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ÉTICA DOCENTE
Francisco Altarejos, José A. Ibáñez-Martín, José
Antonio Jordán y Gonzalo Jover
ÉTICA DOCENTE
Ariel
Diseño de la cubierta Joana Gironella
ISBN: 84-344-2625-0
Impreso en España
Bibliografía general
AUTORES
JOSÉ A. IBÁÑEZ-MARTÍN
Catedrático de Filosofia de la Educación de la Universidad Complutense de
Madrid, sus líneas de investigación se han centrado en el estudio de las bases
antropológicas y los supuestos crítico-filosóficos de los procesos educativos en
la política de la educación, en la formación cívica propia de los sistemas de-
mocráticos y en la deontología profesional de las actividades educativas, temas
sobre los que se ha publicado alrededor de un centenar de trabajos en cinco
lenguas diversas. Ha obtenido siete premios, entre los que cabe destacar el Na-
cional de Literatura para obras de Ensayo y el Raimundo Lulio del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas. Es director de la Revista Española de
Pedagogía y miembro de diversas sociedades científicas, siendo el único Fellow
español de la Philosophy of Education Society de Estados Unidos. Actualmente
dirige en la Universidad Complutense el título de Especialista en Educación
Moral y Educación Cívica en el Sistema Educativo.
cativos del momento actual. G. Jover los recopila y comenta, tras una
presentación que proporciona un visión general de los códigos aparecidos
hasta el momento y una justificación de la selección realizada, que pone
en conocimiento del público de habla castellana algunos textos relevantes,
de difícil localización.
Por último, el libro termina con una bibliografía general en la que
hemos incluido los títulos que consideramos de mayor relevancia para el
estudio de las cuestiones éticas de la acción educativa.
El punto de partida y los intereses teóricos y prácticos son diversos en
cada autor, como ya se ha señalado. No obstante, hay una preocupación
compartida por todos: la necesidad de investigar en este campo
eminentemente pedagógico que es la deontología docente, pues cualquier
profesión educativa tiene en la enseñanza su tarea nuclear común. En el
marco de la educación formal, cuando menos, cualquier ocupación lleva
consigo un quehacer pedagógico de enseñar, sea en la pedagogía social, la
educación especial o la docencia académica. En este sentido, la
deontología docente no se refiere sólo a los profesores, aunque pueda
concernirles a ellos primeramente; alcanza también a todas las profesiones
pedagógicas, que si bien se diversifican en su acción, coinciden en el
núcleo docente que comportan.
La pretensión de los autores no es otra que recoger los logros ob-
tenidos en la investigación y la práctica pedagógicas, y abrir nuevas
sendas para la reflexión en la deontología educativa, campo temático de
permanente y creciente actualidad en nuestro tiempo.
FRANCISCO ALTAREJOS
CAPÍTULO 1
LA DOCENCIA COMO PROFESIÓN ASISTENCIAL
1. Cfr. por ejemplo, P. Elliot (1975), Sociología de las profesiones, Madrid, Tecnos; J.
MartínMoreno y A. de Miguel (1982), Sociología de las profesiones, Madrid, Centro de
Investigaciones Sociológicas.
22 ÉTICA DOCENTE
3. M. Weber (1969), La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Península, p. 81.
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Los dos primeros criterios son de carácter netamente social, y los dos
últimos de origen científico o epistemológico. Especialmente llama la
atención el último, por su rango de metacriterio, o criterio reflexivo sobre
el anterior. Por la estandarización «se excluyen aquellas prácticas fundadas
en la actividad consuetudinaria [customary practice] modificadas por
ensayo y error en la práctica individual. En opinión de ciertos autores, este
tipo de actividades se opone radicalmente a la actividad profesional e
incluso se consideran como antítesis de la profesión».9 Este criterio
excluyente es una transposición velis nolis del requisito esencial postulado
para el método de investigación científica ya desde Descartes, en su
Discurso del método. Es una vieja aspiración de la metodología y la
epistemología científicas de la modernidad: que la acción cognoscitiva y
práctica de la investigación se realice protocolaria y fluidamente a la
postre, mecánicamente, sin dependencia del sujeto investigador que la
realice. Este principio es realmente un desideratum más que una regla o
norma prescriptiva, pues parcial pero significativamente ha sido
transgredido en la historia de la ciencia moderna: los más fecundos
descubrimientos teóricos han sido fruto de innovaciones metodológicas,
realizadas saltándose las reglas metódicas, inspiradas precisamente por el
procedimiento del ensayo-error y gracias a la determinación subjetiva de
los científicos. Pero al margen de esto, no acaba de entenderse la
equiparación de este criterio con los anteriores, por su origen y por su
posible aplicación. La demanda actual de innovación imaginativa en el
ámbito del trabajo humano repelería a las profesiones que guardaran
fielmente el criterio de estandarización de procedimientos. En última
instancia, si se mantuviera dicho criterio, quedarían fuera las «profesiones
de ayuda» (helping-professions), en las que resultan imprescindibles las
disposiciones e iniciativas subjetivas de los agentes individuales. En defi-
nitiva, no parece posible mantener este criterio como criba definidora del
rango de profesionalización para cualquier trabajo.
Trascendiendo el planteamiento inicial de los cuatro criterios de se-
lección reseñados, la misma C. W Gichure resume los requisitos que
configurarían de modo general el perfil de la profesión desde una
perspectiva de análisis sociológico;10 éstos son:
9. Ibídem.
10. Op. cit., pp. 186-95.
32 ÉTICA DOCENTE
11. W. Carr y S. Kemmis (1988), Teoría crítica de la enseñanza, Barcelona, Martínez Roca, p. 26.
LA DOCENCIA COMO PROFESIÓN ASISTENCIAL 33
12. J. Sarramona (1992), «La professionalitat pedagógica», en L'educació: el repte del tercer
mil⋅leni, Simposio Internacional, Institució Familiar d'Educació, Sitges, 1995, pp. 7-12; para la
explicación y comentarios a cada requisito cfr. J. Sarramona, J. Noguera y J. Vera (1997), «¿Qué es
ser profesional docente?», ponencia del XVI Seminario Interuniversitario de Teoría de la
Educación, Pamplona, pp. 17-35 (texto policopiado).
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17. G. Sykes (1992), «En defensa del profesionalismo docente como una opción de política edu-
cativa», Educación v Sociedad, 11, pp. 85-96, 96.
LA DOCENCIA COMO PROFESIÓN ASISTENCIAL 37
18. Cfr. F. Altarejos: Dimensión ética de la educación, Pamplona, Eunsa, 2002 (2.a ed.); cap. VI:
«La practicidad del saber educativo».
19. Cfr. R. Alvira Domínguez (1988), «La educación como arte», en Reivindicación de la
voluntad, Pamplona, Eunsa, pp. 130-40.
38 ÉTICA DOCENTE
20. T. Alvira Alvira (1985), Calidad del profesor: calidad de educación, Madrid, Dossat, p. 8.
LA DOCENCIA COMO PROFESIÓN ASISTENCIAL 39
22. Para una detallada y sugerente discusión de esta cuestión cfr. C. W. Gichure (1995), cit., pp.
215-38.
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1. Véase Ph. Ariés (1988), «La historia de las mentalidades», en J. Le Goff y otros, La nueva
historia, Bilbao, Mensajero, p. 461.
2. Véase J. Ortega y Gasset, La historia como sistema, en Obras completas, 6.a ed., Madrid,
Revista de Occidente, vol. VI, p. 22. Hablando algo sarcásticamente de sus colegas los ensayistas
afamados, C. S. Lewis (1956) llega más lejos señalando que éstos no siempre han defendido lo que
consideraban verdadero sino que, en ocasiones, se han sumado a la corriente de la moda porque les
resultaba más beneficioso para «la popularidad, la venta de sus libros, invitaciones a granel...» (El
gran divorcio, Buenos Aires, Carlos Lohlé, p. 38 s.).
3. E. Kant (1979), «¿Qué es la Ilustración?», en Filosofía de la historia, México, FCE, p. 25.
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Todo empresario sabe lo mala que es una quiebra: no sólo por las
responsabilidades penales de los que han llevado el negocio a esa si-
tuación, sino también porque, a partir del día en que se declara, hay
valiosos activos que pasan a liquidarse a precios de saldo. Ahora bien,
que haya quiebras no es en sí malo, pues es signo de la salud de la so-
ciedad que no está dispuesta a esconder lo que no se dirige con el cuidado
debido.
La mentalidad que acabamos de describir, se ha declarado en quiebra.
Por supuesto que al quebrar la «diosa razón» se ha devaluado todo lo
referente a la razón: ya habrá tiempo para dar á cada cosa su valor
preciso. Pero, por de pronto, mostremos los datos en los que nos basamos
para levantar acta de esa quiebra y para mostrar cómo se va configurando
una «nueva sensibilidad».6 Señalemos algunos de los más relacionados
con los temas que nos ocupan.
4. Véase W. Wilson (1887), «The Study of Administration-, Political Science Quarterly, junio.
5. Hipócrates (460-377 a. C.), «El Juramento», en Aforismas y pronósticos, Madrid, Biblioteca
Económica Filosófica, 1904, vol. 72.
6. Cfr. A. Llano (1988), La nueva sensibilidad, Madrid, Espasa-Calpe.
LOS CÓDIGOS DE ÉTICA PROFESIONAL DE LOS PROFESORES 57
12. Véase por ejemplo las obras de A. Tom (1984), Teaching as a moral craft, Nueva York,
Longman; los trabajos de J. J. Schwab sobre lo práctico recogidos en J. J. Westbury e I. N. Wilkof
(eds.), Science, curriculum and liberal education: selected essays of J. J. Schwab, University of
Chicago Press, 1978; F. Elbaz (1983), Teachers Thinking: a study of Practical Knowledge, Nueva
York, Croom Helm; H. Sockett (1993), The Moral Base for Teacher Professionalism, Nueva York,
Teachers College Press, etc.
13. La discusión de las ideas de este párrafo está muy bien desarrollada en el trabajo de G. D.
Fenstermacher (1990), «Some Moral Considerations on Teaching as a Profession», en J. I. Goodlad
(ed.), The Moral Dimension of Teaching, San Francisco, Jossey-Bass, pp. 130-51.
14. S. Washington y E. Armstrong (1996), L'éthique dans le service public, París, OCDE, p. 7.
15. La bibliografía de referencia es casi infinita. Algunos títulos significativos son: C. L. Glenn
(1988), The Myth of the Common School, Amherst, University of Massachusetts Press; M. Holmes
(1992), Educational Policy for the pluralist democracy: the common school, choice and diversity,
Londres, Falmer Press; W. H. Clune y J. F. Witte (eds.) (1990), Choice and Control in American
Education, Londres, Falmer Press; J. E. Coons (1983), «Educational Alternatives for the 1980s:
Common Schools and the Commoner., The Urban Lawyer, 15 (1), verano, pp. 77-93.
16. Véase el muy interesante libro de C. Taylor (1994), La ética de la autenticidad, Barcelona,
Paidós.
LOS CÓDIGOS DE ÉTICA PROFESIONAL DE LOS PROFESORES 59
17. Aunque las soluciones que propone entiendo son limitadas, tiene interés conocer, en este
sentido, el trabajo de J. Hallack y M. Poisson (1996), Les pouvoirs publics en education: vers une
légitimité renouvelée, París, Unesco, Institut Internationale de Planification de 1'Éducation.
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18. T. W. Adorno (1969), «La educación después de Auschwitz», en Consignas, Buenos Aires,
Amorrortu, p. 84. Auschwitz, como punto de referencia para la educación de la juventud, ha sido
retomado por J. F. Forges (1997), Eduquer contre Auschwitz: histoire et mémoire, París, ESE
LOS CÓDIGOS DE ÉTICA PROFESIONAL DE LOS PROFESORES 61
Unesco insiste en que «se espera del docente que cumpla el papel de guía
moral y pedagógico que permita al educando orientarse en esta masa de
informaciones y de valores diferentes».19
b) Siempre se ha visto con temor el esfuerzo y siempre ha sido un
escándalo el dolor y el sufrimiento. Pero se contaba con ellos, como
elementos inexcusables de la existencia: se sabía que era necesario es-
forzarse para ser alguien o para hacer algo en la vida, esfuerzo que, aun
siendo invariablemente doloroso, nadie pensaba que fuera a producir
siempre los resultados deseados.
La situación hoy ha cambiado. Occidente vive en esa formulación
histórica del fundamental principio de solidaridad social que se llama
Estado del Bienestar (es políticamente correcto escribirlo con ma-
yúsculas) en el que los horrores de la guerra y las privaciones de la
miseria pertenecen a la noche del pasado y en el que el Estado garantiza
que nadie fracasará: hoy son inconcebibles las palabras de Roepke
cuando hace años afirmaba que «sólo se puede dar a uno a base de quitar
a otro. Cuando hablamos de que el Estado debe ayudarnos, nos estamos
refiriendo siempre al dinero del otro, al fruto de los esfuerzos y ahorros
de otros».20 Como es sabido, asistimos a una discusión importante acerca
del sentido y los límites del Estado del bienestar, que no corresponde
tratar en estas líneas. Más aún, pienso que lo que realmente preocupa a la
sociedad no son tanto los efectos perversos del Estado del bienestar,
cuanto oír al médico contar los que acuden a él para que ingrese a su
anciano padre en un hospital porque quieren irse de vacaciones; oír al
policía de tráfico quejarse de que no encuentra nadie aun habiendo un
alto porcentaje de parados a quien contratar un fin de semana para
poner en la carretera las señales que regulan el flujo de salida y entrada
de la ciudad; ver que en las películas sólo aparecen viajes exóticos,
coches caros y pisos lujosos, sin que jamás aparezca nadie trabajando,
como si el trabajo fuera algo vergonzoso y el dinero para esos gastos
cayera del cielo; descubrir tantas situaciones en las que la convivencia
familiar tiende a romperse con gran facilidad en cuanto aparecen las
primeras dificultades. Y de esta preocupación no está ajeno el sistema
educativo, pues muchos se quejan no sólo de que los profesores no lu-
chan contra esos problemas, sino que ellos mismos son parte del pro-
blema.
Un nuevo pacto educativo obliga a cambiar ciertas actitudes y
comportamientos en los centros de enseñanza, que frecuentemente se
21. M. Haberman (1997) -Unemployment Training. The Ideology of Nonwork Learned in Urban
Schools», Phi Delta Kappan, marzo, p. 500.
22. E. d'Ors (1988), Aprendizaje y heroísmo, Madrid, Real Sociedad Económica Matritense, p.
27.
23. 1996 National Education Summit Policy Statement, firmado el 27 de marzo de 1996 y trans-
mitido por Internet.
LOS CÓDIGOS DE ÉTICA PROFESIONAL DE LOS PROFESORES 63
tor que no se enfrenta con las máquinas sino que ha de trabajar con los
demás. Antes, el mundo del trabajo era el mundo de la obediencia, de
modo que, en el fondo, someterse a un sistema educativo autoritario era
alcanzar una habilidad fundamental para el trabajo. Pero hoy la
obediencia ha pasado a segundo plano: se trata de desarrollar la
imaginación, de buscar gracias a una reflexión profunda sobre las
informaciones recibidas soluciones que no vienen en los libros, y,
sobre todo, se trata de escuchar a los demás, con quienes y para quienes
se trabaja. Ser responsable en nuestro tiempo no significa sólo estar
dispuesto a que las cosas salgan adelante, sino decidirse a que todos se
sientan integrados en una actividad conjunta, lo cual es tan infrecuente
que Crozier afirma que «los ejecutivos pasan de la mitad a tres cuartas
partes de su tiempo resolviendo problemas
humanos».24
Tiene mucha razón el Informe Delors cuando subraya la importancia
de «aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás, lo que sin
duda constituye una de las principales empresas contemporáneas».25 Y es
todavía más importante la observación de que para alcanzar este objetivo
«no basta con organizar el contacto y la convivencia entre miembros de
grupos diferentes (por ejemplo, en escuelas en las que concurran niños de
varias etnias o religiones)».26 En efecto, la educación nunca se consigue
por medios mecánicos: la comprensión, el «hacerse cargo», la gestión
inteligente y pacífica de los conflictos, es una tarea delicada que
alcanzará éxito en la medida en que los educadores muestren, primero
con su comportamiento, el respeto que merece todo ser humano, el
cuidado que hemos de poner en no herir a los demás, la generosidad y
apertura para ver los problemas también desde el punto de vista del otro,
sabiendo ceder tantas veces en los propios gustos o en lo que uno
considera son «sus derechos», para favorecer una convivencia cordial en
la que nadie se sienta injustamente tratado.
2) Todo lo que hemos analizado en el apartado anterior es obvio
que, dentro del espíritu plural defendido, no se refiere alternativa-
mente al comportamiento que hayan de seguir las escuelas del Estado
o las escuelas fundadas por la variada iniciativa de personas o de gru-
pos, sino que ha de aplicarse a cualquiera de las instituciones docen-
tes que se han erigido con voluntad de formar parte del sistema edu-
cativo nacional.
Cómo se determinen los concretos pactos que busquen solucionar los
problemas expuestos y qué grado de estabilidad tengan, dependerá de un
variado conjunto de circunstancias. Es indudable que no se encuentran en
la misma situación un instituto del Estado, cuya zona de influencia
primaria puede sufrir cambios relevantes con el tiempo, que un colegio
Montessori, que será elegido por los padres precisamente porque
sintonizan con unas finalidades y una metodología específica, llamadas a
continuar en el tiempo.
Pero tanto en uno como en otro caso, la educación no puede or-
ganizarse sin tener en cuenta la voz de los padres, del mismo modo que,
también en cualquier tipo de titularidad del centro, los profesores deben
formarse en una cultura colaborativa, que haga posible se alcance entre
todos el proyecto educativo pactado. Aunque pronunciadas para un
contexto más restringido, me siguen pareciendo acertadas las palabras de
nuestro Tribunal Constitucional, cuando declaró que «la existencia de un
ideario [...] no obliga al profesor ni a convertirse en apologista del
mismo, ni a transformar su enseñanza en propaganda o adoctrinamiento,
ni a subordinar a ese ideario las exigencias que el rigor científico impone
a su labor. El profesor es libre como profesor, en el ejercicio de su
actividad específica. Su libertad es, sin embargo, libertad en el puesto
docente que ocupa, es decir, en un determinado centro y ha de ser
compatible, por tanto, con la libertad del centro del que forma parte el
ideario. La libertad del profesor no le faculta, por tanto, para dirigir
ataques abiertos o solapados contra ese ideario, sino sólo para desarrollar
su actividad en los términos que juzgue más adecuados y que con arreglo
a un criterio serio y objetivo no resulten contrarios a aquél».27
Quizá no sea fácil conseguir el entusiasmo de todo el profesorado en
torno al proyecto educativo del centro, a veces visto con reticencia,
especialmente por algunos profesores, pocos, que son funcionarios del
Estado. Pero estos profesores deben abandonar la tendencia al man-
darinato, que proviene de la tradición napoleónica, y encontrar el pro-
fundo sentido de la terminología inglesa, que llama al funcionario public
servant «servidor (del) público», así como deben ser conscientes que
cuando se producen enfrentamientos entre el profesorado, quien siempre
pierde es el estudiante.
3) La conclusión que cabe sacar de lo que se ha expuesto es que
la tarea de enseñar se ha ido convirtiendo en algo cada vez más com-
27. Sentencia del Tribunal Constitucional 5/1981 (BOE del 24 de febrero de 1981) sobre el
recurso de inconstitucionalidad contra la LOECE, motivo l.º, n.º 7.
LOS CÓDIGOS DE ÉTICA PROFESIONAL DE LOS PROFESORES 65
Si a eso se añade que, desde fuera más incluso que desde dentro,
las dificultades del sistema suelen focalizarse en el profesorado, se en-
tiende que un informe de la OCDE de 1990 llame la atención sobre la
tendencia a una escasez de aspirantes a la profesión, que empieza a
ser preocupante en algunos países y especialidades. Se han propuesto
6. G. Neave (1991), The Teaching Nation. Prospects for Teachers in the European Community,
Oxford, Pergamon Press, p. 122. Para una historia y contexto de la Recomendación, desde los
primeros trabajos de la Unesco a mediados de los años cuarenta, hasta su aprobación en octubre de
1966: L. Towsley (1991), The Story of the Unesco 1966 Recommendation concerning the Status of
Teachers, Morges, World Confederation of Organisations of the Teaching Profession.
7. Unesco (1974), «Análisis de problemas y cuadro de objetivos que servirán de base para un
planteamiento a medio plazo (1977-1982)» (Documento 18 C/4), párr. 213, citado en Unesco
(1994), ¿Qué formación para los maestros?, París, Ediciones de la Unesco, p. 25.
8. G. Neave (1991), cit., p. 123.
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9. Cfr. OCDE (1990), The Teacher Today, Paris, OCDE, pp. 114-55.
10. Cfr. International Conference of Education (1996), Recommendation Nº.1 "Recruitment of
Teachers: Attracting the Most Competent Young People to Teaching"», Unesco (documento
informático).
11. Cfr. ibid.,«Recommendation No. 7 "Professionalization as a Strategy for Improving the
Status and Working Conditions of Teachers"».
DEONTOLOGÍA PROFESIONAL DOCENTE 73
12. Cfr. J. Delors (1996), La educación encierra un tesoro, Madrid, Santillana/Unesco, pp. 68-73.
13. Cfr. International Conference of Education (1996), «Major debate led by Mr. Jacques Delors
"Teachers in search of new perspectives"», Unesco (documento informático).
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No hay reglas morales con las que, en general, la opinión pública sea más
indulgente cuando son infringidas. Las transgresiones que tienen sólo que ver
con la práctica de la profesión, reciben si acaso una vaga censura fuera del
campo estrictamente profesional. [...] Esta característica de las éticas profe-
sionales es fácilmente explicable. No pueden tener un gran interés en la con-
ciencia común, precisamente porque no son comunes a todos los miembros de
la sociedad o porque, por decirlo de otra forma, son ajenas a tales
conciencias.15
14. E. Durkheim (1992), Professional Ethics and Civic Morals, Londres/ Nueva York, Routledge, p. 3.
15. Ibíd., p. 6.
DEONTOLOGÍA PROFESIONAL DOCENTE 75
16. Cfr. J. Benedicto y F. Reinares (1992), «Las transformaciones de lo político desde una pers-
pectiva europea», en J. Benedicto y E Reinares (eds.), Las transformaciones de lo político, Madrid,
Alianza, pp. 28 ss.
17. W. Kymlicka (1996), Ciudadanía multicultural, Barcelona, Paidós, pp. 22 y 23.
18. Cfr. E. Durkheim (1991), cit., pp. 28-41.
76 ÉTICA DOCENTE
obligaciones para con los padres.21 Lo que hace más complicada esta
situación comenta Colnerud como resultado de una de estas investi-
gaciones sobre la ética de los docentes en las escuelas obligatorias sue-
cas es la carencia de un acuerdo explícito sobre lo que es una buena
enseñanza, o lo que supone tratar de modo perjudicial a los alumnos.
Según hemos apuntado, ésta es una de las principales tareas que pueden
cumplir hoy los códigos deontológicos, para lo cual deben tener en
cuenta, como propone este autor, tanto el cometido social de los
profesores como sus responsabilidades específicas para con los derechos
de los alumnos. Ahora bien, con la misma evidencia se muestra que,
mientras las situaciones problemáticas en el campo de la ética de los
profesores son bastante comunes y generalizables, las soluciones que
reclama cada circunstancia no se dejan someter a recetas. Este estudio,
concluye Colnerud, «confirma la idea de que la conducta ética no puede
ser estandarizada, sino que tiene que ser siempre una conducta situada».22
Por tanto, si desde un punto de vista regulativo los códigos deon-
tológicos pueden servir de guías generales de acción, representan sólo
una ayuda limitada de cara a las situaciones concretas, razón por la cual a
menudo se ha criticado en ellos su escasa repercusión real en la práctica.
Es una consecuencia de la propia condición normativa de estos códigos,
forzados a situarse en una ambigua zona intermedia entre lo jurídico y lo
ético, el mecanismo de aplicación legal y la norma moral autoasumida
que apela al juicio y responsabilidad del profesional. Pero, así como por
el lado de lo jurídico, la dificultad es la de establecer sistemas
suficientemente operativos y públicamente confiables de seguimiento y
control, por el de lo ético cabe preguntarse hasta qué punto la misma
pretensión regulativa no termina por contradecir y ahogar la idea de
profesionalidad, como capacidad de decisión autónoma y responsable.
Siempre me han parecido un reto interesante unas incisivas palabras de
Marañón en las que, con referencia a la ética médica, decía que el buen
profesional no necesita de reglamentos para su rectitud, mientras que a
quien no lo es las normas y consejos morales le resultan totalmente
inútiles; «sobran aquí, como en todos los problemas de conducta moral,
las leyes».23 El intento de responder a esta aparente contradicción nos
introduce en la búsqueda de un nuevo sentido para la deontología
profesional y los códigos deontológicos.
21. Cfr. E. Campbell (1996), Ethical Implications of Collegial Loyalty as One View of Teachers
Professionalism-, Teachers and Teaching: Theory and Practice, 2 (2), pp. 191-208, y G. Colnerud
(1997), «Ethical Conflicts in Teaching», Teaching and Teacher Education, 13 (6), pp. 627-35.
22. G. Colnerud (1997), cit., p. 633.
23. G. Marañdn (1981), Vocación y ética y otros ensayos, Madrid, Espasa-Calpe, p. 62.
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30. Cfr. C. Taylor (1996), Las fuentes del yo, Barcelona, Paidós, pp. 41-67.
31. H. A. Goolishian y H. Anderson (1994), «Narrativa y self: Algunos dilemas postmodernos de
la psicoterapia», en D. F. Schnitman et al., Nuevos paradigmas de cultura y subjetividad,
Barcelona, Paidós, pp. 296-97.
32. C. Dubar (1996), La socialisation. Construction des identités sociales et professionnelles,
París, Armand Colin, pp. 114-15.
33. M. Beattie (1995), Constructing Professional Knowledge in Teaching. A Narrative of Change
and Development, Nueva York, Teachers College Press. El enfoque narrativo y autobiográfico del
conocimiento de los profesores ha generado una abundante bibliografía durante los últimos años.
Para un revisión crítica, con extensión a las posibilidades de su aplicación pedagógica en los
alumnos: F. Gil Cantero (1997), «Educación y narrativa: la práctica de la autobiografía en
educación», Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 9, pp. 115-36.
DEONTOLOGÍA PROFESIONAL DOCENTE 81
34. Véase el número monográfico que dedicó no hace mucho al tema el Anthropology of Educa-
tion Quarterly, 28:2, 1997.
35. C. 0. Schrag (1997), The Self after Postmodernity, New Haven / Londres, Yale University
Press, pp. 32-33.
36. Ibid., p. 86.
37. Cfr. K. S. Louis, H. M. Marks y S. Kruse (1996), «Teachers' Professional Community in Res-
tructuring Schools», American Educational Research Journal, 33 (4), pp. 757-98.
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38. Cfr. C. Geertz (1994), Conocimiento local, Barcelona, Paidós, pp. 241 ss.
39. Cfr. J. Habermas (1987), Teoría y praxis. Estudios de filosofía social, Madrid, Tecnos, p. 50.
40. Cfr: C. O. Schrag (1997), cit., pp. 86 ss.
41. Ibid., p. 91.
DEONTOLOGÍA PROFESIONAL DOCENTE 83
42. M. Walzer (1996), Moralidad en el ámbito local e internacional, Madrid, Alianza, pp. 44-45.
43. Cfr. G. Jover (1991), «Ámbitos de la deontología profesional docente», Teoría de la
Educación. Revista Interuniversitaria, 3, p. 89.
44. Cfr. M. Martínez (1997), «La educación moral en el currículum», en P. Ortega (ed.),
Educación moral, Murcia, Caja de Murcia, pp. 57-61.
84 ÉTICA DOCENTE
45. Cfr. J. M. Puig Rovira (1996), La construcción de la personalidad moral, Barcelona, Paidós,
pp. 152-54.
DEONTOLOGÍA PROFESIONAL DOCENTE 85
49. E Bárcena, F. Gil y G. Jover (1995), «La socialización como forma de educación moral: una
propuesta en el contexto de la reforma educativa», Pedagogía Social, 11, p. 191.
50. R. Rorty (1996), Objetividad, relativismo y verdad. Escritos filosóficos, I, Barcelona, Paidós,
p. 32.
CAPÍTULO 4
11. F. Bárcena (1989), «Explicación de la educación como práctica moral», Revista Española de
Pedagogía, 183, p. 266.
EL ETHOS DOCENTE: UNA PROPUESTA DEONTOLÓGICA 95
a) El ethos ( ηθος
!! ) como inclinación natural o disposición dada
para la acción o consecución de algo determinado; actualmente se te-
matiza o comprende como idoneidad o, en términos psicológicos más
técnicos, como aptitud. En Aristóteles la denominación precisa sería
hábito natural, que posteriormente la tradición medieval definirá
como hábito entitativo: se refiere a las capacidades operativas del in-
dividuo, de índole psicosomática, que le son congénitas; son inclina-
12. T. M. Stinett (1968), The professional problems of Teaching, Nueva York, Macmillan, p. 55;
cfr. C. W. Gichure, cit., p. 234.
13. C. W. Gichure, cit., p. 38.
EL ETHOS DOCENTE: UNA PROPUESTA DEONTOLÓGICA 97
14. Maclntyre (1982), After Virtue, Chicago, Notre Dame Press, p. 37.
98 ÉTICA DOCENTE
16. Cfr F. Altarejos (1989), «La practicidad del saber educativo», en AA. VV, Filosofía de la
educación hoy, Madrid, Dykinson, 1989, p. 362 y ss.; «La naturaleza práctica de la filosofía de la
educación», en AA. VV, La Filosofía de la educación en Europa, Madrid, Dykinson, 1992, pp.
119-33.
17. J. A. Ibáñez-Martín (1989), «El concepto y las funciones de una filosofía de la educación a
la altura de nuestro tiempo», en AA. VV., Filosofía de la educación hoy, Madrid, Dykinson, 1989,
p. 416.
100 ÉTICA DOCENTE
mente y por así decir, en el interior del sujeto, en la misma persona del
profesional docente. Pero éstas revierten al exterior de un modo concreto
en la relación con los alumnos. Teniendo la templanza un sentido propio,
que es «realizar el orden en el propio yo»,38 tiene su sentido derivado en
la acción comunicativa con los demás, la cual, si se da obviamente en
todas las profesiones, en la docencia es su quicio o eje esencial. La
moderación en el trato con los otros supone unas disposiciones afectivas
como la simpatía o la afabilidad que potencian dicho trato; pero no es
ésta la cuestión ahora, sino cómo, partiendo de esas cualidades, se realiza
en concreto la relación humana, materia prima del quehacer docente. En
esta relación, el principal obstáculo es la resistencia al aprendizaje de los
alumnos, natural e inevitable por el supremo esfuerzo que supone
aprender, y que no logra anular y ni siquiera aminorar la «pedagogía
lúdica». Todos los recursos didácticos que pretenden hacer amable y
«facilitar» el aprendizaje como se ha llegado a decir con expresión
sorprendente por su ingenuidad no pueden eliminar el trabajo individual
de comprensión y ejercitación en lo aprendido por parte del alumno; éste,
como todo ser humano, siente una repulsa natural hacia el esfuerzo
gravoso, en su caso, hacia el esfuerzo de aprender. Muy unida a esta
dificultad para la enseñanza, está también la diversidad personal: un
mismo acto docente se dirige a diferentes intereses, niveles de
conocimiento y competencia, capacidades intelectuales, estados
emotivos, etc. Es otra dimensión más de la singularidad de la profesión
docente, originada en este caso por la voluntad libre de quienes aprenden;
no cabe uniformidad en el tratamiento ni en la respuesta a las lecciones.
En otros oficios se puede afrontar la variedad por separado,
particularizando la acción; por ejemplo, un médico o un abogado tratan a
un paciente o a un cliente uno a uno, pero un profesor debe ocuparse de
varios alumnos a la vez: hasta un padre de familia puede singularizar su
trato, y con él, otros profesionales de la educación. No así el profesor,
que requiere para ello una energía especial, un impulso anímico que acoja
esta dificultad y se crezca ante ella. Esta energía humana contiene, por
otra parte, la posibilidad de un efecto negativo, pues ante la adversidad
constante, el coraje puesto en su superación suscita la capacidad de
irritarse; el quehacer docente propicia de suyo la irritación, más que la
desazón, inquietud o preocupación. En nuestro tiempo, suena extraño el
nombre clásico de esta fuerza, espiritual y sensible a un tiempo, proclive
al enojo, pero sin la cual no es posible acometer las grandes dificultades;
grandes, más por su presencia constante y permanente que por su fuerza
inhibidora aislada: se trata de la ira.
38. J. Pieper, p. 225.
EL ETHOS DOCENTE: UNA PROPUESTA DEONTOLÓGICA 109
44. Ibídem.
45. IV, 7, 1127 b.
EL ETHOS DOCENTE: UNA PROPUESTA DEONTOLÓGICA 113
esas etapas conlleva una cierta incapacidad para entender las acciones de sus
semejantes en su complejidad vital. No alcanzan aún las razones de la
prudencia, pero entienden bien el sentido de la justicia. Es imprescindible
entonces que quienes les enseñan muestren un obrar recto en todo momento,
que no se retraiga ni desvíe respecto del derecho y la razón; que otorgue lo
que corresponde y corrija lo indebido. Sobre todo, el docente debe ser recto
porque sólo así puede rectificar al alumno y a sí mismo. La rectificación de
los propios errores es la mejor enseñanza posible respecto al valor de la
justicia; no merma la autoridad docente, sino que suscita respuestas de
respeto y estimación. Pero tal capacidad de rectificar, necesaria para la
acción formativa de corregir, no es factible sin la virtud de realizar «el débito
ordenado al fin»46 que es la rectitud. Es una virtud muy «exigente» pues,
como enseña la experiencia, un solo acto incorrecto le resta consistencia y
esplendor; perjudica al docente y a la percepción de los alumnos del valor de
la rectitud. Tomás de Aquino expresa esto cosa infrecuente en él
mediante una metáfora, geométrica en este caso, cuando dice que «la rectitud
puede disminuir si lo recto se curva en alguna parte».47 De ahí el gran valor
que tiene la rectificación de los errores por parte del docente, pues
reactualiza e incluso potencia la repercusión formativa en los alumnos,
quienes al margen del aumento de simpatía hacia el profesor que rectifica
públicamente afecto que no siempre se da siempre perciben el valor que
se otorga a la justicia al rectificar.
Equidad, veracidad y rectitud especifican la virtud de la justicia en el
ethos docente; la primera en cuanto que la justicia se aplica con la
referencia de la condición personal de los alumnos, ineludible para una
enseñanza formativa; la segunda es la misma justicia, pero en su
referencia al saber que se profesa y a su comunicación docente; la ter-
cera es la realización práctica y personal de la justicia. Contempladas en
relación con las virtudes básicas, especificaciones de la templanza y la
fortaleza, se percibe una íntima trabazón entre todas ellas, e incluso un
cierto orden jerárquico de precedencia y eminencia. El profesional
docente con autoestima, afán de aprender y tolerancia está en
excelentes condiciones para vencer las dificultades que le plantea la
enseñanza, y que deben ser superadas mediante el altruismo, la cons-
tancia y la paciencia. Así se encontrará en inmejorables condiciones
para poder comunicar el saber verazmente, tratando a los alumnos
con equidad y obrando personalmente con rectitud. Con una conduc-
ta perfilada éticamente por estas virtudes, se muestra además la uni-
dad íntima de bien y verdad, de vida y saber, cuya integración cada vez
es más difícil de percibir en unos tiempos en que la fama y el poder
marcan el rumbo de la vida social e individual.
Virtudes fundamentales
Virtudes básicas Virtudes superiores
Templanza Fortaleza Justicia Prudencia
Autoestima Altruismo Perspicacia
Equidad
Humildad Magnanimidad Solercia
Tolerancia Constancia Atención
Veracidad
Mansedumbre Longanimidad Docilidad
Afán de aprender
Paciencia Rectitud
Estudiosidad
2. Aunque no han faltado quienes hayan puesto en duda la misión educadora de la escuela
véase C. Bereiter (1973), Must We Educate?, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, la mayoría de
teóricos afirman el protagonismo formativo de la institución escolar. Véase, por ejemplo, H. Howe
(1987), «Can Schools Teach Values?», Teachers College Record, 89 (1), pp. 55-68. Más
concretamente, Noddings ha insistido en que el énfasis puesto en la dimensión técnica-académica
de la escuela, en detrimento de su función educadora, puede deberse a un complejo haz de factores
socioculturales, entre los que destaca el culto a la eficacia y eficiencia, la visión crítica de la
escuela tradicional como adoctrinadora e hipócrita, la expansión de una mentalidad laica y
relativista, la creencia de que la institución escolar es impotente para arreglar los males
morales de la sociedad..., y la primacía actual de ciertos valores como el logro de éxito
sociolaboral y la competitividad aneja para alcanzarlos. Cfr. N. Noddings (1988), «An Ethic of
Caring and its Implications for Instructional Arrangements», American Journal of Education, 96,
(2), pp. 215-31.
3. R. S. Peters matizó con todo acierto que el «hombre educado» debía alcanzar una conciencia
clara de la repercusión que los aprendizajes concretos recibidos tenían en su mentalidad y
personalidad global; en el caso de que éstos no llegasen a influir en una visión más madura y
correcta de sí mismo y del mundo, serían a todas luces irrelevantes. Por otro lado, en feliz relación
con nuestro propósito, subrayó la superficialidad de una educación meramente «instrumental»
(encaminada a fines extrínsecos, como la obtención de una buena nota o de un reconocido puesto
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS Y COMPROMISO MORAL 123
6. Ibid., p. 15.
7. Ibid., p. 83.
8. F. K. Oser (1994), «Moral Perspectives on Teaching», Review of Research in Education, 20,
pp. 73-74.
9. H. Sockett (1993) The moral base for teacher professionalism, Nueva York / Londres, Teachers
College Press, p. 15 recuerda en relación a este punto el extremo pedagógico de Skinner: la educación
vista como una «ingeniería social» (pensando, sobre todo, en las ideas propuestas en su libro Más allá de
la libertad y de la dignidad). Contrariamente al conocido líder conductista, son precisamente estas dos
prerrogativas, la dignidad y la libertad, lo que hacen al hombre educable en el sentido más hondo de la
expresión, así como intensamente moral la profesión educativa.
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS Y COMPROMISO MORAL 125
10. Conviene matizar que cualquier profesional de la medicina (e.g.: un cardiólogo) casi nunca
interviene puramente sobre un «cuerpo-cosificado». La relación «cuerpo-psique» y la de «médico-
paciente» hacen que las características personales de un determinado médico influyan en el mismo
éxito de su tarea (e.g.: la confianza que su talante humano puede inspirar suele influir en la
rigurosidad con que el paciente siga un tratamiento concreto). En otro sentido, también los médicos
han de realizar a menudo decisiones delicadas y dilemáticas a nivel ético; de ahí la pertinencia de
una ética acerca de la práctica médica y de un código deontológico que guíe mínimamente sus
actuaciones relacionadas con aspectos morales. Con todo, a mi juicio, el núcleo del quehacer
médico es ante todo la salud del cuerpo; por ello la ética médica es un marco más bien externo
necesario para regular debidamente sus actuaciones profesionales. En el caso del profesorado,
como intentaré mostrar, la moral profesional deviene un constitutivo interno exigido por su
«objeto»: la educación de una persona en su globalidad, que da sentido a dicha profesión.
11. Cfr. Sockett (1993), cit., pp. 62 ss.
126 ÉTICA DOCENTE
13. Cfr. M. Martínez (1997), «La educación moral en el currículum», en P. Ortega (ed.),
Educación moral, Murcia, Caja de Murcia, pp. 37-68.
14. Cfr, J. Escámez, R. García y J. Zabala (1991), «Hacia un código deontológico de la profesión
docente», PAD'E, 1 (2), pp. 69-86.
128 ÉTICA DOCENTE
15. D. Koehn (1994), The Ground of Professional Ethics, Londres, Routledge, p. 150.
16. Ibid., p. 177.
17. Es útil recordar aquí la conveniencia de entender y practicar ese compromiso moral profesio-
nal de forma equilibrada. Numerosos autores han señalado con acierto la necesidad de no mitificar
la responsabilidad moral del profesor, si se desea evitar síndromes de autoculpabilización
enfermiza. Cfr. A. Hargreaves (1996), Profesorado, cultura y postmodernidad, Madrid, Morata, pp.
174 ss. Tal como señala Ryan, «tal compromiso no debería ser entendido como una obsesión» (K.
Ryan, 1988, «Teacher Education and Moral Education,, Journal of Teacher Education, 39, p. 20). 0
como apunta el propio Koehn, los profesionales han de proporcionar bienes (educativos) a sus
clientes (alumnos), pero, a la vez, deben tomar conciencia de que son sólo ayudantes en la
autoconformación del bien global (formativo) que los receptores, en calidad de agentes, o sus
padres (¡los profesores actúan, en principio, in loco parentis!) finalmente deciden. Cfr. D. Koehn
(1994), cit., pp. 90 ss. En definitiva, la discreción y el realismo profesional no están reñidos, en
absoluto, con el apetecido compromiso moral profesional.
18. Para una aclaración terminológica actualizada y una propuesta equilibrada del concepto de
vocacion en la profesión docente, puede consultarse el artículo de D. T. Hansen (1994), «Teaching
and the Sense of vocation , Educational Theory, 44 (3), pp. 259-75.
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS Y COMPROMISO MORAL 129
19. Véase, por ejemplo, el libro de A. Abraham (1986), El enseñante es también una persona,
Barcelona, Gedisa.
20. Cfr. J. Kultgen (1988), Ethics and Professionalism, Filadelfia, University of Pennsylvania
Press, pp. 12 y 94.
21. F. Bárcena (1994), La práctica reflexiva en educación, Madrid, Editorial Complutense, p. 25.
22. Ibid., p. 109.
23. Ibid., p. 21.
130 ÉTICA DOCENTE
28. J. M. Touriñán (1990), «La profesionalización como principio del sistema educativo y la fun-
ción pedagógica», Revista de Ciencias de la Educación, 36 (141), pp. 9-21.
29. H. Sockett (1993) cit., p. 140 comenta que la personalidad moral profesional de un
profesor puede, o no, coincidir más o menos con su talante moral privado; pero está fuera de toda
duda que el rol (en este caso, la responsabilidad asumida para desarrollar valores morales en los
alumnos) acaba moldeando en menor o mayor grado dicha personalidad ética profesional del
docente. Dicho de otra forma: el modelling funciona no sólo en la dirección profesor-alumno, sino
también en el sentido inverso. Por eso, comenta Fenstermacher: «los profesores que toman
conciencia de su impacto como educadores morales toman muy en serio el cuidado de su talante
moral profesional» (G. D. Fenstermacher, 1990, «Some Moral Considerations on Teaching as a
Profession,,, J. I. en Goodlad, R. Soder y K. A. Sirotnik, eds., cit., p. 135). Puede ser útil en este
punto consultar el capítulo IV del libro de S. Uhl sobre la eficacia de los modelos en el desarrollo
de la personalidad moral de los alumnos: S. Uhl (1997), Los medios de educación moral y su
eficacia, Barcelona, Herder.
132 ÉTICA DOCENTE
30. Parece demostrado al menos hasta cierto punto que la mejora de cualidades personales
en los docentes (entusiasmo, respeto, apertura, autencidad, sencillez) son factores causales de un
mayor interés de los alumnos por las materias enseñadas, un incremento de sus autoconceptos
personales y como aprendices, una sensación de agrado por «ir a» y «estar en» la escuela,... y una
mayor confidencialidad en los momentos de tutoría. Véase, por ejemplo, R. Tausch (1987), «El
fomento del aprendizaje personal del maestro», Educación (Tubinga), 35, pp. 7-30.
31. Noddings, por ejemplo, desde su «ética del cuidado», apunta la necesidad de una cuidadosa
responsabilidad respecto a todos los alumnos y a la totalidad personal de cada uno de ellos en todo
acto de la enseñanza. Así, los niños más marginados socialmente deberían tener la oportunidad de
sentir que en la escuela son valorados, aceptados e integrados por parte, sobre todo, del profesor.
Directa o indirectamente, todos los alumnos y especialmente los más necesitados tendrían que
percibir del educador un «yo deseo seguir ayudándote y me siento responsable de ti», de tus
aprendizajes, integrados en el marco de tu circunstancia biográfica global. Sólo este tipo de trato y
de valoración, concluye Noddings, puede generar motivos para entre otras cosas desear
aprender. Cfr. N. Noddings (1993), «Caring: A Feminist Perspective», en K. A. Strike y P. L.
Ternasky (eds.), Ethics for Professionals in Education, Nueva York, Teachers College Press, pp.
43-53.
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS Y COMPROMISO MORAL 133
co»; más aún: lo más frecuente es que anden en el ámbito profesional
docente, concretamente como mínimo en estrechísima correlación.
32. Esta referencia está tomada del capítulo del profesor Altarejos, de este mismo libro.
33. J. Sarramona (1997), «El educador», en A. J. Colom (coord.), Teorías e instituciones contem-
poráneas de la educación, Barcelona, Ariel, p. 181.
134 ÉTICA DOCENTE
3. A modo de conclusión
37. El hecho de que, a través de la singular tarea profesional de enseñar y educar, los profesores
se beneficien como suele ocurrir en general a nivel personal: psicológica, cultural y (con
frecuencia) también moralmente, no debe verse creo como algo primario y prioritario, sino
más bien como una consecuencia natural de una actividad profesional de interacción humana hecha
con calidad, tanto ética como pedagógica.
136 ÉTICA DOCENTE
a) La libertad de aprender.
b) La libertad de enseñar.
c) La igualdad de oportunidades educativas para todos.
Preámbulo
Los profesionales trabajan dentro de la estructura que determinan las políticas lo-
cales y nacionales sobre el servicio que ofrecen. En el mundo actual cada vez se les
exige más que respondan de sus actividades como profesionales, específicamente a
aquellos a quienes directamente sirven, pero también a sus colegas de la profesión y
al público en general. Por tanto, las profesiones deben, necesariamente, clarificar y
promover la comprensión de cuáles son las características de los comportamientos a
los que se comprometen. Esto se lleva a cabo ordinariamente bajo la forma de un có-
digo, que se presenta como una declaración pública, concisa y explícita, de las carac-
terísticas que definen el modo como los profesionales se comprenden a ellos mismos.
Este documento se dirige a los profesores que forman parte del Consejo General
de la Enseñanza en Escocia.
Como la educación trata del desarrollo de los jóvenes de cada sociedad, es
evidente su importancia para el conjunto del bienestar social. Mediante la publi-
cación de su código profesional, los miembros de la profesión docente buscan pro-
mover la confianza del público en general en las características del servicio que se
espera en cada profesional de la docencia, comprometido en esta tarea fundamental.
La práctica del juicio personal responsable se encuentra en el corazón de la
actividad profesional. El ejercicio continuado de los comportamientos
característicos de los profesionales es el modo de actuar que han elegido los
profesionales preocupados por los demás, competentes y comprometidos en
su trabajo como su forma de responder a las necesidades de aquellos cuyo
mejor interés sirven. La intención de este documento es proporcionar una guía
general de los principios con los que los profesores afrontan los asuntos éticos
que aparecen en el ejercicio de su actividad profesional, principios que
apropiadamente aplicarán a los casos y circunstancias concretos.
La profesión docente comparte un sentimiento general de cuáles sean
las obligaciones de los profesores, originado a través del paso del
tiempo y de una amplia gama de experiencias que han tenido sus
miembros. El presente documento articula los elementos centrales de
esta forma de comprenderse la profesión docente para dar cuerpo a
sus valores centrales en la búsqueda de sus objetivos comunes. Así,
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS EN EL ÁMBITO EDUCATIVO 157
Prefacio
A. Preámbulo
Para mantener la integridad de la investigación, los investigadores en
educación deberán garantizar adecuadamente sus conclusiones, de
forma que sean consistentes con los cánones de sus correspondientes
160 ÉTICA DOCENTE
B. Normas
1. Los investigadores en educación deberán comportarse en su vida
profesional de forma que no ponga en peligro la investigación futura, la
reputación pública del campo, o los resultados de investigación de la
disciplina.
2. Los investigadores en educación no deben inventar, falsificar, o
tergiversar autorías, evidencias, datos, hallazgos o conclusiones.
3. Los investigadores en educación no deben, consciente o negli-
gentemente, usar su situación profesional para propósitos fraudulentos.
4. Los investigadores en educación deberán manifestar honesta y
completamente sus competencias y limitaciones al proporcionar opi-
niones profesionales al público, instituciones gubernamentales y otros
que pudieran valerse del carácter experto de miembros de la AERA.
5. Los investigadores en educación deberán procurar comunicar sus
hallazgos a todos los promotores relevantes, y evitar guardarlos en
secreto o comunicarlos selectivamente.
6. Los investigadores en educación deberán comunicar las con-
cepciones de investigación, procedimientos, resultados y análisis fiel-
mente y con suficiente detalle, de modo que permita a los investigadores
experimentados entenderlos e interpretarlos.
7. Los informes de los investigadores en educación dirigidos al
público deberán estar escritos de una forma clara que revele su signi-
ficado práctico para posibles planes de acción, incluyendo los límites de
efectividad y generalización a situaciones, problemas y contextos. Al
escribir para los no expertos, los investigadores en educación deben tener
cuidado de no tergiversar las implicaciones prácticas o de política
educativa de su investigación o la de otros.
8. Cuando los investigadores en educación participen en acciones
relacionadas con la selección, mantenimiento o promoción, no deberán
discriminar por motivos de género, orientación sexual, discapacidades
físicas, estado civil, color, clase social, religión, raíces étnicas, origen
nacional, u otros atributos no relevantes para la valoración de la
competencia académica o investigadora.
9. Los investigadores en educación tienen la responsabilidad de ser
sinceros y francos en sus recomendaciones de personal, y no recomendar
a aquellos que sean claramente inadecuados.
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS EN EL ÁMBITO EDUCATIVO 161
A. Preámbulo
Los investigadores en educación realizan su actividad dentro de un
amplio espectro de marcos e instituciones, incluyendo escuelas, colegios
universitarios y universidades, hospitales y prisiones. Es de la mayor
importancia que los investigadores en educación respeten los derechos,
privacidad, dignidad y sensibilidad de sus poblaciones de investigación,
así como la integridad de las instituciones en las que se lleva a cabo la
misma. Los investigadores en educación deberán poner especial cuidado
al trabajar con niños y otras poblaciones vulnerables. Estas normas
pretenden reforzar y consolidar las normas ya existentes impuestas por
comités institucionales y otras asociaciones profesionales.
B. Normas
1. Los participantes, o sus tutores, en un estudio de investigación
tienen el derecho a ser informados de sus riesgos potenciales y posibles
consecuencias, así como al consentimiento informado antes de participar
en la investigación. Los investigadores en educación deberán comunicar
lo mejor posible los fines de la investigación a los informadores y
participantes (y sus tutores), así como a los representantes adecuados de
las instituciones, y mantenerlos al tanto de cualquier cambio significativo
en el programa de investigación.
2. Las relaciones de los investigadores con los participantes y re-
presentantes de la institución, deberán caracterizarse por la honesti-
162 ÉTICA DOCENTE
dad. Se desaprueba el engaño, que deberá usarse sólo cuando sea cla-
ramente necesario para los estudios científicos, debiendo entonces estar
minimizado. Tras el estudio, los investigadores deberán explicar a los
participantes y representantes de la institución las razones del engaño.
3. Los investigadores en educación deberán ser sensibles a cualquier
normativa o política institucional localmente establecida para la
realización de la investigación.
4. Los participantes tienen el derecho a retirarse del proyecto en
cualquier momento, a no ser que sus condiciones o funciones oficiales
hagan necesaria otra cosa.
5. Los investigadores en educación deberán poner precaución para
asegurar que no existe explotación en beneficio personal de las
poblaciones o marcos institucionales de investigación. Los investigadores
en educación no deberán usar su influencia sobre los subordinados,
estudiantes u otros para obligarles a participar en la investigación.
6. Los investigadores tienen la responsabilidad de ser cuidadosos
con las diferencias culturales, religiosas, de género, etc., dentro de la
población de investigación, al planificarla, realizarla y darla a conocer.
7. Los investigadores deberán prestar gran atención y minimizar el
uso de técnicas que puedan tener consecuencias sociales negativas, tales
como técnicas sociométricas negativas con niños de corta edad o
prácticas experimentales que puedan privar a los estudiantes de partes
importantes del currículo normal.
8. Los investigadores en educación deberán ser sensibles con res-
pecto al desarrollo de las actividades institucionales en marcha, y pre-
venir a los representantes adecuados de la institución sobre las posibles
perturbaciones que pueda producir en tales actividades la realización de
la investigación.
9. Los investigadores en educación deberán comunicar sus hallazgos
y el significado práctico de su investigación a las poblaciones de
investigación relevantes, representantes institucionales y otros pro-
motores, en un lenguaje claro, preciso y apropiado.
10. Los informadores y participantes tienen el derecho a permanecer
en el anonimato. Este derecho deberá ser respetado siempre que no
existan claras razones para lo contrario. Los investigadores tienen la
responsabilidad de adoptar las precauciones necesarias para proteger la
confidencialidad de los participantes y de los datos. Se deberá hacer
conscientes a los sujetos de estudio de las posibilidades de las
diferentes tecnologías de tratamiento de datos que sean usadas en la
investigación, a fin de garantizar la decisión informada sobre su par-
ticipación. Se deberá dejar claro también a los informadores y parti-
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS EN EL ÁMBITO EDUCATIVO 163
cipantes que, a pesar de todos los esfuerzos que se hagan para pre-
servarlo, el anonimato puede verse comprometido. Segundos investi-
gadores deberán respetar y mantener el anonimato establecido por los
primeros.
A. Preámbulo
La propiedad intelectual es predominantemente una función de
contribución creativa. La propiedad intelectual no es predominantemente
una función de esfuerzo empleado.
B. Normas
1. La autoría deberá estar determinada en base a los siguientes
criterios, que no pretenden ahogar la colaboración, sino más bien cla-
rificar el mérito apropiado a las distintas contribuciones en la investi-
gación:
A. Preámbulo
Los editores y quienes realizan revisiones críticas tienen la respon-
sabilidad de reconocer una amplia variedad de perspectivas teóricas y
metodológicas y, al mismo tiempo, de asegurar que los manuscritos
cumplen con los criterios más altos tal como están definidos por las
distintas perspectivas.
B. Normas
1. Las revistas científicas de la AERA deberán tratar los artículos
sometidos a decisión de acuerdo con los siguientes principios:
A. Preámbulo
Los investigadores, instituciones de investigación y patrocinadores
comparten conjuntamente la responsabilidad de la integridad ética de la
investigación, y deberán asegurar que esta integridad no es violada. Ya
que los legítimos intereses de cada una de estas partes pueden a veces
entrar en conflicto, todos aquellos con responsabilidad en la investigación
deberán guardarse de comprometer los cánones de investigación,
comunidad de investigadores, sujetos de investigación y usuarios. Se
debe apoyar la mayor difusión y publicidad posible de los resultados de
investigación. La AERA deberá promover, tanto como pueda,
condiciones que colaboren a preservar la integridad de la investigación.
B. Normas
1. Los datos y resultados de un estudio de investigación pertene-
cen a los investigadores que lo hayan diseñado y realizado, a menos
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS EN EL ÁMBITO EDUCATIVO 167
A. Preámbulo
Los investigadores en educación tienen la responsabilidad de asegurar
la competencia de aquellos a los que introducen en este campo y
proporcionar la ayuda y orientación profesional adecuada a los in-
vestigadores que comienzan.
B. Normas
1. En sus relaciones con los estudiantes y estudiantes investigadores,
los investigadores en educación deberán ser francos, justos, de-
sinteresados, y comprometidos con su bienestar y promoción. Deberán
animar, apoyar y supervisar con pleno conocimiento a los estudiantes y
estudiantes investigadores en sus tentativas académicas, y deberán
ayudarles convenientemente a conseguir soporte para la investigación o
puesto profesional.
2. Los estudiantes y estudiantes investigadores deberán ser selec-
cionados en base a su competencia y contribución potencial al campo.
Los investigadores en educación no deberán discriminar a los estudiantes
o estudiantes investigadores por motivos de género, orientación sexual,
estado civil, color, clase social, religión, raíces étnicas, origen nacional u
otros factores irrelevantes.
3. Los investigadores en educación deberán informar a los estudiantes y
estudiantes investigadores acerca de las dimensiones éticas de la investigación,
instarles a que su práctica investigadora esté de acuerdo con las normas éticas,
y apoyar su rechazo de proyectos que puedan ser cuestionables.
4. Los investigadores en educación deberán informar con realismo a
los estudiantes y estudiantes investigadores acerca de las oportunidades
de promoción e implicaciones asociadas con su participación en
proyectos de investigación o programas de graduado determinados. Los
investigadores en educación deberán garantizar que la situación de
ayudante en investigación sea formativa.
5. Los investigadores en educación deberán ser imparciales en la
evaluación de la acción investigadora, y deberán informar completa y
honestamente a los estudiantes y estudiantes investigadores de esta
evaluación. Los investigadores tienen la obligación de informar ho-
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