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20 Todo era para siempre, hasta que dejó de existir

la caída del sistema era inimaginable antes de que comenzara, no


sorprendió a nadie cuando sucedió.
Cuando en 1985 se introdujeron las políticas de perestroika y
glásnost (apertura, transparencia, debate público), la mayoría de
la gente no anticipó que poco después sobrevendrían cambios
radicales. En líneas generales, se pensaba que la perestroika y la
glásnost no diferían en nada de las interminables campañas que
el Estado había orquestado con anterioridad: pasarían sin pena
ni gloria, mientras la vida seguía su curso acostumbrado. Sin em-
bargo, uno o dos años después, el pueblo soviético comenzó a
entender que estaba ocurriendo algo hasta entonces imposible
de imaginar. Muchos dicen haber experimentado un súbito “des-
pertar de la conciencia” [perelom soznania] y un “shock pasmoso”
[sil’neishii shok], rápidamente seguidos por el entusiasmo y el deseo
de participar en la transformación. Y si bien es cierto que diferen-
tes personas experimentaron ese momento de maneras diferentes,
el tipo de experiencia que describen es similar y muchas de ellas lo
recuerdan con claridad.
Tonya, una maestra de escuela nacida en Leningrado en 1966,
describe el instante en que comprendió, hacia 1987, que estaba ocu-
rriendo “algo imposible” [chto-to nevozmozhnoe]: “Iba leyendo en el
metro y de pronto experimenté una sacudida total, absoluta. Re-
cuerdo muy bien el momento. Estaba leyendo un cuento de Lev
Razgon titulado “No es un invento” [Nepridumannoe],3 que acababan
de publicar en Iunost’ [la revista literaria Juventud]. Jamás se me
habría ocurrido que fueran a publicar algo ni remotamente compa-
rable. Después hubo una abrumadora catarata de publicaciones si-
milares”. Inna (nacida en Leningrado en 1958)4 recuerda asimismo
su “primer instante de sorpresa” [pervyi moment udivleniia], que tam-
bién tuvo lugar entre 1987 y 1988: “Para mí, la perestroika comenzó
cuando publicaron por primera vez en Ogonek5 unos pocos poemas
de [Nikolái] Gumilev”, un poeta del círculo akmeísta cuya obra no
se publicaba en la Unión Soviética desde los años veinte.6 Inna había
leído a Gumilev en copias manuscritas, pero jamás habría esperado
ver su nombre en letras de molde en publicaciones estatales. Lo que
más la sorprendió no fueron los poemas, sino el hecho de que apa-
recieran en la prensa oficial.
La corriente de nuevas publicaciones aumentó de manera exponen-
cial y la práctica de leer todo lo que caía en las manos, intercambiar

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