En nuestro pueblo no había televisión hasta que cumplí los nueve años. Yo
escuchaba las historias de la radio. Lo mejor de esto era que uno tenía que imaginar a
todos los personajes y los lugares de las radionovelas. Las radios, antes de la invención
de los transistores, eran enormes; por eso yo creía que las voces que escuchaba venían
de adentro del aparato, donde supuestamente vivía la gente que hablaba. Lo único que
no podía entender era cómo les llegaba la comida.
Cuando aprendí a leer, tomé el hábito de leer todo el tiempo. Mi fascinación por la
radio se convirtió en una fascinación por los libros, sobre todo los de ficción. Cuando
estaba en el tercer grado, decidí que cuando creciera, sería escritora.
Mi hermana Jennifer es siete años mayor que yo y fue una gran influencia en mi
vida. Ella era inteligente, buena estudiante y muy popular. La gente siempre me
pregunta si iba a ser como ella, o me llamaban por su nombre en lugar del mío. No me
gustaba que la gente no me viera como un individuo; pero el ejemplo de Jennifer me
impulsó a tratar de ser excepcional.
Después de graduarme de Harvard, fui a Nueva York y trabajé con editoras. Decidí
que tenía que estudiar más el arte de la escritura, y con ese propósito en mente volví al
Medio Oeste, donde obtuve una maestría en Bellas Artes en el “Taller de Escritores de
la Universidad de Iowa ".
Son las cosas que yo noto a mi alrededor y en las que reflexiono, lo que me conduce
a escribir mis historias. La idea del primer libro nació de una semilla que yo tenía
germinando en una maceta en el alféizar de una ventana, y al observar la maceta yo me
preguntaba cómo sería vivir bajo tierra, sin ver nada, y llegar al mundo, sin tener idea
de adónde estaba yendo y creciendo. Mi primer libro para niños, La Semilla, nació de
esa mirada hacia el alféizar de la ventana. Fue publicado en 1974.
Después de Iowa, viví en Berkeley, California, y trabajé para una empresa científica,
cuyo presidente de junta, Luis Álvarez, había ganado el Premio Nobel de Física. Luego
vinieron más años en Nueva York, y después, unos emocionantes meses en Belize, como
voluntaria en una excavación arqueológica maya en una selva tropical habitada por
jaguares y boas constrictoras.
Guatemala tiene mucho que ver con la formación de mi carácter. Por la mayor parte
de mi vida adulta hasta ese momento, yo había vivido sólo en contacto con personas
que, como yo, habían pasado años y años en la escuela. En la ciudad de Panajachel, en
cambio, mis vecinos eran mayas que en su mayoría habían asistido a la escuela sólo unos
pocos años, y muchos de ellos, nunca. He aprendido mucho de ellos sobre la paciencia,
la fortaleza y la valoración de las cosas más importantes en la vida. Encontré a gente que
nunca habían leído un libro en su vida y aun así eran tan inteligentes y a menudo más
originales e interesantes para mí, que otras personas que habían estudiado y leído su
vida entera. Pero también vi cómo la gente sufre por falta de oportunidades, por el
escaso acceso a la educación.
Bill Cherry fue mi esposo durante dieciocho felices años. Conocí a Bill en 1989 en
Washington, DC, donde él trabajaba para el Congreso de los EE.UU. como director de
personal de un subcomité del Congreso. Nos enamoramos. Él se jubiló y en 1991 se
trasladó a Guatemala conmigo. En Panajachel, rápidamente se convirtió en el hombre
más popular de la ciudad: todos los días regalaba caramelos a los niños que pasan en la
calle. Lo llamaban "Don Dulce" y se amontonaban a nuestra puerta cada mañana,
golpeando y preguntándome cuándo don Dulce saldría con sus muchas bolsas de
caramelos. Bill murió en el 2008, pero los recuerdos de su amor e inteligencia estarán
conmigo para siempre.
Dónde estoy ahora: Vivo en Portland, Oregon, no muy lejos de Powell’s City of
Books, la librería más grande del mundo de libros nuevos y usados. Es un paraíso para
mí. También me inspiro en los conciertos de la orquesta sinfónica de Oregon, en el placer
de los buenos restaurantes, y en la alegría de andar en el sendero que bordea el río
Willamette, que lleva a los Portlandianos a través de florestas con todo tipo de
florecilloas silvestres, de una reserva natural, y hasta de un nido de águila.