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T. 11. ALFARERÍA POPULAR EN ANDALUCÍA.

La presencia de utensilios de barro en cientos de formas y tamaños, ha sido habitual y


constante en cocinas rurales y urbanas, conventos, hospitales, cuarteles, cárceles,
mesones, ventas y figones. Por no faltar, también estaban presentes en las cocinas de los
palacios. Todos estos objetos que han servido para acarrear y guardar agua, vino, aceite,
frutos, matanzas, y especias; donde se ha lavado y guisado, y donde también han
comido las gentes y sus animales han sido con frecuencia objeto de estudio para muchos
autores. Entre otros, podemos destacar a Corredor Matheos que elabora un estudio sobre
la cerámica popular española en 1974y que posteriormente realiza un estudio más
específico sobre la zona catalana. Pero sin duda, una de las autoras que más a fondo ha
estudiado sobre alfarería ha sido Natacha Seseña, que ha estudiado la cerámica popular
en Castilla la Nueva y que además realizó una guía de las alfares de España en 1981.
Para la elaboración de este tema, seguiremos el esquema propuesto por la autora en su
obra Cacharrería popular, donde nos hace un recorrido de la alfarería de toda España.
No obstante, y dado el tema que nos ocupa, haremos hincapié en la alfarería andaluza.

Comenzaremos explicando el vocablo alfarería, cuyo origen deriva del árabe “fahhâr”
que significa barro; por tanto, alfarería es el arte de fabricar todo tipo de objetos que
tienen al barro o arcilla, como soporte básico. Y es el oficio gracias al cuál el hombre ha
creado artilugios de todo tipo durante un largísimo periodo de la historia.
En segundo lugar, haremos una acotación conceptual entre el significado de culto y
popular. Y es que según Herbert Read, el arte popular es la creación de gentes sin
cultura de acuerdo con una tradición indígena que nada debe a influencias extrañas. El
mismo autor señala como características del arte popular, la tendencia a la abstracción,
el conservadurismo y la universalidad de motivos en distintos e incomunicados lugares,
todo lo cual dificulta los intentos de datación. Otra nota característica del arte popular es
que el fabricante, no tenía conciencia de ser artista. Y frente a esta vertiente popular, el
lado culto que no busca lo novedoso y que sólo cambia cuando se transforman los
modos de vida.
Por consiguiente, enlazando el significado de alfarería con la vertiente popular,
denominaremos alfarería de basto al conjunto de cacharros de barro donde se ha
cocinado, donde se ha guardado el agua, el vino, la sal, el aceite, u otros elementos
comestibles o bebibles. En definitiva, toda la utillería unida al uso común de las gentes

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de toda condición. La alfarería de basto cumplía todas las necesidades de la vida en
torno a la comida, ya fuera en la casa rural o en la urbana; incluso en las cocinas de los
palacios.
Su constante presencia en miles de formas y tamaños no era valorada por el usuario
porque, primero, no veía en ella nada chocante; segundo, por esa tendencia del ser
humano de no apreciar lo que se tiene alrededor. Así pues, a pesar de la belleza formal
que hoy encontramos en estas vasijas, eran si embargo, de basto, ordinarias, populares.
Se distinguían de las lozas que tanto en la vida rural como en la vida urbana siempre es
cosa más fina, reservadas en la vida campesina para grandes ceremonias del ciclo vital:
bodas, bautizos,… Para uso diario, sin embargo, las lozas estaban en las casa de mayor
acomodo económico.
Dentro de la alfarería de basto hay que distinguir dos grandes grupos: la alfarería de
agua, en la que se busca la transpiración y la del fuego, que elimina porosidad para
poder ser llevadas al fuego para guisos y comidas. Antiguamente y hasta la segunda
mitad del siglo XX, ese vidriado se conseguía con sulfuro de plomo, venido de Linares,
Jaén y que los alfareros llamaban “alcohol de hoja”.
En cuanto al origen de la alfarería española, podemos remontarnos a las cerámicas de la
Cultura del Bronce y las ibéricas que han ido sufriendo influencias de otras culturas
tales como la hispano-musulmana, la mudéjar y morisca. Destacaremos que los
moriscos son los artífices del gran capítulo de la historia de la cerámica medieval de los
siglos X al XV. A ellos se debe el conocimiento de las técnicas del vidriado plumbífero,
del estannífero, de los alicatados, de la cuerda seca y del reflejo metálico.

El segundo bloque de nuestro tema sería el de las técnicas, cuyos elementos esenciales
son la arcilla, el agua, el aire y el fuego. Y por supuesto, las manos humanas.
La arcilla, es un producto de descomposición de una roca feldespática. Puede tener un
color blanco, grisáceo, amarillo o rojo intenso. Posee dos características importantes: la
plasticidad y la capacidad de hidratación. Así, puede recibir agua sin que se
descomponga y puede amasarse y obtener de ella las formas deseadas. Cuando se seca,
la forma dada permanece invariable. Antes de comenzar a trabajar, había que preparar la
arcilla, añadiéndole agua, batiendo con palos; también se colaba y se dejaba en una pila
hasta que se convertía en un bloque que posteriormente sería pisado y amasado.
Después de amasar la pasta, se forman las porciones, llamadas pellas o pellones, que
luego pasarán a la rueda.

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Dentro de las técnicas de fabricación, encontramos las modeladas con las manos, en las
que la superficie lisa se conseguía pasando un paño húmedo y las fabricadas con torno o
rueda.
Y es que el torno del alfarero es el elemento mecánico de mayor importancia en el
proceso de la fabricación de piezas de cerámica. Llegó a las costas mediterráneas de la
Península a través de los pueblos fenicio y griego entre los siglos VIII y VI a. C.
Por otro lado, desde la rueda de alfarero que apareció en Mesopotamia hasta el torno
que hoy se usa, ha habido una larga evolución. En primer lugar tendríamos una
superficie redonda que gira sobre un eje, después el eje se irá alargando consiguiendo
una mayor velocidad y en tercer lugar, tenemos el disco giratorio de cruz o de suspenso.
La función del torno es proporcionar fuerza centrífuga a una porción de barro amasado,
llamado pella, que se coloca en el centro de la rueda. La pella va subiendo y adquiriendo
la forma que el alfarero quiera darle. Para ello, las manos del alfarero deben estar
siempre húmedas.
Pero a la fabricación con torno le complementan una serie de utensilios como las cañas
vegetales, rectángulos metálicos, trozos de tela, clavos, hilos o alambres y fragmentos
de vasija para obtener la curva necesaria en algunos objetos.
Una vez torneadas, las piezas han de secarse.
En cuanto a la ornamentación, destacamos tres técnicas: las de decoración en relieve
con cordonados sencillos o múltiples, el pezonado o aplicación de protuberancias, la
estampación en relieve y otros relieves adicionales; las de incisión y las de decoración
cromática, que es la más rica y variada y se conseguía mediante revestimientos de una
arcilla sobre otra, pintando con óxidos, bordando o mediante la técnica a la trepa.
Pero sin duda, la cocción constituye la etapa más importante del proceso de fabricación
y es determinante para el producto final. Siendo la temperatura, el tiempo empleado y la
atmósfera tres factores fundamentales.
Esquemáticamente el horno consta de una cámara de combustión y de una cámara de
cocción. Generalmente la primera debajo de la segunda. Una vez cargado el horno de
cacharros, se tapa si es abierto, cubriendo con barro todas las grietas. Una vez preparado
el horno, se procede a encenderlo; la materia utilizada para ello ha sido generalmente la
leña.
La cocción o cochura es el momento en que tiene lugar el proceso químico más
importante. Tiene dos fases, temple (mucha leña poco a poco) y caldas (se deja
consumir la leña). Después se deja que el horno se enfríe poco a poco.

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Dada la importancia de la fase de la cocción, es lógico que lleve parejos una serie de
deseos expresados en plegarias, ensalmos o jaculatorias. Destacando como símbolo
constante de la Península, la cruz pintada con la propia arcilla cobre la puerta de atizar o
de cargar.
Y ya para finalizar con las técnicas, y una vez cocida la vasija, se procede al vidriado;
que es el baño total o parcial de la pieza. El resultado es una cubierta incolora,
transparente e impermeable en las vasijas. Aunque esta cubierta también puede
colorearse. Para el barniz de la loza, se emplea el vidriado estannífero ya que produce
una cubierta opaca y blanca.
Y una vez explicadas las técnicas de fabricación de alfarería y sus materiales,
comenzaremos con las características principales de la alfarería en Andalucía, puesto
que es la segunda parte del tema que nos ocupa. Para ello seguiré al igual que Natacha
Seseña, la división geográfica; comenzando por la Andalucía occidental y continuando
por la oriental.
Pero antes hemos de destacar una nota característica de la alfarería de toda esta zona
peninsular, y es la fuerte influencia recibida del pueblo islámico.
Comenzamos pues con la provincia de Jaén, donde entre otras, destacamos la zona de
Bailén y cuya pieza más característica es la orza de cuatro asas, que tendrá gran
influencia en La Mancha y en el resto de Andalucía. Pero también se fabricaban platos,
lebrillos, cántaros, morteros para el gazpacho, etc. Todos decorados con simples trazos
verdes de cobre y marrón de manganeso, conseguidos mediante una lavativa con la que
se aplica el óxido. De la cerámica de Andújar, podemos destacar la riqueza y calidad de
la arcilla de su suelo. Su pieza más representativa es la jarra grotesca, de gran efecto
decorativo y que consta de varias piezas que se van apilando. La parte inferior, a modo
de macetero, sostiene una jarra abierta que es más bien un recipiente sin asas pero
cubierto de adornos florales y pájaros en relieve. Se cubre con otro recipiente más
pequeño y por fin se remata con la figura de un angelito. También encontramos pitos
vidriados en forma de caballito, pitos de toro, la mula de cántaro y el pito de picador.
Otra de las formas tradicionales es la jarra de estudiante o de cuatro picos decorada con
motivos vegetales o con la Virgen de la Cabeza, además de los botes de vinagre,
especieros, botijos, jarros de asas, etc.
Pero no sólo se fabricaban piezas de producción estannífera, sino que también se
producía en barro blanco para agua. Unas piezas vidriadas y otras sin vidriar. Así
tenemos jarras, botellas, copas, botijos borondos o en forma de gallo y el botijo de púas

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o de erizo, como piezas vidriadas. Las piezas sin vidriar, se decoraban con guirnaldas de
flores en ligero bajorrelieve mediante el procedimiento de la manguilla, o sea, bordando
un chorrito de barro fino en un embudo.
Otra pieza famosa es la alcarraza o jarra de cuatro picos. Y que podemos verlas en el
Aguador de Velázquez, en el Bodegón de Zurbarán o en el Bodegón de la Alcarraza de
Meléndez.
En Úbeda, se fabricaban tinajas para aceite, vasijas con vidriado blanco estannífero,
cántaras, botijas, orzas, maceteros, alcuzas para aceite, tarros, etc.
De Córdoba, podemos destacar los cántaros de Hinojosa del Duque, los barriles o
botijos de colgar y las orzas que podían ser empegadas de pez para guardar el pringue o
matanza. En Bujalance, se fabricaban cántaros, macetas de suelo y de colgar, macetos y
macetines para el gazpacho. De Baena, eran famosos sus cántaros, con dos asas y el
cuello alto.
Pero el principal centro de Córdoba y uno de los lugares de mayor densidad alfarera de
Andalucía y de España es La Rambla donde la alfarería tradicional es blanca y porosa
como podemos ver en los famosos porrones o botijos, cántaros, dornillos, macetillas de
gazpacho, jarras de cuatro picos o alcarraza, botellas, etc. La blancura se consigue
mezclando sal común a la pasta.
La fama de la Rambla se debía al blanco sin vedrío. La producción vidriada y pintada,
es decir, la loza, fue desconocida hasta los años 50. En cuanto al color, suelen ser tonos
pálidos y siempre eran las mujeres quienes los pintaban.
De Puente Genil, podemos destacar las vasijas de agua. También podemos destacar un
tipo de cántaro elaborado por un alfarero procedente de Vélez y que presenta unas
estrías circulares hechas con la caña mientras sube el cántaro.
Podemos destacar también las tinajas de Lucena, que se hacían totalmente a mano, sin
torno y cuya forma terminaba siempre en pico. La operación más difícil era llevar la
tinaja al horno. Lo hacían con una soga gorda de esparto llamada manija, que tenía
varios cabos y que era sostenida por varios hombres. Como las tinajas iban vidriadas en
su interior, para saber si habían vitrificado se metía un corcho con un alambre que, al
prenderse, permitía averiguar el punto.
De la labor vidriada, destacan las orzas de matanza, de perfil panzudo, con dos asas en
el lugar de mayor diámetro y borde resaltado. Se hacen de siete tamaños y las pequeñas
van decoradas con cenefa vegetal, mientras que las grandes se decoran con un ramo.

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También encontramos jarros, morteros, queseras, librillos, perulas para guardar aceite y
vinagre, etc.
En Sevilla, podemos destacar el centro de Triana ya que es de los más importantes de
España, comparable incluso con Talavera y Manises. En Triana, se ha fabricado todo
tipo de piezas. Así encontramos piezas con vidriado estannífero como vasijas, decoradas
con temas de montería. También tenemos lebrillos de gran tamaño.
En Triana, el trabajo estaba dividido, y así había oficial de fino para vajillas; oficial de
basto para orzas, tarros, sangraderas para matanza y cartageneros; oficial de áspero para
las macetas, macetones, tallas, dornillos y tinajas; el ollero para pucheros, cazuelas y
ollas; y el tejero, que hacía sólo tejas.
En cuanto las vajillas populares, solían ir decoradas con líneas azules alternando con
otras sólo en naranja. Ejemplos de esta tipo los encontramos en el Museo de Artes y
Costumbres Populares de Sevilla.
Pero de Triana, también destacan las tallas para el agua. Tienen cuatro asas y la forma
del cuerpo de una mujer; o las jarras trianeras, vidriada de blanco y con rayas azules.
Lo más característico de la producción de Carmona son los cántaros, que se fabrican de
una sola vez.
Otros centros productores de Sevilla, serían Lora del Río, Lebrija, Osuna, etc.
En Huelva hay que tener en cuenta dos marcadas influencias, la de Extremadura y la de
Sevilla. Aunque encontramos centros en Villarrasa, Moguer, Campofrío o Los
Romeros, entre otros, destacamos el de Cortegana, donde la producción tradicional
consiste en labor de basto a base de cántaros, piporros o botijos, cantarillas y barriles.
La labor de entrefino con vidriado plumbífero, consiste en pucheros, ollas, cazuelas de
base redonda, chocolateras, platos, etc. La tinajas de Cortegana se enceraban con cera
de abeja y pez; y estaban destinadas a contener aceite y vino.
La labor de fino está formada por platos jaspeados de colores en blanco, azul o verde.
Con decoración de chorreaduras a manera de jaspeado; para ello necesitan ser cocidas
en unas cajas de arcilla llamadas jaulas.
La labor tradicional de Trigueros, consistía en lebrillos grandes, destinados a lavar ropa
y por tanto, vidriados en el interior; aunque los lebrillos de vientre, se destinaban a la
matanza.
De Cádiz, tan sólo en Conil se mantienen vivos sus tornos que hasta hace unos años
fabricaban cántaros del tipo lebrijano y otras piezas para agua. Pero la producción más

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artística que tradicional, se orientaba hacia piezas como floreros, figuras de animales,
ceniceros, escudillas, juegos de té, así como cerámica dorada y policromada.
En Málaga, encontramos cazuelas de distintos tamaños en estepota, se vendían por lotes
llamados libras. En Santa Inés, todavía se conservan las olmas (círculos de madera)
donde se construían los grandes lebrillos para hacer la colada. Y Coín, fue un centro
famoso por sus lebrillos, orzas y cántaros.
Granada, es una región fronteriza y por ello una zona de contrastes, marcados por
Sierra Nevada y la estepa almeriense. A ello van unidas las fuertes influencias ejercidas
por el pueblo musulmán.
En Guadix, encontramos piezas de arcilla roja destacando los pipos, las botijas, los
cántaros corrientes y las orzas. Pero la producción más importante de Guadix son las
jarras accitanas (alusión a la ciudad romana de Acci). Compuestas de una vasija con
asas sobre las que descansan unas pirámides siluetadas con rollos continuos y que
terminan con pajaritos, así como las dos tapaderas que rematan la vasija. Todo ello
decorado con flores, hojas, gallos y mascarones.
Pero sin duda, las lozas más populares y baratas de Granada fueron las de Fajalauza, en
Granada capital. Eran labores bastas y de mala calidad, con abundantes
desportillamientos y roturas. Sin embargo su gracia y aura están fuera de duda. Sus
características son el vidriado con poco estaño, y la decoración en verde o azul con
motivos tales como la granada, pájaros, águilas, etc. Destacan las jarras de cuerpo
globular, las jarras alcarrazas, decoradas con caracolillos, lebrillos y jarros para el vino
y el vinagre.
Y por último, en Almería, cabe destacar Níjar que como bien demuestran los tornos
excavados, es un centro de mucha antigüedad. Producía objetos alegres y vistosos como
fuentes redondas con ondas, tazones marrones o verdes… etc. Lo más representativo
son las piezas con vidriado jaspeado de churretones de varios colores.
Otros centros de producción de Almería fueron Alhabia, Tabernas, Sorbas, Vera o
Viator, entre otros.
Y ya para concluir y tal y como apunta Natacha Seseña, la historia de la alfarería
española es brillantísima; pero tantos siglos de evolución y producción, se verán
modificados sustancialmente a partir del siglo XX, cuando en la vida agraria tradicional
se operan grandes cambios estructurales que condicionan la definitiva crisis de la
alfarería. Y uno de los hechos que afectó a esta crisis fue la llegada de la televisión a los
pueblos, que eliminó las conversaciones y consejos orales tan útiles en esta materia.

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Otro hecho fue el turismo, que también trajo consigo una consecuencia positiva y es que
el alfarero no dejó de trabajar en algunos lugares debido a la fabricación del típico
souvenir. Si bien es verdad que las técnicas de fabricación han ido variando a lo largo
del tiempo debido a la introducción de máquinas en el trabajo. A esto hay que añadir
que la mayoría de estos objetos han perdido su función originaria, llegando a convertirse
muchos de ellos en meros objetos de adorno. Tal vez el hecho de mirar estas piezas
como mero adorno, es lo que haya contribuído al afán por coleccionar este tipo obras.
Es así como han llegado a nuestros días colecciones como las de los holandeses Helen
Drenth y Tijmen Knecht y que en su día fue comprada por el Museo Nacional de
Antropología.
Cabe destacar también la revista de dialectología del CSIC, que contribuyó a la difusión
de la alfarería. Además de las exposiciones celebradas como la de Cerámica Popular en
Andalucía en 1981.
Y es que este tipo de piezas son muy importantes para el estudio de la vida cotidiana
tanto del ámbito rural como del urbano. Es por ello que se consideran una herencia
patrimonial de gran importancia.

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