevo retrocedió más páginas de las necesarias.

No se puede imaginar lo que sufrimos los que, desde abajo, le estábamos viendo
pasar páginas adelante y atrás tratando de localizar el texto que debía leer.
Finalmente, al cabo de unos 30 segundos que parecieron 30 horas, y justo antes
de que su madre empezara a hiperventilar, encontró la página correcta y siguió
leyendo.

Pero eso no es lo más llamativo de la anécdota. Lo realmente impactante fue


que, durante el más de medio minuto que estuvo buscando la página correcta, no
dejó de recitar ni un solo momento. Los versos salían de su boca por pura
inercia, porque era evidente que no los estaba leyendo en ningún sitio. Y es que
el crío había ensayado tantas, pero tantas veces la lectura, que había acabado por
aprendérsela de memoria. Y estoy convencido de que hubiera podido cerrar el
libro y seguir durante los minutos restantes sin equivocarse en una sola palabra.
Ni que decir tiene que cuando acabó fue despedido con una gran ovación.

Ensayo, ensayo, ensayo. Una de las claves del éxito de todo buen conferenciante.
Igual que usted no estaría cómodo de ayudante de un lanzador de cuchillos que
no hubiera ensayado antes, su auditorio se incomodará si nota que no ha
ensayado previamente su conferencia. Pero, como tantas otras cosas, para que el
ensayo cumpla su propósito hay que hacerlo de la manera correcta.

En primer lugar, piense que el objetivo del ensayo NO es aprenderse la


conferencia de memoria. Esto solo sería así si tuviese que recitar un texto, como
el chico del principio. Pero si lo que va a dar es una charla, aprendérsela de
memoria le restará frescura y naturalidad, y no conectará con el público. Le
pongo un ejemplo. A veces, en El Club de la Comedia, acuden actores
profesionales a recitar sus monólogos. Y, salvo raras excepciones, no suelen ser
tan graciosos como los monologuistas habituales. La razón es que se toman el
monólogo como una escena de película, y tienden a aprenderse el texto de
memoria. Eso es un error, porque una de las razones del éxito de este formato es
precisamente el habla desenfadada. Los grandes monologuistas nunca repiten
exactamente las mismas palabras en sus actuaciones, sino que van adaptándose a
las circunstancias.

El objetivo del ensayo, por lo tanto, es fijar en su mente los puntos principales de
su discurso, el orden en el que debe presentarlos, y los pequeños detalles que
apoyarán su argumentación. Y luego, teniendo las ideas claras, dejar que el
cerebro vaya escogiendo sobre la marcha las palabras que vaya a utilizar.
Cuando tenga clara en su mente la estructura del discurso, eso le dará seguridad
en sí mismo y le ayudará a ponerse menos nervioso. Esto que acabamos de decir
es, por supuesto, incompatible con llevar el discurso escrito palabra por palabra.
Si quiere aprender cómo elaborar un guion eficaz resumiendo los conceptos,
busque el artículo que escribimos al respecto en alguna parte de este libro.

Una vez que tenemos claro nuestro objetivo, ¿dónde y cómo debemos ensayar?
En cuanto, al lugar, puede parecer una obviedad, pero lo ideal es ensayar en el
sitio donde vayamos a dar la conferencia. Así nos familiarizamos con el tamaño
del escenario, con la disposición del público, y con todos los detalles del
auditorio. Evidentemente, eso no siempre es posible, pero lo que al menos sí
deberíamos intentar antes de dar una conferencia es ver físicamente el lugar
donde ésta tendrá lugar. También es importante saber de antemano detalles como
si habrá atril, o tendremos que sujetar los papeles con la mano; si habrá
micrófono, y de qué tipo será; si estaremos de pie o sentados; donde estará la
pantalla, en caso de que haya proyecciones... Así, cuando pensemos en la
conferencia, podremos visualizar mentalmente el entorno, y el día de la
presentación no estaremos en un entorno completamente desconocido, lo cual
sin duda aumentaría nuestra ansiedad.

Si, como hemos dicho, no podemos ensayar en el mismo lugar donde daremos el
discurso, vamos a intentar recrear al máximo el ambiente de ese auditorio en
nuestra casa. Si sabe que habrá atril, improvise uno con una caja de cartón sobre
una silla. Si tendrá que llevar un micro en la mano, busque algo que se le
parezca, como un rotulador gordo, y ensaye con él. Y coloque unas cuantas sillas
a modo de auditorio para practicar el contacto visual con el público. Para alguno
de esos ensayos sería ideal contar con público de verdad, así que trate de reclutar
como auditorio a algunas personas que le aprecien de veras. Incluso pudiera
servir alguien de su familia.

Lo que nunca debe hacer, no importa quién se lo haya dicho, es ensayar ante el
espejo. El espejo es útil para comprobar antes de salir a escena que va bien
peinado, con la corbata derecha, y la bragueta cerrada. Y ya está. Ensayar ante el
espejo le da una visión distorsionada de su conferencia, porque usted se
acostumbra a hablar frente a un tipo muy simpático, que le mira a los ojos
continuamente, sin que eso le incomode en absoluto. Y el día de la conferencia
se encuentra ante 200 desconocidos, cuyo contacto visual le crea una gran
ansiedad, y por más que mire a su alrededor no encuentra al tipo ese tan majo
que le escuchaba dentro del espejo de su casa. A eso debemos unir el hecho de
que, la mayoría de nosotros, cuando estamos un tiempo delante de un espejo sin
que nos vea nadie, acabamos irremediablemente haciendo el tonto. Y eso
tampoco ayuda.

Lo que sí es muy práctico es grabar su ensayo en vídeo. Con los móviles de hoy
es tremendamente fácil. Eso sí que le dará una visión real de lo que van a
presenciar los asistentes a su conferencia. No se agobie si lo que ve las primeras
veces le quita las ganas, no solo de dar la conferencia, sino de seguir
relacionándose con la humanidad. Sea paciente, identifique las cosas en las que
debe mejorar, y vaya trabajando en ellas una a una.

Y, ante todo, ensaye repetidas veces su charla, pero no se agobie. Lo que todos
deseamos, y evidentemente usted más que nadie, es que la conferencia le salga
de maravilla. Pero salga bien, regular, o incluso mal, la vida sigue. Así que no se
obsesione. Quítele importancia al asunto y verá cómo se relaja y le sale incluso
mejor. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que ante cientos de personas y con
millones de telespectadores se líe y diga “Es el alcalde quien quiere que sean los
vecinos el alcalde”?

Tranquilo, si eso sucede, siempre puede plantearse hacer carrera en la política.


SEA OBSERVADOR

Corría el año 1961. En la ciudad de Nueva York, y más concretamente en su


museo de arte moderno se expuso una obra del pintor francés Henri Matisse. El
título del cuadro era “Le bateau”.

Durante 47 largos días aquella pintura del genio francés estuvo colgada en una
de las paredes del museo, y para entonces se calcula que alrededor de 116.000
personas vieron aquel lienzo.
Solo entonces, casi dos meses después de su presentación, alguien muy
observador y amante del arte se dio cuenta de un pequeño detalle.

El cuadro estaba colgado al revés.

El ser observador, como lo fue aquel anónimo personaje, puede y debe ser una
fuente de la que se nutra un buen orador. Permítame que lo explique con otro
ejemplo, en este caso uno cuyo protagonista yo conocí personalmente.

Hace años asistí a una especie de taller de oratoria impartido principalmente por
un ponente sueco. Me encantaba la riqueza y variedad de sus recursos al exponer
temas muy diversos. Recuerdo especialmente como aquel hombre siempre tenía
a mano alguna anécdota, algún ejemplo histórico, o alguna descripción artística
que utilizaba como puente para introducirse o como apoyo para alguna
explicación. Aproveché una de las ocasiones en que puede estar a solas con él y
le pregunté de donde sacaba toda aquella batería de ilustraciones y ejemplos tan
bien traídos y su respuesta fue la siguiente: “Hay que ser muy observadores.”

Aquel profesor sueco tuvo la deferencia de explicarme cuándo, dónde y cómo


aprendió esta idea de ser observador y posteriormente llevarlo al campo de
hablar en público. Me dijo que, en la década de los 80, estuvo internado durante
seis meses en una prestigiosa escuela de Nueva York, preparándose para
desarrollar después labores humanitarias y de docencia como misionero.

Me contó que, un buen día, los instructores de aquella institución, invitaron a


todo el alumnado a visitar un museo, para relajarse del esfuerzo de estar durante
tantas horas sentados escuchando y tomando notas. Otro día les llevaron a una
sala de proyección y vieron una película de Walt Disney, y en otra ocasión les
mostraron un documental de la naturaleza. Los alumnos disfrutaban
enormemente de estas salidas que rompían con la rutina y el tedio de las clases.
Disfrutaban relajadamente, hablaban entre ellos, reían, y durante esas horas hasta
olvidaban su actividad principal.

La sorpresa llegó cuando, trascurridas unas pocas semanas de la primera salida,


uno de los instructores colocó una hoja en cada mesa de los alumnos. Era un
examen. Les pidió que le dieran la vuelta y se sorprendieron con el enunciado…
VISITA AL MUSEO. Tenían que responder a preguntas genéricas, sobre qué
opinaban de la visita al museo o qué era lo que más les había gustado. Pero
también a cuestiones más concisas sobre los cuadros que habían visto. En alguna
de aquellas preguntan se inquiría sobre detalles casi insignificantes, y, claro, solo
los que tenían una memoria prodigiosa, o los que eran muy observadores,
contestaron con acierto.

Luego vinieron otras pruebas, en las que se les hacía preguntas concretas…
¿adivina sobre qué? Efectivamente. Una de las pruebas era sobre un documental
de la naturaleza, y otra sobre una película de Disney. La siguiente visita que
hicieron en la ciudad, concretamente a unas imprentas del barrio de Brooklyn,
tuvo un enfoque totalmente diferente por parte de los alumnos. Todos iban
concentrados, con libretas tomando nota de todo detalle y empapándose de
aquella experiencia.

El conferenciante sueco me explico que, después de aquel curso, adoptó en su


vida la costumbre de fijarse en los detalles en cualquier actividad que
desempeñaba. Tanto si visitaba un museo, como si iba a un concierto o hacía un
viaje de placer, estaba atento a cualquier detalle que fuese interesante y
didáctico, y precisamente allí residía su secreto.

Amigo lector y futuro ponente de éxito: Sea observador. Piense en todas la


opciones que tiene para encontrar alguna información que el día de mañana
pueda serle útil en alguna de sus presentaciones.

Le sugiero algunas opciones:

- Cuando está viendo una película


- Cuando lee un libro
- Cuando ve un programa de cocina
- Cuando asiste a un concierto
- Cuando visita una nueva ciudad, o país
- Leyendo el periódico
- En cualquier evento cultural
- Asistiendo a conferencias

Desarrolle la costumbre de estar atento a cualquier detalle curioso, singular o


novedoso, e incorpórelo de manera metódica a un archivo al cual poder acudir
cuando tenga que presentar ante un público cualquier tema que se le asigne. Se
sorprenderá de lo mucho que esos detalles pueden enriquecer sus presentaciones.

Por cierto, permítame que le haga una prueba simple para determinar si usted es
observador: ¿Recuerda quién era el autor del cuadro que estuvo durante semanas
colgado al revés en aquel Museo de Nueva Orleans?
Si ha contestado usted Matisse, enhorabuena. Tiene usted ciertas dotes de
observación. Solo que no fue en Nueva Orleans, sino en Nueva York.

Habrá que seguir trabajando…


BUEN LECTOR, MEJOR ORADOR

Hay algo que usted está haciendo ahora mismo, que los animales no pueden
hacer, una sexta parte de la humanidad tampoco porque no ha aprendido, y los
concursantes de Mujeres, Hombres y Viceversa pueden hacer, pero con
dificultad. ¿Qué es? Leer.

Resulta desalentador, no obstante, la cantidad de personas que, aun sabiendo leer


correctamente, no llegan a desarrollar jamás el gusto por la lectura, cuando lo
cierto es que la palabra escrita puede ampliar nuestra percepción del mundo y
ayudarnos a mejorar sustancialmente nuestra calidad de vida.

Nuestros hábitos de lectura repercuten directamente en nuestro rendimiento


escolar primero, en el tipo de empleo que consigamos después, y en la calidad de
nuestro trabajo diario. Y no me refiero solo a la jornada laboral, sino a nuestro
papel como amas de casa, esposos, padres o amantes. La lectura enriquece todos
y cada uno de los ámbitos de nuestra vida.

El campo de la oratoria no es en absoluto una excepción. Por consiguiente, si


quiere mejorar sus habilidades como orador, le recomendamos que empiece
examinando sus hábitos de lectura.

El que esté usted leyendo este artículo es prueba evidente de que no es


analfabeto, pero ¿se considera un buen lector? Hagamos la prueba: ¿Se ve capaz
de enumerar cinco de sus escritores favoritos? ¿Podría decirme una obra que le
haya gustado de cada uno de ellos? ¿Cuál es el último libro que se ha leído, sin
contar el catálogo de Ikea? Tranquilo, tómese su tiempo para pensarlo…

Si le ha costado contestar alguna pregunta, es bastante posible que, aun sin llegar
al nivel Paquirrín, sus hábitos de lectura sean bastante mejorables.

Si piensa usted que su problema es que no tiene tiempo para leer, recuerde que
en este asunto, como en tantos otros de la vida, la regularidad es lo importante.
Tan solo quince o veinte minutos diarios pueden irle despertando el gusto por la
lectura. Teniendo en cuenta que el español promedio ve la televisión cuatro horas
y media al día, no parece que sea demasiado pedir.

Otros no disfrutan leyendo quizá porque no han aprendido a hacerlo bien, que es
la misma razón por la que cuando vamos a un restaurante chino acabamos
tirando los puñeteros palillos y pidiendo un tenedor. A continuación algunos
consejos para disfrutar más de la lectura.

▪ Amplíe el campo visual. Leer y reconocer van de la mano. Ahora mismo,


mientras lee, está reconociendo términos y recordando su significado. Pues bien,
si amplía la zona de reconocimiento, aumentará la velocidad y comprensión de
la lectura. En vez de detenerse a mirar cada palabra, trate de ver varias de un
golpe. Según vaya dominando esta técnica, entenderá con más claridad lo que
lea.

▪ Aprenda a concentrarse. Introdúzcase en las escenas que describe la lectura.


Trate de visualizar los personajes e implíquese emocionalmente en sus
experiencias. Evidentemente, es más fácil emocionarse leyendo a Flaubert que
leyendo el BOE. Pero si, en la medida de lo posible, sus sentidos y emociones
entran, le resultará más fácil entender lo que lee, lo disfrutará más, y lo recordará
mejor.

▪ No se distraiga. Aunque recorra el texto con la mirada, sus pensamientos


pudieran hallarse en otro sitio. ¿Llegan hasta usted el sonido de la música o del
televisor, o las voces de su familia? Si es posible, es mejor leer en un lugar
tranquilo. A veces las distracciones provienen de nuestro propio interior, y uno
está por ejemplo leyendo El Idiota, de Dostoievsky, e instintivamente, por una
misteriosa asociación, se pone a pensar que el viernes tiene que cenar con su
cuñado.
Cuando esto ocurra, oblíguese a poner nuevamente toda su atención en la
lectura, y verá cómo mejora poco a poco. Por cierto, ¿qué debe hacer uno
cuando se encuentra con una palabra que no entiende? A veces, los términos
poco conocidos se definen o explican en el propio texto, o quizá el contexto le
permita deducir su significado. En caso contrario, deténgase a consultar un
diccionario o ponga una marca para preguntar a alguien más tarde. De esta
forma, ampliará su vocabulario y su comprensión de la lectura.

▪Sea selectivo. La vida es demasiado corta para leer malos libros. La lectura, al
igual que la comida, debe seleccionarse con cuidado. Si empieza un libro que no
le gusta, mi consejo es que le dé una pequeña oportunidad, quizá de 20 o 30
páginas. Hay libros a los que les cuesta despegar. Pero si aun así le sigue
aburriendo, déjelo y empiece otro. Si se ha gastado el dinero y le da pena dejarlo
a medias, usted mismo. Tan solo piense que el dinero se recupera, pero el tiempo
no. Leer debe ser un placer, no un castigo o una imposición. Afortunadamente, la
variedad es tan grande, que cualquiera que se lo proponga puede encontrar el
tipo de libros que le emocionen.

Y si le cuesta decidirse, siempre puede pedir consejo a un profesional como mi


amiga Laura, la bibliotecaria dela RSEEAP de Badajoz. Mientras tanto, si este
artículo le ha animado a leer, siéntase libre de seguir con el resto de artículos.
INTRODUCCION AL STORYTELLING

A nosotros, llámenos raritos si quiere, nos gusta comparar las conferencias con
películas. Y dividimos las películas en tres categorías:

La primera serían las películas malas. Existe cierto tipo de películas que son tan
absolutamente abominables, con unas interpretaciones tan deplorables, un
argumento tan absurdo y unos efectos especiales tan penosos, que uno, en el caso
de que consiga verlas hasta el final, no consigue quitárselas de la cabeza por más
que lo intente. Y lo cierto es que alguna de estas abominaciones ha alcanzado la
categoría de película de culto, precisamente por lo bizarro de su ejecución. A
bote pronto se me ocurre esa genial obra de Pedro Temboury llamada Kárate a
Muerte en Torremolinos, pero igualmente serviría Sharknado, Aquí llega
Condemor el Pecador de la Pradera, Batman y Robin, o cualquiera de Adam
Sandler.

La siguiente categoría sería a la que pertenecen la inmensa mayoría de los miles


de los títulos que se estrenan cada año. Son las películas mediocres. Esas con las
que, por ejemplo, nos deleita Antena 3 en las sobremesas, “basadas en hechos
reales”, y que pasan por nuestra cabeza sin pena ni gloria. No son muy malas, y
tampoco son muy buenas. De hecho, no citamos ninguna, porque lo cierto es que
las solemos olvidar a las pocas horas de verlas.

Y por último, existe una categoría de películas buenas. Auténticas obras


maestras que hacen que uno de por bien empleado los 8 euros de la entrada, y
que permanecen por mucho tiempo en nuestra cabeza, bien sea por su guión
perfecto, por el trabajo de los actores, por la música, la fotografía, el vestuario o
por un conjunto de todas. Son películas que emocionan, como La Lista de
Schindler, y podríamos incluir sin duda otras como Star Wars (las tres
originales), El Golpe, Ciudadano Kane, Los Otros…

Pues con las conferencias pasa lo mismo. En el mundo, todos los años, se
pronuncian miles de conferencias. Algunas son espantosamente malas, y elevan
a otro nivel el concepto “vergüenza ajena”. Seguro que muchos de nosotros
hemos sufrido en nuestras carnes alguna de estas gloriosas intervenciones, y aun
sentimos un morboso placer al recordarlo.

Sin embargo, la mayoría de las conferencias que se pronuncian a diario en el


planeta se podrían catalogar en la segunda categoría. Son sencillamente
mediocres. Es decir, no son tan malas que nos den ganas de salir corriendo de la
sala, pero tampoco nos motivan especialmente. Las escuchamos con un cierto
nivel de interés, pero, debido a que son mediocres, las olvidamos pocas horas
después de haber concluido.

Solamente un pequeño número de las conferencias que se pronuncian pueden


incluirse en el apartado de brillantes. Solo unas pocas consiguen, no solo atraer
la atención del público, sino inspirarlo, emocionarlo y motivarlo. Son
sencillamente inolvidables.

El propósito de todo conferenciante es acercarse lo más posible a esta categoría,


y para ello debe esforzarse por captar la atención del auditorio de más maneras
que simplemente trasmitiendo información. Existen diversas formas de hacerlo.
En nuestros talleres enseñamos como convertir una conferencia mediocre en una
presentación apasionante, y para abrir boca les voy a hablar de uno de los
métodos más útiles para conseguirlo: El storytelling. (En español sería contar
historias, pero en inglés queda como más exótico).

Contar historias ha sido durante siglos uno de los métodos más eficaces para
transmitir información. Lo cierto es que nuestro cerebro está diseñado de tal
forma que las historias se pegan a nuestras conexiones neuronales como una
lapa, y es por eso que recordamos sin esfuerzo los cuentos que nuestros padres
nos contaban de pequeños, pero tenemos dificultad para recordar donde dejamos
aparcado el coche ayer por la noche. La causa por la que al cerebro le atraen más
los cuentos que a Ernesto de Hannover una barra libre es algo que sigue
fascinando a los investigadores.

Los publicistas utilizan constantemente este recurso (vea por ejemplo los
magníficos anuncios de Campofrío), y también lo usan muchos expertos
conferenciantes. Algunas de estas historias han trascendido en el tiempo, como
el famoso I have a dream, de Martin Luther King, que, 50 años después, sigue
siendo uno de los alegatos más famosos de la igualdad entre razas y contra las
políticas de discriminación.
Las ventajas del storytelling se podrían resumir en tres apartados:

El público las recuerda fácilmente


Son fáciles de contar
Apelan a las emociones

Esta última razón es especialmente importante, puesto que para motivar a


alguien a acción no basta con apelar a su cerebro, lo que llamaríamos su lado
racional. Es necesario llegar a tocar su corazón, o lado emocional. Solo si
generamos una respuesta emocional en nuestros oyentes conseguiremos que
recuerden lo que les decimos días, meses o años después de habernos oído
hablar.

¿Cómo se pone en práctica el storytelling? O dicho de otra manera, ¿qué clase de


historias podemos usar para motivar a nuestro auditorio. De nuevo nos
encontramos con multitud de alternativas, pero basten como ejemplo estas tres
sugerencias, que podrían utilizarse por alguien que trata de convencer a un grupo
de inversores para que financien su proyecto:

▪ ¿Cómo lo hacemos? En ocasiones, el proceso de elaboración o investigación


da lugar a anécdotas interesantes que pudieran crear una corriente de simpatía o
admiración en quien las escuche. Podemos citar como muestra anuncios
publicitarios como el de Balay o el de los relojes Patek-Phillippe.

▪ ¿Qué nos inspira? Podemos contar buenas historias respecto a qué nos sirve
de fuente de inspiración, o respecto a cómo se nos ocurrió la idea. No sabemos
cómo se le ocurrió a Einstein la teoría de la relatividad, pero sí nos acórdamos de
cómo Newton descubrió la ley de la gravedad. ¿La diferencia? Una buena
historia.
▪ ¿Qué obstáculos hemos superado? Edison tuvo que hacer más de mil intentos
para conseguir una bombilla que funcionase. Si yo fuera él, y tuviera que vender
la idea, ese sería el dato que daría para convencer a los futuros inversores.
¿Habría mejor manera de convencerles de que soy un tipo perseverante?

Como última sugerencia, las historias que mejor funcionan son las que le han
sucedido a uno mismo. Esto es porque cuando alguien nos confía algo personal,
tendemos a confiar en esa persona de manera instintiva.

Lo visto hasta ahora es tan solo una pincelada de lo que podemos hacer para
lograr que nuestra conferencia sea especial. Hay mucho más que hablar del
storytelling, y además existen muchos otros métodos. Podemos usar medios
visuales, jugar con las pausas, la modulación y el tono de la voz, o trabajar el
lenguaje corporal y el contacto visual.

Pero para saber cómo usar todas estas técnicas, solo tiene que seguir leyendo
este magnífico libro.
PELIGRO. REDES

Dos extraños se encuentran junto a los irregulares riscos de Prouts Neck, en el


condado de Maine, donde el Atlántico arremete contra el sólido granito tan
violentamente que hay que gritar para ser oído. “Le repito –indica uno de los
dos, con pintas de acabar de llegar de un largo viaje- que si me dice dónde
encontrar a Winslow Homer … le doy 25 centavos”

El otro, un veterano pescador de Nueva Inglaterra, con espeso y lánguido bigote,


lleva puesto un viejo sombrero de fieltro y botas de hule. Es bajo de estatura y
está curtido por el clima. Con la mirada sagaz y escéptica de un perro terrier
responde: “Muéstreme los 25 centavos”.

El forastero se los enseña. El pescador agarra la moneda con sus callosas manos,
la observa unos segundos, y mientras se la guarda en el bolsillo, le dice al recién
llegado: “Yo soy Winslow Homer”.

Winslow Homer, por cierto, fue el artista estadounidense más famoso de su


época, período que se extiende entre los siglos XIX Y XX.

Es obvio que el señor que preguntó por él, en cierta medida lo conocía. Es
posible que incluso estuviera muy familiarizado con su obra. Debido a la
admiración que sentía por él, estuvo dispuesto a viajar desde lejos, y a entregar
la suma de 25 centavos (una cantidad no desdeñable en aquel tiempo), para verlo
en persona. Pero el hecho de que, teniéndolo delante, no fuese capaz de
identificarlo, revela que realmente no lo conocía, o al menos no tan bien como
llegó a conocerlo desde aquel momento.

Está claro que, entre conocer algo, conocer algo bien, y conocerlo
perfectamente, puede haber un abismo. En nuestros artículos insistimos muchos
en que, para un orador, es crucial conocer las cosas con total exactitud. De
hecho, el mismo vocablo “conocer” tiene diversas acepciones que pueden
inducir a confusión. Si no me cree, lea las acepciones que recoge la RAE en su
diccionario. La entrada 5, por ejemplo, utiliza la definición “experimentar, sentir
algo”. Ejemplo: “Alejandro Magno no conoció la derrota”. Y la acepción
número 6, sorprendentemente, apunta el significado de “tener relaciones
sexuales”. Por eso, en algunas traducciones de la Biblia, leemos en el Génesis
que “Adán llegó a conocer a Eva y ella llegó a estar encinta de Caín”.

De manera que, si algún día usted, como el protagonista de alguna novela de J. J.


Benítez, viaja en el tiempo, y acaba en el antiguo pueblo hebreo, absténgase de
decirle a un israelita: “Acabo de conocer a tu esposa… y ha sido un verdadero
placer”. Quizá ya no pueda regresar a nuestra época.

En otras ocasiones hemos hablado de la importancia de documentarse bien al


preparar una conferencia, pero en este caso queremos alertarle de un peligro muy
concreto para todo aquel que tiene que hablar en público.

¿Ha oído usted hablar, o sabe lo que es un hoax? Esta palabra (cuyo significado
en inglés es engaño, o bulo), hace alusión a las falsas noticias y fraudes en
internet. Tradicionalmente, los hoax se distribuían a través de correos
electrónicos en cadena, pero actualmente se han hecho muy populares gracias a
las redes sociales como Twitter, Facebook o Whatsapp.

Los hoax tienen tres objetivos claros: Estafar, recopilar direcciones de email, o
robar tus datos.

Pero, al margen de los objetivos delictivos de los hoax, (o precisamente para


poder llevarlos a cabo), lo cierto es que la información que difunden destaca por
ser especialmente llamativa. Debemos tener mucho cuidado para que, por mucho
que nos apetezca, jamás forme parte del contenido de alguna de nuestras
conferencias, charlas o escritos.

En este caso, la regla “no se crea nada que no pueda verificar”, es especialmente
aplicable a todo lo que llega a través de las citadas redes sociales. Siempre
debemos filtrar la información que nos llega y cuanto más original,
sorprendente, divertida o anecdótica sea, más en cuarentena debemos ponerla.

La policía nacional de nuestro país difunde con cierta asiduidad listas con los
bulos más compartidos en redes sociales. Mujeres con tres pechos, colonias que
te narcotizan, golosinas con drogas, frutas infectadas con VIH… Por eso,
además de animarle aquí a no difundir esos bulos a través de las aplicaciones de
mensajería. Esto le haría ganarse una fama entre sus contactos de poco confiable,
en el peor de los casos, y de cansino, en el mejor.

Cualquier información que le llegue a través de las redes sociales, sométala a un


tercer grado, pásela por el filtro de la exactitud. Sea siempre exacto,
cuidadosamente exacto, o incluso obsesivamente exacto, y se ganará la
confianza de sus auditorios en cualquier materia que le toque desarrollar.

Para despedirme, y por si quiere reírse un rato, le aconsejo que eche un vistazo a
algunas de la páginas caza hoax que hay en internet, y al pensar en la facilidad
con que muchos se creen este tipo de noticias, verá como lo de que hay vida
inteligente en otros planetas, es incluso más factible que el que haya vida
inteligente en el nuestro. Le deleito con algunas perlas:

- Con un nivel de albañil, queda demostrado que la tierra es plana


- Mercadona regala vales de 250€
- Con agua, bicarbonato y limón se cura el cáncer
- Tomar mentos y coca cola hace explotar el estómago
- Donald Trump intenta un roce cariñoso con el Papa Francisco

El ser humano es extraordinario…


UN POCO DE NEMOTECNIA

“Uno por uno es uno, uno por dos, dos, uno por tres…” en fin, usted ya sabe
cómo continúa. Y seguro que, si tuviera que leerlo en voz alta, (haga la prueba),
lo haría acompañándose de su correspondiente entonación musical. Y es que, lo
crea o no, detrás de las famosas tablas de multiplicar hay una importante regla
nemotécnica.

Aunque, para hablar de este tema, quizás debamos definir primero que es la
nemotecnia (o mnemotecnia, para los más puristas). Pues bien, dicho de la
manera más sencilla posible, la nemotecnia es un procedimiento de asociación
mental que nos ayuda a memorizar con más facilidad.

Pongamos el caso de que nos invitan a dar una conferencia en público. Al llegar
al lugar de la ponencia, le presentan a un gran número de personas que antes no
conocía. En esta tesitura tendrá una dificultad obvia en recordar los nombres de
todas las personas que le van presentando. Pero imagine que, después de
escuchar por primera vez los nombres de decenas de desconocidos, una mujer se
presenta informándole de que su nombre es Eduvigis. Y curiosamente, ese es
también el nombre de su esposa. El que los progenitores de ambas mujeres
tuviesen la ocurrencia de llamar a sus hijas Eduvigis, (aprovechando el hecho de
que los bebés no pueden defenderse), creará en su cerebro una sencilla norma de
asociación, y no olvidará el nombre de esa persona.
En cambio si esa señora se llama María, y es la cuarta María que le presentan esa
tarde, probablemente no sea capaz de recordar que entre su auditorio hay cinco
mujeres se llamaban María, y mucho menos quienes son. Si bien es cierto que
hay otras claves que ayudan a recordar. Si una de las Marías, por ejemplo, mide
un metro ochenta, tiene los ojos verdes, y el pelo largo, y… en fin, no nos
distraigamos.

Mejor volvamos al ejemplo de las tablas de multiplicar. ¿Qué recurso


nemotécnico se utiliza al memorizar las tablas? Efectivamente, la musiquilla o
soniquete con el que se van enunciando números. Y, ojo, no menosprecie la
eficacia de esta regla de utilizar música para recordar palabras.

A principios del siglo XIII, el ejército mongol de Genghis Khan era uno de los
mejores y más temidos de la historia. Sin embargo, los mongoles eran, parece
ser, tan brutos como ignorantes. De manera que, con un ejército que era casi
totalmente analfabeto, ¿cómo podían los generales coordinar retiradas, mandar
ataques relámpagos, o transmitir otro tipo de órdenes complejas? Una
instrucción verbal mal entendida, o una orden confusa dada en el fragor de la
batalla, podían suponer la muerte de miles de soldados e incluso la derrota ante
el enemigo.

¿Qué hizo el Khan? Puso a sus hombres a cantar.

Cantar, de hecho, es una forma común en los ejércitos para llevar mejor el tedio
de largos días de viaje. También ayuda para marcar el ritmo de marcha y que los
soldados caminen al mismo tiempo. Pero en este caso, todos y cada uno de los
hombres del ejército mongol aprendieron un conjunto de melodías… sin letra.

Después, en el campo de batalla, los generales y oficiales insertaban sus órdenes


en alguna de aquellas melodías estándar, como si se tratase de la letra de una
canción. Para los mensajeros de repente se les hacía fácil recordar con exactitud,
e incluso literalidad, las órdenes.

El método funcionó tan bien que todas las leyes y reglas de conducta del soldado
mongol fueron pasadas como letra de canciones para que todos y cada uno de los
hombres pudiera aprenderlas y practicarlas.

Por supuesto, este método de memorización requiere de una aplicación


razonable. No trate usted de poner todo su discurso como letra para una canción
de Dmitri Dmítrievich Shostakóvich. Quizás sea más práctico escoger una
melodía simple y sencilla, y asignarle como letra varias palabras claves de su
conferencia, quizás las ideas principales. Después, durante días canturree como
un mongol, (entiéndame el paralelo), esa cancioncilla de la que usted es letrista,
y le aseguro que no olvidará el contenido por mas Marías, (me refiero a la del
metro ochenta), que le presenten.
LAS CENIZAS DE WALT

Como seguro que la mayoría de ustedes son hábiles lectores, y además ya llevan
tiempo siguiendo nuestro blog, seguro que no tienen dificultad en detectar qué
tienen en común las siguientes tres afirmaciones:

1. Napoleón era bajito.


2. Los vikingos llevaban cuernos en los cascos.
3. Walt Disney está criogenizado.

Si no ha detectado usted la similitud, y antes de que pierda más tiempo buscando


semejanzas imposibles, le digo yo en que se parecen las tres frases en cuestión.
La solución al acertijo es que las tres son, sencillamente, mentira.
Y aún hay otra coincidencia más, que es que las tres se refieren a hechos
comúnmente aceptados como verdad por la mayoría de las personas, lo cual, no
se lo diremos a nadie, pero probablemente le incluya a usted.

Lo cierto es que la autopsia de Napoleón reveló que medía 168 cm., lo cual
quiere decir que, siendo en aquel entonces la media de estatura de los franceses
164 cm., Napoleón no solo no era bajito, sino que fue más alto que la mayoría de
la gente con la que trató durante su azarosa vida. Este hecho coloca a Sarkozy
encabezando en solitario el ranking de líderes franceses con poco futuro en el
baloncesto.
De igual manera, aunque en las tumbas vikingas jamás se han hallado cascos con
cuernos, los ilustradores del siglo XIX decidieron dibujárselos. La razón es que,
al parecer, la cornamenta realza la fiereza y agresividad de quien la exhibe, lo
cual, sin embargo, no fue suficiente para aupar al poder a la reciente candidata
demócrata a la presidencia de los EEUU.

Y por último, si desea usted visitar la tumba de Walt Disney no hace falta que se
compre ropa térmica, porque Walter Elías Disney fue incinerado y sus cenizas
descansan, a temperatura ambiente, en el panteón familiar situado en el
cementerio Forest Lawn Memorial, de Los Ángeles. En la foto que ilustra este
artículo puede usted ver donde se encuentran los restos mortales del papá de
Mickey.

¿Qué relación guardan estos hechos con el arte de la oratoria? Pues demuestran
la tesis de que un buen orador debe estar bien documentado. Es fácil sucumbir a
creencias populares como las antedichas, y usarlas como ejemplos en nuestros
discursos, o incluso construir nuestra alocución alrededor de una inexactitud
científica o histórica. El conferenciante que no se toma la molestia de asegurarse
de la veracidad de los datos que está utilizando en su disertación, corre el riesgo
de ver comprometida la eficacia de la misma.

Imagine por ejemplo que, para hablar de cómo mejorar la capacidad retentiva,
usted, en la introducción a su discurso, utiliza a un pez como ejemplo de mala
memoria, lo cual resulta bastante lógico, habida cuenta de la fama de olvidadizos
que arrastran dichos animalitos.

Pero hete aquí que, entre su público, hay un grupo de estudiantes de biología, o
incluso aficionados, que saben que la supuesta mala memoria de los peces es un
mito, como ha quedado demostrado por todos los estudios científicos realizados
hasta la fecha sobre el tema. ¿Qué sucederá? En el mejor de los casos se reirán
de usted interiormente (o no) durante unos instantes, y, en el peor de los
supuestos, para ese grupo de personas su credibilidad durante el resto de la
conferencia será la misma que tendría Belén Esteban hablando de física cuántica.

De ahí la importancia de asegurarse muy bien de la veracidad de cuanto dato


científico, histórico o estadístico vaya a usar en su presentación.

Además, el bucear en los libros de historia, en revistas especializadas y en otras


fuentes autorizadas, no solo mejorará sensiblemente la calidad de sus discursos,
sino que aumentará su cultura, e incluso le proporcionara datos curiosos que usar
como base para futuras presentaciones, como acabo de demostrar en este
artículo.

Sobre dónde y cómo exactamente buscar, y cómo contrastar la información,


hablaremos en una futura entrada. Y también veremos cómo utilizar los datos
que encajan a la perfección en nuestra alocución, pero que por diversas razones
son casi imposibles de contrastar.

Hasta entonces, no sean como los peces, y no olviden leernos… Uy, perdón.
PREPARESE PARA LAS INTERRUPCIONES

Si está siguiendo con atención el desarrollo de este libro, como esperamos que
esté pasando, ya sabrá lo mucho que nos gusta a los autores contar nuestras
batallitas en el campo de la oratoria. En el caso de la que voy a contarles ahora, y
para evitar daños colaterales, diremos que lo que les voy a narrar le sucedió a
otro orador que se encontraba dando una conferencia en un lejano país a miles de
kilómetros de su casa.

Entre su auditorio, concretamente en las primeras filas, había una mujer joven,
de entre 25 y 30 años. Era físicamente bastante atractiva, de profunda mirada, y
un precioso pelo negro digno de un anuncio de Pantene. Al poco de comenzar la
conferencia, y tal como recomendamos en este mismo manual, el orador
mantuvo durante unos segundos contacto visual con ella. Fue un contacto
discreto y moderado, como mandan los cánones, pero suficiente para darse
cuenta de la inusitada atención con la que aquella atractiva joven seguía el
desarrollo del discurso. Sus miradas se cruzaron en más de una ocasión, la de mi
amigo conferenciante y la de aquella joven que bien podía ser modelo, si bien es
cierto que el primero trataba de que no se le notara mucho, entre otras cosas
porque su esposa estaba entre el auditorio.

El caso es que, repentinamente, aquella mujer, sin apartar su mirada atenta hacia
el orador, acercó sus manos a la parte superior de su blusa, y con lentitud
desabrochó el botón de arriba de su prenda. El orador, sorprendido, dirigió
prudentemente sus ojos en otra dirección. Pero usted y yo sabemos que, sin
mirar, los ojos tienen lo que llamamos visión periférica de manera que, pudo ver
lo que continuaba ocurriendo.

La joven continuó impertérrita, como si fuera una especie de ritual,


desabrochando botón a botón. La visión periférica de mi atribulado amigo
pugnaba por imponerse a la visión principal, y por más que se obligaba a sí
mismo a mirar a otros sectores del público, era incapaz de obviar lo que estaba
pasando a pocos metros de él. Tragó saliva un par de veces, y cuando, incapaz de
resistirse, dirigió de nuevo su atención a aquella candorosa joven, casi se cae de
espaldas al ver que había introducido su mano debajo de la ropa, con el claro
propósito de sacar a la luz alguna parte de su generosa anatomía.

Y así fue, mientras mi amigo se acercaba peligrosamente a la apoplejía, la joven


exhibió uno de sus pechos, y con un movimiento hábil y certero se giró hacia
atrás y obtuvo de la nada a un bebe al que colocó en posición cómoda para poder
amamantarlo.

Mientras me lo contaba, mi amigo me confesó que le resulta imposible recordar


ni el título ni el contenido de su conferencia, pero que nunca olvidará que
durante unos cuantos segundos su concentración saltó por los aires, y que solo
haciendo un esfuerzo sobrehumano pudo retomar el hilo de su discurso.

Si bien esta experiencia puede resultar un tanto jocosa, pone de manifiesto que
un orador debe saber manejar los imprevistos o las interrupciones con acierto
pues estos pueden presentarse en cualquier momento y romper el curso de su
ponencia. Pueden de hecho hacer que un discurso bien preparado, idóneo y
eficaz fracase, si usted no sabe reaccionar.

El mejor consejo sería tirar de brillantez e improvisar con algo ocurrente, pero lo
cierto es que hay que ser muy bueno para poder hacer algo así. Tan bueno como
fue Barack Obama, que en cierta ocasión llevaba 20 minutos dando un discurso
para defender el programa de salud pública, cuando tuvo que parar para ayudar a
una mujer embarazada que estaba detrás suyo a punto de desmayarse. Cuando
reanudó su discurso dijo: “Esto es lo que pasa cuando hablo demasiado”. El
inquilino de la Casa Blanca demostró en más de una ocasión saber lidiar con los
contratiempos.

No obstante, aquí le vamos a dar una serie de sugerencias, muy útiles para
cuando las musas no le acompañen y su agilidad mental no esté operativa o al
100%.

Si ha visto usted la película Forrest Gump, seguramente recordara la siguiente


escena: Forrest es reclutado por una enfervorecida multitud en el National Mall
de Washington, para hablar sobre la guerra de Vietnam. Todos quieren oír lo que
ese apuesto soldado tiene que decirles. Se hace el silencio, y el amigo Gump,
tras mirar unos instantes a los miles de ansiosos americanos allí reunidos,
empieza a decir:
“En Vietnam, tu mejor…”
Pero en ese momento un saboteador desconecta los cables de la megafonía, de
manera que nadie puede escuchar los que Forrest está diciendo. A pesar de lo
cual él, impasible, continúa su discurso sin importarle el imprevisto. Momentos
después se restablece el sonido y se escucha la frase:
“…y es lo único que tengo que decir sobre esto”.

Seguro que lo que dijo fue precioso, a juzgar por la reacción de los que estaban a
su lado en el escenario, pero tristemente, ni los miles de personas que
abarrotaban el famoso parque, ni los 78 millones de espectadores que hasta 2012
habían visto la película en el cine, supieron nunca cuáles fueron sus palabras.

Si no quiere usted imitar al señor Gump, le animamos a que, mientras está dando
su conferencia, no compita con el sonido de un avión, ni con el llanto de un bebe
encabritado, ni con la tos perruna de un fumador senior ni con otras
interrupciones similares. En estas coyunturas, mantenga la calma y guarde
silencio. Espere a que el ruido boicoteador cese. En el caso del avión, de una
ambulancia, de un camión de bomberos o del afilador, el sonido cesará en breve;
por eso solo se trata de callar, y quizás sonreír al auditorio demostrando que
controla la situación.

En el caso de un precioso bebe que da alaridos como un poseso, interrumpa su


discurso sin mostrarse molesto cuando la rica criatura grazne. Así una y otra vez
hasta que la madre sensata opte por sacar a su angelito del auditorio. Si la
progenitora es insensible a la situación, permita por su paciencia que los
asistentes con sus miradas condenatorias muevan acción a la mamá. Otra opción
es que busque la mirada de uno de los acomodadores u organizadores del evento,
para que éste se dé por aludido e intervenga. Y por último quizás tenga que optar
por una intervención más heavy, invitando a la madre a que saque a su bello
bebe fuera del auditorio. Eso sí, de tal manera que parezca que usted ama a esa
criatura y se interesa por su bienestar. De esa manera empatizará con usted su
auditorio.

Hay mil imprevistos a los que usted tendrá que adaptarse si prospera como
orador público. Son innumerables e inimaginables las situaciones que pueden
darse, pero siempre tenga en consideración que estar calmado y adaptarse es
fundamental.

Hay otra serie de interrupciones sobre las cuales queremos dar un par de
pinceladas:
Imagínese que usted es el CEO de una gran compañía, y que un accionista acude
a la asamblea de socios con la intención de alborotar. (Si este ejemplo le queda
muy lejano, póngase quizás en el papel de que usted es el presidente de su
comunidad y viene un vecino con ganas de reventarle los presupuestos). Durante
su intervención, el accionista (o el vecino del Bajo D), comienza a gritar o a
interrumpirle. ¿Cómo puede usted manejar la situación?

Mantenga su dignidad en todo momento. Dele tiempo a expresarse. Si no se


pone a su altura, con frecuencia esta clase de personas van perdiendo fuelle, y al
final hasta ellos mismos acaban dándose cuenta de que están dando la nota.
Después, pídale con tranquilidad y firmeza que, igual que usted le ha escuchado
a él, desea que él le escuche a usted. Pero no pierda la calma. Con esta encilla
formula puede que se gane un sonoro aplauso de los asistentes y con esto ya
tenga la partida ganada.

Las variantes son infinitas y deben adaptarse a sus oyentes. Como comprenderá,
no es igual dirigirse a un accionista influyente y podrido de dinero, que al vecino
que debe tres recibos de comunidad y la derrama.

Por último, hay ocasiones en que las interrupciones son de tal calado que la
decisión más sabia es suspender su ponencia. Ejemplos:

▪ Huele a quemado y ve en la parte detrás de su auditorio que empieza a salir


humo. Evidentemente, no es momento para indecisiones, sino para suspender lo
que esté diciendo y dar prioridad al protocolo de evacuación del recinto.

▪ Un grupo de alborotadores amenaza la integridad de los asistentes.


▪ Usted ha calculado mal el tiempo de su conferencia y empieza un Madrid -
Barça….

En un manual de Ediciones Deusto sobre el desarrollo personal mencionaba:


“Las interrupciones pueden ser útiles”.

Estamos de acuerdo. Esta afirmación es cierta, pero tan solo si usted no deja al
azar este ámbito de la oratoria. Espero que las sugerencias le resulten útiles
cuando en alguna de sus charlas en público tenga que padecer alguna clase de
interrupción, y le ruego me disculpe ahora, acaban de llamar al timbre.
DAR CERA, PULIR CERA

En 1984 se estrenó una mítica película, que emocionó a toda una generación de
adolescentes. Las chicas que iban a verla salían del cine enamoraditas del
protagonista, y los chicos, antes de llegar a casa, ya habíamos ensayado como 50
veces la patada de la grulla. Se trata, en efecto, de la inolvidable Karate Kid.

De aquella película, además de la citada patadita, quedó en el imaginario


colectivo una frase pronunciada por el legendario señor Miyagi, y que da título a
nuestro post de hoy: “Dar cera, pulir cera”.

Para quienes no hayan visto la película, el origen de la frase es el siguiente: el


protagonista, un joven súper buena gente pero con cara de pardillo, conoce a una
chica monísima en la playa, y cuando parece que Cupido va a percutir con una
flecha en sus tiernos corazones, lo que le percute al pobre muchacho es una
somanta de palos que le propinan un grupo de repetidores que pasaba por allí.

El muchacho, herido en su amor propio, además de en otra media docena de


sitios, recibe la ayuda del conserje de su edificio, que casualmente es chino y
sabe karate del bueno. Así que después, cuando le pide al conserje que le enseñe
a repartir estopa, éste le manda en primer lugar a encerar una flota de coches que
casualmente tenía aparcados por allí. “Dar cera, pulir cera, Daniel san”…

El pobre Daniel no entiende de qué va aquello, pero como es tan buen tío
accede. Al final resulta, -y atentos todos porque aquí viene la lección-, que los
movimientos de dar y pulir cera, repetidos una y otra vez, otorgaron a nuestro
joven amiguito una destreza increíble a la hora de pelear.Luego viene lo de la
patada de la grulla, la pelea con el malo, el beso de la chica, y los títulos de
crédito.

“Dar cera, pulir cera…” Actividades que en principio no guardan ninguna


relación con el kárate, pero que sirvieron, al menos en la película, para convertir
a un piltrafilla en una máquina de matar.

Si extrapolamos esta idea a la vida real, y en concreto al campo de la oratoria,


¿habrá alguna actividad que, aunque no guarde en principio mucha relación con
la misma, nos ayude a la hora de hablar en público? Evidentemente, sí, porque si
no a ver a santo de qué le he soltado todo este rollo. Les vamos a sugerir dos de
las que realizamos en nuestros talleres:

1/ Lea en voz alta. Coja una novela, el periódico, o una enciclopedia, y lea. Pero
hágalo en alto. Sin miedo. Donde no le escuche nadie, para no tener miedo a
hacer el ridículo. Exagere la entonación, grite, solloce, susurre, varíe la
velocidad, ponga diferentes voces a los diferentes personajes, pruebe con
diferentes acentos, en definitiva: haga el payaso todo lo que pueda. No solo
pasará un rato súper entretenido, sino que acostumbrará a sus órganos del habla a
variar el tono, el ritmo, la intensidad. Aprenderá a controlar la respiración, y
fortalecerá la voz.

Dar cera…

2/ Vaya a un karaoke. Todos en algún momento de nuestra vida hemos ido a


alguno, y los que no, deberían hacerlo. Les puedo asegurar que el
comportamiento de una persona en un karaoke es un indicador infalible para
saber si es un buen o mal conferenciante. Y lo de menos es cómo cante. Porque
de todos es sabido que en un karaoke no triunfa el que mejor canta. No señor.
Triunfa el que tiene menos vergüenza. Y lo mismo pasa encima de una
plataforma. Así que si quiere perder la vergüenza, vaya a un karaoke, tómese un
par de gintonic para entrar en calor, pida una de Nino Bravo, y suba al escenario
a darlo todo. Concéntrese en la canción y olvídese de todo lo demás. Le aseguro
que eso le irá mejor a su oratoria que todos los libros que se lea.

Pulir cera…

Gracias por su atención, lector San.


DEDIQUE TIEMPO A APRENDER DE LOS
MEJORES
“Mis queridos descamisados. Yo no valgo por lo que hice. Yo no valgo por lo
que soy, ni por lo que tengo. Yo tengo una sola cosa que vale. La tengo en mi
corazón. Me quema en el alma, me duele en mi carne y arde en mis nervios. Es
el amor por este pueblo. Si este pueblo me pidiera la vida, se la daría cantando.
Porque la felicidad de un solo descamisado, vale más que mi vida”.

Si lo desea, además de leerlo, puede usted escuchar estas frases en YouTube. Es


un pequeño fragmento del último discurso que pronunció Eva Perón. Hay algo
de confusión entre los expertos sobre el contenido del mismo, pero yo he querido
traer este ramillete de frases porque me parecen sencillamente sublimes.

Además, alguien con mucho tino y sensibilidad musical, aderezó unas imágenes
en las que se puede escuchar la voz original de Eva Perón, colocando de fondo el
Lacrimosa del Requiem en Re menor de Mozart y, como no podía ser de otra
manera, con ese fondo musical las palabras cobran una fuerza indescriptible.

Pocas mujeres han hablado con tanto magnetismo como Evita la última vez que
se dirigió a sus queridos 'descamisados', el 1 de mayo de 1952. Estaba muriendo
de cáncer y lo sabía. La respuesta de los argentinos ante la pasión de su discurso
y su voz quebrada, testimonian el amor del pueblo por la actriz. Al margen del
contexto político e histórico de esta conferencia, queremos destacar este emotivo
discurso porque es un ejemplo sobresaliente de diferentes cualidades oratorias a
imitar. La pasión, el tono de voz, el sentimiento desgarrador, el valor, el
compromiso… simplemente magnífico.

Otro discurso único e irrepetible es el que para muchos es el discurso más


inspirador que circula por YouTube. Hace tiempo pasó los 20 millones de
visionados y ahora es probablemente imposible saber cuántos millones de
personas lo han visto, oído y llevado al campo personal de la aplicación. ¿Sabe
usted ya a que joya nos estamos refiriendo?

El potente mensaje que podríamos sintetizar tras la emotiva disertación es el


siguiente: “Encontrad lo que amáis”.

El autor no fue otro que el icónico Steve Jobs, uno de los ejemplos más
singulares de éxito tras el fracaso, unos de los personajes sobre los que más ríos
de tinta se han vertido. En esta ocasión encandiló a su público con una
disertación brillante, inteligente y reflexiva que podríamos colocar en el olimpo
de las ponencias o discursos. Me estoy refiriendo al discurso que pronunció en la
Universidad de Stanford el 12 de Junio de 2005.

Con una sencillez abrumadora inicia su exposición diciendo: “Me siento honrado
de estar con vosotros hoy en esta ceremonia de graduación en una de las mejores
universidades del mundo. Yo nunca me licencié. La verdad, esto es lo más cerca
que he estado de una graduación universitaria.”

Con esta sencilla introducción el Sr. Jobs, estaba tirando de ironía, y entre otras
cosas estaba diciendo sin hablar: “Queridos niños de papá con bolsillo potente e
influencias poderosas. Por mucho prestigio que tenga esta universidad, por muy
buena nota que saquéis y por muchos contactos que tengáis en vuestras
privilegiadas vidas… probablemente ni en el mejor de vuestros sueños todos en
conjunto cosechéis una milésima parte del éxito, prestigio, fama y dinero que yo
he conseguido”. Acto seguido, el “Mago de Cupertino” desgranó tres historias
vitales que jugaron un papel capital en su vida. A mí personalmente, me
maravilló la forma de conectar emocionalmente con su auditorio. Se trata de una
ponencia cargada de motivación y sentimiento, un digno modelo para ser
analizado y copiado en toda su metodología oratoria.

Otros discursos que desde este espacio quiero recomendar, antes de señalar cual
a mí juicio ha sido el mejor y más importante de todos los que ha habido en la
historia de la humanidad, son los siguientes:

▪ El, en aquel momento senador de Illinois, el 8 de enero de 2008 convierte una


sencilla frase de tres palabras, “Yes, we can” en un slogan potente de campaña, e
inspira a millones de voluntarios y donantes para que se unan a su movimiento.
Efectivamente, nos referimos al expresidente de los Estados Unidos de América,
Barack Obama, de quien se ha dicho que gano unas elecciones por su carisma,
aunque evidentemente también gracias a su trabajada oratoria

▪ “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. ¿Sabe usted quién pronunció
esta frase? Sin duda fue un momento histórico, porque, como el mismo
personaje pronunció en otro momento del discurso: “Seguramente ésta será la
última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes”. El autor fue el
expresidente chileno Salvador Allende, dirigiéndose a su pueblo tras el golpe de
estado del 11 de septiembre de 1973 orquestado por Pinochet, al que menciona
en el discurso como 'el general rastrero'. De todo lo que dijo en ese emotivo
discurso, que le animo a repasar, hay una verdad incontestable: aquella fue la
última oportunidad que tuvo para dirigirse a sus conciudadanos. A las pocas
horas de pronunciar el discurso, Allende se voló la tapa de los sesos con un AK-
47. Sin duda alguna merece la pena sacar tiempo para analizar el contenido
emotivo y práctico de este gran monumento a la oratoria.

▪ Discurso final de la película El Gran Dictador, que Charles Chaplin rodó en


1940,pero que debido a la censura franquista no fue estrenada en España hasta
1975.

▪ “We Shall Fight on the Beaches”. Discurso de Winston Churchill a los


comunes en el Parlamento Británico, el 4 de junio de 1940.
Lo cierto es que, además de los mencionados, algunos de los más relevantes
personajes de la historia, dictadores crueles cuyos nombres seguramente ustedes
puedan adivinar, podrían considerarse modelos desde la óptica de la retórica y la
palabra, pero en mi caso, por razones éticas y morales, opto por obsequiarles con
la indiferencia.

Y ahora sí, redoble de tambores y toda la expectación para el discurso de los


discursos. La conferencia, a juicio de los autores de este libro, más destacable y
relevante de la historia del género humano: El sermón del monte de Jesús de
Nazaret.

En este caso permítame una licencia, estimado lector, porque voy a robar unas
palabras de otro referente de la humanidad y de la lucha por la dignidad, para
que éste defina y describa el valor de este discurso sin parangón dado en la
ladera de una montaña de Galilea hace dos mil años. Según informes, en una
conversación que tuvieron el líder hindú Mohandas K. Gandhi, y el ex virrey
británico de la India, Lord Irwin, este último preguntó a Gandhi qué opinaba él
que resolvería los problemas entre Gran Bretaña y la India. Gandhi tomó una
Biblia y la abrió en el quinto capítulo del Evangelio de Mateo y dijo: “Cuando su
país y el mío obren a una según las enseñanzas que Cristo estableció en este
Sermón, habremos resuelto no solo los problemas de nuestros países, sino los del
mundo entero”.

Por si esta cita histórica no nos parece ya de por sí bastante elocuente, me he


guardado una aún más contundente sobre esta obra magna del pensamiento
judeocristiano que es el sermón del monte. Lea con atención por favor, y olvide
por un momento que se encuentra solamente comparando grandes discursos de
la historia. Trate de veras de sacar un provecho didáctico o pedagógico mientras
lee la siguiente descripción. Su autor, el psiquiatra James T. Fisher:
“Si hubiera que hacer un resumen completo de todos los artículos de peso
escritos por los psicólogos y psiquiatras más cualificados en el tema de la
higiene mental —si se combinaran y refinaran y se eliminara el exceso de
palabrería—; si se cogiera lo esencial y dejáramos a un lado la paja, y si
tomáramos todas estas joyas del conocimiento científico puro para que el más
hábil de los poetas las expresara de forma concisa, tendríamos una versión pobre
e incompleta del Sermón del Monte. Y perdería muchísimo en la comparación”.
(A Few Buttons Missing, página 273.)

Así que creo que para despedirme me va a permitir una última recomendación.
Tómesela desde la óptica de querer crecer como ponente, o desde la perspectiva
de crecer como persona. Desempolve su Biblia, y si no tiene consígase una.
Ábrala por el primero de los evangelios, el libro de Mateo, y empezando por el
capítulo 5 lea hasta el capítulo 7.
SORIA Y OLÉ
Hace unas semanas publicamos un artículo acerca de la importancia de
asegurarse bien de la veracidad de los datos que usamos en una conferencia. Si
aún no lo ha leído, busque “Las cenizas de Walt” en el archivo de entradas, y así
podrá ponerse en situación.

Quien sin duda no lo leyó fue el secretario general del partido socialista, ya que,
a la semana siguiente, en su cuenta oficial de Twitter, @sanchezcastejon, publicó
el siguiente comentario: “Desde Soria, cuna de Machado, todo mi
reconocimiento al trabajo de profesores y condolencias a familiares y amigos”.
Hermoso y emotivo comentario, salvo por el pequeño detalle de que la cuna de
Machado nunca estuvo en Soria, sino a unos 750 kilómetros al sur, en un patio
del Palacio de las Dueñas de Sevilla.

Es posible que ustedes ya estuvieran enterados del lapsus geográfico del líder
socialista, que, todo hay que decirlo, no es el único de nuestros políticos que
mete la pata. El 6 de abril, unos días después, Mariano Rajoy confundía Kenia
con Nigeria en una entrevista en RNE, y tan solo otros pocos días después, la
presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, decía en el acto
de presentación de la candidatura autonómica de José Antonio Monago:
“Encantada de estar en Las Hurdes, en Andalucía”. Al momento corrigió su
error, después de que el público asistente le dijera que estaban en Cáceres.

Pero bueno, la intención de este artículo no es hablar de la escasa capacidad


comunicativa de nuestros políticos, porque sobre ese asunto a mí me faltaría
espacio para escribir y a ustedes tiempo para leer. Así que, volvamos al despiste
de don Pedro Sánchez, el aguerrido líder de la oposición. Si bien es cierto que
todo el mundo se enteró de su metedura de pata, ¿sería capaz alguno de ustedes
de decirme que estaba haciendo el señor Sánchez en Soria? ¿Alguien recuerda
algo más de lo que dijo ese día, en el que seguro que hizo más cosas aparte del
desafortunado tweet? Lo dudo mucho.

Y es que, como dijimos en el artículo mencionado al principio, una metedura de


pata puede eclipsar todo el contenido de nuestro discurso, de la misma manera
que el tipo que se sube a una plataforma con la bragueta abierta será recordado
por eso, aunque haya explicado la solución al conflicto en Oriente Medio. De ahí
la importancia de asegurarnos al máximo de la exactitud de cuanto dato
histórico, geográfico, biográfico o científico vayamos a usar en nuestras
presentaciones.

Aquí van algunas sugerencias para mejorar en ese campo:

▪ No demos por sentado que sabemos de lo que estamos hablando.


Existe un imaginario colectivo que hace que creamos firmemente en ciertas
cosas simplemente porque todo el mundo piensa que son así. Pero a veces nos
llevamos sorpresas. Por citar tan solo algunos ejemplos: los avestruces NO
entierran la cabeza ante el peligro, dormir rodeado de plantas NO es peligroso, y
Graham Bell NO invento el teléfono. Y por cierto, aunque al leerlo lo haya
pensado, no, no es un error. NO se dice las avestruces, sino los avestruces. Visto
lo cual, es mejor asegurarse antes de hablar. Y si no ha tenido tiempo de preparar
su discurso, y tiene la tentación de dar un dato del cual no está seguro, recuerde
que siempre es mejor callarse y parecer ignorante, que abrir la boca y despejar
cualquier duda

▪ Consulte fuentes autorizadas.


Qué fácil es recurrir a Wikipedia cuando necesitamos algún dato. Y lo cierto es
que es un instrumento increíblemente útil en muchas ocasiones, pero no
debemos olvidar que casi cualquiera puede escribir o editar un artículo, por lo
que no siempre su información es confiable. En Wikipedia, por ejemplo, se
publicó que Ricky Martin había muerto y que el periodista Juan Ramón Lucas
había sido convertido en un pokemon. Así que no está de más acudir a libros
especializados, especialmente cuando deba abordar temas complejos. Incluso
pudiera ser interesante, llámenme loco si quieren, visitar una biblioteca de las de
verdad, con libros de esos que tienen las hojas de papel. Se ve que aún quedan
algunas.

▪ Cuidado con los datos en los que no hay consenso.


Hay cosas sobre las cuales los investigadores no se ponen de acuerdo, y no nos
referimos a la llegada del hombre a la luna u otras teorías conspiratorias, sino a
debates serios sobre hechos relevantes, como el límite de población que puede
soportar la Tierra, o incluso sobre asuntos cotidianos como el efecto de las
antenas de telefonía móvil en la salud. En temas en los que no hay una opinión
unánime, tomar partido por uno de los dos lados en conflicto (a menos,
evidentemente, que ese sea el motivo de su conferencia), puede predisponer en
su contra a parte de su auditorio. Por eso, evite pronunciamientos categóricos en
temas polémicos, o inserte antes frases como “algunos investigadores opinan
que…”, para dejar una vía de escape a quien piense lo contrario. Y si lo que
quiere citar es una leyenda o un relato imaginario, dígalo, y no caiga en el error
de querer presentarlo como algo que sucedió realmente.

Una última recomendación: prepare cada discurso como si en el auditorio


hubiera al menos una persona que, del tema del que va a hablar, sabe tanto o
incluso más que usted.

Si es usted un político español, no debería costarle mucho esfuerzo.


¿Y SI TE PIDEN QUE LO HAGAS TU?

Si repentinamente nos pidieran que presentáramos una disertación sobre los


hábitos reproductivos del ciempiés, los efectos perjudiciales de la petanca en la
tendinitis de los abuelos de Burgos, o la exportación de castañuelas decorativas
al lejano Oriente, ¿podríamos hablar con soltura y cierta credibilidad saliendo
del paso, o comenzaríamos a hiperventilar?

Créame, si usted triunfa como orador público, con el tiempo se verá en más de
una ocasión, en una coyuntura comprometida. Aduciendo que usted tiene
experiencia, le invitaran a hablar en las más insospechadas circunstancias y en
los escenarios más extraños. Quizá sea en un cumpleaños al que usted ha asistido
por puro compromiso. Puede que sea en una boda a la que asistió sin saber ni
siquiera el nombre de los contrayentes, o en el día de acción de gracias en casa
de la familia de su nueva novia de Kentucky. No importa cuándo y dónde pero se
verá en el aprieto de tener que decir algunas palabras.

¿Qué puede hacer en esas ocasiones? Está demostrado empíricamente que la


fórmula “tierra trágame” no funciona. Por tanto necesitamos recursos que nos
ayuden a salir del paso con cierto sentido de dignidad. Para contestar con
inteligencia deberá, tener una mínima riqueza cultural y de vocabulario, control
de los nervios, y la capacidad de pensar con rapidez y de manera ordenada.

Si cumple con estos requisitos podría hablar durante una cantidad razonable de
tiempo, incluso sin saber nada del tema que le proponen. Algo infalible es llevar
siempre en la recámara una historia o anécdota que sea fácilmente adaptable. La
tunea un poco, le saca moraleja y queda como un señor.

Pongamos un ejemplo, que sé que lo están deseando.

Imagine que invitan a una cena benéfica del club de los procrastinadores. Para
quien no conozca el término, la procrastinación es la acción o hábito de retrasar
actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras
situaciones más irrelevantes o agradables. No lo dude, amigo lector, el club
existe, se fundó hace décadas, y a él pertenecen miles de miembros. Aunque
probablemente, quienes sin duda serían sus miembros más representativos están
en sus casas malgastando el tiempo en lugar de ir a inscribirse. El caso es que si
ahora, en el transcurso de la cena le invitan a pronunciar unas palabras, ¿qué
fórmula puede usted utilizar para salir del atolladero?
¿Y si la invitación fuera en el seno del club internacional de suegras? (También
existe. Se fundó en 1971). ¿Y si estuviera presente en un evento de la Asociación
de la Tierra Plana? (Sí, sí, lamentamos comunicarle que también existe).

Pues para cualquiera de estos casos nos vale la misma solución. Una anécdota de
amplio espectro de aplicación como la que le vamos a narrar unas cuantas líneas
más abajo. No obstante, lo idóneo es que usted tenga sus propias historias,
chascarrillos o ilustraciones, y así podrá de manera más natural resolver la
papeleta.

Adopte una postura cómoda, preferiblemente póngase en pie si lo permiten las


circunstancias, maticé que su disertación es improvisada y que no es un
especialista en esta causa o temática. Pause, sobreactúe un poco si quiere como
si estuviera buscando en sus anaqueles mentales algo que decir, y ahora empiece
con seguridad a narrar:

“Se cuenta que, en los años 20, cuando Albert Einstein empezaba a ser conocido
por su teoría de la relatividad, era con frecuencia solicitado por las universidades
para dar conferencias. Dado que no le gustaba conducir, y sin embargo el coche
le resultaba muy cómodo para sus desplazamientos, contrató los servicios de un
chófer, el cual resultó ser un amante de la física y, a pesar de no tener estudios,
entraba siempre a escuchar sus conferencias.

Después de varios días recorriendo el país, Einstein le comentó al chófer lo


aburrido que era repetir lo mismo una y otra vez. “Si quiere”, le dijo el chófer,
“le puedo sustituir por una noche. He oído su conferencia tantas veces que la
puedo recitar palabra por palabra”.
Einstein le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar, intercambiaron
sus ropas, el famoso físico se puso al volante, y el chófer ocupó el asiento
trasero. Llegaron a la sala donde se iba a celebran la conferencia, y como
ninguno de los académicos presentes conocía a Einstein, no se descubrió el
engaño.
El chófer expuso la conferencia que había oído a repetir tantas veces a Einstein,
y lo cierto es que lo hizo francamente bien. Parecía que el engaño iba a dar
resultado, cuando, de repente, uno de los asistentes al acto levantó la mano.
Cuando el asustado chófer le dio la palabra, el hombre, que era profesor de
física, formuló una pregunta bastante complicada. El chófer, evidentemente, no
tenía ni idea de cuál podía ser la respuesta, sin embargo tuvo un golpe de
inspiración y le contesto: “La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré
que mi chófer, que se encuentra al final de la sala, se la responda”.”

Esta anécdota, por supuesto, es una historia con bastantes fisuras, si es que
alguna vez sucedió algo así, pero en este caso lo menos importante es la
verificación de la fuente o la credibilidad de la historia. Eso lo solucionamos
matizando antes que lo que vamos a contar es una leyenda urbana y como tal la
tratamos. Al fin y al cabo si quieren rigor y profesionalidad, que nos contraten
para una ponencia normal.

Lo importante es que en ese momento, ya se habrá ganado el respeto y


admiración de los procrastinadores, las suegras o los frikis de la tierra plana, y
solo quedará conectar con lo que debería ser el tema de su improvisación.

Aquí le recomendamos acudir al conocido refrán de “zapatero a tus zapatos” y


expresar honestamente que usted no es tan perito en el tema como la mayoría de
los asistentes que le acompañan. Les puede regalar un poco los oídos con las
bondades de su asociación, con la importancia del evento, con lo bien
organizado que está, y con datos obvios que haya podido recopilar sobre la
marcha, como el año de fundación, la cantidad de miembros… y no se
entretenga más, que viene la conclusión.

Porque en cuanto haya sumado unos minutos gracias a la anécdota y se haya


apoyado en alguna información genérica, es el momento de regresar a la historia
de Einstein. Declare que si le hacen seguir hablando le descubrirán y sabrán que
usted es más chófer que científico. Una sonrisita, una breve reverencia, y a
disfrutar de sus merecidos aplausos.

Si maneja con habilidad este recurso saldrá reforzado como orador, habiendo
dicho realmente poco o muy poco. Pero habrá sido ameno, entretenido,
simpático, honesto y un poco adulador. Probablemente a partir de este momento
haya ganado varios puntos como posible ponente invitado, eso sí, esta vez
cobrando.

Recapitulando. Es imposible prever en que entorno y situaciones se puede uno


encontrar, pero sin importar lo extraño o curioso que sea el escenario, siga los
patrones que le hemos indicado. Tenga la parte importante del trabajo hecho.
Lleve preparada siempre esa ilustración o anécdota que, adaptándola, le servirá
para parecer que es un as de la oratoria. Mantenga la calma, ordene mentalmente
sus palabras, y comience a hablar con convicción.

Si va a usted a formar parte del nutrido grupo de personas que se ponen delante
de un micrófono a hablar sobre algo sobre lo que no tienen ni idea, por lo menos
hágalo con elegancia.
TIEMPO DE HABLAR, TIEMPO DE CALLAR

Existe una pequeña comunidad en el centro de África, cuyos miembros


comparten una singular creencia. Hace siglos que están convencidos de que,
cada ser humano, al nacer, tiene predeterminado el número de palabras que
podrá pronunciar a lo largo de su vida. Este número, imposible de averiguar, es
diferente en cada persona, pero una vez alcanzado, el individuo en cuestión
pierde por completo la capacidad de hablar.

Es obvio que esta idea convierte a estos indígenas en uno de los pueblos más
silenciosos del planeta, ya que no solo hablan sólo cuando lo consideran
absolutamente necesario, sino que, cuando lo hacen, tratan de resumir al máximo
el mensaje, para no malgastar palabras innecesariamente.

Les confieso que me encantaría que dicha creencia fuera contagiosa, para
mandar a pasar una temporada a esa zona de África a varias personas que
conozco, incluyendo parientes cercanos, compañeros de trabajo, y como no,
bastantes conferenciantes.

Y es que la incontinencia verbal es un auténtico problema para quien tiene que


dirigirse a un auditorio, pues no sólo acaba cansando al respetable, sino que, en
el caso de que el orador realmente tenga algo interesante que decir,
probablemente pase desapercibido, oculto en el aluvión de palabras con el que
sepulta a sus oyentes.
¿Quiere decir esto que el mejor discurso es el más breve? En absoluto. Brevedad
no es siempre sinónimo de calidad. Sirva como ejemplo la carrera musical de
Jesulín de Ubrique.

Pero sí es cierto que quien habla en público debe tratar de controlar


cuidadosamente el tiempo que dedica a su intervención, para no agotar a su
auditorio. Incluso en el caso de que uno haya seleccionado un material de una
calidad excepcional, salpicado de jugosas anécdotas, y datos fascinantes, no
debe olvidar un hecho: el cerebro humano tiene una capacidad casi infinita de
almacenar información, pero necesita un tiempo para fijarla.

Abrumar a nuestro auditorio con más información de la que es capaz de retener,


tendrá el mismo efecto que tratar de llenar un vaso de agua… que ya está lleno.

Así que, ¿cuánto debería durar un discurso? No podemos establecer reglas,


porque cada situación es diferente, pero hay algunos parámetros que podemos
tener en cuenta. Hay que ser muy buen orador, pero muy muy bueno, para poder
hablar durante más de 45 minutos y mantener la atención del auditorio. 30
minutos suele ser una cantidad de tiempo razonable para exponer un tema con el
suficiente detalle para mantener el interés sin aburrir al auditorio.

Si uno no es un gran orador, probablemente sea mejor que reduzca su


intervención a 10 o 15 minutos interesantes, en vez de alargar la charla y poner
en evidencia sus carencias.

Como última sugerencia, cuando uno vea que su público está entusiasmado con
su exposición, quizá sea el momento de ir concluyendo. Dejar al auditorio con
ganas de más es una manera infalible de asegurarse de nuevo su atención.
En vista de lo cual,

Adiós
MIRADAS

“El alma puede hablar a través de los ojos, y también se puede besar con una
mirada.”
Gustavo Adolfo Bécquer

Nuestro objetivo al iniciar esta serie de artículos era ayudar a nuestros futuros
lectores a manejarse mejor en el campo de la oratoria y la comunicación, y lo
cierto es que pocas cosas comunican más que nuestros ojos, como muy bien
sabía el genial poeta sevillano.

En la mayoría de culturas se considera una muestra de respeto el mirar a los ojos


de alguien cuando estamos hablando con él, y si nuestro interlocutor desvía
repetidamente la mirada de nuestro rostro en el transcurso de una conversación,
instintivamente tendemos a desconfiar de esa persona, y a pensar que nos está
ocultando algo. Traslade usted esto al campo de la oratoria, y verá lo importante
que es, desde el minuto uno de su conferencia, mantener un contacto visual
correcto con su auditorio.

Vamos a iniciar el artículo enumerando, si le parece, los sitios a los que NO debe
mirar un conferenciante. Al menos, no continuamente.

▪ Las notas. Hace unas semanas hablamos de lo conveniente de no escribir


palabra por palabra toda nuestra presentación. Si, a pesar de las advertencias lo
hemos hecho, entonces será mucho más difícil levantar la vista para ver a
nuestro auditorio. Eso hará que nuestros oyentes desconecten con mucha
facilidad, y si alguna vez conseguimos levantar la vista del papel, es posible que
nos los encontremos a todos enviando mensajes por Whatsapp.

▪ Al techo, las paredes, el suelo… o demás elementos estructurales del


auditorio. Muchos conferenciantes tienen verdadero pánico a establecer contacto
visual con sus oyentes, y por eso, en los pocos momentos en los que desvían la
mirada de las notas, la fijan en algún punto carente de vida humana. Esto es otro
error que, no solo nos impide ver la reacción de la gente a la conferencia, sino
que puede acabar por poner nervioso al respetable, el cual piense que si miramos
tanto la lámpara del techo es porque intuimos que está a punto de desplomarse
sobre sus cabezas.

▪ A una sola persona del auditorio. Iniciamos la presentación y encontramos


una cara conocida, o desconocida, pero que nos infunde tranquilidad. Y, para
evitar tener que mirar a nadie más, y quizá encontrar alguna mirada hostil,
decidimos dedicarle a ella nuestra conferencia. Al principio es posible que se
sienta halagado/a, y que siga con interés nuestra charla. Pero, hágame caso, a los
pocos minutos empezará a ponerse nervioso/a, y deseará no haber venido a
escuchar la conferencia de ese psicópata que no para de mirarla.

▪ A la pantalla. Si nuestra conferencia incluye imágenes, no nos quedemos


absortos mirando a la pantalla como si fuera la primera vez que las vemos. Y por
favor, no las llenemos de texto. La gente ha ido a escuchar una conferencia, no a
leerla.

Bueno, entonces, ¿dónde se supone que debemos mirar? Fácil. A la gente que
compone nuestro auditorio. Precisemos: a LOS OJOS de la gente que compone
nuestro auditorio. Si alguna vez va a dar una charla a un grupo de modelos de
Victoria Secret, no olvide este último consejo.

Todos sabemos mirar a los ojos cuando hablamos con una persona, pero, ¿cómo
se mira a los ojos de un grupo de cincuenta, cien, o mil personas? Bien, en
primer lugar, no piense que debe mirar a CADA persona de su auditorio. Lo más
práctico es escoger un puñado de caras amables, en diferentes puntos del patio
de butacas, y dirigirse a ellos a lo largo de la conferencia.

No vaya saltando de cara en cara como una ardilla adicta al Red Bull, porque
volverá loco a su auditorio, y acabará con un esguince cervical. Y tampoco se
detenga tanto en un rostro que, como dijimos antes, haga plantear dudas sobre
sus verdaderas intenciones.

Tampoco es bueno que siga una ruta de miradas, empezando por los de la
izquierda, por ejemplo, y abarcando todo el campo visual hasta acabar en los de
la derecha, para luego volver al punto de partida. Eso probablemente hará que
sus oyentes evoquen la figura de un aspersor. Si además salpica un poco al
hablar, la performance está completa.

Más bien, aunque su auditorio sea numeroso, diríjase a una de las personas que
tenga cerca, y hable con ella unos instantes, como si estuviese tomándose un
café en un bar. Haga después lo mismo con otra, después con otra más, y haga
que su conferencia sea más bien una conversación con un grupo de amigos, en la
cual todos se sientan cómodos. Los oyentes siempre le devuelven al orador lo
que reciben de él. Si usted les presta atención a ellos, ellos se la prestarán a
usted. Y lo contrario también es cierto.

Nos vemos
SU CUERPO HABLA

A lo largo del mes de julio del 2000, se celebró la Cumbre de Paz de Camp
David; uno de los dos intentos que el presidente estadounidense Bill Clinton
llevó a cabo durante su mandato para solucionar el conflicto en Oriente Medio.
Los protagonistas indiscutibles del acto, además del presidente americano, eran,
por supuesto, el primer ministro israelí Ehud Barak, y el líder de la Autoridad
Palestina, Yaser Arafat.

Si se está usted preguntando si la reunión alcanzó el éxito deseado, lamento


decirle que no. Fue un rotundo fracaso. Pero sucedió algo durante los días que
duraron las conversaciones, que demuestra como el lenguaje corporal, o lo que
hoy ha dado en llamarse la comunicación no verbal, juega un papel muy
importante en la comunicación al más alto nivel.
Clinton y sus dos invitados venían de dar un paseo por el bosque que rodea la
residencia oficial, y al llegar a la misma, se encuentran con un enjambre de
periodistas que quieren grabar el momento. Los tres estadistas se detienen un
momento ante las cámaras, dejan que les hagan unas cuantas fotos, y se dirigen a
la entrada del edificio principal. Las cámaras siguen grabando. Y al llegar a la
casa pasa algo muy curioso.

Ante la puerta abierta, Clinton hace el gesto de animar a sus invitados a entrar,
pero los dos, tanto Barak como Arafat se quedan clavados en el umbral. Clinton,
que se ve que venía con hambre, decide desentenderse y tirar para adentro, y
ahora es cuando se produce el hecho más interesante.

Ante las cámaras de las televisiones de medio mundo, el líder judío y el


palestino inician una especie de forcejeo semi-amistoso, porque ninguno de los
dos quería ser el primero en entrar. Así que hacen una serie de amagos y
requiebros, un pasito p´adelante Yaser, un pasito p´atrás, pasa tú Ehud, que a mí
me da la risa, y así se tiran los dos un buen rato. Menos mal que la puerta era
grande, y finalmente pudieron entrar ambos casi a la par en el edificio. Si me
prometen volver rápido, les dejo que vayan a YouTube a ver el video.
Y bien, ¿qué había pasado?

Bueno, según la cultura de oriente medio, el personaje más importante de una


reunión es el último que entra en la casa, y los dos líderes enfrentados, sabiendo
que les estaban viendo en todo el planeta, por nada del mundo querían mostrar
una imagen de inferioridad ante su adversario. Lo que transmitía ese sencillo
gesto tenía para ellos más importancia que todo lo que se pudiera hablar en esa
reunión.

Algunos estudios dicen que hasta el 93% del mensaje que se transmite en una
conversación es a través de la comunicación no verbal. Es posible que sea una
exageración, pero es indiscutible que nuestra postura, nuestros gestos, la ropa
que llevamos, y la expresión de nuestra cara comunican tanto o más que nuestras
palabras. Por eso, el buen orador debe preocuparse de que su lenguaje corporal
esté en sintonía, o incluso refuerce, el contenido de su discurso. Se ha hablado
mucho de este tema, y para quien quiera saber más, hay libros enteros al
respecto. Aquí vamos a limitarnos a dar algunos consejos prácticos respecto al
lenguaje corporal de todo buen conferenciante, divididos en varios conceptos:

▪ La ropa. El propósito del ponente a la hora de escoger la ropa que llevará a su


conferencia debe ser que ésta no distraiga la atención de su auditorio. Por eso, a
menos que uno vaya a inaugurar el congreso internacional de payasos de circo,
evitaremos prendas extravagantes, colores chillones, o estilos demasiado
atrevidos. Un traje de corte clásico, una camisa clara y una corbata discreta
suelen ser la mejor opción. Eso sí, todo muy limpio y bien planchado.

▪ El arreglo personal. Igual que pasa con la ropa, un peinado extravagante


puede reflejar que uno tiene una fascinante vida interior, pero probablemente
distraiga la atención del tema que vaya a tratar. Igual que abusar del maquillaje,
de las joyas, o de otros complementos. De nuevo, la discreción combinada con la
elegancia permitirán que transmita una imagen digna, pero sin distraer a su
auditorio.

▪ La postura. Animamos a todos los que van a hablar en público a que, siempre
que sus circunstancias físicas se lo permitan, den su conferencia de pie. Nunca
sentados. Una persona de pie transmite infinitamente mejor, además de poder
interactuar mucho más con su auditorio. Y si en vez del clásico micrófono de
pie, puede llevar uno que le permita moverse por el escenario, el interés que
despierte en su auditorio aumentará exponencialmente. Si puede moverse por el
estrado, no lo recorra con grandes zancadas como si estuviera midiendo la
distancia para batirse en duelo. Dé pasos cortos, dirija sus miradas a un sector
del público, y permanezca varios segundos en el mismo sitio antes de moverse
de nuevo y cambiar el centro de atención.

▪ Los gestos. Para algunos conferenciantes las manos son un problema, y si


pudieran se separarían los brazos del cuerpo y los dejarían tras el escenario
mientras dure su exposición. Esto es porque no saben qué hacer con ellas
mientras hablan. Así que se meten y sacan las manos de los bolsillos una y otra
vez de manera compulsiva, se abrochan y desabrochan el botón de la americana,
se tocan el pelo, las gafas, las orejas… o se aferran al atril como un náufrago a
su tabla, como con miedo de que, si se sueltan, venga alguien y se lo robe. Todo
muy triste. Otros sobreactuan y mueven los brazos y las manos como los de
Locomía movían sus abanicos, de manera que el auditorio no sabe si está viendo
una charla sobre economía o El Lago de Los Cisnes.

Mire, si quiere un buen consejo para saber qué hacer con sus manos, ahí va:
olvídese de ellas. Céntrese en su conferencia, y, sorpresa, las manos se le
moverán solas. Como cuando discute con su pareja, habla de futbol con los
amigos, o incluso como cuando habla por teléfono. Las manos simplemente se
mueven de manera automática al ritmo de la conversación. Solo deberá
preocuparse si alguien le hace ver que ha adoptado un gesto que repite de
manera inconsciente una y otra vez, como tocarse el pelo, subirse las gafas, o
juguetear con los anillos. Incluso hay gestos que además de recurrentes son
desagradables, como hurgarse en los oídos, en las fosas nasales o acomodarse el
tema, ya me entiende. Si ese es su caso, igual sí debería plantearse lo de dejar los
brazos detrás del escenario.
▪ La expresión facial. Como todo el mundo sabe, los estados de ánimo son
contagiosos. Es muy difícil que a alguien le dé un ataque de risa estando solo,
pero en cambio, con dos o tres amigos motivados, la cosa más absurda puede
desembocar en un paroxismo de carcajadas, de esas que te acaba doliendo la
barriga y quieres vomitar. Decimos esto porque el auditorio, indefectiblemente,
se va a contagiar del estado de ánimo del conferenciante, sea cual sea este.

Empiece su charla con una mirada de angustia, y a los pocos segundos el


auditorio estará revolviéndose incomodo en sus butacas. En cambio, inicie su
exposición con una sonrisa sincera, y notará como la gente se relaja y se abre de
orejas para escucharle. (Si va a dar una charla en un funeral, igual no es bueno
que sonría mucho. Aunque sea el de su suegra)

La mirada es sin duda un factor tremendamente importante en la comunicación


no verbal. Tanto es así que le dedicamos un artículo entero de este libro. Le
animo a leerlo, si no lo ha hecho aún. Y no olvide que mentir con el lenguaje
corporal es infinitamente más difícil que hacerlo con las palabras. Si no está
siendo sincero, o no está muy convencido de lo que dice, es posible que su
auditorio lo note. Y quizá a ellos también se les ocurra algún bonito gesto con el
que premiar su disertación…
PNL

Cada vez más métodos, manuales de oratoria, talleres, y cursos que preparan a
sus alumnos para hablar en público, incorporan la PNL, siglas que corresponden
a las palabras Programación Neurolingüística. ¿Qué es exactamente esta
disciplina y en qué consiste? ¿Cuáles son sus orígenes? Y más importante aún,
¿tiene algún tipo de aplicación en el ámbito de la oratoria?

En primer lugar, trataremos de definir que es la PNL sin entrar en explicaciones


farragosas. Se trata una disciplina o un método que trata de explicar cómo
funciona nuestro cerebro y definir sus patrones mentales, facilitándonos el
conocimiento de nosotros mismos y permitiéndonos cambiarlos utilizando
determinadas técnicas con el objetivo de optimizar nuestra capacidad de
comunicación. De manera que si somos capaces de aprender cómo se procesa la
información, podemos descubrir nuestros patrones de conducta, y hasta
cambiarlos con determinadas técnicas específicas. Lo siento, esta es la
explicación poco farragosa.

El caso es que ese enunciado nos lleva a una conclusión, y es que, a través de la
PNL, entre otras cosas, adquirimos consciencia del lenguaje y de la importancia
de su buen uso. Podemos afirmar que esto nos da la llave para comunicarnos de
forma eficaz en nuestras relaciones personales, y también nos ayuda a romper
nuestras limitaciones y lograr profundos y duraderos cambios en nosotros.
La PNL nos permitiría conocer, incluso, qué estrategias internas seguimos para
estar tristes, alegres, deprimidos, eufóricos, motivados. Dicho lo cual, y
conociendo estas estrategias, podemos gestionar de una forma mucho más eficaz
nuestros estados emocionales. Todo lo hasta ahora explicado nos permite ver en
el horizonte un estrecho vínculo con esta estrategia y el objetivo de ser hábiles
comunicadores.

Los orígenes de este “método” también son realmente interesantes. Sintetizando


mucho, en los años setenta, la obra de tres de los más reconocidos terapeutas a
nivel mundial es estudiada y analizada por el lingüista John Grinder, y por el
matemático Richard Bandler.

Estos tres importantísimos terapeutas son: Virginia Satir, reconocida como la


mejor terapeuta familiar de nuestros tiempos; Fritz Perls, creador de la terapia
Gestalt que posibilita el desarrollo total del ser humano; y el Dr. Milton H.
Erickson, máximo exponente de la Hipnosis contemporánea. Estos magos de la
terapia moderna tenían comportamientos en común que hicieron que destacaran
de manera muy prominente en comparación con el resto de su generación.

Pues bien, Grinder y Bandler lograron estandarizar dichos patrones en común y


los ofrecieron como un modelo propio de aprendizaje. Grinder y Bandler, en su
primera obra, La estructura de la magia (1975), se centraron en identificar los
patrones verbales y conductuales particulares de los terapeutas.

Sin duda alguna estos hallazgos además de apasionantes eran altamente


aplicativos. Permítame que le mencione una sola de las presuposiciones de la
PNL: “Si es posible para alguien, es posible para mí: la identificación y/o
creación de modelos eficaces nos lleva directo a la excelencia”.

Esta propuesta quiere decir que si alguien tiene la capacidad de hacer algo, se
puede extraer el modelo o estrategias que fundamentan tal capacidad y
enseñarlas e instalarlas en otras personas. La PNL posee modelos para identificar
la estructura de las capacidades o habilidades de las personas para luego
duplicarlas en otra persona.

Así que si somos capaces de extraer ese modelo que fundamenta la capacidad de
determinada persona como excelente orador público, y la aprendemos e
instalamos en nuestra persona… aleluya, seremos una especie de clon de ese
genio de la oratoria, pero sin alterar ni un poquito nuestro espectacular físico.
Solo importamos e instalamos en nuestro cerebro su excelente capacidad
comunicadora. Como quien instala un software nuevo en su ordenador.

Quizás a estas alturas de lectura haya percibido una realidad: en este exiguo y
reducido capítulo solo podemos hacer una somera aproximación al mundo
complejo e infinito de la PNL.

En el mercado hay infinidad de libros sobre esta materia, numerosos cursos y


muchísimas conferencias que analizan esta disciplina desde diversos ángulos.
Actualmente, por ejemplo, varias organizaciones recurren a la PNL y sus
conceptos más difundidos para capacitar a su personal, con el fin de optimizar la
comunicación, el servicio a los clientes y las relaciones interpersonales.

Empresas como Disney aplican muy bien la técnica del PNL. Siendo como es un
gigante empresarial que engloba parques infantiles, estudios de cine, tiendas de
mercadeo, etc., tiene un ejército de trabajadores que, si por algo destacan, es por
la magnífica atención que siempre dan al cliente, y por las ganas de ayudar al
público. ¿Casualidad? En absoluto. Parece que la PNL funciona en este marco.

Muchas veces, las personas que, cuando vamos a un establecimiento nos


atienden de mala manera, no siempre es porque estén estreñidos o tengan menos
vida sexual que un playmobil. Frecuentemente tienen una actitud negativa
porque no son capaces de alterar sus patrones o mapas de conducta para crear un
ambiente de trabajo agradable.

En contraste, empresas como la citada Disney, aplican técnicas de PNL para


formar a todo su personal y ayudarles a mejorar su actitud hacia la vida, lo cual
se traduce automáticamente en mejor actitud en el trabajo.

Así, aunque en esta aproximación a la PNL no le vamos a indicar una serie de


ejercicios o trucos que usted pueda aplicar, entre otras cosas porque no es
nuestro campo, sí le queremos animar a que amplíe sus conocimientos sobre este
método que sin duda le aportará diferentes claves muy útiles para seguir
creciendo como discursante público.

Y piense que, en otras disciplinas que se interrelacionan con la oratoria, la PNL


también es indispensable. Como por ejemplo:
▪ Aplicaciones organizativas y de coaching empresarial
▪ Motivación y persuasión entre compañeros y directivos
▪ Resolución de conflictos terminales y de personalidad
▪ Coordinación de encuentros y reuniones de negocios o/y políticas dirigidos a
influir en programas o decisiones
▪ Preparación de entrevistas
▪ Desbloqueo de negociaciones
▪ Establecimiento de sistemas de comunicación claros y convincentes
▪ Cambio de actitudes de insensibilidad
▪ Preparación y desarrollo de la formación
▪ Aplicaciones en procesos de selección y evaluación real de candidatos

Como ve el espectro de aplicación es amplio y diverso. Le recomendamos que


adquiera alguno de los muchos libros que abordan este interesante método, que
vea videos sobre el tema en YouTube, y si puede asista a alguna ponencia o
realice algún curso que se imparta en su ciudad sobre la PNL.

Por supuesto en cualquiera de estos casos, filtre la paja del grano. Entreténgase
antes de nada en contrastar opiniones del manual que pretende adquirir, así como
del autor. Quizás una buena opción sea empezar por el divulgador científico
Eduard Punset, que además de publicitar de maravilla el pan Bimbo, hizo en su
programa Redes diversas entrevistas muy útiles sobre la PNL.

Vea, por ejemplo, y escuche con atención la entrevista que hizo a Shlomo
Breznitz, psicólogo y ex profesor de la universidad de Haifa en Israel. La
entrevista comenzaba con una frase magistral del propio Punset:
“Estamos en una nueva era donde enseñaremos a vuestros cerebros a corregirse
solitos, que se corrijan ellos mismos”

Ahí queda eso. El resto depende de usted.


CONCLUSIONES EFICACES Parte I

En el año 1993, Tom Hanks y Meg Ryan protagonizaron un remake de la


película de 1957 “Tu y Yo” (“An affaire to remember”), originalmente dirigida
por Leo McCarey y protagonizada por Cary Grant y Deborah Kerr. Como suele
ocurrir en estos casos, la versión moderna resultó pasable tirando a malilla,
mientras que la original era una auténtica obra maestra.

“Algo para recordar” fue el título de la más actual, y quizá muchos de ustedes la
hayan visto. El arquitecto Sam Baldwin (Tom Hanks) está abatido por la pérdida
de su mujer. Su pequeño hijo Jonah, preocupado por la situación, llama a un
programa de radio para contar la historia de su padre, considerando que éste
necesita una mujer para recuperar la ilusión de vivir… en fin, cosas de niños.

El asunto es que a Annie Reed ( Meg Ryan ) y a dos millones más de mujeres les
seduce la idea de conocer al viudito con cara de náufrago, resolviéndose la trama
con una cita en el edificio Empire State, en clara alusión al filme original.
Sinceramente, un final flojo y previsible. En cambio, el final de la película
original es sencillamente sublime. Sorprendente, (a partir del vigesimoquinto
visionado he de decir que la sorpresa disminuye), emocionante, inteligente y mil
calificativos más, todos ellos positivos.

Aparte de llorar como si no hubiera un mañana, y gastar al hacerlo todas las


reservas de kleenex, al finalizar de verla uno se queda con la sensación, gracias
precisamente a la magnífica conclusión, de haber visto una película redonda.
Justo lo contrario ocurre con decenas y decenas de filmes. Cuentan una historia
decente, te tienen más o menos enganchado, y al llegar al final… efecto gaseosa.
Todo se viene abajo y uno se queda con la sensación de haber perdido una hora y
media de su vida, o cuatro si era en Antena 3, donde las películas son eso que
ponen para rellenar entre bloque y bloque de anuncios.

De la misma manera, y aquí llega la aplicación al campo de la oratoria, incluso


la mediocridad en un discurso puede pasar inadvertida, e incluso justificarse, si
la conclusión está bien meditada y redactada. Por el contrario, una excelente
ponencia puede fácilmente perder la fuerza, el interés y la eficacia, si el final no
cumple con las expectativas o sencillamente desencanta a los oyentes.

La razón de esto es muy simple: Lo último que se dice es lo primero que se


recuerda.
Permítame que no le narre el final de la película de Cary Grant y Deborah Kerr
(a la que por cierto tuve el placer de conocer en persona meses antes de su
muerte). Cualquier explicación desmerecería la fuerza y el impacto emocional
que aporta esa escena mágica. Pero si me voy a permitir un pequeño spoiler:
Cuando Cary Grant, desconcertado ante lo que ocurre, y a punto de abandonar al
amor de su vida, decide en el último segundo entrar en la habitación donde está
el cuadro que pintó, abre la puerta, se gira y ve… Bueno, aquello que ve, lo
explica todo.

Por favor vea esa maravilla de conclusión y reflexione en el valor e importancia


que tiene el que aplique este método en el cierre de sus discursos. Para aplicarme
el cuento, y finalizar con eficacia, permítame que le recomiendo otros dos finales
apoteósicos de películas que están a la altura de la mencionada: Hora 25,
protagonizada por Anthony Quinn, y Luces de la ciudad, de Charles Chaplin.

Visualícelas cuidadosamente, y de ahora en adelante, trate de emocionar con las


conclusiones de sus disertaciones, como lo hacen las tres películas referidas. Si
lo consigue, se habrá acercado enormemente a ser un orador excelente

¿Aún no sabe exactamente cómo hacerlo? Tranquilo, en otros artículos daremos


más pistas…
CONCLUSIONES EFICACES Parte II
En un anterior artículo ya se consideró la importancia que tiene la conclusión
dentro de la estructura de una conferencia. Ahora alistaremos una serie de
premisas que se deben tener en cuenta y no dejar al azar para conseguir que
nuestra conclusión logre su propósito.

Que sea impactante. En el año 2008 visité Emiratos Arabes. Ya había estado
varias veces en la ciudad de Dubai, pero en esta ocasión tuve una reunión en el
hotel Atlantis, al borde de una de las famosas islas artificiales con forma de
palmera. En Noviembre de aquel año fue inaugurado aquel imponente edificio
de 1.539 habitaciones. Robert de Niro, Michael Jordan o Kylie Minogue fueron
solo algunos de los que asistieron a aquella celebración. Sin embargo quizás una
de las cosas más recordadas fue la conclusión del evento. El cielo se iluminó con
un gran despliegue de fuegos artificiales que, afirman, fue siete veces superior al
de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing en agosto. Como para
olvidarse.

Su conclusión debe causar este efecto en sus oyentes. No le animamos a que,


como recurso, lance un cohete al cierre de su conferencia o tire un petardo. Si lo
hace, declinamos toda responsabilidad. Pero intente que sus últimas palabras
llamen la atención. Sorprenda a su auditorio con algo que les deje emocione,
algo que luego puedan comentar. Algo que habiendo pasado semanas o meses
sigan recordando.

Una conclusión eficaz e impactante requiere de tiempo y ensayo. Este


aspecto se cuida especialmente por los compositores de música clásica o como
ahora se le denomina música culta. Algunos son especialistas en dar relevancia
al final de sus obras. Incluso el profano que está sentado en la butaca sabe que
aquello que suena está próximo a concluir. Tras ello está no solo la intención del
creador de la obra, sino que también hay horas y horas de ensayo por parte de
multitud de músicos que, guiados por la batuta del director de turno, ensayan una
y otra vez la conclusión para que cumpla con las expectativas.

Así que, lejos del “Chim-pom“ final del pasodoble español, las cuidadas e
impresionantes conclusiones de las sinfonías de Beethoven nos deben inspirar
como modelo a copiar. Escúchelas y reconozca el ingente trabajo que hay
implícito en lograr esos maravillosos desenlaces.

Que el tiempo no le arruine una conclusión eficaz. Seguramente usted no


conciba que en un restaurante de lujo, cuando llega el momento de los postres, le
avisen que por falta de tiempo no se los pueden servir, que ya tienen que cerrar.
Como tampoco sería admisible que le colocaran en la mesa aquel pastel del que
tanto ha oído usted hablar, pero que estuviera a medio hacer, porque el cocinero
no calculó bien el tiempo que le quedaba para terminarlo.

Si no tenemos cuidado, nuestra conclusión podría cumplir esas dos premisas.


Podría ser espectacular, llamativa e idónea para realzar el valor de nuestra
ponencia, podría tener detrás horas de tiempo invertido para escoger cada una de
las palabra ideales que deben utilizarse en un brillante cierre. Pero todo ello se
tira por la borda y queda inutilizado, si ahora ya no dispone de tiempo para
desarrollarlo.
Así que permítame un consejo. No se exceda del tiempo estipulado para su
conferencia, para que sus escuchantes no se pierdan esa ocurrente y trabajada
conclusión que había preparado.

Pero, por buena que sea la conclusión que tenía preparada… si ha llegado el
tiempo de acabar, concluya sin florituras y salve el tipo. No hay nada peor para
un conferenciante que un auditorio que empieza a mirar el reloj, y a preguntarse
unos a otros “¿A qué hora decíais que acababa esto?”.

Que mueva a nuestros oyentes a la acción. La gente sabrá que está llegando al
final de su conferencia si eleva el volumen, cambia el ritmo, y hace ademanes
adecuados. Esa parte final puede estar muy bien redactada, enlazar hábilmente
con la introducción, y sin embargo carecer del elemento más importante.

Nos referimos a que debe incidir de alguna manera en la voluntad de las


personas que componen su auditorio. Si no, para que tanta floritura, si no nos
llevamos el gato al agua.

Si es un evento comercial, el verdadero éxito de su ponencia y de su desenlace,


es que al concluir, no queden hojas de pedido, y que los que han escuchado su
disertación, se endeuden si es necesario, tiren de tarjeta de crédito o pidan dinero
a un familiar, para adquirir ese artículo imprescindible del que usted habló. Si es
una charla motivacional, debe conseguir que los invitados salgan de allí
queriéndose comer el mundo, justamente lo contrario que deben querer hacer los
oyentes si lo que estaba promocionando era una dieta adelgazante.

Y así, en los diferentes campos en los que se podrían desarrollar sus ponencias,
póngase como claro objetivo para sus conclusiones mover a la acción a todo
aquel que le haya escuchado.

Intente apelar a las emociones de sus escuchantes. Una vez se active la parte
emocional de un individuo, la voluntad de este es mucho más maleable y podrá
influir decididamente en la toma de decisiones de estas personas.

De manera que, si alguien que le escucha con atención se emociona, derrama


lágrimas, solloza o hasta le da hipo con lo que usted le ha contado, su conclusión
habrá alcanzado el cum laude. Ahora ya le puede vender un helicóptero con
asientos eyectables, un salvavidas de plomo, o la estatua de la libertad.

Y me despido de este recomendándole lo siguiente:


No hay mejor manera de concluir una pelea con su pareja que haciéndole un
regalo, pongamos por ejemplo el libro titulado “Así se habla”. Le estará diciendo
que la ama y ella le perdonará acto seguido.

No hay mejor manera de concluir el día que leer una publicación amena,
instructiva y con gancho. Se me ocurre el libro… “Así se habla”.

Si concluyen su vacaciones, tenga mucho cuidado no se venga abajo


anímicamente. La depresión post vacacional no es algo para tomarse a broma.
Seleccione una buena lectura que le anime en su regreso a la rutina. Desde aquí
le aconsejamos el manual de oratoria “Así se habla”.

En conclusión, sea que usted lo lea, lo regale o lo aconseje, a los autores de este
libro nos parecerá un final feliz, una conclusión eficaz, cualquiera de las tres
opciones.

THE END
LAS TRES E

Eche por favor un vistazo y fije la mirada en cualquier objeto que tenga a su
alrededor. Me vale un reloj, un bolígrafo, el portarrollos del papel higiénico, e
incluso, si no quiere complicarse buscando nada, la pantalla donde está leyendo
estas líneas. Pues bien, todos esos artículos, o cualquier otro que haya elegido,
han sido realizados teniendo en cuenta tres parámetros: el diseño, la calidad, y el
precio.

Cualquier diseñador o ingeniero intenta que su creación sea primero visualmente


atractiva, después que los materiales elegidos cumplan unos requisitos de
calidad, y por último que pueda competir en precio con artículos similares. Es
cierto que hay marcas de lujo que priman el diseño y la calidad sin importarles
demasiado el precio final, y que los chinos hacen exactamente lo contrario con lo
que venden en sus tiendas, pero si uno quiere alcanzar a un sector mayoritario de
la población con su producto, deberá equilibrar correctamente esos tres
parámetros.

Seguro que esto tiene un nombre súper molón en inglés, pero viene a ser lo que
nuestras madres toda la vida han llamado LAS TRES B que debíamos buscar al
comprar algo: que fuera bueno, bonito y barato.

Ahora, piense en cualquiera de los miles de conferencias, discursos, tesis,


sermones y charlas que se presentan cada día alrededor del mundo. Es posible
que usted mismo tenga que ponerse delante de un público hoy, mañana, o en
unos pocos días. Pues puede que le interese saber que, no importa si va a hablar
de la crisis del petróleo, de las profecías del apocalipsis, o de la reproducción en
cautividad del berberecho salvaje, existe una regla similar a la anteriormente
mencionada. Todas y cada una de esas intervenciones, para tener éxito deben
cumplir tres parámetros.

Los dos excéntricos autores de este libro, haciendo un homenaje a nuestras


madres, lo llamamos la regla de LAS TRES E, a saber: enseñar, entretener y
emocionar.

ENSEÑAR: En principio éste es el propósito principal de toda disertación


pública. En muchas ocasiones va usted a presentar a su público algo que éste
desconoce. Y para eso ha preparado tablas, gráficos, y un buen número de datos
relevantes. En futuros artículos hablaremos de cómo dosificar la información y
adaptarla al nivel del auditorio. Pero lo verdaderamente difícil de este primer
requisito es cuando va a hablar sobre un tema que su auditorio ya conoce. Pues
bien, incluso si ese es el caso, debe esforzarse para que, al terminar, sus oyentes
tengan la impresión de que han aprendido algo. Para conseguir esto deberá
aportar un enfoque nuevo, o mencionar datos poco conocidos sobre el asunto,
tales como fechas, anécdotas históricas, citas de otros autores, etc.

Pero de nada le va a servir que la información a presentar sea apasionante, si no


cumple con el siguiente de los objetivos.

ENTRETENER: La gente no busca solamente información. De hecho, en


internet está toda la información que uno puede desear sobre cualquier tema.
Hace tan solo treinta o cuarenta años, uno podía mantener razonablemente la
atención de un auditorio tan solo con hablarles de algo que desconocían. Pero
hoy estamos tan absolutamente saturados de informativos, programas de
investigación, emisoras de radio, prensa escrita y digital, enciclopedias en papel
y en línea, y eso sin contar lo que se propaga a través de las redes sociales, que
quien quiera captar la atención de un grupo de personas durante más de tres
minutos, no puede limitarse solo a transmitir información. Deberá entretenerlas.
¿Cómo se consigue eso? Bueno, eso daría para varios artículos. Puede usar
medios visuales, utilizar el humor, interactuar con el auditorio… Si quiere
alguna idea, hay artículos en este libro que seguramente le servirán de ayuda.

Enseñar y entretener adecuadamente le garantizará la atención de su público


mientras dure la conferencia, pero si lo que quiere es que su disertación quede
grabada en sus mentes durante días, meses o incluso años, deberá
ineludiblemente cumplir el tercer requisito.

EMOCIONAR: Si hace al auditorio pensar, recordarán su discurso durante días.


Si les hace sentir, lo recordarán toda la vida. Esto que suena tan poético tiene una
razón fisiológica. Las conexiones neuronales que se generan cuando
experimentamos emociones mientras recibimos información, son infinitamente
más duraderas que las que generamos cuando tan solo estamos escuchando
datos.

Retrocedamos en el tiempo, a nuestra época de adolescentes, y pensemos en los


nombres de nuestros compañeros y compañeras de clase. Seguro que nos cuesta
recordar a la mayoría. ¿Pero, quién se olvida del nombre de la chica, o el chico
que le gustaba? Quizá nunca reunimos el valor de decirle nada. Es posible que lo
viéramos en una fiesta y tan solo le saludásemos un par de veces. Pero su
nombre se nos quedó grabado a fuego, porque había sentimientos implicados. El
buen conferenciante utiliza eso en su provecho, y genera sentimientos en su
auditorio que le ayudan a grabar en sus mentes la información que está
transmitiendo. De nuevo, existen técnicas muy eficaces para conseguirlo. Lea
artículos anteriores sobre storytelling y verá algo de lo que le hablo.

Y ahora ya sabe la prueba a la que tiene que someter todas las presentaciones
que se prepare de aquí en adelante. Analice la conferencia que va a dar y vea si
aporta información nueva, lo hace de manera que resulte entretenida, y usa
recursos para emocionar a su auditorio.

Si busca ejemplos de lo que le decimos, le invitamos a ver en el congreso de los


diputados el próximo debate sobre el estado de la nación. Así al menos, (salvo
contadísimas excepciones), verá como NO hay que hacerlo.
CONCLUSION
La historia de la humanidad nos ha dejado para el recuerdo una interesante
colección de magníficos oradores. De algunos de ellos hemos hablado en este
libro: Churchill, Martin Luther King, Steve Jobs, Barack Obama… Seguramente
que usted añadiría algunos nombres más a la lista, como John F. Kennedy,
Nelson Mandela, Gandhi…

Y si es un poco más friki, como quienes escriben estas líneas, le vendrán sin
duda a la mente genios de la oratoria como Susan Lynn, Robin S. Sharma, Tony
Alessandra, Simon Sinek, Jessica Cox…

Todos y cada uno de ellos, cada uno con su estilo, han sabido sacar el máximo
partido a esa herramienta tan maravillosa que tenemos los seres humanos, y que
no posee ninguna otra especie animal: el habla.

Estos hombres y mujeres no hablan en público por necesidad, para mantener un


puesto de trabajo, porque un amigo les ha puesto en el compromiso de hacerlo, o
porque cuando el jefe pidió un voluntario se tropezaron y fueron los últimos en
salir huyendo de la oficina. Lo hacen porque les gusta. Porque disfrutan
hablando en público, y porque la gente disfruta escuchándoles. (Y porque les
pagan. Y muy bien, por cierto).

Sabemos que muchos de ustedes que han tenido a bien leer este libro, a pesar de
haber demostrado un gusto exquisito para la lectura, jamás llegarán al nivel
como oradores de los antes mencionados. Pero tampoco se trataba de eso. Tan
solo hemos intentado que descubran que para hablar en público no hay que tener
un don especial. Cualquier persona que se esfuerce, y aplique las técnicas
adecuadas, puede llegar a ser un orador más que correcto. Y lo más importante,
puede conseguir que el hablar en público deje de ser un suplicio, y se convierta
en algo agradable.

Déjennos para concluir contarles la historia de otro personaje histórico de la


antigüedad. Se trata de Demóstenes, ciudadano griego nacido en Atenas en el
año 322 A.C.

El joven Demóstenes soñaba con ser algún día un gran conferenciante, pero
ciertamente no lo tenía fácil. Trabajaba duramente a lo largo de toda la jornada, y
apenas sacaba el dinero necesario para mantenerse, cuanto menos para pagarse
los servicios de un maestro. Y, por si eso fuera poco, tenía otra particularidad
que, digamos que no ayudaba en su propósito de ser un gran orador.

Era tartamudo.

En este punto de la historia, si alguno de nosotros hubiese tenido la oportunidad


de conocer a Demóstenes y aconsejarle, seguramente, con la mejor de las
intenciones, hubiésemos tratado de disuadirle en su empeño. Más o menos lo que
haría la Pantoja si su hijo le dice que quiere dedicarse al ballet clásico. Pero
Demóstenes tenía una virtud: no se rendía fácilmente. Así que se embarcó en la
aventura de superar todas y cada una de las adversidades que se le presentaban.

Lo primero que hizo fue raparse la cabeza. De esa manera, y como la gente se
reía de él, no le quedaba más remedio que quedarse en su casa para practicar. Al
atardecer, corría por la playa gritando con todas sus fuerzas para ensanchar sus
pulmones. Y por la noche, se llenaba la boca de piedras para fortalecer los
músculos faciales y aprender a hablar sin tartamudear. Y así pasaba las horas,
ensayando una y otra vez hasta el amanecer. ¿Logró su objetivo?

Parece ser que sí. Demóstenes, de hecho, ha pasado a la historia como uno de los
mejores oradores de todos los tiempos. Según el historiador Longino,
Demóstenes "perfeccionó al máximo el tono del discurso idealista, pasional,
abundante, preparado, rápido". Cicerón le aclamó como "el orador perfecto" al
que no le faltaba nada, y Quintiliano le alabó dirigiéndose a él como "lex orandi"
("la norma de la oratoria") y diciendo de él que "inter omnes unus excellat" ("se
encuentra solo entre el resto de oradores").

Creo que no hace falta decir mucho más. Si, como decíamos en la introducción
de este libro, no ha sido usted bendecido con un don, no se preocupe. El esfuerzo
y la constancia a veces pueden llevarle más lejos que el talento natural. Vaya
aplicando poco a poco las sugerencias que haya encontrado más interesantes, y
cuando tenga más o menos dominado un aspecto de la oratoria, intente
perfeccionar otro diferente. La oratoria es un campo fascinante en el que nunca
se deja de aprender. Incluso el mejor orador del mundo le diría que el mejor
discurso de su vida aún está por llegar.

Deseamos que haya disfrutado de la lectura de este libro, al menos tanto como
nosotros al escribirlo. Y que sepa que amenazamos con volver.

Cuídese,

JAL, MBL
¡GRACIAS!

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