Está en la página 1de 3

VISIBILIZANDO LA VIOLENCIA ENTRE HOMBRES

La vulnerabilidad es la esencia de la conexión y la conexión es la esencia de la existencia.

Leo Christopher

Durante los primeros veinte años del siglo XXI, la sociedad ha puesto en la agenda de género una serie
de luchas que retoman causas iniciadas hace más de 60 años, como la participación de las mujeres en
la política; o amplían el alcance de otros derechos apropiados, como el reconocimiento del matrimonio
igualitario. Sin embargo, al definir las transformaciones que nos exigen estos tiempos y los límites que
requiere su ejercicio, aún hay muchas discusiones complicadas por enfrentar.

Y es que, como escribió Virginia Woolf hace cien años en su ensayo Una habitación propia, “la historia
de la oposición de los hombres a la emancipación de las mujeres es más interesante quizá que el relato
de la emancipación misma”. Pensemos, por ejemplo, en la relación entre las palabras “hombre” y
“violencia”.

De cierta manera, el poder y la dominación de hombre están adheridas al ADN social de hombres y
mujeres por igual. Consciente e inconscientemente, parte de la sociedad acepta e incluso exige ciertas
características y comportamientos por parte del hombre: fuerza, superioridad, éxito económico,
agresividad, entre otros… Pero ¿qué sucede si damos un paso atrás, dejamos de ver las diferencias de
género y volteamos a ver el problema de la violencia como sistema?

Por un lado, nuestra historia como sociedad es testigo de cómo establecemos relaciones jerárquicas.
Muy pocas culturas han logrado sostener relaciones igualitarias y horizontales. Nos han enseñado —y
enseñamos— a someternos a la autoridad, a ser la autoridad, o a pelear para determinar cuál de las
dos partes tiene el poder. No educamos en una cultura hegemónica de respeto, cooperación y
solidaridad. Por otro lado, la cultura patriarcal ha legitimado la creencia de que lo masculino es el
género con derecho al poder. El control y el abuso del poder son dos de las estrategias utilizadas por
los hombres que violentan a otros hombres. Esto ha generado, a su vez, el problema de definir la
masculinidad.

La masculinidad tóxica, o masculinidad hegemónica, impone un modo particular respecto a cómo tiene
que ser un hombre y anula la jerarquía social de otras masculinidades. La masculinidad hegemónica
crea al sujeto masculino que, por lo general, se muestra obsesionado en mantener su independencia,
hermético en cuanto a sus sentimientos, controlador, “racional”, con vínculos despersonalizados,
egocéntrico y en una búsqueda constante de superioridad. En este sentido, el poder, la dominación y
la competencia son sinónimos de masculinidad.

Dada la rigidez en lo que significa ser “hombre”, es pertinente preguntarse, ¿qué pasa con los hombres
que no cumplen dicho arquetipo masculino? ¿Son suficientemente “hombres”? ¿Cómo los concibe la
sociedad? ¿Cómo se conciben a sí mismos? ¿A qué tipo de vulnerabilidad se ven expuestos?

Como bien lo ha definido la teoría feminista, la violencia de género no sólo es un problema de hombres
hacia mujeres, sino también de hombres hacia hombres. Las propuestas en este tema nos sitúan ya en
un momento en el que cabe pensar en el hombre que, arropado por la masculinidad tóxica, asume el
estereotipo de ser fuerte y poderoso, pero quien también enfrenta múltiples dificultades para serlo.
Los hombres sufren de violencia y abusos de poder. Esto sin considerar que la vida se ha vuelto
inmensamente precaria para la mayoría; la falta o la inestabilidad de empleo, la carencia de todo tipo
de vínculos y el desarraigo dejan al hombre, igualmente, en una situación vulnerable.
Así, la violencia entre hombres no está visibilizada, aun cuando ésta afecta a toda la sociedad. La
mayoría de los hombres que violentan, fueron a su vez violentados por su padre o por algún otro
hombre y esto, probablemente, les causó un trauma que pocas veces se atiende, pero que muchas se
replica. Los hombres no denuncian por miedo a no “ser suficientemente hombres” y, al no saber cómo
resolver estas agresiones, muchas veces las replican hacia otros hombres, mujeres y niños. De acuerdo
con el INEGI, la tasa de muertes por homicidio en 2018, es de 89.26 % hombres y 10.74% mujeres.

Violentar y ser violentado, destruye la identidad, y construir una nueva lleva tiempo y esfuerzo. No es
sencillo pensar de manera consciente en quién era esa persona antes de normalizar esta violencia y
quién quisiera ser hoy. Para el hombre violento es difícil detener su violencia porque esto requeriría
aceptar la igualdad con los otros, y ¿por qué querría perder estos privilegios de poder? Además, aunque
muchos hombres sufren por no alcanzar el “ideal masculino”, todos se benefician del sostenimiento del
modelo patriarcal.

Nadie nos enseña cómo dejar de ser machistas. Los hombres debemos emerger debajo de toneladas
de prejuicios y de mandatos arraigados; debemos desempolvar nuestro miedo, aceptarlo y asimilarlo.
Necesitamos pensar en otras formas de vivir como hombres en esta sociedad; formas que no exijan
aislamiento emocional, productivismo, pérdida del contacto real con otros hombres, estrés y, sobre
todo, silencio.

Es necesario trabajar con los hombres que ejercen violencia y con aquellos que sufrieron violencia
durante su infancia. Es necesario pensar en nuevas masculinidades, que den una definición diferente a
la fuerza, al poder, a la unión; que recuperen el contacto con la naturaleza, la vivencia de emociones
profundas y revaloricen ciertos códigos de ética y amistad. Es necesario cambiar la lista de atributos
que corresponden a un género, por otros que se consideren simplemente atributos humanos. Es
necesario luchar contra la violencia, contra la masculinidad tóxica, y no contra los hombres.

También podría gustarte