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A Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo les damos "un mismo honor y gloría".
Jesús nos habla del Espíritu Santo, regalo del Padre y regalo suyo, que nos envía para
santificarnos y para consolarnos de su ausencia. Nos deja ver la intimidad de Dios que
sólo él conoce y que sólo él nos podía revelar.
El Espíritu Santo: De Él decimos que “procede” del Padre y del Hijo; tampoco fue creado
ni, él, engendrado. Es el amor del Padre y el amor de Jesús e igual en eternidad al Padre y al
Hijo. A Él le atribuimos la santificación de los que han sido redimidos.
|El Espíritu Santo es el alma que anima a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y que le da unidad.
Es el dador de todas las gradas divinas. Habita en nosotros como en un templo y nos mueve
a la alabanza continua al Padre por Jesucristo nuestro Señor. Creemos los cristianos que,
cuando hacemos oración, es el Espíritu Santo el que ora en nosotros.
Un mismo honor y gloria
A cada una de las personas de la Trinidad Santa les damos “un mismo honor y gloría”,
porque creemos que los tres son iguales en dignidad, en eternidad y en gloria. Son distintos
entre sí; no son una misma persona que se disfraza de otra para representar un papel, pero en
las tres personas hay una unidad total.
Este dogma de fe nos hace contemplar a un Dios “comunidad”, la familia íntima de Dios,
relacionada entre sí por lazos infinitos de entendimiento y de amor. Dios es la perfecta
armonía.
La Divina Providencia
En nuestra patria damos culto a la Santísima Trinidad bajo el nombre de la Divina
Providencia, resaltando el cuidado que tiene Dios sobre nosotros.
A su Providencia Divina nos encomendamos sabiendo que del amor de Dios nos viene
todo lo bueno que en nuestra vida hay. De Él nos viene nuestro mismo vivir y existir.
A la Trinidad Santa confiamos nuestras obras, cada vez que nos santiguamos y decimos “En
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.