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Isaías 39-40

«Pero los que esperan en el SEÑOR Renovarán sus fuerzas. Se remontarán con alas como
las águilas, Correrán y no se cansarán, Caminarán y no se fatigarán.» Isaías 40:31

Llegamos finalmente a la última gran sección de Isaías, los capítulos del 40 al 66. En los
capítulos precedentes hemos visto cómo Isaías ha entretejido los temas de las intenciones
de Dios, el pecado de Israel, su castigo, y la esperanza para el remanente. Esta última
sección es una exposición amplia del tema de la esperanza representado anteriormente y,
por tanto, está dirigida al remanente. Las palabras «Consuelen, consuelen, a Mi pueblo» se
aplican solo a ellos. El remanente de Dios son los creyentes que están en la iglesia, tanto en
aquellos días como siempre.

Esta sección se divide en tres partes, y todas ellas tienen que ver con el mensaje o la
Palabra de Dios, como sigue:
1. La Palabra de Dios, la promesa (caps. 40-55);
2. La Palabra de Dios, el mandato (caps. 56-62);
3. La Palabra de Dios, el juicio (caps. 63 a 66).

La palabra «consuelen» usada para abrir toda esta sección (40:1,2) recuerda las palabras del
12:1. Dios tiene una palabra de consuelo para su remanente; para aquellos que han creído
en él. Esto nos está diciendo que toda la sección es un mensaje de consuelo para los hijos
de Dios, y a continuación pasa a enumerar los motivos de ese consuelo.

Hay consuelo porque Dios exalta a los humildes (vv. 3-5). De acuerdo con lo que Dios ha
dicho frecuentemente, él levanta al humilde y baja al soberbio (v. 4; cf. 1 Samuel 2; Isaías
2:11, etc.). El escritor del evangelio aplicó este mensaje a Juan el Bautista y a su deber
como precursor de Cristo (Mateo 3:3; Lucas 3:4-6). Al final, Dios levantará a aquellos que
han sido humillados por sus propios fallos, y que sienten que necesitan de la fuerza de Dios.

Hay consuelo porque cuando todo lo demás falla, la Palabra de Dios no fallará (vv. 8-8). La
salvación no puede venir por carne ni por sangre (fuerza humana); sino por la fuerza de
Dios, declarada por su Palabra.

Hay consuelo porque Dios es el Pastor de su rebaño (vv. 9-11). Aquí se describe al Señor
como el Gran Pastor. Al mismo tiempo, su brazo es poderoso para salvar y proteger (v. 10),
y también delicado para reunir a las ovejas de Dios, el remanente de los que creen (v. 11)
(cf. Salmo 23; Juan 10:1-18).

Hay consuelo porque Dios es soberano (vv. 12-31). Este pasaje nos da una imagen
sobrecogedora de la grandeza de Dios. Él es grande en su poder creador (v. 12), grande en
su sabiduría (vv. 13,14), grande en su trato con las naciones de la historia (vv. 15-17; cf.
caps. 13 al 24). Dios es tan grande que los hombres aparecen como algo insignificante
delante de él (vv. 22-24). Dios es grande en su poder (v. 26).
Porque Dios es tan grande, conoce todas las cosas, y nada escapa de su vista. Él conoce las
necesidades de los suyos, y en su soberano poder puede darles poder a aquellos que esperan
en él (vv. 28-29). La única respuesta, por tanto, para el remanente que confía en el Señor, es
esperar en él, es decir, mirar a Dios y esperar su respuesta a sus necesidades, y su acción a
favor de ellos (v. 31). La palabra «esperar» que encontramos aquí es una palabra clave de
los profetas. No denota indolencia sino actitud confiada de expectación de que Dios va a
hacer lo que ha prometido por sus hijos.

Isaías ha usado ya la palabra varias veces. Un estudio del uso que hace Isaías de esta
palabra «esperar» nos dará una compresión clara de su importancia:

En 8:17 el profeta expresa su propia intención de esperar al Señor, hasta que el Señor le
revele su faz (su favor) a su pueblo.

En 25:9 indica que su propio propósito de esperar es la actitud correcta para todos los hijos
de Dios. Todos esperan la salvación de Dios.

En 26:8,9 dice que esta espera tiene la forma de un deseo de Dios sentido en el alma.

En 30:18 Isaías muestra que los hijos de Dios deben esperar, porque Dios está esperando
por el tiempo aceptable de la redención. Y todos los que esperan en él son contados entre
los bienaventurados (cf. Mt 5.3-12).

Finalmente, en 33:2 indica que la confianza del hijo de Dios está en que el brazo de Dios lo
salvará, porque es capaz de salvar hasta los más lejanos de todos los que miran a él y
confían y esperan en él.

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