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“El día 10 vio elevarse una inmensa montaña que el mismo día se hundió en su propio
cráter, con un ruido espantoso y cubrió la isla de cenizas y piedras (…) El 3 de febrero
un nuevo cono se levantó, quemó la aldea de Rodeo, y después de haber arrasado toda la
comarca de esta aldea, llegó a los bordes del mar (…) El 7 de marzo, se levantaron otros
conos y la lava que salió se dirigió al norte hacia el mar y alcanzó Tingafa, que fue
completamente devastada. Nuevos conos, terminados por cráteres, se levantaron el 20
de marzo (…) El día 13 de abril dos montañas se hundieron con un ruido espantoso…”.
El 16 de abril de 1736, seis años después, todo pareció calmarse por fin. Pero un tercio
de la isla había quedado inhabitable y su paisaje, transformado en otro totalmente
irreconocible.
El balance final fue de diez pueblos enteros sepultados bajo la lava: Tingafa, Montaña
blanca, Maretas, Santa Catalina, Jaretas, San Juan, Peña de Las Palmas, Testeina y
Rodeos. Sus restos se encuentran aún bajo esas rocas oscuras y puntiagudas que
presiden el terreno del parque nacional de Timanfaya y sus alrededores.
Solo hubo que lamentar un fallecimiento, el de un niño de corta edad. Sin embargo,
fueron muchos los desplazados. Lanzarote era habitado entonces por casi 5.000
residentes, distribuidos en 1.077 casas, de los cuales 2.000 tuvieron que emigrar a otras
islas del archipiélago e incluso a Sudamérica.
Hoy, todo este perímetro es el Parque Nacional de Timanfaya, declarado como tal en
1974 por el Gobierno español. En su interior hay nada menos que 25 volcanes, por lo
que es un verdadero paraíso para los amantes de la geología. El paisaje, con claras
resonancias marcianas, ha servido para el rodaje de más de una película de ciencia
ficción. Ocupa un total de 5.100 hectáreas.
Pero este parque nacional está rodeado, a su vez, por el Parque Natural de los Volcanes,
que ocupa más de 10.100 hectáreas y que configura, junto con el Parque Nacional, una
extensa zona protegida donde admirar la fuerza de la naturaleza.
La de 1730-1736 no fue, sin embargo, la última erupción de Lanzarote, porque casi cien
años más tarde, en 1824, de nuevo comienzan las erupciones en Timanfaya. Este nuevo
episodio dio origen a los llamados Volcán de Tinguatón, Tao y del Fuego.
Todavía hoy presenta actividad volcánica, pues existen puntos de calor en la superficie
que alcanzan los 100º-120º C y los 600º C a 13 metros de profundidad.
Se trata de uno de los puntos más interesantes de Canarias desde el punto de vista
natural, pues muestra cómo la naturaleza puede cambiar de forma repentina. Y también
evidencia qué lenta es la colonización de los espacios ocupados por la lava, pues
grandes extensiones de malpaís (suelo ocupado por la colada) permanecen todavía hoy,
tres siglos después, totalmente intransitables y con el mismo aspecto que si esas masas
hubiesen emergido ayer mismo del interior de la Tierra.