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Lectura 2: El gesto de Abraham Reyes1

Instrucciones: leer el contenido de la lectura en voz alta, de tal manera que todos
los integrantes del grupo puedan escuchar. Luego compartir las ideas que les
sugieren la lectura y otras informaciones que manejen sobre el tema. Y al final
escribir en el espacio asignado algunos puntos importantes que quieran compartir
del aprendizaje y que deseen que el siguiente grupo se entere. Al terminar voltean
sus sillas de tan manera que indiquen estar listos para moverse a otra mesa.

Dejémosle a Vélaz que nos cuente el aporte de Abraham:


“Cuando brotó con la fuerza de lo evidente la consecuencia de que la redención social del
pueblo debía empezar por su educación, se presentó ante nosotros el problema económico
que suponía dotar de escuela, y de buena y eficaz escuela, a miles y miles de niños, jóvenes y
adultos.
Sin dinero y con una decisión de actuar, se imponía la decisión de buscar los recursos
económicos a través de la persuasión de las personas que podrían comprendernos y
ayudarnos.
Estábamos en esta etapa, cuando después de una Primera Comunión de unos setenta niños
del barrio, el que esto subscribe pensaba con profundo pesar que aquellos niños, después de
haberles enseñado el catecismo por unos meses, iban a ser abandonados por nosotros.
Entonces, en el local donde los niños tomaban alegremente el desayuno, dije de un modo
decidido: “Estamos perdiendo el tiempo con estos catecismos; tenemos que convertirlos en
una verdadera escuela”. Los Universitarios me miraron en silencio, pero el dueño del local,
que era un albañil padre de ocho hijos, se me acercó con una expresión de triunfo y me dijo:
“si quiere hacer una escuela, e regalo este local”.
Abraham Reyes fue este obrero siempre bien recordado, gracias a cuya generosidad fue
posible la primera escuela de Fe y Alegría.
Aquel local sencillo, con el suelo de cemento rústico que Abraham Reyes había construido
por su mano, enterrando en él ahorros de siete años, representaba para nosotros un ejemplo
de tesón y de generosidad.
Después supimos que Abraham Reyes, cuando lo construía poco a poco por no tener dinero
para los materiales, era asistido por su esposa, que cargaba en la cabeza una lata de agua a
dos kilómetros de distancia, para que su marido pudiera ir preparando el cemento y la
arena. Un día me confesó Abraham Reyes que, cuando tenía ahorrado cincuenta bolívares,
iba siempre inmediatamente a comprarse diez sacos de cemento, no se le fuera a presentar de
pronto una necesidad y se le fueran a ir.
Este ejemplo fue el disparo de ejemplaridad que nos lanzó a la carrera de persuasión a
muchas personas de la necesidad de emprender una obra ciudadana de educación popular.
Hasta ese momento, comprendíamos lo que teníamos que hacer, pero sólo entonces nos
lanzamos con valor y con audacia a la creación de un gran movimiento de opinión y a la
difícil tarea de persuadir a los que podían dar.
Nuestra tesis de acción era la eficiencia. El éxito y la confianza de muchos amigos
empezaban a respaldarnos.

1
LAZCANO, Joseba s.j. Fe y Alegría, Un Movimiento con Espíritu. Edición de Fe y Alegría. 2013
La generosidad de un obrero y el empeño de un sacerdote, rodeado de un puñado de jóvenes
universitarios, había hecho de Fe y Alegría una obra en 1955, sinónimo de sencillez en la
operación, audacia en el crecimiento y tecnificación de un sistema de relaciones públicas,
aplicado a extender la urgencia social salvadora, de un movimiento de Educación Popular
Integral.
Para los universitarios y para mí, la oferta de Abraham fue el desafío más estimulante del
ejemplo heroico. La aceptamos, y al otro día un cartón tosco clavado en la puerta, decía:
Escuela: Se admiten niños varones.
Habíamos empezado. Cien muchachos llenaron aquel ámbito.
No había bancos, ni pupitres. Buscamos dos niñas de unos quince años que tenían el sexto
grado de Primaria, y fueron las dos primeras maestras de Fe y Alegría. Los niños se
sentaban sobre el áspero cemento del suelo.
Pocos días después, yo andaba buscando en los ranchos vecinos uno o dos que pudieran
servir para las niñas. Pero no había modo. Eran unos cuartos insignificantes para un aula.
Después de varios intentos frustrados. Abraham me mandó decir con dos congregantes que
habían hablado con él. “El Padre Vélaz todavía no me tiene confianza. Yo tengo abajo en la
casa una sala grande donde podrían colocarse las muchachas”.
Es de notar que la casa tenía dos plantas, a las cuales se entraba por dos caminos o veredas
distintas, pues estaba construida en una fuerte pendiente del cerro. La planta de arriba era
la que ya ocupábamos. La de abajo era la vivienda de Abraham y su familia.
Setenta y cinco niñas entraron en la sala de la casa que de nuevo nos ofrecía Abraham. Sólo
hizo falta otra maestra como las dos anteriores para poner en marcha la nueva ampliación.
Así fueron 175 los primeros alumnos de Fe y Alegría”

Podemos complementar a Vélaz con un testimonio del mismo Abraham:


“Entonces aparecieron por el barrio los estudiantes universitarios, muchachas y
muchachos, con el P. Vélaz. Ese barrio estaba donde hoy queda el 23 de Enero y sólo se
llegaba a pie. Era puro cerro, no había nada. Visitaban casita por casita y hablaban con la
gente y les preguntaban de sus problemas. La gente se sentía estimulada de que unos
jóvenes y un sacerdote jovencito los visitara en un barrio tan abandonado, donde no había
ningún servicio, no había nada. Y la gente le dijeron: Mire, Padre, nosotros aquí tenemos
muchísimos problemas; problemas con el agua, con la luz, no los podemos enumerar; pero el
problema más grave que aquí tenemos es que por todo esto no hay escuela y los muchachos
no tienen dónde estudiar. Entonces, yo le dijo al P. Vélaz: Mire, Padre, yo tengo un rancho
muy grande que construí con mi mujer. Está a la orden. Si quiere verlo…
Entonces, vino, entró y vio aquellos salones grandes. Yo le dije: Esto es suyo, esta casa es
suya.
Y dijo muy contento el Padre Vélaz: Pues claro, aquí está, ¡aquí está la escuela!
Los muchachos se animaron mucho con el proyecto de empezar la escuelita en esa casa que
yo había cedido con todo el cariño del mundo. Para mí fue una alegría muy grande poder
participar con esa obra tan buena que querían hacer por los barrios.
Todas las familias del barrio estaban muy de acuerdo con la escuela, se pusieron a la orden,
abrieron sus casas, sus corazones. Estaban muy contentos, estaban muy entusiasmados del
proyecto de la escuela. Esos muchachos que venían con el P. Vélaz eran casi el único
contacto con el mundo. Entonces no teníamos nadie radio. Éramos muy pobrecitos. La idea
de la escuela dio un sentido a sus vidas, una inyección de optimismo, de ganas de vivir, de
trabajar, de ver que a sus hijos esa educación les abriría las puertas del futuro. Eso los
animó mucho, vieron una gran esperanza.
Entonces las muchachas y muchachos empezaron a reunir a los muchachitos de todas las
edades. Les cantaron unas canciones y les dijeron que ahí se iba a hacer una escuela. Eso fue
un entusiasmo muy grande.
Los estudiantes y el Padre consiguieron tres maestras y comenzaron las clases. Cada uno
traía una silla, un banquito. Después consiguieron unos bancos hechos de unos cajones.
Aquello fue tan hermoso…. Fue como una bendición de Dios. Las familias se acercaban,
estaban contentas porque ya sus hijos iban a estudiar. Por eso, el nombre está bien puesto:
alegría de recibir, alegría de darse; ellos se dieron por su fe, dieron su tiempo, dieron sus
sábados, dieron su trabajo… Y cuando se hace el bien, uno se estimula, y yo creo que esa es
la gran alegría”.

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