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FRAGMENTOS DE LITERATURA MEDIEVAL

ALTA EDAD MEDIA (s. V-X)

ÉPICA (EPOPEYA): El Cantar de Mío Cid (c. 1200) de Autor Anónimo

Cantar 1º: El Cid pasa por San Pedro de Cardeña para despedirse de su mujer, doña Jimena, y a sus hijas, doña
Elvira y doña Sol

He aquí a doña Jimena que con sus hijas va llegando; / dos dueñas las traen a ambas en sus brazos. / Ante el Campeador
doña Jimena las rodillas ha hincado. / Lloraba de los ojos, quiso besarle las manos: / «¡Ya Campeador, en hora buena
engendrado, / por malos intrigantes de Castilla sois echado!» / «Ay, mi señor, barba tan cumplida, / aquí estamos ante vos
yo y vuestras hijas, / (muy niñas son y de pocos días), / con estas mis damas de quien soy yo servida. / Ya lo veo que
estáis de partida, / y nosotras y vos nos separamos en vida. / ¡Dadnos consejo, por amor de Santa María!» / Alargó las
manos el de la barba bellida, / a las sus hijas en brazos las cogía, / acercólas al corazón que mucho las quería. / Llora de
los ojos, muy fuertemente suspira: / «Ay, doña Jimena, mi mujer muy querida, / como a mi propia alma así tanto os
quería. / Ya lo veis que nos separan en vida, / yo parto y vos quedáis sin mi compañía. / Quiera Dios y Santa María, / que
aún con mis manos case estas mis hijas, / y vos, mujer honrada, de mí seáis servida».

Cantar 3º: El rey restablece la honra del Cid y de su familia

He aquí que dos caballeros entraron en la corte; / al uno dicen Ojarra, de Navarra embajador, / al otro Iñigo Jiménez, del
infante de Aragón. / Besan las manos al rey don Alfonso, / piden sus hijas a mío Cid el Campeador, / para ser reinas de
Navarra y de Aragón / y que se las diesen con honra y bendición.

BAJA EDAD MEDIA (s. XI-XV)

ÉPICA (EPOPEYA): La Divina Comedia (1304-1308) de Dante Alighieri

Canto Primero: Proemio general: El extravío, la falsa vía y el guía seguro. La selva oscura. El poeta se extravía en ella
en medio de la noche. Al amanecer sale a un valle y llega al pie de un monte iluminado por el sol. Se atraviesan en su
camino tres animales simbólicos. Retrocede y se le aparece la sombra de Virgilio, que lo conforta, y le ofrece llevarlo al
linde del paraíso al través del infierno y del purgatorio. Los dos poetas prosiguen su camino.

«En medio del camino de, la vida, / errante me encontré por selva oscura, / en que la recta vía era perdida. / ¡Ay, que decir
lo que era, es cosa dura, / esta selva salvaje, áspera y fuerte, / que en la mente renueva la pavura! / ¡Tan amarga es, que es
poco más la muerte! / Mas al tratar del bien que allí encontrara, / otras cosas diré que vi, por suerte. / No podría explicar
cómo allí entrara, / tan soñoliento estaba en el instante / en que el cierto camino abandonara. / Llegué al pie de un collado
dominante, / donde aquel valle lóbrego termina, / de pavores el pecho zozobrante; / miré hacia arriba, y vi ya la colina /
vestida con los rayos del planeta, / que por doquier a todos encamina.

… Y aquí, al comienzo de subida incierta, / una móvil pantera hacia mí vino, / que de piel maculosa era cubierta; / […]
Era la hora en que apuntaba el día, / el sol subía al par de las estrellas, / como el divino amor, en armonía / movió al nacer
estas creaciones bellas; / y hacíanme esperar suerte propicia, / de la pantera las pintadas huellas, / la hora y dulce estación
con su caricia: / cuando un león que apareció violento, / trocó en pavor esta feliz primicia. / […] Y una loba asomó; que se
diría, / de apetitos repleta en su flacura, / que hace a muchos vivir en agonía.

… así la bestia, me tenía a raya, / y poco a poco, en contra, repelía / hacia la parte donde el sol se calla. / Mientras que al
hondo valle descendía, / me encontré con un ser tan silencioso, / que mudo en su silencio parecía. / Al divisarle en el
desierto umbroso, / “¡Miserere de mí”, clamé afligido, / “hombre seas o espectro vagaroso”. / Y respondió: “Hombre no
soy: lo he sido; / Mantua mi patria fue, y Lombardía / la tierra de mis padres. Fui nacido, / Sub Julio, aunque lo fuera en
tardo día, / y a Roma vi, bajo del buen Augusto, / en tiempo de los dioses de falsía. / Poeta fui; canté aquel héroe justo, /
hijo de Anquises, que de Troya vino, / cuando el soberbio Ilion quedó combusto. / ¿Mas tú, por qué tornar al mal camino,
/ y no subes al monte refulgente, / principio y fin del goce peregrino?”. / “¡Tú eres Virgilio, la perenne fuente / que
expande el gran raudal de su oratoria!” / le interrumpí con ruborosa frente, / […] “¡Oh mi autor y maestro predilecto! / de
ti aprendí tan sólo el bello estilo, / que tanto honor ha dado a mi intelecto. / Esa bestia me espanta, y yo vacilo: / ¡de ella
defiéndeme, sabio famoso, / que hace latir mis venas, intranquilo!” / Al verme tan turbado y tan lloroso, / “Te conviene
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tomar”, dijo, “otra vía, / para salir de sitio tan fragoso. / La bestia que tu marcha contraría, / no permite pasar por su
apretura / sino al que se le rinde en agonía. / […] “Mejor que tú, por ti pienso y discierno; / sigue, seré tu guía en la
partida, / hasta llevarte a otro lugar eterno. / Oirás allí la grita dolorida, / y verás los espíritus dolientes, / que claman por
perder segunda vida. / Después verás, en llamas siempre ardientes / vivir contentos, llenos de esperanza, / los que
suspensos sufren penitentes, / porque esperan gozar la bienandanza; / y si quieres subir, alma más digna, / te llevará a
celeste lontananza; / pues el Emperador que allá domina, / porque desconocí su ley eterna, / me veda acceso a su ciudad
divina. / El universo desde allí gobierna: / ese es su trono y elevado asiento: / ¡Feliz el que a sus plantas se prosterna!”. »

El Decamerón (1351-1353) de Giovanni Boccaccio

Séptima Jornada – Narración Quinta

Nobilísimas señoras, la precedente historia me lleva a razonar, semejantemente, sobre un celoso, estimando que lo que sus
mujeres les hacen, y máximamente cuando tienen celos sin motivo está bien hecho. Y si todas las cosas hubiesen
considerado los hacedores de las leyes, juzgo que en esto deberían a las mujeres no haber adjudicado otro castigo sino el
que adjudicaron a quien ofende a alguien defendiéndose: porque los celosos son hostigadores de la vida de las mujeres
jóvenes y diligentísimos procuradores de su muerte. Están ellas toda la semana encerradas y atendiendo a las necesidades
familiares y domésticas. Deseando, como todos hacen, tener luego los días de fiesta alguna distracción, algún reposo, y
poder disfrutar algún entretenimiento como lo toman los labradores del campo, los artesanos de la ciudad y los regidores
de los tribunales, como hizo Dios cuando el día séptimo descansó de todos sus trabajos, y como lo quieren las leyes santas
y las civiles, las cuales al honor de Dios y al bien común de todos mirando, han distinguido los días de trabajo de los de
reposo. A la cual cosa en nada consienten los celosos, y aquellos días que para todas las otras son alegres, a ellas,
teniéndolas más encerradas y más recluidas, hacen sentir más míseras y dolientes; lo cual, cuánto y qué consunción sea
para las pobrecillas sólo quienes lo han probado lo saben. Por lo que, concluyendo, lo que una mujer hace a un marido
celoso sin motivo, por cierto no debería condenarse sino alabarse.

Hubo, pues, en Rímini, un mercader muy rico en posesiones y en dinero el cual, teniendo una hermosísima mujer por
esposa, llegó a estar sobremanera celoso de ella; y no tenía otra razón para ello sino que, como mucho la amaba y la tenía
por muy hermosa y sabía que ella con todo su afán se ingeniaba en agradarle, juzgaba que todos la amaban y que a todos
les parecía hermosa y también que ella se ingeniaba tanto en agradar a otros como a él (argumento que era de hombre
desdichado y de poco sentimiento). Hostigado incesantemente por sus celos, no la perdía un instante de vista; de suerte
que aquella infortunada era vigilada con más ahínco que lo son algunos criminales sentenciados a la última pena. Para ella
no había ni bodas, ni festines, ni paseos: sólo le era permitido ir a la iglesia los días de gran solemnidad, pasando todo el
tiempo en su casa, sin tener libertad de asomar la cabeza a las ventanas de la calle, bajo ningún pretexto. En una palabra,
su situación era de las más desdichadas, y la soportaba con tanta mayor impaciencia cuanto que no tenía cosa que
reprocharse. Nada más capaz de conducirnos al mal que la torcida opinión que se haya formado de nosotros. Así, pues,
aquella mujer, viéndose, sin motivo alguno, mártir de los celos de su marido, creyó que no sería un crimen mayor si estaba
celoso con fundamento. Mas ¿cómo obrar para vengarse de la injuria hecha a su discreción? Las ventanas permanecían
continuamente cerradas, y el celoso se guardaba de introducir en la casa quienquiera que fuese que hubiese podido
enamorarse de su mujer. No teniendo, pues, la libertad de elección, y sabiendo que en la casa contigua a la suya vivía un
joven gallardo y bien educado, deseaba que hubiese alguna hendidura en la pared que dividía sus habitaciones, desde la
cual pudiese hablarle y entregarle su corazón, si quería aceptarlo, segura de que más tarde le sería fácil encontrar un medio
para verse de más cerca y distraerse un tanto de la tiranía de su marido, hasta que este celoso se hubiese curado de su
frenética pasión.

Y yendo de una parte a otra, cuando su marido no estaba, mirando el muro de la casa, vio por acaso en una parte asaz
secreta de ella el muro abierto un tanto por una grieta; por lo que, mirando por ella, aunque muy mal pudiese discernir la
otra parte, llegó a darse cuenta de que era una alcoba allí donde daba la grieta y se dijo:

«Si fuese ésta la alcoba de Filippo (es decir, del joven vecino suyo), estaría casi servida.» Y cautamente a una criada suya,
que le tenía lástima, la hizo espiar, y encontró que verdaderamente el joven allí dormía solo; por lo que, acercándose con
frecuencia a la grieta, y cuando sentía al joven allí, dejando caer piedrecitas y algunas ramitas secas, tanto hizo que, por
ver qué era aquello, el joven se acercó allí. Al cual ella llamó suavemente y él, que su voz conoció, le respondió; y ella,
teniendo tiempo, en breve le abrió sus pensamientos. De los que muy contento el joven, hizo de tal manera que de su lado
el agujero se hizo mayor, aunque de manera que nadie pudiese apercibirlo; y por allí muchas veces se hablaban y se
tocaban la mano, pero más adelante no se podía ir por la rígida guardia del celoso.
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[…] Venida la noche, el celoso con sus armas se ocultó silenciosamente en una alcoba del piso bajo. Y la mujer, habiendo
hecho cerrar todas las puertas y máximamente la de mitad de la escalera para que el celoso no pudiera subir, cuando le
pareció oportuno el joven por un camino muy cauto por su lado se vino, y se fueron a la cama, dándose el uno al otro
satisfacción y buenos ratos; y venido el día, el joven se volvió a su casa.

[…] Pues dime -dijo el celoso-, quién es ese cura y pronto.

La mujer se echó a reír y dijo:

Me agrada mucho cuando a un hombre sabio lo lleva una mujer simple como se lleva a un borrego por los cuernos al
matadero; aunque tú no eres sabio ni lo fuiste desde aquel momento en que dejaste entrar en el pecho al maligno espíritu
de los celos sin saber por qué; y cuanto más tonto y animal eres mi gloria es menor. […] Pero si hubieses sido sabio como
crees, no habrías de aquella manera intentado saber los secretos de tu honrada mujer, y sin sentir vanas sospechas te
habrías dado cuenta de que lo que te confesaba era la verdad sin que en ella hubiera nada de pecado. Te dije que amaba a
un cura; ¿y no eras tú, a quien equivocadamente amo, cura? […]¡Vuelve en ti ya y hazte hombre como solías ser y no
hagas hacer burla de ti a quien conoce tus costumbres como yo, y deja esa severa guarda que haces, que te juro por Dios
que si me vinieran ganas de ponerte los cuernos, si tuvieras cien ojos en vez de dos, me daría el gusto de hacer lo que
quisiera de guisa, que tú no te enterarías!

El desdichado celoso, a quien le parecía haberse enterado muy astutamente del secreto de la mujer, al oír esto se tuvo por
burlado; y sin responder nada tuvo a la mujer por sabia y por buena, y cuando tenía que ser celoso se despojó de los celos,
así como se los había vestido cuando no tenía necesidad de ellos. Por lo que la discreta mujer, casi con licencia para hacer
su gusto, sin hacer venir a su amante por el tejado como los gatos sino por la puerta, discretamente obrando luego, muchas
veces se dio con él buenos ratos y alegre vida.

LÍRICA: Cancionero (1470) de Francesco Petrarca (1304-1374)

Dejar por sombra o sol jamás os veo

Dejar por sombra o sol jamás os veo / vuestro velo, señora, / después que sois del ansia sabedora / que aparta de mi pecho
otro deseo.

Mientras llevé escondido el pensamiento / que muerte en el deseo dio a mi mente / vi de piedad teñido vuestro gesto; /
mas cuando os lo mostró Amor claramente, / fue el cabello cubierto en el momento / y el mirar amoroso oculto honesto.

Lo que en vos más deseaba me es depuesto; / así me trata el velo, / que por mi muerte, ya al calor, ya al hielo / de ojos tan
bellos cubre el centelleo.

Lloraba Amor y yo con él lloraba

Lloraba Amor y yo con él lloraba, / del cual mis pasos nunca andan lejanos, / viendo que, por efectos inhumanos, / vuestra
alma de sus lazos suelta andaba.

Ahora que al recto andar Dios os la clava, / devoto alzando al cielo entrambas manos, / doy gracias de que Él ruegos
humanos, / al fin, por escuchar benigno acaba.

Y si, volviendo a la amorosa vida, / porque dieseis la espalda a ese deseo, / hallasteis por la senda foso o loma,

fue por mostrar cuán áspero el rodeo, / y cuán alpestre y dura es la subida, / donde el valor sublime el hombre toma.

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