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AUTOCONOCIMIENTO
“Es evidente. Conocerse a uno mismo es la tarea más difícil porque pone en juego
directamente nuestra racionalidad, pero también nuestros miedos y pasiones. Si
uno consigue conocerse a fondo a sí mismo, sabrá comprender a los demás y la
realidad que lo rodea.”.
En este trabajo resumiremos lo que consideramos las ideas más interesantes que
plantean sobre esto especialistas de IE, principalmente Goleman y Weisinger, incluyendo
consejos y ejercicios que propone este último para desarrollar esta aptitud. Después,
comentaremos lo que plantean otros especialistas sobre esto, incluyendo las
recomendaciones de Drucker. Finalmente, comentaremos algo sobre la importancia de la
autoevaluación en las organizaciones, dentro de un proceso de consultoría sobre
desarrollo y cambio organizacional.
ESCUCHANDO NUESTRAS EMOCIONES
Nuestras emociones pueden proporcionarnos información valiosa sobre nosotros mismos,
sobre otras personas y sobre determinadas situaciones. Haber descargado nuestro mal
humor sobre un compañero de trabajo, puede indicarnos que nos sentimos abrumados
por un exceso de trabajo. Sentir ansiedad ante una próxima exposición puede ser una
señal de que necesitamos preparar mejor nuestros datos. La frustración ante alguien
puede indicarnos que no estamos transmitiendo bien nuestro mensaje, que no es el
momento más oportuno, o que no seleccionamos bien el objetivo.
Goleman define esta aptitud personal de la siguiente forma: “Conocer los propios
estados internos, preferencias, recursos e intuiciones”. Incluye en la misma lo siguiente:
Conciencia emocional: reconocer las propias emociones y sus efectos.
Autoevaluación precisa: conocer las fuerzas y debilidades propias.
Confianza en uno mismo: certeza sobre los valores y facultades que uno tiene.
Sobre la autoevaluación precisa plantea que las personas dotadas de esta aptitud:
Conocen sus puntos fuertes y debilidades.
Son reflexivas y aprenden de la experiencia.
Están abiertas a la crítica sincera y bien intencionada, a las nuevas perspectivas, al
aprendizaje constante y al desarrollo de sí mismas.
Son capaces de mostrar sentido del humor y perspectiva con respecto a sí mismas.
Esa conciencia del efecto de nuestras emociones sobre lo que hacemos es una aptitud
emocional fundamental. Si nos falta, somos vulnerables a emociones desbocadas que
pueden desviarnos. Esa conciencia es nuestra guía para afinar todo tipo de desempeño
laboral, manejando nuestros sentimientos rebeldes, manteniéndonos motivados, captando
debidamente los sentimientos de quienes nos rodean y desarrollando habilidades sociales
relacionadas con el trabajo, incluidas las que resultan esenciales en el liderazgo y en el
trabajo en equipo, destaca.
Nuestras sensaciones nos acompañan siempre, pero rara vez les prestamos atención. Lo
típico es que cobremos conciencia de ellas sólo cuando se desbordan. Pero, si prestamos
atención, las experimentamos en planos más sutiles, mucho antes de que surjan con
tanta fuerza. Las personas que no reconocen sus sentimientos se encuentran en
tremenda desventaja. En cierto sentido son “analfabetos emocionales” ajenos a un reino
de realidad, que es crucial para triunfar en la vida como un todo, por no hablar del trabajo.
Weisinger, seguidor del modelo de Goleman, con sus propias aportaciones no divide esta
aptitud en los componentes que presenta éste, pero ofrece una serie de consejos útiles
para desarrollarlas. A continuación resumimos algunos que consideramos interesantes.
DESARROLLO DE LA AUTOCONCIENCIA
Ser consciente de nuestros sentimientos y comportamientos, así como de la percepción
que los demás tienen de nosotros, puede influir sobre nuestras acciones de forma que
repercutan en beneficio propio.
La clave está en saber sintonizar con la abundante información que nos proporcionan
nuestros sentimientos, sensaciones, valoraciones, acciones e intenciones. Esta
información nos ayuda a comprender cómo respondemos, nos comportamos,
comunicamos y funcionamos en diversas situaciones. Al procesamiento de toda esta
información es a lo que llamamos autoconciencia, plantea Weisinger.
Para poder controlar nuestra irritabilidad debemos ser conscientes de cuál es el agente
desencadenante y cómo es que surge tan poderosa emoción, sólo entonces podemos
aprender a aplicarla y a utilizarla de forma apropiada.
Para esto, en distintos momentos del día, o al final de cada jornada, se recomienda que
anotemos los sentimientos experimentados. Al cabo de dos semanas o un mes,
repasemos las entradas: ¿Vemos que ciertas emociones se repiten más que otras?,
¿Experimentamos los mismos sentimientos por la misma causa? (ansiedad permanente
en una situación recurrente). Al examinar nuestros sentimientos, veremos si es posible
introducir algunos cambios, por ejemplo, para aliviar la ansiedad.
Lo normal es que nos resistamos a revivir las emociones estresantes, sin embargo, son
éstas las que más nos enseñan. Es importante que aprendamos a tratar con estas
emociones. A continuación, en resumen el ejercicio que propone para esto:
1. Concentrémonos en la situación estresante. Hacerlo en un momento y lugar
tranquilo. Evoquemos la experiencia que nos deprimió, entristeció o dolió.
2. Intentemos reconstruir la escena con todos sus detalles.
3. Reconstruir la conversación.
4. Volver a experimentar las emociones que sentimos durante este encuentro.
5. Preguntémonos si nuestras emociones fueron congruentes con la situación.
Probablemente, el terror fue una exageración, no había razones para pensar que
nos iban a despedir.
La idea es, al final del ejercicio, que saquemos algunas conclusiones sobre nuestras
emociones.
Plantea, también, que debemos averiguar cuáles son nuestras intenciones, que pueden
estar ligadas a nuestros deseos inmediatos: qué queremos conseguir el día de hoy (o a
más largo plazo). Conviene tomar conciencia de nuestras intenciones, porque esto nos
puede dar información para concebir la estrategia más adecuada. Como sucede con las
emociones, muchas veces no tenemos bien precisadas cuáles son nuestras intenciones.
Otras veces, parecen estar en conflicto unas con otras.
Lo más importante sobre esto es precisar bien ¿qué queremos? y ¿qué podemos lograr?
para definir nuestras prioridades. (Es lo que plantea Covey como el primer hábito de la
gente altamente efectiva, a lo que llama “Primero lo primero”).
En todos los casos, las autoevaluaciones posibilitan identificar las fortalezas y debilidades
que tenemos en esas aptitudes y, con esto, conocer sus posibles impactos y preparar
planes de autodesarrollo.
Peter Druker, el principal “gurú del management moderno”, fallecido hace pocos años, en
su trabajo “Automanagement” se ocupa de este asunto. Su enfoque se dirige,
principalmente, a los profesionales del conocimiento, aunque sus recomendaciones son
absolutamente válidas para cualquier tarea de dirección.
Plantea que nos hagamos las siguientes preguntas: ¿Cuáles son mis aptitudes?, ¿Cómo
me desempeño?, ¿Soy transmisor y oyente? (Preferencias en los estilos
cognoscitivos), ¿Produzco resultados como tomador de decisiones, o como experto?,
¿Dónde debo estar?, ¿Cuál puede ser mi mejor aportación?, entre otras.
Sobre el conocimiento de nuestras aptitudes plantea que, la mayor parte de las personas
creen saber qué es lo que hacen bien. Suelen equivocarse -destaca- es más frecuente
que sepan lo que no hacen bien, y aún en esto suelen equivocarse la mayoría de las
veces. “Sin embargo, uno puede desempeñarse bien solamente si se vale de sus
aptitudes”, concluye.
Plantea que hay una sola manera de averiguarlo, lo que denomina el análisis de
retroinformación. Señala que la técnica la ideó un teólogo alemán de hace siglos y la
incorporaron como norma de trabajo en su congregación. Consiste en que, siempre que
se toma una decisión clave, uno escribe lo que espera que suceda. Nueve o doce meses
más tarde se retroalimenta comparando los resultados con las expectativas. “Llevo unos
15-20 años haciendo esto y cada vez que lo hago me llevo una sorpresa”, destaca.
En un lapso de unos 2-3 años esto le indicará al individuo en qué áreas se encuentran sus
aptitudes, y esto es quizás lo mas importante, para saber acerca de sí mismo. Le indicará
qué cosas hace, o deja de hacer, y que impiden que sus aptitudes rindan. Le indicará en
qué áreas carece de aptitudes y no puede desempeñarse. Del análisis de esta
retroinformación surgen varias conclusiones en materia de acción. Entre las principales
que destaca están:
1. Concentrarse en las aptitudes. Situarse dónde pueden generar mayores
desempeños y resultados.
2. Esforzarse por mejorar las aptitudes. Plantea que es posible adquirir cualquier
destreza o conocimiento, en grado suficiente para no ser incompetente en él.
3. Identificar aquellas áreas en que la soberbia intelectual genera una ignorancia
incapacitante. Señala que ésta es la conclusión más importante ya que muchísimas
personas, especialmente, las que tienen altos conocimientos en cierta área,
desprecian el conocimiento en otras áreas, o piensan que, ser “inteligente”
reemplaza la adquisición de conocimientos. El análisis de retroinformación pronto
revela que, un motivo principal de mal desempeño, es la simple falta de
conocimientos, o el desprecio del conocimiento ajeno.
4. Remediar los malos hábitos. Por ejemplo, el preparar hermosos planes pero no
ponerlos en práctica.
Destaca que, el análisis puede indicar también que un individuo no logra resultados
porque “le falta cortesía”. Muchas personas inteligentes, especialmente los jóvenes, no
siempre entienden que la cortesía es el “aceite lubricante” de la organización. “Es una ley
de la naturaleza que dos cuerpos en movimiento que entran en contacto generan fricción.
Esto es aplicable también a los seres humanos”, concluye.
Otra conclusión importante, también, puede ser decidir “qué no hacer”. La última
conclusión en materia de acción que plantea es “limitar al mínimo el desperdicio de
esfuerzos en intentos por mejorar las áreas de baja idoneidad”. Lo más productivo es
centrarnos en lo que podemos hacer mejorar, con nuestras aptitudes.
Las preguntas “¿Cómo me desempeño?” y “¿Cómo aprendo?”, son las más importantes y
las primeras que debemos hacernos, puntualiza. Pero, no son las únicas, otras son:
“¿Trabajo bien con otros, o soy solitario?”. También, si nos desempeñamos bien bajo
presión o si, por el contrario, necesitamos un entorno altamente estructurado y previsible.
De todo el auto-análisis anterior, las conclusiones, en materia de acción, son: qué hacer,
dónde comenzar, cómo empezar, qué metas y qué plazos fijar.
LA AUTOEVALUACIÓN A NIVEL DE ORGANIZACIONES,
EQUIPOS Y/O GRUPOS
1º Explico diferentes enfoques sobre las características que deben tener los
objetivos.
2º En pequeños grupos, los participantes seleccionan los 4-5 criterios que
consideran que deben aplicarse para evaluar la consistencia de los objetivos de su
organización.
Logrado esto, detengo la dinámica grupal y digo a los participantes que, a partir de ese
momento, se olviden de que trabajan en esa organización, que piensen que han sido
contratados como consultores externos para evaluar los objetivos que se ha planteado la
organización, para lo cual aplicarán los criterios que fueron seleccionados.
Esta claro el mensaje, si dos genios de la literatura universal actúan de una forma tan
severa en la evaluación de su propia obra, nosotros que somos “normales mortales” no
tenemos por qué asumir una actitud diferente en la auto-evaluación de lo que hacemos y
cómo lo hacemos. También les recuerdo una expresión de Einstein: “Los problemas no se
pueden resolver con el mismo pensamiento que los generaron”.
Con este “calentamiento”, los participantes, en pequeños grupos, proceden a evaluar los
objetivos que ellos mismos habían formulado en un momento determinado. Los resultados
son sorprendentes, se identifican insuficiencias que el más experimentado consultor del
mundo no sería capaz de identificar.
Esta técnica es una versión de lo que los especialistas denominan cambio de roles, que
puede tener aplicaciones muy diversas. Un consultor extranjero que impartió unos talleres
sobre técnicas de consultoría en Cuba relató una experiencia de una consultoría en la que
había participado. Había una fuerte confrontación entre el Gerente de Producción y el
Gerente de Marketing, no lograban ponerse de acuerdo sobre los problemas y las
soluciones posibles. Toda la dinámica entre ellos giraba alrededor de quién tenía la culpa
y lo que debía hacer el otro. El consultor le planteó al Gerente de Producción que pensara
que lo habían nombrado Gerente de Marketing, y a este último a la inversa, que a partir
de ese momento era Gerente de Producción. Cada uno debía traer, para el día posterior,
propuestas de cómo debían resolverse los problemas, en el nuevo rol que le habían
asignado. Las soluciones que se encontraron resultaron de gran utilidad para la
organización, cuando cada uno se puso en el lugar del otro.
La técnica del cambio de roles es aplicable también en otras situaciones. Por ejemplo,
cuando Ud. desea verificar la calidad y efectividad de una comunicación escrita, deje
“reposar” el informe o la carta 2-3 días, después léala como si fuera el destinatario más
severo de los que recibiría su trabajo, seguramente podrá mejorar notablemente lo que
había escrito, como hacían Hemingway y García Márquez.