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Rosario, 2018
Devastación : violencia civilizada contra los indios de las llanuras del Plata y Sur de
Chile : siglos XVI a XIX / Sebastián Alioto ... [et al.] ; compilado por Sebastián Alioto;
Juan Francisco Jiménez ; Daniel Villar. - 1a ed - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2018.
420 p. ; 23 x 16 cm.
ISBN 978-987-4963-06-2
1. Historia Argentina. I. Alioto, Sebastián II. Alioto, Sebastián, comp. III. Jiménez, Juan
Francisco, comp. IV. Villar, Daniel, comp.
CDD 793.2054
Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por re-
conocidos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.
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expresa autorización del editor.
Este libro se terminó de imprimir en MULTIGRAPHIC, Buenos Aires, Argentina,
en el mes de diciembre de 2018.
Impreso en la Argentina
ISBN 978-987-4963-06-2
Grita “¡devastación!” y desata los perros de la guerra…
Shakespeare, Julio César, 3, I.
Presentación
Daniel Villar ................................................................................................. 13
Introducción
Violencia, atrocidades, masacres y genocidio contra los indígenas en la
frontera sur del Río de la Plata y Chile (siglos XVI-XIX)
Sebastián L. Alioto - Juan Francisco Jiménez - Daniel Villar ..................... 15
PRIMERA PARTE
Masacres y políticas violentas contra los indígenas
CAPÍTULO I
Violencias imperiales. Masacres de indios en las pampas del Río de la
Plata (siglos XVI-XVIII)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto - Daniel Villar ..................... 49
CAPÍTULO II
Han quedado tan amedrentados… La rebelión indígena de 1792-93 en
los llanos de Valdivia y el trato a los no-combatientes durante la repre-
sión hispana
Sebastián L. Alioto - Juan Francisco Jiménez ............................................. 69
CAPÍTULO III
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros (principios del
siglo XIX)
Juan Francisco Jiménez - Daniel Villar - Sebastián L. Alioto .................... 85
CAPÍTULO IV
Campañas de aniquilación, masacres, reparto de botín y violencia sexual
contra los indios de la pampa centro-oriental en la época de Rosas
(1833-1836)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián Leandro Alioto - Daniel Villar............ 125
10 Devastación
CAPÍTULO V
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos. Violencia interétnica
y manejo de recursos silvestres y domésticos en tierras de los pehuenches
(Aluminé, siglo XVII)
Daniel Villar - Juan Francisco Jiménez ....................................................... 149
CAPÍTULO VI
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias. diplomacia, comercio
y uso de la violencia en los inicios del fuerte del Carmen de Río Negro
(1779-1785)
Sebastián L. Alioto ....................................................................................... 173
CAPÍTULO VII
En lo alto de una pica. Manipulación ritual, transaccional y política de las
cabezas de los vencidos en las fronteras indígenas de América meridional
(Araucanía y las pampas, siglos XVI-XIX)
Daniel Villar - Juan Francisco Jiménez........................................................ 201
SEGUNDA PARTE
Toma de cautivos, apropiación de niños y reparto de familias
CAPÍTULO VIII
Por aquel escaso servicio doméstico. El destino de los niños y mujeres
nativas cautivados en las guerras fronterizas en el Río de la Plata,
1775-1801
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto ............................................. 223
CAPÍTULO IX
Cautivas indígenas. Abusos, violencia y malos tratos en el Buenos Aires
colonial
Natalia Salerno ............................................................................................ 237
CAPÍTULO X
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural.
Colocaciones de niños, niñas y mujeres indígenas en el último cuarto del
siglo XIX
Pablo D. Arias .............................................................................................. 259
CAPÍTULO XI
Quindi... acqua in bocca e silenzio. Producción de olvido y memoria en
los testimonios salesianos sobre la Conquista del Desierto (1879-1885)
Joaquin García Insausti ................................................................................ 275
Índice 11
TERCERA PARTE
Enfermedades, descuidos y consecuencias
CAPÍTULO XII
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas reclui-
dos (Río de la Plata, fines del siglo XVIII)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto ............................................. 289
CAPÍTULO XIII
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones
nativas de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto ............................................. 303
CUARTA PARTE
Desnaturalizaciones y rebeliones
CAPÍTULO XIV
Indios desnaturalizados por mar en el área panaraucana. Resistencia,
fugas y motines (Siglos XVIII y XIX)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto - Daniel Villar ...................... 325
CAPÍTULO XV
La rebelión indígena de 1693. Desnaturalización, violencia y comercio en
la frontera de Chile
Sebastián Leandro Alioto ............................................................................. 343
Daniel Villar
A
partir del año 2010, los compiladores de este libro iniciamos el estudio de
las diversas formas de violencia estatal aplicadas contra las poblaciones
nativas de las fronteras meridionales del Río de la Plata y de Chile, en
tiempos del imperio español y en la época posterior a su colapso hasta mediados
del siglo XIX. El tema formó parte de los objetivos de dos proyectos de inves-
tigación acreditados y subsidiados por la Universidad Nacional del Sur, ambos
ejecutados en su Departamento de Humanidades y en el Centro de Documentación
Patagónica que lo integra.1
Desde entonces fuimos produciendo resultados, representados por la publica-
ción de artículos en revistas de la disciplina en nuestro país y en el extranjero y
por la presentación de ponencias defendidas en numerosas reuniones científicas
nacionales e internacionales. Agradecemos a los Comités Editoriales de esas revis-
tas –enumeradas al final del volumen– no sólo el espacio que en su oportunidad nos
otorgaron, sino también la conformidad prestada para que los trabajos respectivos
se incluyesen en esta obra.2
No obstante esos progresos parciales, todavía falta bastante para que podamos
siquiera vislumbrar la meta de haber alcanzado un adecuado nivel de conocimien-
tos con respecto a la totalidad de los múltiples aspectos que integran un conjunto
tan abigarrado y complejo de cuestiones como las constituidas por la aplicación
de procedimientos violentos, sus consecuencias y respuestas. Sobre todo cuando
las interacciones recíprocas tuvieron lugar entre sociedades sin Estado en contacto
prolongado y conflictivo con sociedades estatales, a lo largo de períodos muy ex-
tensos y en cambiantes condiciones económicas, sociales y políticas.
1 Esos proyectos relativos a la Historia de las Sociedades Indias de las pampas, Norte de Patagonia
y Araucanía (Siglos XVII a XX), fueron registrados por la Secretaría General de Ciencia y Tec-
nología bajo los Códigos 24/I 193 (Años 2011-2014) y 24/I 233 (Años 2015-2018) y dirigidos por
el suscripto hasta septiembre de 2016, y en lo sucesivo por el doctor Juan Francisco Jiménez.
2 Las bibliografías citadas en cada una de esas aportaciones fueron reunidas en una única nómina
final conjuntamente con las correspondientes a los textos inéditos que hemos incorporado. Los tres
mapas incluidos han sido elaborados por el doctor Walter D. Melo (Departamento de Geografía y
Turismo de la Universidad Nacional del Sur – CONICET): el de la página 44 acompañó originaria-
mente al artículo Jiménez, Alioto y Villar 2017; los dos restantes (páginas 150 y 201) corresponden
a los artículos con los que aparecen vinculados.
14 Devastación
Pero aun así, hemos considerado conveniente que la tarea realizada hasta ahora
bajo la forma de un buen número de aproximaciones, si bien incompleta,3 se reúna
en un único volumen que las rescate del ostracismo al que suele condenarlas la
inevitable exigencia de dar a conocer avances paulatinos por medios que no siem-
pre están al alcance sobre todo de personas ajenas a los ámbitos académicos que
pudieran sentirse interesadas, unos siempre anhelados lectores que ojalá seamos
capaces de captar.
Por otra parte, nos ha estimulado el hecho de que el problema de la violencia
contra los indios ha vuelto a reclamar atención en Argentina y Chile. Esa trágica y
lamentable reactualización se convirtió en un acicate adicional para decidirnos a
proceder como lo hacemos.
Si el libro ayudase, entonces, siquiera en mínima medida, a crear conciencia de
que también con respecto a las comunidades nativas es imprescindible un Nunca
Más y de que el estado nacional debe respetarlas y satisfacer sus justas demandas
sin dilaciones además de haberlas reconocido a ellas y a estas en el papel, no po-
dríamos concebir un mejor corolario para nuestro trabajo.
Dedicamos estas páginas a todas las comunidades indias del área panaraucana
y a la memoria de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel.
3 Podrá verse que, además del material compilado –ya publicado o defendido con anterioridad–, se
añadió otro inédito y una Introducción, especialmente preparados para su inclusión aquí.
Introducción
Violencia, atrocidades, masacres y genocidio contra los
indígenas en la frontera sur del Río de la Plata y Chile
(siglos XVI-XIX)
Sebastián L. Alioto – Juan Francisco Jiménez – Daniel Villar
I. Apertura
L
a invasión europea produjo en las comunidades nativas del sur del Río de
la Plata y Chile una reacción que en general pasó de la curiosidad y –al
menos en ciertas situaciones– de la colaboración inicial a la resistencia ar-
mada ante un proyecto prontamente visible de desposesión territorial y subordi-
nación política y social (incluso esclavización) de los indios. Antes que nadie, los
españoles habían conquistado y puesto bajo su control en América a numerosas
poblaciones y amplios dominios, pero en otros casos como el mencionado más
arriba, su expansión encontró límites de momento infranqueables por distintas
razones. En estos lugares, poblados casi siempre por sociedades sin Estado, la
reluctancia indígena forzó a la constitución de “fronteras de guerra”, algunas más
perdurables incluso que el propio régimen colonial.1
En la Araucanía, a la conquista inicial –que aplicó mano de obra indígena pre-
cariamente domeñada sobre todo a la extracción del oro en lavaderos– siguió una
enorme rebelión de los nativos, que quemaron siete enclaves –las denominadas
Siete Ciudades– y expulsaron a los intrusos al lado norte del río Bío-Bío (donde
quedó instalado el fragoroso deslinde continental) y a la isla de Chiloé. En el Río
de la Plata, en cambio, la expansión se detuvo enseguida de iniciada y más bien
por la falta de interés peninsular en los abiertos territorios pampeanos, carentes de
recursos minerales de inmediata obtención y fuerza de trabajo local en abundancia.
Los bordes de estas inmensidades constituyeron durante todo el período colo-
nial amplísimas fronteras que, más allá de las vicisitudes históricas, la corona no
pudo transponer ni anular. Fue así, entonces, que los estados postcoloniales hereda-
ron sendas situaciones fronterizas percibidas por sus elites dirigentes como un pro-
blema que tarde o temprano habría que liquidar; pero no era el único, ni en muchos
casos el más urgente. Los inconvenientes surgidos de las guerras de independencia
primero y luego de las guerras civiles impidieron prestar atención preferencial a la
después denominada “cuestión indígena”.2
1 Saignes 2000.
2 Mases 1998.
16 Devastación
Sin embargo, al paso que iban fraguando los intentos de formar estados nacio-
nales fuertes y unificados, y las instituciones y recursos estatales se asentaban y
multiplicaban, la atención pasó a dirigirse cada vez más a las “fronteras internas”.3
En la década de 1870, el estado nacional argentino ejecutó un paulatino avance
sobre las tierras pampeanas y nordpatagónicas todavía en manos indígenas, que
culminó en el sometimiento armado de sus poseedores, hecho efectivo en especial
a partir de las campañas iniciadas en 1878-79.4 Esa acometida, culminación de un
largo proceso de apropiación, respondía ideológicamente a un objetivo de remo-
ción de todos los obstáculos que, definidos en términos de rémoras del pasado,
pudiesen retrasar un progreso calificado como inevitable. La inserción argentina
en el mercado mundial exigía la ocupación efectiva de los espacios que sirvieran
para el cultivo, a la vez que el nuevo orden global no toleraba estados que no se
mostrasen capaces de dominar sólidamente las tierras que reclamaban. Los pueblos
nativos del sur (al igual que los que poblaban el Chaco) quedaron incluidos en ese
conjunto de escollos que inevitablemente deberían desaparecer.
La ejecución de las acciones políticas así inspiradas ideológicamente se tradujo
en una ocupación violenta, previa eliminación, desbaratamiento o expulsión de las
comunidades nativas.5 Las familias capturadas durante la empresa fueron desmem-
bradas y sus integrantes individualmente incorporados más tarde como mano de
obra rural, personal de servicio, o tropa de las fuerzas armadas,6 con el propósito
de clausurar la futura reproducción biológica y cultural. El vínculo existente entre
ideología liberal, formación de los estados–nación y supresión de los grupos étni-
cos o sociales que se interpusieran en el camino presupuso –y no sólo en el caso de
América– un necesario eslabonamiento entre modernidad, “sociedad de normali-
zación” y genocidio.7
Dejando de lado por ahora las cuestiones conceptuales sobre las que se volverá
más adelante, señalemos que la gran mayoría de los valiosos aportes al conoci-
miento del tema se han concentrado en la época mencionada (1878-79 en adelante),
circunscribiendo a ella la voluntad estatal de ejercer una violencia de exterminio
sobre la población indígena.
No obstante, una visión del problema limitada a esa temporalidad podría lle-
varnos al error de conjeturar que en épocas previas la relación entre indígenas e
hispano-criollos debió haber excluido tales prácticas. Sin embargo, y como de he-
cho afirman los integrantes de la Red de Investigadores sobre Genocidio y Política
Indígena en Argentina, la praxis genocida “lejos de ser un accidente histórico, es un
factor que por su sistematicidad y extensividad opera como trasfondo de la política
indigenista de larga duración”.12 Entonces, así como es cierto que las políticas ge-
nocidas “no se acaba[n] con la conquista del desierto” sino que se extienden hacia
el presente configurando una sucesión en la cual no puede vislumbrarse ningún
corte de clausura,13 también lo es que tampoco comenzaron con ella, sino que sus
raíces pueden rastrearse muchos decenios hacia atrás.
Las numerosas fuentes examinadas para elaborar los estudios reunidos en este
libro acreditan, en efecto, usos previos de la violencia que han pasado hasta ahora
sin un análisis específico.14 Los trabajos presentados permiten retrotraer la vigen-
cia de esos usos a la iniciación misma de la instalación española perdurable en las
llanuras del Plata (1580), prolongándose luego durante las primeras décadas re-
publicanas para cobrar renovada visibilidad en ocasión de las campañas roquistas,
y extenderse por último a sus consecuencias inmediatas y mediatas. A lo largo de
ese dilatado itinerario, puede reconocerse la existencia de una serie de continui-
dades, pero también de significativos cambios, tanto en los discursos como en las
prácticas.
El objetivo de nuestros trabajos consiste, por lo tanto, en un tributo al conoci-
miento de las maneras en que se desarrollaron y variaron los episodios de violencia
inter-étnica, principalmente en el Río de la Plata pero también en Chile,15 dentro del
rango temporal mencionado, con el propósito adicional de establecer si las prácti-
cas llevadas adelante en esas ocasiones por parte de los agentes y las autoridades
españolas y luego criollas pueden calificarse como genocidas,16 eliminacionistas,17
en tanto iban dirigidas a exterminar a un determinado grupo étnico, y masivamente
violentas18 en el sentido de que las vidas de mujeres, niños y demás no combatien-
tes fueron irrespetadas, algunas veces en desobediencia a las órdenes superiores,
pero otras en cumplimiento estricto de las mismas.
Abordaremos en primer término y sucintamente el problema de las definiciones
conceptuales que saturan la discusión para saber de qué modo se aplicarían en re-
lación con la historia de la frontera rioplatense.
14 A las contribuciones aquí reunidas, se ha sumado con posterioridad otro estudio relativo a la violen-
cia contra indígenas durante los tiempos coloniales (Roulet 2018).
15 Esta introducción y los textos que integran el presente volumen tratan menos sobre Chile que sobre
el Río de la Plata, en parte porque sobre el tema en las fronteras trasandinas hay ya una cantidad de
muy buenos trabajos, en especial para la época colonial, comenzando por el clásico libro de Jara
(1971), y siguiendo por otros más recientes: Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009, Valenzuela
Márquez 2009, Díaz Blanco 2011a, Valenzuela Márquez (ed.) 2017, Contreras Cruces 2017. Sobre
la “Pacificación de la Araucanía” en el siglo XIX, en cambio, la producción historiográfica con-
temporánea es menos numerosa, aunque algunos autores han prestado cierta atención al tema, si
bien no tanto como a los efectos de la ocupación en la historia chilena posterior: cf. Bengoa 2000,
Pinto Rodríguez 2000, León Solís 2002 y 2007. Una excepción reciente, que integra en el análisis
la conquista y el proceso de “radicación” posterior es Vergara y Mellado 2018. El único trabajo que
encontramos donde se relacionan firmemente conquista chilena y genocidio del pueblo mapuche es
el de José Lincoqueo Huenuman (2007).
16 Una interesante discusión en torno a la pertinencia y aplicabilidad del concepto genocidio al caso
regional puede verse en las distintas colaboraciones reunidas en la sección Debates de la revista
Corpus: Lenton (ed.) et al. 2011. Algunos de los inconvenientes que irroga su aplicación derivan
de que además de un concepto científico es un tipo penal –reciente– del derecho internacional, con
lo cual las cuestiones jurídicas derivadas (como el juicio a los culpables y los resarcimientos a las
víctimas) ocupan un lugar eminente en la discusión y se solapan con los problemas estrictamente
epistemológicos.
17 Goldhagen 2010.
18 Gerlach 2006.
Introducción 19
Levene sugirió también que tales masacres son una señal no de la fortaleza, sino de
la debilidad del Estado que las consuma.22 Esta idea, que él aplicó especialmente a
las masacres que el aparato estatal ejecutaba sobre sus propios súbditos,23 conserva
cierta validez sin embargo en el contexto fronterizo colonial: los colonos y/o las au-
toridades estatales masacraban a enemigos con respecto a los cuales no disponían
de una superioridad bélica decisiva, y las masacres mismas eran expresión de esa
fragilidad.24 Los perpetradores aprovechaban un momento de predominio circuns-
19 V. infra.
20 Levene y Roberts (eds.) 1999, El Krenz (ed.) 2005, Dwyer y Ryan (eds.) 2015.
21 Levene 1999, 5, traducción propia.
22 La idea fue luego retomada por Jacques Semelin, entre otros autores.
23 Según Levene, precisamente cuando su debilidad le impide manejar los conflictos sociales, el Estado
habilita e incluso apoya o financia la violencia contra ciertos grupos demonizados (por prejuicios cul-
turales, o porque son vistos como una amenaza a las fuentes de trabajo, etc.). Pero el autor se refiere a
aquellas masacres producidas en el seno de una unidad política (es decir, en lo que se supone que es el
dominio de un Estado) cuando un grupo se vuelca violentamente sobre otro, percibido como una especie
de enemigo doméstico al que hay que eliminar, “sanear”, o “purificar”. En nuestro caso no ocurre del
todo así: no se trata de un conflicto desatado dentro de una unidad política (estatal), sino entre unidades
políticas distintas e incluso de diverso nivel de organización. En este caso entonces, se vinculan violen-
cia y guerra, y emerge un modo peculiar de llevarla adelante. Los ejemplos ofrecidos por Levene (el
genocidio armenio, los pogroms rusos, las guerras religiosas en Francia, el caso ruandés, y otros) no
son los más atinados para establecer una comparación; lo son más desde luego todas las contiendas de
invasión y ocupación colonial. Aquí la necesidad de fabricar un otro es casi innecesaria: la alteridad es
un hecho garantizado. Pero aun así la debilidad del Estado para enfrentar a sus enemigos y proteger a sus
súbditos sí es clave. En tiempos coloniales, los habitantes de Buenos Aires no se cansaban de solicitar a
la corona refuerzos militares y dinero para proteger las fronteras y fue precisamente esa debilidad e inse-
guridad lo que hizo que, en las ocasiones en que los hispano-criollos lograban juntar fuerza e incursionar
en territorio indígena, buscaran dejar una lección ejemplificadora y escarmentar a los indios, fueran o
no “culpables”. Sin embargo, sus conductas nunca dejaron de generar reacciones contraproducentes,
porque una vez iniciadas desencadenaban la previsible espiral de violencia y venganza.
24 Debe notarse que, en los territorios de colonización española, el peso del Estado en las cuestiones
fronterizas fue mayor por ejemplo que en aquellos anexados al imperio británico, en los cuales la
20 Devastación
En la región que estudiamos, las masacres así definidas sin duda existieron, y es-
tán registradas documentalmente: en este libro se examina un buen número de
ellas, aunque huelga decir que no son la totalidad de las ocurridas, sino únicamente
aquellas cuyo nivel de visibilidad justificó su incorporación.27 Todas se ajustan al
patrón fronterizo clásico: son ataques por sorpresa que los atacantes, asegurándose
acción privada de grupos de civiles resultaba más relevante. Sin embargo, en estos últimos casos
debe tenerse presente que “…más que algo separado o contrario al estado colonial, las actividades
asesinas de la plebe fronteriza constituyen su principal medio de expansión… los oficiales manifies-
tan pena por la anarquía del proceso, mientras se resignan a su inevitabilidad” (Wolfe 2006, 392).
25 Dwyer y Ryan 2015, xv, traducción propia. Los mismos autores (Id., xvii) piensan que, mientras los
perpetradores de un genocidio actúan a las órdenes de un Estado, los ejecutores de una masacre pue-
den no hacerlo, y accionar por sus propios medios y en función de sus intereses. Pero muchos otros
investigadores opinan que no es necesaria la previa existencia de órdenes estatales para que sobreven-
ga un genocidio, y refiriéndose a distintos casos históricos, han cuestionado que las acciones e ideas
genocidas constituyan un patrimonio exclusivo del Estado, señalando que debe prestarse atención a
los actores no estatales en condición de protagonistas relevantes (Gerlach 2006, Court 2008).
26 Dwyer y Ryan 2015, xvi, traducción propia.
27 Ver capítulos 1, 2, 3, 4, 6 y 8 de este volumen.
Introducción 21
33 El clásico caso de Tasmania fue uno de los examinados por el propio Lemkin (2007) y luego
retomado por otros autores (cf. Curthoys 2007).
34 Ver Chalk y Jonassohn 2010. Algunos autores diferencian los conceptos de genocidio y etnocidio,
este último referido “no ya la destrucción física de los hombres [...] sino a la de su cultura” (Clas-
tres 1987b, 56). Si aceptáramos esa distinción, podría haber quien argumentase que buena parte de
las políticas hacia los indígenas posteriores a la Campaña del Desierto fueron etnocidas, dada la
preponderancia de una ideología de asimilación y “ciudadanización” (Quijada 1999, 2003, 2006).
35 Moses 2007, 162-165.
Introducción 23
Patrick Wolfe ha señalado que los efectos de este colonialismo no cesan aun cuan-
do haya finalizado la situación fronteriza y tampoco concluyen con el confinamien-
to o la asimilación de las poblaciones indígenas. El largo y continuo proceso de
eliminación sigue operando e imprime a la sociedad colonizadora un sello peculiar.
Por esa razón, se constituye en un “genocidio estructural” que no es cosa del pasa-
do, sino que perdura en estado de suspensión o latencia.39
Por su parte, Moses observa que, aunque la teoría post-liberal acierte en encon-
trar una relación estructural entre colonialismo y genocidio, ella es menos una re-
lación causal que una predisposición: bajo ciertas circunstancias, los colonizadores
serán proclives a asesinar masivamente a los nativos, en especial cuando perciban
que el régimen que los favorece está en riesgo.40
Pero esta relación estructural sin más presenta dos dificultades. Una, la de no
contemplar la posibilidad de una escalada hacia conductas genocidas cuando hay
resistencia, y la de un desescalamiento cuando la resistencia mengua o es vencida.
El autor se pregunta de qué modo
36 Barta 2000; cf. Barta 2008. Raymond Evans y Bill Thorpe (2001) crearon el concepto de indige-
nocidio para nombrar el tipo particular de genocidio que habría tenido lugar en Australia, y que
consistiría en el proceso dirigido por un grupo de inmigrantes (y no del Estado) con intenciones
de desplazar definitivamente a los nativos, en la convicción de que la tierra era más valiosa que las
vidas de sus pobladores. El indigenocidio tiene cinco rasgos característicos: invasión intencional y
colonización de la tierra, conquista de los nativos, su asesinato hasta impedir que puedan reprodu-
cirse normalmente como grupo, su clasificación como plaga por los invasores, y la destrucción de
sus sistemas religiosos.
37 La expresión es difícil de trasladar al castellano: literalmente equivaldría a colonialismo de los
colonos, que resulta redundante; otras posibilidades son colonialismo de los pobladores o, como se
la ha traducido también, colonialismo de los pioneros.
38 LeFevre 2015, traducción propia.
39 Wolfe 2006.
40 Moses argumenta, con razón, que no siempre y en todo lugar los imperialismos son genocidas; no lo
son especialmente cuando necesitan utilizar la mano de obra local, como en el caso de los ingleses en
la India. Según él, no es correcto asimilar destrucción cultural y biológica o física, y menos aún usar
la obra de Lemkin en ese sentido, puesto que su énfasis está puesto en la destrucción biológica de
un grupo. Pero ocurre que, al asimilar genocidio a aculturación, es más sencillo establecer vínculos
estructurales entre genocidio y colonialismo, especialmente después de la conquista de los indígenas.
24 Devastación
2. En primer término, resurge la cuestión del deliberado designio, que para Lemkin
era fundamental: los perpetradores debían tener el propósito demostrable de eliminar
definitivamente a las víctimas. Esta es la coartada que más suele usarse para lavar cul-
pas o desviar la atención. Se dirá: es verdad que hubo exterminio, pero no fue adrede;
se trató de secuelas impensadas del avance de la civilización.43 Pero en nuestro caso la
voluntad sobreentendida o explícitamente expresada en los documentos de borrar a los
indios del mapa aparece una y otra vez con respecto a todos ellos en forma indiscrimi-
nada o a determinados grupos seleccionados de acuerdo a circunstancias de momento,
despejando cualquier duda al respecto.
Sin que deba interpretarse que esta haya sido la primera vez que se manifestó
en el Río de la Plata, ese furor brota con toda claridad en un momento de fuerte
recrudecimiento de la violencia interétnica durante la década de 1770, al menos de
acuerdo a los registros de que disponemos hasta ahora.
44 “Informe elevado por don Felipe de Haedo al virrey del Río de la Plata, don Pedro de Cevallos,
sobre la fundación de la Colonia del Sacramento por los portugueses…”, Biblioteca Nacional
-Sección Manuscritos- Documento N. 1984. Publicado en: Revista de la Biblioteca Nacional, XIII
(33): 73, Primer Trimestre de 1945, 92-93. En esta y las siguientes citas se ha mantenido la grafía
original pero se han desarrollado las abreviaturas.
45 “Informe elevado…”, 93.
46 “Informe elevado…”, 93.
47 “Informe elevado…”, 93-94.
48 Pedro de Ceballos a Joseph de Galvez, Buenos Aires, 27 de Noviembre de 1777. AGI, Buenos
Aires, 57 Duplicados del Virrey, 1776-1777, f. 142.
26 Devastación
Pocos años después, el marqués de Loreto, tercer titular del alto oficio, volvió a
acariciar la idea de destruir por completo y mediante un solo golpe a las agru-
paciones nativas de la frontera meridional. En las instrucciones que impartió a
Basilio Villarino y Francisco Xavier de Piera cuando ambos se dirigían a asumir
sus empleos en el fuerte del río Negro les recomendaba tomar conocimiento de
los caminos y pasos cordilleranos utilizados por los indígenas y los puntos donde
generalmente habitaban, “por lo mucho que interesa para el acierto de las operacio-
nes”, con miras a tomar las “disposiciones relativas â perseguirlos, ô exterminarlos
si fuese posible”.51
Francisco de Piera, que iba a ser comandante del establecimiento del Carmen,52
debería buscar a “la Yndiada, en el Cholechoel” y contando con fuerzas para ata-
carla “…lo hara de modo que no puedan escaparse […] en cuyo caso reservara
Vm [solamente] la vidas a las Mugeres y Niños”.53 Estas crueles instrucciones,
49 Ceballos a Galvez, Buenos Aires, 27 de Noviembre de 1777. AGI, Buenos Aires, 57 Duplicados del
Virrey, 1776-1777, f. 142. El resaltado es nuestro.
50 “Dictamen de la Junta de Maestros de Campo sobre la Expedición proyectada contra los indios
Pampas. 1778.” Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (en adelante BNRJ), MS I-29, 9, 59. Los
firmantes son Diego de Salas, Manuel de Pinazo, Ventura Echeverría, Salvador Cabañas, Juan Báez
de Quiroga, Joseph Francisco Amigorena, Joseph Bague y Juan Antonio Hernández.
51 Loreto a Basilio Villarino, Buenos Aires, 24 de Mayo de 1784. AGN IX, 16.04.01. División Colonia
– Sección Gobierno. Costa Patagónica Años 1784-1785.
52 Finalmente no lo sería en ese momento, porque el rey decidió, después de un proceso judicial,
devolver a Juan de la Piedra el cargo de comandante y superintendente del río Negro.
53 “Instrucción reservada que deberá observar el Comandante del establecimiento del Río Negro, D.
Francisco Xavier Piera, en la expedición contra los indios infieles.” BNRJ, MS I-29, 10, 36.
Introducción 27
que implicaban matar a todos los varones adultos, fueron apenas aliviadas por el
comandante Juan de la Piedra cuando agregó las suyas, ordenándole a Piera que si
descubriese asentamientos indios procurase “atacarlos y destruirlos […] reservan-
do [solamente] las [vidas de] mugeres y niños”, pero agregando la posibilidad de
perdonar la vida a quienes
54 Juan dela Piedra. “Instrucción reservada al comandante de la expedición contra los indios infieles
del Rio Negro. 1784”. Doc. Nº 2º: “Ynstruccion q.e deverà observar Ygn.º Galadoch Patron dela
Chalupa San Juan Bap.ta enla comisión que se le confiere por estè rio àrriva”. Rio Negro, 24 de
Diciembre de 1784. BNRJ MS I-29, 10, 39.
55 Cf. Weber 2005. Por ejemplo, Francisco de Viedma (el comandante de Carmen de Patagones
anterior a Piedra), mientras compraba diariamente ganado a los indios para el abasto del pueblo,
sugería al virrey la eliminación de los nativos con el objeto de interrumpir las incursiones en la
frontera de Buenos Aires. Sin embargo, nunca dio el menor paso en ese sentido, sabiendo que,
dadas las circunstancias, el objetivo sería de imposible cumplimiento (ver capítulo 6).
56 Villar y Jiménez 2000 y 2003c.
57 Cfr. Acción de Juan M. de Rosas sobre derechos de ganados, AGN, VII, 2066, s.f.; Bechis 1996b;
Alioto 2011a, 183-185.
28 Devastación
rar con la condición de fuerzas extranjeras que era preciso desalojar en nombre
de la integridad nacional.58
La compleja política rosista se tradujo en la meditada trama del negocio pacífi-
co que incluía a indios amigos y aliados,59 aunque al mismo tiempo prescribía una
actitud despiadada respecto de los indígenas hostiles, esto es, quienes se negaban
a ingresar en aquel trato o se rebelaban.60 Con ellos, Rosas fue implacable: los
ranqueles sufrieron varias campañas en las que perdieron centenares de vidas y
recursos,61 percibiéndose claramente en la palabra y en el obrar del gobernador que
su rotunda intención última apuntaba a eliminarlos del mapa étnico de la región.62
Para decirlo sintéticamente: en épocas previas a la Conquista del Desierto, la
inclinación de gobernantes, funcionarios, religiosos y militares a promover políti-
cas de exterminio análogas contra grupos indígenas del Río de la Plata y Chile fue
permanente. En realidad, la diferencia reside no tanto en la voluntad de ejecutar
esas acciones como en la precariedad de los medios militares y las instituciones de
apoyo con que contaban, en contraste con los de los estados nacionales unificados
en las últimas décadas del siglo XIX.
Los funcionarios coloniales de las fronteras meridionales de América estaban
en su mayoría persuadidos de que sólo la imposibilidad de vencerlos definitiva-
mente hacía que debiera tolerarse a los indígenas, en un mero gesto de realismo
político.63 Pero no obstante, en los distintos momentos de una disputa a largo plazo
por el territorio, la violencia fue moneda común y el ideal de eliminar a la pobla-
ción nativa como tal se mantuvo vigente.64
A partir de los inicios de la era moderna, los europeos habían establecido ciertos
códigos de restricción en las acciones de guerra que conformaban el jus in bello,
es decir el derecho vigente entre naciones en tiempos de contienda armada. Esas
reglas (a menudo no escritas) estipulaban, entre otras cosas, un trato humanita-
rio hacia los no combatientes y prisioneros, únicamente cuando se luchaba contra
enemigos “civilizados” a quienes se consideraba iguales. Pero con respecto a los
infieles o “salvajes”, aplicaban, en cambio, la llamada bellum romanum –heredada
justamente del imperio– que eliminaba toda barrera o limitación y consideraba
65 Howard 1994, 3. En este sentido, el Holocausto nazi puede ser visto como el regreso a casa de la
barbarie, aplicada desde los inicios de la expansión sobre el resto del mundo y ejercida ahora en el
centro mismo de Europa, basándola en una concepción racista (Lindqvist 2004, 30-32; Zimmerer
2008); esa idea es conocida como parte de las tesis de Hanna Arendt (1968 [1950]), pero Sven
Lindqvist (2002, 49) notó que ya en 1885 James Anson Farrer señalaba el peligro de que los ofi-
ciales acostumbrados a la barbarie colonial la llevaran consigo de regreso a Europa (Farrer 1885).
Acerca de la existencia de un racismo pre-científico o “arcaico” de potencialidad genocida anterior
al darwinismo y aplicado en América y Australia, ver Finzsch 2005.
66 Vattel 1834, 114. Es asimismo cierto que esos tratadistas fueron parte de una larga tradición intelec-
tual que, en Occidente, cuestionó con variable énfasis el colonialismo y sus procederes violentos:
cf. Fitzmaurice 2010. A esa tradición pertenecía Lemkin, y también las varias generaciones poste-
riores de estudiosos entre los que querríamos contarnos.
67 Ver capítulo 2.
68 Ver capítulo 6. Sobre los conflictos entre indios y cristianos y entre las distintas parcialidades
indígenas de la región en la época considerada, ver Villar y Jiménez 2003a, 2003b, 2003c.
30 Devastación
por escrito demuestra lo contrario. Si a los casos ya aludidos hubiera que agregar
una referencia a tiempos postcoloniales, bastaría con recordar que Juan Manuel de
Rosas, en las campañas contra los ranqueles de la década de 1830 mencionadas
más arriba, dejó categóricas y estrictas consignas de matar a todas las personas que
fuera posible. Y además manifestó su diáfana intención de acabar con el grupo en
su conjunto, exponiendo el designio de exterminarlo sin más.69
3. Una segunda objeción podría girar en torno a la naturaleza bélica de los conflictos,
con el argumento de que lo ocurrido en las fronteras rioplatenses fue una guerra y no
un genocidio y que, como siempre sucede en las guerras, hubo vencedores y venci-
dos con tremendas consecuencias negativas para estos.70 Pero guerra y eliminación
genocida no son opuestos excluyentes; al contrario, la segunda es (o puede ser) parte
de aquella.71 No obstante, la alternancia de periodos de paz y convivencia pacífica no
está excluida y menos aún la posibilidad del comercio: los mismos grupos que ba-
tallan en un momento pueden comerciar en el siguiente. Muchas masacres tuvieron
lugar en tiempo de guerra y contra enemigos declarados,72 pero muchas otras no: en
una serie numerosa de casos que estudiamos, los indígenas no deberían haber tenido
por qué temer, pues eran aliados de sus inesperados predadores e incluso habían reci-
bido promesas de no agresión inmediatamente antes del ataque.73
El modelo de beligerancia que gradualmente fue imponiéndose en la frontera
y terminó por constituirse en una tradición de cómo ejecutar la “guerra contra los
bárbaros” implicaba la incursión sorpresiva en el territorio enemigo, la muerte de
los varones adultos, y la toma de cautivos entre mujeres y niños. Generación tras
generación, desde los primeros tiempos de la conquista española, todo líder militar
u oficial con experiencia de campo transmitió a sus subordinados nociones tácticas
acerca de cuándo y cómo atacar a los campamentos indios.74 La excesiva aproxi-
mación de los indios a la frontera, el crecimiento desusado de su número, las pre-
sencias no habituales entre ellos, el hecho de que poblaran espacios apetecidos o de
que se apropiaran de animales que los cristianos consideraban propios generaban
tensiones constantes y tendían a producir choques y entredichos que conllevaban
la necesidad de la consabida represalia.75
69 Ver capítulo 4.
70 Un ejemplo de esta posición en Bechis 2010a.
71 Lemkin ya lo había percibido así, al definir el concepto de genocidio a partir de la conducta de los
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
72 Sobre la relación entre genocidio y crímenes de guerra, aunque centrado en casos del siglo XX, ver
los estudios reunidos en Andreopoulos (ed.) 1994.
73 Ver capítulo 1.
74 Una transferencia similar -y quizá relacionada- ocurriría más tarde con las tradiciones de la llamada
guerra contrainsurgente, como la ejecutada por los españoles en Cuba, los franceses en Argelia, los
militares argentinos contra la propia población de su país, y los estadounidenses en muchas partes
del mundo.
75 Nancy Scheper-Hughes y Phillipe Bourgois sostienen que la violencia es mimética, y así como en
el principio homeopático o en la magia imitativa lo semejante produce lo semejante, la violencia
Introducción 31
produce violencia: por eso es que puede hablarse de cadenas, espirales y espejos de violencia, o de
lo que ambos autores llaman continuum de violencia (Scheper-Hughes y Bourgois 2004).
76 Notemos también que, como señaló Nicolás Richard (2015), en parte del discurso historiográfico
tradicional las conquistas de los territorios indígenas a fines del siglo XIX se pretendieron hechas
sin guerra, porque el término guerra se reservaba a la confrontación entre Estados: entonces son
“expediciones” o “campañas” sin enemigo y sin sujeto.
77 La tendencia a tomar como parámetro general esta forma de combatir -propia de la modernidad e
interna a Europa- está siendo cuestionada: cf. Barkawi 2016.
78 Con esto está ligada la cuestión de la agencia indígena: ¿Decir que los indígenas han sido sólo
víctimas de un genocidio equivale a despojarlos de su rol de agentes históricos y negar el conflicto
y la guerra? Nicholas Thomas afirma que el discurso acerca del dominio colonial sobre pueblos
indefensos es una replicación de otro más antiguo referido a la desaparición de las razas atrasa-
das: niega a los indios agencia y capacidad de resistencia y adaptación; Scheper-Hughes opina,
al contrario, que la antropología se construyó y alimentó de los varios genocidios coloniales y
post-coloniales (ambos citados en Moses y Stone 2007, vi). En el caso regional, no hay duda de
que hubo resistencia y que los nativos tuvieron capacidad de actuar, puesto que las masacres se
relacionaron con la guerra. Semelin (2002) propone que las masacres pueden ser bilaterales (como
en una guerra civil) o unilaterales (el Estado contra sus ciudadanos). ¿Puede afirmarse que en las
fronteras meridionales del Río de la Plata y Chile hubo masacres bilaterales? Más aún, si los indios
hubiesen podido, ¿habrían eliminado a los españoles, en una especie de “genocidio desde abajo” o
de genocidio anticolonial, como ocurrió por ejemplo en Haití? Sobre las atrocidades francesas en
Haití, cf. Girard 2005 y 2013. Hubo históricamente ocasiones en que los nativos subordinados por
un imperio replicaron con un alto nivel de violencia, apelando a prácticas genocidas y generando
lo que Jones y Robins (2009, 3) denominaron “genocidios subalternos”. Nicholas Robins vincula
estos genocidios con prácticas milenaristas, y ha estudiado sistemáticamente dos casos: la rebelión
entre los Pueblos en Nuevo Méjico en 1680 y la Gran Rebelión Andina en el alto Perú en 1780-82
(Robins 2002, 2005 y 2009).
32 Devastación
órdenes reales de que no se utilizara la violencia salvo que mediaran motivos va-
lederos, entre otras razones debido a que la decisión acerca de quiénes la merecían
quedaba deferida al criterio de los responsables locales.
La prueba más palmaria de la vigencia entre los propios españoles de esa cultu-
ra militar creada reside en que los ataques a las tolderías indias muestran un patrón
de comportamiento recurrente a lo largo del tiempo. Las sucesivas generaciones
aprendieron sobre el campo el ejercicio de una guerra peculiar, cuyas prácticas sui
generis se asimilaban y ejercían en especial en los territorios coloniales.79
En las largas disputas territoriales –similares a las ocurridas en otras situaciones
coloniales–, la violencia constituyó un resorte habitualmente aprovechado por las
partes que no puede desvincularse del efecto que la intrusión expansiva del estado
tuvo en las poblaciones indígenas: el de militarizarlas y obligarlas a resistir el avan-
ce a mano armada, la creación, en suma, de una “zona tribal”.80
Es notable la repetición del hecho –ya aludido– de que muchos de los grupos
que fueron víctimas de masacres y violencia masiva no se encontraban en conflicto
con los hispano-criollos, y que no fueron atacados en condiciones de combate: todo
lo contrario, eran grupos que estaban de paz y no tenían motivos para considerarse
en peligro. A la hora de tomar revancha por algún motivo o de ejercer una violencia
ejemplificadora, los cristianos parecían asumir que los grupos indígenas eran inter-
cambiables: si no se ubicaba a los “agresores”, cualquier objetivo resultaba bueno
para sustituirlos. Al calor de la indignación, las fronteras conceptuales y políticas
entre indios amigos y enemigos, indios de paz y de guerra se esfumaban, y una vez
en campaña, cualquiera podía transformarse en víctima.
79 Aunque convenga recordar que también las experimentaron ciertos europeos rebeldes, como
ocurrió en Flandes.
80 Cf. Ferguson y Whitehead 1992.
81 Algunos autores utilizan el concepto de mass killing para designar una situación intermedia entre
la masacre -considerada un acontecimiento puntual y de una letalidad comparativamente menor- y
el genocidio, extendido en el tiempo y más mortífero: “las matanzas masivas no están, en general,
limitadas geográfica o temporalmente, esto es, ocurren con frecuencia durante un período prolon-
gado e involucran un número más elevado de gente que una masacre. Cuando las matanzas masivas
ocurren, no hay intención de eliminar enteramente al grupo víctima en cuestión. No es genocidio,
aunque puede ser un paso en el camino” (Dwyer y Ryan 2015, xiii, traducción propia).
Introducción 33
82 Los caciques corsarios de la segunda mitad del siglo XVIII despertaban un furor de ese estilo en
los oficiales de la corona, en especial Llanquetruz (ver Jiménez 2006, 75-93).
83 Bechis 2008. Bechis argumenta convincentemente que el área pan-araucana puede considerarse
una unidad cultural, pero no logra demostrar que se trata de lo que ella llama una unidad social: su
idea de que cada agrupación es un segmento que no puede reproducirse independientemente es para
nosotros errónea, y sus consecuencias van más allá de lo atinente al tema de esta introducción.
34 Devastación
84 Jean-Paul Sartre notó tempranamente que la necesidad de mano de obra indígena en el contexto co-
lonial africano hacía que las demás formas de violencia opresiva no culminaran en genocidio: “¡Po-
bre colono! Su contradicción queda al desnudo. Debería, como hace, según se dice, el ogro, matar
al que captura. Pero eso no es posible. ¿No hace falta acaso que los explote? Al no poder llevar la
matanza hasta el genocidio y la servidumbre hasta el embrutecimiento animal, pierde el control,
la operación se invierte, una implacable lógica lo llevará a la descolonización” (Sartre 1961, 15).
Sin embargo, cuando los colonizadores no supieron cómo enfrentar una guerrilla que involucraba a
todos los pobladores, no dudaron en matar a gran parte de la población civil para aterrorizar al resto.
85 Adhikari 2015.
Introducción 35
86 Por ejemplo, la definición utilizada por Mohamed Adhikari va en ese sentido: “la destrucción física
intencional de un grupo social en su totalidad, o la aniquilación intencional de una parte tan significativa
del grupo que este ya no es capaz de reproducirse biológica o culturalmente” (Adhikari 2015, 2).
87 Ver capítulos 8, 9 y 10. Sólo llamaremos la atención ahora acerca del hecho de que el secuestro de
niños y la separación de sus familias, su apropiación y cambio de identidad, son considerados o
bien constituyentes principales de un genocidio, o bien, en la más frecuente aplicación del derecho
público contemporáneo, como delitos de lesa humanidad que resultan imprescriptibles.
36 Devastación
La guerra que en ellas tuvo lugar propiciaba el descontrol, porque las prácticas no
se cometían contra una población civil cuyos derechos fueran reconocidos.88
El hecho de dejar con vida a mujeres y niños indígenas89 responde en parte a
una necesidad económica: eran personas que podían ser reducidas a la servidumbre
y más fáciles de controlar que los varones adultos, de manera que resultaba mejor
conservarlas vivas.90 Por esa misma razón, su apropiación por parte de institucio-
nes y familias hispano-criollas para destinarlos en general al servicio doméstico
comenzó con la propia colonización, incluso adoptando formas de aparente cari-
dad, como en el caso de los niños acusados de brujería en Chile “rescatados” por
conchavadores para “salvarlos de la muerte” y vendidos luego a los vecinos.91 La
distribución de personas alcanzó su culminación en los años de 1880, aunque con-
tinuó luego hasta el día de hoy.
Un ejemplo de la afligente situación de los no combatientes capturados se evi-
dencia en el alto grado de exposición a los abusos cometidos por quienes debían
cuidar a las prisioneras indias recluidas en la Casa de Recogimiento durante la
época colonial,92 lo mismo que en los repetidos maltratos cotidianos de que fueron
objeto las personas destinadas al servicio en casas particulares.
A muchos años de concluida la etapa colonial, la práctica de reparto y desmem-
bramiento de familias93 –nunca interrumpida– tuvo desde luego, como dijimos, su
más notable expresión durante y después de las campañas roquistas. Sin perjuicio
de las investigaciones que ya han dado cuenta de ello,94 en este volumen se agregan
datos e interpretaciones acerca del nivel de participación de la sociedad civil que
aportan al respecto una visión en cierto sentido más contundente.95
88 Como a pesar del desorden revolucionario ocurrió durante las Guerras de Independencia: cf.
Rabinovich 2013.
89 No faltan casos en que también ellos fueron ultimados durante el ataque con el argumento de que
se habían resistido.
90 Podría decirse que esa también es la lógica indígena, pero la diferencia reside en el status de las
cautivas tomadas por los nativos: ver entre otros Socolow 1987b, Mayo y Latrubesse 1998, Villar
y Jiménez 2001, Ratto 2010.
91 Villar y Jiménez 2001.
92 Ver al respecto el estudio elaborada por Natalia Salerno e incluido en este volumen, capítulo 9.
93 Respecto de esta cuestión y para ilustrar también la vaguedad conceptual que suele campear en el uso
de los términos, recordemos que Burucúa y Kwiatkowski (2008 y 2014), siguiendo la teoría liberal,
señalaron que la existencia de un genocidio se verifica especialmente cuando es un Estado criminal
el que lo planea y ejecuta. En ese orden de ideas, Burucúa considera que en el caso de la Conquista
del Desierto no hubo genocidio, porque no se planeó un exterminio, pero no obstante, en la misma
entrevista, afirma que la dictadura argentina de 1976 sí fue responsable de cometerlo porque “…
jurídicamente el rasgo particular que la define como genocidio es lo que se hizo con los niños, la sus-
tracción de bebés” (Moledo 2009). No queda clara, por lo tanto, la razón que veda el uso del concepto
con relación a las campañas de Roca (promovidas, financiadas y ejecutadas por el Estado), durante las
cuales -y con posterioridad- se sustrajeron niños de ambos sexos y de todas las edades, separándolos
para siempre de sus familias y comunidades.
94 Cf. Mases 2002; Delrio 2005; Delrio, Lenton y Musante 2010; entre otros.
95 La investigación de Pablo Arias sobre este tema se encuentra en el capítulo 10.
Introducción 37
La iglesia legitimó todas esas acciones atroces desplegadas por las fuerzas ar-
madas y los civiles. Los misioneros salesianos, acompañantes de las expediciones,
participaron luego en el reparto de familias, oscilando entre el apoyo entusiasta, el
silencio, y unas tímidas manifestaciones de disconformidad ante el obrar de los mi-
litares, que no se transformaron en denuncias públicas, sino en críticas restringidas
al interior de la orden.96
Otra de las acciones violentas desplegadas contra las comunidades indígenas,
y quizá la menos visible, fue la violencia sexual ejercida sobre mujeres prisio-
neras.97 Su registro es infrecuente, dado que, al contrario de las muertes hechas
“en combate”, no eran conductas de las que los perpetradores pudieran sentirse
orgullosos como para informarlas, dar testimonio público de ellas o dejarlas re-
gistradas de alguna manera. Su ocurrencia entonces, sin duda silenciada y sub-re-
presentada en las fuentes, sólo puede inferirse de documentación menos directa,
por caso, las acusaciones debidas a la prédica de enemigos políticos o de obser-
vadores externos, sensibilizados por la crudeza de los hechos.
Una serie adicional de prácticas estuvo relacionada con la desnaturalización o
destierro de los indígenas, alejados de sus territorios con la intención de castigarlos
y también de neutralizar posibles represalias. Ese recurso fue utilizado con fre-
cuencia por las autoridades coloniales y republicanas de Chile y el Río de la Plata
para “sacar del medio” a aquellos individuos o grupos de personas que, a su modo
de ver, resultaran molestos o peligrosos. Los indígenas temían el desarraigo –lo
concebían uno de los peores destinos posibles– y lo resistieron de todas las maneras
a su alcance.98
Por último, se registra asimismo un conjunto de conductas relacionadas con las
epidemias introducidas desde el Viejo Mundo que provocaron una fuerte mortali-
dad en los indígenas. La conciencia de su relevancia se ha hecho cada vez mayor
entre los estudiosos. Aunque pueda argüirse con cierta razonabilidad que no se
trató de una acción ejecutada ex professo, los europeos no están del todo eximidos
de responsabilidad. La dicotomía violencia y guerra (como forma voluntaria de ex-
terminar o diezmar) versus enfermedades infecciosas (como consecuencia involun-
taria de la invasión y colonización) ve muy aminorada su potencia argumentativa,
en cuanto se consideren ciertas modalidades intermedias que enlazan los extremos
de esa proposición, minando la idea de que se trataría de opuestos irreconciliables.
En distintas épocas, hubo situaciones de descuido y negligencia evidenciados en
el tratamiento de epidemias propagadas entre los prisioneros nativos –típica pero
96 Ver el aporte de Joaquín García Insausti en el capítulo 11. Ya hemos consignado que mucho tiempo
antes, los misioneros franciscanos que acompañaban la expedición de 1792 comandada por Figue-
roa contra los huilliche rebeldes en el sur chileno brindaron sin reservas su asistencia espiritual a las
tropas, en una actitud que se reitera muy a menudo en contextos análogos: ver capítulo 2. Además,
estos casos traen a la memoria la justificación eclesiástica de los crímenes cometidos durante la
última dictadura militar en nuestro país, un apoyo esencial para los perpetradores.
97 Ver capítulo 4.
98 Al tema se refiere la contribución incorporada como capítulo 14 de este volumen.
38 Devastación
Otra alternativa sería inclinarse por la noción eliminacionismo propuesta por Da-
niel Goldhagen, cuando se refiere a la suma de las formas en que diversos grupos,
sociedades o estados enfrentaron “a las poblaciones con las que tienen conflictos,
o a las que consideran un peligro que debe ser neutralizado, intentando eliminarlas
o anulando su capacidad de infligir el presunto daño”.101 Con esos propósitos, han
empleado cualquiera de las siguientes cinco formas principales de eliminación:
transformación, represión, expulsión, prevención de su reproducción y exterminio.
Al apuntar a un mismo objetivo común, son intercambiables y se integran a un
continuo de violencia creciente.
En la tercera etapa de los estudios –la actual– se hace necesario entonces revi-
sitar el tema del uso de la violencia ampliando el rango de observación de manera
que se incorporen a las investigaciones los eventos ocurridos en tiempos coloniales
y post-coloniales y se agreguen otros problemas a los ya examinados.104 Algunos
de los más trascendentes se vinculan con la necesidad de un conocimiento preci-
so acerca de las políticas coloniales hacia los indios y el grado de violencia que
comportaron; del modo en que se los consideraba –sea poseedores de recursos
valiosos (tierra, animales, mujeres), o mano de obra, o enemigos que debían des-
aparecer; de las características que tuvieron los conflictos armados –es decir, si se
desarrollaron en condiciones de igualdad o desigualdad, en términos de una cultura
militar en común que haya sido una adaptación de los europeos a las tácticas de sus
contrincantes, o de los indígenas a las de aquellos, o bien una acomodación mutua;
y de comprobar si existió una política consecuente de exterminio de largo plazo,
o sólo se trató de estrategias circunstanciales que cambiaban con los funcionarios
de turno.
Otra vinculación a estudiar es la existente entre conductas violentas y liderazgo
político: en relación con este tema, habrá que ver de qué manera jugaron sus cartas
los líderes indígenas y los funcionarios estatales; las variaciones de perspectiva
de las autoridades fronterizas con respecto a la aplicación de la violencia y en
punto a sus posibilidades de ejercerla; la medida en que ese ejercicio pasaba por
los intereses personales o grupales de los actores y asimismo por sus posibilidades
materiales, vinculadas con las directivas y recursos metropolitanos. Respecto de
los líderes indios, debiéramos averiguar si les convenía proceder con violencia, y
en este supuesto hasta qué punto,105 considerando incluso los cambios de actitud
perceptibles dentro de los términos cronológicos de un mismo liderazgo, en distin-
tos momentos de su ejercicio.
Es imprescindible tener presente que estamos frente a manifestaciones de vio-
lencia diferenciables no sólo en función de circunstancias de tiempo y lugar, sino
también de los intereses de los actores indígenas, fronterizos y metropolitanos.
Mientras que en Chile colonial tuvo incidencia la importancia asignada al control
de la necesaria mano de obra nativa, en el Río de la Plata los indios fueron mirados
más bien como los dañinos y peligrosos ocupantes de un espacio que debía “lim-
piarse” y extractores de unos animales que eran –o se consideraban– propios.
Patrick Wolfe sintetizó con magistral habilidad la base económica de la expan-
sión del colonialismo poblador, al relacionarla con la agricultura y la ganadería
comerciales, vinculadas al mercado mundial, que son naturalmente expansivas,
104 Desde luego, el tratamiento de estos temas plantea para los historiadores una cantidad de cuestiones
metodológicas y políticas, algunas de las cuales han sido tratadas agudamente en LaCapra 2005.
105 Está claro que era funcional para algunos: es el caso de los mencionados caciques corsarios,
cuya acumulación de bienes arrebatados a los españoles conllevaba un conveniente aumento de
prestigio y poder (Villar y Jiménez 2003c). Para otros, en cambio, seguramente no: ya en el siglo
XIX, Namuncura le aseguraba a Estanislao Zeballos que a Calfucura y su grupo les convenía la
paz, argumentando que sólo ella garantizaba la estabilidad y autonomía territorial y social y la
continuidad del liderazgo ejercido por su padre (Alioto 2011b).
Introducción 41
106 “En sí misma, sin embargo, la modernidad no puede explicar la insaciable dinámica según la
cual el colonialismo de los pobladores siempre necesita más tierra. La respuesta que viene con
mayor rapidez a la mente es la agricultura, aunque no es necesariamente la única. Un buen rango
de sectores primarios puede motivar el proyecto. Además de la agricultura, entonces, deberíamos
pensar en términos de forestación, pesca, ganadería y minería… Con la excepción de la agricultu-
ra, sin embargo, (y, para algunos pueblos, la ganadería) nada de eso es suficiente en sí mismo. No
se puede comer madera u oro; la pesca para el mercado mundial requiere fábricas de conservas.
Más aún, tarde o temprano los mineros se irán, mientras que los bosques y los peces se agotarán
o requerirán ser cultivados. La agricultura no sólo sustenta a los otros sectores: es inherentemente
sedentaria, y por lo tanto permanente. En contraste con las industrias extractivas, que dependen
de lo que casualmente haya allí, la agricultura es un cálculo racional de medios/fines orientado a
avalar su propia reproducción, generando capital que se proyecta a un futuro en el cual se repite a
sí mismo… Más aún…, la agricultura sustenta una población mayor que los modos de producción
no sedentarios. En términos coloniales, esto habilita a que la población se expanda por la inmi-
gración continua a expensas de las tierras y recursos nativos. Las inequidades, contradicciones y
pogroms de la sociedad metropolitana aseguran un suministro recurrente de inmigrantes frescos
–especialmente… entre los sin tierra. De esta manera, las motivaciones individuales encajan con
el imperativo de expansión del mercado mundial. Mediante su incesante expansión, la agricultura
(incluyendo, en este sentido, a la ganadería comercial) progresivamente se devora al territorio indí-
gena, en una acumulación originaria que transforma flora y fauna nativas en recursos menguantes
y cercena la reproducción de los modos indígenas de producción. En tal caso, los indígenas son
o bien llevados a la dependencia de la economía introducida, o reducidos a las incursiones que
proveen el clásico pretexto para los escuadrones coloniales de la muerte” (Wolfe 2006, 395).
107 Idem, 396.
108 Ver capítulo 5 de este volumen.
109 Jiménez y Alioto 2007 y 2011a.
110 Culminando su razonamiento, Wolfe se pregunta por qué motivo y dado que los indios son ya agri-
42 Devastación
120 Confrontar, por ejemplo, los términos del oficio de Andres Mestre a Josef de Galvez, Córdoba, 6
septiembre 1780. AGI, Buenos Aires, 49.
Introducción 45
Mapa 1
Región pampeana, Patagonia septentrional y Araucanía: territorios bajo
control exclusivo o predominante de distintos grupos indígenas, y algunos de
los principales establecimientos estatales fronterizos (siglos XVIII y XIX)