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Cuando el río suena: apuntes sobre la historia arqueológica del valle del río
Magdalena

Article · January 1998

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1 author:

Franz Rolando Flórez Fuya


University of Antioquia
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CONTENIDO
(Tabla original de la Revista antes de ser digitalizada)

Artículos

FRANZFLOREZ.............................................................................. 9
Cuando el río suena: apuntes sobre la historia arqueológica del
valle del río Magdalena

CRISTÓBAL GNECCO ..................................................................45


Paisajes antropogénicos en el Pleistoceno Final y Ho loceno
temprano en Colombia

BERNARDO T. ARRIAZA............................................................ 63
Espondilolisis en paleopatología

CONRADO RODRÍGUEZ-MARTÍN ............................................ 69


Una epidemia histórica en las Islas Canarias. La modorra de
los guanches (1494-1495)

MARÍA LUISA DURRANCE, MARÍA DEL PILAR


MEJÍA y SYLVIA MONROY........................................................ 89
Las enfermedades infecciosas como problema de investigación: el
caso de la sífilis y la tuberculosis

LIVIAKOZAMEH ........................................................................105
La utilización de marcadores biológicos en la construcción de
estrategias adaptativas prehistóricas

ANDRÉS PATINO ........................................................................117


El aporte antropológico al trabajo interdisciplinario forense

Informes

FRANCISCO ETXEBERRIA ....................................................... 141


Contribución al estudio de las cremaciones: aspectos macroscópicos
del tejido óseo sometido al efecto de las altas temperaturas

FELIPE CÁRDENAS-ARROYO ..................................................149


2
Un caso de osteoartrosis prehispánica en Colombia

HUGO A. SOTOMAYOR ............................................................ 163


La bartonelosis: un caso de patología prehispánica en el Ecuador. La
dracontiasis: un caso de patología en la Cartagena colonial esclavista

Debates

ALEJANDRO DEVER................................................................. 173


Comentario sobre: Cuando el río suena: apuntes sobre la historia
arqueológica del valle del río Magdalena.

FRANZ FLÓREZ......................................................................... 175


Réplica al comentario: Cuando el río suena: apuntes sobre
la historia arqueológica del valle del río Magdalena

Investigaciones en Los Andes 1998-1999......................................181

Normas para la presentación de artículos a la revista................. 187

3
CUANDO EL RIO SUENA:
APUNTES SOBRE LA HISTORIA
ARQUEOLÓGICA DEL VALLE DEL RÍO
MAGDALENA1,2

Franz Flórez
Departamento de Antropología
Universidad Nacional de Colombia

"a veces, muy pocas veces, la historia es una rumba, pero rumba
o no, el que se la goza es un bacán"
Papá Egoró

INTRODUCCIÓN

Poco antes de morir, Antonio Gramsci, desde la cárcel, le decía en


un carta a su hijo Delio:

1
Dedicado a B.N por su afecto (e inagotable indulgencia literaria).
2
Agradecimientos. A Felipe Cárdenas-Arroyo por promover este germen de
debate, que ojalá fuese cotidiano, a través de la Revista de Antropología y
Arqueología de la Universidad de los Andes. A los (las) dos evaluadores (as)
anónimos (as) de la Revista, y a Yuri Romero, Alba Gómez y Judith Hernández
que con sus comentarios ayudaron a despejar parte de la maleza que caracterizaba
una versión anterior de este escrito. Las arqueólogas Gómez y Hernández tuvieron
además la gentileza de dejarme consultar su artículo sobre Pipintá, aun no
publicado al momento de escribir esto. Por supuesto, esta gente de buen corazón y
amplia tolerancia no es responsable de las tonterías que insisto en cometer por
escrito.

5
"Queridísimo Delio: Me siento un poco cansado y no puedo escribirte
mucho. Tú escríbeme siempre y de todo lo que te interesa en la escuela. Yo
creo que la historia te gusta, como me gustaba a mí cuando tenía tu edad,
porque se ocupa de los hombres vivos, y todo lo que se refiere a los
hombres, al mayor número posible de hombres, a todos los hombres del
mundo en cuanto se unen entre sí en sociedad, y trabajan, y luchan y se
mejoran a sí mismos, no puede dejar de gustarte más que cualquier otra
cosa. Pero ¿es así? Te abrazo. Antonio ".

A mí también me gusta la historia, por eso me he aventurado a


escribir sobre una historia local, la del valle del río Magdalena,
reconstruida y reinventada desde la arqueología. Porque haciendo
un repaso de la literatura arqueológica de la zona, he encontrado que
ésta se ha hecho más de buena fe que de buenas (o malas) teorías
sobre la genealogía del presente o del pasado. Eso significa que la
práctica arqueológica invierte la mayor parte del tiempo, la
paciencia y los recursos en la búsqueda, recuperación, clasificación y
descripción de los hallazgos; de forma que queda poco espacio y
deseos de profundizar en lo que justifica todo ese esfuerzo: estudiar a
la gente que se reunió y formó sociedades, investigar qué era el
poder, cómo se conseguía, cómo se conservaba, cuál era su relación
con la producción de alimentos, o con la división del trabajo.

Al arriesgarme a hacer esta arqueología de escritorio, no quiero decir


que lo hecho hasta ahora no haya sido un aporte. No pretendo
menospreciar el avance empírico sin el cual este escrito no habría
sido posible hace diez años. Tampoco quiero ignorar que nunca ha
sido fácil obtener la financiación del sector oficial (público) o
privado ("arqueología de rescate"), ni tampoco quiero pasar por alto la
generosidad y esfuerzo de algunos arqueólogos (formados antes del
"bum" de la "arqueología de tubo", y del pedestre afán por los
doctorados, que garantizarían que los naturales destas tierras sí
hacen "ciencia" de un "nivel internacional"; de los auxiliares de
excavación (mi escuela), los obreros, topógrafos, palinólogos,
palmólogos, edafólogos, guaqueros, conductores, dibujantes y toda
esa gran "familia" esporádica, fugaz e itinerante que se forma con
cada proyecto de arqueología. Pero no sólo de agradecimientos y
diplomacia vive una disciplina. A veces los marineros tienen que
preguntar para dónde va el barco.

6
Al plantear "interesantes expectativas teóricas", corro el riesgo de
que las mismas resulten "distantes de la realidad arqueológica
colombiana" (Peña, 1993:265); pero, para un servidor, también es
una realidad que hemos aprendido a hacer o evaluar un proyecto de
arqueología ("normal" o de "rescate") sin que importen mucho los
criterios o conceptos usados para definir un área de estudio o un
sitio arqueológico, o para organizar la rutinaria bús queda de los
sitios, la clasificación de los materiales obtenidos, el uso de ciertos
análisis de laboratorio, y la interpretación de los "datos" obtenidos. Lo
que debía ser un medio (encontrar sitios, clasificar y describir
materiales) se ha convertido en un fin: lo importante hoy en día es
encontrar un "sitio", no importa cómo, y, si es posible, excavarlo y
"sacar una fechita". La esperanza es que esta actitud crítica (que
busca más equilibrio entre la cantidad de las observaciones y la
profundidad de las conclusiones de los arqueólogos) no sea
descalificada como "polémica improductiva" (Cárdale, 1992:238), ni
que su validez sea controvertida con argumentos de autoridad, es
decir, con "conceptos emitidos por personas e instituciones de
reconocida solvencia científica nacional e internacional" (Correal,
1990:161).
Se dice en ocasiones que evaluar un trabajo de arqueología
("normal" o de "rescate") consiste en establecer si la metodología o las
técnicas ("normales" o de "rescate") utilizadas se destinaron a
cumplir con los objetivos o preguntas ("normales" o de "rescate")
que motivaron la investigación. Pero al considerar que cada
investigación arqueológica (histórica) es un mundo autocontenido, se
olvida que lo que caracteriza y diferencia a la historia como
disciplina (y se supone que la arqueología es otra forma de recrear la
historia, cfr. Patterson, 1989) de las demás ciencias sociales, es su
carácter de totalidad, su intento de abarcar lo humano en su conjunto
para tratar de explicar cómo funcionan y por qué cambian o no las
sociedades (Thompson, 1981; Pereyra, 1985; Villoro, 1985;
Fontana, 1982, 1992; Dosse, 1989; Anderson, 1995; Langebaek,
1996a, b).

El fraccionamiento o especialización "científica" de la


arqueología nos está llevando a investigar minucias técnicas, a
excavar cientos de "sitios claves", a comprar más

7
descontextualizados y costosos "tesoros Quimbaya" que se exhiben
"en grandes escenarios y con música grandiosa" (Piero dixit), y a
citar acríticamente a los cronistas de siempre; así, nos estamos
llenando de informes arqueológicos ("normales" o de "rescate") con
conocimiento histórico que resulta relevante sólo para las hojas de
vida personales. Esos informes, que a veces ni siquiera leen los
demás miembros del "cla n", porque terminan sus días olvidados (los
informes quiero decir) e inéditos en un estante, visitados únicamente
por el polvo de los años. Y si no se llegó muy lejos cuando los
filósofos trataron de resolver las incongruencias metodológicas de
los viejos "nuevos arqueólogos" (Gándara, 1981), nosotros también
nos vamos a desencantar con el otro extremo: la arboleda de
informes técnico-descriptivos que no dejan ver el bosque. El narciso
romanticismo del "palustre dorado" (Flannery, 1988) para el que
todo lo que excava o clasifica un arqueólogo es valioso (porque ah!
la cultura, el patrimonio, esos días bajo el sol, esas noches
corrigiendo informes, el contrato), está más cerca del anticuarismo
que de la disciplina histórica que se supone debemos ayudar a
construir.
Espero hacer notar que la valoración e interpretación de los
hallazgos hechos por los arqueólogos en el valle del río Magdalena
en los últimos 30 años, debe en buena medida su razón de ser a dos
propuestas de investigación, en apariencia distintas, que poco han
sido enriquecidas (o redefinidas) desde que se plantearon. Por una
parte la visión de la región como "ruta de poblamiento" hace unos
10.000 años (Reichel- Dolmatoff, 1965) y, por otro lado, la
"invasión caribe", supuestamente ocurrida en los siglos previos a la
conquista española (Rivet, 1943). Son, en realidad, dos invasiones
separadas por algunos miles de años. La primera se sustenta en la
búsqueda y comparación de artefactos de piedra con más de 5000
años, la segunda en1 la clasificación de fragmentos de cerámica. A
partir de estos últimos se ha ido creando un esquema cronológico, y se
han deducido horizontes o tradiciones "culturales" con los que, a su
vez, se sustentan las oleadas migratorias. Sin más preámbulos, pasaré
a discutir éstos y otros temas conexos que pueden prestarse a
discusión.

8
ADÁN Y EVA DE PASO POR EL VALLE DEL RÍO MAGDALENA

A mediados de la década de los años sesenta, Gerardo Reichel-


Dolmatoff (1965) propuso que el valle del río Magdalena había sido
paso obligado de los primeros pobladores de Suramérica
procedentes del estrecho de Bering, fijando el hecho hace unos
10.000 años. Esa se consideró una hipótesis muy atractiva pero
difícil de corroborar dado lo esporádico y puntual de las
investigaciones y lo difícil que resultaba hallar contextos
estratificados que ofrecieran asociaciones medianamente confiables
(Correal, 1977; Ardila y Politis, 1989)
Fue hasta la década de los noventa cuando los proyectos de
arqueología de rescate -en su mayor parte- permitieron documentar
ocupaciones de los "primeros pobladores". Un breve reporte sobre
evidencias halladas en un sitio en Girardot (Cundinamarca) indica
que su presencia se remonta hacia el 16.000 AP (Correal, 1993:3).
Un mayor número de dataciones y evidencias documentadas se
presentan hacia el 10.400-10.200 AP en sitios como Yondó (López,
1989:15), Puerto Nare (López et ai, 1994:28) y Puerto Berrío
(Antioquia) (López, 1989:12).
Llegados a este punto las preguntas pueden ser: ¿qué temas de
investigación motivan a la arqueología del "poblamiento" en el valle
del río Magdalena? ¿Cómo se ha de obtener la información y los
datos que requieren esos temas?
El "poblamiento" tiene en ocasiones que ver con la búsqueda
algo infantil y chauvinista de las "fechas más antiguas", con la cual
sólo se logran las acostumbradas anécdotas del "hallazgo del primer
colombiano", o "paisa", o "cundinamarqués". En comparación con
esta posición, resulta un adelanto que a fines de los ochenta,
haciendo eco del procesualismo, se propusiera que debían estudiarse
los procesos adaptativos de los grupos humanos a los diferentes
medioambientes del Magdalena. Esto haría necesarios estudios
paleoambientales y una clasificación del material lítico hecha en
función de sus posibilidades de explotación del medio ambiente
(Ardila y Politis, 1989).

"Adaptación" se convirtió entonces en el término (mas no el


concepto) con el cual se "interpretaba", por ejemplo, el hallazgo de
puntas de proyectil, raspadores plano-convexos y desechos de talla

9
en "terrazas aledañas al río Magdalena"; estos se consideraron los
vestigios de "cazadores primigenios" que "practicaron alguna forma
de nomadismo y debieron estar eficientemente adaptados a la
¡explotación de recursos del bosque y sabana abierta, con su
industria funcionalmente diversificada" (López, 1995:78). Pero
vistas con detenimiento, expresiones como "alguna forma de
nomadismo" o "cazadores adaptados al ecosistema" (cfr. Cifuentes,
1993:61; Romero, 1995:59), no nos dicen mucho de la vida de esos
"nómadas", sino más de la concepción que algunos autores tienen de
esos primigenios pobladores.
El problema con el estudio de la "adaptación", es que se ha visto
reducido a los análisis del instrumental lítico y a deducciones
"paleoambientales" basadas en los estudios de polen, además de
haberse descuidado el hecho de que no siempre el instrumental lítico
refleja estrategias adaptativas individuales o colectivas (Gnecco,
1997). Se ha pasado por alto que el grado de movilidad de los
"cazadores" depende de la distribución y abundancia de recursos, y
que esto a su vez puede determinar "los patrones de manufactura,
uso y abandono de los artefactos líticos" (Gnecco, 1995b:62). La
denominación de "cazadores-recolectores" ha sido acogida como un
modelo fecundo y claro de una etapa histórica, olvidando que sólo
sirve, si acaso, como un referente temporal y un bosquejo de cierto
tipo de subsistencia. Investigaciones tanto arqueológicas como
etnoarqueológicas llaman la atención sobre lo simplista y poco
productiva que resulta la división entre cazadores-recolectores y
domesticadores-agricultores (Cavelier, et al., 1995). Los llamados
"cazadores-recolectores", que equivalen a sociedades complejas
organizadas en "bandas", poseen un conocimiento detallado de las
plantas disponibles. Es factible que una banda l egue a domesticar
algunas plantas, o bien que sus hábitos de residencia, movilidad o
recolección selectiva modifique en el largo plazo la distribución de
recursos no domesticados, y abran espacios más productivos dentro
del bosque sin recurrir a productos cultivados (Politis, 1996).
¿Cómo se puede interpretar entonces el hecho de que en el valle
del río Magdalena (sitios El Totumo y Pan de Azúcar, Tocaima,
Cundinamarca) se localicen restos de megafauna, mastodonte
(Haplomastodori) y megaterio (Eremotherium sp.), asociados a

10
artefactos de la "clase abriense" cuya antigüedad se sospecha esté
cerca de los 16.000-12.000 años antes del presente? (Correal,
1993:4-5). De la asociación entre artefactos líticos y megafauna no se
deduce si la cacería de grandes presas era esporádica, cuál era su
importancia en la dieta de los antiguos cazadores ni el tipo de
actividades llevadas a cabo en el sitio. De hecho, la caza de presas
de menor tamaño (tortugas, caracoles, ratón, armadillo) está
documentada para el 16.000 AP e n Pubenza (Girardot,
Cundinamarca) (Ibid.). En consecuencia, la evidencia disponible no
permite afirmar o negar si la caza de megafauna era la fuente de
alimento más segura y rentable de los primeros cazadores
(Langebaek, 1996a:13, 15-17). De igual forma, ignoramos la
importancia que tenían las actividades de recolección o selección de
plantas en la dieta en esa época. En consecuencia tampoco sabemos
cómo influyó el cambio climático Pleistoceno- Holoceno y la
extinción de la megafauna en la búsqueda y selección de nuevos
recursos alimenticios.
Llenar estos vacíos del conocimiento no se justifica simplemente
porque sería "interesante" saberlo, porque sí. Esa época temprana,
esos eventos y esos primeros habitantes constituyen la base del
edificio histórico interpretativo. El problema de fondo es "explicar
por qué el modo de vida de cazadores y recolectores prealfareros y
preagrícolas, predominante durante la mayor parte de los desarrollos
precolombinos, no se hizo viable para algunos grupos" (Langebaek,
1996a: 12-13). Antes de examinar este punto abordaremos el
problema de cómo algunas palabras como "formativo" o
"precerámico" se han usado para tratar de "explicar" ese cambio en el
modo de vida de los "cazadores" del valle del Magdalena.

CAMBIO BIFACE TIPO PAIJÁN, BUEN ESTADO, POR METATE NUEVO

Entre el 2700-2300 AP se encuentran fechadas las primeras


evidencias de actividades alfareras que corresponden a un basurero
en Tocarema (Cachipay, Cundinamarca) (Peña, 1991:17, 25), al
igual que unos fragmentos cerámicos, artefactos tallados y una
mano de moler en San Juan de Bedout (Puerto Berrío, Antioquia)
(López, 1989:12, 21), y en El Infiernito (Tocaima, Cundinamarca)

11
(Mendoza y Quiazua, 1990:22). La idea tradicional es que a la par
de la cerámica habrían comenzado a aparecer avisos clasificados
donde se daba a entender que la subsistencia derivada de la caza y
recolección había pasado de moda. Estaríamos hablando de grupos
"agroalfareros" (al parecer nunca prosperó la imagen de
"agrolíticos").
Esa innovación tecnológica (la alfarería) es considerada de tal
trascendencia que a todos los ocupantes del valle del Magdalena
anteriores al 2700 AP (siglo VIII AC) se les llama "precerámicos", o
a aquellos que son contemporáneos de los "agroalfareros" se les
califica de "acerármeos". En ocasiones se les trata de "Paleoindios",
término que en otras zonas se propone explícitamente como una
etapa de desarrollo o un modelo de subsistencia en particular
(Gnecco, 1990, 1995a), carga conceptual ocasionalmente aplicada a
los datos del va lle del Magdalena (López, 1989, 1992). No obstante,
el término es por lo general adoptado sin su contenido (Castaño,
1992) y su intercambio por otras nociones como "cazadores-
recolectores" muestra que los investigadores no son conscientes de si
se está hablando de un modo de vida, un tipo de subsistencia, un tipo
de sociedad propia de la transición Pleistocénica-Holocénica, una
etapa de desarrollo evolucionista o una estrategia para captar
recursos, o todas las anteriores.
Esta ambigüedad conceptual se extiende a la idea de "arcaico"
(cazadores que dejan de serlo al aprender a domesticar plantas) que
ayudaría a "contextualizar" los cazadores "precerámicos tardíos" del
valle del río Magdalena (López y Botero, 1993: 19), o que bien
podría usarse para darle nombre a la transición o al "cambio de la
etapa Precerámica a la Formativa" (Gómez y Hernández, 1997).
Pero visto desde otro ángulo el "Arcaico", el "Precerámico" o el
"Formativo" (Llanos, 1991) son sólo rótulos que se derivan de un
esquema histórico-cultural (Willey y Phillips, 1958) teleológico,
caduco e inductivista estrecho (cfr. Gándara, 1980; Drennan, 1992),
cuya función actual es puramente nominal (Gnecco, 1995a; Mora,
1997).
El problema no es encajar las evidencias en las "etapas", de un
revaluado esquema de "desarrollo histórico", para hacerlas
inteligibles, el problema es que al insistir en esa salida, las etiquetas

12
que usan para clasificar y hacer útiles ciertos datos, reemplazan lo
etiquetado. Su sólo nombre se convierte en una fuerza que rige las
interpretaciones del registro arqueológico. Por ejemplo, se puede
llegar a creer que el término "precerámico" está caracterizando con
claridad un tipo de sociedad o época y no un hecho histórico local; así
se crea una época que se define por lo que la sucede, porque carece
de respaldo conceptual, es el vacío alimentándose de sí mismo. Su
tratamiento aislado de los desarrollos sociales posteriores (los
"agroalfareros") indica además que no hay interrogantes
relacionados con algo parecido a un "proceso histórico". Un vacío
conceptual se percibe también en la expresión "agroalfarero": no
está demostrado ni es una ley que en los lugares en donde se elabora
cerámica hay, necesariamente, una dieta basada en plantas
cultivadas (Oyuela, 1996). Al aceptar rótulos que no definen lo que
pudo pasar sino lo que encontramos, seguimos hablando de la
distribución y propiedades actuales del registro arqueológico y no
propiamente de los procesos que le dieron origen (Gándara, 1980).
A falta de una concepción sólida de la evolución social desde su
base (el "poblamiento"), el resto de las piezas caen al piso como
fichas de dominó, empujadas por una simple pregunta, porque no
hay un trabajo conceptual previo que mantenga en pie las rigurosas
descripciones de ollas o piedras, los elaborados dibujos, las
seleccionadas fotos y los costosos estudios de polen, suelos o
radiocarbono.
Al pensar simplemente en la oposición (¿transición?)
"precerámicos"- "agroalfareros", la historia del valle del río
Magdalena adquiere sentido a partir de un cambio tecnológico que tal
vez indica, pero para nada explica, un cambio de orden social. Estas
insuficiencias y esta queja son prácticamente las mismas que alguna
vez planteó Lewis Morgan (1972:25):

"Los términos 'Edad de Piedra 1 , de 'Bronce' y de 'Hierro', introducidos por los


arqueólogos daneses, han sido sumamente útiles para ciertos propósitos, y
seguirán siéndolo para la clasificación de objetos de arte antiguo, pero el progreso
del saber ha impuesto la necesidad de otras subdivisiones diferentes " (énfasis en el
original).

13
Esas "otras subdivisiones" son conocidas hoy como tipologías
neo-evolucionitas, como la integrada por las etapas de banda, tribu,
cacicazgo y estado (Service, 1984; Drennan y Uribe, 1987; Earle,
1987). Pero la idea no es reemplazar el esquema de Willey y
Phillips por el de Service, ni buscar si un sitio o conjunto de
vestigios clasifican como "cacicazgo" o "estado".
Hasta donde yo entiendo (aclaro que no recuerdo haber visto
oficialmente una sola clase de evolucionismo para arqueólogos
mientras estuve en el pregrado), el objetivo es problematizar una
variable (demografía, intercambio, control ideológico) que
supuestamente explica por qué en unas sociedades surge cierto
grado y clase de complejidad y en otras no. Se diseña entonces una
metodología que permita crear los datos necesarios para evaluar la
validez de ese modelo y "finalmente" se determina el tiempo de
investigación, el área que se considera relevante estudiar de acuerdo
con el modelo propuesto, qué tipos de análisis técnicos son
necesarios y si se han de excavar o no sitios (Drennan, 1985, 1991,
1992; Renfrew y Bahn, 1993).
No obstante, el inconstante ritmo de la investigación en el valle
del Magdalena, las condiciones de financiación (públicas o
privadas), la preparación de los arqueólogos involucrados -cuyo
"único contacto con teoría es (o fue) en cursos de antropología
social que no estaban diseñados para relacionarla con su quehacer
como investigadores" (Langebaek, 1996b:21), lo cual deriva en que
primero se excave y después se monte cualquier tipo de explicación
que pueda "explicar los hallazgos"- todo esto, ha llevado a que se
hable de "sociedades complejas" o "igualitarias" sin tener muy claro
lo que eso implica en la teoría y en la práctica. Sobre este panorama
clarooscuro trata el siguiente apartado.

Y EN ESAS LLEGARON LOS CARIBES

La mayoría de sociedades que encontraron los españoles del


siglo XVI en el valle del Magdalena, son consideradas "sociedades
igualitarias" (Reichel- Dolmatoff, 1986; Castaño y Dávila 1984;
López, 1991a; Castaño, 1987) por descarte. Es decir, porque no se ha
encontrado la evidencia que supuestamente caracteriza la

14
"complejidad social" (estatuas, ciudades perdidas, hipogeos,
pirámides, elaborada orfebrería o cerámica mortuoria). A esto se
suma que la imagen deducida de las crónicas de panches, pijaos y
carares es la de unos grupos revoltosos y antropófagos que contrasta
con los "civilizados reinos muiscas" del altiplano (Bolaños, 1994).
No obstante, la existencia de "caciques" es inferida de esas mismas
crónicas (Cifuentes, 1993:63; Romero, 1995:70)3 , o de ciertos
indicadores arqueológicos (Castaño, 1992:25; Cifuentes, 1993:58). En
este último caso, los términos "Fase" o "Complejo" o "Cultura
Butantán" son reemplazados por el de "Cacicazgo Butantán"
(Castaño, 1985 en López, 1991a; Castaño, 1987, 1992; Romero,
1995), al parecer sin mayores traumatismos.
Pero lo que en realidad entusiasma a los investigadores no son
los "cacicazgos" sino los "caribes", identidad genérica adjudicada a
docenas de "sociedades igualitarias" que han sido agrupadas dentro de
las "etnias" yareguíes, carare o pantágora. ¿La razón? Permite aplicar
una vieja idea que homogeniza el registro arqueológico y la historia
del valle del Magdalena y ahorra latosas elaboraciones conceptuales.
El llamado "Horizonte de Urnas Funerarias del Magdalena medio"
definido en la década del cuarenta (Reichel-Dolmatoff G y A, 1943)
se equipara con la "invasión karib" (Rivet, 1943) y así se sustenta la
existencia de migraciones (Castaño y Dávila 1984; Romero, 1995),
sin haber aclarado primero los problemas cronológicos de ese
"horizonte"4

3
Esto a pesar de que en aquellas crónicas (en una anticipación de la literatura
arqueológica actual), los españoles "no fueron muy consistentes en el uso de
categorías o términos para describir las posiciones de rango o estatus" (Jaramillo
1995:68). Dicha falta de claridad pudo obedecer al hecho de que en algunas
sociedades la autoridad de los jefes se derivaba de alianzas; en otros casos la
diferenciación social se basaba en la capacidad de redistribuir ciertos productos, el
control de los mismos o el manejo y monopolio del aspecto simbólico.

4
Podemos asumir, siguiendo a Romero (1995:64), que el "Estilo
Cerámico Colorados" del Magdalena Medio, fechado entre los siglos VII y
XIV d.C y que incluiría el "Horizonte de Urnas Funerarias", es la
evidencia de la "invasión caribe" ocurrida a partir del siglo VIII d.C (Ibid.:63,
68, 72). En ese caso, no tiene sentido que se reporte cerámica del siglo IV
d.C excavada en Puerto Araujo (Santander) asociada con ese "Horizonte"
(López et al. 1994:30). Tampoco que urnas de ese "Horizonte" se clasifiquen
dentro del tipo cerámico Tocaima Inciso

15
Cuando se habla de lo "Caribe" (Castaño y Dávila 1984; López,
1991a; Romero, 1995; Burcher, 1995) no se define de antemano si
se está hablando de una entidad a nivel regional articulada desde el
punto de vista político, social, religioso, lingüístico, económico o
artístico. Así queda el camino libre para aplicar una concepción
normativa de la cultura: "la dispersión de un mismo estilo de
cerámica indica una ocupación...unida por una tradición común"
(Romero, 1995:64). O más alegremente, se asegura que "el registro
arqueológico documenta el proceso migratorio de esos grupos (los
caribes), observable en las afinidades estilísticas de su cerámica"
(Burcher, 1995:94), afinidades que no son visibles para todos
(Romero, 1995:72).
Pero como esa homogeneidad estilística puede fragmentarse de
acuerdo al nivel de resolución y la particular idea de "etnicidad" de
cada investigador, también podemos decir que la variación de unos
cuantos rasgos cerámicos nos indican la "autonomía e identidad de
cada grupo" (Cifuentes, 1994:63). O que la cerámica asociada a
cualquier datación del siglo XV en adelante (hallada en determinada
región que recuerda la noción de "área cultural") puede adjudicarse a
los "panches" o "pijaos" (López y Mendoza, 1994, Chacin, 1993-
94)5 . La concepción normativa de la cultura aplicada a la

que cuenta con una cronología relativamente "temprana" (siglo III-XVI d.c, según
Cifuentes 1994:12, 39). Esta identificación es inquietante porque el Tocaima
Inciso fue definido en "zona panche" (Mendoza y Quiazúa, 1990; Rozo, 1990) y
la "filiación karib de los panches no ha sido demostrada" (Romero 1995:70). Y si el
patrón "temprano" de las urnas del "Horizonte" (o sea de Colorados, léase caribes)
se repite con el material asociado a dataciones de los siglos IV y VI d.C de la
cuenca del río La Miel (Caldas) (Cavelier, 1995), tendríamos que concluir que las
"migraciones", las "oleadas de invasores caribes" comenzaron antes de que
llegaran los caribes e incluían grupos sin "filiación karib", lo que no parece muy
coherente. Pero siempre hay que ver el lado positivo: de pronto descubrimos que
los caribes no llegaron sino que salieron del Magdalena Medio. Habría entonces
que pensar en cambiar otra vez las flechas de migraciones de los mapas de los
museos. He ahí una de las más trascendentales problemáticas que estudia la
arqueología colombiana (purcher, 1985, 1995).
5
Dataciones "panches" de los siglos XVI y XVIII se hallaron asociadas al tipo
cerámico Pubenza Polícromo (López, 1991b:200; López y Mendoza, 1994:198,
206), significa esto que los sitios en donde sea abundante ese tipo cerámico, se
incluyen dentro de algo parecido a un "territorio panche"? O bien, que cuando esa

16
arqueología (Gándara, 1980; Conkey, 1990; Llamazares y
Slavutsky, 1990; Langebaek, 1993, 1995b, 1996b) permite que las
"identidades" creadas por la pluma de los cronistas ibéricos se
tomen a veces como identidades étnicas diferenciables. Acto
seguido, se proyectan hacia el pasado (unos 500 años en promedio)
para contextualizar urnas funerarias, pisos de vivienda, tipos de
dieta, o la forma y función de algunas vasijas de barro. Algo similar
pasó en el altiplano cundiboyacense con los muiscas (Mora, 1990),
en el altiplano nariñense con pastos y quillacingas (Cárdenas-
Arroyo, 1995), o en el viejo continente con las crónicas de la Roma y
Grecia antiguas (Finley, 1986:40-41).
Lo bueno de este ejercicio es que le da un sentido de "historia" y
un certificado de "antigüedad" a las colecciones de finas chucherías
(perdón, a nuestro patrimonio cultural) que se exhiben en museos,
embajadas y casas de "la cultura"; o que se reve nden en prestigiosas
casas de subastas (¿eso también es patrimonio cultural?). Lo malo de
esta estrategia política, museográfica y comercial es su lado
académico: al aplicar las etiquetas "étnicas" a una zona de estudio o
un conjunto de vestigios, asumimos que no hubo contradicción
alguna entre la distribución de etnias y alianzas políticas del siglo
XVI (o antes) y la distribución de atributos o tipos cerámicos (de
cuya homogeneidad se deducen esas "identidades étnicas"), y eso no
está ni mucho menos claro (ver nota 3).
Esta postura conduce a inconsistencias, como la de suponer que
no hay mayor problema al tratar de definir "estilos cerámicos". Se
plantea por ejemplo que todo el material alfarero del Magdalena
Medio datado entre los siglos VII y XIV d.C puede ser llamado

cerámica comienza a producirse, más o menos hacia el siglo IX d.C (cfr. Pefla,
1991:48, gráfs. 2-4), ¿se puede comenzar a hablar de la "etnia panche"? Y si
en las investigaciones inéditas efectuadas en la cuenca del río La Miel, donde
se obtuvieron dataciones de los siglos IX, XII y XV d.C. (Cavelier, 1995), se
halla ese tipo cerámico; podemos suponer que en La Miel también había
"panches"? O qué deberíamos decir de los sitios dentro del "territorio
Panche" (Rozo, 1990: Mapa 1; Cifuentes, 1993: Mapa 2, 1994:Mapa 2) donde
el Pubenza Polícromo no es abundante: ¿que la gente que vivió allí tenia
problemas de "identidad cultural"? El problema de fondo es que asumimos
(pero nos sustentamos) que la dispersión de cierta cerámica ilustra una
realidad política concreta o al menos patrones culturales compartidos (cfr.
Langebaek, 1995b: 19).

17
"Colorados", "para evitar la dispersión de nombres referentes a un
mismo estilo cerámico" (Romero, 1995:64), estilo que además es la
evidencia de una "invasión" ocurrida a partir del siglo VIII d.C
(Ibíd.:63, 68). El siguiente paso es buscar el "sitio" (la excavación)
en donde se observa que esa "oleada invasora caribe" o "Estilo
cerámico Colorados" desplaza a sus predecesores. De preferencia
esos predecesores, a su turno, también deben conformar otro
"estilo" para que la invasión sea más o menos clara.
Esa invasión, al parecer, es visible en el sitio Pipintá (La Dorada,
Caldas) donde "Colorados" habría desplazado al "horizonte de la
tradición del Formativo Tardío" o "Tradición Roja Incisa"; el caso
sería todavía más interesante porque la superposición cronológica de
dos dataciones del siglo VII d.C evidenciaría la "coexistencia de la
invasora Colorados con la Formativo Tardío" (Ibíd:63).
El problema es que para llegar a esa conclusión hay que
.sustentar, primero, por qué un "estilo cerámico" (Colorados)
equivale a una "etnia" (los caribes), algo que generalmente se da por
descontado. En segundo lugar, la discontinuidad cerámica no es una
"prueba" confiable de que hubo cambio de pobladores. En el
Amazonas también se usaron idénticos argumentos para sustentar
invasiones. Estudios posteriores han cuestionado esa posición
metodológica reduccionista y han mostrado que los cambios
técnicos y formales de la cerámica no son ni el único ni el mejor
medio para estudiar los cambios demográficos de un sitio
arqueológico (Cavelier et al., 1991; Urrego et al. 1995).
En cuanto a la idea de "coexistencia" entre los desplazados
"Rojo Inciso" y los invasores "Colorados" en el sitio de Pip intá, se
puede recordar que algo similar también se sostuvo para el sitio de
Landázuri, en Santander (Lleras, 1988; López, 1991a) donde se
llegó a hablar de "colonias biétnicas guane- muisca", interpretación
que resultó poco convincente para otros autores (Langebaek,
1996a:99-101). En el caso de Pipintá, hay dos fechaciones del siglo
VII d.C para ocupaciones diferentes (Formativo Tardío y
Colorados). Pero de eso no se puede concluir que "halla una
convivencia" entre las dos ocupaciones, pues es factible que la
"datación temprana" sea en realidad una redepositación de los
niveles superiores (Gómez y Hernández, 1997).

18
Es paradójico que, a pesar de que no se cuenta con estudios que
permitan calcular el tamaño o la densidad de la población en forma
relativa o absoluta para ninguna cuenca tributaria del valle Medio del
río Magdalena, es corriente encontrar que las invasiones siguen
tomándose como un hecho que explica los cambios históricos antes
que como un problema por resolver. La homogeneidad cultural que
sustenta la "invasión caribe" oculta diferencias en el tipo de
asentamiento. Para Puerto Salgar, donde se definió el complejo
Colorados, se dice que los creadores de esa cerámica habitaron
residencias del tipo "maloca" (Castaño y Dávila 1984; Castaño,
1987:241, 1992:24), mientras que en la cuenca del río Carare (en
donde los grupos también habrían estado unidos por la "tradición
común karib") se dice que "no hay evidencia de ese tipo de
viviendas" (López, 1991a:98).
No parece que se avance mucho si en lugar de definir los
"invasores karib" por su unidad étnica o lingüística decimos que se
trata de una "identidad económica" (Buroher, 1985 en López,
199la: 113; Burcher, 1995); el tipo de subsistencia también difiere
pues mientras en el sitio Colorados pudo haber una mayor
dependencia del maíz y la agricultura que de la caza (Castaño y
Dávila 1984:124-125), en la cuenca del río Carare la subsistencia
sería más que todo depredatoria (López, 1991a: 100). Así, olvidamos
que cada sociedad vive condiciones históricas particulares y nos
dedicamos a explicar por qué se parecen las ollas o por qué la gente
come lo mismo, y no cómo se integraban (o desintegraban) esos
grupos humanos alrededor de la ideología (¿todavía se usa esa
palabra?) o el control de los recursos.
Con nociones como las de "cazadores nómadas", "modo de vida
arcaica" o "invasiones caribes", se trata de remediar el hecho de que
con la excavación parcial de un yacimiento arqueológico y la
comparación de rasgos cerámicos, presentes en sitios aislados, se ha
terminado por reemplazar a los estudios regionales y a largo plazo,
que también podrían ser puntuales (de "sitio") pero estar armados
con hipótesis relevantes para la historia y no sólo con perogrulladas sin
mayor ambición explicativa (Langebaek, 1996b: 15, 17, 22).

Y eso ocurre bien sea que se trate de investigaciones financiadas


por el sector oficial (donde el arqueólogo determina qué zona y
qué

19
tema va a estudiar) o por el sector privado (donde la "zona de
estudio" no depende del interés por, digamos, las pautas de
asentamiento prehispánicas -que se supone son visibles a nivel
regional- sino por la búsqueda del mejor lugar para colocar una torre o
un tubo). Al fin y al cabo los arqueólogos que adelantan unas u otras
son los mismos. ¿O no?

CENTRALIZACIÓN POLÍTICA Y PRODUCCIÓN DE EXCEDENTES

Las observaciones hechas hasta ahora han sido más o menos


abstractas. Resulta entonces prudente aterrizar en un punto concreto.
¿Qué implica, por ejemplo, el uso del término "cacicazgo"? Por
"cacicazgo" se pueden entender una unidad social regional basada
en relaciones asimétricas de poder, riqueza o prestigio entre
comunidades o grupos locales que han perdido su autonomía; la
toma de decisiones en estas sociedades no llega a incluir una
burocracia institucionalizada (Carneiro, 1981; Service, 1984;
Drennan y Uribe, 1987; Earle, 1987).
¿La tarea sería identificar etnohistórica o arqueológicamente
"cacicazgos" (Butantán, Marrón Inciso, Panche, Álzate)? Esta idea
es la que tienen algunos autores (Uribe, 1987; Llanos, 1987, 1991,
1992; Gómez, 1990; López, 1991a), que le atribuyen un sentido
lineal y mecánico al enfoque evolucionista, cuyo objetivo sería
encontrar representadas estratigráficamente todas aquellas "etapas"
(bandas, tribus, cacicazgos, estados) por las que necesaria e
inevitablemente pasan todas las sociedades, algo nunca visto; de ese
imposible empírico, deducen que el evolucionismo no es viable
como teoría social, ni explica mejor los cambios sociales
prehispánicos en el valle del Magdalena que la perspectiva histórico-
cultural. ,
Estudiar "cacicazgos" significa que se busca examinar los tipos
de cohesión que pueden alcanzar (grados de centralización o
integración política) las sociedades de ese tipo, o los mecanismos
que propician el surgimiento de cacicazgos con la misma escala de
complejidad pero con jerarquías apoyadas en diferentes variables (la
redistribución de productos, el control ideológico o el excedente
económico) (cfr. Carneiro, 1981; Earle, 1987; Kowalewski, 1990;

20
Drennan, 1993; Renfrew y Bahn, 1993; Gnecco, 1995c;
Langebaek, 1995a).
De acuerdo con lo expuesto, se puede examinar si el contexto
que posibilitó el desarrollo de cultivos de tubérculos como la yuca,
estuvo conformado por una baja densidad poblacional y una escasa
división del trabajo; o bien si ese tipo de subsitencia no propicia la
formación de cacicazgos (cfr. Reichel- Dolmatoff, 1978). Se podría
verificar si la adopción e intensificación del cultivo del maíz fue
condicionada por una creciente población, o bien por una población
reducida que no podía satisfacer sus necesidades nutricionales a
través de la caza. Se puede estudiar por qué, aparentemente, el
cultivo del maíz estimuló el crecimiento demográfico, surgimiento de
aldeas grandes y especialistas en actividades religiosas o civiles sólo
en tierras altas y no en las bajas del valle del Magdalena. La
interpretación del hallazgo de tusas, granos y polen de maíz, se
podría enriquecer al averiguar también dónde y cómo se aplicaron, y
qué efectos sociales tuvieron las diferentes razas de maíz y
tecnologías de infraestructura agrícola al combinarse con la
productividad, diversidad, tamaño y ubicación de los diferentes
medioambientes (Langebaek, 1996a).
La densidad poblacional puede estar relacionada con el
crecimiento de la centralización política. Esta última noción designa
el proceso mediante el cual un grupo le delega a unos cuantos
individuos la autoridad para la "toma de decisiones", decisiones
que, a su vez, son expedidas desde un "centro" donde reside esa
élite de individuos (Kowalewsky, 1990:51; Langebaek, 1995a:33).
Para "medir" esa complejización se puede tratar de ver el
surgimiento de "centros primarios" que indicarían la concentración
de "seguidores" de los jefes o líderes en los asentamientos más ricos
(Drennan, 1987:313). Se observaría entonces en sistemas políticos
que se expanden la disminución de la cantidad total de la población a
escala regional pero, al mismo tiempo, su crecimiento en los
grandes asentamientos (Idem:315).

Esta perspectiva puede vincular los datos de las épocas


"precerámica" y "agroalfarera". Nos hace preguntarnos cuál era
la dinámica demográfica de la población de cazadores. Cuál
su relación con un cambio de dieta en el que, de una
presunta

21
subsistencia basada en grandes especies animales, se pasó a otra que
contemplaría la explotación de especies más pequeñas y el consumo
de raíces y frutos, de donde pudieron derivarse unas ocupaciones
más estables (Langebaek, 1996a). ¿Puede ser esta secuencia visible
en términos arqueológicos? Eso depende de encontrar sitios donde
sea factible hacer comparaciones diacrónicas de la dieta. Sitios
como El Abra, Sueva, Aguazuque (Correal, 1980, 1986a, 1990) o
Chía (Ardila, 1984) en cuyas "zonas de ocupación" o niveles
superiores (5000-3000 AP) se pudo constatar la preferencia por
especies animales más pequeñas y una tecnología lítica orientada al
aprovechamiento de más especies vegetales.
Una secuencia ligeramente diferente (en cuanto a cronología) se
observa en el municipio de Chaparral (Tolima). En el sitio El
Prodigio (Vereda El Prodigio, Corregimiento El Limón, Chaparral), se
reportan entre el 7000 y 5000 AP, artefactos de corte y
perforación para caza y procesamiento de presas, y raspadores
cóncavos para trabajo en madera y, además, algunos morteros y
semillas de Scheelea, y cantos con bordes desgastados {edge-ground
cobbles). Estas últimas evidencias indicarían la recolección de
frutos y la molienda de raíces y tubérculos (Rodríguez, 1991:12, 75,
1995:115, 121). Hacia el 1600 AP, en la cuenca alta del río Saldaña
(vereda La Aldea, Chaparral), en una ocupación con cerámica e
indicios de agricultura, las formas de los artefactos lascados no
variaron sustancialmente con respecto al 7000-5000 AP. En cambio
los artefactos pulidos como las manos de moler, son más grandes y
pesados y presentan huellas de abrasión; a su turno, los edge-ground
cobbles, las placas alisadas y los molinos del "precerámico" ya no
se encuentran. Hay además evidencia de maíz harinoso en los
niveles cerámicos del sitio El Prodigio (Rodríguez, 1990:49,
1995:120).
Para que este panorama de Chaparral nos pueda decir algo más,
habría que estudiar si el cambio de dieta dentro de la misma época
"precerámica" implicó cambios en el tipo de organización social, o en
la distribución de la población, o bien, si estos fa ctores fueron los que
llevaron a que se adaptara e hiciera irreversible el nuevo tipo de
subsistencia. Sin embargo, a partir de esta perspectiva podemos ver
de otra forma algunos datos "precerámicos".

22
Se ha reportado que hace unos 11.000 años, algunos sitios
ubicados en los municipios de Yondó, La Magdalena y Puerto
Berrío (Antioquia) fueron ocupados por "cazadores especializados"
cuya movilidad se refleja en los vestigios que quedaron de
"estaciones de cacería y desprese" antes que de "sitios de habitació n
semipermanente" ubicados en colinas y terrazas alejadas unos
cuantos kilómetros del actual lecho del río (López, 1989:12, 15, 20-21;
López, etal, 1994:28, 32-33).
De estas zonas la más interesante es Berrío. Aunque no en el
mismo sitio (San Juan de Bedout 1), sí en el mismo municipio se
presentan ocupaciones más recientes, en los sitios Puerto Bogotá
(entre 6000 y 3000 AP) y San Juan de Bedout 4 (hacia el 2500 AP)
(López, 1989:12; López y Botero, 1993:15). Con el material lítico de
estos sitios, se puede hacer un estudio diacrónico del tipo de desgaste
o las microhuellas de uso del material lítico (Niewenhiuis y van Gijn,
1992). Ello puede ayudar a hacer visible cuándo y en dónde se
incrementó "la recolección, consumo y domesticación de plantas" de
los "cazadores especializados", y si a la par disminuyó su movilidad
(López y Botero, 1993:19). Para estudiar el grado de movilidad de los
"cazadores" habría que contar, a su vez, con un estudio del "área de
captación" de recursos de los que se supone depende esa movilidad.
De paso habría que resolver problemas de tipo técnico: ha ocurrido
que los estudios de polen (en los que se basan algunos análisis sobre
paleoambiente) además de escasos, en ocasiones no son productivos
debido a las condiciones de textura y el uso actual del suelo (Gómez y
Hernández, 1997).
En todo caso, preguntas de esta clase pueden ayudar a ver qué
tan significativo es el reporte de "macrorestos de palma de vino
{Scheelea excelsa), de amplias posibilidades de uso alimenticio y
doméstico, en un fogón de vivienda" datados hacia el 4000 AP, en
Puerto Boyacá (Romero, 1995:58). Indica que ya por esa época la
recolección jugaba algún papel en la dieta? Si así fuera, ¿qué pasó
luego? ¿prosperó ese tipo de preferencia alimenticia? ¿se desechó?

Si se toman en cuenta las investigaciones en Tocaima


(Cundinamarca) y el Carare (ver adelante) diríamos que la caza
continuó siendo importante hasta tiempos recientes. La
información disponible no menciona metates ni manos de moler
para Tocaima.

23
En su lugar, para la parte temprana de la secuencia (Corte 1,
cerámica Salcedo Arena de Río, más de 2000 años AP) se habla de
líticos destinados al corte asociados a restos óseos de roedores,
venados, cangrejos y algunos gasterópodos. Para la parte "más
tardía" (Corte 2, cerámica Tocaima Inciso, cerca de 1500 AP)
aumentan los raspadores líticos y disminuyen los instrumentos de
corte. La fauna de esa época comprende venados y gasterópodos
(Mendoza y Quiazua, 1990:26-27). Al suroeste de Tocaima, frente a
Pubenza y siguiendo la margen occidental del río Bogotá hasta la
población de Ricaurte, tampoco se hallan artefactos líticos
vinculados con prácticas agrícolas para épocas "recientes" (siglos I-
XV d.C?). Al lado de instrumentos de corte había restos de conejo,
curí, venado Soche, ñeque, tortugas, pez nicuro y caracoles (Rozo,
1990:88). En una terraza ubicada en el sector que va desde el río
Sumapaz hasta Carmen de Apicalá, se encuentran metates y,
posiblemente también en el mismo sitio, restos de venado, curí,
tortugas, bagre, nicuro, caracoles y moluscos de mar (Ibid.:92). Las
evidencias halladas en las dos áreas se presumen contemporáneas.
El aparente uso de metates no implicó que la base de la dieta
fuese agrícola. Entre 1000 y 600 años AP, en la cuenca del río
Carare, "en más de 25 asentamientos localizados" sólo se hallaron 5
metates, que representan una "cantidad mínima" en relación con el
área explorada. Además, no se halló evidencia indirecta del
consumo de granos o tubérculos (platos pandos o "budares" para
hacer tortas de yuca o maíz) (López, 1991a: 102).
Tenemos entonces que la relación demografía - recursos, en el
valle del Magdalena, no fue lineal. Si bien hay un débil indicio de
que se aprovechan recursos no derivados de la caza desde tiempos
"precerámicos", no parece que eso haya tenido alguna importancia,
pues el alimento se derivó principalmente de la cacería hasta épocas
"cerámicas".
Para épocas más recientes, la información sobre subsistencia es
más abundante, pero se presenta más dispersa en tiempo y espacio.
Son pocos los sitios ("cerámicos") en donde hay una secuencia que
permita estudiar cuánta gente está demandando qué tipo de recursos y
cómo los obtiene. Con estas preguntas en mente lo que hacemos es
tratar de establecer la relevancia de los escasos y puntuales datos

24
sobre la "dieta agrícola" hasta ahora disponibles.
Retomando el "modelo" esbozado en páginas anteriores,
tendríamos que en aquellos sitios donde se presentó el cultivo de
tubérculos, como la yuca, no se habría de hallar alta densidad
poblacional, una notable división del trabajo ni, por ende, indicios de
centralización política. A su turno, en las tierras bajas del valle del
Magdalena, dado el tipo de suelos y lo rentable que eran
actividades como la caza, pesca y recolección en términos de
subsistencia, no se deberían hallar sitios en donde se adoptó e
intensificó el cultivo del maíz ni, en consecuencia, se deberían hallar
grandes concentraciones de población o indicios de especialistas en
actividades religiosas o civiles.
Aun ignoramos si en sitios precerámicos del valle del Magdalena se
procesaban tubérculos y cuál era su importancia como alimento.
Estudios en curso de los artefactos asociados a dataciones ubicadas
entre el octavo y tercer milenio AP para sitios en los municipios de
Barrancabermeja (Santander) y Puerto Berrío*(Antioquia) (López y
Botero, 1993:15; López et al. 1994:31), pueden ayudar a establecer
"las diferencias entre los artefactos producto de los cazadores-
recolectores holocénicos y los fabricados por los pobladores del
precerámico tardío" (López y Botero, 1993:20).

Los datos de ocupaciones más recientes tampoco ayudan mucho


a establecer el significado de los vegetales en la dieta. Para el sitio
Arrancaplumas (Honda, Tolima), fechado hace unos 2000 años,
se asocian metates y manos de moler con el cultivo de la yuca
(Cifuentes, 1991:5). Pero esos artefactos no son evidencia
inequívoca de este tipo de cultivo. En el caso de que en ese u otro
sitio de similar antigüedad se hubiesen guardado sin lavar las
"manos de moler", se podrían buscar fitolitos que podrían
confirmar o desmentir esa asociación (Cooke, 1993:54). Por otro
lado, existe la posibilidad de que, diez siglos después, la yuca
continuara siendo parte de la dieta. En Pubenza (Cundinamarca)
se obtuvieron manos de moler bla ndas y livianas que se
relacionarían con el procesamiento de la yuca (Cárdale en
Therrien, 1990:138). Con este tipo de datos, no resulta muy
productivo tratar de evaluar si, de acuerdo con el modelo arriba
planteado, se cumple la correlación entre cultivo de tubérculos y
baja densidad poblacional.

25
Con el cultivo (o cuando menos el aparente consumo) del maíz
ocurre otro tanto. Hay noticias de que hace unos 2000-1500 años
AP en Armero-Guayabal (Tolima) (Salgado et al., 1997, en Gómez y
Hernández, 1997) el maíz está presente; pero no hay información
disponible sobre cuál es su demanda, cómo se produce y quién lo
consume. Más o menos por la misma época (2000 AP), fueron
enterrados unos individuos en el sitio de Salcedo (Apulo,
Cundinamarca) (Peña, 1991:44,123) quienes tenían problemas
dentales producto de una dieta basada en carbohidratos: pudo ser el
maíz, pero no es seguro. Y por el mismo tiempo, en Guaduero
(Guaduas, Cundinamarca), se habría cultivado de maíz a juzgar por el
tipo de "utensilios líticos y cerámicos" hallados (Hernández y
Cáceres 1989:81). Sin embargo, la función de las piedras de moler y
los metates en Guaduero no es tan evidente, pues también podrían
haberse destinado a moler tiestos como parte de los trabajos de
alfarería (Therrien, 1990:138).
Hay tres sitios en el Magdalena Medio en donde al parecer hay
indicios más sólidos de prácticas agrícolas: el yacimiento Yl del
sitio Colorados (Puerto Salgar-Cundinamarca) (Castaño y Dávila
1984:20, 23, fíg. 2), una terraza cerca al antiguo cauce del río Luisa
(Guamo- Tolima) (Cifuentes, 1994:29,54), y el sitio Pipintá en la
confluencia de los ríos Guarinó y Magdalena (La Dorada-Caldas)
(Gómez, 1995:225 en Cifuentes, 1994:55). Para estas tres zonas se
reportan "tierras de color negro y de apariencia muy fértil". Se ha
llegado a sugerir que en los últimos dos sitios existirían suelos
agrícolas creados por el hombre, análogos a los reportados en la
Amazonia (Cifuentes, 1994:54-55). Sin embargo, los análisis de
laboratorio y el trabajo de campo que permitiría confirmar la
existencia, características y desarrollo de suelos antropogénicos (cfr.
Mora et al 1991) en el Magdalena medio, todavía son precarios. Por
otra parte, no hay confirmación sobre suelos de ese tipo en la
Dorada (Gómez y Hernández, 1997). Iguales dudas pueden
plantearse con respecto al reporte de "suelos negros" en "otros
sectores del río Magdalena, como es el caso del Alto del Rosario",
asociados a cerámica que "corresponde al Período Formativo
Tardío" (Cifuentes, 1994:55).

26
Actualmente no se cuenta con estudios sistemáticos sobre
demografía para el Magdalena Medio. Para estudiar este aspecto,
resulta una prioridad absoluta contar con un marco cronológico
relativamente preciso y verificable que permita establecer periodos
específicos en un área determinada (cuencas de los ríos Bogotá,
Saldaña, La Miel, Carare, Negro, Pontoná, Guarinó, Samaná, Opón,
Cimitarra, Nare o Alvarado, La Miel, Bogotá), algo que todavía es
más un deseo que una realidad (ver notas 2 y 3). Una vez
diferenciados los tipos cerámicos correspondientes a cada período
(Formativo, Pubenza, Herrera, Rojo Inciso, Colorados, como
quieran llamarlos) para cada cuenca, podríamos aventurarnos a
calcular el tamaño de los sitios para cada época y hacer
comparaciones intra e interregionales, si aumenta o no la densidad de
la población, o en qué tipo de suelos se hallan la mayor cantidad de
sitios, los más densos o los más complejos.
Los datos disponibles no facilitan evaluar la relación entre
incremento de la productividad" agrícola y concentración
poblacional. En el sitio Pipintá (Dorada, Caldas), para mediados del
primer milenio d.C, se reseña el aumento de desechos materiales y la
cantidad de fósforo entre la primera (Formativo Tardío) y segunda
ocupación (Colorados) (Gómez y Hernández, 1997). En la cuenca del
río La Miel, también se postula un incremento del área ocupada e
incluso de la densidad poblacional entre las fases Colorados (siglos
VIII/IX - XIV/XV d.C) y Butantán (?) (Castaño, 1992).
En Tocaima (Cundinamarca) se hallaron un mayor número de
fragmentos del tipo Pubenza Rojo Bañado en las recolecciones
superficiales practicadas, que del Pubenza Polícromo. Los tipos
cerámicos Tocaima Inciso y Salcedo Arena de Río no fueron tan
frecuentes en superficie y cuando se encontraron asociados a los de
Pubenza, predominaron sobre ellos en número (Mendoza y Quiazúa
1990:9, 12-13, 15-16). Lamentablemente, no se cuenta con el
informe publicado en su totalidad donde se aclaren las proporciones
porcentuales que muestren la distribución y asociación (si la hubo)
estratigráfica de los tipos de Pubenza con Salcedo Arena de Río
(siglo V a.C) y Tocaima Inciso (siglo III d.C), en qué proporciones y
niveles.
La falta de este tipo de información dificulta deducir si la

27
abundancia de los tipos cerámicos de Pubenza en recolecciones
superficiales y su no recurrente hallazgo junto a Salcedo Arena de
Río, demuestra su cronología "reciente" o no. Si el Rojo Bañado
fuera más tardío que el Arena de Río, pero menos que el Polícromo,
se podría argumentar un aumento de población para un período
intermedio. Esto se podría correlacionar con el tipo de suelos sobre
los que se encuentran las diferentes ocupaciones para examinar si
existió una clara tendencia a asentarse sobre los suelos más fértiles.
De acuerdo con los datos sobre la dieta (ver atrás), no habría
motivos para que esto fuera así dado que la subsistencia no se
derivaba de productos cultivados.
Tenemos entonces unos muy frágiles indicios de que en algunos
puntos (Pipintá, Colorados, ¿Tocaima?) de la vasta región del valle
del Magdalena aumenta la población. Pero no hay una clara
correlación entre este "evento" y el cultivo de maíz. Si este grano
hubiera sido cultivado desde hace 2000 años en el valle, su "efecto"
(?) se habría visto, mínimo, hasta siete siglos después. Pero, a su
vez, el aumento de población no parece que haya implicado una
concentración de la gente en un sitio en particular. El supuesto
surgimiento del "cacicazgo Butantán" resulta más bien tardío: no
antes del siglo XIV d.C (Castaño, 1987, 1992). Se dice que este
habría sido el resultado de la transformación de la "sociedad
igualitaria Colorados" (Castaño, 1992:25). No obstante, no se han
aclarado las condiciones y las variables de esa "transformación".
Durante la fase (¿cultura? ¿horizonte? ¿estadio tribal?) Colorados, la
dieta incluía maíz y yuca, de acuerdo con la evidencia indirecta
(lítico) (Castaño y Dávila 1984). La densidad poblacional se supone
menor que en Butantán (ver atrás), pero no hay cálculos relativos ni
absolutos al respecto y, por lo mismo, la relación entre demografía e
incremento productivo también es incierta. Quizás investigaciones
recientes, aunque inéditas, puedan arrojar luces al respecto
(Cavelier, 1995).

URNAS Y CHAMANES

En la cuenca media y alta del río Opón (Santander), se


reportaron, en la década del 40, tumbas de pozo con escaso ajuar
funerario (fragmentos cerámicos) cuya cronología no
fue

28
establecida (Arcila 1942 en Cadavid, 1989:58-59). Al sur de esa
zona, en el alto río Minero (Buenavista, Boyacá) se reseñaron
tumbas de corte rectangular, de pozo vertical poco profundas y otras
de pozo circular que llegaban a los 4-5 metros de profundidad.
También se reportó la presencia de cerámica similar a la de Honda,
Guarinó, La Miel y Ricaurte, pero no hay más datos al respecto
(Silva 1964 en Cadavid, 1989:60 y López, 1988:54-55).
En la cuenca del río Carare se reportan urnas funerarias para
entierros secundarios del siglo XII d.C (López, 1991a). Al sur de
esta área, frente a la cuenca del río Nare, en Puerto Serviez, se
reseñan para una sola tumba con 6.6 metros de profundidad, 63
urnas funerarias y otras 63 vasijas repartidas entre ollas, cuencos y
copas, presentes como ajuar funerario (Herrera y Londoño 1975 en
Cadavid, 1989). A su turno en Puerto Salgar, para el sitio Colorados se
describen 7 tumbas de las cuales sólo en una se practicó un
entierro primario. En dos de las tumbas se hallaron de a tres urnas
funerarias y en otra se reportan 15 (Castañ© y Dávila 1984: figs 16-
17). Las urnas de Puerto Salgar y el Carare se presumen
contemporáneas con las de Puerto Serviez.
En Salgar y en Serviez es común hallar representaciones
antropomorfas y zoomorfas sobre las tapas de las urnas, a diferencia
del Carare, donde estas son por lo general lisas. Si dichas
representaciones se relacionan con actividades o creencias lideradas
por chamanes (Reichel Dolmatoff, 1986; Pineda Camacho, 1992) o
incluso con el entierro de un jefe y sus segundos, resulta claro que en
el Carare eso no está presente y el grado de institucionalización de la
vida religiosa sería menor o se manifestaría por otros medios. En el
primer caso, nuestra hipótesis estaría de acuerdo con la descripción
que se hace de los artífices de las urnas del Carare como "cazadores-
horticultores tardíos" (López, 1991a:94), de los que no hay mayores
indicios de que existiera un notable grado de centralización política
(jerarquización de asentamientos).

Tenemos, entonces, que hacia el siglo XII existe una


diferenciación en ciertos ritos de paso en el valle medio del río
Magdalena. De las urnas funerarias de Puerto Salgar se ha
deducido previamente una "sociedad igualitaria" (Castaño,
1992:24). Aquí vemos que su "igualdad" podría ser algo
diferente de la otra

29
sociedad "igualitaria" asentada en la cuenca del río Carare. Un
mayor contraste se presenta si comparamos estos datos con los
reportados en el Líbano (Tolima). Para esa zona se mencionan
"tumbas de cancel", de momento sin una cronología clara (Romero,
1995:78). Para darles sentido, se ha recurrido a la idea de un
"horizonte de tumbas de cancel" que abarcaría el valle del río Cauca y
parte de la cordillera Central (Ibid).
Lamentablemente, esta también viene a ser una argumentación
difusionista que sólo logra desplazar en el espacio la pregunta por los
creadores de esas tumbas. Sería interesante conocer si en el área entre
Lérida y Líbano, en donde fueron halladas las "5 tumbas de cancel y
2 tumbas de pozo con cámara lateral" (Ibid), había o no cerámica de
algún tipo en superficie y si se practicaron sondeos alrededor de las
tumbas para buscarlos, ya que dentro de ellas no se halló ningún
fragmento de cerámica ni otra evidencia en particular; esto es
importante porque el complejo "Colorados", al parecer, estuvo
presente en el municipio del Líbano (cfr. Osorio 1992 en Cifuentes,
1993:68). Las tumbas de cancel pudieron representar algo más que un
lugar para el eterno descanso de un individuo. Si asumimos que se
trataba de tumbas destinadas al entierro primario de una sola
persona, resulta claro que su construcción no sólo requirió de
paciencia. Implicó más trabajo que las tumbas de pozo halladas en el
alto río Minero, o incluso algunas de las descritas en el sitio
Colorados. El hecho de que no se encontrara ajuar funerario en las
tumbas de cancel puede indicar que se trataba de enterrar a un
personaje cuya importancia no derivaba de sus riquezas sino de su
prestigio (Drennan, 1993).
Estos son apenas algunos esbozos de lo que podría ser un estudio
que relacione la iconografía "chamanística", la densidad poblacional y
la producción de excedentes. En esta ocasión, el "área de estudio" ha
sido el valle del río Magdalena y parte de las vertientes
occidental y oriental de las cordilleras central y oriental,
respectivamente.

30
EPÍLOGO

Este escrito ha tratado de ser una alternativa a la conocida, y ya


inmemorial, retórica "precerámica" o "paleoindia" o "cerámica"
(Correal, 1977, 1980, 1986a, 1986b, 1990; Botiva, 1988, 1990;
Cadavid, 1989; Castaño, 1992) donde lo que ha contado es presentar la
relación de los materiales hallados y sus autores, destacar su
antigüedad, buscar un par de citas de cronistas que "expliquen" el
registro, y hacer notar el "valor histórico" de los "bienes culturales"
rescatados que son "expresión de la nacionalidad colombiana" (Ley
397 de 1997, Título II, Art. 4).
En estas páginas, he tratado de mostrar que esa retórica ocultaba o
pasaba por alto serios problemas y vacíos conceptuales. Ya sea a nivel
del valle del río Magdalena o de Colombia, cuando se ha hablado de
"procesos evolutivos" (Castaño y Dávila 1984:101), o el "estudio de
cacicazgos" (Llanos, 1937), no se han comprendido del todo sus
implicaciones metodológicas y técnicas (cfr., Oyuela, 1986:83;
Drennan, 1992). También ha ocurrido que una instancia
metodológica (por ejemplo, las "pautas de asentamiento") se
confunde con una teoría, y las técnicas (seriación cerámica,
prospección) se consideran "métodos", dando como resultado que en
los esporádicos debates se usan las mismas palabras para nombrar
fenómenos diferentes y al final no queda claro si se estaban
cuestionando o no los méritos técnicos, metodológicos o teóricos de
una investigación en particular (Boada, 1990; López, 1991b;
Therrien, 1992; Peña, 1993).
El marco cronológico es bastante frágil y los estudios de sitio no
han sido complementados por otros de carácter regional que apelen a
tipologías de asentamientos (Boada, 1992; Langebaek, 1995a), que
permitan observar cambios en el tamaño o en la densidad del área
ocupada a lo largo del tiempo. Tampoco existe, que yo sepa, un estudio
que examine si los lugares en donde se han reportado urnas funerarias
del "horizonte de urnas" se correlacionan con áreas deshabitadas o
densamente ocupadas. Ignoramos también quiénes eran enterrados en
las urnas: todo el mundo, los niños, las mujeres o solamente los
chamanes que supuestamente están representados en las tapas de las
urnas (Pineda Camacho, 1992).

31
La mayoría de referencias bibliográficas en que se basa este
artículo son escritos breves que han servido como adelantos o
informes puntuales de investigaciones. Sin importar que se trate de
estudios financiados por el sector público o el privado, se siente la
ausencia de textos publicados que reflejen la dinámica investigativa
de años recientes. Al no ser publicados esos trabajos
completamente, seguimos depend iendo de visiones parciales e
incompletas de todo el trabajo de uno u otro autor. El salto de uno a
otro proyecto no ha dejado tiempo para compromisos serios y a
largo plazo que busquen explicar más allá de lo que podría hacerlo
una tesis de grado.
Muchos de éstos podrían haber servido para evaluar hipótesis
que aguardan ser refutadas o corroboradas. No hay información que
permita considerar si ciertas condiciones medioambientales,
demográficas y/o tecnológicas facilitaron la existencia de
verdaderos "focos de complejización política" (quizás la cuenca del
río La Miel) que, bajo condiciones previas, difícilmente se habrían
dado. Difícil también resulta evaluar si la interacción económica que
supuestamente generó la adopción de la semicultura, fue la base
sobre la cual se desarrollaron "sistemas regionales" en miniatura
sobre distancias cortas, que implicaban redes de intercambio entre
sociedades "periféricas" (comunidades locales6 ), como los panches,
pantágoras, sutagaos, gualies o calaraimas, y sociedades "centro"
(cacicazgos7 ) como los muiscas. Desde esta perspectiva, cobra otro
significado al hallazgo de cerámica "chibchoide"' en el Magdalena
medio o de caracoles en el altiplano, al entenderlos como "bienes
suntuarios", que dependiendo de su contexto arqueológico y

6
"Sociedades donde la organización política no había superado el nivel de la
comunidad autónoma, los excedentes de producción no se utilizaban para sostener
labores especializadas y los roles políticos no tenían carácter permanente
(Langebaek 1996a:62).

6
"Sociedades donde se daba algoen grado de interdependencia comunal y
se sostenían especialistas de tiempo completo en el campo de lo político,
religioso y
artesanal. La diferenciación entre comunidades locales y cacicazgos
es fundamental para estudiar la naturaleza de la coparticipación de
diferentes sociedades en las redes de circulación a larga distancia.
Unas y otras constituyeron sociedades que coexistieron y, por lo tanto,
las características (definid as) para las primeras no se pueden considerar
como válidas para los antecesores de los cacicazgos" (Langebaek, 1996a:62-
63).

32
volumen no enseñarían acerca de su importancia simbólica en el
mantenimiento y legitimación del poder de la "élite" durante la
maduración de las sociedades "centro" (Langebaek, 1996a).
Quizás detrás de todo el "bum" de investigaciones, desordenado,
desarticulado, inercial y acrítico, se revela el hecho de que no hay
políticas de investigación, por lo menos a nivel institucional. Tal
vez haya algún investigador por ahí que, aparte de practicar el
rebusque way of life, aspira a hacer un trabajo a la altura de los que
hicieron Reichel- Dolmatoff y Rivet hace cinco décadas y que, al
parecer, nadie quiere abandonar a riesgo de naufragar en el mar de
datos que cada uno produce. Esta crítica a la ausencia de teorías, y la
reduccionista metodología practicada por los arqueólogos en el valle
del Magdalena, no ha sido más que un pretexto para mostrar que
entre todos estamos ayudando a construir una Historia (la
mayúscula no es errata) apolítica, fragmentada, empirista,
anticuaría, anticuada y chauvinista. Y cuando el río suena...es
porque esa rumba la están bailando desde el estudiante hasta el
doctor.

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39
PAISAJES ANTROPOGÉNICOS EN EL
PLEISTOCENO FINAL Y HOLOCENO
TEMPRANO EN COLOMBIA

Cristóbal Gnecco1
Departamento de Antropología, Universidad del Cauca, Popayán

La reciente polémica entre Fritz (1994a, 1994b) y Piperno (1994)


sobre la edad de la agricultura2 en América, pone de relieve la
actual divergencia de opiniones sobre la validez y legitimidad de
distintos tipos de evidenc ia. Mientras para Fritz la evidencia
incontrovertible de agricultura debe ser arqueológica, es decir,
restos macrobotánicos de cultígenos fechados directamente, para
Piperno las evidencias indirectas, sobre todo paleoecológicas
(generalmente recogidas no en sitios arqueológicos sino en
sedimentos obtenidos en cuerpos de agua), son de igual o mayor

1
Agradecimientos: La investigación arqueológica en San Isidro fue posible
gracias a la financiación de Sigma-Xi y de Colcultura. La identificación de los
macrorestos botánicos fue hecha por Alvaro Cogollo (Jardín Botánico de
Antioquia) y de polen fósil por Luisa Fernanda Herrera (Fundación Erigaie). El
hallazgo e identificación de los residuos vegetales encontrados en algunos
artefactos Uticos del sitio fueron hechos por Dolores Piperno (Smithsonian
Tropical Research Institute) y por Channa Nieuwenhuis (Universidad de Leiden).
2 En este artículo usaré el término agricultura para designar una forma de
subsistencia basada en cultígenos (es decir, en variedades de plantas, beneficiadas
y/o seleccionadas culturalmente, que pierden su capacidad reproductiva natural) y
un sistema de producción de alimentos que limita la escogencia de otras opciones
debido a la generación de transformaciones sociales, políticas, económicas y
ecosistémicas irreversibles.

40
importancia3 . En esta falta de consenso radica buena parte de la
polémica, pues mientras que los fechamientos por AMS de los
restos supuestamente más antiguos de maíz y fríjol han
"rejuvenecido" la edad de estos cultígenos en América hasta
situarlos hace cerca de 5000 años (Fritz, 1994a) -2000 o 3000 años
menos de lo que antes se estimaba- las evidencias de polen fósil y
de fitolitos indican cultivo de maíz en Ecuador, Panamá y Colombia
por lo menos hace 7000 años (Piperno, 1994). Sin embargo, aunque
las evidencias de polen y fitolitos no son tan sólidas (en términos de
integridad estratigráfica y precisión de los fechamientos indirectos)
como para impedir las críticas (Fritz, 1994b), lo cierto es que en
América tropical empieza a acumularse evidencia muy firme sobre
manejo humano de los recursos vegetales (y seguramente animales
también) desde hace por lo menos 10.000 años, incluyendo apertura
y/o utilización de claros en los bosques y su mantenimiento artificial
por quema, y la selección cultural de especies útiles a través de su
protección y cultivo.
La existencia incuestionable de agricultura y vida aldeana en
muchas partes de América hace unos 5000 años, nos ha hecho
olvidar que estuvo precedida por el manejo de especie s vegetales y
animales, enteramente silvestres4 , menos visibles por medios

3
La atención cada vez más creciente que se le otorga a la evidencia
paleoecológica, sobre todo a polen y fitolitos, para entender el origen y el
desarrollo tanto de protoagricultura como de agricultura, se explica por tres
hechos lapidarios: (a) los restos macrobotánicos no se conservan bien en los
suelos ácidos y húmedos del trópico; (b) muchas plantas útiles producen frutas,
semillas y tubérculos que no se carb onizan bien; y (c) es difícil encontrar y
excavar sitios claves en zonas con amplia cobertura vegetal. En contraste, el
polen fósil se conserva bien en muchos tipos de suelos (excepto en suelos muy
básicos) y totalmente en condiciones anaeróbicas; los fitolitos se conservan
virtualmente en cualquier condición conocida (cf. Pearsall, 1995a; Piperno, 1995).
Finalmente, los macrorestos solamente dan cuenta de los cambios genéticos de
plantas individuales, mientras que los datos paleoecológicos informan sobre las
transformaciones sufridas por comunidades vegetales enteras (cf. Piperno,
1994:638-639).
4
Este manejo, que incluye el cultivo de plantas morfológicamente silvestres, ha
empezado a conocerse con el nombre genérico de protoagricultura. Otros
términos también usados, pero menos precisos semánticamente (cf. Leach, 1997),
son "preagricultura", "cultivo" y "horticultura."

41
tradicionales. Los aportes de la etnografía empiezan a indicarle el
camino a los arqueólogos: se trata de una reorientación
metodológica que les permite ver información que antes se
ignoraba. Las investigaciones sobre impacto antrópico en varios
ecosistemas, sobre todo en los bosques tropicales, y su incidencia en el
manejo de las especies vegetales y animales que los componen,
empiezan a derivar hacia la obtención de información distinta de la
identificación segura de macrorestos de cultígenos. Incluso en zonas
donde por años se consideró que no hubo desarrollos agrícolas antes de
mediados del Holoceno, se están encontrando evidencias que indican
una dirección muy diferente. En las tierras altas de Nueva Guinea y el
norte de Australia, por ejemplo, hay evidencia de fuego antropogénico
hace unos 37.000-35.000 años (O'Connell y Alien, 1995:858),
presumiblemente para mejorar la productividad de ciertas plantas
y/o aumentar oportunidades de caza. En América tropical también
existe información relevante. En la secuencia sedimentaria del lago
La Yeguada, en Panamá^parece súbitamente hace 11.000 años un
horizonte de fuego e intervención antrópica (Piperno et al, 1991a), que
se intensifica entre 11.000 y 10.000 AP (Piperno et al, 1991b:235). El
aumento contemporáneo -tanto en polen como en fitolitos- de
especies colonizadoras, apoya la interpretación de que ese fuego
estuvo asociado con la apertura intencional del bosque (Piperno,
1990b; Cooke y Piperno, 1993); es más, Piperno (1990b: 113)
encontró que los restos quemados de polen y fitolitos de especies
colonizadoras como Cecropia y Heliconia, indican que los claros no
solamente fueron abiertos sino mantenidos, lo que atestigua una
práctica evidentemente humana (cf., Piperno et al, 1991a:212-
213). En Ecuador, en el lago Ayacucho, se han fechado fitolitos y
polen de maíz entre 7000 y 5300 años (Piperno, 1990a:673); su
aparición coincide con la Pérdida paulatina de especies de bosque
primario y su reemplazo por especies pioneras. Aún aceptando que la
edad del polen y de los fitolitos de maíz puede ser más cercana a
5000 que a 7000 años (Fritz, 1994b:640), resulta crucial que el
carbón encontrado en el

5
Los datos sobre polen y fitolitos del Holoceno temprano en sitios arqueológicos
de Panamá (e.g., Piperno, 1994) son menos confiables (véase Fritz, 1994b) y, por
lo tanto, no serán discutidos

42
nivel inmediatamente inferior, fechado poco antes de 7000, aparezca
en cantidades superiores a las que podrían esperarse si su génesis
hubiese sido natural, por lo que Piperno (Ibid:672) cree que fue
producido por agentes humanos y que está relacionado con la
intervención temprana del bosque. En este sentido, es bueno anotar
que en su análisis de la documentación etnográfica sobre
protoagricultores, Keeley (1995) encontró que la quema de la
vegetación natural para estimular el crecimiento de especies útiles,
generalmente pioneras, es un procedimiento muy característico de
aquellos grupos involucrados en la intensificación artificial de los
recursos, sobre todo de semillas, nueces y raíces.
La evidencia sobre paisajes antropogénicos en Colombia es
numerosa desde hace 2000 años hasta la conquista6 (Bray, 1991),
pero ya contamos con información que muestra que la intervención y
el manejo humano, sobre todo en los bosques tropicales, puede
remontarse hasta la frontera Pleistoceno/Holoceno. Cárdale et al.
(1989:5) han señalado que los estratos precerámicos de Sauzalito,
un sitio del alto Calima fechado en 9600 años, corresponden a un
terreno que fue cultivado en forma no intensiva, pero desconozco
las evidencias en que se basaron. En cambio, la evidencia
encontrada en San Isidro, un sitio precerámico monocomponente
localizado en el valle de Popayán (Gnecco, 1994), sugiere
intervención y, probablemente, modificación humana del ecosistema
hace por lo menos 10.000 años7 .
Una muestra de polen asociada al componente precerámico de
San Isidro (Tabla 1) incluye vegetación secundaria, como árboles y
plantas herbáceas y malezas -Gramineae, Cyperaceae y dos especies
colonizadoras de espacios abiertos, plantago y trema- entre una ma-

6
También hay evidencias relevantes hacia el Holoceno Medio. Tal vez los
mejores ejemplos son la columnas de polen recuperadas en la hacienda Lusitania
(Monsalve, 1985) y en la hacienda El Dorado (Bray et al., 1987), ambas en la
región Calima, que documentan la aparición de maíz hace 6700 años y de
desmonte hace 5000 años (Véase una crítica a estas evidencias en Fritz, 1994b).
7
Dos fechamientos convencionales con C-14 sobre carbón encontrado en la
mitad del depósito arqueológico arrojaron los siguientes resultados: 9530+100
B.P (B-65877) y 10.050+100 B.P (B-65878). Además, una semilla carbonizada
datada con AMS dio una fecha de 10.030±60 B.P (B-93275).

43
TABLA 1 - Polen fósil del depósito de San Isidro

yoría de especies de bosque primario maduro. Esto sugiere la


existencia en el sitio, o en sus inmediaciones, de un espacio abierto o
parcialmente abierto en el bosque durante el tiempo de ocupación
humana. La prevalencia de especies de bosque primario, sin
embargo, muestra con claridad que el fenómeno registrado no fue de
tala total o deforestación, sino de creación de un espacio
suficientemente abierto como para permitir el crecimiento de
especies pioneras. Aun es difícil determinar con certeza si esta
apertura fue creada naturalmente o por agentes humanos; sin
embargo, un hecho circunstancial que quizá vale la pena mencionar, es
que uno de los artefactos encontrados en San Isidro es un hacha de
piedra (Figura 1A) sin huellas de utilización ni residuos

44
orgánicos8 . Queda por determinar si los ocupantes del sitio usaron
artefactos similares para abrir el bosque.
El análisis polínico de San Isidro revela otro asunto de suma
importancia: el de la asociación de especies que ahora son
alopáticas. Aunque este fenómeno puede explicarse aduciendo que la
formación vegetal en la que se encontraba el sitio en la época de la
frontera Pleistoceno/Holoceno no tie ne análogos contemporáneos
(Gnecco, 1995), Piperno (comunicación personal) cree que este
argumento sólo es aplicable a las especies de tierras altas, pero que
aún no hay evidencia clara que permita aplicarlo también a las
especies de tierras bajas. Si esto es así, las especies útiles de tierras
bajas representadas tanto en el polen {Virola) como en los
macrorestos (Acrocomia y Caryocar) de San Isidro, podrían haber
sido transportadas -y tal vez cultivadas- desde su habitat natural. De
hecho, la asociación no natural de ciertas especies, no
necesariamente domesticadas, puede indicar manipulación humana
del ecosistema; Posey (1984: 123-124), por ejemplo, ha señalado

8
La evidencia preferida por los arqueólogos, los artefactos, descansa, en muchos
casos, sobre débiles puentes inferenciales. Para épocas agrícolas es bien conocida la
precaución que DeBoer (1975) recomendó tener con la muy usada ecuación entre
budares/ralladores y el cultivo de yuca amarga (e.g., Reichel-Dolmatoff, G y A,
1956; Lathrap. 1970:56; Sanoja, 1981:132- 148); en otras palabras, entre
morfología general y función: ecuación basada en analogías muy primitivas
(sensu Shaw y Ashley, 1983). Para tiempos precerámicos la asociación se ha
hecho libremente entre lo que nuestro sentido común quiere ver como azadas,
hachas o algo parecido, y el desmonte con fines agrícolas o de manejo del bosque.
Sobra decir, sin embargo, que requerimos de pruebas concluyentes sobre la
utilización de algún tipo de artefacto en la generación de paisajes antrópicos.
Aunque los análisis de huellas de uso, tanto de alto como de bajo poder, sólo son
confiables en aproximadamente un 60% de los casos (Keeley y Newcomer. 1977:
Odell y Odell-Vereecken, 1980), son una ayuda inestimable. Aún mejor es la
evidencia producida por los residuos vegetales que se encuentran directamente en
las superficies utilizadas de los artefactos (no sólo polen sino también fitolitos.
granos de almidón e, incluso, madera), algo que en Colombia apenas empieza a
explorarse. Aunque en tres artefactos de San Isidro se encontraron residuos de
madera, específicamente del género Podocarpus (Nieuwenhuis, 1996). se puede
afirmar categóricamente que estas pequeñas piezas no fueron usadas para tumbar
árboles; una fue usada para desbastar madera, mientras que los residuos
encontrados en las otras dos pueden atribuirse a su enmangamiento (Gnecco.
1994; Nieuwenhuis, 1996).

45
FIGURA 1: Materiales encontrados en San Isidro: A=hacha de piedra;
B:semilla carbonizada carbonizada; C=canto con bordes desbastados

46
cómo los indígenas del Amazonas manipulan comunidades de
plantas más que especies individuales a través de milenios de
experimentación.
También contamos con evidencia indirecta del impacto humano
sobre los ecosistemas en San Isidro y en Peña Roja (Gnecco y Mora.
1997). un sitio del medio Caquetá con un componente precerámico
fechado en 9000 años9 (Cavelier el al., 1995). La dominancia
absoluta de restos de palma - más del 99%, en los macrorestos
encontrados en ambos sitios- puede representar simplemente
preferencias alimenticias o alta disponibilidad natural -como en las
"islas de recursos" reportadas por Posey ( 1 9 8 4 : 1 1 7 ) en el
Amazonas; pero también puede indicar la concentración artificial
inducida por agentes humanos, de palmas y su explotación
estacional por grupos móviles. En este sentido, es bueno recordar
que una de las características más sobresalientes del trópico es la
alta diversidad de especies -vegetales y animales- y la consecuente
baja densidad de las poblaciones (véase Meltzer y Smith, 1986),
junto con su distribución homogénea, pero dispersa, tanto en
espacio como en tiempo. Por lo tanto, uno de los mecanismos de
maximización previos a la domesticación fue la concentración
artificial de muchas especies útiles dispersas en condiciones
naturales; esto debió haber requerido siembra y cuidado, incluyendo
desmonte, o la utilización y preservación de claros producidos
naturalmente.
El registro etnográfico contemporáneo de grupos amazónicos,
desde cazadores-recolectores hasta agricultores plenos, es muy
ilustrativo en este sentido. Politis (1996), por ejemplo, ha mostrado
que la estrategia de movilidad de los nukak de la Amazonia
colombiana, propicia la concentración de especies útiles, sobre todo
de palmas, en los campamentos abandonados10 ; estos lugares, que

9
Para el componente precerámico de Peña Roja se han obtenido las siguientes
fechas sohrc carbón: 91252.250 B.P (GX-17395); 9160+90 B.P (B-52963); y
9250+140 B.P (B-52964).
10
Las semillas de las especies útiles se abandonan entre los desperdicios, ricos en
nutrientes, de los campamentos; en ese "campo abonado" crecen las plantas.
Además, la instalación de los campamentos se hace cortando algunos cuantos
árboles (aunque sin crear un claro en el sentido estricto del término), lo que en
47
Politis (ibid.) llama "huertos silvestres" (wild orchards), son
visitados y aprovechados periódicamente. De manera similar, los
agricultores amazónicos siembran y cuidan claros en el bosque que,
aparentemente, son abandonados con posterioridad; sin embargo, no
son abandonados enteramente sino dejados sin atender para permitir ¡a
colonización por un sinnúmero de especies útiles, como plantas
medicinales y herbáceas perennes con grandes raíces y tallos
comestibles, y para la siembra intencional de otras especies de
utilidad económica (Posey, 1983:244-246. 1984: 114- 117; Piperno
19g9 : 5 4 1 ) ; Posey (1984, 1993) los ha llamdo "campos en el
bosque" (Jorestfields). y Posey (1983) acuñó el término "agricultura
nómada" para esta forma particular y eficiente de manejo y
maximizació n de los recursos silvestres. No hay que olvidar que la
apertura de claros en los bosques tropicales, episódica debido a
eventos naturales y a voluntad debido a agentes humanos, no sólo
favoreció la proliferación de especies vegetales útiles sino también de
animales (véase Posey. 1983. 1984; Cooke y Piperno, 1993: 30); el
aprovechamiento del aumento de biomasa animal como resultado de la
intervención humana en los bosques tropicales ha sido llamado
"cacería en jardín" (garden hunting) por Linares (1976). La
principal característica, tanto de los "huertos silvestres" como de los
"campos en el bosque," es que requieren poca o ninguna atención
humana una vez han sido creados (Posey, 1993:65).
Lo que resulta claro de toda esta discusión es que la intervención y
el manejo del bosque no implican, necesariamente, domesticación,
aunque obviamente no la excluyen. Piperno (1989: 549) ha señalado
que la abundancia de muchas plantas silvestres útiles es mucho
mayor en condiciones de regeneración que en condiciones naturales
normales (véase Politis, 1996), lo que pone en evidencia que la
intervención humana de los bosques tropicales aumentó la
capacidad reproductiva de muchas plantas útiles. Este es el sentido
exacto de lo que Rindos (1984) llamó "coevolución"11 : las

realidad resulta ser la eliminación selectiva de potenciales competidores de las


plantas que habrán de crecer en pocas semanas.
11
La coevolución es un proceso evolutivo en el que el establecimiento de una
relación simbiótica entre organismos, que aumenta la capacidad adaptativa de
lodos y cada uno, produce cambios en los rasgos de esos organismos" (Rindos,

48
estrategias de obtención de recursos por parte de los grupos de
cazadores-recolectores prehispánicos de las biomas tropicales.
fueron el resultado de un largo período de interacciones co-
evolucionarias entre seres humanos, plantas y animales (véase
Linares et al., 1993; Pearsall, 1995b). En esta dirección, debe ser
claro que las evidencias que tenemos de intervención antrópica en
los bosques tropicales de Colombia durante el Pleistoceno Final y el
Holoceno Temprano no son prueba de domesticación ni de
agricultura, pero sí de prácticas de intervención humana en los
ecosistemas que eventualmente conducirían tanto a una como a otra.
Aunque la etnobotánica, sobre todo en el Amazonas, ha puesto de
relieve que la diferencia entre plantas salvajes, semidomésticas y
domésticas (así como entre bosques naturales y bosques
intervenidos) es muy tenue (cf. Harris, 1989). de todas maneras es
posible determinar la existencia de cultígenos a partir de cambios
genéticos fijados por procesos de selección cultural. En este sentido,
las únicas evidencias probables de cultígenos en los bosques
tropicales de Colombia en la época de la frontera
Pleistoceno/Holoceno son: (a) tres semillas carbonizadas de Persea
encontradas en San Isidro (Gnecco. 1994). la más grande de las
cuales mide 6 centímetros de largo (Figura I B ) . Aunque puede
tratarse de ejemplares silvestres, es más probable que se trate de
ejemplares domésticos dado su tamaño, mayor que el promedio de
las semillas de poblaciones silvestres conocidas (Smith, 1966.
1969); (b) fitolitos de Lagenaria siceraria encontrados en el
componente precerámico de Peña Roja; en ese componente también se
han encontrado fitolitos de una cucurbitácea, pero su estatus de
cultígeno está aún por determinar (Cavelier, comunicación
personal); y (c) en uno de los cantos con bordes desbastados (Figura
1C) hallados en San Isidro, Piperno (comunicación personal)
encontró granos de almidón de sagú o araruta (Maranla
arundinacea), resultantes de la molienda de los rizomas de esa
planta con el artefacto lítico mencionado. Aunque el estatus de
domesticación de esta planta casi olvidada actualmente aún no es
claro, Piperno (1995:139- 141; Piperno et al., 1991b: 238) cree que

1984:99).

49
fue domesticada hace 8600 años en Panamá, donde se han
encontrado fitolitos en un nivel fechado en esa época en Cueva de-
Ios Vampiros (Cooke, 1992:44); la reconstrucción paleoambiental
de ese sitio indica que es muy improbable que la planta haya crecido
naturalmente en ese medio, lo que sugiere que los fitolitos
encontrados en el depósito arqueológico fueron producidos por una
planta sacada de su habitat natural y, probablemente, cultivada cerca
al sitio. Usando esta evidencia, Piperno (1989; Piperno el al.,
1991b) cree que en las elevaciones medias de la vertiente del
Pacifico en Panamá ya existía un patrón de protoagricultura
temprana (compuesto por Maranla arundinavea, Calathea lat¡folia.
Cxperus sp.. y Dioscorea) poco después de los inicios del Holoceno.
Lo que muestran estas evidencias de intervención antrópica
temprana del ecosistema es que, considerar que el manejo de
especies vegetales está relacionado únicamente con la aparición de
cultígenos como el maíz y la yuca, es equivocado. Aunque no es
fácil investigar la forma en que los cazadores- recolectores
manipularon e intervinieron el ritmo de vida natural de plantas y
animales, lo cierto es que cada vez resulta más claro que nunca
podremos entender el origen y la adopción de la agricultura sin
conocer bien sus antecedentes. En este sentido, cobran inusitada
vigencia dos afirmaciones de Lathrap: por un lado. Lathrap (1977)
pensó que las huertas, conceptual y tecnológicamente distintas de
las chacras, eran un elemento clave para entender el proceso general
de la agricultura, y que debían tener antecedentes pleistocénicos; por
otro lado (Lathrap. 1987). sugirió que la aceptación del maíz por
grupos distintos de aquellos que lo domesticaron en Mesoamérica,
no pudo ocurrir sin la existencia previa de un sistema de manejo (y
probablemente de domesticación) de plantas nativas (véase Pearsall,
1995a: 128). Aunque la evidencia en este último sentido en América
tropical no es tan sólida como la que se ha encontrado en el sureste
de listados Unidos (e.g., Ford. 1985), los datos de la Sabana de
Bogotá parecen apoyar esta hipótesis: mientras la evidencia más
temprana de maíz, encontrada en Zipacón (Correal y Pinto. 1983).
no es anterior a 3300 AP, en Aguazuque aparecieron macrorestos de
zapallo, ibia y motilón con una fecha de 3900 años; además, los
resultados del análisis de isótopos estables indican como poco

50
probable el consumo de maíz en esa época (Aufderheide, 1990:305-
307). Es decir, es muy probable que en la Sabana ya existiese un
sistema de manejo y cultivo de plantas (con el previsible aumento
en biomasa animal) en la época en que fue introducido el maíz. Más
aún, los datos sobre intervención y manipulación antrópica de los
bosques tropicales en San Isidro y Peña Roja, indican que la
agricultura de cultígenos de alto rendimiento, como yuca y maíz, fue
antecedida por miles de años por un agroecosistema basado en la
explotación de plantas nativas y de los animales atraídos a, y
favorecidos por, los campos de cultivo de especies útiles. Como ha
dicho Piperno (1990b: 1 1 5 ) , "la transición al Período Arcaico, que
vió un uso más amplio de recursos y un aumento de la atención a
plantas y animales pequeños, puede verse mejor en un contexto en el
que los patrones de uso de esos recursos se establecieron en un tiempo
más temprano".
La respuesta a la pregunta sobre el origen de la agricultura no
puede alcanzarse solamente por medios arqueológicos, sino que
necesita de la ayuda inestimable de la paleoecología (véase Piperno,
1990a, 1995; Keeley, 1995; Pearsall, 1995a). La evidencia de
intervención antrópica del bosque puede verse a través del aumento de
la frecuencia (en una columna de polen o fitolitos) de plantas
herbáceas y de malezas (como en el caso del lago La Yeguada, en
Panamá) y a través de la ocurrencia de quemas asociadas; aunque
menos visible, es también posible documentar el cultivo de plantas
silvestres, si se logra mostrar que su ocurrencia en contextos
arqueológicos sólo puede explicarse por su desplazamiento
intencional desde su habitat natural, como puede ser el caso del
sagú. Levi-Strauss (1950) anotó hace varias décadas que aún en
sociedades de agricultores en las selvas tropicales de Suramérica, la
agricultura siempre acompaña el uso de recursos silvestres, sin
nunca realmente sustituirlo (véase Sponsel, 1989). Si esto es así
entre grupos de agricultores, debió ser aún más dramático entre
cazadores-recolectores que se valieron de una amplia gama de
plantas, desde silvestres hasta domesticadas. Así, los cazadores-
recolectores del Pleistoceno Final y del Holoceno Temprano
aparecen ante nuestro ojos tal y como ahora son vistas las
sociedades de las selvas tropicales: no sólo como usuarios sino

51
como manejadores e, incluso, mejoradores de recursos. De hecho, la
información etnobotánica muestra que el aumento en el rendimiento
productivo de muchas especies vegetales no es necesariamente
resultado de la domesticación (véase Guillaumet, 1993); el cultivo y
cuidado pueden aumentar el tamaño de frutos y tubérculos, al
mismo tiempo en que se articulan de manera eficiente con
estrategias de acceso a recursos a través de la movilidad. Además, la
oferta de biomasa animal aumenta de manera simultánea con el
manejo y la intervención de los bosques. En otras palabras, los
habitantes de los trópicos no tuvieron que volverse agricultores
sedentarios para aumentar la productividad de los recursos.

Investigar los orígenes de la agricultura con una perspectiva amplia


que tenga en cuenta el contínnum a lo largo del cual yacen los
manejos y las intervenciones deliberadas que los seres humanos han
hecho de los recursos de los ecosistemas, permitirá entender que la
agricultura no aparece súbitamente hace unos pocos milenios sino que
tiene antecedentes de muy vieja data, no menos importantes y
significativos para los grupos humanos que los usaron de lo que la
agricultura resultó siendo eventualmente para los agricultores. Esos
antecedentes han sido ignorados porque las prioridades tradicionales de
la investigación arqueológica estuvieron dedicadas a estudiar las
evidencias claras de agricultura, sobre todo la aparición de
cultígenos y la formación de agroecosistemas tan complejos que
eliminaron cualquier otra opción de subsistencia. Este artículo ha
querido mostrar que en Colombia ya existen evidencias, algunas
más sólidas que otras, que sugieren ya desde finales del Pleistoceno el
manejo e intervención humanas en la oferta de recursos vegetales y,
seguramente, también animales. Si la investigación arqueológica se
reorienta para estudiar más detenidamente este tipo de evidencias (con
herramientas arqueológicas tanto como paleoecológicas), quizá el
entendimiento cabal de ese fenómeno tan complejo y tan
determinante en la historia de la especie, cual es la agricultura, sea
posible finalme nte.

52
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56
ESPONDILOLISIS EN PALEOPATOLOGÍA

Bernardo T. Arriaza
Department of Anthropoiogy and Ethnic Studies
University of Nevada

Durante años, la condición de columna conocida como


espondilolisis, ha sido considerada como una anormalidad
congénita en la literatura bioarqueológica (Brothwell, 1981;
Ubelaker, 1989). Recientemente, Merbs (1989) ha resumido las
investigaciones sobre el tema demostrando que la espondilolisis
ocurre como fractura de fatiga debido al esfuerzo continuo o por un
traumatismo agudo. Esta condición no es un problema congénito
porque no ha sido observada en recién nacidos, sino que más bien se
trata de un mi ero traumatismo de columna que, consiguientemente,
da origen a la fractura del arco vertebral (Merbs, 1989).
Como puede observarse en la ilustración, la fractura puede ocurrir
en diferentes lugares del arco neural: pedículos, lámina y porción
interarticular, siendo este último el más común (Figura 1). Puede ser
unilateral o bilateral; parcial o completa. Si la fractura es bilateral
y completa, y ocurre en la porción interarticular, entonces la
vértebra queda completamente separada en dos partes: (1) el
cuerpo y las facetas superiores y (2) lo restante del arco neural.
La espondilolisis, que literalmente significa separación de los
elementos de un cuerpo vertebral, afecta particularmente la cuarta
y quinta vértebras lumbares. La espondilolistesis, o deslizamiento
anterior del cuerpo de una vértebra, puede presentarse después de
que ocurra una espondilolisis completa, puesto que se ha perdido la
estabilidad de la vértebra. Generalmente, el desplazamiento anterior
lo evitan los tejidos conectivos, como los ligamentos longitudinales
anteriores y posteriores de la columna.
La fractura de fatiga en la porción interarticular es el tipo más

57
corriente de espondilolisis, y probablemente se deba a un "diseño
estructural" evolutivo más débil en esta región que en los pedículos o
la lámina. Desde una perspectiva biomecánica, parece que el proceso
inferior de una vértebra y sus facetas asociadas, actúan como un
martillo que hace impacto en la porción interarticular de la
vértebra contigua, que sirve de yunque. La fractura sobreviene por
el martilleo continuo o por un traumatismo agudo que sobrepasa la
fuerza soportable por el área mterarticular. Para que se presente la
espondilolisis, parecería que son necesarias dos condiciones:
primero, la columna inferior debe estar en su posición anatómica
normal o hiperextendida (no hiperflexionada), aumentando la
lordosis lumbar; segundo, los vectores de la fuerza de impacto o de
compresión, deben ser lo suficientemente grandes para que la porción
interarticular ceda y se fracture. La hiperextensión de la curvatura
lumbar puede ocurrir cuando se tira de un objeto pesado, o por
algún movimiento intempestivo hacia atrás. La morfología (por
ejemplo, una porción interarticular delgada) y el grado de la curvatura
lumbar, son elementos que predisponen a los humanos a la
espondilolisis bajo las dos condiciones anotadas anteriormente, y
no el bipedalismo en sí, además de ser inducida por una actividad
habitual. Por otra parte, el aumento de la cifosis vertebral y/o la
constante hiperflexión de la columna, podrían resultar en
compresión vertebral en lugar de espondilolisis.
La espondilolisis aumenta con la edad y llega a su máximo en la
edad adulta intermedia a tardía. Varios investigadores han notado
que la espondilolisis se observa con mayor frecuencia en trabajadores
que desempeñan labores físicas intensas, como por ejemplo
levantando objetos pesados, y en atletas como gimnastas,
saltadores de garrocha, jugadores de fútbol y buzos (Merbs, 1989).
La espondilolisis y la espondilolistesis pueden producir dolor
lumbar. He notado que el área de ruptura -especialmente en la porción
interarticular- no siempre se reabsorbe en bordes redondeados. A
veces se forman osteofitos bien marcados en el área de fractura, los
cuales claramente pueden causar infracción del tejido blando. La
mayoría de los casos de espondilolisis parecen asintomáticos, pero la
espondilolistesis es una condición más grave. Las mujeres
embarazadas presentan mayor riesgo si desarrollan espondilolisis y
luego espondilolistesis, especial-

58
mente de la quinta vértebra lumbar. Durante el nacimiento, el
desplazamiento anterior junto con él tejido blando circundante,
protruyen al paso normal del bebe, formando así una obstrucción física.

FIGURA 1. (Arriba): vista superior de una vértebra lumbar mostrando


espondilolisis unilateral en: (A) pedículos, (B) lámina, y (C) porción
interarticular. (Abajo): vista posterior de una vértebra lumbar que ilustra el tipo
más común de espondilolisis bilateral en la porción interarticular, que divide la
vértebra en dos segmentos.

59
FRECUENCIA POBLACIONAL

Hay un rango amplio en la incidencia de la espondilolisis en


diferentes poblaciones, presentándose una frecuencia mayor en los
hombres que en las mujeres en proporción de 2:1. Merbs (1989)
resume la literatura actual sobre la frecuencia de esta condición. Los
norteamericanos negros presentan una frecuencia media de 2.0%, los
norteamericanos blancos 4.4%, japoneses 7 a 11%, amerindios 19-
29%, y la frecuencia más alta de espondilolisis se se presenta
entre los esquimales y aleutianos con un 15-54% y 23-25%
respectivamente.
En los estudios realizados por Arriaza (1997) en el Centro de
Administración Cultural Rosendahl de Guam, con la
colaboración de A.L. Stodder. D. Trembly. C. Tucker y G. Shevick,
se encontró que los antiguos habitantes de esa isla (chamorros) se
vieron corrientemente afectados por espond ilolisis bilateral
completa en la porción interarticular. Por ejemplo, en el sitio Hyatt
por lo menos el 29.4% de los hombres (5 de 17) tenían espondilolisis
lumbar, comparado con 14.3% de mujeres (3 de 21). La diferencia
entre sexos, sin embargo, no es estadísticamente significativa (Chi-
cuadrado = 1.3 p > 0.05). Como muestra poblacional, tenían un 21%
de espondilolisis (8 de 38), porcentaje que se iguala con el extremo
inferior del rango de esquimales y aleutianos.
Las actividades como remar en canoas, tirar, alzar y
transportar objetos pesados como las enormes rocas Latte
utilizadas como columnas para sus casas, fueron la causa de que uno
de cada cuatro chamorros de la época anterior al contacto europeo en
el sitio Hyatt sufrieran de espondilolisis. Tal vez la alta frecuencia
observada en las mujeres podría indicar que parte del trabajo era
cooperativo, más bien que una división tajante por sexo. Por ello es
predecible encontrar frecuencias similares en otros sitios
contemporáneos de la Fase Latte (ca. 800-1000 d.C) en las Islas
Marianas.

En un estudio relativo a complicaciones en el embarazo en mujeres


prehistóricas chilenas de Arica (Arriaza, 1988), se encontró que el
5.8% de dichas mujeres presentaban espondilolisis bilateral
completa en la porción interarticular (N=157). No se hallaron
diferencias significativas entre las mujeres agrícolas y preagrícolas.
Ambos grupos mostraban alrededor del 5.8% de espondilolisis. En
ese mismo estudio, ya

60
habíamos observado la condición en cuatro mujeres jóvenes en edad
de procrear (menos de 30 años de edad).
En un reciente trabajo, he encontrado una frecuencia alta de
espondilolisis bilateral completa en la porción interarticular en una
muestra de poblaciones chinchorro tardías de Arica (ca. 2000 a.C).
Alrededor del 18% de los hombres chinchorro tenían espondilolisis
(N=28). La condición estaba ausente en las 23 mujeres chinchorro
analizadas. Este tipo de fractura por estrés indica que los hombres
chinchorro realizaban trabajos físicos fuertes y que había una estricta
división del trabajo. La región costera rocosa donde vivieron los
chinchorro y su modo de subsistencia marítimo - pesca de
mamíferos marinos y recolección de moluscos en las rocas
resbaladizas- pudieron ser la causa de estos traumatismos de columna.
Es necesario reconocer la espondilolisis lumbar como una fractura
vertebral ocasionada por razón de actividad más bien que como
patología congénita. La frecuencia de la condición varía de acuerdo
a las actividades culturales y ambientales. Las actividades
ocupacionales que causaron esta patología deben deducirse del
registro arqueológico regional. Además, la estimación de las
frecuencias por sexo podrían ser un indicador de la existencia de un
tipo particular de división del trabajo.

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61
UNA EPIDEMIA HISTÓRICA EN LAS ISLAS
CANARIAS. LA MODORRA DE LOS GUANCHES
(1494-1495)

Conrado Rodríguez-Martín
Instituto Canario de Paleopatología y Bioantropología
O.A.M.C - Cabildo de Tenerife, Islas Canarias (España)

INTRODUCCIÓN

El Archipiélago Canario se localiza en el Océano Atlántico frente a


las costas noroccidentales de África, estando el punto más cercano a
dicho continente en la isla de Lanzarote a 115 kilómetros de
distancia, siendo sus coordenadas 27° 37' de latitud norte y 13° 20' y 18°
16' de longitud oeste. Está formado por siete islas mayores y seis
islotes que, en la actualidad, se dividen en dos provincias del Estado
Español: Santa Cruz de Tenerife o provincia occidental, compuesta
por las islas de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro; y Las
Palmas de Gran Canaria o provincia oriental, que la forman las islas de
Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, y los seis islotes. Ambas
provincias constituyen la Comunidad Autónoma de Canarias.
Las poblaciones prehispánicas canarias son de origen berber
(tribus autóctonas del norte y noroeste de África), lo cual ha
quedado demostrado por datos lingüísticos, arqueológicos,
antropológicos y socioculturales. Las últimas investigaciones
parecen confirmar que estas poblaciones fueron traídas al
archipiélago en sucesivas etapas, que se pueden situar entre el 2500 y
el 2000 B.P, por navega ntes fenopúnicos con el objetivo de
establecer colonias con fines comerciales (materias tintoreas,

62
productos alimenticios de origen marino, etc.) (Gonázlez Antón et
al., 1995). Una vez abandonado dicho comercio hace unos 20 siglos
los antiguos canarios quedaron aislados del mundo exterior. El
aislamiento se rompía solamente de manera esporádica, primero con
la llegada de barcos romanos, luego de árabes y, por último, de
europeos. En los albores del siglo XV, concretamente en 1402,
comenzó la conquista de las islas por parte de los normandos y
posteriormente por castellanos y portugueses, concretándose casi un
siglo después, en 1496, cuando finalizó la conquista de Tenerife y
todas las islas quedaron sometidas definitivamente a la Corona de
España.
Por lo que respecta a Tenerife, hay que indicar que es la mayor
del archipiélago con 2034 km2 y presenta una antigüedad geológica
de 14 millones de años según las dataciones más recientes. Los
habitantes prehispánicos de la isla fueron denominados "guanches"
por los españoles, corrupción del término berber wa n zwenet, lo que
traducido al castellano viene a significar "el que es de Zanata"
(Muñoz Jiménez. 1994). La isla en el momento de la conquista
estaba dividida en nueve "menceyatos" o cacicatos: Tegueste,
Tacoronte, Taoro, Icoden y Daute en el norte, verde y muy fértil con
abundantes lluvias; Güimar, Abona y Adeje en el árido sur; y Anaga
en el este, gran parte del cual está constituido por montañas, lo que
hizo que durante mucho tiempo, aún después de la conquista,
permaneciera aislado. Las bases económicas eran similares entre los
distintos menceyatos con el pastoreo de cabras y ovejas como
actividad preponderante y con una rudimentaria agricultura (trigo,
cebada, habas), que se complementaba con la recolección de
productos vegetales. La pesca y el marisqueo se realizaban solo de
manera selectiva.
Cuando los españoles llegaron a la isla con el ánimo de
someterla los menceyatos de Tegueste, Tacoronte, Icoden, Daute y
Anaga encabezados por el Mencey (rey) de Taoro, declararon la
guerra de manera casi inmediata a los conquistadores, mientras que los
bandos del sur (Güimar, Abona y Adeje) establecieron pactos de
colaboración y apoyo con las fuerzas invasoras.

63
LA MODORRA EN LAS CRÓNICAS DE LA CONQUISTA E HISTORIAS
GENERALES

La epidemia mejor conocida de las Islas Canarias antes de la


conquista europea fue la llamada por los españoles "modorra" o
"moquillo" y que afectó a la población guanche de Tenerife durante el
invierno de 1494-1495, coincidiendo con las últimas campañas
militares de los conquistadores en el archipiélago. Esta enfermedad
epidémica constituye sin duda uno de los problemas más
interesantes que puede ofrecer la historia de la enfermedad en las
islas, debido a su oscuro origen y al impacto que tuvo entre la
población aborigen, que supuso, al final, su rendición en el año
1496 (Bosch Millares, 1961-62; Rodríguez-Martín, 1991).
Son numerosas las referencias que se hacen sobre esta plaga en
las crónicas de la conquista e historias generales del archipiélago.
Una de las primeras aparece en 1594 y se debe al fraile Alonso de
Espinosa (1980 [1594]), que afirma lo siguiente:

"En este tiempo, por el año de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro,


ahora fuese por permisión divina, que en castigo de ¡a matanza que los
años atrás los naturales en los españoles habían hecho, ahora fuese que
los aires, por el corrompimiento de los cuerpos muertos en las batallas y
encuentros pasados, se hubiesen corrompido e inficionado, vino una tan
grande pestilencia, de que casi todos se morían, y ésta era mayor en el
reino de Tegueste, Tacoronte y Taoro, aunque también andaba
encarnizada y encendida en los demás reinos ".

Esta información es confirmada por otros cronistas e


historiadores que señalan que fueron tantos los cadáveres
abandonados sobre el terreno por los guanches, que los perros de la
isla se alimentaban de ellos. En efecto, la mortalidad fue tan grande
que la isla quedó poblada por menos de dos terceras partes de sus
anteriores habitantes, que pueden calcularse entre 15.000 y 20.000.
El poeta e historiador canario de la ciudad de La laguna
(Tenerife), Antonio de Viana (1968 [1604]), da una fecha para la
epidemia inmediatamente antes de la segunda entrada de las tropas
españolas en la isla a finales del otoño de 1494. Para él, la epidemia

64
sorprendió a los efectivos guanches esperando a los españoles en las
montañas y al resto de la población en sus tierras, cabañas y cuevas
de habitación y considera milagroso que los españoles no se vieran
afectados. El lagunero nos dice:

"Mas permitió el señor del cielo y tierra,


que al punto en ellos dio disminuyéndolos,
un contagio, modorra o pestilencia,
con que de ciento en ciento se quedavan
muertos armados en el campo v bosques.
Tenido fue por cosa de milagro,
que aunque tantos morían sin remedio,
en todo el tiempo que duró la guerra
no se halló jamás ningún soldado
de los de España, del contagio herido,
aunque andavan entre ellos de ordinario ".

Por su parte, y ya avanzado el siglo XVII, Francisco López de


Ulloa (1978 [1646]) fue uno de los que siguió llamando "moquillo"
a la enfermedad, debido a su abundante rinitis, término con el que
aparece denominada la epidemia en las crónicas más cercanas
cronológicamente al desastre. La historia de López de Ulloa está
copiada de dos fuentes anteriores: la crónica de un soldado español
llamado Pedro Gómez de Escudero (siglo XV) y el manuscrito
anónimo denominado "Ovetense" (siglo XVI), especialmente de
esta última donde puede leerse:

por que de ynprouiso aquel propio día que se hiso el consejo y el


siguiente dio vna enfermedad en los guanches rrepenüna, y tan aguda y
breue, que en pie se morían de la dicha enfermedad que era de moquillo.
Túbose esto por milagro y merced de Nuestro Señor, porque en dos días
murió gran muchedumbre dellos con que todos se escandalizaron..."

Mucho más adelante, a finales del siglo XVIII, un error en la


cronología llevó al más famoso historiador canario de todos los
tiempos, el sacerdote José de Viera y Clavijo (1982 [1776])

65
paradigma de la Ilustración Canaria, a sugerir que la modorra tuvo
sus orígenes en la putrefacción de los cadáveres de los numerosos
guanches y españoles caídos en la batalla de La Laguna de Agüere en
el centro-norte de Tenerife, cuando lo cierto es que dicha batalla tuvo
lugar casi un año más tarde de que la epidemia extendiera su manto
de muerte y desolación por la isla, exactamente el 15 de noviembre
de 1495 (Rumeu de Armas, 1975), y cuando ya el contingente
aborigen estaba prácticamente diezmado por la enorme pérdida de
vidas humanas causada por la modorra y, en menor medida, por las
batallas anteriores.
Los españoles tuvieron conocimiento de la noticia a finales de
enero de 1495, cuando una partida de exploración y saqueo
procedente del puerto de Añazo, la actual Santa Cruz de Tenerife
capital de la provincia, y compuesta por unos 500 hombres al
mando de los capitanes Gonzalo del Castillo y Fernando de Trujillo
observaron en los alrededores de La Laguna de Agüere un gran
número de cadáveres en fase de putrefacción y cabanas y cuevas
vacías. Según Viera y Clavijo (1982 [1776]), cuando los capitanes y
sus tropas regresaban a Añazo y después de observar in silu el
terrible panorama, fueron llamados a gritos por una mujer guanche
que desde lo alto de una montaña les decía que porqué no seguían
adelante y ocupaban la tierra, porque no había nadie que pudiera
luchar y de quien pudieran tener miedo, ya que todos habían muerto.
La tropa siguió hacia Tegueste, uno de los valles más fértiles de la
isla situado en el noreste de la misma a unos 8 kilómetros de
Aguere, y desde el Alto de las Peñuelas pudieron comprobar que
todo el valle se encontraba en el más absoluto silencio y sin que se
detectara la presencia de persona alguna. Un poco más adelante
encontraron en una cueva de habitación a un hombre mayor y tres
niños que lloraban sobre el cadáver de una mujer, y quienes les
informaron que toda la gente de Tegueste había muerto a causa de la
misteriosa enfermedad, o habían huido hacia los menceyatos
vecinos de Anaga, Tacoronte o Taoro. Gómez de Escudero (1978
[S.XV]) relata así los hechos:

"Dixeron que aquel día no vieron cosa alguna en lo alto de la Vega i que
viniéndose ya al Real por hauer visto cantidad de cuerpos muertos de la

66
gran peste que padecían los Guanchos de que morían todos los días
muchas cantidades de personas, rieron en lo alto de una cierra vieron
(sic) una mujer que los llamaba en su lengua, que no se voluiessen, que
viniessen a apoderarse de toda la tierra, que no ai quien la defienda... "

Es interesante citar aquí lo dicho por el erudito francés Bory de


Saint-Vincent (1988 [1803]) referente a la epidemia, a la cual
solamente llama "mortalidad epidémica de los Guanches":

"Una mortalidad epidémica se alió con el acero español para finalizar la


destrucción que hasta entonces el ejército no había podido concluir".

Bory afirma que las consecuencias de la epidemia han podido ser


exageradas por los historiadores y cronistas de la época, pero cree
que los dos o tres meses que duró la plaga pudieron ser suficientes
para reduc ir las huestes guanches a un pequeño número de
debilitados y todavía enfermos guerreros. Ks difícil asegurar cual
fue la duración real de la epidemia. De acuerdo con Viera y Clavijo
(1982 [1776]), la enfermedad comenzaría en los últimos meses de
1494 y continuaría durante casi todo el primer semestre del año
siguiente, aunque probablemente no fue tan larga, limitándose a
unos 3 o 4 meses, ya que es bien sabido que los españoles renovaron
sus campañas en junio de 1495 y es de suponer que jamás se
atreverían a adentrarse en un territorio que se encontraba asolado
por una plaga semejante y que bastante harían con resguardarse en
sus cuarteles evitando el contagio y estando a la espera de tiempos
más propicios. En este dato coincidimos con Bory de Saint-Vincent
(1988 [1803]).
Existen datos de los españoles que señalan que ese invierno fue
especialmente duro en las islas con mucha lluvia, brumas, frío e
incluso abundante nieve en las cumbres de Canarias. Viera y Clavijo
(1982 [1776]) señala:

"Añadíase a esto el exceso de frío y humedad que reinó en todo aquel invierno,
puesto que en Enero de 1495 no hubo un día en que no lloviese"

67
MAPA 1. Isla de Tenerife con sus divisiones, donde se indican las áreas de
influencia durante la epidemia de la modorra

Aparte de haber podido contribuir a la eclosión de la epidemia,


esc tiempo tan desapacible, raro en las Afortunadas, fue la causa de
hambre lauto para los aborígenes como para los invasores, ya que el
desarrollo previo de las hostilidades había impedido que se llevaran
a cabo la cosecha y posterior almacenamiento de alimentos (C
rosby.1986)
Basados en los datos anteriores, la mayoría de los historiadores
del periodo comprendido entre los siglos XVI y XVIII, pensaron
que la devastadora modorra podría estar relacionada con dos
tactores principales: (1) el tiempo frío y lluvioso: ( 2 ) la polución del

68
agua debido a la putrefacción de los cadáveres de la batalla de La
Laguna de Aguere (aunque, como ya hemos visto, esto es imposible
debido a que la batalla ocurrió casi un año más tarde).
Pero, a pesar de todo ello, seguimos sin saber a qué tipo de
enfermedad podría corresponder la famosa modorra. Para llegar al
diagnóstico, es necesario saber al menos algunos de los síntomas
principales de la condición patológica y, en el caso que nos ocupa.
estos aparecen en unas pocas fuentes históricas. El más claro es
Viera y Clavijo (1982 [1776]), quien afirma que predominaban tres
síntomas sobre los demás: ( 1 ) fiebre alta (Viera se refiere a ella
como fiebre maligna); (2) pleuresía aguda, a la que los españoles
denominaban en aquella época "dolor de costado" o "punta de
costado"; ( 3 ) coma letal ("sueño veternoso" en el argot de Viera),
que ocurría en la etapa final de la enfermedad y que llegó a ser el
síntoma preponderante. Dado que los españoles denominaban al
coma "modorra", no es extraño que todo el síndrome fuera conocido
por este nombre a falta de uno mejor.
No existen más datos sobre los síntomas clínicos de la modorra o
moquillo en las fuentes históricas. A ello hay que añadir que, en
aquellos duros años de conquista y saqueo, de escaramuzas, batallas
y emboscadas de muerte y guerra, no existían en Tenerife
ayuntamientos, iglesias u hospitales, por lo que no ha quedado
registrado el número de casos, la tasa de mortalidad, el número de
supervivientes, etc.

IMPACTO EPIDEMIOLÓGICO Y DHMOGRAFICO DE LA MODORRA

Sabemos que la palabra "modorra" no es un término específico.


En la terminología médica actual se ha desechado y sólo aparece en
veterinaria para designar una enfermedad de las ovejas (Crosby,
1986). Por su parte, el término "moquillo" se refiere a una
enfermedad infecciosa de ciertos animales, principalmente gatos y
perros jóvenes, que tiene muy alta mortalidad y que en la actualidad
se conoce más como "gripe canina" o "influenza canina".
Las fuentes escritas dejan claro que la modorra fue una
enfermedad que afectaba ambos sexos a cualquier edad.

69
Comentario al artículo de Franz Flórez: Cuando el río suena:
Apuntes sobre la historia arqueológica del valle del río
Magdalena.

Por: Alejandro Dever


Departamento de Antropología
Universidad de los Andes

El desarrollo y evolución del conocimiento depende, en buen


grado, de lo valioso y relevante que éste sea para la vida diaria de las
personas que viven en el momento en que este se desarrolla. Desde
tal perspectiva, la arqueología no trata del pasado sino sobre nuestra
idea de pasado y de cómo podemos usar lo aprendido en el presente.
En su artículo, Franz Florez, con buen humor y algo de sátira,
hace un recuento bastante crítico sobre la arqueología del valle del
río Magdalena. Dentro del amplísimo espectro que tiene el artículo -
tal vez demasiado amplio- dedica buena parte a lo que él llama el
"clan". Este acertado calificativo es lo más parecido que tiene
nuestro país a una comunidad científica. Sin embargo, dista mucho
de ser una comunidad efectiva en la obtención de resultados que
ayuden a generar información de valor para el país. Es difícil pensar
que las endebles o frecuentemente inexistentes posiciones teóricas,
tan bien descritas en el artículo, puedan producir información que
ayude efectivamente a la creación de conocimiento sobre la historia
de Colombia y, mucho menos, alguna reacción del común de sus
habitantes a partir de ésta. Cabe decir que muchos problemas son un
asunto de coherencia entre las intenciones de cualquier ciencia, sus
preguntas teóricas y las capacidades técnicas de quienes permiten
que esta ciencia exista, produciendo conocimiento y no solamente
datos.
Es evidente que existe una relación entre la arqueología y los
arqueólogos: al escribir sobre la arqueología de un país, en alguna
medida escribimos también sobre lo que les interesa a los
arqueólogos. Sin embargo, las motivaciones, preguntas y actitudes
de estos, solamente son relevantes en el contexto de una discusión
científica, si de una forma u otra tienden a ayudar a la producción

160
del conocimiento. Habrá siempre, como en toda industria en la que
nos embarquemos, aquellos que invirtieron fortunas (muchas veces
ajenas) y produjeron muy poco. Sin embargo, la pobre producción
de conocimiento en este caso, sólo los llevará a llenar anaqueles
solitarios y a nada más. En nuestro país, la arqueología es una
ciencia joven, como casi todas las ciencias y, para muchos, ni
siquiera es ciencia. Tal vez estas ambigüedades tienen que ver con el
hecho de que la academia colombiana apenas está empezando a
hacer de la arqueología una profesión. Las discusiones sobre cómo
hacen arqueología los arqueólogos son fundamentales y se debe
discutir sobre metodología y eficiencia en el uso de fondos; pero
esta es una discusión que se debe tomar aparte de la que pretende
construir el mencionado edificio conceptual de la historia, o lo que
otros llamarían paradigmas teóricos. En síntesis, hay una diferencia
entre los arqueólogos y la arqueología de un área; mezclarlos podría
explicar cómo las actitudes de las personas pueden producir cierto
tipo de datos e información; pero si nos interesa escribir sobre el
pasado de una región, entonces es necesario escoger aquello que nos
sirve y desechar aquello que no.
En cuanto a la arqueología del valle del río Magdalena, el artículo
deja bien claro el vacío de información útil existente. Es evidente
que Flórez hace una revisión bastante completa de los datos e
interpretaciones disponibles en el área, obteniendo una pequeña
cantidad de respuestas y una enorme cantidad de preguntas. Sin
embargo, es bien claro que las preguntas que se plantean en el
artículo son muchísimo mejores que las que se han venido haciendo
durante los últimos 30 años. Por mencionar una: estoy totalmente de
acuerdo que preguntarse cuál es el comportamiento demográfico del
área en los últimos 4000 años, es mucho más útil que describir con
datos insuficientes las migraciones e invasiones que ocurrieron en
escalas de tiempo gigantescas. ¿Una migración que dura 30
generaciones, o más, ¿es una migración? De ser así, todo el
comportamiento demográfico humano puede describirse como una
migración: solo hay que ajustar la escala de tiempo y listo. Tenemos
movimientos en poblaciones enormes sobre distancias enormes y en
unidades de tiempo enormes. Todo lo suficientemente impreciso y
vago como para poder decir cualquier cosa, o nada.

161
Otra idea que se lee entre líneas y que vale la pena resaltar, es que
la parte difícil e interesante de la arqueología es la parte que se debe
hacer antes de salir a campo, y después de hacer los huecos
necesarios. La buena arqueología no equivale a excavaciones muy
pulidas con hermosas fotos de exquisitas ollas. Es posible que lo
necesario para responder a nuestras preguntas este ahí, sobre la
tierra, a nivel superficial, y muchas excavaciones y muchos sitios se
destruyen sin necesidad, sin preguntas.

Réplica al comentario de Alejandro Dever sobre: Cuando el río


suena...apuntes sobre la historia arqueológica del valle del río
Magdalena.

Por Franz Flórez

En términos generales, los comentarios de Alejandro Dever


comparten el "espíritu" que me animó a escribir el texto. No habría
arqueología (ni arqueólogos) de no ser por los hallazgos de tumbas,
ollas rotas, narigueras o piedras; pero que los descubrimientos sean
una condición básica para el desarrollo de la disciplina y la
profesión, no significa que los mismos condicionen la imagen que
nos hacemos del pasado.
A ese supuesto básico no he llegado llamando a Mauricio Puerta.
Tampoco excavando. Ni fotocopiando libros "en inglés" hechos
inteligibles a punta de diccionario español- inglés/inglés-español.
Fue un poco de todo eso, pero, sobre todo, fueron las conversaciones
con arqueólogos que son más duchos en el trabajo de campo, o que,
en menor número, tienen más facilidad para los debates "teóricos"
(¡en arqueología!), o bien aquellos que, ya en contados casos, han
aprendido a combinar los dos aspectos. Esta clase de arqueólogos
aparecen en todas las generaciones y aquí, como en tantas otras
cosas, se aplica eso de que "por más doctorados que haya hecho,
más sabe el diablo por viejo que por diablo".
Por todo lo anterior, si bien los comentarios de Dever me indican
que no perdí del todo mi tiempo haciendo "a rqueología de
escritorio", sí espero que más adelante algunos de esos arqueólogos

162
(especialmente los que han pasado por el valle del río Magdalena) -
que ni en términos particulares ni generales comparten
explícitamente ese supuesto y sus consecuencias prácticas- den a
conocer su punto de vista por escrito en una publicación, a ver si
superamos de vez en cuando el club del elogio mutuo que son los
congresos de antropólogos ("que haría el mundo sin su importante
punto de vista... doctor"); y los congresos de cafetería donde
"arreglamos el país y sin cobrar".
Entre otras cosas, se podría ir aclarando el, por ahora, manejable
caos tiestológico que hay en el valle del Magdalena. No sobra que
unos y otros hagan manifiestos los criterios con los que se ha
clasificado y correlacionado la cerámica de Honda con
Barrancabermeja, por decir algo, y nos permitan a todos saber qué
quiere decir eso de los "contactos culturales" de los que se habla
cuando dos bordes de olla de dos lugares diferentes "se parecen".
Qué tipo de información (simbólica, cultural, ideológica, política) se
supone que se puede observar o no en los paralelos estilísticos. No
estoy sugiriendo que se haga un máster (aunque como negocio no
estaría nada mal) en "arqueología postprocesual", e importemos a
algún discípulo de Ian Hodder para que nos enseñe, cual Bochica,
cómo se estudian los símbolos en arqueología. Apenas hago
memoria de las clases de antropología en que nos hablaron de esas
cosas. ¿Será que necesitamos de un postgrado para releer a Saussure,
Lévi- Strauss, Peirce, Flannery, Renfrew y al mismo Reichel-
Dolmatoff, que hacía "etnoarqueología" cuando eso todavía no se
llamaba así?
Discusiones de ese tipo, según mi entender, afecta a todo el
gremio, ya sea que se trate de un tiestólogo más o menos dado a
teorizar, o de quienes miden la validez de lo que un arqueólogo dice
por la cantidad de metros cúbicos de tierra que ha removido (o que
los auxiliares de excavación y obreros le han ayudado a mover, si
hemos de ser más claros).
A un nivel más abstracto y etéreo, habría un par de cuestiones en
las que encuentro algunas diferencias entre la perspectiva de Dever y
el "espíritu" que me animó a escribir el artículo magdaleniense.
Me parece algo contradictorio el que por un lado afirme que "el
desarrollo y evolución del conocimiento depende...de lo valioso y

163
relevante que éste sea para la vida diaria de las personas que viven
en el momento en que éste se desarrolla" y, por otra parte, sugiera
que "las motivaciones, preguntas y actitudes (de los arqueólogos)
sólo son relevantes...si de una u otra forma tienden a ayudar a la
producción de conocimiento".
La arqueología no produce hoy (ni ayer y, de seguro, tampoco
mañana producirá) ningún tipo de información "valiosa y relevante"
para "la vida diaria de las personas". Hasta donde he podido
observar, en los buses que transitan ese apocalipsis urbano que
algunos llaman "capital de la República" y que alguien quien nunca
vivió en él llamó la "Atenas Suramericana", venden de todo: lápices,
monederos, poemas, dulces, artesanías, agujas, purgantes, "dos en
cien, tres en quinientos". Y a veces, en los semáforos,
bombombunes, Marlboro, periódicos y revistas (droga no, dicen).
No hay una sola cosa de esas que tenga algo que ver con "la
producción de conocimiento arqueológico". Bueno, casi nada. A
veces aparecen las acostumbradas historias de las "civilizaciones
perdidas", por fascículos; y de unos años para acá, con video
incorporado. Tienen lindas fotos y las más de las veces, es lo más
legible que puede encontrarse bajo el título de arqueología. Casi
nunca hay dibujos de ollas ni sesudas discusiones sobre la relación
entre una piedra con forma de punta de lanza hallada en algún lugar
de Antioquia y, digamos, otra encontrada a 5000 kilómetros, por allá
en Alaska.
Esa vetusta y, por fortuna, ya superada creencia que llamaban
"materialismo histórico", decía que a eso se podía llamar sociedad
mercantil, porque la relación entre las personas que producían y
consumían cosas estaba mediada por la "ley de oferta y demanda",
la ley de la gravedad de los economistas. Eso funciona tanto en la
fría "Atenas rola" como en la ardiente Dorada o Barranca. La
imagen de la arqueología que predomina en "la vida diaria de las
personas" es aquella que se puede consumir sin mucho esfuerzo a
través de la industria del entretenimiento y la sobreoferta de
información de toda clase. Y si nos dedicamos a producir
conocimiento arqueológico para esa industria basada en los deseos
(como pedía un achacoso Flannery en el "Palustre Dorado"), a lo
más que se llega es a esos folletos sobre "culturas perdidas" (como

164
algunos absolutamente horrorosos, descontextualizados y
anacrónicos que se publicaron para los "500 años", con la venia de
renombrados museos). De pronto algún documental; y eso, si los
señores de los canales privados le ven posibilidades de "rating" a la
historia de la "cultura-cacicazgo Colorados".
La "producción de conocimiento" sigue como en algunos
conventos europeos del siglo XIII, dependiendo de la relación y
discusión face to face entre maestros y discípulos (que pena con los
que ejercen de intelectuales cuando se "conectan" a la "gueb").
Depende de la "escolástica", que incluía conocer cierto vocabulario
básico (¿qué diferencia hay entre complejo, cultura y fase
Colorados, doctor Castaño?). La dialéctica, como se llamaba a la
confrontación de argumentos en busca de su demostración (¿dónde
están los caribes, doctora Burcher?). Vocabulario y dialéctica se
nutrían de la lectura (crítica) de textos que servían de guías que
habían de ser superadas (¿cuándo van a publicar los informes de
arqueología de rescate del valle del Magdalena, señores ingenieros
consultores?). Y finalmente, la fe debía ser defendida mediante la
razón:
Estad siempre prontos a responder con mansedumbre y
reverencia a cada uno que os demande razón de la
esperanza que hay en vosotros (I Pedro, 3. 15).

Si queremos justificar la diferencia entre un arqueólogo y un


astrólogo, es tiempo de que comencemos por reconocer que no
hablamos en nombre de Dios o las estrellas, sino en nomb re propio.
No basta con excavar y publicar, también hay que defender lo que se
dice. Aunque eso tampoco sea "valioso y relevante" ni para la vida
diaria de uno mismo.

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