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ÍNDICE

Introducción 2
Los Thibault (Roger Martin du Gard): Jacques Thibault y Daniel Fontanin 3
Retorno a Brideshead (Evelyn Waugh): la Arcadia de Sebastian Flyte y Charles Ryder 5
Adiós, muchachos (Louis Malle): Julien Quentin y Jean Bonnet 9
Conclusión 11
Bibliografía 12
Filmografía 12

1
Abstract
In the following essay various aspects of friendship will be tackled through the vision
presented by two fundamental pieces of universal literature, namely, Brideshead Revisited by
Evelyn Waugh and Les Thibault by Roger Martin du Gard, and a film Au revoir, les enfants
by Louis Malle. Some of the themes that will be explored are the immaturity of friendship
when associated to eros, the interreligiousness between the protagonists, and the value of this
phenomenon.

Resumen
En el presente trabajo se abordarán distintos aspectos de la amistad a través de dos novelas
esenciales de la literatura universal, a saber, Brideshead revisited (Retorno a Brideshead) de
Evelyn Waugh y Les Thibault (Los Thibault) de Roger Martin du Gard, y una obra
cinematográfica titulada Au revoir, les enfants (Adiós, muchachos) de Louis Malle. Entre los
temas a tratar, destacan la inmadurez de la amistad fruto de su relación con el eros, la
interreligiosidad de los protagonistas y el valor de esta.

Introducción
Las obras de Evelyn Waugh, Roger Martin du Gard y Louis Malle presentan distintos
escenarios que servirán de contexto para el desarrollo de una «amistad». Las distintas
amistades que protagonizan cada una de estas comparten una característica común: la
pertenencia a distintas religiones. Así, partiendo de la premisa de que algo tan fundamental
como las creencias debe inmiscuirse de algún modo en la amistad, se propone en este trabajo
el estudio de los aspectos fundamentales de esta y la cuestión de si es posible una amistad
plena entre miembros de diferentes credos.
En Los Thibault nos encontramos ante un católico y un protestante; en Retorno Brideshead,
un católico y un agnóstico de familia anglicana; y en Adiós, muchachos, un judío y un
católico. Dentro de las diferencias y disparidades entre estas religiones, tienen la
particularidad de tener un sustrato común: la creencia en un mismo Dios, aunque entendido
de distintas maneras.
El Dios del Antiguo Testamento no es el mismo que el Dios del Nuevo Testamento, al igual
que un protestante no concibe a Dios como los católicos, esto es, como un Dios amoroso que
busca el amor del hombre, sino como un ser que se caracteriza por ser lo Absolutamente Otro
y, por ende, incognoscible en tanto que posee los atributos que el hombre no puede alcanzar.

2
El piadoso creyente del Antiguo Testamento, como es el caso de Abraham, el padre de la fe,
que hace lo que Dios le manda, pues esta es una exigencia ciega, debe someterse y acogerse a
la voluntad divina por muy irracional que esta sea. En el cristianismo, por otro lado, es
posible una síntesis armónica entre la razón y la fe1. Ahora bien, el protestante alega la
necesidad de la sola fe, mientras que el católico no.
Por ello, la pregunta que nos planteamos es la siguiente: ¿es suficiente esta creencia en Dios o
los aspectos morales y ritualísticos que entraña cada religión hará imposible la
amistad?¿Puede realmente un católico ser amigo de un judío, de un protestante o de un
agnóstico? Esperamos que a través de estas novelas y de esta película podamos arrojar un
poco de luz ante esta cuestión.

Los Thibault (Roger Martin du Gard): Jacques Thibault y Daniel


Fontanin
Jacques Thibault, de doce años, y Daniel de Fontanin, de catorce, escapan repentinamente de
París sin avisar a nadie, excepto Daniel, que se lo cuenta a su hermana. Son compañeros del
liceo y llevaban tiempo ocultando su amistad por miedo a represalias y malinterpretaciones.
Teniendo razón en esto último, el padre de Jacques junto con el abate Binot juzgan el
cuaderno gris en el que se carteaban los dos muchachos, llegando a preocuparse por la
naturaleza de la relación. Dejo algunos de los fragmentos epistolares que incitan a sospecha,
entre otros muchos ejemplos:
De Jacques:​ «¡oh mi bien amado! […] No olvidaré nunca estos momentos, demasiado
escasos, desgraciadamente, y demasiado cortos, en que somos enteramente uno del otro.
¡Eres mi único amor!»2; «¡amor mío, si no te tuviera, creo que me mataría!»3; «te adoro y
estrecho tu mano apasionadamente, como esta mañana, ¿sabes? ¡Y con todo mi ser, que es
tuyo, enteramente y con voluptuosidad!»4; «lo que me hace vivir es el amor y no tengo sino
un solo amor: ¡TÚ!»5.

1
Piénsese en figuras como san Agustín o san Anselmo, entre otros, que consideraron que la fe y la razón son
dos maneras de llegar a Dios, siendo la primera es esencial para alcanzar el conocimiento verdadero (credo ut
intelligam).
2
Du Gard, 1974, p. 49.
3
Du Gard, 1974, p. 50.
4
Du Gard, 1974, p. 55.
5
Du Gard, 1974, p. 55.

3
De Daniel: «¿no eres mi amigo y no te has convertido en algo más todavía? ¿En la verdadera
mitad de mi propio ser?»6; «tú eres la tierna rosa que se ha abierto para mí en esta tierra
desolada»7.
Pero nada más lejos de las sospechas de ambos, la amistad que mantienen Jacques y Daniel
no es otra que la amistad, imperfecta, que se da a edades tempranas.
Jacques, pese a querer a su padre, le guarda rencor. Este se pasa la vida trabajando en sus
obras y proyectos, sobre todo relacionados con la caridad y la religión (católica). Su hermano
es demasiado mayor para entenderse con Jacques, además de que el temperamento del chico
es demasiado difícil para cualquiera. Por otro lado, Daniel, además de ser protestante, tiene
una vida familiar más plena, aunque siempre le acecha la sombra de su padre, el cual dedica
su vida a las mujeres, a excepción de la suya propia.
Jacques se siente constantemente reprimido. Toda la novela no es más que la búsqueda de
libertad; primero escapándose con Daniel, después yéndose a vivir con su hermano y más
tarde huyendo de Francia. Encuentra en Daniel algo completamente ajeno a su padre y a su
familia: un refugio de comprensión. Comparten libros que en casa le estarían vedados,
amenaza la disciplina católica impuesta por su padre relacionándose con un hugonote y habla
constantemente con Daniel de demostrar a su familia que puede subsistir sin ellos. Lo relata
Jacques en una carta: «¡Demos gracias a la Providencia por ser amados y porque nuestros
corazones, destrozados por la soledad, hayan podido unirse en un abrazo tan indisoluble!»8.
Daniel, por el contrario, no se siente tan solo. Tiene una hermana pequeña a la que quiere,
una madre a la que compadece y un padre, aunque ausente y desgraciado, al que mira con
cariño. Pero ambos comparten dos cosas: una vocación y un ideal. La vocación de artistas
acaba por unirles, ya que Jacques sólo comparte sus escritos con Daniel. Asimismo, el ideal
del amor, aunque difieren en pensamiento: mientras que Jacques es más pesimista, pues cree
que este es inalcanzable en esta vida, en Daniel vemos una perspectiva más humana. Todo
esto, unido a que la personalidad de Daniel es mucho más débil que la de Jacques, les acaba
uniendo en lo que se describe como:
Una pasión exclusiva, en la que uno y otro encontraban por fin el remedio a una soledad
moral que ambos habían sufrido sin saberlo. Amor casto, amor místico, en el que su juventud
se fundía en un mismo impulso hacia el porvenir y que suponía compartir todos los
sentimientos excesivos y contradictorios que asolaban sus almas de catorce años, desde la
pasión por los gusanos de seda y los alfabetos cifrados hasta los más secretos escrúpulos de

6
Du Gard, 1974, p. 49.
7
Du Gard, 1974, p. 53.
8
Du Gard, 1974, p. 52.

4
sus conciencias, hasta ese embriagador placer de vivir que cada jornada transcurrida
provocaba en ellos9.
Pero esta amistad no se basa en una admiración por lo bueno o lo bello, sino por un rechazo a
lo malo o a lo que los oprime. Se ve claramente en una conversación que mantienen Jacques
y su hermano Antoine:
—¿Qué es lo que te ha ocurrido, dime? —continuó con más dulzura—. ¿Qué es lo que ha
pasado? ¿Fue Daniel quien te incitó?
—No; si él ni quería. He sido yo, yo solo.
—¿Y por qué?
No tuvo contestación. Antoine prosiguió torpemente:
—Como puedes comprender, yo conozco esas cosas de las amistades de colegio. A mí me lo
puedes confesar todo, yo sé lo que pasa. Se deja uno llevar...
—Es mi amigo; eso es todo —murmuró Jacques sin separarse del hombro de su hermano.
—¿Y qué es lo que... hacéis juntos?
—Hablamos. Me sirve de consuelo.
Antoine no se atrevía a ir más lejos. «Me sirve de consuelo...». El acento de Jacques le
oprimía él corazón. Iba a preguntar entre risas: «¿Tan desgraciado eres?», cuando Jacques
añadió bruscamente.
—Y, además, si quieres saberlo todo, corrige mis versos10.
De esta forma, esta amistad acaba por caducar; y Daniel, que es mayor y más maduro, se da
cuenta: «Jacques ya no podía ser un amigo de verdad: sólo era un niño»11.
Tras la huida, Jacques pasará casi un año aislado, a la vuelta, sin hablarlo, ambos saben que
esa amistad acabó.

Retorno a Brideshead (Evelyn Waugh): la Arcadia de Sebastian


Flyte y Charles Ryder
En esta siguiente aproximación a la amistad interreligiosa nos encontramos ante un joven
británico de familia católica (Lord Sebastian Flyte) y un agnóstico (Charles Ryder) que se
conocen a la edad de 19 años en Oxford. Como dice Charles Ryder, narrador de esta historia,
este será el principio de una nueva época en su vida:
Aquellos días yo iba en busca del amor, y me presente lleno de curiosidad y de la aprehensión
—no reconocida por mi parte—, de que, allí, por fin, descubriría esa puerta baja escondida en
el muro que otros, lo sabía, habían descubierto antes que yo, que llevaba a un jardín secreto y

9
Du Gard, 1974, p. 60.
10
Du Gard, 1974, p. 94.
11
Du Gard, 1974, p. 74.

5
encantado, en alguna parte oculto, sin que ninguna ventana del corazón de aquella ciudad gris
se asomara a él12.
En este ambiente universitario de la Gran Bretaña de principios de siglo XX comenzará lo
que pudo haber sido una intensa amistad, pero que, debido a los problemas que detallaremos
a continuación, se queda en una amistad incompleta que no sale más allá del amor de la
Arcadia. Para exponer esto es perentorio analizar la condición de católico de Sebastian y la
relación que tiene con su familia.
Es mundialmente conocido que ser católico en la Inglaterra de 1900 constituía un
inconveniente en el ámbito político y social13. Si a esto le sumamos que Sebastian no se
siente del todo cómodo con su fe (se considera a sí mismo como «medio pagano»),
entenderemos la problemática que aborda la obra. Es católico, pero no le gusta relacionarse
con otros católicos, además de que le resulta un tanto irritante la extrema bondad y santidad
de su familia, en especial de su madre, Lady Marchmain, a la que odia por no poder odiar a
Dios.
A propósito de su condición de católico, se encuentran momentos en la novela que muestran
esa amistad en la que la religiosidad de Sebastian no afecta en la estima que Charles tiene de
este; es más, es un punto a su favor suyo, ya que le genera interés. Charles es agnóstico (de
familia anglicana no practicante), y, a resultas de ello, nunca adquirió la religión importancia
en su vida. Sebastian, por su parte, tiene la religión muy presente en su día a día, y son estos
momentos de la novela donde podemos divisar el conflicto en el que se encuentra:
—¡Ay, es tan difícil ser católico!
—¿Cambia algo que lo seas o no?
—Claro, lo cambia todo.
—Pues no puedo decir que lo hubiese notado. ¿Luchas contra las tentaciones? No pareces
mucho más virtuoso que yo.
—Soy mucho, mucho peor que tú —dijo Sebastian, indignado.
—Pues entonces…
—¿Quién fue el que rezaba diciendo, «Oh, Dios, haz que sea bueno, pero todavía no»?
—No lo sé. No me extrañaría que hubieras sido tú.
—Pues sí que lo digo, y todos los días. Pero no es eso.

12
Waugh, 1992, p. 36.
13
Evelyn Waugh (1992, p. 133) dice lo siguiente al respecto:
La historia de la familia era característica de los terratenientes católicos ingleses. Desde el reinado de Isabel I hasta
el de Victoria, vivieron alejados del resto de la sociedad entre sus colonos y familiares; enviaban a sus hijos a
estudiar al extranjero, donde a menudo se casaban, y si no, se unían entre ellos, una veintena de familias excluidas
de todo ascenso, y aprendían, a lo largo de esas generaciones perdidas, lecciones que aún podían leerse en las
biografías de palos tres últimos hombres de la casa.

6
[…]
—Supongo que intentan hacerte creer un montón de tonterías.
—¿Tonterías? Ojalá lo fueran. A veces me parecen cosas terriblemente sensatas.
—Pero, mi querido Sebastian, no es posible que tomes todo eso en serio.
—¿No lo es?
—Me refiero a eso de la navidad, de la estrella, de los tres magos y el buey y el asno.
—¡Oh, sí! En eso, sí creo. Es una idea encantadora.
—Pero no puedes creer en algo solo porque sea encantador.
—Pues yo lo hago. Es mi manera de creer.
—¿Y crees en las oraciones?¿Crees que puedes arrodillarte delante de una estatua, decir unas
cuantas palabras, ni siquiera en voz alta, simplemente en tu cabeza, y cambiar así el
tiempo?¿O que algunos santos tienen más influencia que otros, y debes recurrir al indicado si
quieres que te ayude con un problema determinado?
—Oh, sí. ¿No te acuerdas del trimestre pasado cuando me llevé a Aloysius y no sabía donde
lo había dejado? Recé como un loco san Antonio de Padua aquella mañana y en seguida,
después de comer, apareció el señor Nichols en Canterbury Gate con Aloysius en brazos,
diciéndome que lo había dejado en su taxi.
—Bien, si puedes creer todo eso y no quieres ser bueno, ¿qué dificultades te plantea tu
religión?
—Si no la ves, no la ves; eso es todo14.
A pesar de las constantes alusiones al catolicismo, la fe de Sebastian es un enigma para
Charles, ya que este se abre parcialmente. Hace patente su conflicto, pero es incapaz de
expresarlo en profundidad. Por ello, Charles no conoce a Sebastian, ya que este le mantiene
apartado de su vida privada. Sebastian es un joven inmaduro, enamorado de su infancia; un
joven de 19 años que sigue teniendo un peluche (Aloysius) y que está obsesionado con su
Nanny. Además, se siente avergonzado de sí mismo, de ser desgraciado, lo que se manifiesta
en la huida de todo afecto humano (buscando refugio en la bebida) y en su debilitamiento de
la fe —en parte también porque su padre, Lord Marchmain, abandonó a su madre, algo que
dice le afectó sobremanera—.
Asimismo, tiene miedo de su familia, pues considera que la extrema bondad de estos harán
que Charles deje de ser suyo, su posesión, para convertirse en un amigo más de la familia.
Tampoco estaba equivocado, ya que Charles siente una fuerte atracción hacia la familia
Flyte-Marchmain, lo que repercutirá negativamente en Sebastian, porque aunque no
desfallecerá su amor hacia Charles, este dejará de formar parte de su soledad para convertirse

14
Waugh, 1992, pp. 85-86.

7
en «parte del mundo del que anhelaba escapar»15. Sin embargo, Charles demuestra integridad,
y siempre acaba por posicionarse del lado de Sebastian («estoy contigo. Sebastian contra
mundum»16, dice en varias ocasiones). En última instancia, ese sentirse avergonzado de sí
mismo más que de su familia acaso sea por no ser capaz de vivir conforme las expectativas
de su madre y de las exigencias morales que del catolicismo.
Por otro lado, la amistad entre Charles y Sebastian es tan profunda que no requieren de más
compañía. Esto tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes, tal y como se expone a
raíz de la conversación que mantienen Charles y Cara, la amante de Lord Marchmain, en su
viaje a Venecia, donde se dice que ese amor que sienten es confundido con el eros griego, lo
que inevitablemente llevará la relación a la perdición:
—Creo que quieres mucho a Sebastian.
—Pues sí, desde luego.
—Estas amistades románticas se dan entre ingleses o alemanes, pero no entre latinos. Creo
que son muy positivas si no duran demasiado.
Hablaba de una manera tan segura y tan práctica que no pude tomar a mal sus palabras, pero
tampoco supe encontrar una respuesta.
[…]
—Es ese amor que experimentan los niños aun antes de conocer su significado. En Inglaterra
llega cuando sois hombres; creo que eso me gusta. Es mejor tener esa clase de amor por otro
muchacho que por una muchacha17.
Esta amistad pronto llega a su fin. El tiempo pasa y Sebastian acaba convirtiéndose en un
alcohólico y viviendo a duras penas en Marruecos cuidando a un soldado alemán. Charles va
en su busca y le hacen saber que se ha convertido, a pesar de seguir bebiendo, y que vive bajo
el amparo de unos franciscanos. Independientemente de las diferencias entre los personajes,
las desgracias y alejamientos, la gracia de Dios actúa, tal y como dice Cordelia Flyte:
—La gente reacciona ante la religión de maneras diferentes. Al menos, en la familia no han
sido muy constantes, ¿verdad? Él [Lord Marchmain] la ha dejado, Sebastian la ha dejado y
Julia la ha dejado. Pero Dios no permitirá que la dejen por mucho tiempo, ¿sabes? Me
pregunto si te acuerdas de la historia que nos leyó mamá la primera noche que Sebastian se
emborrachó…; quiero decir la noche mala. El padre Brown dijo algo así como «le cogí (al
ladrón) con un anzuelo y una caña invisibles, lo bastante largos como para dejarle caminar
hasta el fin del mundo y hacerles regresar con un tirón de hilo18.

15
Waugh, 1992, p. 123.
16
Waugh, 1992, p. 134.
17
Waugh, 1992, p. 99.
18
Waugh, 1992, p. 209.

8
En definitiva, la amistad de Charles y Sebastian es una amistad de juventud, una amistad que
no crece debido a la falta de comunicación y a la concepción errónea del amor como eros y,
por ende, como una posesión. Charles recordará a Sebastian como aquel joven con quien
compartió sus años en Oxford, cuando aún eran unos adolescentes que nada sabían (ni
siquiera del amor); disfrutando de una Arcadia que inevitablemente tuvieron que abandonar
(y, con ella, su amistad) para que la vida siga su curso. A través de este amor, Evelyn Waugh
hace patente la acción de la gracia divina, de ese tirón de hilo, en un grupo de personajes muy
diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados.

Adiós, muchachos (Louis Malle): Julien Quentin y Jean Bonnet


Cuando se me presentó esta obra para que sirviera de guía en esta breve discusión, estuve
bastante indeciso sobre cómo abordarla; sin embargo, tras el visionado de la película y, a la
luz de su dramático final, una pregunta empezó a concentrar todas mis reflexiones sobre el
tema: ¿Cuál es el valor de la amistad?
En la película, Adiós, muchachos (Au revoir les enfants, 1987), Louis Malle enmarca en una
Francia en plena Segunda Guerra Mundial la historia de unos niños preadolescentes que, tras
la vuelta de las vacaciones (a un internado católico), habrán de enfrentar un curso académico
que les marcará de por vida.
Durante el transcurso de la trama iremos siguiendo la historia de nuestros dos protagonistas,
Julien Quentin, que proviene de una familia católica; y Jean Bonnet, un chico de origen judío
al que acceden a refugiar en el internado y que se ve obligado por las circunstancias a ocultar
su procedencia. La amistad se origina entre ambos y empieza a desarrollarse, ya que
comparten cierta sensibilidad por la belleza y algo de la sencillez de los que todavía no han
dejado de ser niños y empiezan a compartir ese «dos marchando juntos» (Ilíada X, 224);
amor sincero entre semejantes que obvia los puntos «triviales» que los diferencian, pues ni
siquiera el descubrir el origen judío de Jean (de verdadero apellido Kippelstein) ni este
saberse distinto en algo tan fundamental como las creencias, parece tener efecto alguno en la
manera que comparten de ver el mundo.
En esta amistad la inmadurez de los amigos impide que la misma alcance su plenitud, porque
«la amistad es una virtud o algo acompañado de virtud»19 y como tal necesita de un ejercicio
de la misma. No obstante, presenta ya una característica fundamental de la amistad, cuyo
surgimiento es facilitado por la inocencia de los amigos: «no tiene valor de supervivencia»20,
19
Aristóteles, 2007, 1155a.
20
Lewis, 1997, p. 83.

9
ya que, aunque estos son amigos por quizá una inclinación de su naturaleza, dicha
inclinación no tiene por objeto obtener nada del otro. Cabe matizar esta última afirmación,
pues cuando uno piensa en una amistad, incluso en su propia experiencia personal, es capaz
de reconocer que un amigo es algo placentero o que muchas veces ha sido útil, pero, si bien
estas realidades se dan en la amistad, se dan ya que poseen semejanza y no la plenitud de la
amistad «perfecta»21. Así, nos encontramos con un amor, el de la amistad, que no se
fundamenta en la obtención de ningún beneficio, de ningún placer, que requiere de un
ejercicio virtuoso y que busca el bien del prójimo por causa de este. Y, quizá, ante algo así,
alguien que no hubiera experimentado nunca la amistad, alguien marcado por el
pragmatismo, podría preguntarse si de verdad hay algo valioso en la misma.
En la película esta realidad del valor de la amistad queda patente cuando dejamos avanzar la
trama y nos encontramos con el trágico desenlace en el que la presencia de judíos en la
escuela es delatada, lo que desemboca en la escena final en la que Jean será apresado (y
llevado a un campo de concentración), cerrando la película con un intercambio de miradas
entre los dos amigos, un plano del rostro de Julien, rostro marcado por la incomprensión, el
miedo y el dolor y un breve epílogo en el que la voz de un Julien cuarenta años mayor
termina: «recordaré cada segundo de esa mañana de enero hasta el día de mi muerte»22.
Y digo que queda patente porque incluso en una sociedad como la actual, en la que la
tendencia es conferir valor a lo más inmediato y práctico, a lo que nos aporta placer, en
definitiva, una sociedad en la que se rinde culto a lo útil y placentero, me atrevo a afirmar
que en esa misma situación seríamos incapaces de no sentir el mismo dolor; dolor que,
evidentemente, no proviene de sufrimiento físico y que, por tanto, surge de la pérdida (o del
miedo a la pérdida) de algo valioso. Pero, si hemos afirmado que la amistad no tiene valor de
supervivencia, ¿qué clase de valor posee?
Nos queda entonces asignarle el valor de algo que no sirve a nuestra naturaleza animal, que
es la que valora la supervivencia. Nos queda asignarle el valor de lo inútil, que, por su
naturaleza, sobrepasa nuestras necesidades primarias. Nos queda asignarle el mismo valor
que le asignamos a la belleza, el valor de la poesía, el valor de lo que podemos querer por sí
mismo y no por lo que nos aporta. Y que podamos conferir valor a tales realidades es
precisamente lo que nos distingue como seres trascendentales.

21
Aristóteles, 2007, 1157a.
22
Malle, 1987.

10
Conclusión
A raíz del análisis realizado en estas tres obras, hemos llegado a la conclusión de que la
hipótesis referente a la incompatibilidad de la amistad interreligiosa es errónea, si bien es
cierto que es posible que no se haya llegado a dar este conflicto debido a la inmadurez en las
creencias y la fugacidad de las relaciones. La religión es un tema tan intrínseco en la vida del
hombre que una distinta concepción del bien y de la perfección acabará por manifestarse.
Ahora bien, ¿qué es la amistad? Tal y como se ha expuesto exteriormente, el Filósofo la
define como «una virtud o algo acompañado de virtud»23. Con ello trata de decir que cuando
es perfecta es una virtud y cuando no, es algo acompañado de virtud, siendo esto último lo
que nos encontramos en estas obras. Los personajes, al ser (pre)adolescentes, denotan en su
actitud cierta inmadurez e incomprensión de la virtud de la amistad.
Asimismo, la confusión del amor de amistad y el eros en el caso de Sebastian y Charles se
hace patente en la novela. Acaso se deba a una visión antigua del concepto de amor y no del
amor cristiano. Esta distinción la explica de manera sucinta Max Scheler en el siguiente
pasaje de El resentimiento en la moral:
En la esfera de la moral cristiana, en cambio, el amor es sobrepuesto expresamente, por lo que
se refiere al valor, a la esfera racional. El amor «nos hace más bienaventurados que toda
razón» (San Agustín). En la historia del hijo pródigo está dicho con suficiente claridad. El
«agape» y las «caritas» son separados, radical y dualísticamente, del «eros» y el «amor»,
mientras que el griego y el romano tienen más bien la representación de una continuidad entre
estas especies del amor, aunque reconocen diferencias de rango entre ellas24.
En última instancia, el amor parece ser entendido por estos protagonistas como sustancial, y
ello implica una confusión de la naturaleza de la amistad. Si la amistad es relación, de ello se
deriva que es accidental. El amor cristiano es «una “intención” espiritual sobrenatural que
rompe y deshace todas las leyes de la vida impulsiva natural»25, transvalorizando todo aquello
que en la moral pagana se postulaba. Ya no es un apetito, necesidad o camino de perfección;
es un acto, no de la sensibilidad, sino del espíritu. En la visión cristiana, se invierte esa
búsqueda del deseo ansiado, pues el amor crece con su acción; y, en definitiva, no hay mayor
ejemplo de ello que el testimonio de los santos y profetas del pasado.

23
Aristóteles, 2007, 1155a.
24
Scheler, 1933, p. 82.
25
Scheler, 1933, p. 83.

11
Bibliografía
Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro VIII, RBA, Barcelona, 2007.
Du Gard, Roger Martin, Los Thibault, Alianza, Madrid, 1974.
Homero, La Iliada
Lewis, Clive Staples, Los cuatro amores, Rialp, Madrid, 1997.
Scheler, Max, El resentimiento en la moral, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1933.
Waugh, Evelyn, Retorno a Brideshead, RBA, España, 1992.

Filmografía
Malle, Louis, Adiós, muchachos, Francia, 1987.

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