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Clase 5.

El mundo post industrial y la


"Gran convergencia"

Sitio: FLACSO Virtual Impreso por: RICARDO GONZÁLEZ PRIETO

Curso: 101 XV - Desarrollo Económico - 2023 Día: domingo, 5 de noviembre de 2023, 02:25

Clase: Clase 5. El mundo post industrial y la "Gran

convergencia"
Descripción
Tabla de contenidos

Resumen de los contenidos de la clase

1. Los cambios en los paradigmas productivos en los Países Desarrollados (PDs)

2. El nuevo rol de China como potencia industrial y comercial en todo el mundo.

3. El retraso de Europa y Japón vis a vis EEUU

4. La “servificación” de las actividades productivas.

5. Las cadenas globales de valor

6. Los nuevos servicios transables como oportunidad para los Países en Desarrollo (PEDs).

7. La revolución de las comunicaciones y la “gran convergencia”

8. El mundo de los datos y los activos intangibles.

9. Las empresas tecnológicas y la crisis fiscal de los Estados

10. Malestar social, desigualdad y homoploutía

11. Los nuevos ganadores (y perdedores): la Curva del Elefante.

12. Los problemas del envejecimiento poblacional.

13. La crisis del Covid y su impacto en la economía y el trabajo

14. Las respuestas fiscales a la crisis

15. ¿Se viene la “revancha” de la industria manufacturera?

16. La crisis del transporte marítimo y los contenedores

17. Los vaivenes de las commodities. Una nueva oportunidad para la región.

18. ¿Tiempos para el Desarrollo Humano? ¿Es necesario un nuevo contrato social?

19. China se consolida como gran potencia global: ¿La trampa de Tucídides?

20. Del reshoring y el neashoring al friendshoring

21. La crisis rusa y la vuelta de la agenda de la seguridad energética.

22. ¿El regreso de la inflación: cuán transitoria?

Lecturas
Resumen de los contenidos de la clase

Las dos primeras décadas del siglo XXI han sido un período de grandes cambios tecnológicos, a partir de los

cuales se han modificado significativamente la forma de trabajar, consumir, informarse o disfrutar el tiempo li-

bre de la mayor parte de la población del mundo. Resulta muy difícil para los jóvenes de hoy entender como

transcurría la vida de sus padres o abuelos hace una o dos generaciones, sin la compañía de la Internet, la te-

lefonía celular, las redes sociales o el correo electrónico, entre otras cuestiones.

Pero esos grandes cambios, que en términos generales han contribuido fuertemente a la mejora de la calidad

de vida de la mayor parte de la población del planeta, han venido acompañados de otro tipo de fenómenos.

Así como la masificación del acceso a esas nuevas tecnologías ha puesto en cuestión algunos de los punta-

les del mundo del siglo XX (los partidos políticos tradicionales, la Iglesia, la escuela, los sindicatos, la televi-

sión y los periódicos, la familia, el Estado, etc.), no todos los sectores sociales han sacado igual provecho de

tales cambios. Y así como las primeras seis o siete décadas del siglo XX han sido caracterizadas por numero-

sos analistas e historiadores como “la era de la industria”, la última parte del siglo XX y los inicios del siglo

XXI han sido testigos de la pérdida de relevancia de la manufactura como articulador central del progreso y la

movilidad social en buena parte de los países, especialmente en los de mayor desarrollo (históricamente lla-

mados “países industrializados”). Los nuevos sectores dinámicos y/o “ganadores” han estado -en buena parte

de los casos- en otro tipo de actividades, o bien han tenido que ver ya no con sectores y/o productos sino con

determinados segmentos, eslabones o tareas desarrolladas a lo largo de las cadenas de agregación de valor

implícitas en la producción de esos mismos bienes y servicios (u otros).

De este modo, mientras que en lo que va del siglo algunos países (especialmente los del Este de Asia) logra-

ban inocultables mejoras en la calidad de vida de su población, en la mayor parte de los países de Occidente

se hacían cada vez más visibles los cuestionamientos y/o malestares respecto del nuevo escenario econó-

mico, social y laboral, en el cual la falta de perspectivas, la tendencia a la desigualdad y la pérdida de eficacia

de los instrumentos cohesionadores de los “dorados” años de la posguerra (ej. Estado del Bienestar) apare-

cen con creciente relevancia en el menú de inquietudes de las nuevas generaciones. Y en este contexto, tanto

la crisis social generada por la pandemia COVID 19, como el impacto político, económico y estratégico de la

guerra entre Rusia y Ucrania no han hecho sino agregar una dosis adicional de complejidad a la agenda de la

política y la economía de la mayor parte de los países.


1. Los cambios en los paradigmas productivos en los
Países Desarrollados (PDs)

A lo largo de buena parte del siglo XX la industria manufacturera aparecía como la principal fuente de valor.

De hecho, los países ricos eran comúnmente llamados “países industrializados”, al tiempo que los países po-

bres recibían apelativos que iban desde “países menos adelantados” o “países subdesarrollados”, hasta otros

(más optimistas) que hablaban de “países en vías de desarrollo”, o más simplemente, “países en

desarrollo”[1].

En cualquier caso, la carrera por el desarrollo y/o el bienestar material tenía que ver con la capacidad de cada

economía de ir pasando de las actividades primarias (recursos naturales) a la industria, tarea para la cual (y

como ya hemos visto en las clases 2 y 3) resultaba imprescindible que el Estado asumiera un rol central tanto

en la inducción del proceso y en la remoción de los obstáculos estructurales, como en la planificación y coor-

dinación de la ejecución de las acciones necesarias para que la epopeya industrializadora pudiera tener lugar.

Pero hacia principios de los años 70s, y en paralelo a la crisis del sistema de Bretton Woods, el modelo de

desarrollo basado en la industria y el paradigma fordista daban claras muestras de agotamiento. Si al calor

del cambio tecnológico y la automatización los principales sectores de actividad lograban importantes au-

mentos en la productividad, la capacidad de la industria para absorber empleos estaba lejos de parecerse a la

de los felices años de la posguerra y los baby boomers. Y en línea con lo que sucedía en las por ese entonces

agitadas aguas de la macroeconomía, la participación de los trabajadores en el reparto de la renta nacional se

estancaba y comenzaba a caer, al tiempo que el crecimiento de los salarios reales se desaceleraba notable-

mente respecto de los valores de los años 50s y 60s. El sueño americano (y de Europa occidental) mostraba

sus límites, y el “milagro” japonés tenía -para desgracia de muchos norteamericanos- su momento de gloria.

Y si bien para los años 80s las principales economías desarrolladas se habían recuperado, ya nada sería

igual. La industria manufacturera entraba en una fase de declive, incluyendo la deslocalización de algunas ac-

tividades que habían sido durante décadas el gran eje del desarrollo y la generación de empleos en algunas

regiones (particularmente la minería, la siderurgia, los astilleros o la textil-indumentaria, entre otras). Y ya en-

trados los 90s, buena parte del viejo tejido industrial y productivo se reestructuraba de la mano del nuevo

credo del “outsourcing”: cada empresa debía identificar su core business (aquella parte del proceso produc-

tivo o del negocio en el cual contaba con alguna ventaja vis a vis sus competidores, a partir de lo cual pudiera

alcanzar la rentabilidad necesaria para poder operar), en función de lo cual las actividades o tareas en las que

no lograra un nivel de eficiencia mínimo, deberían ser externalizadas, a favor de subcontratistas y/o proveedo-

res especializados.

En este contexto, la lógica de la integración vertical de las empresas (concentrar dentro de la misma diferen-

tes fases del proceso productivo y/o comercial) dejaba paso a la especialización de las firmas en ciertos seg-

mentos del proceso de agregación de valor, adquiriendo creciente relevancia su capacidad para lograr que las
redes o cadenas de proveedores y subcontratistas actúen de manera cooperativa y coordinada, minimizando

así los desajustes, los tiempos muertos y los inventarios. Comenzaba así a ganar espacio en el mundo de la

organización empresarial la época del just in time[2], y stock cero. A este respecto, la creciente difusión de las

nuevas tecnologías y las TICs, los avances del proceso de globalización (y consiguientemente, la fuerte reduc-

ción de los costos de transporte y logística y la homogeneización de los patrones de consumo y de organiza-

ción empresarial) y la proliferación de acuerdos comerciales internacionales generaban las condiciones para

que este proceso no solo se profundizara sino que también adquiriera (ya desde fines de los años 90s) dimen-

sión internacional (regional y/o global).

Y así como la cantidad de trabajadores industriales (“blue collars”) comenzaba a reducirse tanto en términos

absolutos como relativos, en la mayoría de los países desarrollados y en parte del mundo en desarrollo[3], los

sindicatos se veían obligados a resignar buena parte de su antiguo poder y las materias primas explicaban

una parte cada vez más pequeña del precio de mercado de los principales bienes y servicios, el capital hu-

mano, el know how y la propiedad intelectual ganaban creciente relevancia como fuentes de valor y de genera-

ción de ventajas competitivas.

En este contexto, en el que los nuevos paradigmas tecnológicos hacían que la escala mínima de producción

se fuera reduciendo fuertemente en numerosas actividades, los grandes jugadores perdían parte de sus atri-

butos vinculados al tamaño. En ciertos sectores y nichos de mercado, ser pequeño pasaba a ser una ventaja

(“small is beautifull”), vinculado con la flexibilidad, la cercanía al cliente y/o la capacidad de dar respuestas

más rápidas ante cambios en la tecnología o en las tendencias de la demanda.

De este modo, en paralelo a la crisis/ruina de numerosos centros industriales de la posguerra (afectados por

la necesidad de reestructurar algunos procesos productivos, o bien por la deslocalización de muchas plantas

hacia México, Europa del Este o Asia), los nuevos servicios iban ganando espacio en las economías, tanto en

su carácter de generadores de valor para empresas y/o familias, como en materia de fuentes de empleos. En

este contexto, buena parte de las empresas van pasando del tradicional modelo basado en la lógica de “ven-

der cosas” (ej. Automóviles o camiones) o servicios (gimnasio o atención médica), al más moderno -y com-

plejo- concepto de ofrecer “soluciones empresariales” (ej. de movilidad) o “experiencias al cliente” (calidad de

vida, entretenimiento u ocio, etc.).

Nota periodística de interés: La Vanguardia (2019): “Italia: La rabia del cinturón rojo”:

https://www.lavanguardia.com/internacional/20191111/471506014455/italia-liga-terni-acero-industria.html

[1] En tiempos más recientes, se fue agregando la categoría de “economías emergentes”.

[2] Just in time es un sistema de organización de la producción (de origen japonés, desarrollado en los años

de la posguerra) orientado a reducir costos, especialmente de inventario de materia prima, partes y/o produc-

tos finales. La idea básica es que los suministros lleguen a la fábrica (o al cliente) al momento en el que se
vayan a usar y solo en las cantidades necesarias​. Esto reduce o elimina fuertemente la necesidad de almace-

nar y trasladar la materia prima del almacén a la línea de producción, generando así importantes economías

en materia financiera y de logística.

[3] Este fenómeno también comenzará a hacerse notorio en el Este de Asia, pero recién hacia fines de la pri-

mera década del siglo XXI.


2. El nuevo rol de China como potencia industrial y
comercial en todo el mundo.

Así como hasta principios de los años 90s China era un jugador poco relevante en la economía y el comercio

mundial, desde fines de dicha época comenzó a ganar participación en la producción, un tipo diferente de pro-

ductos industriales, especialmente en el mercado internacional.

Hacia mediados de la primera década, China ya era un jugador de primera línea en el comercio mundial de

productos de “bajo precio” (juguetes, textil e indumentaria, algunas ramas de la industria del calzado y meta-

lúrgica ligera, etc.), para convertirse hacia 2010/5 en el primer productor y exportador mundial de varios de

ellos. Y como parte de la misma estrategia, desde los inicios de la segunda década del siglo actual los pro-

ductos chinos también fueron ganando espacio en otros segmentos de mercado, donde si bien el atributo pre-

cio es relevante, también se requieren niveles de calidad y confiabilidad muy superiores (ej. electrónica de

consumo, línea blanca, bienes de capital, equipamiento para el transporte, insumos industriales, etc.).

La otra cara de la moneda de su creciente peso como exportador fue su creciente relevancia como fuerte im-

portador de materias primas agrícolas, alimentos, minerales y energía, situación que (como se ha visto en la

clase 4) se tradujo en una importante suba en los precios internacionales de numerosas commodities, al

punto que en varias, China ya es el principal importador mundial.

En paralelo también ha ido ganando espacio como emisor de inversiones extranjeras, tanto en la zona asiática

como en otros continentes (África, Europa del Este y América Latina), lugares en los cuales empresas chinas

tienen un papel de creciente relevancia, especialmente en actividades que van desde la energía (tanto de

fuente fósil como renovable) hasta de obras de infraestructura o de producción minera.


Así, y como parte de esta estrategia orientada tanto a facilitar el posicionamiento internacional de empresas

chinas en sectores vinculados a la infraestructura, como de su voluntad de asumir un papel de mayor lide-

razgo en los asuntos globales, en el año 2013 el gobierno del gigante asiático puso en marcha la “Iniciativa de

la Franja y la Ruta” (Belt and Road Initiative, BRI), a través de la cual se promueven y financian grandes obras

de infraestructura en alrededor de 70 países[1].

La expansión China también se ha visto reflejada en la provisión de financiamiento a países en desarrollo. No

obstante ello y a partir algunas malas experiencias, a lo largo del último quinquenio, China parece haber co-

menzado a reducir parcialmente su exposición al riesgo en algunas regiones, particularmente en América

Latina.

[1] 21 de los 31 países latinoamericanos han firmado su adhesión a la llamada “Nueva Ruta de la Seda”, a tra-

vés de la cual los respectivos gobiernos aspiran a recibir asistencia técnica y financiera de China para desa-

rrollar proyectos de infraestructura. Una de las principales características de este tipo de emprendimientos es

que en la mayor parte de los casos el financiamiento chino está atado a diferente tipo de condicionalidades,

entre las cuales se encuentran tanto la adopción de tecnologías, la contratación de proveedores de equipos y

el desarrollo de las obras civiles de dicho origen.


3. El retraso de Europa y Japón vis a vis EEUU

A lo largo de las tres décadas que siguieron a la finalización de la guerra fría, y en paralelo a la pérdida de

peso de los países desarrollados en la economía y el comercio mundiales vis a vis el mundo en desarrollo, se

observan algunos importantes cambios en el primero de los grupos mencionados.

De este modo, mientras que a lo largo de las tres décadas que van de 1990 a 2021 la economía de EE.UU. cre-

ció un 111%, la de la Unión Europea lo hizo un 67% y la de Japón solo un 32%.

Fuente: Banco Mundial database

Esta situación, que estaría reflejando una mayor capacidad de la economía norteamericana para adaptarse a

las nuevas condiciones de la economía y las finanzas actuales, también tiene su reflejo en el mundo corpora-

tivo. Así, diferentes tipos de rankings (tanto de las principales empresas por el valor de sus acciones, por sus

ventas o por su prestigio, como de empresas tecnológicas, redes sociales según la cantidad de usuarios; o

bien de nuevos emprendimientos con valor de mercado mayor a U$S 1000M) muestran una clara primacía de

las empresas norteamericanas y un pronunciado declive de la participación europea y japonesa, al tiempo que

comienza a observarse el ingreso a los top 10 o top 20 globales de algunas empresas chinas.
El declive relativo de los países europeos también se observa en lo que hace a las solicitudes de patentes in-

ternacionales. No obstante ello, diferente tipo de mediciones internacionales en materia de calidad y/o espe-

ranza de vida (o bien las tasas de violencia/homicidios) siguen mostrando a los países europeos como un lu-

gar de privilegio vis a vis EE.UU., al tiempo que en los rankings de gasto en I+D o bien en calidad educativa

(tanto en las pruebas Pisa como en diversos indicadores cualitativos de Unesco) se observa una clara (y cre-

ciente) hegemonía de los países de la región asiática (China, Singapur, Hong Kong, Corea, Taiwán, Japón,

etc.).
4. La “servificación” de las actividades productivas.

La fuerte expansión de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) a lo largo de las últimas

tres décadas y la creciente difusión de su uso hacia el interior de buena parte de las actividades productivas

(tanto las de bienes como las de servicios) es una de las características más relevantes de la actual etapa de

la economía mundial.

Así, los nuevos paradigmas de producción y comercio, acompañados por una revolución tecnológica sin pre-

cedentes colocaron a los servicios en un rol central de la economía global. Este fenómeno, conocido como

“servinomics” refiere, en términos generales, a la transición desde los sistemas manufactureros hacia mode-

los de negocios basados en servicios, en los que las empresas buscan aumentar su competitividad comple-

mentando, o incluso sustituyendo, la producción de bienes (Gayá, 2017).

En otras palabras, al calor de los nuevos paradigmas tecnológicos, a partir de los cuales los bienes o servi-

cios finales se han ido transformando en la materialización final de un conjunto de insumos básicos, tareas y

procesos sucesivos de agregación de valor realizados por empresas cada vez más especializadas ubicadas a

lo largo de una cadena productiva, la frontera entre los bienes y servicios se ha ido diluyendo. De este modo,

los bienes y servicios que a diario consumimos (alimentos, indumentaria, electrodomésticos, libros, trans-

porte, una obra de teatro o una cesión de terapia psicológica) tienen incorporada -de manera directa o indi-

recta, observable o no observable- una creciente “dosis” de servicios, orientados a mejorar su calidad, sus

prestaciones, su confiabilidad y seguridad, su imagen, su aporte a la sustentabilidad, etc.

Así, uno de los ejemplos más difundido es el de los vehículos, donde la tradicional venta del producto final

viene, cada vez en mayor medida, “acompañada” (y frecuentemente, condicionada) por servicios como mante-

nimiento, financiación, seguros, logística, entre otros, que forman una oferta conjunta (joint-offer). Asimismo,

una parte no menor del valor del mencionado vehículo ya no se vincula con metales y plásticos, sino con soft-

ware y circuitos integrados, que mejoran significativamente sus prestaciones, su confiabilidad o durabilidad.

De este modo, el bien combina cada vez en mayor medida, aspectos tangibles y visibles con intangibles. Y

eso hace que los consumidores lo elijan.

Del mismo modo, muchas empresas “servifican” cada vez más los bienes que producen a efectos de ser más

competitivas (ej. optimización de uso de materiales, inventarios, transporte, etc.), diferenciarse de sus com-

petidores (ej. diseño), estimular la fidelidad de sus consumidores (servicios financieros, tarjetas de des-

cuento, etc.), para poder vender a precios más altos (ej. marketing y publicidad), etc.

Como parte de este proceso, la globalización del comercio y la penetración de las herramientas basadas en

TICs han convertido en elementos transables servicios que antes no lo eran, como es el caso de la educación

(e-learning), la contabilidad (servicios on line), la publicidad, el diseño, etc, lo cual amplió de modo significa-
tivo la participación que ya tenían en los flujos globales internacionales a través de las finanzas, los seguros,

el cine o la ingeniería, entre otros.

De igual modo y como parte del desarrollo de sus respectivos negocios, numerosas firmas (principalmente

transnacionales) que históricamente habían tenido su actividad productiva en EE.UU. o Europa han ido des-

centralizando parte de sus actividades a efectos de reducir costos y/u optimizar el aprovechamiento de sus

recursos y/o capacidades. En este sentido, han buscado maximizar su capacidad de apropiación de valor con-

centrando cada vez más sus actividades propias en las etapas iniciales de producción (I+D, diseño, etc.) o

bien en las de distribución/cercanía con el cliente. Este fenómeno ha sido formalizado por Fontagné y Harri-

son (2017) a través de la llamada “Smiley Curve”[1].

A partir de esta lógica, muchas grandes empresas internacionales (que van desde Apple hasta Pfizer, Adidas,

Colgate o IBM) han ido deslocalizando buena parte de sus actividades estrictamente productivas hacia países

con menores costos salariales y logísticos o bien normas ambientales más laxas, donde a través de sus pro-

pias filiales o a través de contratistas especializados se realizan las tareas manufactureras-repetitivas, que re-

quieren operar en grandes escalas.

[1] De acuerdo a este modelo, la curva actual tiende a ser mucho más pronunciada (o alargada) que en déca-

das anteriores, donde la diferencia entre el valor generado entre los extremos (I+D y diseño por un lado, y mar-

keting o cercanía al cliente por el otro) vis a vis la manufactura, era mucho menor.

Fuente: Fontagné y Harrison (2017)

De este modo, la corporación tiende a centralizar las etapas de investigación y diseño en

sus headquarters (normalmente en EE.UU. o Europa), mientras que la fabricación en escala propiamente di-

cha, se realiza en diferentes países asiáticos, para volver a concentrar la distribución en los lugares donde se

encuentran los principales mercados (generalmente países desarrollados), donde también se ofrecen los ser-

vicios de post venta (que por definición son “de proximidad”). De este modo, este tipo de firmas (que en su
gran mayoría nacieron y prosperaron en la manufactura) han ido reduciendo (a veces hasta cero) su involucra-

miento en la actividad estrictamente productiva, para focalizar sus tareas en los servicios asociados a esos

productos, ya que es allí donde han encontrado las mejores oportunidades para generar valor y/o obtener ma-

yores ganancias.
5. Las cadenas globales de valor

Uno de los cambios más importantes en la forma de analizar la organización de las actividades productivas a

lo largo de los últimos treinta años ha sido la introducción del concepto de cadena de valor. El mismo en-

tiende el proceso productivo como la suma de un conjunto de actividades y/o tareas (eslabones), a partir del

cual diferentes áreas de una empresa (o varias) van añadiendo valor a un insumo original (ej. recurso natural).

De este modo, entre los distintos eslabones de una cadena, que se van combinando de manera agregativa (no

necesariamente secuencial), podemos distinguir -entre otros- la obtención de la materia prima, el diseño del

producto, la fabricación o la distribución, hasta llegar a la venta al consumidor final (y eventualmente, el servi-

cio de post venta[1]).

Y así como en los hechos existe una cadena de agregación de valor dentro de cada empresa, y cadenas de va-

lor que vinculan a varias empresas (cada una con uno o varios procesos a su cargo), una Cadena Global de

Valor (CGV) implica que algunas de las múltiples tareas y actividades que requiere la producción de un bien o

servicios determinados se llevan a cabo en distintas localidades geográficas (regiones, países, etc.).

En síntesis, el concepto de CGV requiere el cumplimiento de al menos dos condiciones. Un proceso parcial

realizándose en un país, utilizando en forma constante uno o más inputs importados, y destinando, lo produ-

cido (output), a un tercer país donde concluirá el proceso de agregación de valor, o eventualmente donde se

encuentra el cliente. En este contexto y dada la necesidad de aportar certidumbre a este tipo de iniciativas,

las relaciones entre los eslabones de las CVG se rigen mayormente mediante contratos a plazo, involucrando

frecuentemente la producción de inputs bajo especificaciones particulares, a menudo distintas a las que rigen

en la generalidad de ese mercado.

La creciente tendencia a la internacionalización de la producción que ha dado lugar al auge de las CGV a lo

largo de las últimas tres décadas ha sido en buena medida consecuencia de fenómenos tales como la liberali-

zación del comercio y la inversión, la reducción de los costes de transporte, los avances en la tecnología de la

información y la comunicación y las innovaciones en la logística (ej. containerización). Del mismo modo, la in-

corporación de los servicios al menú de opciones de subcontratación internacional (offshorización) de las em-

presas que organizan numerosas cadenas de valor (fenómeno que adquirió fuerte relevancia hacia 2000/10)

ha permitido ampliar significativamente la “profundidad” de las CGV, incorporando a las mismas, actividades

con escasos antecedentes en este tipo de operaciones (ej. centros de contacto, marketing, comunicaciones

corporativas, servicios jurídicos, almacenamiento de datos, research, etc.)


En este marco, tanto por sus características regionales o globales, como por la necesidad de operar con esca-

las grandes, estos procesos han sido liderados en mayor medida por empresas transnacionales (ETs) origina-

rias de países desarrollados, que desde fines de los años 80s han ido utilizado este tipo de estrategias a la

hora de ir reestructurando sus negocios y reorganizando sus operaciones a efectos de ganar eficiencia (y me-

jorar su rentabilidad), a veces a escala global y a veces a escala regional.

Además de la fragmentación y la dispersión geográfica de las actividades, una característica que distingue a

las CGV de las anteriores oleadas de producción transfronteriza (como las de los años 50 y 60, fuertemente

vinculadas a la sustitución de importaciones y la necesidad de “saltar la tarifa”), es que las actividades de

producción son realizadas cada vez en mayor medida por empresas subcontratistas especializadas, general-

mente ubicadas en países con salarios más bajos. De este modo, las ETs tradicionales han ido concentrando

sus operaciones propias en los segmentos de las tareas o actividades en las que poseen capacidades y/o ac-

tivos intangibles de mayor valor de mercado. En paralelo a ello, en buena parte de los casos han ganado po-

der de mercado al controlar y coordinar sus redes de producción internacionales, integradas por múltiples

empresas[2].

Los productos involucrados en CGV pueden cruzan varias fronteras en diferentes etapas de producción antes

de convertirse en bienes finales. Por ello, el comercio de bienes intermedios, que requieren un mayor procesa-

miento y se utilizan como insumos para la producción, se utiliza a menudo como una medida aproximada de

las CGV. A este respecto, distintos tipos de cálculos han indicado que los bienes intermedios (que por defini-

ción, son parte de una cadena de valor, a completarse en el país de destino) representan actualmente algo

más de la mitad de las exportaciones e importaciones de manufacturas a nivel mundial (Onudi, 2016).

[1] Cabe señalar a este respecto, que mientras en el caso de algunos bienes el servicio de post venta no

existe (alimentos) o bien es poco relevante (indumentaria), en otras actividades es una parte crecientemente

relevante del negocio, sea porque forma parte de las inquietudes del consumidor final (ej. automóviles o má-

quinas) o bien es una parte muy importante del modelo de negocio del fabricante (ej. service de aeronaves o

entrenamiento de pilotos para las empresas que fabrican aviones comerciales).


[2] Se estima que las CGV "gobernadas" por las ETs representan el 80% del comercio mundial cada año.
6. Los nuevos servicios transables como
oportunidad para los Países en Desarrollo (PEDs).

Así como en tiempos del paradigma fordista (1920-1980), basado en la preeminencia de la industria, las eco-

nomías de escala y la producción en masa, el tamaño del mercado local era una condición de fuerte relevan-

cia a la hora de establecer la viabilidad de un proyecto de inversión de cierta envergadura, los cambios tecno-

lógicos acaecidos entre 1980 y 2000 y -particularmente- la significativa disminución de los costos para mover

bienes y transmitir información y la creciente relevancia de los servicios y los atributos intangibles en el pro-

ceso de creación de valor, abrieron una inédita oportunidad para el desarrollo y la captación de inversiones,

tanto para los países de menor tamaño como para aquellos ubicados fuera de los principales circuitos de

transporte marítimo y fluvial.

De este modo y de la mano de las tecnologías blandas, la disminución a cuasi cero de los costos de las comu-

nicaciones y el auge del “small is beautiful”, un conjunto de países de menor tamaño (como Uruguay y Costa

Rica, y en menor medida Guatemala, Perú, República Dominicana y El Salvador) encontraron en diferentes ti-

pos de servicios transables (desde la producción de software y servicios profesionales orientados a empre-

sas hasta los centros de contacto) una nueva oportunidad para diversificar sus economías, mejorar su capaci-

dad para generar divisas genuinas y para brindar nuevas oportunidades de trabajo a sus ciudadanos.

Fenómenos similares se han observado a lo largo de las últimas dos décadas también en algunos países del

Este de Europa (Estonia, República Checa, Polonia, Rumania, Ucrania, etc.) como en Asia Oriental (Filipinas,

Indonesia, India, etc.). Estos países han desarrollado una corriente nueva de exportaciones de servicios de

distinto tipo de sofisticación, hacia alguno de los hubs regionales: Alemania en el caso de Europa y Corea y

Japón en el caso de Asia.

A este respecto, y así como en el pasado, las fuentes de ventajas competitivas se vinculaban con el acceso a

determinados recursos naturales, la situación geográfica o el tamaño de mercado; en este caso los condicio-

nantes del éxito tienen que ver con el ambiente de negocios, los fundamentals económicos y jurídicos, el ac-

ceso a recursos humanos con los skills adecuados, la calidad de la conectividad y la diferencia con el huso

horario del mercado de destino.


7. La revolución de las comunicaciones y la “gran
convergencia”

Entre el 1800 y 1970/80, los países más prósperos del mundo fueron aquellos capaces de desarrollar su in-

dustria. Así como Inglaterra se transformó en la gran potencia global al amparo de la fortaleza de su sector

manufacturero y su poderío naval, el desarrollo de las comunicaciones marítimas y fluviales a escala le permi-

tió sacar provecho de esa ventaja a partir de la posibilidad de transportar bienes, transformándose rápida-

mente en el gran proveedor internacional de productos textiles, calzado, productos metálicos y de plástico,

muebles, utensilios y demás manufacturas. A este respecto, las teorías ricardianas de división del trabajo y

aprovechamiento de ventajas comparativas entre países y regiones constituían el andamiaje ideológico-con-

ceptual de este modelo, que prometía mejoras en el bienestar de todas las partes involucradas, cualquiera

fuera su ubicación en el circuito de intercambios.

En otras palabras, la posibilidad de transportar bienes en forma rápida y masiva facilitó la separación entre el

lugar de producción y el lugar de consumo, lo que contribuyó a aumentar los intercambios. Este proceso, ba-

sado en el arbitraje de bienes es el que conocemos como “vieja globalización”.

En este esquema, al que paulatinamente se fueron incorporando a lo largo de los siglos XIX y XX Francia, Ale-

mania, Japón, Italia y EE.UU., el mundo quedó dividido entre un conjunto acotado de países industrializados (y

ricos), y el resto del mundo (países pobres, con escaso o nulo desarrollo manufacturero), que podía acceder a

ese tipo de productos a cambio de entregar sus recursos naturales y derivados básicos (alimentos, metales,

materias primas agrícolas, etc.). Esto es lo que algunos autores como Richard Baldwin han llamado “la Gran

Divergencia”.

“El hecho de que los costos de transporte se redujeran mientras los costos de mover ideas se mantenían altos

explica la enorme divergencia que se verificó entre los países ricos y los países pobres. Los altos costos de

comunicación frenaron la diseminación de las ideas y de la innovación, y ello explica la gran divergencia en su

proceso de evolución” (Baldwin, 2018).

Hacia 1980/90, el desarrollo de las tecnologías de comunicación e información (TICs) redujo fuertemente el

costo de mover información lo que hizo posible, desde el punto de vista de la organización el offshoring el au-

mento de la rentabilidad a partir del aprovechamiento de las grandes diferencias salariales entre regiones.

En este contexto, muchas firmas industriales con operaciones a escala global podían trasladar una parte im-

portante de sus actividades productivas hacia países o regiones con menores costos salariales y de logística

(y frecuentemente de impuestos), pudiendo supervisar y controlar los mismos de manera remota desde sus

headquarters o casas matrices. Es en este momento en que comienza la nueva globalización en la cual las ca-

denas globales de valor se convierten en los agentes que arbitran su know how.
De este modo, algunos países (generalmente periféricos a los grandes hubs comerciales) como México, Polo-

nia, Polonia, República Checa, Turquía, Marruecos, China, Vietnam o Tailandia vieron crecer rápidamente sus

sectores industriales desde 1990, a partir de la deslocalización de líneas de producción que ya no necesita-

ban estar ubicadas en zonas contiguas a las de los centros de toma de decisiones (que sí se mantenían en

los países centrales). Este fenómeno, por el cual importantes segmentos de la industria manufacturera se

trasladaron desde los países desarrollados hacia algunos países en desarrollo, es lo que algunos autores han

caracterizado como “La Gran Convergencia”.

Fuente: OMC

A este respecto, la firma de acuerdos de libre comercio entre diferentes tipos de países aparece como una

precondición para la participación de los mismos en las cadenas regionales y globales de valor. De este modo

y en el marco de procesos productivos fragmentados y desnacionalizados, los tradicionales modelos que ana-

lizaban la performance de los países en función del perfil de sus exportaciones pierden buena parte de sus

cualidades explicativas. En otras palabras, las ventajas competitivas se desnacionalizan (o globalizan), pa-

sando a ser relevante para los países la cantidad y calidad de las “tareas” que cada uno de ellos realiza a lo

largo de las distintas cadenas de valor, siendo poco relevante que las mismas estén ubicadas en el segmento

manufacturero o de servicios.

Este fenómeno ha tenido importantes efectos positivos tanto sobre el costo y la calidad de los productos ma-

nufacturados involucrados como sobre la tasa de crecimiento de la industria manufacturera de un conjunto de

países en desarrollo (y sobre la rentabilidad de las empresas partícipes en estas acciones). La otra cara de la

moneda ha sido el achicamiento, o incluso la desaparición, de numerosos segmentos del sector y del empleo

en las economías más avanzadas, con impactos fuertemente negativos en las condiciones de vida en algunas

regiones de los países en desarrollo que otrora supieron ser la vanguardia del desarrollo productivo de esos

países hacia mediados del siglo pasado.


8. El mundo de los datos y los activos intangibles.

Si hasta 1970/80 el valor de las empresas más importantes estaba dado fundamentalmente por sus activos

físicos (sus plantas productivas, su disponibilidad de recursos naturales o materias primas, sus maquinarias,

sus inventarios físicos, sus oficinas, sus productos terminados disponibles para la venta, etc.), en la actuali-

dad esa condición esta básicamente determinada por su capacidad de satisfacer las necesidades de sus

clientes en tiempo y forma, por su capacidad de organizarse y desarrollar soluciones innovadoras ante los

cambios en las condiciones de la demanda y por la confianza que sus productos despiertan en los consumi-

dores de los mismos.

De este modo, cada vez en mayor medida el valor de las empresas tiene más que ver con sus activos intangi-

bles (valor y confiabilidad de sus marcas, patentes, derechos de autor, conocimiento de un negocio y secretos

comerciales, información estratégica sobre las características y necesidades de sus clientes, royalties y

acuerdos por licencias, conocimiento por parte de sus clientes, formas de organización interna, vínculos con

el resto de los stakeholders, etc.).

De hecho, en la actualidad, el valor de la gran mayoría de las empresas más importantes en cuanto a capitali-

zación bursátil (Apple, Microsoft, Amazon, Google, etc.) no está dado por sus activos físicos (que en todos

los casos son menores y frecuentemente se limitan al mobiliario de sus oficinas, computadoras y demás arte-

factos) sino por los mencionados activos intangibles, cada vez más importantes.

De igual manera, si en el pasado el recurso clave de las empresas estaba dado por su acceso, manejo o dispo-

nibilidad de tierras, minerales, petróleo o maquinarias, muchos de los modelos de negocio actuales se basan

en la capacidad de la empresa en cuestión para acceder, disponer y procesar en tiempo, datos e información,

frecuentemente geolocalizada, tanto de sus clientes y usuarios como del resto de la comunidad.

Por ejemplo, el acceso a información sobre nuestras preferencias; temas de interés y tiempo que destinamos

a cada uno de ellos; cual es el momento del día o la semana que les prestamos atención; gustos y preferen-

cias sobre música, equipo de futbol, comidas, lugares para vacacionar, marcas más valoradas; localizaciones

habituales; u opiniones sobre temas específicos, como sobre las políticas; son algunos de los activos funda-

mentales con que cuentan las firmas que trabajan en el mundo de las redes sociales y motores de búsqueda.

Y lo mismo puede decirse respecto de la información que habitualmente se genera en ámbitos que van desde

el servicio meteorológico hasta los movimientos bancarios o de tarjetas de crédito; la circulación de las per-

sonas a través de calles, avenidas o del transporte público; la compra y venta de acciones en la bolsa; o la

asistencia a centros comerciales, entre otros.

Esta información puede ser luego utilizada por las mencionadas firmas para, entre otras cuestiones, desarro-

llar estrategias de marketing focalizadas, identificar y valorizar temas de interés en colectivos específicos, op-

timizar la oferta de bienes públicos por parte de algún organismo estatal, predecir tendencias en materia de
opinión pública o de demanda, (ej. rutinas y circuitos de transporte público), etc.

En este contexto, diferente tipo de analistas y académicos han señalado que el acceso a datos e información

es, para las empresas de la actualidad, lo que hace 100 o 150 años eran el petróleo, la tierra o los recursos

minerales.

Dada la creciente relevancia que ha adquirido este fenómeno, algunos gobiernos nacionales y/o locales han establecido legisla‐

ciones específicas, a partir de las cuales se definen deberes, límites y obligaciones de las empresas portadoras de la información

referida, como para qué puede ser usada y para qué no; en relación tanto con los ciudadanos que la generan como respecto a

las autoridades.
9. Las empresas tecnológicas y la crisis fiscal de los
Estados

A lo largo de las últimas dos décadas las empresas tecnológicas (metafóricamente llamadas “GAFAM”: Goo-

gle, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) han ido “copando” los rankings mundiales en temas tales como va-

lor de mercado, ventas, valoración social, capacidad innovativa, empresas deseadas para trabajar, etc.[1], al

tiempo que sus accionistas mayoritarios y/o fundadores se convertían en verdaderas celebrities en el mundo

de las finanzas o del management.

Pero esta posición de privilegio en el terreno de los negocios no tenía su correlato en una contribución equiva-

lente en las arcas de los respectivos fiscos. A este respecto, los nuevos tiempos ponían de manifiesto que la

tecnología, tradicionalmente utilizada por las centenarias agencias tributarias (y la correspondiente legisla-

ción impositiva), estaba pensada para controlar a empresas que producían tangibles (automóviles, trigo, zapa-

tillas, ladrillos o acero), que estaban claramente localizadas en uno o varios territorios (plantas industriales,

campos, oficinas, depósitos, etc.) y que se relacionaban con sus clientes de manera física (las ventas se reali-

zaban de manera observable y en determinados lugares, tales como negocios, supermercados, shoppings

centers, oficinas comerciales, etc.). En este contexto, las agencias de control tributario podían hacer visitas a

las plantas o negocios a efectos de visualizar el movimiento, la cantidad de empleados o los stocks de insu-

mos o de bienes finales, al tiempo que podían determinar con un relativamente alto grado de certeza los pre-

cios de mercado de los bienes en cuestión o de sus activos físicos (galpones, edificios, campos, flota de

transporte, etc.).

Pero a diferencia de esas actividades tradicionales, la operación de las empresas tecnológicas revestía carac-

terísticas que las hacían mucho más difíciles de controlar. Si por un lado este tipo de empresas normalmente

venden intangibles (software, redes sociales, plataformas, aplicaciones y demás servicios tecnológicos, etc.)

el valor unitario de los mismos resulta mucho más difícil de establecer con certeza por parte de las autorida-

des. Por otra parte, su operación suele estar descentralizada entre oficinas ubicadas en diferentes lugares del

mundo (y a partir del auge del teletrabajo y el home working mucho más todavía), su vinculación con sus clien-

tes se realiza normalmente a través de medios electrónicos, digitales o invisibles (“en la nube”), pudiendo co-

merciar con otros países sin necesidad de pasar por aduanas; además sus activos físicos suelen tener muy

poco que ver con sus ventas y/o con el tamaño de su negocio.

De este modo, y más allá de los cambios en la legislación tributaria a lo largo de las últimas décadas en los

principales países desarrollados, las menguadas capacidades de las agencias tributarias para controlar el

cumplimiento de las obligaciones fiscales por parte de las empresas más valiosas y/o que más beneficios ob-

tienen comenzó a generar un creciente malestar, tanto en el mundo de la política y la gestión pública (habida

cuenta de las dificultades de los gobiernos para mantener sus cuentas fiscales en orden) como de las empre-
sas pertenecientes a los sectores productivos tradicionales, que no solo debían enfrentar el problema de su

menguante rentabilidad vis a vis la de las nuevas empresas tecnológicas. A ellos se agrega, ahora, la insatis-

facción vinculada con lo que, con bastante lógica, entendían como un trato tributario poco equitativo.

Sumado a ello, a la competencia entre países por atraer empresas internacionales a través del otorgamiento

de preferencias o beneficios[2] en materia tributaria que se produjo a principios de los 90s, se le sumó la proli-

feración de territorios o estados con regímenes impositivos extremadamente amigables hacia las empresas

internacionales. Esto se tradujo en la proliferación de filiales formalmente ubicadas en dichos países, a través

de las cuales se triangulaban beneficios (generalmente a través de precios de transferencias); o bien se reali-

zaban maniobras “semi-legales” que en los hechos tenían como objetivo disminuir el pago de impuestos y

aportes en los propios países desarrollados. Pese a que este tipo de operaciones podían ser realizadas por

todo tipo de empresas, fueron las empresas tecnológicas y/o productoras de servicios digitales (“invisibles”)

las más activas en esta materia.

Ver nota periodística: https://www.theguardian.com/world/2021/jun/03/microsoft-irish-subsidiary-paid-zero-

corporate-tax-on-220bn-profit-last-year?CMP=Share_iOSApp_Other

En línea con ello y habida cuenta de la creciente preocupación de los principales líderes internacionales por

los efectos fiscales y distributivos de este fenómeno, hacia 2020 tuvieron lugar algunas reuniones de alto ni-

vel (inicialmente en el ámbito del G7, para hacerlo luego en el G20, en la OCDE y finalmente en la OMC), a par-

tir de las cuales en octubre de 2021, 136 países, que representan el 90% del PIB mundial, acordaron un meca-

nismo (que fue calificado por la Secretaria del Tesoro de EE.UU. Janet Yellen como “el acuerdo fiscal interna-

cional más importante desde hace un siglo”) por el cual las grandes empresas globales que facturen más de

U$S 20.000 millones al año paguen tributos en los países donde operan y obtienen ganancias, independiente-

mente de si tienen o no sede física en dicho país.

El acuerdo alcanzado (que comenzará a regir en 2023) se estructura a partir de dos pilares. El primero de

ellos tiene por objetivo lograr una distribución más justa de los beneficios y los derechos fiscales entre los

países con respecto a las empresas multinacionales más grandes, incluidas las empresas digitales, al reasig-

nar algunos derechos impositivos sobre las empresas multinacionales de sus países de origen a los merca-

dos donde operan. En paralelo a ello, un segundo pilar define un piso al impuesto sobre la renta de las empre-

sas, a partir de la introducción de una tasa impositiva corporativa mínima global del 15%.

Lectura sugerida: Stiglitz, Tucker & Zucman (2020): “The Starving State: Why Capitalism’s Salvation Depends

On Taxation”, Foreign Affairs, disponible en: https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2019-12-

10/starving-state

Ver nota periodística: https://www.dw.com/es/la-ocde-anuncia-el-acuerdo-de-136-pa%C3%ADses-para-la-re-

forma-fiscal-global/a-59453543
[1] Como un ejemplo de este fenómeno, en enero de 2022 los principales diarios y periódicos económicos del

mundo titulaban que Apple era la primera empresa de la historia en llegar a un valor de capitalización bursátil

de U$S 3 billones. https://www.nytimes.com/2022/01/03/technology/apple-3-trillion-market-value.html

[2] Se llama dumping tributario al otorgamiento de preferencias o fiscales fiscales otorgadas por un país a fa-

vor de sectores o empresas, con el objeto de mejorar su competitividad (de manera no leal) vis a vis otros

países.
10. Malestar social, desigualdad y homoploutía

Neologismo propuesto por el economista serbio Branko Milanovic que refiere a un fenómeno que se observa en

las sociedades modernas, por el cual las mismas personas (homo) obtienen altos ingresos (o bien, son ricos,

ploutia) tanto por su trabajo como por las rentas de capital de su propiedad (acciones, bonos, campos, empre-

sas, etc.). Este fenómeno no se observaba en las sociedades del 1800 o 1900, en las que la aristocracia y/o los

dueños del capital vivían de sus ingresos por rentas, pero tenían escasos ingresos por su trabajo (de hecho, sus

ocupaciones centrales eran la caza, el deporte, el baile, las fiestas, el arte, etc.)

En las primeras etapas del capitalismo (siglos XVIII y XIX) los sectores sociales acomodados no participaban

del mercado de trabajo y vivían básicamente de las rentas derivadas de la propiedad de bienes (antiguamente

recursos mineros, tierras y explotaciones agropecuarias y más recientemente, capital y empresas). En otras

palabras, los ricos no trabajaban en el sentido moderno (de hecho, dedicaban la mayor parte de su tiempo al

arte, la filosofía, la caza, la música, el deporte, las relaciones sociales, etc.) y vivían de rentas originadas en

sus derechos de sangre y/o de propiedad. Por el contrario, las clases populares dedicaban la casi totalidad de

su tiempo al trabajo (generalmente físico) y de ahí obtenían sus ingresos para vivir.

Así, en economías caracterizadas por el bajo crecimiento económico, el reparto de roles entre las clases so-

ciales aseguraba cierto equilibrio estable en materia de distribución de la riqueza (y la desigualdad). Pero con

el paso del tiempo y por diferentes motivos[1], esa situación ha ido cambiando, hasta llegar al punto en que

una nueva elite ha conseguido ubicarse en el top del ranking tanto en materia de ingresos como de rentas del

capital. Por ejemplo, el CEO de una empresa (o bien un destacado analista financiero, una estrella de la mú-

sica o un futbolista de un club de primera línea) se ubica en el 1% superior por ingresos laborales y también

en el 1% superior por las rentas que recibe por su capital (acciones, bonos, dinero, oro, explotaciones agrope-

cuarias, inmuebles, etc.). Así, las nuevas elites económicas resultan muy diferentes tanto a los grandes capi-

talistas del siglo XIX (que eran una clase básicamente ociosa, cuya riqueza provenía de la herencia) como a

los de mediados del siglo XX (cuyos altos ingresos provenían de las rentas de sus activos).

De este modo, cuanto mayor es la intersección entre el grupo de quienes reciben altos ingresos por su trabajo

y los que reciben altas rentas por la propiedad del capital, más nos alejamos de la tradicional dicotomía capi-

tal-trabajo, al menos en la parte superior de la distribución del ingreso. Este fenómeno es lo que algunos es-

pecialistas en distribución del ingreso han definido como “homoploutía”[2].

De acuerdo a algunos estudios empíricos para Europa y EE.UU. (Piketty y Saez 2020, Milanovic 2019, entre

otros) la homoploutia fue baja después de la Segunda Guerra Mundial, aumentó a principios de la década de

1960 y disminuyó hasta mediados de la década de 1980, para aumentar fuertemente desde mediados de los
años 80s. Y si en ese momento el 15% de los individuos ubicados en el decil superior de los ingresos de capi-

tal en EE.UU. y Europa estaba también en el decil superior de las rentas de trabajo, cuarenta años después ese

porcentaje se había duplicado.

En este contexto, la tendencia al aumento de la homoploutia plantea serios desafíos en materia social. Ello es

así habida cuenta que si los ricos son ricos tanto en términos de propiedades y activos como en materia de

habilidades laborales, se ampliará aún más la brecha entre las clases altas y el resto de la sociedad, restrin-

giéndose de este modo la movilidad social y ampliándose la reproducción de las desigualdades de una gene-

ración a otra. En otras palabras, nuevas fuentes para el malestar y los conflictos sociales.

Ver nota: Milanovic B (2021): “El fin de la dicotomía capitalista-trabajador y el surgimiento de una nueva élite?

https://promarket.org/2021/01/27/capitalist-workers-elite-inequality-political-economy/

[1] El vínculo entre la desigualdad de los ingresos laborales y la homoploutia podría haber ocurrido de dos ma-

neras. La primera es que muchas personas con altos ingresos ahorraron gran parte de sus salarios, los invir-

tieron y más tarde comenzaron a recibir grandes ingresos por la propiedad del capital. La segunda es que mu-

chas personas ricas en capital decidieron en algún momento – y debido al cambio de las normas sociales, o

porque los mejores puestos se volvieron más lucrativos- no tratar la educación universitaria como un con-

sumo de lujo, y comenzaron a usarla como forma de asegurarse mejores ingresos futuros.

[2] Neologismo que proviene de la palabra griega homo para igual y ploutia para riqueza
11. Los nuevos ganadores (y perdedores): la Curva
del Elefante.

El comentario (bastante generalizado en la política de América Latina) de que “el capitalismo está en crisis”, o

que “el mundo está muy complicado y no de ahora sino desde la crisis de Lehman Brothers de 2008/9”, es una

idea que si a priori puede servir para justificar los problemas por los que atraviesan nuestros países y sentir-

nos “un poco más acompañados”, parte de un concepto absolutamente etnocéntrico (y equivocado).

Así, el análisis de lo sucedido en la economía mundial a lo largo de la última década, y más allá de la crisis

provocada por el COVID o la guerra de Ucrania, muestra que mientras para América Latina y Europa, y parcial-

mente EEUU, las últimas tres décadas han sido una etapa de estancamiento y/o bajo crecimiento, no ha sido

ese el caso de buena parte del Este del Asia, lugar donde reside casi el 40% de la población del mundo y

donde han tenido lugar la mayor parte de los pocos procesos de ascenso de “país pobre a país rico” del úl-

timo siglo (Corea, Singapur y Taiwán).

Fuente: Banco Mundial database

Pero en paralelo y, tal como lo ha señalado el economista serbio-americano Branko Milanovic, los veinte años

que van de la caída del muro de Berlín a la crisis financiera de Lehman Brothers de 2008/9 han sido un período

de sensible mejora de la distribución del ingreso a escala global.

Así, la llamada “curva elefante” muestra que si ponemos en el eje X a toda la población del mundo en función

de su nivel de ingreso (de izquierda a derecha, de muy pobres a muy ricos), vemos que a lo largo del período

señalado, el colectivo de las personas más pobres (ubicado mayormente en África Central y algunas partes de

Asia) ha visto agravada su situación, tanto por los problemas estructurales de sus países y/o segmentos so-

ciales como por el impacto de guerras locales, catástrofes climáticas, desmembramiento del Estado, etc.

No obstante ello, en el caso de las personas ubicadas a lo largo de los percentiles 15 al 60 los ingresos han

crecido significativamente por encima del promedio de la economía mundial. Este fenómeno refleja (entre

otras cosas) una de las más grandes transformaciones sociales de la historia de la humanidad, como ha sido
la migración de pobreza extrema a clases medias por parte de 500 o 600 millones de personas en la China (a

lo que se agregan fenómenos más o menos equivalentes en países de alta población como Brasil, India, Tai-

landia, Indonesia, Filipinas, Vietnam, etc.). Estos grupos sociales (el “lomo” y la espalda del elefante) constitu-

yen a este respecto la mayor parte de los grandes ganadores del período considerado.

Siguiendo hacia la derecha, encontramos que para las personas ubicadas en los percentiles 70 a 95, los

veinte años bajo análisis no han sido un período de progreso y prosperidad sino de estancamiento y, en algu-

nos casos, declive. Dentro de este colectivo se encuentra una buena parte de las declinantes clases medias

de Europa y EE.UU., afectadas por los procesos de deslocalización industrial y bajo crecimiento por el que han

atravesado sus países a lo largo de dicho período (ver clase Nº 4). Dentro de este grupo se encuentran, tam-

bién, buena parte de los descontentos con la globalización en países como EE.UU., Italia, Francia, Inglaterra o

España, que desencantados por un mundo que parece ofrecerles menos posibilidades de ascenso social que

las que tuvo en su momento la generación de sus padres, en no pocos casos han manifestado su descontento

con la situación que les toca vivir a través del cuestionamiento o el rechazo al establishment (partidos políti-

cos tradicionales, sindicatos, grandes empresas, organismos internacionales como la OMC, la OIT o el FMI, la

Unión Europea, la Iglesia, los inmigrantes extranjeros, bancos internacionales y grandes empresas, etc.).

Este ruidoso e intenso “malestar de la globalización” se ha venido reflejando recurrentemente en algunos de

los principales países desarrollados a lo largo de los últimos años, a través de situaciones específicas, que

han sido reseñadas a través de los medios periodísticos (ej. votación por el Brexit, chalecos amarillos de

Francia, partidos de ultraderecha en Europa, marchas anti OMC o globalización, rechazo a inmigrantes, etc.).

Por último, en el extremo derecho (la trompa del elefante) encontramos al 3% o 4% más rico del planeta (entre

los que se encuentran las personas más talentosas y/o agraciadas en el mundo de los negocios, la tecnolo-

gía, la música o el deporte) para los cuales los avances en materia de globalización cultural y desarrollo de

negocios a escala mundial les han permitido multiplicar sus ganancias muy por encima del promedio mun-

dial. Estos son también parte del grupo de “los ganadores” de la globalización.
En definitiva, y dado el fuerte peso relativo de los deciles 2 a 6 en términos de la cantidad de población -fun-

damentalmente asiática- que involucran, la desigualdad a nivel global (medida a través del coeficiente de Gini

mundial) ha tendido a reducirse a lo largo de las últimas dos décadas respecto de los altos -y crecientes- nive-

les que había ido evidenciando de manera casi ininterrumpida desde mediados del siglo XIX[1].

Ver artículo: Milanovic B. (2020): “ El mundo se está volviendo más igualitario”, Nuevos Papeles, disponible

en: https://www.nuevospapeles.com/index.php/nota/el-mundo-se-esta-volviendo-mas-igualitario

[1] Cabe señalar que, con la excepción de algunas regiones del Nordeste de Brasil, la mayor parte de los paí-

ses de América Latina fueron ajenos a este fenómeno.


12. Los problemas del envejecimiento poblacional.

A diferencia de lo que sucedía desde los orígenes del hombre hasta el siglo XIX (cuando la población se man-

tenía más o menos estable a través de los siglos) el progreso material de los países tiene como correlato

tanto un alargamiento de la expectativa de vida de las personas, producto de la mejora en las condiciones de

acceso a la alimentación, a la salud y a los cuidados, como la reducción de la tasa de natalidad, derivada

tanto de la incorporación de la mujer a la educación y al mercado laboral como de la ampliación de las posibi-

lidades de las familias de planificar la cantidad de hijos que desean tener (menor fecundidad).

En este contexto, el envejecimiento de la población, crecimiento relativo de la población en edades maduras y

longevas vis a vis los grupos de menor edad, se ha transformado desde hace algunas décadas en un fenó-

meno universal pese a que tanto el nivel absoluto como la velocidad de dicho fenómeno difiere entre los dife-

rentes países y regiones. Así, desde 1950 la proporción de personas mayores ha ido aumentado constante-

mente, pasando del 8% en 1950 al 12% en 2020, estimándose que alcance el 22% en 2050.

A ese respecto, y al tiempo que en algunos países desarrollados la población ha tendido a estancarse e in-

cluso ha comenzado a reducirse en términos absolutos (tales los casos de Italia, Japón o Corea), son los paí-

ses en desarrollo los que registran los promedios de edad más bajos, destacándose a ese respecto África (20

años) y América Latina (31 años).

Fuente: Banco Mundial database

Desde el punto de vista económico, el envejecimiento de la población tiene importantes implicancias sobre el

crecimiento económico, las tasas de ahorro e inversión, la política fiscal (impositiva y de gasto), el mercado

de trabajo, las migraciones internacionales y -especialmente- la sustentabilidad de los sistemas previsionales.


De este modo, mientras que la disminución en la tasa de natalidad implica a mediano plazo una disminución

en la proporción de gente en edad de trabajar vis a vis la población total, el creciente peso relativo del colec-

tivo de personas de mayor edad implica una mayor presión sobre las arcas públicas, tanto por la mayor de-

manda que parte del mismo genera sobre el sistema público y privado de salud, como -especialmente- sobre

los ya maltrechos sistemas previsionales. Este fenómeno se ha visto potenciado en las últimas dos décadas

por los cambios en el mercado laboral, que entre otras cosas incluyen una fuerte disminución de la proporción

de personas que trabajan en relación de dependencia (y que en el caso de muchos países en desarrollo es

aún más compleja, habida cuenta de las altas tasas de trabajo informal y/o autoempleo). En cualquier caso, la

implicancia inter temporal (e inter generacional) de la cuestión tiene en muchos casos importantes repercu-

siones en la dinámica de la política de los países.

Como resultado de ello, en diferente tipo de países se ha comenzado a analizar y discutir la necesidad de im-

plementar cambios en los sistemas previsionales (que en la mayor parte de los casos fueron diseñados du-

rante la primera mitad del siglo XX), tanto en relación a la posibilidad de un alargamiento de la edad laboral,

del ajuste de algunos regímenes especiales de los que gozan algunas profesiones o regiones, o bien de la

equiparación de la edad jubilatoria entre varones y mujeres, entre otras cuestiones.

En igual sentido, han recobrado relevancia algunos debates -instalados unos 10 o 15 años atrás, especial-

mente en algunos países de Europa- que van desde el sistema de ingreso mínimo o renta básica ciudadana

hasta la posibilidad/necesidad de reducir la duración de la jornada laboral (o bien, pasar de 5 a 4 días sema-

nales de trabajo) y redistribuir las horas de trabajo entre trabajadores desplazados. En cualquier caso, cues-

tiones altamente complejas y de alta sensibilidad política.


13. La crisis del Covid y su impacto en la economía y
el trabajo

Además de su gravísimo impacto sanitario y su costo en vidas humanas, la pandemia desatada por el brote

del COVID-19 en marzo de 2020 representó una perturbación sin precedentes sobre el funcionamiento de la

economía mundial, no sólo por su magnitud, sino por la velocidad de su propagación y por su alcance global.

Así, apenas un par de meses después del estallido de la crisis sanitaria en China a fines de 2019, sus efectos

se dejaron sentir con simultáneo dramatismo en casi todas las economías del planeta. La sincrónica y aguda

recesión que experimentó la economía mundial -agravada inevitablemente por las medidas de confinamiento

que debieron adoptar los gobiernos para disminuir la tasa de contagio y que condujo a una inédita paraliza-

ción simultánea de una porción significativa de las actividades productivas a nivel global hacia mediados de

2020- ha sido la más profunda en tiempos de paz desde la Gran Depresión de los años 30s.

El impacto del parate y las restricciones a la circulación de las personas fue especialmente intenso en los

sectores con más contactos interpersonales, provocando retracciones inéditas en los flujos de turismo, el

transporte aerocomercial, hotelería y las actividades de esparcimiento. También su impacto fue inicialmente

importante en el comercio, afectando en particular a tiendas de ropa y electrodomésticos, que se vieron en

buena medida obligados a migrar de manera acelerada -y como pudieran- a esquemas de e commerce, para

beneficio de los grandes jugadores pre existentes de ese rubro (Ej. Amazon, Mercado Libre, E Bay, etc.). Si

bien por las características propias de la pandemia, la producción de bienes se vio menos afectada en térmi-

nos relativos que la de los servicios (ya que en la mayor parte de los casos pudo volver a funcionar más o me-

nos normalmente con cierta rapidez), la contracción del comercio internacional fue considerable en muchas

actividades hasta al menos finales de 2020.

La caída en la demanda de bienes y servicios se tradujo en un brusco e inédito incremento en la cantidad de

desocupados en todo el mundo, fenómeno que resultó especialmente notorio en países con mercados labora-

les más flexibles (tal el caso de EEUU, donde la tasa de desempleo saltó del 3.5% en febrero al 14.7% en abril

de 2020); o bien en aquellos en los cuales el empleo informal (tanto asalariado como no asalariado) era la

realidad predominante en importantes segmentos del mercado laboral (tal el caso de los países andinos, de

América Central o de Asia Meridional). En ese contexto, decenas de millones de puestos de trabajo se perdie-

ron en pocos meses en todo el mundo, golpeando especialmente a los trabajadores de baja calificación, a los

jóvenes y a las mujeres.

Pese a los temores iniciales (que llegaron a pronosticar hacia mediados de 2020 contracciones del comercio,

el PIB y el empleo de dos dígitos para todo el año), el impacto económico de la pandemia resultó finalmente

mucho menor al de otras crisis del pasado (la caída del PIB global en 2020 fue finalmente del 3.6%, frente a
una disminución del 17.6% en 1930/2 o del 15.4% en 1945/6), al tiempo que el rebote de la actividad en la ma-

yor parte de los países fue más rápido de lo esperado (en “V”), con una recuperación del PIB global del 6.1%

en 2021.

En cualquier caso, los impactos distributivos derivados de la crisis de 2020 no parecen haber sido menores

(las pérdidas de empleos fueron mucho mayores en las actividades informales y/o con menores salarios) al

tiempo que la aceleración de algunas tendencias pre existentes en el mundo del trabajo (incremento del tra-

bajo a distancia y el home working, mayor penetración del e- commerce, el e-learning y las soluciones digitales,

etc.) han impactado de manera importante sobre el tipo de competencias laborales requeridas por las empre-

sas, al tiempo que tradicionales áreas urbanas orientadas a la actividad financiera y la administración pública

se han visto seriamente afectadas.

Pero si la pandemia implicó una súbita contracción en la actividad económica en todo el mundo, América La-

tina ha sido finalmente (junto a Asía Meridional) la región del mundo más golpeada. Y así como en algunos

países de la región el epicentro de la crisis tuvo que ver con la drástica contracción de algunas actividades

clave (tal el caso del turismo internacional para muchos países caribeños), en otros, la recesión se vio poten-

ciada por el fuerte peso de las actividades informales y consiguientemente, las dificultades de los gobiernos

para implementar políticas que pudieran contrapesar la contracción de la demanda de las mismas[1]. Asi-

mismo, la crisis del COVID no hizo más que agudizar desajustes económicos y financieros pre existentes, es-

pecialmente por las dificultades de los fiscos para obtener financiamiento en mercados voluntarios (tal los ca-

sos, principalmente de Argentina y Venezuela).

Así, la recesión de 2020 agravó el malestar económico y social pre existente en la región, que en algunos paí-

ses ya se había manifestado a través de episodios de fuerte tensión social y política a lo largo de la segunda

mitad de 2019 (como en Perú, Bolivia, Chile, Colombia, Brasil o Ecuador)[2]. Y si bien durante 2020 la mayor

parte de esos conflictos “entraron en cuarentena”, la debacle económica y social que siguió al estallido de la
pandemia tendió a agudizar los problemas, que también se vieron potenciados por las limitaciones de los res-

pectivos gobiernos por dar respuesta al inédito incremento de la demanda de amplios segmentos de la pobla-

ción sobre la política social, el sistema de salud y -particularmente- la singular problemática del sistema

educativo.

Y si bien la recuperación económica post pandemia fue mucho más rápida de lo que originalmente se había

pensado (fenómeno que en el caso de algunos países de la región contó con la inestimable ayuda del au-

mento de los precios internacionales de los productos exportables), las cicatrices de la pandemia -tanto por

el deterioro de las finanzas públicas, el aumento del endeudamiento y la destrucción de empleos, como el em-

peoramiento de buena parte de los indicadores sociales o los efectos negativos sobre el ya deficiente sistema

educativo- amenazan con acompañar a la región durante bastante tiempo.

[1] Tales los casos de Perú, Ecuador, Bolivia, México, Brasil, El Salvador o Honduras.

[2] Cabe señalar a este respecto que la segunda década del siglo XXI había sido un período de contracción

económica para la región (PIB per cápita cayó 0,1% entre 2010 y 2019), siendo los países de mayor tamaño

los de peor performance (Argentina -2% y Brasil -0.6%).


14. Las respuestas fiscales a la crisis

La imposición de fuertes restricciones tanto a la movilidad de las personas como al funcionamiento de todo

tipo de empresas dispuestas por los diferentes gobiernos se tradujo en fuertes caídas, tanto de la demanda

de muchos bienes y servicios (consumidores que no podían comprar, o bien no necesitaban hacerlo), como

de su oferta (empresas que no podían funcionar).

Ante esta inédita situación, de la que inicialmente solo quedaban exceptuadas las actividades consideradas

esenciales (alimentos, productos vinculados a la salud y algunos servicios gubernamentales), los gobiernos

implementaron distintos tipos de medidas orientadas a evitar la profundización de la crisis y su efecto do-

minó (menor actividad por la contracción de la demanda, mayor caída de la actividad y el empleo por menor

demanda, etc.).

En este contexto, el dogma de mantener el equilibrio fiscal y no incurrir en gastos fuera del presupuesto

quedó en el pasado, en la medida que los contagios y las muertes se expandían rápidamente casi a todos los

rincones del planeta. Así, a principios del segundo trimestre de 2020 se pusieron en marcha mega programas

fiscales expansivos (aportes especiales en favor de empresas que veían restringida su actividad a efectos de

afrontar el pago de salarios, subsidios a personas que hubieran perdido su empleo, exención temporaria de

impuestos, etc.), a través de los cuales se procuraba sostener -al menos parcialmente- la demanda interna.

Adicionalmente a ello, los Bancos Centrales también implementaron líneas de crédito especiales (en muchos

casos, a tasa cero) que pudieran ser de utilidad para auxiliar a empresas en crisis.

Como era de esperarse, fueron los fiscos de los países desarrollados los más activos en este tipo de instru-

mentos, tanto por su mayor capacidad para obtener financiamiento a través de la colocación masiva de títulos

de deuda pública a sus bancos centrales (quantitative easing[1], QE), como por el limitado impacto que este

tipo de acciones tenía -al menos inicialmente- sobre sus indicadores macroeconómicos.

Así, mientras que el Presidente Trump -que en una primera instancia había minimizado el impacto de la pande-

mia en materia de vidas humanas- ponía en marcha un millonario paquete de ayudas y estímulos fiscales y

monetarios por U$S 2.3 billones[2] para mitigar los efectos de la crisis económica, la Comisión Europea -con

un decisivo protagonismo de la Canciller Angela Merkel- aprobaba un fondo especial de recuperación de

750.000 millones de euros, que incluía desde créditos para obras de infraestructura, transición energética o

empresas pymes hasta subsidios a desocupados, sectores productivos y territorios especialmente afectados

por la pandemia.

Este tipo de instrumentos -con las obvias diferencias vinculadas tanto con el tamaño de las economías como con la capacidad de

los fiscos para acceder al financiamiento interno y externo- eran imitadas por prácticamente todos los países en desarrollo,

donde la existencia de un importante colectivo de empresas y personas trabajando en condiciones de informalidad o semi for‐

malidad obligaba a los fiscos a incluir en los paquetes de ayuda algunos instrumentos orientados a los mismos.
De este modo, en el contexto tanto de las restricciones a la movilidad de las personas y al funcionamiento de

numerosas actividades (ej. viajes y turismo, restaurantes, educación presencial, conferencias, espectáculos

públicos, fiestas, etc.) como del cambio de hábito de la mayor parte de los ciudadanos ante una situación iné-

dita, el fuerte incremento en la cantidad de dinero en circulación se tradujo en un súbito incremento en la de-

manda (precautoria) de dinero por parte de las familias.

Así, la mayor oferta de dinero resultante de las políticas monetarias y fiscales fuertemente expansivas tendría

como correlato una abrupta suba en el ahorro de las familias hacia mediados de 2020, con efectos menores

sobre las tasas de inflación. Si bien este fenómeno fue inicialmente “celebrado” por funcionarios y analistas

en diferente tipo de países, hacia fines de 2020/principios de 2021 y de la mano de la paulatina normalización

de las actividades económicas en la mayor parte de los países y -especialmente- de la adaptación de perso-

nas y empresas al nuevo contexto sanitario, laboral y de movilidad, la recuperación del consumo de bienes y

servicios vendría acompañada por una baja en la demanda de dinero transaccional y -consiguientemente- por

renovadas presiones sobre el nivel de precios.

Las políticas anticíclicas implementadas por los gobiernos como respuesta a la crisis del COVID tendrían ob-

vios efectos negativos sobre las cuentas fiscales de los países, tanto a partir del generalizado incremento en

el déficit de los gobiernos nacionales y estaduales, como por el sensible incremento de la deuda pública, que -

tanto en países desarrollados como en países en desarrollo- llegaría así a alcanzar niveles absolutos y relati-

vos récord en siete décadas.

[1] Se denomina quantitative easing (QE) a la política monetaria que tiene como objetivo establecer tasas de

interés bajas y aumentar la oferta de dinero cuando las políticas económicas convencionales ya no son efecti-

vas. Este tipo de instrumentos vieron incrementado su uso a partir de la crisis financiera del 2008, para tener
un uso generalizado -como instrumento anticíclico- por parte de la mayor parte de los países desarrollados en

ocasión de la crisis Covid de 2020.

[2] Que sería luego complementado por el nuevo Presidente Biden, con otros U$S 1.9 billones en enero de

2021.
15. ¿Se viene la “revancha” de la industria
manufacturera?

Mas allá de las cuestiones estrictamente sanitarias, la pandemia del COVID 19 (y el consecuente estallido de

una inédita crisis recesiva en prácticamente todos los países) contribuyó a reabrir algunos debates sobre es-

trategias y políticas de desarrollo en diferente tipo de países. Este fenómeno ha adquirido particular relevan-

cia en aquellos lugares en los que la industria manufacturera tuvo su “época dorada” a lo largo de los años

60s, para entrar luego en una fase de declinación en algún momento de los años 80s o 90s, momento en el

cual las inquietudes vinculadas con la competitividad -a las que en algunos casos se sumaba la preocupación

ambiental- ganaban el centro de la atención de empresarios y hacedores de política.

Así, mientras que a fines del siglo XX -en el momento de auge de la “fase dorada” de la globalización- el mo-

delo de negocios al que aspiraban la mayor parte de los sectores manufactureros sustentaba su competitivi-

dad en la búsqueda de bajos costos de producción (energéticos, de insumos, fiscales, arancelarios, laborales,

etc.), muchas empresas y marcas internacionales deslocalizaban total o parcialmente su producción desde

países desarrollados (o de América Latina) trasladándola principalmente a Asia, donde las nuevas filiales de

esas mismas empresas (o bien proveedores locales) fabricaban los productos intensivos en escala (fueran

estos intermedios o finales) a bajos costos. Esta lógica, que inicialmente se limitaba a los sectores menos es-

tratégicos (calzado, indumentaria, juguetes, electrodomésticos, etc.), comenzaría poco más tarde a ganar

peso en ramas más complejas y/o de mayor sensibilidad (insumos farmacéuticos, electrónica, bienes de capi-

tal, químicos, metalmecánica, etc.).

En ese marco y como derivado de este fenómeno, comenzaban a cobrar relevancia los debates sobre los efec-

tos sociales negativos de estos procesos (pérdida de empleos manufactureros, crisis de las localidades o re-

giones donde se desarrollaban dichas actividades “desde siempre”, etc.), sobre el tipo de especialización po-

sible para el país o región en cuestión, sobre las posibilidades de reconversión/recalificación de los trabajado-

res desplazados o bien sobre los riesgos estratégicos implícitos en la necesidad de depender de proveedores

ubicados en zonas alejadas, con regímenes políticos de incierta estabilidad. Y como parte de la agenda posi-

tiva podían aparecer cuestiones tales como los beneficios para los consumidores por el acceso a bienes a

menores costos, las potencialidades de la región en cuestión para desarrollar actividades vinculadas a los

servicios y la tecnología o los eventuales beneficios ambientales derivados de la emigración de procesos pro-

ductivos poco amigables con el medio ambiente.

Pero más allá de estas cuestiones, los padecimientos y escaseces sufridos a lo largo del crítico año 2020 en

numerosos países, por los problemas de abastecimiento de diferente tipo de productos, pusieron nuevamente

en el tapete las limitaciones y contingencias que se derivaban de este tipo de estrategias, particularmente en

las actividades tan políticamente sensibles como las vinculadas al cuidado de la salud o la seguridad pública.
Esta cuestión comenzó a cobrar mayor relevancia cuando, pasado el peor momento de la pandemia, y resuelto

en buena medida el tema del acceso a las vacunas y los insumos vinculados a la atención de las personas

afectadas por la pandemia, comenzaron a hacerse notorios desde principios de 2021 distintos tipos de pro-

blemas en el suministro internacional de diferentes productos e insumos, a lo que también se sumaban inédi-

tas dificultades e insuficiencias en el sistema de transporte marítimo interoceánico.

Así, a las tradicionales discusiones de antaño sobre la aptitud de la industria manufacturera para generar em-

pleos de calidad, eslabonamientos hacia adelante y hacia atrás de su cadena de valor, o bien acerca de su

aporte a la innovación tecnológica en sectores dinámicos, se han agregado en los últimos dos años los temas

vinculados con las cuestiones sanitarias, la autonomía nacional y el aprovisionamiento seguro de ciertos in-

sumos ante eventuales situaciones críticas o de emergencia.

En este contexto, en algunos países desarrollados se han comenzado a analizar -e incipientemente a imple-

mentar- algunas acciones destinadas a favorecer y/o impulsar el desarrollo (o bien, la preservación) “in

house” de cierto tipo de actividades que van desde la investigación básica o la biotecnología, hasta la produc-

ción de reactivos para la industria farmacéutica o el cuidado de la salud, el instrumental médico o los servi-

cios medicinales. Y como parte del mismo fenómeno, también se han conocido iniciativas vinculadas a otras

actividades de alto contenido tecnológico o interés estratégico, como los microprocesadores o algunos bie-

nes vinculados con la electromovilidad o la transición energética.

Esta tendencia también se vería fuertemente reforzada a partir de marzo de 2022 con el estallido de la guerra

entre Ucrania y Rusia -y la consiguiente proliferación de disputas y sanciones comerciales entre países-, a par-

tir de lo cual el “componente geopolítico” de las decisiones empresariales y/o de las políticas públicas ha ido

cobrando una relevancia mucho mayor a la que tenía hasta hace solo unos pocos años.

Y si bien es temprano aún para poder establecer el peso real de este tipo de cuestiones en los negocios y/o

las decisiones de la política pública de los principales países, lo real y concreto es que los riesgos asociados

a factores militares, estratégicos y/o sanitarios parecen haber adquirido una importancia relativa muy supe-

rior a la que tenían durante los tiempos de la hiper globalización y el “fin de la historia”. Pero en el mejor de

los casos, en un mundo cada vez más interconectado, con consumidores crecientemente informados y exi-

gentes, el “regreso a casa” de algunas industrias (sea de la mano de los nuevos programas públicos de fo-

mento o bien como resultado de un cambio en las estrategias productivas de algunas empresas internaciona-

les) difícilmente satisfaga las ilusiones de los nostálgicos de la manufactura.


Ver notas periodísticas:

“La industria sale del cajón del olvido”, https://elpais.com/economia/2021-05-30/la-industria-sale-del-cajon-

del-

olvido.html#:~:text=El%20golpe%20de%20la%20pandemia,a%20potenciar%20su%20sector%20manufacturero

&text=Industria%20ha%20dejado%20de%20ser,de%20la%20metalurgia%20m%C3%A1s%20contaminante.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59990036
16. La crisis del transporte marítimo y los
contenedores

Con las fronteras cerradas y las personas encerradas entre marzo y setiembre de 2020, la demanda de bienes

cayó fuertemente en todo el mundo, muchas empresas cerraron temporariamente sus puertas o redujeron su

operatoria, y consecuentemente, el transporte marítimo también mermó, se pusieron menos barcos de carga

en circulación y menos contenedores. En este contexto, la paulatina normalización de los principales circuitos

de navegación desde fines de 2020 vino acompañada por un fuerte encarecimiento en los precios de fletes y

contenedores, que se mantendría con escasas variantes durante buena parte de 2021.

De acuerdo con el World Container Index (WCI), entre setiembre de 2020 e igual mes de 2021, el valor prome-

dio de un flete para un contenedor de 40 pies entre EE.UU. y Shangai pasó de U$S 1900 a U$S 9900, un au-

mento de más del 400%. La peor situación se produjo en la ruta marítima entre Shangai y Rotterdam, donde el

costo del flete aumentó en un 659%. Por su parte, regiones como Sudamérica que promediaban un costo de

U$S 2000 pasaron a costar U$S 7000, habiendo llegado en algunos momentos a niveles del orden de los U$S

15000.

Y dado que los costos logísticos internacionales representan en promedio entre el 15% y 25% del valor de las

mercaderías transportadas, una parte relevante de los aumentos en los precios de numerosos productos en

todo el mundo tiene que ver con este fenómeno, al que deben agregarse los costos adicionales derivados por

los retrasos en los tiempos de entrega y por la incertidumbre respecto de la capacidad de las empresas para

disponer de los insumos y/o partes en el momento preciso (just in time).


Así, en las publicaciones vinculadas con comercio, negocios internacionales y transporte de fines de 2020 y

buena parte de 2021, era muy frecuente encontrar artículos (incluyendo caricaturas humorísticas) relativas a

las preocupaciones del sector retail por el aprovisionamiento en tiempo y forma de algunos productos emble-

máticos para algunas fechas claves de sus respectivos negocios provenientes de Asia (Noche de Brujas, Navi-

dad, Año Nuevo, Pascuas o Día de Acción de Gracias).

Si bien los principales especialistas en transporte internacional pronosticaban hacia mediados de 2021 que

los precios de los fletes volverían a sus niveles más o menos habituales una vez que se hubieran terminado

de normalizar los principales circuitos marítimos luego de los cierres de 2020, las nuevas oleadas de conta-

gios vinculadas a los sucesivos lockdown en Europa y Estados Unidos a mediados de 2021 (vinculados funda-

mentalmente a los provocados por las variantes Delta y Omicrom) y los cierres de importantes puertos en

China entre fines de 2021 y principios de 2022 fueron postergando la normalización del tráfico y el consi-

guiente descenso de los costos logísticos, fenómeno que recién se terminaría de normalizar para principios

de 2023.

En conclusión, ante una demanda creciente de mercancías en los principales mercados (no solo por la rápida

recuperación de las principales economías post COVID 19, sino también porque esos procesos tuvieron en

casi todos los países una fuerte suba en la demanda de bienes en detrimento de los servicios), la oferta de

transporte marítimo entró en colapso en varias regiones, al igual que la capacidad operativa de numerosos

hubs portuarios. Esto afectó seriamente a las cadenas logísticas y de aprovisionamiento, al punto que aún a

mediados de 2022 -y más allá de que los precios de los fletes internacionales mostraron una clara tendencia a

la baja durante todo el primer semestre[1]- la escasez de algunos productos seguiría siendo un tema impor-

tante en la agenda de algunas actividades productivas, particularmente las más significativas en el presu-

puesto de los consumidores hasta finales de dicho año.

Ver articulo: Blyde J (2021: “¿Por qué están aumentando los costos de transporte?”,

https://blogs.iadb.org/integracion-comercio/es/por-que-estan-aumentando-los-costos-de-transporte-lo-que-re-

velan-las-importaciones-de-estados-unidos/
[1] Aun así, en julio de 2022 los precios seguían siendo entre el doble y el triple de los valores promedio de

2018/9. https://www.ft.com/content/be2d3517-ce0b-404c-994a-3ef05dc95d5e
17. Los vaivenes de las commodities. Una nueva
oportunidad para la región.

Luego de casi tres décadas caracterizadas por niveles de precios relativamente bajos, los precios de las prin-

cipales commodities entraron en un ciclo ascendente hacia principios de 2005, para alcanzar niveles de boom

a mediados de 2008, y mantenerse en niveles elevados –más allá de una temporaria caída asociada a la crisis

financiera de fines de ese año y principios de 2009–, manteniéndose en niveles nominales históricamente al-

tos hasta principios de 2014.

Si bien los motores que impulsaron dicho fenómeno fueron varios, no puede dejar de destacarse la relevancia

de la irrupción de China como fuerte comprador de alimentos y recursos naturales en los principales países

en desarrollo, fenómeno ya perceptible hacia fines de los años 90s pero notablemente potenciado luego de-

completarse el proceso de ingreso de dicho país a la OMC a fines de 2001.

Pero como tantas veces en la historia, y luego de un primer shock negativo derivado del estallido de la crisis

financiera Lehman Brothers de setiembre de 2008, el ciclo alcista llegó a su fin a mediados de 2014 como re-

sultado de una combinación de factores que van desde la desaceleración del crecimiento de la economía

china y de las economías desarrolladas, o el aumento en la oferta global de algunos productos (p. e., petroleo

shale), hasta la apreciación del dólar. No obstante ello, los precios de las commodities energéticas y los mine-

rales mantuvieron niveles más que “aceptables” (en relación al promedio de las dos décadas anteriores) du-

rante el período 2015-2019, mientras que en el caso de las commodities agrícolas fueron “solo” un 20% o 25%

más bajos en términos nominales.

Asi fue que cuando hacia abril-mayo de 2020 la fuerte contracción del comercio internacional derivó en una

súbita caída en los precios de las principales commodities (con una nota de color dada por el precio negativo

del petroleo registrado a fines del mes de abril de ese año), todo hacía pensar que una vez más, serían los paí-

ses más dependientes de la exportación de alimentos y recursos naturales los grandes perdedores de la deba-

cle económica global generada por el estallido de la pandemia en marzo-abril de 2020.

Sin embargo, los nubarrones se alejaron subitamente del horizonte latinoamericano. Así, y como resultado de

una conjunción de fenómenos (que fueron desde el debilitamiento del dólar y las muy bajas tasas de interés

de los principales países desarrollados, hasta la rápida estabilización y recuperación de la demanda asiática)

los precios de las principales commodities comenzaron a estabilizarse hacia los inicios del segundo semestre

del 2020, para tomar un camino ascendente durante el último trimestre del año. Poco después, la confirma-

ción de una rápida recuperación de las economías de China, EE.UU. y la UE terminaron de conformar un esce-

nario fuertemente favorable para la mayor parte de los productos exportados por la región, cuyos precios to-

maron un camino claramente ascendente hacia finales del primer bimestre del 2021, que se mantendría du-

rante todo el año.


Y cuando todo hacia pensar que el surgimiento de presiones inflacionarias en varias economías desarrolladas no tardaría en tra‐

ducirse en un debilitamiento de las commodities[1], el estallido de la guerra en Ucrania en febrero de 2022 volvió a empujar hacia

arriba los precios de la energía (petróleo y gas) y de algunos productos agropecuarios (particularmente el trigo y el girasol, dado

que los países involucrados en el conflicto son fuertes exportadores).

Fuente: Banco Mundial Pink Sheet database

De este modo, hacia finales del primer semestre del 2022 el Banco Mundial daba cuenta de alzas respecto de

los valores promedio de 2019 del 90% para el petróleo, 99% para la soja, 79% para el trigo, 49% para el azucar,

97% para el maíz o 50% para el cobre. En este contexto, los precios de la mayor parte de las commodities se

acercaban (y en algunos casos, llegaban a superar) a los valores nominales del pico de 2008/12[2].

No obstante ello, las buenas noticias comerciales para la región en su conjunto no han implicado un reparto

uniforme de las mismas entre las diferentes subregiones. A ese respecto, un análisis más fino del fenómeno

permite determinar que mientras que los países del Mercosur (básicamente exportadores de alimentos) y los

Andinos (especializados en la producción de minerales y petróleo) estarían siendo beneficiarios de una impor-

tante mejora en sus saldos comerciales, México, los países Centroamericanos y del Caribe han sufrido un

shock negativo, habida cuenta que la mejora en sus ingresos por ventas al exterior (de alimentos y algunos

minerales) ha sido más que compensada por el encarecimiento de sus compras externas (fundamentalmente

petróleo y alimentos).
Fuente: BID Intal

En definitiva, la economía internacional de la post pandemia parece estar dando una nueva oportunidad a al-

gunos países de América Latina, mediante un shock comercial neto (por suba de precios respecto de los valo-

res de 2019) del orden de los U$S 206.000 millones (U$S 546.000 millones por mayores exportaciones y U$S

340.000 millones por encarecimiento de importaciones)[3], lo que representa un 4.4% del PIB.

De esta manera y como tantas veces en la historia, la pregunta del millón es si la favorable coyuntura de pre-

cios que beneficia a una gran parte de la región podrá ser aprovechada por los diferentes países, tanto para

fortalecer sus respectivas cuentas externas, sus fundamentos macroeconómicos y sus complejas agendas

sociales, como para incrementar y/o mejorar su capacidad productiva, particularmente en los sectores

transables beneficiados por la coyuntura externa.

[1] Habida cuenta que se esperaba que -como finalmente sucedió- los Bancos Centrales de los principales paí-

ses desarrollados comenzaran a elevar sus tasas de interés de referencia.

[2] No así los reales (ajustados por la inflación internacional), que seguirían siendo un 20 o 30% más bajos a

los de 2008/12.

[3] Intal-BID, Conexia junio 2022.


18. ¿Tiempos para el Desarrollo Humano? ¿Es
necesario un nuevo contrato social?

Desde los inicios de la posguerra, el patrón de desarrollo de las economías de las principales economías del

mundo desarrollado se estructuraba a partir de la continua expansión de la industria manufacturera (particu-

larmente la metalmecánica), que a su vez traccionaba tanto a las actividades productoras de materias primas

(energía, alimentos y minería) como a los servicios. Este modelo, que con algunas variantes también se impo-

nía en los países en desarrollo de mayor tamaño, tales los casos de México, Brasil, Argentina, India, entre

otros) se veía socialmente legitimado a partir de su capacidad para crear empleos relativamente bien pagos,

que a su vez generaban efectos derrame positivos hacia el resto de la economía y permitían mantener el des-

empleo en niveles bajos.

Todo este esquema -en el que los contratos laborales eran por tiempo indefinido y no era raro que una per-

sona completara toda su vida laboral en la misma empresa- se complementaba con una activa participación

de los estados nacionales a través de programas de fomento a la educación para las grandes masas popula-

res, la facilitación del acceso a la salud y -particularmente- la generalización del sistema previsional, que per-

mitía asegurar una vejez digna a la mayor parte de la población.

Pero la declinación del modelo industrialista y la debacle de los regímenes fiscales pensados en los tiempos

de la posguerra hacia principios de los años 90s puso en jaque todo este andamiaje. Y así, mientras ciudades

y regiones históricamente prósperas entraban en declive por la ruina de tradicionales actividades industriales,

el estancamiento de los ingresos, la suba del desempleo y los crecientes problemas de los fiscos para soste-

ner los otrora generosos programas sociales se tradujeron en recurrentes recortes en las ayudas y los regíme-

nes del viejo Estado del Bienestar.

De ese modo, el deterioro de la cohesión social, el descontento con la falta de perspectivas atractivas y la

búsqueda de nuevas opciones por parte de las nuevas generaciones que no conocieron las escaseces de los

primeros años de la posguerra, se han traducido en diferente tipo de cuestionamientos al statu quo, que se

mueven en un menú de opciones que van desde el rechazo a los viejos partidos políticos, al Estado Nacional

como garante de la estabilidad y el equilibrio social y territorial, a la Unión Europea o las Naciones Unidas, a

los inmigrantes, etc.

En este contexto, desde diferentes ámbitos (que van desde la política hasta el sector empresarial, pasando

por los organismos internacionales o la academia) se han realizado distintos tipos de planteos, promoviendo

la necesidad de construir un nuevo contrato social, a través del cual se puedan ajustar y recalibrar los viejos

acuerdos sociales y políticos, buena parte de los cuales han quedado desfasados ante las problemáticas ac-

tuales, con necesidades y desafíos de un mundo nada parecido al de la posguerra.


A ese respecto, temas tales como la creciente polarización de ingresos y la desigualdad, el aumento de la po-

breza y la exclusión, los cambios en las formas y regímenes de contratación laboral (donde el trabajo por

tiempo indefinido y/o de tiempo completo han pasado a ser rara avis para las grandes mayorías), los cambios

en las competencias requeridas por el mundo del trabajo, resultado de la automatización y robotización de nu-

merosas actividades, las asimetrías entre los estándares de calidad de las instituciones educativas privadas y

las estatales, la creciente relevancia de los gastos en salud y vivienda, las debilidades de los sistemas de pen-

siones y seguridad social, los temas de género, los efectos del cambio climático o la falta de perspectivas de

las nuevas generaciones (entre otras cuestiones) deberían formar parte de una nueva agenda de cara al siglo

XXI.

Y que frente a esos complejos desafíos, sin resignar los logros del siglo XX (democracia, federalismo, igual-

dad de géneros, masificación del consumo y acceso a servicios básicos, reducción de la pobreza y el analfa-

betismo, eliminación de buena parte de los conflictos raciales y religiosos, respeto a las minorías, etc.) gana-

dores y perdedores del nuevo contexto puedan encontrar un mínimo común denominador de garantías y com-

promisos, que permitan avanzar en un plazo razonable hacia sociedades más sustentables y prósperas, con

razonables/aceptables niveles de equidad, cohesión y armonía.

Ver artículo: Mc Kinsey Institute (2020): “El contrato social en el siglo XXI”,

https://www.mckinsey.com/industries/public-and-social-sector/our-insights/the-social-contract-in-the-21st-

century
19. China se consolida como gran potencia global:
¿La trampa de Tucídides?

Concepto propuesto por politólogo estadounidense Graham Allison en 2011, y que explica el estallido de la Gue-

rra del Peloponeso en el siglo V AC -narrada por el General e Historiador griego Tucídides- como resultado del te-

mor de la potencia dominante (Esparta) ante el ascenso de una potencia emergente (Atenas). El estudio de Alli-

son -con una obvia alusión a la actual disputa política y económica entre EEUU y China- hace referencia a que a lo

largo de 200 años de historia, de dieciseis casos en los que una potencia emergente rivalizó con una potencia

consolidada, en doce oportunidades el episodio terminó en una guerra abierta.

Existe cierto consenso entre los historiadores acerca que, desde al menos el siglo XVIII hasta fines del siglo

XX, los principales circuitos de la economía mundial estaban vinculados con el Océano Atlántico. Más allá de

la relevancia que a lo largo de los siglos XVII y XVIII mantenían China y la India en el ámbito de la región asiá-

tica, las principales potencias globales (Inglaterra y Francia en los siglos XVIII y XIX y EE.UU. desde los inicios

del siglo XX) pertenecían a lo que por aquel entonces se llamaba “el mundo Occidental”.

Luego de que el imperio inglés entrara en decadencia hacia finales de la primera Guerra Mundial, fue EE.UU.

quien asumiría el papel de potencia hegemónica desde mediados de los años 30s. Así y más allá de las dispu-

tas internas entre aislacionistas y globalistas, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. representaba el

40% de la economía mundial, al tiempo que Europa Occidental daba cuenta de otro 25%. De este modo, tanto

el crecimiento de la economía mundial como del comercio dependían de manera decisiva de la performance

de lo que sucediera a ambos lados del Atlántico Norte. El Este de Asia por su parte (con la excepción de Ja-

pón), era una región mucho más relevante por las malas noticias que generaba en términos políticos (guerra

en Indochina) que por su performance económica y/o comercial.

En este contexto, entre 1970 y 2000, EE.UU. y Europa explicaron casi la mitad del crecimiento del PIB mundial.

Pero la fuerte y sostenida desaceleración del crecimiento en los países desarrollados desde principios de los

años 70s, afectaría fuertemente a la economía global que ingresó así en los años 80s en una fase de menor

dinamismo. Sin embargo, los motores de la economía global parecieron renovarse con los aires globalizado-

res de la década del 90, para tomar un nuevo impulso cuando desde los inicios del nuevo siglo el inédito em-

puje de la economía China -a la que se sumaba el resto de región asiática- la llevaría a contribuir más al creci-

miento global que Estados Unidos y Europa juntos.


Pero una vez que hacia fines de la primera década del siglo XXI, China se convirtió en el primer exportador

mundial y, a medida que su economía comenzaba a adquirir una envergadura cercana a la de EE.UU., las posi-

bilidades de sostener en el tiempo las “astronómicas” tasas de crecimiento del PIB[1] y de las exportaciones

de las décadas pasadas se fueron reduciendo, en buena medida como resultado de las inquietudes y disputas

políticas que la irrefrenable presión de los productos y las inversiones chinas iban generando en algunos de

los principales mercados desarrollados. Por otra parte, los cambios sociales hacia el interior del gigante asiá-

tico (particularmente la emergencia de una nueva clase media urbana de unas 500/600 millones de personas,

con crecientes demandas en materia de consumo y calidad de vida) impulsaban un nuevo patrón de creci-

miento, menos basado en la industria manufacturera[2] (y el superávit del sector externo) y con un mayor

peso del consumo interno, la infraestructura y los servicios (en buena medida, no transables).

De este modo, mientras que luego de la crisis financiera mundial de 2009/10 el ratio exportaciones/PIB mundial del mundo se

estancaba (dando así la razón a aquellos que como Dani Rodrik sostenían que “la globalización ha ido demasiado lejos”[3], o

bien a los que argumentaban que la polarización implícita en el estrechamiento de las relaciones económicas entre sociedades

muy diferentes terminaría generando tensiones internas difíciles de sostener por los respectivos regímenes políticos), el creci‐

miento de las ventas externas de China iba convergiendo a niveles más “normales” (de solo un dígito, frente a los dos dígitos de

la década previa), al tiempo que sus superávits comerciales con las principales potencias capitalistas dejaban de incrementarse en

términos nominales.
Luego del obligado paréntesis durante 2020 por la pandemia del COVID, las exportaciones chinas volvieron a

dispararse (las de 2021 serían 60% más altas que las de 2019), en la medida que las principales economías

del mundo se iban normalizando, y el gasto global en bienes crecía a una tasa muy superior a la de los

servicios.

Este fenómeno, que tuvo como consecuencias inmediatas tanto la disrupción de numerosas cadenas globales

de suministro como una mayor presión sobre los precios internacionales de las commodities a lo largo de

todo 2021, pareciera estar volviendo a valores más o menos normales hacia mediados de 2022, en paralelo a

una fuerte desaceleración de la economía de China, en buena medida consecuencia de los cierres de activida-

des en algunas ciudades, por brotes locales de contagios por COVID. En cualquier caso, y más allá de cuestio-

nes coyunturales, la disputa estratégica entre China y EE.UU. por la supremacía económica global parece es-

tar muy lejos de haber disminuido.

[1] Desde 1980 hasta 2010, el crecimiento anual del PIB de China promedió el 10%.

[2] La tendencia al encarecimiento del costo de la mano de obra en China hacia principios/mediados de la se-

gunda década del siglo XXI tuvo como consecuencia la paulatina deslocalización de algunas actividades in-

tensivas en trabajo hacia Vietnam, Camboya y Laos.

[3] Rodrik, Dani (1997): “Has Globalization Gone Too Far?”, PIIE.
20. Del reshoring y el neashoring al friendshoring

Una de las consecuencias de la crisis económica originada por el estallido de la pandemia COVID 19, fue el

surgimiento de cuellos de botella en numerosas cadenas de valor, habida cuenta de las serias dificultades de

numerosas empresas (tanto productivas como de retail) para acceder a insumos, piezas y/o bienes finales

provenientes de territorios lejanos, particularmente del Este de Asia.

En este contexto (que en los meses siguientes fue profundizado por la crisis del transporte marítimo y el

fuerte incremento en el costo de los fletes trans oceánicos), y ante el eventual escenario de nuevos episodios

pandémicos en el futuro, desde diversos ámbitos (tanto políticos como empresariales) comenzó a analizarse

la necesidad de minimizar los riesgos contingentes asociados a los procesos de offshorización de la produc-

ción, en el marco de los cuales a lo largo de las últimas dos décadas numerosas empresas originarias de paí-

ses desarrollados subcontrataron parte de sus procesos productivos a favor de empresas radicadas en el

Este de Asia (fueran estas filiales propias o bien empresas independientes).

Esta idea, consistente en acortar las cadenas globales de valor a través del “regreso” o acercamiento de esla-

bones productivos ubicados en tierras lejanas tanto hacia el propio país de origen, como -eventualmente- ha-

cia economías geográficamente periféricas (México y América Central en el caso de EE.UU., y Europa del Este

en el caso de Francia, Alemania o Gran Bretaña) es lo que diferentes analistas han llamado re-shoring o near-

shoring. Se trata en definitiva del regreso de la producción en cercanía a los centros de consumo, priorizando

la velocidad de respuesta y la calidad y diferenciación del producto, racionalizando la producción en términos

de stocks y logística y haciendo más seguro el aprovisionamiento local frente a eventuales shocks externos

futuros.

Poco después, la invasión de Rusia a Ucrania a fines de febrero de 2022 significó un nuevo espaldarazo a este

tipo de planteos, cuando algunos de los más importantes países europeos tomaron conciencia de la vulnera-

bilidad a la que estaban expuestas sus economías debido a su elevada dependencia de insumos estratégicos

(tal el caso del gas de uso industrial) provenientes de socios comerciales “poco confiables”. A este respecto,

en abril de 2022 la Secretaria del Tesoro de EE.UU., Janet Yellen proponía públicamente el concepto de "friend

shoring” como forma de reducir de manera sustentable las vulnerabilidades de las cadenas de suministro, pri-

vilegiando la subcontratación y el desarrollo de negocios con empresas ubicadas en países con regímenes

políticos y económicos amigables, sustentables y predecibles[1].

De esta manera y de manera aún incipiente, algunos países desarrollados (tal el caso de EEUU ya desde la era

Trump) han implementado algunas medidas arancelarias, financieras e impositivas (y en algunos casos, de

compra pública), que premian y/o incentivan la reinstalación de algún tipo de plantas productivas en algunas

de las regiones donde se consume o se utiliza el producto final, lo cual -en un mundo en el que las preocupa-

ciones ambientales parecerían ir increscendo- puede contribuir adicionalmente a disminuir la huella de car-

bono implícita en los procesos de offshorización en lugares lejanos.


Del lado de los países en desarrollo, esta tendencia podría ser una nueva oportunidad para incrementar su pa-

pel como centros de abastecimiento regionales confiables, sea a través de la expansión de empresas locales

ya existentes, como a partir de la instalación de nuevas filiales de empresas originarias de países desarrolla-

dos interesadas en “near-shorizar” parte de sus procesos productivos, que podrían de este modo aprovechar

las ventajas de la región tanto en materia de acceso a recursos naturales como de menores costos salariales

y de transporte.

[1] A este respecto, la Secretaria Janet Yellen en ocasión de su visita a Corea en julio de 2022 señalaba que

“el friend-shoring se trata de profundizar las relaciones y diversificar nuestras cadenas de suministro con un

mayor número de socios de confianza para reducir los riesgos para nuestra economía y la de ellos”

(https://www.business-standard.com/article/international/janet-yellen-touts-friend-shoring-as-fix-for-global-

supply-chain-122071901479_1.html)
21. La crisis rusa y la vuelta de la agenda de la
seguridad energética.

El estallido de la guerra entre Ucrania y Rusia a fines de febrero de 2022 y la posterior implementación de san-

ciones comerciales de parte de numerosos países en contra de Rusia -y el posterior establecimiento de nue-

vas condiciones financieras por este país para seguir entregando combustibles- volvió a poner en el tapete la

“vieja” cuestión de la seguridad energética.

Si bien luego de la crisis del petróleo de los años 70s este tema había ido perdiendo relevancia a nivel interna-

cional, el nuevo conflicto en el Este de Europa traía nuevamente el tema a la agenda de la política internacio-

nal, con el particular aditamento de que romper o limitar la dependencia de varios países europeos (entre

ellos, Alemania) del gas de origen ruso requerirá importantes inversiones en plantas re-gasificadoras y com-

plejos sistemas de logística.

En ese contexto, y mientras que en la principal economía europea comenzaban a escucharse cuestionamien-

tos retrospectivos tanto a la Ostpolitik[1] como a las decisiones adoptadas por el gobierno de Angela Merkel

(2005-21) de cancelar los programas de energía nuclear a partir de 2022 (por considerarlos peligrosos) y de

haber tenido una política poco prudente en materia de dependencia de la provisión de gas desde Rusia -origen

del 55% de sus importaciones de gas-, los gobiernos de los países europeos mostraban posturas dispares res-

pecto de las medidas a ser tomadas a efectos de hacer frente a la nueva problemática energética. En ese sen-

tido, mientras que para algunos países (tal el caso de España) Rusia resultaba un proveedor marginal (y por

ende, fácilmente sustituible), para otros como Italia, Polonia o Hungría, las modificaciones en su mapa de pro-

visión energética no podría ser una tarea a ser resuelta en un plazo breve.
En este contexto, el fuerte incremento en los precios del gas de origen ruso (más del 600% respecto de los va-

lores promedio de 2019) y las contradictorias señales de ese país respecto de su voluntad de cumplir con los

compromisos de provisión de un insumo clave para numerosas actividades, no solo han incrementado las pre-

siones inflacionarias en varios países de Europa Central y Oriental, sino que también han contribuido a aumen-

tar las posibilidades de que dos de las principales potencias industriales de la región (Italia y Alemania) en-

tren en recesión durante la segunda mitad de 2022.

En cualquier caso y ante la eventualidad de un corte total en el suministro de gas por parte de Rusia durante

el invierno europeo de 2022, en julio de 2022 los Ministros de Energía de la Unión Europea -con la sola excep-

ción de Hungría- acordaron reducir un 15% su consumo de gas ruso[2] respecto de la media de los cinco años

anteriores “adaptado a las realidades de cada país”. En este contexto, a través del llamado Programa “RE-Po-

werEU”, la UE se propone mejorar la eficiencia energética, expandir el uso de energía renovable y asegurarse

proveedores de petróleo y gas diferentes a Rusia (entre los que se encuentran EE.UU., Qatar, Emiratos Árabes,

Argelia, Azerbaiyán, Egipto y Nigeria, entre otros).

En cualquier caso, y dado que la gran mayoría de los países miembros de la Unión Europea son fuertes importadores netos de

energía, el significativo aumento en los precios del gas y del petróleo desde fines de 2020 ha generado importantes dolores de

cabeza, tanto para consumidores -en particular, los de menos recursos- como para los gobiernos de los principales países. De

este modo, y en paralelo a las acciones de mediano plazo orientadas a acelerar la transición hacia energías más limpias, algunos

países comunitarios han dispuesto desde marzo de 2022 diferente tipo de medidas orientadas a reducir el consumo domiciliario

(algunas de las cuales han generado importantes polémicas a través de los medios), al tiempo que en otros casos, se han esta‐

blecido rebajas en las tasas impositivas sobre algunos combustibles (tales los casos de España Alemania, Francia, Polonia o Italia).
[1] Desde la época de la Guerra Fría se llamaba Ostpolitik a la política de Alemania (iniciada a principios de los

años 70s por el Canciller socialdemócrata Willy Brandt) orientada a mejorar/normalizar sus relaciones con los

países del Este Europeo (particularmente la URSS y Alemania Oriental), a partir de identificar campos específi-

cos para la distensión. Luego de la caída del Muro de Berlín en 1989, la cooperación entre Alemania y Rusia

se plasmó en la construcción de los gasoductos Nordstream 1 y 2, a través de los cuales este país proveía -al

momento de iniciarse la guerra de Ucrania- más del 50% de las necesidades de importación de gas de la prin-

cipal economía europea.

[2] Que hasta fines de 2021 explicaba el 40% de las importaciones europeas de gas. El acuerdo incluye excep-

ciones, que se establecieron para contemplar las quejas de algunos países a la propuesta inicial de la Comi-

sión Europea. Así, los países que no están interconectados con las redes de gas de otros Estados miembros

estarán exentos de realizar reducciones obligatorias al igual que los Estados miembros que dependan princi-

palmente del gas para la producción de electricidad o aquellos que hayan superado sus objetivos de almace-

namiento de gas, entre otras excepciones. La reducción se aplicará durante un año y la Comisión Europea rea-

lizará, antes de mayo de 2023, una revisión para estudiar su posible prórroga. La medida se suma a otras que

ya fueron presentadas por las autoridades comunitarias como el Reglamento sobre el almacenamiento de

gas, la creación de una plataforma energética para las compras conjuntas y el plan RE-PowerEU.
22. ¿El regreso de la inflación: cuán transitoria?

La implementación de ambiciosos programas de estímulo fiscal y monetario orientados a mitigar los efectos

recesivos de las restricciones a algunas actividades específicas y a la movilidad de las personas en general a

lo largo de 2020 volvieron a poner en el tapete algunos de los tradicionales debates políticos y académicos

acerca de los eventuales efectos colaterales y/o los límites de dichas estrategias.

Y así, en un contexto en el que la inflación era solo un mal recuerdo (o un “fantasma”) del pasado para los principales países

desarrollados (con tasas que se venían moviendo casi ininterrumpidamente en torno del 2% al 3.5% desde mediados de los años

80s), las posturas más audaces/optimistas parecían ganar espacio entre los hacedores de política, habida cuenta de los bajos re‐

gistros que estas seguían mostrando hacia fines de 2020 en dichos países.

Pero hacia fines del primer trimestre de 2021 en EE.UU. (y unos meses más tarde en Europa), los índices de

precios comenzaron a mostrar una incipiente pero clara tendencia al alza, con registros mensuales del orden

del 0.6% al 0.8%, contrastando con el 0.2% a 0.4% del año previo. En ese contexto, los debates sobre las cau-

sas del fenómeno inflacionario iban desde los efectos rezagados de los generosos paquetes de estímulo de

2020 y principios de 2021, a la normalización de la demanda de dinero por parte de las personas y empresas;

pasando por el impacto de la suba en los precios internacionales de las commodities (particularmente, el pe-

tróleo y el gas[1] en el caso europeo); las disrupciones en las cadenas globales de suministros; el fuerte incre-

mento en los precios de los fletes interoceánicos; o los efectos de los cambios en los gastos de las familias

(mucho más orientados a bienes que a servicios que en el pasado[2]).


En este contexto, y cuando los registros interanuales de inflación parecían estar estabilizándose hacia fines

de 2021 en torno al 5% en Europa y el 7% en EE.UU., el estallido de la guerra en Ucrania a fines de febrero de

2022 (y su consiguiente impacto sobre los precios de insumos claves como el petróleo y el gas, amén de algu-

nas commodities alimenticias) implicaron una nueva dosis de combustible sobre los ya críticos niveles infla-

cionarios, que pegaron un nuevo salto para acomodarse en torno del 10% interanual hacia mediados de 2022,

valores que no se registraban en la mayor parte de los países desde los lejanos inicios de 1980.

Estos niveles inflacionarios no solo han exacerbado conflictos sociales pre existentes (con sindicatos, em-

pleados públicos, jubilados, productores agropecuarios, etc.) sino que también han hecho más complejas las

condiciones en las que los respectivos fiscos pueden acceder al financiamiento en el mercado a tasas bajas

(como ha venido sucediendo en los últimos cinco años), al tiempo que han incrementado las posibilidades de

que se inicien escenarios de recesión para los próximos meses. Por de pronto, y como resultado del estallido

de la guerra de Ucrania -y del consiguiente aumento en las presiones inflacionarias en todo el mundo-, el úl-

timo informe de abril de 2022 del FMI ha ajustado hacia abajo las proyecciones de crecimiento para la econo-

mía mundial para 2022 y 2023, un 0.8% y 0.2% respectivamente[3].

La suba de la inflación podría provocar un combustible adicional si los trabajadores exigen salarios más altos

para compensar el aumento de los precios (y las empresas, a su vez, aumentan luego sus precios por las

subas de costos), a menos que se registren aumentos en la productividad. En cualquier caso, y si bien no hay

por el momento evidencia estadística concluyente, parece poco probable que los trabajadores de los países

desarrollados vayan a aceptar mansamente una caída en sus salarios reales (o lo que es lo mismo, aumentos

en sus ingresos menores a la tasa de inflación), si bien el escenario más probable es que ese proceso de

ajuste (muy parcial al momento de escribirse este informe) lleve al menos un par de años.

En América Latina, región en la que (con las excepciones de Argentina y Venezuela) el problema inflacionario parecía haber sido

casi erradicado en todos los países desde mediados/fines de los años 90s, el impacto de la suba en los precios de las commodi‐

ties y el fortalecimiento del dólar (o lo que es lo mismo, la depreciación de las monedas nacionales) también impactaron sobre

los precios internos, que también tomaron una tendencia alcista desde mediados de 2021, para llegar a fines de ese año a niveles
interanuales del 6.6%, y saltar al 9% o 10% a para junio 2022. Este fenómeno -particularmente preocupante por su impacto nega‐

tivo sobre los niveles de pobreza y la distribución del ingreso- se extendió incluso a países como Chile o Colombia, que no regis‐

traban valores de este tipo desde principios de los años 80s.

Así, en un ambiente de creciente descontento de ciudadanos poco acostumbrados a este tipo de niveles infla-

cionarios y -en algunos casos- de pérdida de popularidad de los Presidentes de turno derivada del aumento de

precios de productos tan sensibles como los alimentos y los combustibles, la mayor parte de los gobiernos

de países desarrollados y en desarrollo comenzaron a implementar medidas fiscales más restrictivas que las

del bienio previo, al tiempo que los Bancos Centrales han comenzado desde fines de 2021 a incrementar de

manera decidida las tasas de interés de referencia respecto de los muy bajos (y en algunos casos, negativos)

niveles de los años anteriores[4] [5].

De este modo, el efecto combinado de dichas medidas, sumadas a la tendencia bajista que comenzaron a ex-

hibir las principales commodities desde mediados de 2022 y a la paulatina normalización de la crisis de las

cadenas de suministro y los precios de los fletes, se tradujo en una importante baja en los niveles inflaciona-

rios desde los ultimos meses de 2022, tendencia que se ha ido profundizando a lo largo de 2023, previendose

alcanzar -en la mayor parte de los países de la región- niveles de aumento de precios similares a los de la pre

pandemia hacia la mitad del año 2024.

Ver nota periodistica: Reinhart C. y Graf Von Luckner C. (2022): “El retorno de la inflación global”.

https://blogs.worldbank.org/es/voces/el-retorno-de-la-inflacion-global
[1] cuyo precio se incrementó alrededor de un 700% respecto de los niveles promedio de 2019. En el caso de

EE.UU. dicho aumento fue “solo” del 200%, debido a la existencia de importantes reservas de gas shale en di-

cho país.

[2] Mientras que a fines de 2019 los bienes representaban el 36% del gasto de los hogares y los servicios el

64%, esas proporciones eran del 58% para bienes y 42% para servicios en la primavera de 2021 (The Econo-

mist, mayo 2022).

[3]https://www.imf.org/es/Publications/WEO/Issues/2022/04/19/world-economic-outlook-april-2022

[4] Algunos países (tales los casos de Alemania, Italia y Brasil) también incluyeron rebajas en impuestos indi-

rectos, particularmente a los combustibles fósiles.

[5] En cualquier caso, las tasas reales de interés seguían siendo negativas en una importante cantidad de paí-

ses desarrollados y en desarrollo hacia mediados de 2022, fenómeno que contraría las recomendaciones de

los manuales básicos de la economía. A ese respecto, es de prever que a medida que vayan pasando los me-

ses y la recuperación post pandemia se haya terminado de completar, las tasas nominales de interés de los

principales países se vuelvan a ubicar por encima de los niveles esperados de inflación
Lecturas

Lecturas requeridas para esta clase

•Baldwin R. (2017): “Cambios en la globalización: ¿Cómo, cuánto y qué significan para las CGV?”, en Boletin

Techint Nro. 355. Disponible en: http://iosapp.boletintechint.com/Utils/DocumentPDF.ashx?

Codigo=d402d7ed-6795-47d6-b06c-2945c6b3bf29&IdType=2

• Milanovic, B. (2020): “Choque de capitalismos”, en Foreign Affairs Latinoamerica, disponible en:

https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2019-12-10/clash-capitalisms

• Mazzucatto M. (2020): “Capitalism After the Pandemic. Getting the Recovery Right”, en Foreign Affairs, dis-

ponible en: https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-10-02/capitalism-after-covid-19-

pandemic

• Mc Kinsey Institute (2019): “Globalization in transition: The future of trade and value chains”, disponible en:

https://www.mckinsey.com/featured-insights/innovation-and-growth/globalization-in-transition-the-future-of-

trade-and-value-chains

Lecturas complementarias

• Piketty T. (2014):” Nuevas reflexiones sobre el Capital en el siglo XXI” (Video TED)

https://www.ted.com/talks/thomas_piketty_new_thoughts_on_capital_in_the_twenty_first_century#t-271359

• Mc Kinsey Institute (2019): “Globalization in transition: The future of trade and value chains”, disponible en:

https://www.mckinsey.com/featured-insights/innovation-and-growth/globalization-in-transition-the-future-of-

trade-and-value-chains

• Lawrence R (2020): “Will smaller trade deficits bring back manufacturing jobs?”, Peterson Institute, disponi-

ble en: https://www.piie.com/blogs/trade-and-investment-policy-watch/will-smaller-trade-deficits-bring-back-

manufacturing-jobs

• Hazan E, Haskel J y Westlake S (2021): “El auge del capitalismo intangible”, Project Syndicate, Cambridge,

disponible en: https://www.project-syndicate.org/commentary/intangible-assets-new-model-for-capitalism-by-

eric-hazan-et-al-2021-11/spanish?barrier=accesspaylog

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