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UMBERTO JARA

(o ic t n r 1 ¿ ( i r , A f\O J s\a

2016-2022. APUNTES, RETRATOS Y O PINIO NES


SOBRE UN PAÍS QUE NOS ESMERAMOS EN DESTRUIR
U M B E R T O JARA
Escritor, periodista y abogado. Se graduó
en Letras y Derecho en la Pontificia Univer­
sidad Católica del Perú y luego se desempe­
ñó como catedrático en la Facultad de
Derecho. Ha ejercido el periodismo en
prensa gráfica, radio y televisión, realizan­
do coberturas sobre terrorismo, narcotráfico
y campañas electorales.

Ha publicado el libro de crónicas Con ojos


de testigo (1997) y los libros de periodism o
de investigación Ojo por ojo, la verdadera
historia del Grupo Colina (2003, 2017 y 2022);
Historia de dos aventureros (2005, 2017);
Secretos del túnel (2007, 2017 y 2022); M orir
dos veces (2015); El outsider, el origen de los
aventureros en la política peruana (2018);
El camino a Rusia (2018); Te sigo a todas
p a r te s / A sí nos robaron (2019) y Abimael,
el sendero del terror (2017, 2021). Sus libros
han sido publicados en Perú, Argentina,
Colombia y Chile.
A n a to m ía
una tra g e d
UMBERTO JARA
ANATOMÍA
DE UNA
TRAGEDIA
2016-2022. A P U N T E S , R E T R A T O S
Y O P IN IO N E S S O B R E UN PAÍS QUE
NOS E S M E R A M O S EN DE ST RU IR

Planeta
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A N A T O M ÍA D E U N A T R A G E D IA
2016-2022. APUNTES, RETRATOS Y OPINIONES
SOBRE UN PAÍS QUE NOS ESMERAMOS EN DESTRUIR
(£) 2022, Um berto Jara

DISEÑO DE CUBIERTA E INTERIORES:


Departamento de Diseño de Editorial Planeta Perú

CORRECCIÓN DE ESTILO:
Jorge Ciraldo Sánchez

Derechos reservados
. © 2022, Editorial Planeta Perú S. A.
Av. Juan de Aliaga N.° 425, of. 7 0 4 - Magdalena del Mar. Lima - Perú

w w w .p la n e ta d e lib ro s.c o rn .p e

Primera edición: julio 2022


Tiraje: 5 0 0 0 ejemplares
ISBN: 978-612-319-770-4
Depósito Legal N.° 2022-06131

Impreso en Tarea Asociación Gráfica Educativa


Pasaje María Auxiliadora N.° 156, Breña

Lim a - Pe rú, ju lio 2 0 2 2


Mi país es una fiesta de ebrios, un fragor de batalla, una guerra civil,
mi país es mi temor, tu ira, la voracidad de aquel,
la miseria del otro, la defección de muchos, la saciedad de unos cuantos,
las cadenas y la libertad, el horror y la esperanza, el infortunio y la victoria.
S e b a s t i á n Sa l a z a r B o n d y
ÍNDICE

Una historia de este tiempo

Una nube en Palacio


Maki, la embajadora
El abogado de PPK
Kuczynski, la vanidad personal y el desprecio
La señora K
La carta de la Sra. K
Alan García Pérez
Toledo (finalmente) en presidio
Disuelto el Congreso, pero la crisis continúa
El misterio del papel higiénico
Ausencia de decisiones
El virus económico
El presidente del sector financiero
La barbarie de la mentira en pandemia
¿De qué clase son los peruanos?
Lo que no se dice
¿Hoy es miércoles?
Los médicos de Iquitos
Insólito ministro para un extraño país
Un médico vale por muchos hombres
El sw ing de doña Mirian
El «error» de un bribón
La mentira es una ofensa
De algo nos tenemos que morir
Los audios presidenciales
Retrato de los responsables de una crisis 109
Un país a oscuras 113
¿Cómo entender a Vizcarra? 116
El despropósito de una nueva cuarentena 123
Sagasti y la miseria moral 127
La igualdad según Sagasti 131
El derecho a sospechar 134
Las manos en un ánfora 138
Pedro Castillo, una historia que se repite 143
El patético señor De Soto 146
Una mirada a Pedro Castillo 148
Esta guerra civil de los nacidos 152
Abimael Guzmán, el oscuro sendero final 155
El yunque Bellido 159
La coca de Barranzuela 161
La grotesca doble moral 164
Historia de una fotografía 168
Llegó la realidad 171
Soportamos un miserable espectáculo 175
Pedro Castillo, el hijo de los mercantilistas 179
Los guionistas de Elju ego del calamar 183
Los fiscales mediáticos 189
El muerto que no aparece en la lista oficial 193
La antigua costumbre de la Sra. Delta 196
La señora O 199
El activismo de América 202
Y el periodismo, ¡ay, siguió muriendo! 205
Hildebrandt, el claudicante y Lúcar, el coherente 208

Epílogo 213
UNA HISTORIA DE ESTE TIEMPO

El Perú era un país que, con tropiezos, injusticias, desorden y cas­


tas, de alguna manera se las había arreglado para alcanzar, entre
1992 y 2016, un cierto equilibrio que significó —aunque existan
los necios negacionistas— una economía sin inflación, con reser­
vas fiscales, crecimiento de la clase media y descenso de la pobreza.
En medio, es cierto, existió corrupción, políticos impresentables,
pésimos servicios públicos, deplorable Poder Judicial, periodismo
destruido por activistas y todas las taras que nos acompañan, pero
en el día a día, comparado con la región, el Perú tenía un buen lu­
gar. Digamos: para un país subdesarrollado, haber logrado alguna
estabilidad era ya una bendición después de tantos años convulsos.
Ese pequeño, mínimo esbozo de país se empezó a destruir
a partir del año 2016 cuando fue electo como presidente de la
República Pedro Pablo Kuczynski Godard. Aunque llegó a Palacio
de Gobierno por una mínima diferencia de votos, logró legitimidad
gracias a una sola certeza que, al final, resultó una falsa apariencia:
su reputación de diestro en temas económicos hizo suponer una
posible buena gestión gubernamental. También contribuyó a legi­
timarlo su edad. Sus 77 años sugerían que debía interesarle dejar
un final decente a su carrera política y a su biografía personal. Pero
el hombre no había mudado su vieja costumbre de usar los cargos
estatales para los negociados y la corrupción, tal como lo había
hecho años atrás con la corruptora empresa brasileña Odebrecht,
oficializando su ingreso al Perú con una obra costosísima e inne­
cesaria como la Carretera Transoceánica.
En verdad, para PPK, el Perú jamás fue su país. El Perú era,
para él, un lugar del cual podía extraer riqueza. La misma lógica
del Virreinato. El oro de las Indias para la Corona. Practicaba tam­
bién la conducta usual en la clase alta nacional: el desprecio a la
población ejemplificado en sus zambullidas a media mañana en la
piscina del Lima Golf Club, mientras el norte del país naufragaba
abatido por las inundaciones causadas por la corriente de El Niño.
Similar conducta movía a su entorno. No es casual que perdieran
la administración del país en apenas veinte meses.
El breve gobierno de PPK fue el último capítulo de lo que po­
dríamos llamar el débil orden «occidental» que tuvo el Perú. Su
frivolidad, su desdén y, sobre todo, su irresponsabilidad lo llevaron
a despreciar las tareas de gobierno y nunca entendió —ni quiso
descifrar— la dimensión de dos enemigos al acecho.
El primero, el Congreso manejado por su rival electoral Keiko
Fujimori, que había reclutado una gavilla de bárbaros encargados
de fundar los cimientos de lo que sería el Congreso de los años
siguientes: una guarida de bribonzuelos ocupados en desmontar la
débil institucionalidad del país.
El otro enemigo, sonriente en las fotos, aguardaba agazapado
bajo el cargo de primer vicepresidente, función desde la cual ha­
bría de complotar para hacerse de la Presidencia de la República.
Ese sujeto llamado M artín Alberto Vizcarra Cornejo apareció en
el escenario nacional gracias a la frivolidad con que PPK y su en­
torno armaron la plancha presidencial para las elecciones de 2016.
«Había demasiados blancos y necesitábamos un provinciano», ha
confesado el exministro Carlos Bruce. El cholo provinciano es­
taba destinado al relleno de la segunda vicepresidencia, pero la ba­
talla egocéntrica de dos mujeres con mando lo situó en la primera
vicepresidencia. Era un desconocido para todos, pero lo ubicaron
en el clave cargo de sucesor del primer mandatario.
Irresponsable hasta el extremo, Kuczynski, aludiendo a su
avanzada edad, llegó a decir: «Estoy viejo, es verdad, pero si me
pasa algo tengo dos pólizas de seguro: “Martincito” y “Mechita”»,
en alusión a sus dos vicepresidentes, pero ni siquiera entendió que
solo una era la póliza, la de Vizcarra por ser primer vicepresidente.
Y esa póliza nunca estuvo vigente.
Jamás revisaron sus antecedentes como corrupto gobernador re­
gional. Alguien les dijo que en la minúscula región de Moquegua
había un tal Vizcarra que había hecho una gran gestión en el rubro
Educación. Cuando le ofrecieron integrar la plancha presidencial
aceptó, pero pidió que un hombre de su confianza vaya al Ministerio
de Transportes y Comunicaciones. A nadie le llamó la atención su
desdén por el sector Educación, a pesar de que venía precedido de
una (falsa) fama de gran gestor en el rubro. Poco después, el propio
Vizcarra asumió el Ministerio de Transportes y Comunicaciones
—el de más alto presupuesto en el Estado peruano— y, nuevamente,
nadie preguntó sobre el porqué de su afición a ese sector a pesar de
que la masiva corrupción de Odebrecht era muy bien conocida por
PPK y sus hombres de confianza. Le dieron el cargo sin más.
Con Vizcarra llegó alguien que se mantendría en las tinieblas
durante unos años, la lobista de la corrupción regional, Karelim
López. En este rubro, Vizcarra también habría de modificar el
estilo. Digamos que se pasó de la lobista socialité Cecilia Blume
Cillóniz a Karelim López Arredondo y, más tarde, al expresi­
diario Zamir Villaverde García. El mismo oficio con formas,
salones, estilos y looks diferentes, pero el mismo paisaje con el
Código Penal de fondo.
En suma, las puertas a la horda de bárbaros las abrieron, de
par en par, Pedro Pablo Kuczynski y los miembros de su entorno
más cercano. Y esa es la cuenta que mancha para siempre sus tra­
yectorias. Allí empezó la tragedia peruana de estos últimos años.
Utilizo la palabra tragedia en su justa acepción: Situación o suceso
luctuoso y lamentable que afecta a sociedades humanas.
A partir de Vizcarra la política peruana cambió brutalmente
de actores. Se hizo más rústica, más desvergonzada, más impune.
Lo usual en el Perú era que los Gobiernos mezclaran profesionales
capaces con otros mediocres, pero siempre, incluso en la corrup­
ción, trataban de mantener algunas formas, determinadas reglas,
procedimientos básicos.
El moqueguano Vizcarra tenía otra escuela. La de su clan regio­
nal. Amigos que, como él, habían sido gobernadores envueltos en
corrupción, depredadores de la institucionalidad, caciques conven­
cidos de que su voluntad es la norma y la legalidad, las instituciones
son sendos estorbos que hay que aplastar. Son, básicamente, hom­
bres sin valores, usuarios de la mentira como costumbre y están
afincados en la informalidad. Dos de los más notorios cómplices
de Vizcarra fueron, precisamente, dos ex gobernadores regionales
corruptos: César Villanueva, su operador en la intriga para lograr
la Presidencia de la República, y Vladimir Cerrón, con quien ma­
quinaría el control ilegal del Jurado Nacional de Elecciones y la
Oficina Nacional de Procesos Electorales.
En su gestión, Vizcarra implantó un nuevo estilo: el rechazo a
profesionales capaces y la convocatoria a sólidos ineptos dispues­
tos a actuar en banda. Ungió como ministro de Transportes y
Comunicaciones a Edmer Trujillo, sindicado como su cajero; hizo
primer ministro a Vicente Zeballos, cuya notoriedad provenía de
ser un presunto pagador de coimas en partidos de fútbol en la Copa
Perú; nombró ministro de Educación a M artín Benavides Abanto,
su socio en el negocio de los licénciamientos de universidades; eli­
gió en plena pandemia a Víctor Zamora Mesía, el mortal inepto
responsable de agravar la crisis de la COVID-19 que concluyó con
doscientos mil muertos; y designó a una absoluta inexperta llamada
María Antonieta Alva Luoerdi como ministra de Economía, bajo
el simple mérito de ser hija de un amigo suyo. Sin mayor talento
asumió el manejo de las finanzas de un país paralizado por el encie­
rro de la cuarentena y se convirtió en entusiasta firmante de bonos
populistas y cuasi vocera de corporaciones beneficiadas en la pan­
demia. Para certificar esos desmanes, le fabricaron el paraguas de
una ficticia popularidad a través de un operativo de prensa. Cerró
su actuación con la entrega de dinero estatal a una empresa de su
padre y se marchó al bienestar de Suiza.
Esta lista de oprobio incluye a Mirian Morales, la mujer con
quien Vizcarra gobernó desde la intimidad, y al esperpéntico
Richard Swing Cisneros, cuya sórdida presencia palaciega sería de
muy mal gusto relatar.
Estos personajes deplorables tienen acceso al escenario por la
maltrecha democracia peruana sin partidos políticos. Cabe anotar
que la desaparición de las entidades partidarias fue obra intencio­
nal y perversa de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos en
los años noventa, cuando decidieron destruir la institucionalidad
política. Admitamos también que la tarea se les facilitó porque
los políticos tradicionales habían cometido tantas tropelías que su
propio desprestigio contribuyó a generar su ocaso.
Con el correr de los años y por la inacción ciudadana, se fue
produciendo la inexorable desaparición de la política como una
carrera, y así el país dejó de tener políticos de nivel y con trayecto­
ria. La mala imagen de la política, la judicialización constante de
quienes la ejercían alejó a los profesionales serios y competentes.
No es para nada extraño que los últimos exponentes de la política
con criterios de organización partidaria hayan sido tres en debacle
irremediable y perseguidos por la justicia.
Alejandro Toledo Manrique —presidente de la República en
el período 2001-2006— fugó del país una vez que sus grotescas
mentiras no pudieron contener las evidencias de sus latrocinios.
Se presentó como alternativa democrática contra la corrupción y
logró la presidencia gracias a que una corte, llena de personas con
intereses propios, lo sostuvo a sabiendas de que era un oportunista
con antecedentes turbios, había tenido una antigua cercanía con
Vladimiro Montesinos, no reconocía la paternidad de una hija y
padecía el vicio del alcohol. Lo único que importó fue colocarlo
en el poder para servirse del poder, tarea realizada en especial por
aquellos que, en ese período, empezaron a capturar el Estado pe­
ruano y fueron etiquetados como los «caviares».
Las manchas del período de Toledo forman un listado extenso:
la fábrica de falsificación de firmas para inscribir su movimiento po­
lítico, los sobornos de la empresa colombiana Bavaria y las empresas
brasileñas Odebrecht y Camargo Correa, las cuentas de Eliane Karp
en paraísos fiscales, la utilización de los medios de comunicación
para campañas de desinformación y cacería de brujas, y las licitacio­
nes para sus familiares, entre tantas otras fechorías. Hubo espacio,
incluso, para el folclore de mal gusto con el avión parrandero y los
amoríos con una policía de su escolta oficial. Afincado en California
con su socia y esposa Eliane Karp, Toledo terminó en prisión dic­
tada por un juez norteamericano. Obtuvo arresto domiciliario y a
los 76 años de edad está a la espera de una extradición.
El destino de Alan García Pérez fue más bien infausto y diríase
acorde con el personaje, mezcla de opulencia y desdicha. Radicado
en Madrid bajo el lema «Yo no me corro», realizaba visitas puntuales
al país por la investigación fiscal que lo acusaba, con evidencias, de
negocios corruptos con la firma Odebrecht. En su último viaje para
acudir a una citación, el fiscal José Domingo Pérez le tendió una
emboscada procesal y logró la aprobación de su impedimento de
salida del país. García buscó asilo diplomático y logró ingresar a la
residencia del embajador de Uruguay. Sin embargo, a pesar de que
las gestiones para su asilo iban por buen rumbo, terminaron naufra­
gando por la campaña de sus opositores y enemigos que cercaron al
Gobierno uruguayo. Al abandonar la embajada tenía como acom­
pañante un revólver y una mano vendada por un disparo casual.
El 17 de abril de 2019, la cacería fiscal logró una orden judicial
para detenerlo en su residencia de Miraflores. Fue un operativo
cargado de sombras pendientes de investigación. Existen versio­
nes que señalan que habría existido una presunta interceptación
telefónica a García, que permitió a los fiscales del Grupo Especial
Lava Jato conocer detalles que los llevaron a la extraña decisión
de que no asista a la diligencia su tenaz perseguidor, el fiscal José
Domingo Pérez; más extraño si se tiene en cuenta la adicción de
este funcionario a los flashes y al protagonismo.
Lo cierto es que, si los fiscales Rafael Vela Barba y José Domingo
Pérez conocían que el dos veces presidente estaba armado, el ope­
rativo que se montó debió ser distinto y con previas precauciones
en resguardo no solo de los funcionarios que enviaron, sino del
propio expresidente a quien querían capturar. Aquella diligencia
terminó con el suicidio de Alan García Pérez.
Un dato sugerente para quienes consideran que los fiscales del
caso Lava Jato utilizarían su cargo para acompañar una agenda
política, es que aquel año 2019 resultó muerto el político más
experimentado del país, y se encontraba en prisión, también por
gestiones de los citados fiscales, Keiko Fujimori, la lideresa de
Fuerza Popular, cuyo arraigo en los votantes, más allá de los cues-
tionamientos, la convertían en protagonista central de los proce­
sos electorales.
En cuanto a Keiko Fujimori, cabe decir que su caso es el re­
trato de alguien que dilapida un capital político. El fujimorismo
como exponente del populismo de derecha logró, en la década
de los noventa, afincarse en amplios sectores populares de Lima
y el interior del país. Las obras públicas, los colegios y los ser­
vicios públicos le ganaron la adhesión de amplios sectores de la
población a Alberto Fujimori. Frente a ello, se generó el odio
sin pausa de la izquierda y los caviares hacia Fujimori porque su
figura resume al personaje que los alejó del botín estatal por una
larga década. En esa línea, siguieron combatiendo con recursos
lícitos e ilícitos a todo integrante del fujimorismo por el temor de
que un retorno al poder los pudiese volver a dejar sin el acceso al
dinero estatal.
A su caída en el año 2000, a pesar de la descomunal corrupción
descubierta y los siniestros manejos desde el poder con su socio
Vladimiro Montesinos, la opción electoral del fujimorismo siguió
vigente. Entonces, Keiko Fujimori se lanzó a la arena política con
el único argumento de ser portadora del apellido. Su trayectoria se
resumió en ser una candidata mediocre, con una imagen pública
de alguien ajena al trabajo, con acusaciones por corrupción y un
indebido estilo para conducir su organización política con criterios
de mafia, es decir, decisiones en el encierro con una cúpula.
Su estigma mayor se lo impuso ella misma a partir de 2016,
cuando tras lograr la mayoría congresal prefirió sepultar la estu­
penda oportunidad que tuvo para darle el país todas las reformas
que se necesitaban para una modernización del Estado y, en lugar
de ello, optó por convertir su fuerza parlamentaria en una opo­
sición irracional, ponzoñosa a tal punto que terminó generando
la peor debacle política del siglo, cuyas consecuencias funestas se
agravaron a partir del 2018.
El escenario político nacional quedó en manos de personajes
deplorables dispuestos a hacer política no en función del país, sino
en servicio de sus adeptos.
En capítulos sucesivos de esta tragedia peruana, habrían de
arribar al poder central Francisco Rafael Sagasti Hochhausier y
José Pedro Castillo Terrones, el primero sin elección popular y el
otro vía unos comicios discutidos y plagados de irregularidades.
La ruleta política le permitió a Sagasti sacar provecho de revuel­
tas callejeras financiadas a lo largo de una semana para derrocar
a Manuel Merino de Lama, designado por el Congreso como su­
cesor del vacado Vizcarra. Hasta ese momento, Sagasti aspiraba
a ser candidato en futuros comicios electorales, pero el tumulto
parlamentario lo habilitó para convertirse en el encargado de la
Presidencia de la República. Un retrato de la endeble firmeza de
principios de Sagasti ocurrió aquella noche del 15 de noviembre de
2020: aceptó raudo el cargo a pesar de que, un par de horas antes,
él y su Partido Morado habían exigido que se anule la vacancia de
Martín Vizcarra. Era su socio político.
El pacto informal consistía en que el Partido Morado suceda
en el poder a Vizcarra, pero el objetivo se vino abajo por la incom­
petencia de Sagasti, su trasnochado estilo propio del siglo pasado
y sus amaños con Vizcarra, sobre el cual nunca esbozó una crí­
tica, menos una denuncia e, incluso, aceptó hacerse cómplice en
el ocultamiento de la lista VIP de vacunados clandestinamente
mientras cientos de miles de peruanos agonizaban o morían en los
hospitales y en sus casas. El resultado electoral del año 2021 fue un
veredicto: el Partido Morado obtuvo una ínfima votación.
Cuando Francisco Sagasti asumió el encargo de ejercer la Pre­
sidencia de la República por ocho meses, hubo quienes pensaron
que trazaría una línea para recuperar los valores mínimos tan au­
sentes en la política peruana. Fue una vana ilusión para aquellos
que, al igual que con Kuczynski, se dejan llevar por las aparien­
cias. Hombre formado en el cómodo trabajo de las oenegés y los
organismos internacionales, usuario de la deformada vanidad de
quien cree ser más de lo que en realidad es, el interés central de
Sagasti fue tratar de conservar el poder que le llegó de casualidad
en el ocaso —77 años— de su vida pública. Nunca leyó la ironía
perfilada por el acerado periodista Víctor Hurtado: «A veces me
pregunto por aquellos personajes. Parece que unos viven para re­
gresar y otros mueren por quedarse (cuestión de vida o muerte).
Nada han aprendido. ¿Elegirlos otra vez? ¿A mérito de qué?».
Ese fue el error descomunal de Sagasti, que oscurece su ya pá­
lida biografía y que pulverizó a su incipiente Partido Morado y
al sector que lo aplaude desde la bandera que tiene el apelativo
irremediable de «caviares». Tratar de conservar el poder a como dé
lugar es la manera más segura de perderlo.
En efecto, el yerro fatal fue el apoyo a Pedro Castillo Terrones,
el candidato que encabezó la plancha presidencial del partido Perú
Libre que, en realidad, era la fachada política de la organización
criminal «Los dinámicos del centro» capitaneada por el exgober­
nador de Junín, Vladimir Cerrón, sentenciado por corrupción.
A pesar de esta y muchas otras evidencias de delitos, Sagasti,
desde el poder, extendió su apoyo a Castillo en la cuestionable
campaña electoral, y cuando asomó la pugna con Keiko Fujimori
por la asunción del mando, hizo de voluntario mediador solici­
tando a Mario Vargas Llosa que interceda para que el candidato
vinculado a los herederos de Sendero Luminoso pueda asumir la
presidencia. Ya fuera del poder, Sagasti continuó con reuniones de
soporte — unas oficiales y otras furtivas— a un individuo como
Castillo que, desde el primer día en que asumió la presidencia,
mostró su decisión de vandalizar el Estado peruano.
En cuanto a Pedro Castillo Terrones, cabe anotar que es un se­
guidor desmedido, se diría brutal, de la ruta de barbarie trazada por
Martín Vizcarra. Es el encargado, junto a una caterva de vándalos,
de destruir lo que este país había logrado avanzar. Lo triste o, más
bien, lo trágico, es que población con acceso a mínima educación
y un gran sector de la clase media urbana limeña, presuntamente
instruida, le otorgaron el voto a un individuo que gritoneaba en
plazas un discurso arcaico hecho de clichés y era incapaz de hilar
dos frases seguidas frente a un micrófono en una entrevista.
La postura política de Pedro Castillo y su socio inicial, Vladimir
Cerrón, es tan prehistórica que ya en el año 1980, hace más de cua­
tro décadas, un famoso sociólogo norteamericano, Alvin Toffler, la
había descrito con esta sentencia: «Alimentan sueños de revolución
extraídos de las amarillentas páginas de panfletos políticos del pa­
sado». A esos seres de la prehistoria, todavía se les presta atención
en el Perú, se les concede el sufragio y, peor aún, se les otorga el
máximo poder.
En este páramo en que se ha convertido el Perú, los oportunis­
tas, corruptos y depredadores del erario nacional campean por­
que tienen la colaboración de los medios de comunicación. Por
supuesto, en la prensa brincan, se alteran y braman cuando se los
cuestiona, pero, en la intimidad, sus protagonistas —propietarios
y periodistas— saben de sus yerros, de sus omisiones, de sus pac­
tos. ¿Por qué lo saben? Porque existe una ley de vida imposible de
derogar: cada quien a solas y ante un espejo sabe lo que hace y lo
que deja de hacer.
El periodismo tiene un rol esencial. Su obligación no solo es in­
formar con veracidad. Se suele olvidar que tiene armas y facultades
para la tarea fundamental de proteger a una sociedad frente a los
desmanes de los políticos, los empresarios, los jueces, los fiscales
y todo aquel que cruza los márgenes de la ley. Para eso existe la
investigación periodística: para poner en evidencia a los que mal
usan el poder, a los que corrompen y son corrompidos, a los que
buscan evadir la ley en beneficio propio. Cuando el periodismo
cumple con su función, la ciudadanía recibe la alerta y allí empieza
la tarea de la sociedad: exigir, protestar y generar los procesos ne­
cesarios para la restauración del orden.
Pero si los propios medios de comunicación se autocensuran,
se tornan permisivos, complacientes y se inclinan ante el poder,
entonces trasladan, de manera perniciosa, las decisiones informa­
tivas — en realidad, el silencio de la verdad— a los políticos, a
los grupos económicos y a sectores sociales específicos que buscan
ventajas e impunidad. Cuando esto ocurre estamos ante una es­
pecie de dictadura disfrazada, aunque se inflamen proclamándose
artífices de la libertad de expresión.
Eso ocurre en el Perú. La diversidad informativa fue guilloti­
nada cuando el Grupo El Comercio se hizo del ochenta por ciento
del mercado informativo llevándose de encuentro la Constitución
de la República, que prohíbe las posiciones de dominio. En una
democracia es letal que exista un oligopolio informativo porque
significa destruir un valor esencial: la pluralidad de posiciones. El
público necesita seguir a periodistas de diversas posturas y los me­
dios necesitan de la competencia, como los peces del agua, para
tener una saludable vigencia. Solamente ciudadanos ampliamente
informados pueden construir una opinión propia; lo contrario es
generar televidentes, escuchas o lectores sin criterio y sectarios.
Se sabe que los periodistas pueden ser prisioneros de los po­
derosos, pero se olvida que también pueden ser cautivos de los
propios dueños de los medios de comunicación que impiden el
ejercicio real del oficio periodístico y eso tiene una grave conse­
cuencia: cuando no existen periodistas con libertad en su tarea,
los ciudadanos están indefensos y, si eso ocurre, aunque se diga lo
contrario, no hay democracia verdadera.
Como si no bastara con todo lo anotado, ocurrió algo mucho
más penoso a nivel de toda la prensa, con escasas excepciones.
Se sustituyó a los profesionales del periodismo por activistas con
disfraz de periodistas. Así, la información pasó a estar sometida
a la agenda política de cierto sector y se incurrió en la tremenda
bajeza de convertir a los medios de comunicación en tribunales de
facto que dictan sentencias anticipadas, que deciden quiénes son
«buenos» y quiénes «malos», que linchan a quienes osan opinar
distinto, que tienen la potestad de ejercer vetos y determinar muer­
tes civiles. Es imposible considerar a esos actores como periodistas
y a esas empresas como medios de comunicación.
Cómo no va a ser una tragedia lo que acontece en el Perú. Si
alguien piensa que es exagerado el uso de la palabra tragedia, quizá
deba entender que un país es el hogar colectivo en el que nos toca
vivir por razón de nacionalidad. Cuando ese hogar en que se vive y
en el que viven los hijos y los nietos y reposan los ancestros, queda
en manos de ineptos, prontuariados diversos, charlatanes de arra­
bal y ávidos asaltantes de las arcas fiscales, todo eso se convierte en
una tragedia porque se compromete el escaso bienestar de millones
de familias, se agrava la pobreza de los que menos tienen y se per­
turba el futuro que, en este país, cuesta cada día construirlo.
Este libro contiene artículos que abarcan el período 2016-2022.
Estaban dispersos. Una vez reunidos intentan retratar lo acontecido
en nuestra historia reciente. No es ningún estudio, menos un ensayo.
Son sencillos retratos parciales de momentos específicos escritos al
ardor de la coyuntura. Tal vez sean útiles para evitar que la escasa
memoria nacional suprima episodios que no deben ser olvidados.
En lo personal, solo puedo anotar que son textos de un pe­
riodista y escritor que tiene en su corazón furias y penas por este
tiempo aciago, por esta tragedia peruana.

U mberto Jar a

Lima, 9 de julio de 2022


Al asumir su gobierno, Pedro Pablo Kuczynski anunció que tenía «un
gabinete m inisterial de lujo ». Se refería a l lujo com o él lo entiende.
Funcionarios, asesores y consultores de corporaciones, y abogados de
importantes estudios. Cuando el quehacer d el gabinete de lujo pasó
a tener el nom bre legal de tráfico de influencias, buscaron auxilio en
un término de Wall Street. Dijeron: «Tenemos una chínese wall», es
decir, una muralla china, una gruesa línea divisoria que im pide que
la información sensible d el Estado sea utilizada p o r el sector privado
d el que provenían ministros, funcionarios, asesores y consultores. Antes
que una justificación, fite una picardía de bobos que nadie creyó. Un
parlam entario puneño, que no sabía inglés, se dio el lujo de provocar
la caída de PPK y su lujoso gabinete. Estuvieron apenas veinte meses
en el p od er y dejaron un legado que los denigra: abrieron las puertas a
una horda que pronto habría de empezar a destruir el país.
UNA NUBE EN PALACIO
15 DE DICIEMBRE DE 2 0 1 6

Los millennials y los pulpines (que no son lo mismo) no deben


tener la menor idea de aquel presidente peruano cuya caricatura
más célebre lo exhibía flotando sobre una nube. Y, sin embargo,
su impronta sigue vigente (y nos gobierna). Se llamaba Fernando
Belaúnde Terry. Junto a él, en el lejano año de 1966, el actual pre­
sidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski Godard, inició su carrera
política. Entre varias coincidencias también compartieron que sus
nombres se simplificasen en siglas FBT y PPK.
FBT gobernó dos veces el Perú sin jamás entenderlo, por­
que este arduo país no se puede descifrar flotando sobre una
nube sanisidrina. Era capaz de decir, sin sonrojarse, cosas como:
«¡Hermandad!, noble legado del antiguo Perú», sin percatarse de
que en el antiguo Perú no existió la hermandad. Fue, precisamente,
la disputa brutal entre dos hermanos, Huáscar y Atahualpa, lo que
permitió el final del Imperio inca a manos de una horda de espa­
ñoles capitaneada por un criador de cerdos.
Sin embargo, en este embaucado país hay quienes insisten en
recordar a don FBT casi, casi como el modelo que habría inspirado
a los griegos a crear la democracia; también lo rememoran como
un gobernante muy decente. Entiéndase: no robaba. Pero anótese:
dejaba robar. Curiosas definiciones en la elástica moral peruana.
Como la historia no se escribe con recuerdos de fábula ciu­
dadana, sino con hechos concretos, el demócrata FBT dejó, tras
sus dos gobiernos, dos legados profundamente antidemocráticos.
En 1968, su cuasi virreinal estilo alejado de los reclamos popula­
res ocasionó el arribo de una dictadura militar de izquierda enca­
bezada por el rústico general Juan Velasco Alvarado. Doce años
después, en 1980, el temerario elector peruano lo escuchó decir:
«Cuando el pueblo dijo “hágase la vía”, la vía se hizo; “elévese”
la escuela, la escuela se elevó»; entonces, lo volvió a ungir bajo la
creencia de que gobernar era un acto de magia. El curioso demó­
crata FBT no bajó de su nube y dejó un segundo legado, esta vez
más atroz: no se elevaron ni las vías ni las escuelas; en su lugar,
se elevaron con mortal estruendo las bombas del terrorismo de
Sendero Luminoso, se contaron los muertos por decenas de miles
con el telón de fondo de una crisis económica.
Pasaron los años y uno de los dilectos alumnos, don PPK —ge­
rente del Banco Central de Reserva en el año 1966 (primer go­
bierno de FBT) y ministro de Energía y Minas en 1980 (segundo
mandato de FBT)—, arribó al mismo cargo que el maestro: presi­
dente de la República en el año 2016.
PPK es un señor decente, si entendemos la palabra en el sentido
que le da la alcurnia peruana: son negocios, no es corrupción. Su
idea del ejercicio y la defensa de la democracia es exactamente
igual a FBT, es decir, desde una nube. La única diferencia es que
FBT flotaba y PPK baila, pero la nube sigue siendo la misma.
Y el Perú es un país de suelo arisco, de idioma complejo, de
gentes bochincheras. Seamos sinceros: es un país de cholos, y los
cholos somos difíciles de descifrar para los pulcros tecnócratas
que han llegado desde lujosos directorios empresariales y elegan­
tes estudios de abogados a ejercer tareas de gobierno.
No se puede gobernar pensando que el Perú es la CADE, esa
arcaica cita anual en la que los empresarios se cuentan entre ellos,
lo que ellos creen que es el país. Ya llevamos 16 años en el siglo xxi
(y con internet). La música es otra y el baile también. Y es irres­
ponsable ponerse a gobernar sin entender el país que se gobierna y
sin captar quiénes son y cómo actúan los rivales. En Huaycán o en
Huaytará no se comprende aquello del presidente y sus ministros
«yendo al gym » en el patio de Palacio de Gobierno.
Lo grave es que así como el maestro FBT dejó dos legados que
destruyeron el país — dictadura militar y terrorismo— , el discí­
pulo PPK no está sabiendo enfrentar a los cultores de la intoleran­
cia, el abuso del poder, la venganza política y la política informal.
No sabe cómo actuar cuando le disparan con armas de uso común
en la horrible política de hoy.
No se puede considerar demócrata a quien no sabe defender la
democracia. FBT no fue el gran demócrata que dicen, más bien
propició dos veces la destrucción de la democracia peruana. El
ejercicio democrático no es sinónimo de debilidad, sino ejercicio
soberano de la ley. Un defensor real de la democracia debe ser muy
firme y sólido al momento de defenderla. El contendor, más aún si
viene electoralmente herido como el fujimorismo, no va a retroce­
der ante las buenas maneras. El rival va a lidiar dentro de los usos
(y mal uso) de la política. En la extraordinaria serie de Netflix,
House o f Cards, se puede ver lo mal que les va a los señores que
flotan o bailan sobre una nube.
Una de las poquísimas frases que han sobrevivido al difunto
Carlos Marx es esta: «La historia se repite dos veces: la primera
como tragedia y la segunda como farsa». Por definición, la farsa es
«una obra de teatro cómica, generalmente breve».
Cuidado con que el baile se acabe por no entender la música.
A ver si el buen señor PPK entiende lo que es defender un régimen
democrático y no incurre en la repetición como farsa y se baja ya
mismo de la nube, reformula su mirada y su entorno, y empieza a
trabajar tratando de entender, con seriedad, a este peliagudo país.
Circula con tono de verdad sagrada un artículo de la revista in­
glesa The Economist titulado «Un pequeño acto de suicidio nacio­
nal en Perú». El suicidio no corresponde, como se pretende decir
en ese texto, al fujimorismo. Ellos saben quiénes son, cómo son y
qué pretenden.
La vocación suicida parece estar más bien del lado de PPK.
Y ese es el gran peligro para un país que aspira a mantenerse en
democracia. ¿Cómo podía ganar o negociar una interpelación un
presidente que declara en televisión nacional: «Mi bancada no
me escucha y eso me duele»? El problema del país no está en el
Congreso, está en la nube que flota en Palacio de Gobierno-
M AKI, LA EMBAJADORA
2 DE FEBRERO DE 2 OI 7

La señora Maria del Carmen Miró Quesada Arias, M aki para sus
amigos, ha sido nombrada embajadora del Perú ante la República
de Argentina. Maki, experta en decoración de interiores, es algo
así como una Kim Kardashian nacional pre-Facebook, pre-Insta-
gram, pre-Twitter. Si no se entiende, digamos que pertenece a la
pre-historia de nuestro país. Fue la última mujer de Manuel Ulloa
Elias, primer ministro cuando PPK fue ministro de Belaunde, y
tras un larguísimo silencio cobró presencia cuando, hace unos
años, asomó como columnista de El Comercio exponiendo su
insigne pensamiento. En ellos demuestra el talento singular de
llevar de la ficción a la realidad a ese personaje racista llamado la
China Tudela.
¿Por qué es cuestionable que haya sido nombrada embajadora
del Perú ante Argentina? Porque, precisamente, en estos días está
ocurriendo en el hermano país algo que, por supuesto, PPK, zam­
bullido en la piscina del Country Club El Golf, no sabe: su amigo,
el presidente Mauricio Macri, ha dispuesto un cambio en las leyes
migratorias argentinas para evitar el ingreso de lo que suele llamar
«gente de dudosos antecedentes». La gota que rebasó el vaso y dio
origen a este cambio en la ley migratoria se debe a un delincuente
peruano menor de edad, hijo de narcos peruanos, que asesinó en
la calle a un jovencito de quince años propinándole un balazo de­
lante de su abuelo. El autor de la atrocidad fue expulsado y se vino
al Perú con su padre. Aquí, por supuesto, nadie ha dicho nada
hasta que en algún momento este sujeto asesine a alguien.
El problema es que un cambio en las normas migratorias argen­
tinas afectará a los peruanos que quieran ir de paseo, a estudiar o
a trabajar en el hermoso país argentino. Cuando se dictan normas
migratorias restrictivas se suele meter en el mismo saco a ciudada­
nos honestos con gentes de mal vivir. Entonces, en ese escenario
se necesita que la embajada peruana vele por los derechos de los
peruanos que puedan sufrir discriminación por el simple hecho
de ser morochos y haber nacido en esta hermosa tierra del sol y el
indómito inca.
Pues bien, allí está el problema. Resulta que doña M aki Miró
Quesada — elegante y pulcra en francés, inglés o castellano—
piensa que cuando a un inmigrante peruano le dicen en Buenos
Aires: «Perucho, negro de mierda, andate a tu país» no es ni ra­
cismo ni insulto. Su filosofía quedó plasmada el 1 de marzo de
2014 en el diario familiar El Comercio. En un sugerente artículo de
aire pre-Trump — ella, siempre a la moda, anticipando la tenden­
cia de la temporada— redactó este bello párrafo: «Y no les digo los
comentarios de los porteños sobre nuestros compatriotas. Desde
indios o negros de m ... para abajo, todo vale. ¿Racismo? Nah.
Qué va. Hartura de vivir en una sociedad que premia la vagancia,
penaliza el trabajo, santifica el ocio y le quita a Juan (el contribu­
yente que labura, como dicen allá, y paga impuestos) para darle a
Pedro (el inmigrante descrito más arriba)».
Es decir, la socialité M aki toma como suyo el pensamiento de
un sector de argentinos que sostiene sin tantas vueltas lo mismo
que dice Maki: «Que se vayan los peruchos, bolitas y paraguas que
nos vienen a quitar el laburo». Cabe acotar que ese sector argen­
tino es minoritario porque, a diferencia de lo que se divulga en el
mundo, la Argentina es un país generoso y acogedor.
Entonces, si la flamante embajadora del Perú ante Argentina
piensa que el migrante peruano es «un negro de mierda» que causa
molestias en la nación de San Martín, nuestro procer compartido,
cabe la pregunta: ¿a quién va a representar la embajadora Miró
Quesada? Obvio: a sus amigas de La Planicie (y Miami) cuando
ellas vayan en first class a alojarse en el Faena Hotel y a cenar en
La Bourgogne, en el Alvear Palace. El problema es que eso valía
hace ya muchos años cuando en este país aún no se había dado el
pujante avance del cholo power.
Si ajustamos el lente veremos que, en rigor, el problema no es
Maki. A final de cuentas, ella pertenece a una especie minoritaria.
El problema es que el presidente Pedro Pablo Kuczynski sigue in­
sistiendo con ahínco, con persistencia, con afán en habitar la nube
heredada de su maestro y guía: Fernando Belaunde Terry. Y las
caídas desde la nube son, ay, dolorosas.
Mauricio Macri, el presidente argentino, tiene ante sí la gran
oportunidad de retrucar con una ironía, ese divertido sello rio-
platense: si Perú ha designado como embajadora a Maki Miró
Quesada entonces que nombre a la deportada modelo cordobesa
Julieta Rodríguez como embajadora gaucha en Perú, autora de la
frase «Los peruanos son indios marginales». Total, Maki y Julieta
piensan igual: los peruanos somos eso: unos indios marginales.
EL ABOGADO DE PPK
2 1 DE DICIEMBRE DE 2 OI 7

Alberto Borea Odría fue mi profesor en la Facultad de Derecho


en la Universidad Católica (cuando era universidad, es decir, una
institución plural). Era un catedrático muy elocuente, con retórica
de orador de plazuela y esmerado en citar autores, no tanto para pro­
fundizar conocimientos, sino para demostrar que había leído. No
tenía la altura de, por ejemplo, Domingo García Belaunde, maestro
en materia constitucional y culto en el dictado. Borea era, digamos
en términos futboleros, un lateral cumplidor.
Esta mañana le tocó ocupar un escenario estelar y la oportu­
nidad de exponer un alegato en un acto histórico: el debate parla­
mentario para vacar en el cargo a un presidente de la República.
Pero, ay, el lateral había descendido de la división profesional al
club de barrio. Arrancó citando a Raymond Aron y Montesquieu,
y pronto pasó al fraseo coloquial y terminó convocando, plop , al
jurista Condorito.
Estábamos, se supone, en una sesión en la que se discutía la
vigencia en el cargo o no de un presidente de la República. Se
necesitaba, pues, sapiencia y elegancia. Se entiende que su defen­
dido, el ilustre PPK, haya confesado en público que nunca fue
lo que todos creíamos: un lobo de Wall Street, sino apenas un
coleguita de los comerciantes informales de La Parada, tan descui­
dado como ellos en sus finanzas. Pero, aun así, aunque el cliente
sea vivaracho, un abogado, en esa tribuna, estaba obligado a tener
un buen estilo y abstenerse de citar sus profundas lecturas de un
ignoto constitucionalista chileno llamado Condorito. Plop.
También en asuntos de fondo, el buen Borea estuvo desafortu­
nado como un lateral enviando malos centros. Sostuvo que el ju­
rista italiano Marco Lombroso había desarrollado la teoría de que
existían personas a las que se juzgaba por tener «cara de delincuen­
tes» y pidió observar el rostro de su defendido, que de delincuente
no tenía nada, sino, más bien, la carita de «un abuelito bonachón».
Millones de peruanos creíamos que PPK era el primer mandatario,
pero no: su abogado nos anunció que era un abuelito bonachón y
por eso tiene olvidos de cinco millones de dólares.
El problema es que el jurista Borea también tiene olvidos. La
teoría de Lombroso no se refiere a la «cara de delincuente». Su idea
fue más elaborada. Consideraba que cierta forma del cráneo de
una persona determinaba su tendencia a ser un delincuente. Pero
eso fue en 1876 y después se supo que esa tesis era una canallada
porque los cráneos de los delincuentes que describía Lombroso co­
rrespondían a las características físicas del italiano pobre. Así que
aquello de «cara de delincuente» no va, Dr. Borea. Plop.
Hace dos años, cuando desarrollaba mi investigación sobre
el mediático caso Edita Guerrero, me informaron que Borea era
el abogado en la sombra de la cumbiambera orquesta Corazón
Serrano, cuyo director era autor de una delictiva acusación falsa
contra un inocente. El dato me llamó la atención porque me cos­
taba creer que el profesor Borea fuese partícipe de tan atroz pa­
traña. Pero después recordé que Borea había sido un vehemente
defensor del corrupto expresidente Alejandro Toledo, el cholo sano
y sagrado, y deduje que, tal vez, al hombre que gusta citar a Kelsen
y Aristóteles, le había dado por el gusto popular. Como el oficio
me obliga a salir de dudas, llamé a su oficina. No me quiso contes­
tar el teléfono. Y, días más tarde, en la Corte de Piura, el abogado
local de la orquesta de cumbia se lamentaba de que el Dr. Borea
no haya aceptado intervenir en la audiencia. Plop, diría Condorito.
Acabando la jornada pienso que debe ser verdad aquello del
karma: Borea suele defender a quienes le sacan dinero al Estado
(un exempresario televisivo, un expresidente prófugo); se colude en
el montaje de casos con finalidad política (sus socios fueron una
señora que hoy niega haber conocido a Fravre y un actual embaja­
dor que vive chocho en el país de las pastas).
Pensándolo bien, quizá era el abogado que necesitaba PPK,
justo a su medida: un informal descuidado en sus finanzas con un
abogado que cita a Condorito. Si PPK continúa en el cargo, sus
días siguientes serán gélidos porque su autoridad no alcanzará ni a
su mascota, a la que ha bautizado, curiosamente, con el nombre de
Perú. Su abogado, Alberto Borea Odría, la va a pasar mejor: tiene
toda la colección de Condorito en su biblioteca. Plop.
KUCZYIMSKI, LA VANIDAD PERSONAL
Y EL DESPRECIO POR EL PAÍS
2 3 DE MAYO DE 2 OI 9

Su primera declaración tras ganar las elecciones de 2016 fue de


una imprudencia temeraria: «Gané por un pelo», dijo en alusión
a que había dejado atrás a su contrincante Keiko Fujimori por
apenas 41 000 votos. No tenía noción de su propia fragilidad y
por eso la hacía evidente. Fue un pésimo candidato y logró la vic­
toria con datos que solo el realismo mágico puede explicar, porque
tras haber sido durante cuatro décadas una suerte de símbolo del
capitalismo, la explotación extranjera y el odiado neoliberalismo,
fue la izquierda encabezada por Verónika Mendoza la encargada
de llevarlo a Palacio de Gobierno, depositando en las ánforas los
votos que le hacían falta.
Era imposible que Pedro Pablo Kuczynski y sus maneras de
turista ganase en Puno, Cusco y Arequipa. De hecho, no ganó en
Ayacucho y en Pasco: la diferencia a su favor fue de apenas tres vo­
tos entre 128 577 electores. Ganó «por un pelo» por el factor odio,
esa pésima manera de elegir que tienen los peruanos: la emoción
rencorosa por encima de la razón.
No entendió la fragilidad con que accedió al poder, pero tam­
bién su soberbia le impidió calibrar que la derrotada Fuerza Popular
tenía el control del Congreso y su lideresa, Keiko Fujimori, el be­
licoso encono de quien no acepta una derrota.
En rigor, PPK nunca fue un político. Es muy difícil que un se­
ñorón de salones financieros entienda las complejidades de un país
sin identidad definida y con demasiados intereses en batalla cam­
pal. Sus electores confiaron en él por una razón que, incluso, los
sectores populares admitieron: sabe de economía. Una gran mayo­
ría pensó que el bolsillo no tendría sobresaltos mayores. Qué más
se podía pedir en el país de las promesas incumplidas. Lástima que
los electores no tenían cómo saber que ese hombre quiso ser pre­
sidente de la República a los 77 años por dos razones tan propias
como egoístas: su vanidad y sus negocios.
Sabía de economía, es verdad, pero no la destinada al bien co­
mún. En rigor, PPK fue un outsider, esa especie que irrumpió en la
política peruana en 1990 con Alberto Fujimori. Personajes ajenos
al sistema político, con organizaciones armadas entre amigos, ve­
cinos y otros dispuestos a pagar por integrar listas en busca de un
lugar que les permita obtener ventajas desde la política.
Definir a PPK como un outsider puede llamar a sorpresa porque
fue un personaje presente en el quehacer nacional desde 1966. Sin
embargo, la precisión del politólogo de Harvard, Steven Levitsky,
es muy exacta: «PPK es una especie de outsider, tiene más expe­
riencia política que otros porque ha participado en más de un go­
bierno, pero su comportamiento en el poder corresponde más a un
outsider que a un insider, y se portó como tal al ejercer la presiden­
cia; una evidencia es su tremenda ineptitud política».
Kuczynski hizo siempre lo que hace un outsider, poner a un
lado los intereses del país y privilegiar los suyos. Su obra magna,
si cabe el término, ocurrió en el año 2005 cuando, como minis­
tro de Economía de Alejandro Toledo, oficializó el ingreso de la
megacorrupción de Odebrecht que tanto daño hizo al Perú, y que
destinaría al infierno de la deshonra a cinco presidentes, incluido
él. Kuczynski fue, en suma, autor de su propia debacle personal.
En el 2016, cuando asumió la función de primer mandatario,
no había dejado la costumbre de los negocios por encima de todo.
Su esencia se mantenía. Incluso, en ocasiones, la hacía evidente,
como la vez aquella en que declaró: «A mí francamente no me
preocupa que haya un poquito de contrabando, ¿a quién le im­
porta eso?». No fue ninguna casualidad que la designación de los
ministros clave de su primer gabinete ministerial se armase en las
oficinas de una gran consultora miraflorina que asesora a más de
doscientas grandes empresas, y cuyo principal ejecutivo ya conocía
el oficio de usar información privilegiada y traficar influencias. La
historia de años recientes de esa entidad alcanza para una investi­
gación muy reveladora.
País sembrado de ironías es el Perú. Pedro Pablo Kuczynski
sostenía que «los Andes son lugares donde la altura impide que el
oxígeno llegue al cerebro» y fue Moisés Mamani Colquehuanca,
un congresista de Puno — altitud de casi cuatro mil metros sobre
el nivel del mar— el hombre que originó su caída tras entregar
audios y videos grabados a su entorno. El puneño, incluso, tuvo la
audacia de reunirse con el propio PPK, y es un misterio si existió
o no una grabación.
Lo cierto es que su gobierno se desplomó a causa de ese hombre
andino, y PPK tuvo que renunciar apenas con veinte meses de
mandato. La ironía se tornó oprobio porque el hombre de los salo­
nes financieros hizo posible que, tras él, arriben a la escena política
nacional una fila enorme de personajes como Moisés Mamani: sin
formación, sin valores, sin una mirada de país, enfocados en las
ventajas personales y destructores del orden institucional.
En el balance final, Pedro Pablo Kuczynski Godard ingresa en
el casillero de los outsiders. A ellos, sus colegas involuntarios, les en­
tregó el país. Pensó irse displicente y cachaciento — «Mi gobierno
es de lujo»— al confortable descanso en los Estados Unidos de
Norteamérica, pero una orden judicial de 36 meses de prisión pre­
ventiva por sus vínculos con la constructora brasileña Odebrecht,
lo destinaron a un largo arresto domiciliario. La historia lo confina
a otro tipo de arresto. Mucho más extenso. El de la deshonra.
Personajes para una tragedia.
Una lideresa con la oportunidad histórica de impulsar las leyes
para modernizar el Estado gracias a la enorm e mayoría parlam en­
taria concedida p or el electorado, eligió ejercer la vileza d el antago­
nismo político. Se ganó el repudio d el país y construyó una debilidad
útil para que dos fiscales con agenda política la envíen a prisión.
Una figu ra inmensa de la política peruana, vigente desde 1982,
líder carismático, encantador de multitudes, experto en el quehacer
político, sepultó esas virtudes en la urdim bre de la corrupción y la
mentira. A él también, dos fiscales con agenda política lo emboscaron.
Su historia term inó en suicidio.
Un hombrecillo de malos modales, am bición sin pausa y con ima­
gen de ridículo miembro de un elenco de segundo orden, de pronto,
f u e elevado el año 2000, a la ficticia condición de gran dem ócrata
p o r una corte de personajes empeñados en acceder a l p od er a como
diera lugar. El balance fin a l fu e de escándalos, corrupción, negocia­
dos, mentiras risibles. Fugó a California. Un ju ez norteamericano lo
envió a prisión. Está pen dien te una extradición que nadie tramita
p o r tem or a que delate como delatan los beodos: a borbotones.
Parece ficción. No lo es. Si fu ese un film se llamaría La pesadilla
peruana.
LA SEÑORA K
31 DE OCTUBRE DE Z O l 8

El nombre de Emil Cioran lo deben recordar muy pocos. Su pen­


samiento es inclemente y no sería de agrado para los habitantes de
este siglo tan proclive a lo superficial. Pero al final de esta tarde,
una frase del viejo filósofo rumano traza el exacto retrato de Keiko
Sofía Fujimori Higuchi y su senda hacia prisión: «Cuando uno no
puede librarse de sí mismo, se deleita devorándose». Tal ha sido el
sendero elegido por ella: construyó paso a paso el camino a su des­
trucción. Si existiese la costumbre de recurrir a la psicología para
el análisis político se encontraría luz para la oscuridad que rodea a
estos personajes.
Hace muy poco, a vuelta de esquina en julio de 2016, la Sra. K,
a pesar de haber perdido las elecciones, tenía más poder que aquel
presidente que fue apenas una sigla: PPK. Este anciano de cuestio­
nables hábitos había dicho: «Gané por un pelo», y Keiko Fujimori
en lugar de entender esa confesión de extrema debilidad, en lugar de
analizar que con setenta y un congresistas podía aportar las refor­
mas profundas que el país necesitaba y convertirse, desde la mayoría
parlamentaria, en la impulsora del progreso del país, en lugar de esa
tarea válida prefirió envolverse en el rencor de una derrota y confun­
dió rotundamente liderazgo con pandillaje.
Embelesada con las malas artes de la soberbia, de la intriga,
de la arrogancia, de la prepotencia dio rienda suelta a su tropa de
arrabal: Becerril, Beteta, Aramayo, Yesenia, Bienvenido. Después,
pasó a exhibir a sus luchadoras de muay thai: Bartra, Chacón,
Vilcatoma, Salgado y terminó exhibiendo a una figura que sim­
boliza el pensamiento enclenque: Chihuán y su mísero sueldo
de 366 000 soles anuales que no le alcanzan para vivir. De país,
nada; de sensata reacción política, nada; de expresiones de sin­
cero respeto hacia millones de peruanos, nada. Eso sí, mucho de
discursos justificatorios que, en breves horas, se desmoronaban al
veloz ritmo de una medicina letal: las pastillas contenidas en el
chat de La Botica.
Cuando la Sra. K se puso de pie para dirigirse al juez Richard
Concepción Carhuancho, utilizó la desfachatez: «Usted ya tiene
mi sentencia anticipada». Entonces, uno se pone a pensar: ¿cuál es
la maestría que estudió la Sra. K en la universidad de Columbia?
¿Realmente existieron esos estudios que los peruanos le hemos pa­
gado con dinero de nuestro esfuerzo cotidiano? Porque aquel que
realmente estudia descubre que la insolencia no es el camino a seguir.
Y aquel que de verdad ha trajinado los libros, se percata de que no
es solamente el juez quien lo está viendo, sino millones de peruanos
y, con los pies en el cadalso, se puede tener la oportunidad de la dis­
culpa por haberse opuesto con tanta tenacidad a que el país progrese
y por haberse prodigado una vida muy cómoda con dinero ajeno.
Es cierto que los gestos de grandeza ocurren cuando se conoce
la reflexión, la modestia, el respeto. Cuando se habita bajo el abrigo
de la arrogancia y la intriga vengativa, ocurre lo que hemos espec­
iado: el opaco ocaso, la penumbra de un camino mal andado. La
Sra. K confiaba más en el juez bribón César Hinostroza (y otros
bellacos) y nunca entendió un mensaje poderoso: cuando las calles
expresan molestia, burla, cólera significa que le están alcanzando
la peor de las sentencias a un político: el desprecio de un país. Hoy,
31 de octubre de 2018, recibió el dictamen de un juez y un fiscal
dignos y valientes, y el veredicto de un país harto de fechorías.
Cuando se aplaude la pérdida de libertad de un político signi­
fica que existe algo muy doloroso: ciudadanos traicionados en su
derecho a una vida más apacible sin las tormentas de la politiquería
que no construye y daña el bienestar de las familias.
Hoy los filósofos no tienen rating. El pensamiento sucumbe
ante la gritería y, por eso, entre otras razones, vivimos sin reflexión.
Pero en el mundo del pensamiento se encuentran las respuestas.
Por eso el viejo y escéptico Cioran apareció esta tarde para sinte­
tizar lo que el escenario exhibía: «Cuando uno no puede librarse
de sí mismo, se deleita devorándose». La hija política de Alberto
Fujimori y Vladimiro Montesinos no pudo librarse de esas pa­
ternidades, repitió el guión, se devoró a sí misma y encontró el
mismo destino. Los tres habitan el encierro tras haber estado en
las cumbres del poder, siempre efímero aunque parezca eterno
cuando acontece.
LA CARTA DE LA SRA. K
4 DE NOVIEMBRE DE 2 0 l 8

A los políticos les fascina tratar como bobos a los ciudadanos. No


lo consiguen pero insisten. Son tercos. Este domingo amanecimos
con una dramática carta de la Sra. K reclamando por su derecho
a la presunción de inocencia y sosteniendo que los mensajes del
célebre chat del fujimorismo, La Botica, no constituyen prueba
para su infortunio.
Empecemos por La Botica. Hay un problema: la Sra. K no lee,
prefiere las matemáticas porque sirven para sumar y depositar; si
las páginas de los libros fuesen verdes, tal vez se convirtiera en vo­
raz lectora. Lo cierto es que olvidó leer un célebre consejo de Eliot
Spitzer, el gobernador de Nueva York, ciudad en la que ella corre
maratones. Acaso alguien le ha dicho que se debe entrenar para
correr de la justicia. En marzo del 2008, Spitzer, al renunciar a su
cargo por un escándalo sexual, dejó esta lección: «Nunca escriba un
correo electrónico porque estará acabado. Les dará a los fiscales to­
das las pruebas que necesitan». No dijo WhatsApp porque este in­
vento recién aparecería al año siguiente, pero el consejo vale igual.
Ocurre que el saleroso chat La Botica sí es una prueba. Allí
consta que la jefa ordenó blindar al prófugo César Hinostroza y
mandó defender al fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. Al tra­
tarse de dos personajes denunciados por pertenecer a la banda Los
Cuellos Blancos, la Sra. K ha incurrido en el delito de obstrucción
a la justicia y corresponde su detención preventiva, pues utilizó
a sus parlamentarios para proteger a dos individuos acusados de
actividades delictivas.
No es casual que, en su carta dominguera, la Sra. K, preocu­
pada, insista en decir que se han utilizado «unos chats de coor­
dinación política que nada tienen que ver con asuntos legales».
Busca causar confusión. Lo cierto es que La Botica, en lugar de
medicinas, entregó pruebas.
En cuanto a la presunción de inocencia, principio que la Sra.
K reclama para sí, convendría que su abogada le diga la verdad: la
presunción de inocencia no es un derecho absoluto, es tan solo una
regla de prudencia que se aplica cuando todo parece indicar que el
acusado podría ser inocente. Pero no rige cuando existen indicios
serios de culpabilidad. Si lo que pide la Sra. K fuese cierto, enton­
ces ningún delincuente podría ser encarcelado, ya que alegaría que
es inocente mientras no se dicte sentencia.
Cuando los indicios aparecen ya no hay presunción de inocen­
cia, allí aparece la presunción de culpabilidad y, en la frialdad de
la ley penal, la Sra. K asoma como responsable por la aparición de
pruebas donde consta que utilizó a sus parlamentarios para obs­
taculizar a la justicia y para promover acciones contra el fiscal que
la acusa. Al haber utilizado a miembros del Poder Legislativo para
intentar frenar investigaciones judiciales, no puede alegar presun­
ción de inocencia, menos aún cuando sus farmacéuticos siguen
blindando al fiscal de la Nación.
La Sra. K anuncia en su misiva que está en horas de soledad
y profunda reflexión. Hace bien. Desde la soberbia del poder los
políticos piensan que el mundo debe funcionar de acuerdo a sus
mandatos hasta que un día descubren que existen leyes y veredic­
tos. Durante el proceso, sus abogados recurrirán a las contorsiones
verbales que tanto les gustan, pero hay un veredicto fatal para un
político: el rechazo popular. Sobre este veredicto debería reflexio­
nar la Sra. K.: la profunda molestia de las familias peruanas agra­
viadas por la corrupción y la arrogancia, hartas de pagar sueldos
inútiles, cansadas del espectáculo infame de ciertos parlamenta­
rios que recogieron sabrá Dios en qué arrabal.
En la televisión vimos a su escudero M iki Torres llevándole a la
Sra. K una gruesa novela. Que pida, más bien, un libro de Manuel
Gonzales Prada. Podrá leer esta frase: «Trató de cosechar ideas
donde no se había tomado el trabajo de sembrarlas». Este país ne­
cesita sembrar muchas cosas, empezando por valores y principios.
ALAN GARCIA PEREZ
1 7 DE ABRIL DE ZOI 9

El último acto de un hombre no es su biografía. Es tan solo su


último acto. Sea la muerte benigna, el accidente fatal o el suicidio,
ese momento final cierra una vida pero no extingue el balance.
Su entorno político pretende dar grandeza y dignidad a una
vida (y a un final) que no tuvieron esas virtudes. Los peruanos que
tuvimos que padecerlo durante cuarenta años, sabemos el daño
inmenso que Alan García Pérez causó al país.
En 1985, la inmensa mayoría de peruanos le concedió manejar
sus destinos porque ofreció lo que tanto se necesitaba: estabilidad
económica y paz. La respuesta de García a esa confianza fue gene­
rar una hiperinflación descomunal de 7600 % y permitir el avance
del sanguinario terrorismo de Sendero Luminoso a cuyas huestes
demenciales elogiaba por «su mística». Hubo pobreza y muerte.
No pensó en los humildes que día a día con su esfuerzo sostienen
este país. Pero sí se ocupó de sí mismo: se marchó del gobierno con
ilícita riqueza. Dijo que no iría a París y a París marchó.
Volvió a tener la oportunidad de gobernar en el 2006. Entiéndase
que gobernar es decidir sobre el destino de seres humanos. Y en
lugar del bienestar colectivo desaprovechó su segunda oportuni­
dad incurriendo, otra vez, en corrupción. Dijo yo no me corro y se
estableció en Madrid.
En suma, en dos gobiernos suyos este país no prosperó. Pero, en
dos gobiernos suyos, Alan García supo prosperar con dineros ilícitos.
El suicidio de García, aunque sea áspero decirlo, no es un gesto
digno ni un acto de valentía. Es un acto de megalomanía. Es el
final de un personaje que habitó una soberbia descomunal y deci­
dió ser, él, su propio y único tribunal sentenciándose a una muerte
violenta. En alguna línea de Emil Cioran se lee que la soberbia de
un suicida se resume en esta frase: «Está en mi mano el que todo
acabe». No hay dios celestial ni tribunal terrenal frente al cual
admita rendir cuentas. Y nadie puede negar que Alan García tenía
ese tipo de personalidad.
¿Cuál es el legado personal que deja García? Algunas frases
infelices como: «Demuéstrenlo, pues, imbéciles»; un entorno sin
méritos ni capacidades que se enriqueció notoriamente; el hundi­
miento de un partido que fue histórico y una historia vinculada
siempre a la corrupción. En la mañana de su muerte, los medios
internacionales señalaban que tenía el rechazo del 80 % de pe­
ruanos. Cuando un hombre congrega tanto rechazo, tanta crítica,
tanta identificación con la mentira y la ilegalidad, no necesita el
dictamen de un tribunal. El disparo que él activó ha sido su íntima
y, a la vez, pública sentencia.
El balance de los daños que García causó al país, en lo material
y en lo moral, es inmenso. Causó pobreza e implantó malas artes
en la vida nacional. Cada familia peruana tiene el resumen propio
de lo que le tocó vivir en sus gobiernos. Después, los periodistas y
los historiadores harán lo suyo: algunos serán equilibrados y otros
dirán lo que les interese decir.
El gran sector de peruanos a quienes les encanta convertir a todo
difunto en un hombre bueno y noble, ese sector que construye (fal­
sos) altares paganos para los muertos notables, debería entender que
la muerte de García es la huida que él eligió transitar y ese episodio
fue una decisión personal, no un drama. El drama real es que Alan
García Pérez haya gobernado este pobre país en dos ocasiones.
Tal vez su epitafio requiera de esta sentencia de Oscar Wilde:
«Somos nuestro propio demonio y hacemos de este mundo nues­
tro propio infierno».
Ojalá exista, para el Perú, un futuro, el futuro que perdimos
con él.
TOLEDO (FINALM ENTE)
EN PRESIDIO
19 DE JULIO DE 2 OI 9

Fue siempre un personaje de trazo grueso y aunque muchos se


esmeraron, con dudoso interés, en convertirlo en «economista» y
«demócrata» para hacerlo ingresar a Palacio de Gobierno, no dejó
de ser lo que siempre fue: un personaje grotesco. Aunque los corte­
sanos que lo ayudaron a convertirse en presidente de la República
hoy quieran fingir amnesia, Alejando Celestino Toledo Manrique
fue desde un inicio lo que hoy es: corrupto, mentiroso y beodo. Se
sabía, en público y en privado, desde por lo menos 1993.
Esta mañana, el juez Thomas S. Hixson, al enviarlo a presi­
dio, cumplió con un acto de justicia que las autoridades peruanas
olvidaron ejercer. Fue necesario que un cómplice suyo, el venal
empresario Josef Maiman, se sintiese acorralado para que asomen
las evidencias que sus cortesanos conocen en detalle y nunca qui­
sieron contar. Hoy deben estar en vilo rogando que sus alterados
73 años de edad lo lleven a la tumba con todos los secretos. Es
un elenco variado. Políticos de distintos pelajes, exministros con
diversas carteras, empresarios de variados rubros, periodistas (uno
ya otoñal y siempre egocéntrico).
Lo ocurrido en la corte de California fue un espectáculo digno
de Alejandro Toledo. Tuvo todos los matices y vale la pena dete­
nerse en ellos. Contrató a Joseph P. Russoniello, un experimentado
abogado de 77 años de edad siempre vinculado a casos de delitos
de cuello blanco, lavado de dinero y corrupción pública. Digamos
que el cliente y el defensor han compartido a lo largo de sus vidas
las mismas debilidades.
La admirable coincidencia es que Russoniello resultó ser un
Heriberto Benítez en versión yanqui. Hizo un show similar con
el mismo guión de sandeces: sostuvo que a Toledo se le juzgaría
indebidamente en Perú «por ser indígena»; afirmó que los cuarenta
mil dólares hallados en un maletín no era dinero para fugar, sino
para los pequeños gastos diarios de madame Eliane Karp; lo com­
paró con O. J. Simpson (un asesino) y cerró diciendo que era un
buen vecino de California y no de Cabana. Cuando, enfurecida,
la Sra. Toledo-Karp irrumpió en el tribunal lanzando insultos al
fiscal peruano Rafael Vela, el abogado Russoniello se dio cuenta
en un instante de que entre el indígena y la pelirroja no tenía nin­
gún futuro. Renunció. Un capítulo más en la vulgar biografía de
Alejandro Toledo.
En política existen vidas cuyos destinos se cierran como un
círculo: surgen de pronto llenas de nada, pero colmadas de am­
bición y terminan fugitivas, despreciadas o tras las rejas. Toledo,
como buen personaje grotesco, ha pasado por las tres etapas
y esta vez compareció en la corte con vestimenta de color rojo,
el color de un uniforme que corresponde a los detenidos de alto
riesgo por delitos graves.
Hace años, en 2004, en pleno furor del toledismo, años en que
al «cholo sano y sagrado» no se le podía ni debía tocar, escribí un
libro cuyo título es Historia de dos aventureros , una investigación
sobre Alejandro Toledo y Eliane Karp. Me gané insultos diversos y
los miembros mediáticos de su corte — encabezados por Gustavo
Gorriti, su guardaespaldas de campaña electoral y gran conocedor
de las miserias de Toledo— me inventaron lo que les vino en gana
(hay quienes, ignorantes, de vez en vez repiten ciertas necedades).
A raíz de ese libro, hace unas horas me preguntaron si no le te­
nía algo de lástima al verlo ahora preso y con previsible síndrome
de abstinencia de alcohol y drogas. Respondí que a Toledo nunca
le tuve ningún rencor y tampoco, hoy, podía tenerle lástima.
Tiene suficiente con hechos concretos. En su gobierno incurrió
en frenético latrocinio; utilizó, junto a los primeros caviares, las
leyes de la democracia para liberar terroristas y para darles recom­
pensas a miserables especímenes; ejerció con su horda palaciega
la cacería de brujas considerando enemigos a los discrepantes y
endilgándonos el calificativo de «fujimoristas»; permitió que se
use la democracia para instalar la dictadura disfrazada de quienes
se autotitularon «la reserva moral del país» e impusieron la intole­
rancia que hasta hoy persiste. Esa mala costumbre de dividirnos
bajo el lema «O estás conmigo o estás contra mí», en lugar de la
sana y valiosa discrepancia.
Si debo tener algún sentimiento es por mi país, porque nuestra
historia tiene el vergonzante capítulo de un presidente fugitivo y
preso por corrupción y porque nos ocurrió esto que he leído en
algún lado: «No es la política la que hace a un candidato conver­
tirse en ladrón, es tu voto el que hace a un ladrón convertirse en
político».
DISUELTO EL CONGRESO,
PERO LA CRISIS CONTINÚA
5 DE OCTUBRE DE 2 OI 9

Algunos políticos peruanos han leído El príncipe de Maquiavelo y


no lo han entendido. Los fujimoristas son más singulares: no leen,
y, si leen, no entienden. Si Keiko Fujimori y su pandilla se hubie­
sen tomado el afán de pedirle a alguien que les explique alguna de
sus páginas, habrían hallado una lección esencial: cuando generas
el odio de los ciudadanos, generas la pérdida del poder que te en­
tregaron. Jamás supieron de esa enseñanza y en apenas tres años
devolvieron a prisión a su líder Alberto Fujimori y su lideresa tam­
bién ingresó a encierro en medio de la algarabía ciudadana, y el
Congreso, que dominaban por apabullante mayoría, está disuelto
mientras las gentes celebran con justa razón.
El registro que deja el fujimorismo parlamentario es de opro­
bio: blindaban delincuentes, generaban comisiones «investigado­
ras» para liberar culpables, fungían de lobistas encubiertos, se auto
otorgaban privilegios que el servicio público no concede y lo ha­
cían, además, con prepotencia, vulgaridad e ignorancia.
Hemos soportado (y pagado sueldos) a personajes que normal­
mente habitan en los albañales de la sociedad: ¿de qué casting in­
verosímil surgieron Héctor Becerril, Rosa Bartra, Yesenia Ponce,
Karina Beteta, Bienvenido Ramírez, Esther Saavedra o Moisés
Mamani? Despojados de poder y de honra, algunos, como Pedro
Olaechea, acaso nublado por la abundancia de sus cejas, todavía
insisten en exhibir sus miserias. Eso anuncia que no los cubrirá el
silencio. No en vano tienen una lideresa ajena a las ideas pero col­
mada de rencores. Y los rencores necesitan gritar.
Para algunos, la disolución del Congreso parece ser el anun­
cio de un nuevo país. A no engañarse. Ha caído un bastión de la
miseria moral, pero la política peruana tiene un severo problema:
es un circo de varias pistas con personajes siempre dispuestos a
dar función. Una muestra es el unipersonal que estuvo a cargo de
la Sra. Mercedes Rosalba Aráoz Fernández; desesperada por no
abandonar las luces que la encandilan decidió ofrecer al país un es­
pectáculo fatal: el suicidio político ante las cámaras de televisión.
Con el tiempo, alguna estadística recogerá que en la turbulenta
política peruana, en apenas un año, ocurrieron dos suicidios. No
fue casual que ambos, García Pérez y Aráoz, fuesen tan amigos.
Mercedes Aráoz arribó a ese destino por su afición a la frivoli­
dad política. Se entregó a un absurdo juego de apariencias y quedó
convertida en un holograma como justo castigo por el indignante
cambio de titulares que propició con su liviandad: la prensa inter­
nacional en lugar de divulgar la disolución del Congreso terminó
difundiendo la noticia de un ridículo país que tenía dos presiden­
tes. La Sra. Aráoz nos vistió de vulgar paisillo. Luego, veleidosa
como es, dijo que ya no jugaba y se marchó a casa. A ella no la
envuelve el odio, sino la burla, esa otra desventura para el político:
que nadie lo tome en serio.
En el denso tráfico de las redes sociales, existe otro personaje,
un hombre temeroso al que están vistiendo de héroe temporal:
Martín Vizcarra. Oficialmente tiene el cargo de presidente de la
República, pero él aún no lo sabe a ciencia cierta. Su secretaria y
cinco amigos moqueguanos tratan de ayudarlo a descifrar en qué
consiste tal función. Para disimular su incompetencia, Vizcarra
recurrió al juego efectista de pelearse con quien odiaba todo el
mundo, el Congreso. Es una estrategia muy usada en la farándula
para ganarse efímera simpatía. En política es un juego peligroso,
peor si el rival tiene la esencia irracional del fujimorismo. Cuando
le cerraron las puertas a su primer ministro y a todo su gabinete
para evitar el pedido de cuestión de confianza, condujeron al ti­
morato Vizcarra a una situación límite: o disolvía el Congreso o el
fujimorismo lo despojaba de toda autoridad. No tenía más opción
que la disolución del Parlamento. No es, entonces, el héroe que
algunos desean dibujar.
Ahora está obligado a una tarea que nunca quiso asumir: go­
bernar. Es un caso de singular irresponsabilidad: un presidente de
la República que ha olvidado que la economía de un país es la tarea
esencial. Hasta el momento es un tema que no le interesa, del que
nunca habla y sobre el cual no existe una, una sola medida cohe­
rente. Mientras tanto, el país, por vez primera en muchos años,
crecerá, con suerte, un minúsculo 1.5 %, y eso significa que los
desempleados ya suman cuatrocientas veinte mil personas.
La rencilla no es buena consejera, genera pasiones y resta sere­
nidad. El rencor al fujimorismo y la alegría por su necesario des­
tierro está haciendo olvidar lo central: el país está en crisis. La
economía está estancada. Lo urgente es trabajar. Pero en Palacio
de Gobierno hay un hombre gris y pusilánime. No olvidemos que
hace muy poco anunció que deseaba irse a casa y, ahora, el destino
lo está obligando a una tarea que no le agrada: gobernar. Digamos
en tono de humor que hay otra señal de peligro: Mario Vargas
Llosa le ha dado su respaldo y ya sabemos que el inmenso escritor
es fatídico cuando asume de garante político.
Entonces, volvamos a la realidad, cesemos el ambiente festivo y
pongamos el foco en solucionar los problemas.
Como si fu ese un país condenado a l suplicio, el Perú tuvo que en­
fren ta r la espantosa pandem ia de la COVID-19 con un precario,
débilísimo sistema sanitario agravado p o r un presidente, ministros
y funcionarios, cuya inmensa ineptitud los llevó a actuar ejerciendo
lo p eor de la política: populismo, mentiras, desorden y corrupción.
Alguien difundió una reflexión de sobrecogedora certeza para lo ocu­
rrido: «Lo p eor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que
desnuda las almas, y ese espectáculo suele ser horroroso».
Hubo otro elem ento de chocante dramatismo. M illones de peru a­
nos apoyaron y aplaudieron a un presidente que, día a día, hacía
más gra ve la crisis de salud y la crisis de la economía. Ocurrió lo
que Albert Camus escribió: «La pestilencia es, de hecho, muy común,
pero nos cuesta mucho creer en la pestilencia cuando desciende sobre
nosotros».
Cuando las cifras dejaron de estar ocultas, habían muerto p o r lo
menos doscientos m il peruanos, una de las cifras más altas a nivel
m undial en prom edio de población. Otro sitial indeseable fu e ocupar
el p rim er lugar en todo el planeta con el encierro más extenso y más
inútil. Los autores de esta tragedia siguen impunes. En un país en­
ferm o, algunos de ellos son convocados p o r la prensa para dar opinión
como si fu eran expertos.
EL MISTERIO DEL PAPEL HIGIÉNICO
1 2 DE MARZO DE 2 0 2 0

Uno se da una vuelta por un supermercado y en las cajas hay ru­


mas de papel higiénico: señoras que se arranchan bolsas con rollos
de papel higiénico: autos, camionetas, taxis, sillas de ruedas todas
cargadas de papel higiénico. ¿Por qué en el tumulto de los super­
mercados se arrasa con el papel higiénico? ¿Por qué precisamente
ese producto y no otro?
Si buscamos una explicación es inevitable señalar que el asunto
tiene relación directa con aquello que la Real Academia de la Lengua
define como «conjunto de las dos nalgas», es decir, el culo. Entonces,
es obligatorio recurrir al auxilio del gran paleontólogo francés Yves
Coppens, descubridor del Homo erectus. Don Yves sostiene que en
este planeta la única especie que posee «unas nalgas hemisféricas y
salientes» es la humana especie y que eso se debe a que «el nacimiento
del culo coincide con la posición erguida y la marcha bípeda».
Su implacable estudio indica que al quedar las manos libres y
el cuerpo erguido, ocurrió una modificación clave en los primates
que nos anteceden: la base del cerebro se encajó con la columna
vertebral y gracias a ese cambio empezó el desarrollo cerebral.
Quiere decir que hay una íntima relación entre el cerebro y el culo.
Algún malcriado dirá que, entonces, existe una relación directa
entre pensar y evacuar, y que los peruanos vivimos... pensando.
Como podemos ver, la parte final de la espalda le ha interesado
a la ciencia desde siempre. Y también a la religión. Hace un mon­
tón de años, en 1556, en un librito llamado Apología pro Heródoto
se cuenta que un predicador amenazaba a los pecadores con el
infierno y usaba una fórmula muy peculiar. Les decía: «¿Qué pen­
sáis que es el infierno? ¿Veis el agujero? ¿Huele muy mal? Pues el
agujero del infierno es todavía peor». Desde entonces, sostiene el
autor del libro Breve historia d el culo, Jean Luc Henning: «El culo
se ha lavado mucho, realmente es una de las mayores preocupa­
ciones en la vida». Y a decir por las inmensas compras de papel
higiénico, habría que añadir que dicha parte no solo se ha lavado,
sino también secado.
Sabemos que los comerciantes le hacen mucho caso a la cien­
cia y a la iglesia, y esta historia se cierra con el invento del nor­
teamericano Joseph Gayetty, que en 1857 empezó a vender un
«papel medicado» para la limpieza del tafanario. No le fue muy
bien porque, vanidoso el hombre, había impreso su nombre en
el papel y la gente se sentía espiada en un momento que exige
soledad. Por ese detalle no pudo competir con el gran invento
del papel higiénico en rollo que popularizó, desde inicios del
siglo XX, la Hoberg Paper Company de Green Bay, Wisconsin.
Una empresa cuyo primer slogan Keep yo u r ass clean (Ten el culo
limpio), fue rechazado por ser demasiado directo. Eran otros
tiempos. No existía Esto es guerra y las redondeces no se exhibían
todas las noches.
Ahora que sabemos este largo recorrido de la historia, com­
prendamos entonces que el desesperado amor de los peruanos por
el papel higiénico no es cualquier cosa. Tiene bases científicas y
religiosas, y se origina en el instante en que el hermano mono
evolucionó y se puso de pie para llegar, millones de años después,
corriendo a un supermercado, con su tarjeta Bonus en la mano,
para salir cargado de rollos de papel, convencido de que así derro­
tará toda amenaza que se le ponga enfrente.
E l m is te r io d e l p a p el h ig ié n ic o

No es verdad lo que andan diciendo los mal hablados, esos que


dicen que la acumulación de papel higiénico, en realidad, se debe
a un profundo conocimiento de la peruanidad: sean cuales sean
las medidas que se tomen ante la anunciada pandemia, la vamos a
cagar y por eso se está comprando tanto papel higiénico.
AUSENCIA DE DECISIONES
24 DE MARZO DE 2020

El miedo. Cuánta influencia ha tenido en la historia humana.


Cuántos errores, cuántos abusos, cuántos desaciertos, cuántas bar­
baries. El miedo hace perder el razonamiento y, cuando es colec­
tivo, la multitud busca a alguien en quien creer para despojarse
del miedo a cambio de una esperanza. En estos días, el miedo
colectivo ha hecho creer a una gran mayoría de peruanos que el
presidente Vizcarra es un súbito líder al que, hace unos días, ha
ensalzado una sospechosa encuesta de Ipsos.
Vizcarra es el gobernante y tiene que asumir la dirección de
la crisis y necesita apoyo. Cierto. Pero, a la vez, abramos los ojos
y seamos conscientes de que es necesario exigirle tomar deci­
siones en serio sin fijarse en las redes sociales que, en Palacio
de Gobierno, se revisan en exceso. Un líder verdadero se fija en
la solución y no en el aplauso. Hace unos minutos he leído un
inteligente análisis de Roberto Chang, un peruano con prestigio
académico en los Estados Unidos. Señala que la suerte que he­
mos tenido es que esta tragedia del coronavirus se haya iniciado
en Asia y luego Europa, y eso nos ha permitido ganar TIEMPO
para defendernos. Ese TIEMPO es el único capital que tenemos
y, anota Chang, como «la región nunca ha enfrentado una crisis
como esta, los encargados de formular políticas deben usar este
tiempo sabiamente, lo que significa actuar con rapidez y audacia».
Rapidez y audacia. Dos características necesarias en tiempos de
crisis. Y, lamentablemente, no se está trabajando con esa idea. No
basta el encierro. Hay que usar el tiempo, que se agota, en prevenir
los pasos siguientes en distintos rubros.
Detengámonos en el tema salud, del que depende la vida de los
peruanos. El científico en biología molecular, Ernesto Bustamante,
ha alertado sobre decisiones equivocadas que se están tomando. El
Dr. Ciro Maguiña, experto infectólogo, ha declarado que nadie lo
ha convocado. Tampoco al eximio Dr. Eduardo Gotuzzo. Estamos
dilapidando el tiempo. El sentido común indica que Vizcarra está
obligado a convocar a los expertos peruanos para que ellos ilustren
y dirijan la ruta. Ser un buen líder consiste en saber apoyarse en los
mejores para avanzar en un problema tan grave como el que vivimos.
Se anunció que al Ministerio de Salud se convocaría a un espe­
cialista en salud pública y el nuevo ministro, Víctor Zamora Mesía,
arrancó con un aporte espectacular. Declaró: «Tarde o temprano,
todos vamos a terminar infectados del coronavirus». Cuando uno
revisa su hoja de vida se encuentra con el perfil de un gerente. A un
conocedor de la salud pública no se le ocurriría dar tal declaración.
Si vemos con frialdad las conferencias de prensa del mediodía
—preguntas elegidas sin presencia de periodistas— , no se anun­
cian medidas reales que podrían consistir en comunicarse con el
Gobierno de China y pedir el apoyo de quienes ya saben cómo ac­
tuar, o contactar con Corea que está lidiando bien contra la epide­
mia. Se olvida que el mundo es globalizado y que para eso tenemos
embajadores en cada país. En cambio, cada mediodía se hacen
recuentos; se repite la frase «Estamos estudiando»; se les pide dis­
culpas a los sinvergüenzas que se anotaron en los vuelos para repa­
triar a los peruanos varados; se le quita autoridad a la Policía y se
lanzan frases de buena intención. Solo falta que se pongan a cantar
Contigo Perú.
Es urgente que se arme un equipo de expertos en salud y que
se tomen las decisiones adecuadas de la mano de nuestros científi­
cos. Decisiones con rapidez y audacia. No decisiones cuidando la
imagen, sino cuidando la salud de los peruanos. El acierto de la
cuarentena — que no es respetada del todo— fue el primer paso.
Faltan los siguientes. Y eso no lo sabe el que esto escribe, ni usted,
ni sus hijos, ni el presidente de la República. Eso es tarea de los
científicos y a ellos los han puesto en cuarentena en sus casas y
ellos, responsablemente, ya han salido a decir que no estamos en
la dirección correcta. ¿Qué hacemos? Evitar el miedo, razonar con
frialdad, exigir usar el poquito tiempo que tenemos para evitar que
nos envuelva la ola.
EL VIRUS ECONÓMICO
2 6 DE MARZO DE 2 0 2 0

Se ha anunciado la preparación de medidas económicas en coordi­


nación con Julio Velarde, el titular del Banco Central de Reserva.
Es un acierto. Velarde, además de gran economista, es un hombre
sensato y muy capaz. Ahora bien, existe una decisión fundamen­
tal: el rol de los bancos y las empresas de servicios esenciales.
Hace unos días, la ministra de Economía, María Antonieta
Alva, dijo: «Apelo a la solidaridad de los bancos». Es una frase de
una ingenuidad mayúscula. Los bancos, por esencia, no tienen
solidaridad. En el frío, gélido diccionario de un banquero no existe
esa palabra. Su esencia los conduce a ganar y punto. Son diestros
en identificar oportunidades para obtener ventajas.
Fíjense en lo siguiente: el 16 de marzo, el mismo día que empezó
la cuarentena, el Banco de Crédito del Perú (BCP) distribuyó una
carta a sus clientes diciendo: «Si tienes cuota con vencimiento en
marzo puedes pagarla, nuestra recomendación es que procedas con
el pago por nuestros canales digitales y toda nuestra red de agencias
y agentes a nivel nacional». Su primera reacción fue la cobranza.
A los que tenían dificultades les ofrecieron cronogramas de pagos
por 30 o 90 días cobrándoles la tasa de interés. Finalmente, el BCP
decía: «Si surgen necesidades de financiamiento, nuestros créditos
están a disposición de todos, clientes y no clientes». ¡Con la cuaren­
tena ya decretada y con la crisis mundial desatada ofrecen créditos
a sabiendas de que los ciudadanos tendrán problemas económicos!
De pronto, siete días después, el BCP decidió fingir que había
descubierto la solidaridad y Gianfranco Ferrari, el gerente general
que firmaba la carta, difundió un video diciendo: «En una coyun­
tura en la que solo podemos ser solidarios, hoy lanzamos: Yo me
sumo ». Se trataba de una campaña de donaciones. El BCP ponía
100 millones de soles y pedía que personas y empresas, «no importa
el monto», donen. ¿Dónde? En una cuenta BCP, por supuesto. Y
señalaba que los 100 millones de soles de su nuevo producto Yo
me sumo se destinarían «a los 2.8 millones de familias de peruanos
que viven en pobreza y pobreza extrema». Las preguntas asoman
solas. ¿Por qué el BCP cree que solo hay 2.8 millones de peruanos
pobres? o ¿cómo entrega un banco ese donativo a una población
informal que vive al día?
La carta y el video, contradictorios entre sí, muestran que el
BCP pensó que la cuarentena, que angustia al país, era una buena
oportunidad para intentar limpiar su usual imagen soberbia tan
deteriorada por la entrega clandestina de millonarios maletines con
dinero en efectivo a la lideresa de la organización Fuerza Popular.
¿Saben a cuánto equivale la generosa donación del BCP?: 100
millones entre 2.8 millones de personas que ellos calculan, equi­
vale a 35 soles para cada peruano pobre. A Keiko Fujimori le die­
ron muchísimo más.
Entonces, la ingenua ministra de Economía debe percatarse de
que a los bancos no se les pide solidaridad porque en esa cuenta no
tienen fondos. Lo que corresponde es que ellos también se mojen
al igual que todos los peruanos. Para ser más nítido tomo esta
frase del brasileño Arnaldo Dias Baptista: «No estamos todos en
el mismo barco. A lo mucho, estamos en el mismo mar. Pero unos
están en yates y otros agarrados a un tronco».
En esta situación excepcional para el mundo entero, no existen
ideologías, ni derechas ni izquierdas, ni liberalismo ni socialismo.
La vida humana está en juego y más aún la de los menos favoreci­
dos. Entonces, los cobros de créditos a las pymes, mypes, pequeños
empresarios, cuotas hipotecarias y créditos, deberían suspenderse
por algunos meses sin cobro de las tasas de interés, que luego
pueden ser prorrateadas. No es ninguna locura lo que señalo. En
Colombia ya lo anunció Bancolombia bajo el lema: «Antes que ser
banco, somos Colombia».
Igual medida debe darse en servicios básicos como luz, agua,
servicio telefónico e internet. Téngase en cuenta que Telefónica,
desde 1993, ya nos ha exprimido escandalosamente a los peruanos,
incluyendo el no pagar millonarios impuestos, de modo que unos
meses no les va a causar ningún daño.
Se abren dos encrucijadas. Para los bancos: tomar la inicia­
tiva o seguir pensando en sus ganancias. Para el presidente de la
República: demostrar con firmeza que su frase «Todos los perua­
nos debemos contribuir» es cierta; de lo contrario, hará excepcio­
nes con los más poderosos.
EL PRESIDENTE DEL SECTOR
FINANCIERO
7 DE ABRIL DE ZOZO

Es entendible que exista un amplio número de personas que, mo­


vidas por el miedo que genera la COVID-19, hayan decidido ar­
chivar el análisis y la duda para confiar ciegamente en el Gobierno,
a punto tal de que hay quienes dibujan al presidente como un
apóstol de Cristo o declaran su amor a la ministra de Economía.
Son señales de una suerte de síndrome de Estocolmo producido
por el miedo.
El problema es que el rol de Vizcarra es el de gobernante y ese
cargo trae la obligación de controlar, a la vez, otros frentes. Junto
al sector Salud está la economía del país. Ambos frentes van de la
mano. Y allí preocupa un presidente que, en medio de la tragedia,
evita decisiones que molesten al poder económico. Es un presi­
dente que solicita a todos los peruanos contribuir en la batalla pero
resulta que, para él, todos los peruanos no son todos. Su frase no
incluye al poder financiero. Ese sector mantiene privilegios.
Se ha dispuesto un plan que el Gobierno llama de «reactiva­
ción». Según algunos economistas serios, no es, en su totalidad,
un plan de reactivación, y tiene suelta una pieza clave: la tasa de
interés. El Estado, con dinero nuestro, va a garantizar a los bancos
préstamos por 30 mil millones de soles, pero la tasa de interés
la pondrán los banqueros, es decir, el Gobierno, que aporta una
enorme cifra de dinero público, no se pone firme y exige una tasa
E l p r e s id e n te d e l s e c t o r fin a n c ie r o

mínima. El mundo considera que estamos en una situación equi­


valente a una guerra, entonces, ¿por qué Vizcarra tiene tanto temor
de imponer condiciones a los bancos en una situación de excep­
ción? ¿Qué hay detrás?
Otra muestra nítida de favorecimiento a un sector económico
está en el tema AFP. Vizcarra, en plena crisis, se dio tiempo para
defender con énfasis a las AFP y se unió a la bochornosa campaña
diseñada para hacernos creer que, si alguien toca al sistema AFP, el
país se viene abajo, como si el sector AFP resultase más importante
que la minería o la agroexportación. Asimismo, el presidente per­
mitió que su ministra de Economía, siendo funcionaria pública, se
convierta en vocera de las AFP. Un notorio conflicto de intereses.
De pronto, cuando el instinto populista de Vizcarra le hizo
olfatear que la mayoría de las personas estaban en contra de los
treinta años del sistema de las AFP, hizo un medio giro y anunció
que, pasada la pandemia, se reformaría el sistema. Pero cuando
la prensa extranjera —no la prensa nacional— le consultó si pro­
mulgará la ley para retirar el 25 por ciento de los fondos AFP, ya
no respondió como populista, sino que anunció que la reforma se
hará ya mismo, no cuando termine la pandemia. De ese modo,
evita promulgar la ley y continúa en su tarea pro-AFP porque dijo
que se debe bajar el porcentaje de las comisiones, una solución que,
en el actual contexto, es la felicidad para los dueños de las AFP.
En realidad, la reforma real debe ser que una AFP sea opcional y
no obligatoria; entonces tendrán que trabajar en serio captando
fondos y, si de verdad son el paraíso soñado para los pensionistas,
no deberían preocuparse: todos correrán a inscribirse.
Nuevamente las preguntas: ¿por qué Vizcarra protege tanto al
sector financiero? ¿Qué oscuridad hay detrás? ¿Por qué en medio
de una tragedia que va a dejar a millones de peruanos sin empleo,
el presidente no solamente es pasivo ante la falta de colaboración
de los banqueros, sino que, además, se esmera en protegerlos? ¿Les
tiene miedo? Si es así, ¿por qué les teme? ¿Lo están presionando
con algo? Si lo de Vizcarra no es miedo, entonces, ¿por qué no
se les planta y les exige una tasa de interés bajísima para el súper
ingreso de 30 mil millones de soles que les va a entregar? ¿Por qué
defiende a las AFP, que no es un sector imprescindible, pero sí es
un negocio de los banqueros? Si no es miedo, ¿qué es?
Cuando nos pide a todos los peruanos acompañar al Gobierno
en esta hora durísima, estamos de acuerdo, pero el presidente tiene
que elegir de qué lado está. Todos los peruanos debemos ser todos,
incluso el poder financiero, y si ese poder no quiere sumarse, en­
tonces, así como nos obliga a estar en cuarentena, Vizcarra tiene la
obligación de exigirles que también se mojen.
LA BARBARIE DE LA M ENTIRA
EN PANDEM IA
24 DE ABRIL DE 2 0 2 0

Cuando la salud y la vida de las personas están en juego, existe la


obligación de decir la verdad y de comportarse a la altura de las
circunstancias. Un gobernante, en una situación tan grave como la
actual, tiene la obligación de decir la verdad. Cada falacia impacta
en la salud y en el riesgo de vida de las personas.
Entiendo que exista una mayoría de compatriotas que prefiere
creer a ciegas, ya sea porque le temen a la realidad cruda y prefieren
evadirla, o porque les parece bien lo que ocurre. Antigua costumbre
de una sociedad amnésica acostumbrada a olvidar que ayer nomás
la engañaron y sigue dejando que la engañen. Cada quien elige lo
que desea oír y creer, pero, cuando una sociedad se queda en si­
lencio refugiada en el conformismo de una frase: «Ni las potencias
del mundo pueden», significa que estamos muy mal porque no es­
tamos hablando de pedir la eficiencia alemana, sino de exigir a las
autoridades una mínima eficacia con lo poco que tenemos.
La conferencia del presidente Vizcarra en el mediodía de este
23 de abril, trajo una conclusión dramática: estamos en manos de
una burocracia. Según el diccionario: «Administración ineficiente
a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades supérfluas». Dan
discursos, usan frases hechas, anuncian decretos, reglamentos, trá­
mites y mienten como burócratas. Hace un mes se sabía que la
capacidad hospitalaria iba a colapsar y ante una pregunta de la
prensa con una idea de sentido común: «¿Por qué no habilitan
otras dos torres en la Villa Panamericana?», se respondió con una
apurada excusa: «Ya lo estamos haciendo». Lo debieron hacer hace
un mes, no ahora.
¿Saben por qué no tomaron más medidas de urgencia? Porque
tuvieron un optimismo absurdo. Fue justamente ese optimismo
torpe la razón por la que el ministro de Salud, Víctor Zamora, se
mandó hacer un absurdo spot victorioso en el cual un grupo de
médicos le decían: «Gracias, señor ministro», y fue por esa razón
vanidosa, en medio de una crisis de salud mortal, que el minis­
tro Zamora consiguió un reportaje de propaganda en el portal
IDL-Reporteros de Gustavo Gorriti, en el cual se puede leer esta
delirante alabanza: «Especialista en salud pública y dirigente de
barra de Universitario de Deportes (...) simpatizante de la iz­
quierda y mechador en los debates troleros de las redes sociales:
uno puede estar seguro de que si Zamora fuera músico, le iría
igualmente bien en el área de cuerdas como en la de percusión.
Al final, como es evidente, lo que impera en Zamora, especial­
mente hoy, es la competente preparación del médico que orientó
su carrera hacia las políticas y prácticas de salud pública. Toda
crisis grave exige líderes resueltos, capaces de tomar una decisión
difícil tras otra en corto tiempo».
Esa barbaridad fue publicada el 30 de marzo con cuarentena
ampliada, toque de queda severo para el norte, 950 casos positivos
de coronavirus, 24 muertos y el ministro Zamora ocupado en que
su ego sea atendido.
Otra falsedad fue el anuncio presidencial sobre el «moderno
y equipado» hospital de Ate que, en los hechos, tiene deficiencias
enormes. Otra mentira fue el triunfalista anuncio del 2 de abril:
«Se ha quintuplicado la capacidad de respuesta para enfrentar el
coronavirus», sin contar el anuncio del «martillazo para aplanar
la curva de contagio». Anuncios destinados a crear un ambiente
optimista, útil para las sospechosas Ipso-encuestas.
Entiéndase bien: el colapso hospitalario iba a llegar. No afirmo
que debieran implementarse centros de salud de la noche a la ma­
ñana; digo que se podía evitar la angustia de médicos y enferme­
ras desesperados por no tener implementos básicos para atender
a gente tendida en los pasillos y en las veredas de los hospitales.
Si a los afectados por el coronavirus no se les puede dar salud,
al menos, en lugar de mentiras, habría que darles dignidad a sus
muertes en lugar de bolsas negras con cadáveres que no se recogen
y se amontonan. ¿No anunciaron que se preparaban equipos para
esa tarea?
Vizcarra anunció que nombraba como ministro de Salud
a un experto en salud pública. El señor Zamora, ¿es realmente
un experto en la materia? Presten atención a sus intervenciones.
Responde con estadísticas, se refiere a informes que le remiten,
cuenta camas con cifras de dudosa veracidad cuestionadas por el
Colegio Médico y usa un lenguaje retórico para esconder las res­
puestas que no tiene. Posee un mérito que no se le puede negar: es
un tremendo burócrata, miente con mascarilla en las conferencias
y sin mascarilla en las entrevistas.
Los manuales militares enseñan reglas para actuar en las emer­
gencias porque las mayores crisis se dan en las guerras y en los
desastres naturales. Una de esas reglas enseña esto: «No caigas en
la irracionalidad de la toma de decisiones colectivas». En cambio,
el presidente Vizcarra anunció ufano «la conformación de una
comisión multisectorial». No es momento de comisiones. Lo sen­
sato es armar equipos específicos en cada materia con verdaderos
expertos y líderes. La organización de los Panamericanos fue un
éxito por la suma de diversos equipos de trabajo y llegaron a una
meta que parecía imposible. ¿Por qué no usan esa ruta? Existe
gente capacitada para liderar cada rubro. Lamentablemente,
un presidente obsesionado con la popularidad no quiere perder
«protagonismo» y prefiere gobernar como un burócrata rodeado
de burócratas. Así estamos.
¿DE QUÉ CLASE SOIM
LOS PERUANOS?
25 DE ABRIL DE 2 0 2 0

El 7 de julio del año 2010, en el patio de Palacio de Gobierno, el


entonces presidente Alan García dijo en referencia a la población
nativa de Bagua: «Estas personas no son ciudadanos de primera
clase». Los reclamos por la frase discriminatoria asomaron de in­
mediato. Tiempo después, el 23 de agosto de 2019, en la ciudad de
Satipo, vestido con cushma, el presidente Vizcarra declaró: «Este
es un gobierno descentralista, que ve al Perú en toda su extensión,
que tiene muy en cuenta que todos los peruanos valen lo mismo,
todos son de primera clase. No hay — como alguien se atrevió
a decir en el pasado— ciudadanos de primera y segunda, todos
valen igual».
El doble recuerdo me vino a la memoria al ver en los noticieros
a centenares de humildes personas caminando por las carreteras y
durmiendo a la intemperie sin pan ni abrigo. Mujeres, hombres,
niños, jóvenes y ancianos en largas caminatas con la esperanza
de llegar a sus provincias. Peruanos que viven al día. No están
en busca de los idílicos paisajes que el primer ministro Vicente
Zeballos dibujó en un tuit infame: «Las áreas verdes que renacen,
el agua ahora cristalina de los ríos y el cielo despejado en las ciu­
dades del país nos están dando un importante mensaje».
No se ha enterado de que los varados en la Carretera Central,
en la avenida Faucett y en la Panamericana Sur, son peruanos sin
trabajo ni morada, tienen hambre, buscan un techo y su única es­
peranza es llegar a la modestia de sus provincias para sobrevivir. Es
la búsqueda desesperada de un refugio. Es un drama, y si alguien
duda, repare en esto: cómo será de triste la situación que hasta a
los noticieros se les ablandó el corazón y cambiaron su rol de gen­
darmes persiguiendo gente que sale de sus casas para esta vez dar,
al fin, una noticia.
Cuando se inició la conferencia del 23 de abril —la número
35— , el que esto escribe esperaba que, al terminar el recuento
de muertos y contagiados, el presidente Vizcarra plantearía una
acción concreta para auxiliar a los peregrinos desesperados. Si
apenas hace siete meses había dicho que «todos los peruanos son
de primera clase» lo coherente era el anuncio de una medida con­
creta. Sin embargo, no dijo nada. Le cedió la palabra al primer
ministro paisajista que es dueño de un arte singular: habla largo
sin decir nada.
A la noche, viendo en los noticieros a los menesterosos acam­
pando en la calle, ya con el fresco del otoño, recordé que el
Gobierno, en marzo, rescató a los peruanos varados en el extran­
jero, los embarcó en vuelos internacionales y, a su llegada, les hizo
pasar una cuarentena de seguridad en hoteles cinco estrellas (pa­
gados con nuestros impuestos). ¿Por qué el refugio en hoteles de
alta categoría? ¿Acaso alguien ha probado científicamente que el
coronavirus no ingresa a hoteles de cinco estrellas? ¿O lo habrá
dicho el Dr. Huerta, que ha dejado de ser médico para convertirse
en un farsante? Lo que no encaja es por qué a los provincianos sin
dinero ni comida no se les da un trato humano, no de lujo, sim­
plemente humano.
Para los que se creen genios escribiendo «Es muy fácil hablar,
y tú, ¿qué propones?» —no se dan cuenta, en su bobería, de que
preguntan, pero no proponen— diré que la solución está a la vista:
se puede alquilar la gran cantidad de hoteles modestos que están
desocupados a lo largo de las rutas y hacerles cumplir allí, a los
caminantes, la cuarentena para evitar el contagio en las provincias,
darles alimento y luego transportarlos a sus pequeños poblados. El
transporte tampoco es problema. Existen decenas de buses esta­
cionados en las empresas de transporte provincial que no operan.
Ninguna de las acciones mencionadas las tiene que hacer el
Gobierno y su burocracia. Hay una solución más sencilla. Existen
empresas que operan en el área de logística y saben cómo resolver
situaciones con miles de personas. Son empresas que se pueden
contratar sin sospechosas y millonarias licitaciones. ¿O será por
eso que no lo hacen?
Si no se da una pronta y digna solución a los pobres caminantes
de carreteras para que arriben a sus provincias, acaso el retrato de
Vizcarra sea el de un hombre temeroso del poder financiero y, a la
vez, un provinciano desdeñoso con los humildes. Los miembros
del insólito fenómeno Vizcarra lovers pueden empezar a insultar.
LO QUE IMO SE DICE
2 6 DE ABRIL DE 2 0 2 0

Detrás de la salida del ministro del Interior, Carlos Morán Soto,


existe una historia de corrupción que el Gobierno oculta y disfraza
con «una renuncia por motivos personales», en lugar de sancionar
a Morán y a la cúpula policial que operaba junto a él.
El 23 de abril, en su conferencia del mediodía n.° 35, el pre­
sidente Vizcarra cedió el uso de la palabra a Morán, quien no se
dirigió al país, sino a las fuerzas policiales, diciendo: «Tengan la
tranquilidad de que el Estado no los va a abandonar, confíen».
Lo hizo porque la situación policial estaba a punto del desborde
por el abandono que, hasta ese día, ya había generado 11 policías
muertos y 1300 infectados.
El malestar se debía a la desprotección de los efectivos que pa­
trullan las calles mientras la cúpula se dedicaba a sus negociados.
Les habían entregado con una semana de tardanza —y no a to­
dos— apenas dos pares de mascarillas y dos pares de guantes que
se rompían con facilidad. Los contagios empezaron a darse en el
personal policial sin recibir atención porque los jefes los obliga­
ban a «mostrar detenidos». Hasta que un personal policial decidió
hacer circular en las redes sociales una denuncia contra el general
Héctor Petit Amésquita, director de Administración de la Policía
Nacional, por la licitación favorable a la empresa Emotion Group
que, a cambio de 2 millones de soles, debía proveer 22 900 racio­
nes de rancho frío para los efectivos policiales. Lo sorprendente
es que cada rancho valía 87 soles, algo así como almorzar en un
restaurante de Gastón Acurio. Emotion Group ganó, además, una
segunda licitación por 8 millones de soles para la adquisición de
mascarillas.
Lo delictivo de estas licitaciones no eran solo los 10 millones de
soles en precios infladísimos, sino que la empresa Emotion Group
se dedica a la venta de... autopartes y llantas para automóviles y,
además, utilizó una dirección inexistente. La denuncia fue cre­
ciendo en las redes, mas no en los medios de comunicación, y el
ministro Carlos Morán, en lugar de investigar, decidió autorizar
al general Petit a salir en el programa Punto Final con la idea de
desmentir la información. Sin embargo, el ardid no les resultó por­
que un reportero de ese programa honró su oficio y denunció los
hechos. Ante la denuncia pública, ¿qué hizo Morán y qué exigió el
presidente Vizcarra? Nada. Ninguno hizo nada. Morán se limitó a
decir que «la compra no se había concretado», como si eso signifi­
cara inocencia, y Petit siguió en funciones.
Pero los ánimos del personal policial se enardecieron cuando
el 10 de abril, el alto mando decidió suspender al suboficial
Dante Reátegui de la comisaría de Breña por reclamar pruebas
de COVID-19, mascarillas y guantes. Se sancionaba a un efec­
tivo policial por exigir implementos de trabajo y cuidado a la
salud de sus compañeros y, a la vez, se mantenía en funciones
a un general corrupto.
El 12 de abril, a Moran y su cúpula no le quedó otra salida que
«remover» del cargo al general Héctor Petit, jefe de la Dirección de
Administración. ¿Lo pusieron a disposición de una Fiscalía? No.
Morán lo reubicó en la Comisión Consultiva de la Comandancia
General de la PNP. ¿Por qué recibió ese trato cómplice? Un policía
cuajado en investigaciones señala: «Cuando los jefes protegen es
porque no quieren que el infractor hable para que no los com­
prometa o los delate». La deducción es inevitable: en medio de la
pandemia, la corrupción habita en las más altas esferas policiales.
Para un corrupto, la oportunidad era irrepetible: 100 millones de
soles entregados sin control por la dadivosa ministra de Economía,
María Antonieta Alva.
Lo de Petit es apenas un caso y gracias a la reacción del fiscal
anticorrupción, Reynaldo Abia Arrieta, se encuentra actualmente
en investigación.
Para no alargar la historia que ya tendrá momento de ser narrada
con sumo detalle, hay que decir que el millonario latrocinio con­
tinuó mientras 11 valerosos policías morían, 1300 se contagiaban
y, además, ponían en riesgo a sus modestas familias. Se realiza­
ron otras millonarias y fraudulentas licitaciones con las empresas
Finance Group G & P S.A.C., Five Networks Solutions S.A.C.,
Uniform Sniper E.I.R.L. Entre los accionistas de estas empresas de
fachada se encuentran, por ejemplo, una estudiante de la univer­
sidad César Vallejo, Stefanny Bazán Solier, o la esposa del general
Gino Coletti. Se dedicaron a armar licitaciones para llevarse el di­
nero. El caso se encuentra a cargo de la fiscal Mónica Silva Escudero
de la Segunda Fiscalía Especializada en Delitos de Corrupción de
Funcionarios, y no sabemos si cumplirá con su tarea.
Estos hechos eran conocidos desde el 26 de marzo. ¿Por qué el
presidente Vizcarra tomó la decisión de apartar del cargo al minis­
tro Morán recién el 25 de abril? Porque en el Ejecutivo se entera­
ron de que el contralor general de la República, Nelson Shack — el
mismo a quien el Gobierno le discutió los fondos para las labores
de control— iba a hacer públicos informes sobre la corrupción
policial. Para evitar el ocultamiento, el contralor Shack, el día de
la salida de Morán, declaró: «Las próximas semanas van a estar
saliendo una serie de informes. Nos llegaron varias denuncias de
malos procesos de contrataciones con presuntas irregularidades».
Para decirlo en lenguaje penal, los presuntos implicados son
los generales Carlos Moran Soto, ex ministro del Interior; José
Luis Lavalle Santa Cruz, ex comandante general; Héctor Petit
Amésquita, director de Administración; Juan Carlos Sotil Toledo,
jefe de la Dirección de Investigación Criminal; coronel Nolberto
Miranda Salez, administrador de presupuestos.
Cuando usted vea en las calles a los valerosos policías, respéte­
los y dígales gracias. En estas condiciones trabajan: a merced de
jefes infames y corruptos.
¿HOY ES MIÉRCOLES?
29 DE ABRIL DE 2020

La tediosa conferencia presidencial de más de dos horas parece


dejar como balance que hay más peruanos contagiados, pero tam­
bién más peruanos que empiezan a darse cuenta de la siniestra
irresponsabilidad de un Gobierno que ha elegido a la mentira
como mecanismo para simular que se está enfrentando los estra­
gos del coronavirus. Una vieja frase atribuida a Abraham Lincoln
dice: «Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes en­
gañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el
mundo todo el tiempo». Y no se puede por una sencilla razón: la
realidad es una sola. Los discursos, las justificaciones, las omisio­
nes terminan siempre derrotadas por la realidad.
Esta vez, la estrategia elegida fue recurrir a las estadísticas.
Se dispararon cifras comparativas del Perú con países europeos
y asiáticos. Un ejercicio inútil porque no se pueden comparar
situaciones muy distintas en número de habitantes, sistemas sa­
nitarios, formas culturales. Las estadísticas comparativas solo
tienen sentido cuando existen criterios comunes. Cuando se
usan como lo hizo el presidente Vizcarra el día de hoy, se ingresa
al terreno de las estadísticas como una forma del engaño. Solo
faltó comparar el número de estornudos de un chino en invierno
con los de un charapa en verano para decirnos que en Iquitos la
situación está controlada. Ya en el siglo pasado, el escritor Mark
Twain había alertado de esta forma de engaño cuando señaló:
«Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras
y las estadísticas».
La conferencia de hoy tuvo de todo, incluso material para me-
mes, como aquello de hacer compras en un mercado y llevarse
como yapa la COVID-19, un disparate surgido por esa necesidad
de echarle toda la culpa a la gente con tal de no asumir los errores
propios. Pero el balance preocupa porque estamos en manos de un
gobernante que está envuelto en la telaraña que él eligió tejer.
Puso en el escenario a un seudo humorista llamado Frank Britto
Palacios — «Una cocina Surge para el que me diga cuántas camas
hay en UCI»— . Si su intención fue amenizar el tedio de la con­
ferencia, entonces estamos en serios problemas porque este señor
es el responsable de las unidades de cuidados intensivos en el país,
el lugar al que un enfermo llega a luchar por su vida. Cómico (de
mal gusto), médico en sus ratos libres, cerró su intervención con
esta frase que irá al compendio de disparates: «El virus es rápido,
pero vamos detrás de él»; es decir, estamos perdiendo.
Otro asunto que aterra es haber visto a la Dra. Pilar Mazzetti
dictando a la teleaudiencia, cual farmacéutica, una receta para
combatir al coronavirus. ¿Nos anunció que tendremos que auto-
medicarnos porque esta mañana los médicos dijeron que les faltan
manos? La Dra. Mazetti es la jefa del Comando COVID-19.
Aquel que está a cargo del diseño de las conferencias del medio­
día es un cínico redomado porque no estamos en campaña polí­
tica, estamos en una crisis con muertos, desempleo y hambre. En
la conferencia de hoy necesitaban otro tipo de espectáculo y recu­
rrieron a las estadísticas y al cómico disfrazado de médico porque
son conscientes del desgaste que han tenido el ministro de Salud,
Zamora (al que le saltaron los muertos que ocultaba con su adefe­
siero lenguaje de ONG) y la ministra de Economía, Alva (que dis-
pendia el dinero con prodigalidad). El propio Gobierno empieza a
percibir que el estilo de hablar mucho sin decir nada inaugurado
por el premier Vicente Zeballos, ya no da más.
Hay que preocuparse, pero sobre todo exigir de una vez un
cambio absoluto de estrategia. El Gobierno debe admitir en un
gesto de respeto y decoro que no sabe manejar esta crisis, que su
elenco de setenta y cinco asesores tiene un error de base porque
fueron elegidos con criterios políticos, y esta no es una campaña
política. Aquí se trata de la vida y la economía de los peruanos. La
prensa de una buena vez haría bien en ejercer su rol y presentar la
verdad de lo que está ocurriendo en lugar del silencio cómplice.
Cuando un presidente dice: «Vamos a castigar los actos de co­
rrupción; tengan la seguridad de que los culpables serán identifi­
cados» y el país sabe quiénes son, significa que está diciendo una
mentira; cuando dice que «siente el hambre» de los que caminan
en las carreteras, pero almuerza bien y no hace nada por ellos,
estamos en un problema que se llama demagogia; cuando se le
escucha decir: «¿Hoy es miércoles? ¿Sí? ¿Es miércoles? Uno pierde
el sentido del tiempo», significa que estamos como el astronauta
con la nave averiada flotando en el espacio y diciendo: «Houston,
tenemos un problema».
LOS MÉDICOS DE IQUITOS
9 DE MAYO DE 2 0 2 0

Fue conmovedor y desesperante escuchar esta mañana al médico


Harold Cervantes internado en la cama 9 del área de Medicina
General del Hospital Regional de Iquitos, expresando en Radio
Programas del Perú su desesperación porque sabe que tiene a la
muerte cerca. Él y seis colegas están doblegados por el coronavirus
y su única opción para vivir es ser trasladados a Lima. El médico
contagiado por cumplir generosamente con su deber dijo, con la
voz tenue, dificultosa: «El cuadro está avanzando, mi pulmón se
está complicando, no puedo respirar; igual mis colegas», y con una
pausa obligada por el poco aire entregó una frase dolorosa: «No
queremos ser una estadística».
El decano del Colegio Médico del Perú, Miguel Palacios, llamó
a la radio y manifestó que están gestionando el alquiler de una
avioneta para trasladar a los siete médicos desde la colapsada ciu­
dad de Iquitos. Necesitan la urgencia de un vuelo que podría sal­
varles la vida. El periodista, sorprendido, le pregunta: «¿Por qué
alquilar si el Ejército tiene aviones que se usan para vuelos huma­
nitarios?». El decano da una respuesta que sobrecoge: «Hace días
que estamos en gestiones. Anoche logramos hablar con el ministro
de Defensa y nos ha dicho que es necesario que el pedido lo haga
el ministro de Salud».
El periodista, asombrado, repregunta: «¿Está hablando de un
trámite burocrático? el Dr. Cervantes no puede respirar y está ha­
ciendo un esfuerzo sobrehumano al llamarnos a la radio en esas
condiciones y esto no se puede resolver por trámites burocráti­
cos?». Sí, la burocracia. El decano precisa: «Hemos hablado con
varios generales y también nos han dicho que el ministro de Salud
tiene que solicitarlo. Por eso estamos buscando alquilar una avio­
neta para nuestros médicos».
El Dr. Cervantes, postrado en la cama 9 en el hospital de
Iquitos, escucha y se echa a llorar. Sabe que la burocracia es socia
de la muerte. Sabe lo que sigue. El inaccesible ministro de Salud,
Víctor Zamora Mesía, volverá a salir en el tedioso mediodía con
su discurso de estadísticas, miles de camas ficticias, supuestos
puentes aéreos con engañosas toneladas de oxígeno. Buscará es­
conder con mentiras su ineptitud y sus decisiones basadas en
criterios políticos.
En esta línea va un mensaje a los bárbaros que se esmeran en
exhibir su ignorancia a través de comentarios de este tipo: «Era
inevitable que esto pase»; «Ni los Estados Unidos de Norteamérica,
ni Rusia, ni Tombuctú pueden». O recurren a descalificar con el
facilismo de la frase «¿Cuál es tu propuesta?» o el vulgar insulto.
A esos les recuerdo que, por supuesto, la pandemia nos iba a des­
bordar; por supuesto que somos un país sin una estructura sani­
taria y que los centros comerciales nos interesan más que la salud.
Claro que lo sé. Lo que alguna gentuza no quiere entender, sabrá
Dios por qué razones, es que existían medidas que se podían to­
mar para aliviar —no solucionar— , repito: aliviar, la tragedia.
Pero, un Gobierno de burócratas desalmados no quiere entender
que se necesita organizar equipos en lugar de ministros hablando;
equipos de trabajo con acciones concretas y no exposiciones tele­
visivas. Para esa organización hubo tiempo desde marzo, pero en
el día 55 hay un presidente de la República que sigue diciendo:
«Estamos evaluando».
L O S M É D IC O S D E IQ U IT O S

¿Acaso no se podía prever que se necesitaría oxigeno tra­


tándose de un virus que afecta a los pulmones? Cuando dos
sacerdotes en Iquitos lograron una gran colecta solidaria para
comprar ese producto, recién ahí se le ocurrió al Gobierno un
puente aéreo con oxígeno, y no sabemos si realmente se está
realizando. A eso me refiero. Están haciendo política, están pen­
sando en las cuestionables encuestas realizadas con ciudadanos
encerrados en sus casas, están pensando en su imagen mientras
la gente se desespera y los médicos y policías se contaminan.
Están realizando licitaciones para robar. Seguramente están eli­
giendo al «mejor postor con la mejor comisión» para el oxígeno
y por eso se demora su entrega.
Hay que ser un infeliz para insistir en conferencias de prensa
plagadas de mentiras cuando la gente se muere y ni siquiera se
recogen sus cuerpos, pero el 10 de abril anunciaron «en una mues­
tra de acciones articuladas» que un «equipo humanitario estará
a cargo del recojo de cadáveres de personas que mueran por la
COVID-19» y anoche, en Lince, un ataúd fue dejado en medio de
la calle porque nadie recogió al fallecido. Pero dan cifras mientras
les importa un bledo entender que detrás de cada cifra hay un ser
humano, una familia, una angustia. Y peor todavía: para sus men­
tiras usan cifras falsas.
Al día de hoy no son 1814 los muertos. Se acercan a los 7 mil.
Se llenan la boca diciendo que «los médicos y enfermeras consti­
tuyen la primera línea de acción y los estamos respaldando», pero
no les dan la protección básica y un noble médico de apellido
Cervantes tiene que llamar, con el poco aire que le queda, a RPP
para pedir que él y sus colegas sean auxiliados y que el abandono
no los convierta en una estadística. ¿Por qué es necesaria la men­
tira? ¿Por qué esa falta de respeto en cada mediodía del presidente
Vizcarra y su corte de incapaces? ¿Por qué insisten en manejar la
crisis un conjunto de burócratas en lugar de formar grupos de
trabajo eficientes?
Nunca la realidad se puede esconder con mentiras. Hay que ser
mísero para usar, en este país pobre y aturdido, técnicas informa­
tivas del nazi Goebbels para mostrar a la gente una realidad falsa
y que la masa termine creyendo por un tiempo... pero no para
siempre. Aquellos que aplauden a los burócratas del mediodía por­
que piensan que el virus no los tocará, aquí tienen la historia real
y cruda de los médicos de Iquitos. A ver si dejan de autoengañarse
o, en todo caso, aplaudan (o insulten) a sabiendas de que esto que
se relata les puede ocurrir.
INSÓLITO M INISTRO
PARA UN EXTRAÑO PAÍS
I I DE MAYO DE 2 0 2 0

Escucho pasmado a periodistas, que considero inteligentes, sol­


tar frases como esta: «No es conveniente cambiar al ministro de
Salud en las actuales circunstancias», o esta otra: «Si el ministro
de Salud se disculpa con los médicos podrían seguir juntos por­
que no es oportuno hacer un cambio», y hasta le proponen «hacer
una autocrítica para poder seguir en el cargo». ¿En qué momento
perdieron la capacidad de evaluar hechos? ¿En qué instante deja­
ron de analizar situaciones en lugar de repetir clichés? ¿Acaso no
tienen familiares que pueden ser víctimas de la ineptitud? ¿Cómo
se puede ser contemplativo y admitir que siga siendo autoridad un
sujeto que abandona médicos al borde de la muerte y lo admite y
lo justifica?
Precisamente, por la gravedad de esta coyuntura, el retiro del
ministro Zamora es impostergable para evitar que siga causando
más daño con sus diversas decisiones equivocadas y sus constantes
mentiras —¿acaso no reportó menos muertos de los que realmente
existen?— . ¿Cómo se puede pensar que con disculpas o autocríti­
cas el ministro Zamora va a volverse de pronto capaz? ¿Creen que
su ausencia de sensibilidad lo va a convertir en un hombre que
respete la vida de médicos o de cualquier ciudadano? Allí están
los hechos. Puede abandonar médicos en peligro de muerte, pero
también decide que la población use obligatoriamente guantes y
24 horas después, con la misma cara inexpresiva, sostiene que se ha
dado cuenta de que los guantes no deben usarse porque transmiten
el coronavirus. ¡Y es el ministro de Salud!
Nadie repara en un detalle inaceptable: el ministro Zamora no
toma decisiones de salud pública; toma decisiones políticas. Es un
hombre de izquierda con una agenda que comparte con el pri­
mer ministro Zeballos. Una muestra es el nombramiento de su
amigo Juan Arroyo Laguna como jefe de gabinete de asesores del
Ministerio de Salud. ¿Quién es Arroyo? ¿Un experto en salud pú­
blica? ¿Un experto en manejo de situaciones de crisis? ¿Un experto
epidemiólogo? NO. Es un sociólogo. Sí, usted ha leído bien: un
sociólogo que, además, ha convocado como asesores, con la venia
de Zamora, a cuarenta «especialistas de las ciencias sociales» allí
donde tendrían que haber médicos y expertos en la materia. Algo
más. El sociólogo Arroyo Laguna fue viceministro de Salud en el
año 2017 y duró en el cargo menos de tres meses por su incapaci­
dad en asuntos de salud.
Es por este sesgo político-sociológico que Zamora, desde el ini­
cio de su gestión, con inmensa irresponsabilidad, no quiso tomar
en cuenta la opinión de los especialistas, de los médicos, de los
epidemiólogos y entró en conflicto con el Colegio Médico. ¿No
recuerdan que cuando empezaron a salir en televisión críticas de
especialistas como el Dr. Ciro Maguiña, recién los convocó, no
por convicción, sino por razones de imagen, y siguió insistiendo en
no admitir sus consejos? Basta revisar las noticias.
Y ya no hagamos referencia a sus campañas de autopublicidad y
a su operador encargado de difundir agravios contra quienes cues­
tionan a Zamora. Politiquería infame cuando la vida y la salud de
los peruanos está en juego.
Así andamos. Los ciudadanos con mascarillas y los encargados
de las noticias y los análisis con una venda en los ojos. Es grave.
Y esa gravedad la resume con su habitual precisión el escritor y
periodista español Arturo Pérez-Reverte: «El problema no es que
alguien con poder sobre vidas y economías mienta. Todos lo ha­
cen, tarde o temprano. El problema grave es cuando a demasiada
gente no le importa en absoluto que les mientan».
UN MÉDICO VALE
POR MUCHOS HOMBRES
1 2 DE MAYO DE 2 0 2 0

Existen quienes exhiben sin pudor su tremenda ignorancia y, so­


bre todo, una brutal ausencia de sensibilidad. Les parece bien el
abandono a nuestros médicos. Unos alaban al ministro de marras
respaldando su argumento de que «la Constitución exige igual­
dad y los médicos no son privilegiados para que los traigan en
avión»; otros, directamente necios, lo respaldan por razones polí­
ticas: «Zamora es de izquierda, por lo tanto, aquel que lo critica
es fujiaprista». No se detienen un instante a pensar que son los
médicos, las enfermeras, los choferes de ambulancias y todos los
que integran el cuerpo médico, los que están poniendo en riesgo
sus vidas para proteger y salvar las vidas de otros.
En este país no es pecado no abrir un libro, pero sí es una ver­
güenza ponerse a opinar desde la ignorancia. Para esa gente las
líneas siguientes:
En el Canto xi de la Ilíada, el médico Macaón es herido en
batalla. Entonces, el guerrero Idomeneo le pide al rey Néstor que
auxilien a Macaón, el médico. Lo hace con estas palabras: «Un
médico vale por muchos hombres por su pericia en arrancar fle­
chas y aplicar calmantes».
Homero escribió la Ilíada en la segunda mitad del siglo vm
a. C. No existían aviones para el traslado, pero sí caballos. Y enten­
dían perfectamente lo que vale un médico. Ha pasado muchísimo
tiempo y es una desgracia que, tantos siglos después, los ignorantes
y los despiadados se nieguen a entender que lo cometido por el
ministro Zamora al negarles un traslado a médicos al borde de la
muerte es una barbaridad que lo hace indigno del cargo.
A su vez, el primer ministro, Vicente Zeballos, se aprovecha del
Día de la Enfermera para difundir este mensaje: «Hoy hacemos
llegar nuestro reconocimiento y agradecimiento a las enfermeras y
enfermeros del Perú, quienes realizan una ardua labor frente a la
emergencia por el coronavirus, las 24 horas del día y en todos los
rincones de nuestro país».
A ese personal, el Gobierno al que pertenece Zeballos no le
entrega adecuados implementos de protección. Tienen que com­
prarse, con sus escasos ingresos, mascarillas, guantes y uniformes,
y cuando los escasos soles no les alcanzan, en Lima y en provin­
cias, en lugar de guantes tuvieron que atender con bolsas plásticas
y como elemento de protección recurrieron a las bolsas negras usa­
das para almacenar desperdicios.
Hace unos días la decana del Colegio de Enfermeras, Liliana
La Rosa, indicó que han fallecido dos enfermeras y doce técni­
cos, siete se encuentran en cuidados intensivos y más de seiscien­
tas enfermeras tienen diagnóstico de COVID-19 positivo. Lo de
Zeballos es un retrato de la miseria humana. Su saludo protocolar
muestra su desprecio por la real situación que se vive.
Aquella gente anómala que en el caos de la pandemia gusta de
aplaudir o respaldar a pésimas autoridades, acaso debería aprender
a respetar y valorar a los médicos y a las enfermeras, seres valiosos
que, desde la Antigüedad, hace siglos, significan mucho porque
están dispuestos a arriesgar sus vidas para cuidar las nuestras.
EL S W IN G DE DOÑA MIRIAIM
30 DE MAYO DE 2 0 2 0

En el Perú actual, para hacer política no se necesita ningún ta­


lento. El efecto lo padecemos los ciudadanos pero lo celebran los
caricaturistas: les alivia el trabajo. Pocas veces hubo tantos acto­
res decididos a tan estridente ridículo. Lástima dolorosa que sea a
costa de la vida de miles de peruanos.
Esta vez estamos en manos de los populistas, una temible es­
pecie, porque detrás de todo populista se esconde un inepto con
iniciativa, un género capaz de destruir un país a punta de errores
envueltos en discursos falsos. Un modelo de populista sin brillo es
el sórdido presidente de la República, Martín Vizcarra. Al verlo,
un cincuentón dirá: «Populistas, los de mis tiempos». Es verdad,
Fernando Belaunde solía divagar con cierta elegancia y Alan García
mentía con tanta convicción que se creía sus propias mentiras.
Vizcarra es rústico. Sale en televisión en el horario de almuerzo
a sabiendas de que los peruanos ya no tienen qué comer. Cree él
que puede ser, a la vez, pan y circo. Acaso su única virtud sea supe­
rarse a sí mismo. Lo consiguió este mediodía. Alzando la voz y con
falsa indignación proclamó que su gobierno no es «el gobierno del
tarjetazo». Así, intentó convencernos, sin mencionar su nombre,
de algo imposible de creer: que no le consiguió el puesto de ase­
sor del ministerio de Cultura a su íntimo protegido, ese grotesco
bufón llamado Richard Swing. No se ha percatado el padrino-
presidente de que en las redes sociales — ese lugar cibernético que
ahora hace el trabajo del silencioso cuarto poder— se exhiben los
vulgares deméritos de su (sospechoso) ahijado.
Si algo caracteriza al populista es el desparpajo y Vizcarra lo
ejerce sin límites, como consta en este insolente párrafo que en su
entorno debe generar risas: «El haber participado de una campaña
política no da derecho a un cargo público. Eso se gana con trayec­
toria. Este no es el gobierno como otros del tarjetazo. Los cargos
se obtienen por mérito propio».
Mentir con tanta desfachatez tiene un costo. Aviva la memoria
de aquellos que no queremos ser engañados. No es Richard Swing
el único que exhibe «mérito propio» en «el gobierno sin tarjetazos».
Digamos como cierto esperpéntico personaje de antaño: «Que
pase el siguiente», y quien sigue en la lista del «mérito propio» es la
señora que manda y ronca en Palacio de Gobierno, doña Mirian
Maribel Morales Córdova.
Dice ser abogada especialista en gestión medioambiental y con
estudios en Antropología. Es famosa en los pasillos pendientes de
investigación. Si bien aún no ha alcanzado la terrible inmortalidad
de los titulares, es conocida como la mano derecha (y, sobre todo,
izquierda) de Martín Vizcarra. En el entorno palaciego dicen de
ella que es consejera y confidente presidencial con mando, ama de
llaves de la agenda presidencial, primera ministra en la sombra, su­
pervisora del Consejo de Ministros, autora de renuncias exigidas y
también afable recolectora de «funcionarios de confianza». Es tan
vigorosa su presencia que hasta los históricos fantasmas republica­
nos de Palacio de Gobierno aseguran que nada, ni ellos, pueden
moverse si doña M irian no da su venia.
Fue voceada como primera ministra en marzo de 2019 pero fue
un lapsus de vanidad descartado con prontitud porque sus tareas
necesitan de las sombras, sombras que la impertinente Contraloría
General de la República — a la que detesta el Sr. presidente— ilu­
minó a raíz de la costosa remodelación, sin sustento suficiente, de
la cocina y comedor de Palacio de Gobierno. Avive el seso y re­
cuerde el peruano olvidadizo que así debutó doña Eliane Karp de
Toledo: remodelando Palacio de Gobierno con costosas facturas
sobre compras que fueron, unas cuantas, a Palacio y, muchas otras,
a la casita conyugal de Camacho.
Los políticos populistas suelen ser regionalistas. Don Martín
y doña Mirian lo son. La cuestionada remodelación de cocina y
comedor — Perú, país gastronómico— fue realizada por la em­
presa MLE Contratistas Generales, cuyo gerente es Luis Enrique
Espinoza Chacón, ¿natural de dónde? Sí, de Moquegua.
Pero estamos citando un pecadillo menor si se compara con los
pecados mayores que habrán de asomar cuando concluya la tragedia
de la COVID-19. El escándalo de la contratación de Richard Swing
—a quien recibía en Palacio doña Mirian— es apenas el hilo de una
suculenta madeja que asomará si es que los medios de comunicación
se acuerdan de que su rol no es la adulación, sino la información, la
investigación. Digamos, buscar y mostrar la verdad.
Mientras tanto, sigan aplaudiendo los que gustan de aplaudir
el engaño y sigan cantando, si es que aún cantan en los balcones
el Contigo Perú. La cruel evidencia es que ya vamos rumbo a los
cinco mil muertos oficiales (los reales suman una cifra mayor) y los
155 671 contagiados que anunciaron hoy, son muchísimos más. Y
sigue la farsa del mediodía.
Recordemos, queridos compatriotas (incluyo a los que van a
insultar por estas líneas), que Montesinos tuvo su Pinchi Pinchi,
Toledo su Eliane, Húmala su Nadine, y cuando un país no aprende
de su historia, la vuelve a repetir mientras aplaude al que no debe
aplaudir y mientras tolera que se ejerzan poderes como los que hoy
usurpa doña Mirian en el gobierno de los «méritos propios».
EL «ERROR» DE UN BRIBÓN
2 2 DE JUNIO DE 2 0 2 2

Esta mañana hizo un tour por los complacientes medios de co­


municación, el médico Oscar Ugarte Ubilluz. Está siendo presen­
tado casi como un héroe por haber superado el contagio por la
COVID-19 tras haber acudido al infierno de Iquitos. Lo llamativo
es que en Iquitos y en otras ciudades hay médicos muertos en ejer­
cicio de sus funciones a los cuales nadie les da el espacio mediático
que se le está otorgando a Óscar Ugarte, actual gerente central de
Operaciones de EsSalud.
En realidad, lo que hay detrás es un intento de protegerlo dis­
frazando con una campaña de imagen su gravísima responsabili­
dad por la muerte de tantos peruanos a causa de la falta de oxígeno
medicinal, a la que se prestan algunos periodistas sin tener un
mínimo de vergüenza.
Están muriendo miles de pacientes en hospitales y en sus ca­
sas. Seres humanos que podrían salvar sus vidas si existiese un
balón de oxígeno. ¿Por qué no hay y, si lo hay, por qué tiene un
precio elevadísimo? El origen de esta grave situación corresponde a
Óscar Ugarte, pues, el 26 de enero de 2010, cuando era ministro
de Salud del alanismo, firmó la Resolución Ministerial N.° 062-
2010/Minsa que implantó un requisito innecesario pero eficaz
para montar un negociado: impuso que el suministro de oxígeno
medicinal debía contar con una concentración del 99 % de pu­
reza. Con esta medida, Ugarte puso fuera de juego a TODOS los
productores nacionales y concentró la producción y los precios en
apenas dos corporaciones: Linde (alemana) y Air Products (nor­
teamericana). Un oligopolio que lleva una década con suculentos
beneficios económicos y que hoy está generando muertes de pa­
cientes que podrían salvarse. Si eso no es algo criminal, ¿entonces
qué es?
Esta mañana, con enorme desparpajo y utilizando el efectismo
de ser «sobreviviente» de la COVID-19, Oscar Ugarte dijo, en las in­
dulgentes entrevistas que le hicieron: «Mirando retrospectivamente
eso fue un error, sin duda fue un error». Para él, fue apenas un error;
para miles de familias significa la muerte de sus seres queridos.
En cuanto al absurdo de haber fijado en 99 % de pureza un
oxígeno que durante años se había producido en Perú con 93 %
de pureza y sin ningún problema médico, Ugarte dijo, con la
soltura que corresponde a un bribón: «Probablemente lo puedo
reconocer como error, no revisamos el informe técnico», y en
una muestra de cinismo añadió: «Quizás detrás de eso había in­
tereses». Este sujeto ocupa en plena pandemia un cargo clave en
EsSalud: gerente central.
Ugarte dice: «Quizás hubo intereses». Sin darse cuenta confesó
que, por supuesto, hubo intereses y un negociado en el cual par­
ticipó. Desde el punto de vista médico, no existe razón alguna, ni
en Perú ni en Marte, para exigir oxígeno medicinal con 99 % de
pureza, porcentaje que, además, nadie ha verificado si efectiva­
mente se cumple. Cuando Oscar Ugarte firmó ese beneficio que
encareció el oxígeno medicinal era ministro de Salud del corrupto
gobernante Alan García Pérez y este lo sostuvo en el cargo desde el
14 de octubre de 2008 hasta el 28 de julio de 2011, casi tres años
a pesar de varias controversias.
Ugarte no es aprista. Su origen político es infame: fue llevado
al gabinete ministerial de García Pérez por quien fuera miembro
del grupo terrorista MRTA, Yehude Simon Munaro, quien ejerció
como primer ministro de García y actualmente está siendo proce­
sado por lavado de activos en el caso Proyecto Olmos.
Ugarte no es el «heroico médico contagiado por la COVID-19»
que la prensa nos quiere vender. Es el directo responsable de miles
de muertes por falta de oxígeno. Es el responsable de que ahora
veamos esposas e hijos poniéndose de rodillas en los hospitales
suplicando por un balón de oxígeno para el familiar que se muere;
es el responsable de que en Iquitos los sacerdotes hayan tenido que
hacer colectas para generar oxígeno; es el responsable de que los
precios del oxígeno se hayan encarecido brutalmente porque fue
él quien rompió el mandato de la libre competencia que exige la
Constitución y le entregó el mercado al oligopolio conformado por
dos corporaciones extranjeras: Linde (Alemania) y Air Products
(EE. UU.) que concentraron, según una investigación del portal
Ojo Público, las ventas de oxígeno medicinal destinado a los hos­
pitales del Ministerio de Salud, EsSalud y Gobiernos regionales
con ingresos que ascienden a casi 400 millones de soles.
Lo que irresponsablemente califica como un «error» el rufián
Oscar Ugarte no es un error, sino un acto punible. Hace siete años
Indecopi sancionó a estas dos empresas por incurrir en la práctica
ilegal de repartirse el mercado del oxígeno, práctica que fue posi­
ble por la resolución ministerial que Ugarte les facilitó cuando era
ministro de Salud. La multa impuesta fue de 21 millones de so­
les. ¿Qué hicieron las dos corporaciones? ¿Corrigieron la situación?
¿Pagaron la multa? No. Se zurraron en el mandato de Indecopi y
se fueron a litigar al Poder Judicial durante siete años. Recién hace
unos días, la Corte Suprema ha resuelto que estas empresas deben
pagar 24 millones de soles que corresponden a la multa impuesta
más intereses. ¿Pagarán? Y por las muertes que han ocasionado,
¿quién responde?
Si Ugarte considera que fue un «error», entonces debe solicitar
de inmediato al presidente Vizcarra y al ministro de Salud la de­
rogatoria de la Resolución Ministerial N.° 062-2010/Minsa que
él firmó, y estos dos últimos poner fin al oligopolio del oxígeno
medicinal para los hospitales.
No lo van a hacer. No les interesan los peruanos que mueren
y hay agua turbia debajo que el tiempo terminará mostrando, y si
este país tiene dignidad y honra la memoria de sus muertos ten­
dría que pedirle cuentas al trío Martín Vizcarra, Víctor Zamora
y Óscar Ugarte por los fallecidos que pudieron salvarse. No se
pueden amparar en el colapso de los hospitales. El negociado del
oxígeno medicinal existía desde antes de la pandemia y sigue exis­
tiendo en plena pandemia, y no hacen nada por ponerle fin.
LA M ENTIRA ES UNA OFENSA
2 8 DE JULIO DE 2 0 2 0

El silencio vergonzoso de la prensa no va a lograr ocultar lo ocurrido


este mediodía de 28 de julio. Martín Vizcarra, con un mensaje a
la Nación saturado de mentiras, ausente de autocrítica y plagado
de anuncios imposibles de realizar, incurrió en una inmensa falta
de respeto a los peruanos. El país tiene, hoy, más de cuarenta y
tres mil muertos y va, dolorosamente, rumbo a los cincuenta mil
y más, y el gobernante que ocultó deliberadamente las cifras mor­
tales que iban creciendo desde el mes de abril, sigue mintiendo.
Cuando día a día mueren decenas de personas y esta situación
sombría y siniestra continúa, significa que estamos ante una tra­
gedia que abate al país. Entonces, no había lugar para un discurso
similar al de una asunción de mando con una lista falsa de obras
imposibles de ser realizadas en los meses que le quedan.
Vizcarra pretende ocultar una realidad brutal. En 135 días
existen más muertos que en doce años de terrorismo. Es cierto
que nuestro sistema sanitario se iba a desbordar, pero tampoco
debía significar que el Perú ocupe el segundo lugar de contagios y
muertes en Sudamérica y el sexto lugar en el mundo. Esa situación
es responsabilidad directa de un Gobierno que unió incapacidad,
burocracia e ideología para llevarnos a un nivel de muertos que se
pudo evitar.
Su mensaje tuvo, junto a las mentiras, un pasaje repulsivo que
conduce a una pregunta: ¿cuánta miseria moral puede existir en
un gobernante cuando anuncia un bono para los huérfanos? Ese
anuncio es un repugnante aprovechamiento de la muerte. El popu­
lista atroz que habita en este hombre pretende esconder decenas de
miles de muertes comprando el dolor con una limosna de 200 soles
a quienes han perdido a sus padres por la ineptitud y la corrupción
de su gobierno. ¿Un padre o una madre fallecidos tienen un precio?
¿Con 200 soles —nadie sabe cuándo ni cómo se entregarán— pre­
tende tender una cortina para ocultar sus graves responsabilidades?
Todo aquel que ha tratado con Vizcarra percibe su nivel de
ignorancia, y esa ignorancia le hace pensar que lanzando bonos
a diestra y siniestra va a lograr impunidad y aplausos. El po­
pulismo suele estar hecho de personajes de esa calaña y, por lo
mismo, las gestiones populistas destruyen países. Vizcarra y su
íntima funcionaría M irian Morales, que gobierna a su lado usur­
pando funciones, no entienden ni perciben que el verdadero po­
der, el auténtico poder no está en Palacio de Gobierno.
El poder real habita en otros lugares y no tiene plazo de venci­
miento como sí lo tiene el poder del gobernante. Ese poder puede
estar en grupos económicos que habrán de bajarle el dedo cuando
ya no sea útil o en sectores sociales que habrán de hartarse y ex­
presen su cólera o, tal vez, ese poder sea ejercido por uno, dos o
tres funcionarios que terminen revelando las miserias cuando sean
víctimas de actitudes desleales. El poder real es superior al poder
palaciego y cuando da el golpe de gracia, no hay bono que proteja.
Es cuestión de tiempo. Sigan insultando a quien escribe estas lí­
neas. Una vez, hace años, aprendí algo valioso de un personaje real
que aparece en textos de García Márquez. Me refiero al periodista
venezolano Teodoro Petkoff. En una charla, junto a un querido
amigo, Petkoff nos dijo: «Cuando veo que aplauden lo que no se
debe aplaudir, siempre les digo a los aplaudidores: “Sigan, nomás,
los espero en la bajadita”».
DE ALGO IMOS TEIMEMOS QUE MORIR
25 DE AGOSTO DE 2 0 2 0

Aprendí mucho de este país gracias al periodismo. No el de escri­


torio, sino el que consiste en ir al lugar de los hechos y observar y
acercarse a la gente, sin juzgarla y haciendo el esfuerzo por entender
el contexto. De ese modo aprendí una amarga lección: vivimos en
un país autodestructivo con un inmenso sector de pobladores que
cree que se puede rivalizar con la muerte. En distintas regiones pude
observar que cuando existe un riesgo y alguien pide prudencia se le
suele responder: «De algo nos tenemos que morir».
Es cierto, la única certeza del ser humano es que no logra­
remos evitar la muerte, pero, por lo mismo, deseamos que el
momento llegue lo más tarde posible. Sin embargo, millones de
peruanos tienen la asombrosa costumbre de retar a la muerte.
Suben a buses interprovinciales a sabiendas de que el chofer está
borracho; en caminos peligrosos le piden velocidad al conductor;
construyen sus viviendas allí donde el río se desbordará; se enve­
nenan con extraños brebajes de curanderos y, ahora, en tiempo
de pandemia, se amontonan en discotecas como en un verano en
la populosa playa Agua Dulce. Son los peruanos que se echan un
pulso con la muerte bajo la bandera que algún suicida inventó:
«De algo nos tenemos que morir».
Existe también la costumbre de normalizar la violencia, cuyo
efecto fatal es acostumbrarse a la presencia de la muerte. Los doce
años de terrorismo no sirvieron para tener lecciones aprendidas.
En lugar de enseñarles a los hijos que la pobreza desesperada ge­
nera violencia, se les inculcó a los que tienen recursos la costumbre
de tener el celular del año y las zapatillas de moda en lugar de
valores esenciales como la solidaridad y el respeto.
Así hemos llegado a este país en el que pensar, reflexionar, en­
tender son prácticas en desuso. No es casualidad que la frase más
famosa de Ricardo Gareca provenga de un pedido desesperado del
técnico de la selección: «Pensá». Algo que se supone normal, en
Perú hay que pedirlo.
No tenemos disposición para aprender y entender la atrocidad
de la muerte. Tenemos la tendencia a acostumbrarnos a ella, a nor­
malizar su presencia. No nos conmueve por sí misma. Y cuando
aparece una noticia brutal o imágenes atroces o episodios cruen­
tos, la reacción es lanzar en las redes sociales textos cargados de
juzgamientos. Mueren asfixiadas trece personas en una discoteca
y asoma, como guadaña, el espíritu juzgador de la peruanidad. Las
redes sociales se inundan de frases como estas: «Gente irrespon­
sable, se lo merecía», «Que los dueños de la discoteca vayan a la
cárcel», «Que juzguen a los policías». Y listo. A esperar el siguiente
episodio mortal porque de «algo nos tenemos que morir».
¿Nadie se plantea por qué llegamos a esta situación? ¿qué hacemos
para cambiar el rumbo? Y en ese tema tienen un rol gravísimo los
medios de comunicación. Tomemos el caso de América Televisión.
De pronto su pantalla se inunda con la amplia cobertura de los trece
fallecidos por irse de juerga a una discoteca y plantean una pregunta
reiterada: ¿quién es el culpable? Se trata del mismo canal que no
pregunta quién es el culpable de que el Perú sea el primer país en el
mundo con la tasa más alta de muertos con relación a su número de
población. En ese tema no les interesa ningún «culpable».
Es el mismo canal que justificó al sociópata Víctor Zamora en
el tiempo que fingió ser ministro de Salud. Cuando la indignada
protesta de los médicos abandonados estuvo por sacarlo del cargo,
en los programas de América Televisión lo defendieron utilizando
esta bárbara excusa: «No es momento para cambios». Después,
preparando la cancha para que Zamora retornase al Gobierno con
el disfraz de asesor, le daban tribuna y le ¡pedían opinión!, como si
el sepulturero pudiese enseñar a evitar la muerte.
Ahora dan amplia cobertura para el caso de la discoteca, pero
silban bajito para no referirse a los sesenta mil peruanos muertos.
Muertos no en una discoteca, sino en los hospitales y en las casas;
miles de muertos por falta de una mínima planificación y por ac­
tos de corrupción.
Para el periodismo coronavirus, trece muertos por bailar son
noticia; sesenta mil peruanos muertos y sin oxígeno no son noti­
cia. Con el cinismo que vienen exhibiendo, solo falta que un día
de estos nos digan a través de la pantalla del televisor: «De algo
nos tenemos que morir y, tras la pausa comercial, quédate con las
chicas de Esto es guerra ».
LOS AUDIOS PRESIDENCIALES
1 0 DE SEPTIEMBRE DE 2 0 2 0

Los audios presidenciales salen en mal momento. Son ciertos y vá­


lidos, pero, lamentablemente, la verdad necesita ser mostrada en un
contexto favorable. En estos momentos, la emisión de esos audios
golpea duramente al presidente Martín Vizcarra, pero será difícil
que sea retirado del juego. Tiene el control sobre los medios de
comunicación — deben estar celebrando la llegada de más pauta
comercial— y puede aferrarse, como ya lo hizo en su cínico men­
saje a la Nación, a los lugares comunes de «complot contra la demo­
cracia», «audios ilegales» y «la frente en alto».
También ayuda a Vizcarra que sus atacantes generan temor. Si
Vizcarra encendió el más irresponsable populismo, los congresistas
quieren seguir esa senda con más furor y pretenden hacer una ho­
guera con el dinero del país. Además, los integrantes del Congreso
muestran una incapacidad e ignorancia como pocas veces hemos
visto. En suma, en el país acostumbrado al mal menor, la disyun­
tiva de hoy es esperar cuál de los dos bandos de nivel deplorable
definirá el control del país.
Lo que sí debemos anotar es aquello que no admite — o no
debería admitir— discusión. Lo primero es que los audios que
revelan a Vizcarra organizando el fraude a diligencias judiciales
son válidos y verídicos. Lo afirmo porque conozco su origen, los
escuché con anterioridad, no acepté ser parte de su divulgación
y soy ajeno al uso que se les está dando. El modo en que fueron
L O S AUD IO S P R E S ID E N C IA L E S

grabados ingresa perfectamente en lo que ha señalado el presti­


gioso penalista Carlos Caro: «La Corte Suprema ya ha establecido
en la sentencia de 26.4.16 (R. N. 2076-2014, Lima Norte) que si
la grabación la hizo una de las partes de la conversación —por
ejemplo, la secretaria presidencial Karem Roca, que aparece como
interlocutora en los tres audios— la prueba es válida, porque no ha
existido intromisión en la esfera privada ajena».
Lo segundo que no admite discusión es que tenemos en fun­
ciones a un presidente de la República que ha cometido deli­
tos: obstrucción a la justicia, coacción a testigos y alteración de
pruebas. Y existen evidencias de esos delitos. Como país nos
deja, otra vez, una enorme vergüenza; como figura política,
Vizcarra ha quedado en evidencia en lo que muchos no querían
creer: es un individuo que tiene la deshonra de manejarse con
base en la mentira. Un hombre capaz de ocultar decenas de
miles de muertos, capaz de mentir sobre camas y oxígeno para
seres humanos que tratan de evitar morir, resultó perfectamente
capaz de exigir a su entorno que vaya a mentir ante una Fiscalía
o capaz de mandar a borrar registros en Palacio de Gobierno y
salir a dar un mensaje a la Nación negando lo que el país entero
ha escuchado.
Esto nos lleva a un punto crucial: debemos prestar atención al
rol que tendrán los fiscales. Todos sabemos que sus acciones de
investigación y su decisión para actuar contra varios presidentes
corruptos les valieron el aplauso y una enorme aceptación popu­
lar. Pero luego, convertidos en personajes mediáticos que usaron
armas mediáticas para sustentar aquello que no podían susten­
tar judicialmente, incurrieron en arbitrariedades y en excesos, y
cuando algunas personas que no merecían sanciones excesivas se
acercan a pedirles la corrección de sus yerros, no les interesa tener
la hidalguía de corregir sus actos.
Ahora bien, esta vez, ¿qué harán los fiscales frente a los delitos
cometidos por el presidente Vizcarra? El Dr. Caro ha señalado
claramente que «el presidente es penalmente intocable mientras
dure su mandato, pero la Fiscalía podría iniciar una investiga­
ción preliminar para acopiar la prueba de estos hechos y encausar
a los otros presuntos responsables». Tengamos en cuenta algo in­
discutible: acabado su mandato, Vizcarra tendrá que dar cuenta
sobre estos delitos —y otros más que han de aparecer en el rubro
corrupción— y es obligación de la Fiscalía ir acopiando las prue­
bas. ¿Lo harán o dejarán que se compruebe su indebida cercanía
con Vizcarra?
Lo que queda en evidencia es que cuando se pretende hacer
de la mentira una forma de gobierno, lo único que se consigue,
como en el caso de Vizcarra, es dejar más rastros y más pruebas.
Después, podrán venir ciertos periodistas a hacer malabares —por
ejemplo, Mávila Huertas, la entusiasta creadora de la versión tele­
visiva del Diario Oficial El Peruano — y, entonces, seguirán per­
diendo credibilidad mientras la platea ríe o se indigna y termina
por apagar el televisor.
RETRATO DE LOS RESPONSABLES
DE UNA CRISIS
14 DE SEPTIEMBRE DE 2 0 2 0

Ahora que las evidencias asomaron y aunque haya quienes pre­


tendan discutir formalismos, si tan solo la décima parte de los
repulsivos audios propalados es cierta, es suficiente material para
entender que nos han llevado a una pocilga, gentes que arriba­
ron desde la oscuridad. Llegaron muy bien disfrazados. Martín
Vizcarra, el exgobernador provinciano con un supuesto éxito en
un minúsculo territorio llamado Moquegua, fue integrado a la
política nacional por la corte de un irresponsable anciano, Pedro
Pablo Kuczynski.
Nos dijeron en julio de 2016, como si fuéramos tontos, que era
un «gobierno de lujo». Allí empezó esta mísera historia. La primera
falta de respeto al país fue aquella mañana en la que el presidente
PPK y su gabinete ministerial exhibieron su frivolidad con una pa­
tética sesión de gimnasia en el patio de Palacio de Gobierno. En las
fotos que recuerdan esa escena aparece el moqueguano Vizcarra
quien, apenas meses más tarde, urdiría un complot para hacerse
del gobierno.
En la noche del 13 de septiembre de 2020, el país escuchó au­
dios repugnantes y a pesar de que quedó expuesta la ruin esencia
de Martín Vizcarra y su entorno, una inmensa mayoría no acep­
taba una crítica en medio del festival populista de dinero obse­
quiado, dilapidando el ahorro nacional.
Martín Vizcarra nunca quiso ser gobernante de un país. Lo
que le interesó fue llegar al poder para apropiarse de un botín. No
exagero. Ahora que se rompió el velo del secreto será cosa de breve
tiempo para saber mucho más. Cuando arribó al poder, Vizcarra
ya conocía los perversos usos de la política delictiva, por eso es que,
como ocurre con las bandas, se rodeó de un cerrado y hermético
grupo de paisanos suyos traídos desde Moquegua. También había
forjado, en su provincia, una amistad con un opaco fiscal parpa­
deante que, por gracia del destino, se convertiría en figura nacio­
nal. Téngase en cuenta lo siguiente: ningún hombre de bien llega
al cargo de mandatario trayendo consigo secuaces y fiscal.
Si alguien sigue incrédulo, piense en lo siguiente: si su familia
tuviera un problema legal, ¿contrataría como abogado al expre­
mier Vicente Zeballos?
Si sus hijos enfermasen, ¿los pondría en manos del exministro
de Salud, Víctor Zamora? Haga usted su lista. Son apenas dos
nombres de las muchas personas que asumieron cargos importan­
tes sin tener ninguna preparación y, lo peor, negándose a confor­
mar equipos con profesionales capaces. ¿Por qué ese círculo tan
cerrado?
Lo que reseño no es lo peor que nos ha pasado. A final de cuen­
tas, ya estamos curtidos de malos y corruptos gobiernos. Lo doloroso
para el país es que Vizcarra y sus colaboradores convirtieron Palacio
de Gobierno no solo en una pocilga de intrigas, sino también en un
escenario de vulgares enredos pasionales. Lo espantoso es que esas
son las gentes que han estado a cargo de gestionar un país azotado
por la brutal pandemia del coronavirus.
Mientras Vizcarra y sus ministros salían a dar conferencias
de mediodía cargadas de mentiras, el repulsivo bufón apodado
Richard Swing visitaba Palacio de Gobierno. Mientras morían
abuelas y abuelos, madres, padres e hijos, el presidente de la
República destinaba su tiempo para recibir a Richard Swing. Más
indignante es lo que ocurrió el 25 de junio de 2020. Ese día, con
8761 muertos oficiales que, en realidad, sumaban 24 mil peruanos
fallecidos, Vizcarra dio su conferencia del mediodía y luego no
se fue a trabajar por la emergencia mortal que agobiaba al país.
Hizo otra cosa. Organizó una reunión privada con la ungida to­
dopoderosa M irian Morales; con su amigo convertido en asesor,
Oscar Vásquez, un oscuro empleado de madrugada en canales de
televisión, y con su antigua secretaria, Karem Roca. Una reunión
para armar una coartada de engaño a una Fiscalía que investiga
las oscuras visitas de su ahijado Richard Swing. Hizo lo que hace
el líder de una banda delincuencial que busca evitar la justicia.
Aunque la mayoría de la prensa no lo quiera decir, se trata de un
delito llamado obstrucción a la justicia.
La escena de ese hombre tramando un engaño retrata la ca­
tadura de quien funge de presidente de la República. De calaña
similar son sus ministros y su entorno íntimo. Esa es la gente que
ha llevado al Perú al desgraciado sitial de ser uno de los países más
devastados en el planeta por la GOVID-19, y son ellos los que han
dilapidado el único orgullo serio que teníamos: ser el frágil país
con la mejor economía de la región.
La pregunta central es la siguiente: ¿por qué tanto misterio
acerca de Richard Swing? ¿Por qué Vizcarra paga un alto costo
por Richard Swing? ¿Por qué mientras mueren decenas de miles
de peruanos, el presidente se ocupa de esconder a Richard Swing?
La respuesta, cuando se conozca en detalle, ha de mostrar una
historia sórdida.
Mientras tanto, estemos atentos. A ver si los fiscales «héroes»
—Rafael Vela y José Domingo Pérez— cumplen con hacer su
trabajo y desvirtúan la insidiosa versión que los sindica como re­
lacionados con el poder palaciego. Para ello, deberían preparar
la carpeta fiscal que el 28 de julio de 2021 conduzca a prisión
al expresidente Martín Alberto Vizcarra Cornejo, responsable de
que en su gobierno hayan muerto, hasta hoy, el doble de peruanos
caídos en doce años de salvaje terrorismo, mientras él disfrutaba
de la compañía del bufón deplorable llamado Richard Swing, el
amigo presidencial.
UN PAÍS A OSCURAS
IO DE NOVIEMBRE DE 2 0 2 0

Estamos inmersos en sombras. Todos. Los necios que creen tener la


antorcha que ilumina y los necios que apagan toda luz. Preferimos
las discusiones irracionales y no los argumentos; hurgamos en los
rencores y practicamos con fervor la intolerancia. Son rasgos de un
mundo cada vez más ignorante. Ocurre en Perú y fuera de Perú.
Hoy se vive en el analfabetismo funcional. Se cree que todo
es blanco o negro y se ha perdido la riqueza de los matices; se
ejerce la indigencia del «O estás conmigo o estás contra mí». Y esa
ruta irracional basada en la ignorancia conduce a una de las más
graves situaciones: la polarización de una sociedad. No vivimos
en democracia porque están ausentes valores esenciales como la
tolerancia y el respeto. Una sociedad de bandos enemigos no es
una sociedad democrática.
La imagen más nítida la dio el energúmeno que asestó un golpe
a mansalva a un parlamentario y fue elevado a la condición de
«héroe» en el tumulto de las redes sociales, como si existiera una
violencia «buena» y una violencia «mala». Así empieza la descom­
posición de una sociedad. Hoy aplaudes al que agrede y mañana,
cuando te toque a ti o a tus hijos, querrás reclamar y será tarde por­
que habrá muchos «héroes» idénticos al cobarde que hoy elogian.
No se trata de un país que acaba de vacar a un presidente de la
República. Se trata de un país enfermo, carente de reglas básicas.
En un quinquenio, tres presidentes. Dos de ellos surgidos desde
la vacancia lograda con el engaño y la traición. Sin embargo, hay
quienes ven como «bueno» a uno y como «malo» al otro y, con esa
dicotomía falaz, se enfrentan y se insultan. El vacado Vizcarra y el
vacante Congreso son sapos de un mismo pozo hediondo.
Vizcarra llegó al poder traicionando a un presidente electo.
PPK era corrupto con disfraz de decencia, pero las reglas de la
vacancia están en la ley y no en la intriga política que ejerció
Vizcarra. Después de traicionar a quien lo llevó al escenario na­
cional, dio un golpe de Estado y cerró un Congreso electo por el
país. Es verdad que era un deplorable Congreso, pero su clausura
no se hizo de acuerdo a ley. Esta vez la vacancia en el cargo le
tocó a Vizcarra. Ha bebido de su misma poción. Por más que
asomen los expertos y los analistas y los opinólogos, aquí no hay
nada de democracia.
Vizcarra ejerció las mayores taras del populismo. Mintió sin
límites, no quiso implementar una estrategia para una crisis fatal
como la pandemia y optó por dilapidar el dinero fiscal en Reactiva
Perú y, para utilizar a la masa, recurrió a la anestesia temporal de
los bonos, olvidando que un país no está hecho de mendigos, sino
de ciudadanos. Como todo brutal populista también pensó en él
y su corte, y se obsequiaron los «bonos» de la corrupción.
Vizcarra proviene de la política provinciana y en esos pre­
dios todo es más agreste. Las reglas no existen, se hacen cada día
y de acuerdo a conveniencias. Allí no hay lealtades ni principios,
por eso el Congreso que promovió Vizcarra es el Congreso que lo
puso fuera de juego. A esto hemos llegado. A que los peores políti­
cos nacidos del caciquismo provinciano nos tengan que gobernar.
Tampoco son mejores los de la capital. Basta ver a los patéticos
del Partido Morado tratando de esconder con simuladas protestas
sus negociados con el vacado que buscaron sostener. Ha quedado
indeleble el apresurado comunicado que lanzaron exigiendo el re­
torno de Vizcarra. Quedaron desnudos y los archivos los desnuda­
rán cada vez que finjan no ser cercanos al corrupto Vizcarra.
Toda miseria tiene sus cronistas. Nuestra mísera política tiene
el relato servicial de la prensa. Lean los titulares, reparen en los co­
mentarios, escuchen a los periodistas complacientes. Ellos, cada día,
difunden el boceto de un falso país para influenciar a la masa. Su
estilo es similar al de los políticos: no tienen ninguna vergüenza en
desplegar su farsa. Tal vez cambien de mascarilla en unas semanas.
Tal vez no. Todo depende. Ya lo sabemos.
Eso somos, Perú. No nos pongamos en balcón con el cartelito
de inocentes. Todos somos responsables. Es el precio de tolerar
tanta miseria moral. Es el costo de aceptar aquello de «roba pero
hace obra». Es el precio de admitir el «hermanito, es que me dan
chamba». En los últimos años hubo dinero para construir un país.
Se lo robaron, sí. Pero también dejamos que se lo roben. ¿Acaso no
hubo quienes apoyaron a Toledo con el mismo fervor interesado
que hoy tienen por Vizcarra? ¿Acaso no elegimos a PPK, que fue
el creador de los contratos de Odebrecht, el punto de partida de
la corrupción a mansalva? ¿No pusimos por segunda vez a Alan
García en el poder? ¿De dónde vino Húmala? ¿De dónde llegó este
Congreso? ¿De la nada?
¿Qué ocurrió? Que no existimos como ciudadanos. Que recha­
zamos pensar. Que nos disgusta la cultura que sirve para formar­
nos. Preferimos hacer colas para presumir con el último modelo de
celular o dedicarnos a la frívola ficción de las redes sociales. Y todo
en medio de demasiada gritería, demasiado insulto, demasiado
anti algo. Y, sobre todo, demasiado «yo me salvo y que se joda el
otro». Entonces, ¿a qué viene tanta queja, ahora que un corrupto
fue vacado por otros corruptos?
¿CÓMO ENTENDER A VIZCARRA?
1 2 DE FEBRERO DE 2 0 2 1

Se vacunó y pidió que se vacune a su esposa. Significa que tuvo


plena conciencia de que su vida estaba en peligro. Tuvo, además,
acceso a información privilegiada. Sabía cuál era el nivel real de
mortandad en el Perú, cuánto oxígeno faltaba y cuántas camas
UCI no existían. Significa que cuando pidió ser vacunado, buscó
protección para su vida, plenamente consciente de que su incapa­
cidad y sus actos corruptos habían generado un colapso sanitario
descomunal. La COVID-19 es un tema directamente vinculado a
la posibilidad de morir. No hace falta decirlo, pero algún tonto que
aún lo defiende quizá necesite la acotación.
Y aquí se abre un asunto que tiene que ver con la condición
psiquiátrica. ¿Cómo se explica que Vizcarra, conociendo el riesgo
de muerte, no haya suscrito ningún contrato para adquirir vacu­
nas destinadas a proteger la vida de millones de peruanos? No le
interesó el tema esencial de las vacunas para salvar las vidas de
millones de personas. No consultó a ningún experto. No exploró
opciones. Nada. No hizo nada para celebrar contratos de vacunas
para evitar decenas de miles de muertes.
¿Cómo se explica un acto de tamaña perversidad? La res­
puesta no está en la política. Está en un ámbito que todavía no se
toma en cuenta: la salud mental de los políticos. No faltará quien
rechace esta afirmación. Vivimos en una sociedad donde existe
un marcado desdén por la salud mental, y se cree que se trata de
un asunto vinculado exclusivamente a la locura y al manicomio.
No es así.
Existen distintos autores que trabajan el tema, dada la presencia
cada vez más protagónica de personajes — Donald Trump, por
ejemplo— que muestran claras evidencias clínicas sobre aquello
que la psiquiatría diagnostica como psicopatía. Kevin Dutton,
doctor en Psicología y actual investigador en la Universidad de
Oxford, tiene un libro de título sugerente: La sabiduría de los psi­
cópatas — lo pueden hallar en las librerías de Lima— . Señala que
psicópata «no es sinónimo de asesino en serie, ni siquiera de delin­
cuente». Es cierto. Según la definición de Hervey Cleckley, autor
de un libro clásico en la materia, La máscara de la cordura, un psi­
cópata es «un sujeto insensible, asocial, encantador, algunas veces
impulsivo o violento; el más peligroso de los criminales, el más
depredador de los políticos y el negociador con menos escrúpulos».
A su vez, Robert D. Hare, renombrado investigador en psicología
criminal de la Universidad de Columbia, sostiene que «aunque
muchos políticos son mentirosos a secas, sin ser forzosamente psi­
cópatas, la política es un medio fantástico para que se desarrollen
los psicópatas, el mejor ambiente, el ideal».
En síntesis, el poder político atrae al psicópata. Utilizo refe­
rencias académicas para evitar que se piense que estoy usando el
término psicópata como un agravio o una descalificación. Hace
un tiempo, en mi afán de explicarme las razones de la destrucción
del Perú a cargo de los políticos, he tratado de indagar en el tema.
Martín Vizcarra Cornejo es un nítido caso de un psicópata dedi­
cado al oficio de la política.
Exhibe las características típicas de la psicopatía. Una de ellas es
la mentira patológica. Un arma del psicópata es el uso despropor­
cionado de la mentira porque así logra confundir al auditorio. Los
oyentes no pueden creer que alguien sea capaz de mentir tanto;
en consecuencia, terminan creyéndole. La mejor muestra estuvo
en las diarias conferencias de prensa en la primera cuarentena.
El Perú fue el país con la más extensa cuarentena en el planeta.
Vizcarra recluyó a millones de ciudadanos, a un país entero, y les
hizo sentir que era el gran padre que estaba protegiendo a todos.
Recuerden que, en las redes sociales, hubo quienes lo dibujaban
como Superman o como Jesucristo. Esa etapa fue la de un cua­
dro clínico psicopático. Realizaba esas exhibiciones, mentía afir­
mando que estaban trabajando para proteger al país, pero no era
cierto. Mientras se agravaba la crisis, crecía el número de muertes
y faltaban recursos básicos para médicos y enfermeras, Vizcarra se
reunía en privado, a ocultas, con el esperpéntico Richard Swing
o bebía en Palacio, en la íntima compañía de M irian Morales,
un vino con una marca muy reveladora: El Enemigo, un malbec
importado de Mendoza, Argentina.
Otra característica esencial del psicópata es la ausencia de em­
patia. Carece de compasión, de sentimientos, no le interesa el
prójimo. Se fija solo en sus intereses. Eso explica que se haya va­
cunado y no le haya interesado comprar vacunas. Acaso habrá
pensado que extender la pandemia y sus estragos le sería útil a él
para ampliar su poder mucho tiempo más.
Tampoco fue casual el nombramiento como ministro de
Salud de Víctor Zamora Mesía, otro personaje de notorios rasgos
psicopáticos que, sin ninguna piedad, se negó a que los médicos
desfallecientes de Iquitos sean trasladados en un avión a Lima
para salvar sus vidas. Fue otro que mintió reiteradamente. Se
negó a convocar a los especialistas, rechazó el apoyo del sector
privado y declaró frío, imperturbable: «Todos vamos a terminar
infectados del coronavirus».
Stalin, uno de los clásicos psicópatas en el poder, sostenía que
diez muertos eran un problema, pero un millón era apenas una
estadística. Vizcarra y Zamora sumaron decenas de miles y utili­
zaban como excusa las estadísticas. No implementaron en ningún
instante la solución de las vacunas.
¿Qué hacer con la impunidad que hoy tiene M artín Vizcarra?
A él no lo frena ni lo afecta el descubrimiento de sus fechorías
—ayer se calificó de valiente— . Todo psicópata padece del delirio
de impunidad. Solo hay una manera de actuar frente a él: aplicar
la ley por los delitos cometidos y por las muertes innecesarias.
Estamos ante dos escenarios. Frente al tema específico de la
vacuna, la Fiscalía debería actuar de oficio. Cuando un ciudadano
comete algún desliz tiene encima a un fiscal con una orden de
allanamiento y luego una rápida orden de prisión preventiva, pero
esta vez, ¿por qué tanta calma?, ¿por qué no citan a los implicados,
como el médico Germán Málaga, artífice del «club de las vacu­
nas»?, ¿por qué no exigen al hospital Cayetano Heredia la entrega
de la lista de los vacunados VIP?
Existe otra opción. ¿Se acuerdan de los fiscales mediáticos?
¿Recuerdan al «justiciero» Rafael Vela Barba, hoy tan silencioso?
¿Se acuerdan de que Vela Barba le confió a la periodista Patricia
del Río que Vizcarra iría preso porque existían pruebas suficientes?
¿Dónde está el gran fiscal? ¿Por qué no actúa? ¿Vizcarra favoreció
a él y a su equipo con vacunas y se sienten comprometidos? ¿Hubo
más cercanías indebidas con el poder y por eso callan y no actúan
los «justicieros» fiscales inventados como falsos héroes por sus pe­
riodistas adictos?
Lo concreto es que Martín Vizcarra se vacunó clandestina­
mente, no compró las vacunas necesarias para millones de perua­
nos y ha sido un agente que contribuyó a la muerte de miles de
compatriota. Su retrato tiene dos rasgos notorios: según la ciencia,
un cuadro de psicopatía y según la ley, evidencias nítidas de co­
rrupción. ¿Va a seguir impune?
Una costumbre muy peruana es creer a p ie juntiñas en las apa­
riencias y cuando a la apariencia se le une la palabra «decente», el
engaño está servido. Ha ocurrido a lo largo de nuestra vida repu­
blicana. Personajes de «buena pin ta » com o decían las abuelas, buen
hablar, buenos modales y envoltura de supuesta capacidad profesio­
nal o académica, asumen cargos para los cuales carecen de aptitud
y, sobre todo, de grandeza espiritual para entender, p o r ejemplo, que
gobernar significa estar a cargo d el destino de millones de familias.
En noviem bre d el 2020 se volvió a escribir un nuevo capítulo con el
mismo guión y un añadido: el sectarismo.
EL DESPROPÓSITO DE UNA
NUEVA CUARENTENA
28 DE ENERO DE 2 0 2 1

Somos un país fallido. Somos una absurda aglomeración de gentes


condenadas al mito de Sísifo, ese personaje castigado de por vida
a cargar una pesada roca hasta la cima de una montaña, hacerla
rodar, ir por ella y subirla nuevamente. Y repetir el afán, así, por
siempre. Eso somos. Diestros en repetir los mismos errores de ma­
nera incesante.
Así ocurre con Francisco Sagasti Hochhausier, quien llegó de
carambola al cargo de encargado temporal de la presidencia tras
apoyar a su partner Martín Vizcarra. Apareció en camisa, sin saco
ni pañuelo demodé en el pescuezo, para dar la ridicula impresión
de que está trabajando. Olvida que no se trabaja con la vestimenta,
sino con las habilidades. Acto seguido se autodenomino miembro
de la comunidad científica —pobre, sabrá Dios qué entenderá por
ciencia— y luego, desde el laberinto de su hablar afectado, anun­
ció... ¡una cuarentena!
¿Cómo explicar tamaño desatino? Una frase atribuida falsa­
mente a Einstein, pero cargada de sabiduría, que es lo importante,
puede ayudarnos a entender el desvarío de Sagasti: «Locura es ha­
cer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferen­
tes». Sustituya usted, de acuerdo con su humor, la palabra locura
por cualquier otra: insania, pifia, disparate. Igual calza.
Está comprobado que la cuarentena no es una solución para un
país que está en el extremo opuesto de, por ejemplo, Alemania. Ya
la hemos experimentado y sabemos que la cuarentena no resuelve
las muertes, no multiplica las camas UCI, no hace que los balones
de oxígeno rueden gratis por las calles, no consigue que las va­
cunas cuelguen en los árboles. Lo que está comprobado es que la
cuarentena agrava los problemas. Al colapso de la salud le añade el
colapso económico que perjudica a los que menos tienen.
Desde el lado de los asustados, más de uno dirá: «Cómo es po­
sible que este idiota opine en contra de la cuarentena». Pregunten
a los expertos, lean experiencias extranjeras y van a hallar lo si­
guiente: una cuarentena no consiste en encierro y punto. Solo
funciona cuando se acompaña de una estrategia sanitaria, cuando
se acompaña de seguimiento a los focos infecciosos con cientos
de miles de pruebas moleculares, que no tenemos. El encierro en
sí mismo no sirve. La decisión de Sagasti tiene el mismo funda­
mento malicioso utilizado por Vizcarra: encerrar a la gente con el
objetivo de ocultar los errores y disfrazar la incompetencia.
Nunca una crisis se origina de pronto. Las crisis se incuban.
Explotan por todas las cosas que no se hacen a tiempo. Los triunfos
y las tragedias tienen siempre un proceso de construcción. Existen
datos concretos que explican por qué hemos llegado a la dramática
situación actual. El criminal monopolio del oxígeno en manos de
una sola empresa se mantuvo con Vizcarra y también con Sagasti.
La decisión ideológica de no convocar a científicos, empresarios,
académicos y militares para establecer un plan de acción coherente
en medio del caos empezó con Vizcarra y se mantiene con Sagasti.
¿Qué se hizo desde octubre, después de la cuarentena? ¿Se hizo
alguna campaña de prevención? ¿Se ampliaron las camas UCI? ¿Se
decidió generar plantas de oxígeno a lo largo del país? ¿Se dispuso
presupuesto para contratar más personal médico? Nada. Y esta­

] 2.4
mos hablando de la misma ministra de Salud, Pilar Mazzetti Soler,
esa caricatura de médica que razona como el Dr. Elmer Huerta.
Si alguna alma piadosa en esta ciudad timorata sostiene que es
un exceso llamar ineptos a Sagasti y su corte morada, los invito a
leer estas frases escritas en septiembre de 2020: «Las cifras sugie­
ren, más bien, que cada vez hay más certeza de que no vendrá una
segunda ola. Por regla de tres simple, actualmente podrían existir
alrededor de 16 millones de peruanos que han sido infectados,
50 % de la población total (...). Estamos en la dirección de alcan­
zar la inmunidad de rebaño».
¿Sabe usted quién describió tal escenario triunfalista, ese anun­
cio feliz de final de pandemia basado en la regla de tres simple?
El actual ministro de Economía, Waldo Mendoza, y publicó su
anuncio «científico» en el diario Gestión con el título «Salud y eco­
nomía: novedades en el frente».
Es imposible que esta clase de funcionarios sea capaz de ge­
nerar medidas inteligentes, sensatas y pragmáticas para navegar
en el caos fatal del coronavirus. Cualquier persona medianamente
informada sabía que la pandemia, con o sin segunda ola, iba a con­
tinuar en todo el planeta. Así son las pandemias, desde hace siglos.
Pero Sagasti y su elenco tienen capacidades diferentes. Pertenecen
a una especie dañina: el inepto con poder, el populista con ansia
de aplausos. Esa especie se esmera en justificar sus errores para
seguir cometiéndolos. Digo esto porque el gobierno morado de
Sagasti es la segunda parte del criminal gobierno de Vizcarra y,
salvo la ausencia de Richard Swing, está compuesto por ineptos
cargados de tinte ideológico. En suma, disponer una nueva cua­
rentena es un recurso siniestro para esconder sus incapacidades
y no para encontrar soluciones.
¿Qué hacer? Cada quien encuentre su respuesta. La mía, si a
alguien le interesa, es muy personal: la cuarentena no debe ser
acatada. Hay que cuidarse el triple, pero las actividades deben con­
tinuar para no terminar sumando al colapso sanitario el colapso
económico, y el hambre y la desesperación de los más necesitados.
¿Qué hacemos con el Gobierno? Exigirle que haga lo que en
horas de desgracia hacían los antiquísimos hombres: convocar a
los sabios de la tribu para encontrar una salida. El problema es
que en Perú los necios creen ser sabios. Y los peruanos, en su gran
mayoría, cultivan la sumisión con esta detestable frase: «Por algo
pasan las cosas». No es así. Somos nosotros los que permitimos que
pasen las cosas.
Disculpen tanta franqueza, pero no canto Contigo Perú ni creo
en la solidaridad de los que aplauden desde los balcones. Con el
auxilio de Mario Benedetti, puedo resumir mi idea diciendo: «No
soy un pesimista, soy un optimista bien informado».
SAGASTI Y LA M ISERIA MORAL
2 1 DE FEBRERO DE 2 0 2 1

Existe una escena ocurrida el 15 de febrero. El presidente Francisco


Sagasti — tras anunciar la salida de sus ministras Elizabeth Astete
y Pilar Mazzetti por vacunarse a escondidas aprovechando el
cargo— , le pidió a la primera ministra, Violeta Bermúdez, que
muestre ante cámaras la lista de privilegio de los vacunados clan­
destinos. La llamada «lista VIP» de quienes aprovechando con­
tactos u otras argucias se vacunaron pasando por encima de los
ciudadanos en espera. Un presidente honesto habría puesto esa
lista en manos de un fiscal anticorrupción exigiendo acciones in­
mediatas. No fue así. Hizo algo peor: la ocultó. Recién el 17 de
febrero se pudo conocer un listado parcial por una publicación
aparecida en el diario La República.
En sus intentos por instalar la impunidad, Sagasti ha nom­
brado dos ministros impropios. Uno es el ministro de Salud,
Óscar Ugarte, el sujeto que generó el monopolio del oxígeno y que
hoy no halla una solución mientras mueren decenas de peruanos a
diario. El otro es el canciller Allan Wagner, cuya larga trayectoria
contiene servicios prestados a dos estandartes de la corrupción:
Alan García (1985-1988), Alejandro Toledo (2002-2004) y nueva­
mente Alan García (2006-2007).
Reparemos en un detalle. Ugarte tiene 76 años de edad y está a
cargo de la más grave crisis sanitaria en la historia del país. Wagner
con 79 años está encargado de negociar las vacunas mientras la
muerte sigue sumando a miles de peruanos. Ugarte, a tientas, dice
y se desdice de un día al otro. Wagner, cuando le preguntan por
la llegada de las vacunas, da una respuesta de abuelo de la colonia:
«Prendámosle una vela al santo». ¿Por qué Sagasti nombró a estos
veteranos de la deplorable política tradicional para enfrentar una
tragedia que se mide en muertos? Porque están cuajados en enjua­
gues políticos destinados a la impunidad.
Esta mañana, el ministro Ugarte ha declarado: «Si el sector
privado quiere importar vacunas, que no sea compitiendo con el
Estado». Tremenda memez. Para salvar vidas no hay competencia,
hay obligación de traer las vacunas. Cuando el gobierno de Sagasti
niega la participación del sector privado, en realidad, pareciera es­
tar diciendo: «No se metan en nuestros negociados» o, en todo
caso, están haciendo política porque quieren aparecer como los
únicos que traerán las vacunas.
En cuanto a Wagner, una solícita entrevista en el diario El Co­
mercio lo mostró en su esplendor. El canciller conoce el arte de
esconder la basura debajo de la alfombra. Ejerciendo esa habilidad,
ya había adelantado una frase impune: el vacunagate es producto
de «versiones distorsionadas». En El Comercio completó su interés
en generar impunidad sosteniendo que la Cancillería es un santua­
rio, que la culpa de las vacunaciones ilegales es solo del Ministerio
de Salud y que la anterior canciller Astete es solo una pobre se­
ñora que se vacunó a escondidas por «un genuino temor de poder
enfermarse». Wagner fue más allá. Utilizó una argucia propia de
Vizcarra, aquella de instalar el miedo para que nadie exija la ver­
dad. Dijo el canciller: «Hay que tener mucho cuidado con nuestras
relaciones con la República Popular China». Traducido significa:
«Cholitos, no pregunten por la lista VIP que tenemos escondida,
no pidan sanciones, porque los chinos se pueden enojar y no nos
Sa g a st i y la m is e r ia m o r a l

envían las vacunas». Una cualidad inútil tienen los bobos: piensan
que los demás también lo somos.
La ineptitud política y la miseria moral de Sagasti y su séquito
les impiden entender que la verdad asomará porque hay delitos
cometidos y centenares de miles de muertos. Existen algunas pre­
guntas que se callan a pesar de que las conocen en las redacciones.
¿Es cierta la versión que sale de Palacio de Gobierno y de Torre
Tagle señalando que en la lista oculta de los vacunados clandesti­
nos aparecen varios que tienen el hombro morado? ¿Es cierto que
en el Gobierno ya sabían de la vacunación clandestina y usaron la
presentación de Mazzetti en el Congreso como pretexto para su
renuncia alegando un maltrato, como si las rudas discrepancias no
fueran pan de cada día en este agreste país? Esa renuncia fue un
fracasado operativo proimpunidad.
Revisemos las declaraciones conmovedoras de quienes pidieron
que se quede la Mazzetti y clamaron por la injusticia de retirar
del cargo a la procer de la medicina. Las manifestaciones de dolor
tuitero —pinchazos del alma— fueron de Allan Wagner: «Solicito
al presidente Francisco Sagasti que no acepte la renuncia de la
Dra. Pilar Mazzetti y ruego a ella que la retire»; Gino Costa: «El
maltrato en el Pleno y la amenaza de una censura fueron suficien­
tes para Pilar Mazzetti. Los golpistas irán por más. ¿Qué dice la
Generación del Bicentenário?»; Daniel Olivares: «Gracias por su
enorme servicio, doctora Mazzetti. Verla trabajar sin descanso por
su país ha sido inspirador»; Alberto de Belaúnde: «Muchas gracias
por su invalorable y sacrificado servicio al país, doctora Mazzetti.
La historia le dará su lugar, y juzgará a los mezquinos y saboteado­
res»; Julio Guzmán: «La mayoría congresal ocasionó la renuncia de
la ministra Mazzetti, justo cuando llegan 700 mil vacunas mañana
y se iniciaba el plan de vacunación nacional». Sagasti tampoco se
quedó fuera de esta lista, pues declaró: «Ha sido injusto el trata­
miento que se le ha dado». Solo faltó un aviso de defunción en el
diario favorito.
Lo curioso es que a todos estos personajes les dio una amnesia
selectiva y olvidaron que el acto grave de una vacuna clandestina a
favor de la ministra de Salud, era mucho peor por la mentira que
semanas antes declamó Pilar Mazetti pensando que jamás sería
descubierta: «Como corresponde, el capitán es el último en aban­
donar el barco. Una vez que todos los que trabajen en el sistema
estén vacunados, recién será nuestro momento, como debe ser».
Si el Twitter fuera de papel diríamos que todos aquellos men­
sajes fueron cortados por la misma tijera. Entonces, cuando el
canciller Allan Wagner empieza su campaña de instalar el miedo
diciendo, primero en RPP, y luego en El Comercio'. «Hay que tener
mucho cuidado con nuestras relaciones con la República Popular
China» y el mismo mensaje lo da en radio Exitosa el volátil Daniel
Olivares, están buscando una manera de evitar dar dos respuestas
concretas a dos preguntas ineludibles: ¿cuándo van a entregar la
verdadera lista VIP de vacunados clandestinos? Y, ¿cuándo van a
tomar acciones reales ante los delitos cometidos?
Gallardo y valiente, en noviembre pasado, Sagasti había dicho,
aplastando un delicioso cupcake-. «A mí no me tiembla la mano
ni cuando escribo, ni cuando acaricio, ni cuando golpeo». Una
mentira que lo emparenta con Vizcarra. A final de cuentas, son la
continuidad de un mismo gobierno.
LA IGUALDAD SEGÚN SAGASTI
I DE MARZO DE 2 0 2 1

Cada gobernante peruano suele dejar una frase que ha de retra­


tar su infamia con el paso del tiempo. Francisco Rafael Sagasti
Hochhausier la ha proferido a sus 76 años. Ha mancillado, por
acto propio, la vida, en apariencia decente, que todos suponíamos
había llevado. La frase que lo ha desnudado es esta: «Lo que no
queremos es que el que tiene plata se vacune y el que no tiene, no».
Una supuesta proclama de equidad absurda: «O se salvan todos o
se mueren todos». El problema es que su gobierno está matando y
no salvando.
Es una frase perversa por varias razones. La primera de ellas es
que Sagasti está vacunado. No sabemos si hace meses o esta última
vez en que se vacunó ante cámaras. Lo concreto es que vacunado
está. Entonces, desde la certeza de haber recibido la protección que
tiene ante la muerte, prohíbe la posibilidad de que otros, ajenos
al inepto Estado, puedan comprar vacunas. Su frase con preten­
sión «igualitaria» esconde una realidad: el que tiene poder sí puede
vacunarse. Se llame Sagasti, Mazzetti, Astete, Málaga, Blume y
todos los apellidos anotados en la «lista VIP» que sigue oculta. La
igualdad que proclama no existe. Linda manera de ser igualitario.
He imaginado a Sagasti en esta situación. Está yendo por la
Panamericana Sur y se encuentra con un bus que ha sufrido un
grave accidente; hay muertos y heridos. Aparecen las ambulancias
que las compañías de seguros ponen en la Panamericana y la es­
cena muestra, digamos, a un loco quijotesco impidiendo que esas
ambulancias auxilien a las víctimas. Se pone delante de ellas mien­
tras grita: «Ambulancias para todos o para nadie». Ese personaje
gobierna este país en el que mueren doscientas personas al día.
La ideología, cualquiera sea su pelaje —izquierda, derecha,
eclesiástica— , es siempre una maligna consejera porque defiende
intereses y no vidas. En situaciones de emergencia en que los seres
humanos mueren, las ideologías no sirven y no deberían estar
presentes porque anulan valores esenciales como la solidaridad.
Es evidente que Sagasti y su corte morada no tienen idea del sig­
nificado de un abuelo, un padre, una madre, un hijo, muertos
por asfixia y en soledad después de que sus familias modestas
han gastado el dinero que no tienen procurando su salvación.
Ese dolor, esa angustia, esa impotencia no la conocen y menos la
quieren entender.
En su afán de mezclar ideología con emergencia, Sagasti y su
corte no entienden que Marx murió en 1883 y Engels en 1895. Sus
teorías no funcionaron en un mundo antiguo y menos pueden ser
válidas para el actual. Lo que no ha cambiado es que cuando la
humanidad olvida palabras esenciales como respeto, solidaridad,
tolerancia, empatia, todo se va al demonio y el gobernante de un
país con cien mil muertos por la COVID-19 puede salir en televi­
sión a decir impune: «Lo que no queremos es que el que tiene plata
se vacune y el que no tiene, no».
Autorizar a que el sector privado importe vacunas tampoco
debe significar una puerta abierta de par en par. Sabemos que el
empresariado peruano es profundamente mercantilista y el bien
común no está entre sus valores principales. Entonces, Sagasti, en
lugar de ponerse en un extremo de prohibición, debería recurrir a
la opinión de expertos para crear un esquema de importación bajo
reglas de juego determinadas para los privados y bajo la premisa
de que la protección de la salud significa también la reactivación
económica y no un negocio de venta de vacunas.
Una línea final para los sabios que dirán: «Este idiota no sabe
que no hay vacunas disponibles». Hoy no hay, pero si hoy no se
empieza a negociar, no se van a obtener las que existan de aquí
a unos meses. Chile empezó a negociar en junio del año pasado
y meses después empezó a vacunar. Estamos últimos en la cola y
eso obliga a que el Estado y el sector privado actúen, porque la
muerte no espera.
EL DERECHO A SOSPECHAR
19 DE MARZO DE 2 0 2 1

Las conductas sucesivas y constantes de ciertos personajes otorgan


el derecho a la sospecha. En mi caso, sospecho de los fiscales del
caso Lava Jato, a quienes un sector de la prensa engríe porque se
benefician del canje más reprobable: los fiscales les filtran informa­
ción reservada a cambio de elogios mediáticos.
Para evitar la sensación de agravio, lo diré en el lenguaje ba­
rroco, churrigueresco, adornado que utiliza el fiscal Rafael Vela
Barba: «El vocablo “sospecha” no lo utilizo en su pedestre acep­
ción de meras corazonadas sin sustento objetivo, sino en un sen­
tido técnico-procesal, es decir, como un estado de conocimiento
que tiende a aumentar conforme precluye cada etapa procesal».
Volvamos al lenguaje sin adefesios y reparemos en las razones
para sospechar. Ninguno de los grandes peces gordos que son
«investigados» por el Equipo Especial Lava Jato — Rafael Vela,
José Domingo Pérez, Germán Juárez— está en prisión. Ninguno.
Todos los que ingresaron a prisión preventiva salieron pronto y
ninguno de los «investigados», a pesar de los años transcurridos,
ha sido llevado a proceso porque las estrellas nivel rock star de la
Fiscalía no acaban sus investigaciones.
El último de los privilegiados ha sido Martín Vizcarra, un su­
jeto cuyo prontuario es evidente, pero sigue en libertad. La jueza
María de los Ángeles Álvarez Camacho ha recibido críticas por
haber negado el pedido de prisión preventiva contra Vizcarra pero,
si analizamos con ojos de abogado, dicha jueza no es la direc­
tamente responsable. Un juez resuelve con base en las pruebas y
sustentación que le ofrece un fiscal. Si el fiscal no es sólido, el juez
no puede corregir sus deficiencias.
En su soporífero alegato, el fiscal Juárez Atoche dejó huella de
algo muy sospechoso: una deficiente sustentación y una pobrí-
sima acusación. Pero días antes había informado públicamente te­
ner tantas pruebas que podía, incluso, solicitar directamente que
se abra proceso a Vizcarra por diversos delitos. Si así lo hubiera
hecho, la jueza habría tenido mejor opción para ordenar la deten­
ción del presunto delincuente. ¿Por qué el fiscal Juárez Atoche no
lo hizo?
Por su parte, el fiscal coordinador de las estrellas del Equipo
Especial Lava Jato, Rafael Vela, tiene, por lo menos, doble cuota
de responsabilidad en la impunidad de Vizcarra. Primera cuota.
En noviembre de 2020 circuló un audio de la periodista Patricia
del Río en el cual ella reveló tener comunicación fluida con el
mencionado fiscal y sostuvo lo siguiente: «He estado conversando
con el fiscal Vela durante todo este tiempo. El caso de corrupción
de Vizcarra es de los más sólidos que tiene la Fiscalía, (...). Vizcarra
robó y de manera grosera, se le va a probar más rápido a él que a
Keiko, incluso (...) Vizcarra ha robado como le ha dado la gana. Y
hay muchas más pruebas que para cualquier otra persona que haya
robado». Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué el fiscal Vela no planteó
que directamente se inicie un proceso contra Vizcarra con la gran
cantidad de pruebas que proclamaba tener desde el año pasado?
La segunda cuota del famoso fiscal a favor de Vizcarra es bas­
tante comprometedora. Días antes de la audiencia de prisión pre­
ventiva, el fiscal Vela salió en la prensa a decir que Vizcarra quería
asilarse en Bolivia y , de inmediato, Vizcarra envió e hizo circular
una carta dirigida al embajador de Bolivia señalando: «No voy
a ejercer el derecho al asilo político». ¿Por qué es grave este epi­
sodio? Porque si Rafael Vela tenía esa información reservada no
debió hacerla pública. Al hacerlo, desactivó una carta que servía
para sustentar ante la jueza que había peligro de fuga. Con ese
argumento — el riesgo de fuga— los fiscales enviaron a decenas a
prisión preventiva. Al decirlo antes de la audiencia, Vela desactivó
el argumento legal, le advirtió a Vizcarra y este neutralizó, a las
pocas horas, el asunto.
El tema fue manejado de manera tan impune que Rafael Vela
salió en televisión abierta, en el programa Punto Final, y dijo (gra­
bado está): «Hay evidencia — que va a presentar el fiscal Juárez
Atoche en la audiencia correspondiente— de obstrucción y de
peligro de fuga». ¿Por qué, días antes, le advirtió públicamente
a Vizcarra? Si fuese otro fiscal el autor de esta patraña ya estaría
siendo fusilado por los implacables pelotones de la prensa. Por eso
sostengo que existe el derecho a sospechar de las estrellas fiscales.
En este ejercicio de sospecha, cabe recordar que el fiscal Germán
Juárez Atoche fue salvado por Rafael Vela de un episodio delictivo.
Su adjunto, Alexander Taboada, fue pillado reuniéndose clandes­
tinamente con el abogado del investigado César Villanueva, el
amigo y primer ministro de Martín Vizcarra. En aquella oportu­
nidad, noviembre de 2019, Juárez Atoche se limitó a ensayar esta
excusa: «Hasta el momento no se evidencian elementos fuertes que
lo hayan vinculado con un tráfico de influencias». Curiosa frase:
«Elementos fuertes». Lo fuerte es que siguió en el cargo a pesar de
que le habían infiltrado un topo en su despacho, o quizá no era
infiltración y él sabía perfectamente lo que hacía su adjunto. Nadie
investigó porque en esta tragicomedia solo está admitido aplaudir
a los «heroicos» fiscales.
Cuando cierto sector de la prensa eleva a los altares a ciertos fun­
cionarios públicos hay que sospechar. El tiempo terminará mos­
trando la red de M artín Vizcarra. Y esa red envuelve a una entidad
llamada Ministerio Público. Mientras tanto, sigan aplaudiendo.
LAS M ANO S EN UN ÁNFORA
2 DE ABRIL DE 2 0 2 1

«Descubrimos hace apenas dos siglos que salvamos vidas con el


simple acto de lavar las manos —manos que tocan, acarician
y alimentan— . Ahora, en tiempos de pandemia, repetimos el
gesto de limpiarlas con agua o gel. Nuestros antepasados, igno­
rantes de los gérmenes, lo hacían sobre todo como ritual simbó­
lico de purificación. Los antiguos creían que el crimen mancha a
quien lo comete, y el lavado era una forma metafórica de limpiar
la culpa. Según san Mateo, así lo hizo Poncio Pilato: “Inocente
soy de la sangre de este justo”.
También en busca de una imposible absolución, Lady
Macbeth refriega compulsivamente sus manos intentando borrar
las imaginarias salpicaduras de sangre que dejó en su conciencia
el asesinato del rey de Escocia. “Un poco de agua lavará esta
acción: fuera, mancha maldita”, repite hasta la demencia. Como
homenaje a Shakespeare, la ciencia denominó ‘efecto Macbeth’
al impulso de limpiar nuestro cuerpo cuando sentimos culpa o
al sufrir violencia.
Lo sucio, marrano, infectado son términos usados para estig­
matizar moralmente al otro: de ahí derivan la limpieza étnica
y otras peligrosas metáforas que tantas tragedias han desenca­
denado. Quizá por eso, en época barroca, cuando a ambos la­
dos del océano la pureza de sangre se convirtió en obsesión, el
manco Cervantes — siempre bajo sospecha— se atrevió a soñar
un desaliñado caballero de La Mancha». Irene Vallejo, autora del
extraordinario libro El infinito en un junco.
En cuanto a nosotros, a días de poner las manos en un ánfora,
carentes estamos de un gel electoral para la limpieza de este atri­
bulado país. No hay, no existe cómo limpiar ni quién limpie las
manchas de tantos años de parodia republicana. Más lejos estamos
de un desaliñado Quijote capaz de soñar la refundación de un país
hasta hoy imposible. Apenas atinamos, día a día, a salvar nuestras
desprotegidas vidas, las vidas que han puesto en peligro quienes,
ahora, nos piden ser electos.
En tiempo de paz, nunca fu e tanta la oscuridad ni la barbarie en dos­
cientos años de inventado este azaroso país. Nunca fu e tan grosero el
equívoco d el electorado usualmente iletrado p o r carecer de la form a ­
ción que le es negada. Pero nunca antes fu eron tan enfáticas y tan no­
torias la estupidez, el egoísmo, la irresponsabilidad de sectores urbanos
supuestamente instruidos, que decidieron cargar el anda d el bárbaro
rumbo a Palacio de Gobierno. Consumado el desatino carecieron de
la decencia de adm itir el yerro y tomar acciones para corregirlo. Perú
Bicentenário en su máxima expresión.
Para explicar lo que empezó en abril de 2021 es oportuna la maes­
tría inm ortal de César Vallejo:

¡Paquidermos en prosa cuando pasan


y en verso cuando páranse!
¡Roedores que miran con sentimiento judicial en torno!
¡Oh patrióticos asnos de mi vida!
PEDRO CASTILLO, UNA HISTORIA
QUE SE REPITE
1 2 DE ABRIL DE 2 0 2 1

Casi todos se declaran incrédulos. Se sienten sorprendidos. Se pre­


guntan: ¿qué pasó?, ¿quién es Pedro Castillo?, ¿de dónde apareció?
Es la misma actitud que el país tuvo en el lejano año de 1980
cuando asomó el terrorismo y nadie podía explicar por qué. Nadie
entendía que ese fuego se encendió por los hijos de campesinos
que se hartaron de padecer hambre y miseria, y de esa situación se
aprovechó Abimael Guzmán para desatar la demencia senderista.
Una gran mayoría se pregunta hoy: ¿cómo es que nadie lo vio
venir a Castillo? Es la misma pregunta que todos se hicieron en
1990 cuando un desconocido Alberto Fujimori derrotó sorpresiva­
mente al laureado Mario Vargas Llosa. No lo vieron venir porque
en este país no se entiende que los pobres se cansan de tener ham­
bre y miseria, y protestan en las urnas.
Si miramos el mapa electoral del 2021 encontraremos que
Pedro Castillo suma una amplia cantidad de votos en el sur em­
pobrecido y olvidado. Sus votantes no saben de ideologías. Están
protestando. Están expresando su rabia contenida. Su desam­
paro, sus necesidades. Castillo es profesor y les habla a los pro­
fesores que por un sueldo mísero trabajan en poblados humildes
de clima agreste, donde falta la comida y falta una posta médica.
Castillo les habla a los padres de los niños que caminan kiló­
metros para llegar a sus aulas modestas cansados y con hambre.
Castillo es un individuo de oscuras ideas radicales que aprovecha
políticamente el desencanto, la rabia y el hartazgo de las pobla­
ciones olvidadas.
Se equivocan quienes afirman que en el Perú se aplican las reglas
del liberalismo. No es verdad. Somos el coto de caza de empresarios
mercantilistas incapaces de pensar en un país. El Perú, desde hace
200 años, padece la tragedia de tener una clase dominante que des­
precia la posibilidad de construir un país y nosotros, como ciudada­
nos, contribuimos a ello con nuestra pasividad.
La mejor manera de combatir a los radicales de izquierda, so­
bre todo a quienes, como Castillo, tienen raíz senderista, no es
asustarse cuando aparecen, sino entender que no pueden seguir
vigentes los combustibles del malestar social. A pesar de la bru­
tal, salvaje advertencia de los años de terror desatado por Sendero
Luminoso, en el Perú sigue persistiendo la pésima distribución de
la riqueza que acentúa la pobreza, la falta de atención del Estado
a la población más necesitada, la ineptitud o el temor para aplicar
políticas públicas, la ausencia de institucionalidad. Entonces, una
gran masa de jóvenes cuyas expectativas se frustran y una gran
masa de adultos hartos de las carencias, apuestan —sea por moles­
tia, protesta o ignorancia— a las mentiras que difunden personajes
como Pedro Castillo.
Existe también otro ámbito que ha mostrado el resultado elec­
toral. La debacle de un esquema de poder que estuvo vigente en
estos veinte años. Hemos visto la derrota de un sector que em­
pezó a operar desde que asumió Agustín Paniagua y se entronizó
con Alejandro Toledo: los llamados caviares. Tras veinte años de
su presencia con tintes de tiranía y superioridad moral, sus tien­
das políticas se desplomaron con la escasa votación recogida por
Verónika Mendoza, Julio Guzmán, George Forsyth y un ala de
Hernando de Soto.
El resultado electoral ha sacudido a este sector que ganó vigencia
a través de una insana fórmula política: gritar democracia y ejercer la
intolerancia; clamar por libertad de expresión, y establecer la mani­
pulación y el control de los medios de comunicación; vociferar por
justicia, y utilizar a fiscales y jueces para sus intereses.
A lo largo de estas dos décadas, los caviares impusieron esta
lógica: o piensas como yo o eres mi enemigo; y si no piensas como
yo, te descalifico con ferocidad. En el camino olvidaron lo esen­
cial: que un país necesita propuestas de desarrollo y es imposible
combatir la pobreza exigiendo que digamos «les amigues» o «no-
sotres». El electorado, que suele ser cruel, dejó fuera de carrera a
los representantes del caviarismo y les impuso como alternativa a
la figura que más odian, Keiko Fujimori.
No sé si obtendrán lecciones de su derrota, pero esperemos que la
intolerancia abusiva, la prepotencia del pensamiento único, la impo­
sición de lo «políticamente correcto», todo eso, tenga, por fin, luego
de veinte años, si no un final, al menos una pausa.
El elector peruano suele ubicarse en el cómodo balcón del ob­
servador. Significa que no existen ciudadanos comprometidos ca­
paces de tener un mínimo de información y responsabilidad. Esta
elección nos ha mostrado un ámbito del cual debíamos avergon­
zarnos. Al igual que en 1980 y 1990, volvemos a estar en el preci­
picio y nos preguntamos: ¿por qué?
Añadamos otra vergüenza. Dejamos avanzar a radicales, que
buscan destruir lo poco que se ha construido, a sabiendas de su
parentesco con el senderismo o la izquierda radical. En alguna
medida, nos ocurre lo que merecemos.
EL PATÉTICO SEÑOR DE SOTO
2 8 DE ABRIL DE 2 0 2 1

Desde el sol de Máncora, sus arenas y sus playas, el señor Hernando


de Soto observa, ausculta, analiza, disecciona el futuro del país.
Nos alcanza en fragmentos su infinita sabiduría. Es tanta que se
asemeja a la nada.
Unas intrusas fotografías tomadas en la playa norteña lo mues­
tran observando un carro de heladero con la curiosidad de quien
descubre un ovni. Observa intrigado los curiosos, para él, pro­
ductos que le ofrecen; luego, se marcha sin comprarle nada al es­
forzado heladero que pedalea bajo el ardiente sol. Más tarde, en
la terraza de la casa de su amigo Cucho Gómez Barrios disertará
sobre el amor que tiene hacia los informales y los emprendedores,
y extenderá el brazo distante al mozo mancoreño que le acerca un
bloody mary.
Si usted lo ve robusto, seguramente atribuye esa imagen a los
kilos de más. En realidad, de Soto es muy esbelto. Parece un señor
gordo porque su cuerpo tiene la esforzadísima tarea de hacerle es­
pacio a su desmesurado ego. Todo en él es ego. Tiene una Biblia
en su mesa de noche, pero de los miles de versículos solo ha leído
uno: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad».
El 3 de junio, el señor De Soto cumplirá 80 años. En La República
(no el diario), el filósofo Platón sostiene que la vejez es una etapa
de la vida en la cual las personas alcanzan la máxima prudencia,
discreción, sagacidad y juicio. No es el caso de Hernando de Soto
Polar. Él prefirió, en todas sus edades, los desvarios de la vanidad.
Hoy no asume su condición de candidato presidencial derrotado.
Se cree el gran árbitro, el protector de la Nación, el que puede jun­
tar las aguas que separó Moisés. Eso cree él; menos el candidato y
la candidata que estamos padeciendo. Tampoco el país.
Su patética conducta en este momento crucial, aparenta ser la de
un político que deshoja margaritas. No es cierto. Su pausa no proviene
de la duda, sino de la espera oportuna. No tiene principios, tiene un
catálogo para obtener ventajas. En sus buenos tiempos le dio igual la
relación con el demócrata Bill Clinton o el terrorista libio Muamar el
Gadafi. Ahora, en su ocaso, pasó sin ningún rubor del prosenderista
Paredes Terry al indescifrable Andrés Hurtado, Chibolín.
Y como estamos en política, no creamos que la duda del señor
De Soto es genuina. Primero, guardó silencio. Luego, una entre­
vista donde dijo que está «decidiendo decidir». Después, un comu­
nicado torpe. Simulaciones para que los días pasen. Hoy critica en
público (pero le sonríe en privado) a Pedro Castillo, la antípoda de
la democracia en la cual De Soto dice creer. Si el viento cambia,
dará apresurados pasos hacia el fujimorismo. En ambos casos dirá
que lo hace por el Perú.
No tiene principios. Sabe esperar para saciar las exigencias de
su desmesurado ego. En un momento de extremos nítidos que
obliga a decisiones fundamentales, finge estar abrumado por la
duda. No es lo que corresponde. En los momentos dramáticos se
conoce a las personas que realmente tienen valores y saben jugarse
por una decisión.
Al fin y al cabo, quienes lo conocemos sabemos de su inmenso
talento para el marketing personal. Después, no deja de ser un po­
lítico tradicional que consiguió un magnífico disfraz: defensor de
los emprendedores, como el heladero al que ni siquiera le compra
un helado para contribuir con su esfuerzo.
UNA M IRADA A PEDRO CASTILLO
30 DE ABRIL DE 2 0 2 1

Un gran sector de peruanos, en cada campaña electoral, observa a


los candidatos como los fans miran a sus ídolos: desde la emoción
y no desde la razón. Así ocurre con Pedro Castillo. Si algo nítido
tiene es su inmensa incompetencia para pretender gobernar un
país. Se entiende que los pobladores envueltos en la pobreza y el
desamparo se adhieran al hombre que exhibe un lápiz copiado
a una campaña cubana, pero es lamentable que ciudadanos con
un mínimo de formación lo consideren una opción sin detenerse
un sereno minuto a entender quién es realmente Pedro Castillo y
quién su patrocinador Vladimir Cerrón.
Pedro Castillo Terrones no es un profesor de pequeños escola­
res campesinos que escriben con lápiz en sus ajados cuadernitos.
Esa es la imagen pastoral que vende y que muchos compran como
si fuera un boleto de lotería a sabiendas de que la lotería, en el
Perú, nunca sale. ¿O es que acaso alguien conoce a un ganador del
pozo mayor de la Tinka?
Castillo fue (ya no es) un profesor. No dicta clases hace años.
Es un sindicalista del Sutep-Conare, la radical organización del
magisterio. Es un avezado político de extrema izquierda, ducho
en los recovecos de las intrigas, mentiras y traiciones de la política
gremial. Goza de licencia sindical, el dulce mecanismo que hace
décadas encontró la dirigencia de izquierda para vivir sin traba­
jar cobrando un buen sueldo. En este punto es colega de Keiko
Fujimori. Ambos conocen el arte de vivir sin trabajar.
Pedro Castillo, hace muy poco, en el año 2017, encabezó una
huelga magisterial con miembros del Movadef y el Conare, des­
cendientes de Sendero Luminoso. Pero lo hemos olvidado por­
que los peruanos aprobamos con alta nota una materia nacional:
Amnesia.
Castillo fue el mismo que, en aquella huelga, exigió que los pro­
fesores no sean sometidos a ningún examen para evaluar sus capa­
cidades. Su pedido tenía lógica. Para el Movadef y el Sutep-Conare,
los profesores no tienen como misión principal la enseñanza es­
colar. Los profesores son sus cuadros políticos para enseñar a los
jóvenes la doctrina marxista disfrazada en las aulas. Esa es una de
las explicaciones de la alta votación de Castillo que nadie regis­
tró. Hay un bolsón de profesores y de jóvenes en el abandonado
sur del país. Es una siniestra estrategia implantada por Abimael
Guzmán cuando se apoderó de la Facultad de Educación de la
Universidad San Cristóbal de Huamanga: si concientizaban a los
futuros maestros, estos se encargarían de inocular a los escolares
las ideas marxistas para formar una «masa revolucionaria». De esa
raíz proviene Castillo.
La amnesia nacional también tiene relación con la última cir­
cense actuación de Pedro Castillo y su entorno. Hemos olvidado
que en la huelga magisterial de 2017 se lanzó al piso en la ave­
nida Abancay para simular una agresión. Los entrometidos mi­
crófonos de las cámaras captaron la indicación de sus secuaces:
«Tírate, tírate». Esta vez, acaba de armar otro show más elabo­
rado. Ingresó a una clínica privada; anunciaron que seis médicos
lo atendían; difundieron que tenía COVID-19 (alguien recordó
que ya había padecido el virus en enero); cambió el diagnóstico
por una afección al oído que luego se convirtió en una suma de
todo: «Descompensación por faringitis con visos de COVID-19
a causa del estrés». Todo en horas. Mientras tanto, mueren 800
peruanos al día.
El candidato contesta las preguntas con una reiterada frase:
«Asamblea Constituyente», y cierta clase media lo aplaude y debate
el tema. Mientras tanto, nadie le pregunta por la pandemia, la com­
pra de vacunas, el mecanismo de vacunación para millones de ciu­
dadanos, las medidas para el oxígeno o las camas UCI.
Para la clase media nacional-escandinava que después de ver
Borgen en Netflix, apedrea desde las redes sociales a quienes pen­
samos distinto, las arcaicas propuestas de Castillo les merecen
atención (aunque no sepan de qué tratan). No saben, por ejem­
plo, aquello que anota el maestro Hugo Neira: «Enfrentemos el
túnel que nos está llevando a un error colosal. Antes de abordar
la posibilidad del comunismo en nuestro país (...) para que el lec­
tor no piense que se me ocurre algo ideológico, he acudido a esa
máquina formidable que se llama Google. Hice una simple pre­
gunta: “¿Cuántos son los países comunistas en la actualidad?”. La
respuesta fue inmediata: “Los únicos que quedan son cinco países
comunistas: Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Laos y China”».
Ya no existe el producto que vende Pedro Castillo y, en esta lista,
China es potencia porque su economía es capitalista.
La falta de memoria, unida a la ciega pasión, anulan la costum­
bre de informarse. Elegir al candidato de Perú Libre conduce a algo
concreto: generar la crisis económica que conducirá a la inflación,
el desempleo, la escasez y la ausencia de inversiones. Guste o no, el
planeta está organizado de una manera y creer que un sindicalista
radical (Castillo) y un exgobernador corrupto (Cerrón) van a cam­
biar las reglas desde el Perú, es tan absurdo como cuando Abimael
Guzmán sostenía que desde Perú saldría la cuarta espada de la re­
volución que continúe a Marx, Lenin y Mao. Es un disparate total.
Pero más disparatado es que exista gente de clase media que crea
en Castillo y Cerrón solamente por odio a Keiko Fujimori. Antes
que a sus familias y sus trabajos, prefieren su odio.
Puede parecer extraño, pero, en mi opinión, lo más atroz en
Castillo y Cerrón no es que sean ultraradicales. Hay algo escalo­
friante: no tienen la más mínima idea sobre gobernar. No saben
cómo se prende la luz, pero insisten en apagarla.
ESTA GUERRA CIVIL
DE LOS NACIDOS
5 DE JUNIO DE 2 0 2 1

Dos versos de Francisco de Quevedo me enseñaron, hace muchos


años, el áspero significado de ser peruano: «No me concede tregua
ni reposo / esta guerra civil de los nacidos». Así vivimos, en la de­
plorable condición de enemigos en el mismo territorio. En nuestra
guerra civil de los nacidos. A punta de odio y rencores estamos dis­
puestos, incluso, como esta vez, a convertirnos, todos, en víctimas.
Unos por acción; otros por pasividad.
Pareciera que nos da placer destruir y pereza construir. En los
últimos años, abrazados a la frivolidad y la ignorancia, hemos des­
preciado cultivar razones, argumentos, respeto, tolerancia, solida­
ridad. Más sencillo es sacar el puñal (a veces verbal y otras real) y
asestar el golpe.
En el último mes de esta campaña electoral he sentido el agobio
de observar uno de los espectáculos más tristes que puedan existir:
el colapso de la condición de ciudadanos. Ser ciudadano implica
ejercer derechos y obligaciones, y pensar en aquello que pueda ser
beneficioso para el núcleo familiar y, desde ahí, para la sociedad
entera. Sin embargo, en este difícil país, un amplio sector decidió
olvidar la tarea de pensar para zambullirse en las turbulencias de
la pasión.
No me estoy refiriendo a opciones políticas. No me interesan
las virtudes (no las tienen) ni las miserias (en ambos casos nítidas)
de los dos candidatos en busca del sillón presidencial. Tampoco
me refiero a los peruanos desterrados a la pobreza que los ana­
listas designan como sectores D y E. Ellos, desde sus carencias,
con comprensible desesperación o rabia, protestan por el aban­
dono asestado por el Estado, el sector empresarial y cada uno de
nosotros.
El punto central, en mi opinión, no está en las opciones políti­
cas. Se puede ser de izquierda o de derecha, optar por las ideas que
cada quien desee, pero es desolador observar a ciudadanos de los
sectores A, B y C dispuestos a sustituir la libertad por la opresión
y entregar lo poco que tiene este país, injusto e imperfecto, al in­
fierno ya vivido de la violencia y la crisis económica.
He recordado, con profunda tristeza, los doce años de terro­
rismo cuando se contaban por miles las personas salvajemente ase­
sinadas, el llanto de las viudas y los huérfanos, la impotencia de los
mutilados, el coraje y generosidad de los que nos defendieron hasta
llegar a la noche final del 12 de septiembre de 1992.
En la memoria de los recuerdos dolorosos he visto nuevamente
el arduo esfuerzo de los que sobrevivimos enfrentando aquella vio­
lencia y la otra, adicional, que tuvimos que cargar: la hiperinflación.
Si no lo recuerdan o no lo saben, hiperinflación significa que una
medicina que a las 8 de la mañana cuesta 20 soles, por la noche vale
30 y al amanecer 40, pero solo tienes 20 o nada en el bolsillo. El
peligro de ese infierno lo están anunciando en las plazas individuos
incompetentes y hay quienes aplauden.
Me disculpo por esta frase, pero siento desprecio por un sector
de jóvenes que exhiben orgullosos su ignorancia y se creen con
derecho a no escuchar y a no aprender. Ahora, además, ofrecen el
necio espectáculo de marchar contentos al cadalso. Van a poner
el pescuezo de su futuro en la horca y aplauden sonrientes. Se
autodenominan «dignos» y no conocen el diccionario. Creen estar
haciendo una gracia para TikTok. Me pregunto si tienen algún
respeto hacia sí mismos y si tienen algo de aprecio al esfuerzo de
sus padres.
No me interesa mirar hoy desde la política. No me parece que
sirva. Hay un peligro mayor: están pregonando a viva voz la bar­
barie que quieren instalar, y hay grandes sectores que no quieren
darse cuenta de que van a abrirse las puertas del desempleo y la
pobreza. Si ocurre, nos va a afectar a todos y arrasará con los más
pobres, mientras los «revolucionarios» habrán de disfrutar del bo­
tín del Estado. Vieja historia. Todos sus capítulos están en inter­
net, pero pocos quieren leer y entender.
Hace unos años le escuché decir en otro país, a un hombre
culto llamado Alejandro Dolina, esto que vino a mi memoria: «El
diablo tiene cara de estúpido. Habrá llegado el momento de pre­
ocuparse no solo por los malvados, que hay muchos, sino por los
estúpidos, que hay más. Se lo digo desde las colinas de mi propia
estupidez. Una estupidez que, a veces, no me deja reconocer el
peligro que un estúpido verdadero y cabal implica». Tomará un
tiempo entender cómo es posible que personas de este siglo, con
internet en sus casas, puedan pretender rifar su destino a un boleto
que garantiza el atraso y el autoritarismo.
Cierta vez, en una clase universitaria, un viejo profesor nos dijo
a unos jóvenes, en las pausas de la pólvora y la dinamita de esos
años, que los autores clásicos lo eran porque no perdían vigencia.
Esta tarde, a horas de las elecciones más duras que jamás hemos
vivido porque como nunca está en juego nuestra libertad y estabi­
lidad, he recordado, abrumado y triste, aquello que en el año 1604
— ¡cuántos años han transcurrido y todo parece igual!— escribió
W illiam Shakespeare: «Calamidad de los tiempos cuando los lo­
cos guían a los ciegos».
ABIMAEL GUZMÁIM,
EL OSCURO SENDERO FINAL
1 2 DE SEPTIEMBRE DE 2 0 2 1

En 86 años de vida el único domicilio fijo que tuvo fue una celda
que habitó durante 29 años en una prisión de máxima seguridad.
Desde su nacimiento fue siempre un forastero. Nació en una casa
fugaz en La Aguadita, en Moliendo. A los días fue al poblado de El
Arenal a casa de la abuela materna con el estigma de ser hijo fur­
tivo de un padre que se negó a reconocerlo. A los seis años apareció
en Sicuani porque la madre fue tras un comerciante árabe que no
lo acogió. A los ocho años fue entregado a un tío en Chimbóte y a
los once recogido por familiares maternos a cambio de ser sirviente
en una casa en el puerto del Callao. Cuando cumplió quince años,
una señora chilena, Laura Jorquera, casada con su padre, fue la
madrastra que lo acogió porque ella recogía a los hijos de las aven­
turas de Abimael padre.
Las ajenas casas de paso siguieron en su traslado a la ciudad de
Ayacucho, donde alquilaba un lugar cada vez que lo echaban de
otro por las detenciones policiales a causa de los tumultos que or­
ganizaba en la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Después
vino la clandestinidad y la vida en escondites. Siempre un foras­
tero. Un hombre sin arraigo ni afectos. Cuando esas experiencias
ocurren, llega un momento en que un hombre necesita elegir.
O entiende las circunstancias de su vida y busca la reflexión y
el equilibrio, o prefiere sucumbir al rencor y al resentimiento.
Guzmán eligió el odio. Un odio violento que no le permitió tener
ningún arraigo y, así, su único domicilio constante, pero siempre
ajeno, terminó siendo una celda de concreto y acero. A Guzmán
lo retrata una sentencia escrita por García Márquez: «Se sentirá
forastero en todas partes, y eso es peor que estar muerto».
En las aulas de la Universidad Nacional San Agustín de
Arequipa conoció a Miguel Ángel Rodríguez Rivas, un catedrá­
tico que le abrió las puertas a una excusa para convertir su rencor
en política: el marxismo-leninismo. Fue la chispa que encendió
la pradera de su fanatismo. Cuando llegó a los escritos de Mao
Tse-Tung — pensamiento excluyente y represor feroz— , su exalta­
ción se convirtió en idolatría cuando visitó tres veces la República
Popular China y fue adiestrado en política y acciones militares.
Abimael Guzmán lo relataba así: «Cuando terminábamos el curso
de explosivos, nos dijeron que todo se podía explosionar; entonces,
en la parte final cogíamos el lapicero, reventaba; nos sentábamos,
también reventaba; era una especie de cohetería general, eran co­
sas perfectamente medidas para hacernos ver que todo podía ser
volado si uno se ingeniaba para hacerlo».
En 1980, cuando decidió el «inicio de la lucha armada» de
Sendero Luminoso, Abimael Guzmán era ya un fanático poseído
por una psicopatía y dispuesto a que «corran ríos de sangre para
instaurar la República de Nueva Democracia». Fueron doce años
de demenciales atrocidades, primero en la sierra sur y luego en
Lima. Los cartuchos de dinamita usados en la minería se convir­
tieron en un arma para volar por los aires torres de alta tensión que
cortaban el servicio de luz eléctrica; destruían puentes, carreteras,
casas y edificios con inocentes ocupantes adentro. A falta de balas
en sus fusiles y revólveres, los militantes de Sendero Luminoso uti­
lizaban machetes, cuchillos y piedras para dar muerte a pobladores
inocentes en el campo, a pequeños comerciantes en las ciudades
provincianas y a autoridades en macabras parodias llamadas «jui­
cios populares».
Después, Guzmán ordenó asaltos cruentos en las ciudades —
en su demencia decía avanzar del campo a la ciudad— y el regis­
tro de esos doce años es atroz: mujeres embarazadas destripadas;
niños sacrificados como niños-bomba con cartuchos de dinamita
atados al cuerpo; cadáveres volados en pedazos como si no bastara
su asesinato. Viudas, huérfanos, mutilados. Doce años de horror
que cesaron cuando fue capturado el 12 de septiembre de 1992 por
valerosos policías que integraban el Grupo Especial de Inteligencia
(GEIN).
Después de la captura de Abimael Guzmán Reinoso, se abrió
otra desdicha: los peruanos no supimos aprender las lecciones que
dejó ese fatal periodo generado por el senderismo. Nadie quiso
entender que, guste o no, el horror no debe ser olvidado, porque
la necia naturaleza humana busca la comodidad del olvido para
eludir la realidad. En cambio, en los últimos veinte años, los alu­
cinados herederos de Abimael Guzmán percibieron que usando la
permanente pobreza de la sierra podían obtener réditos políticos
con la excusa del «pensamiento Gonzalo» (una mentira, porque
no existe una sola línea doctrinaria de Abimael Guzmán). Así, en
el año de la muerte de Guzmán, lograron arribar al Gobierno de
Perú con votos de la pobreza, pero con la paradoja de contar con
el apoyo de sectores de clase media urbana, cuya grotesca ignoran­
cia les impidió entender que Sendero Luminoso significa para este
país, cuerpos apilados en morgues, muerte en las calles, horror,
desesperación. Hoy, los seguidores de Abimael Guzmán se disfra­
zan de demócratas, pero la paternidad que le deben al cabecilla
senderista no los libera.
Ha muerto Rubén Manuel Abimael Guzmán Reinoso. En un
país de cultos fúnebres donde la muerte abre compasiones irracio­
nales, inventa virtudes inexistentes, improvisa apologías irrespe­
tuosas, uno se pregunta a dónde van los criminales tras su muerte.
En la Divina Comedia de Dante se dice que habitan el séptimo
círculo del infierno en un río de sangre hirviente vigilados por
centauros armados de arcos y flechas. No sé si así sea. Pero las de­
cenas de miles de muertos victimados en los doce años de horror,
merecen una flor de respeto en sus tumbas.
EL YUNQUE BELLIDO
6 DE OCTUBRE DE 2 0 2 1

Desde que asomó, el hombrecillo estuvo asociado a la caricatura


burda. La primera imagen lo mostró debajo de un sombrero si­
milar a un hongo, que le daba un aspecto de bufón. Para quienes
conocemos la sierra, era uno más de los maqtillos, es decir, uno de
esos bufones en las fiestas patronales. Fiel a su condición de gro­
tesca caricatura, aceptó que lo lleven a la Pampa de la Quinua y lo
escondan detrás de un estrado en el que había otro tipo de bufones
(un rey y algunos presidentes). De pronto, apareció en el escenario
vestido con saco y corbata, le pusieron un fajín ministerial y, sin
aviso, con total prepotencia, pasó de las fiestas patronales al cargo
de primer ministro en un país con una autoestima tan dañada que
permite cualquier cosa.
Guido Bellido Ugarte pertenece a la patología política. Es un
personaje que tiene una profunda carga de resentimiento personal
que no le permite tener consciencia, por ejemplo, de que el poder
es efímero. Si Nadine Heredia fue calificada por su suegro como
«borrachita de poder», el caso de Puka Bellido corresponde a quien
ejerció funciones con una borrachera descomunal.
Bellido, en su ebriedad política, sintió que el poder es eterno y
por eso su comportamiento omnipotente. Quiso imponer el uso
de su idioma nativo; decidió ser jefe de gabinete en disputa con
su propio equipo ministerial, como si ellos fuesen la oposición;
fue activo en cuestionar a quien sea y como sea; anunció unila­
teralmente la estatización del gas y fue como un cartero a dejarle
una carta (mal escrita) al futuro expropiado; vio el mar y exigió
públicamente que todos los productos marinos en conservas sean
peruanos y, a los minutos, le hicieron saber que ya lo eran desde
hace muchos años.
La escena que protagonizó en la pista del aeropuerto de Juliaca
cuando, tras llegar con tardanza, intentó detener un avión listo para
el despegue, me obligó a llamar a un amigo psiquiatra —no a un
psicoanalista, que es capaz de explicar cualquier tontería— y me
hizo notar que el hombrecillo exhibía rasgos patológicos, como el
escaso autocontrol, la personalidad histriónica, su tendencia a la
conducta amenazante, sus actitudes impulsivas sin el cuidado de las
responsabilidades de su cargo. Bellido revela uno de los problemas
más severos de la política: la presencia de personajes que cargan con
problemas psíquicos y disfrazan sus desequilibrios con «ideología»,
con «revoluciones», con «reformas de país». (A cierto lector que ya
debe estar alterándose, le hago la precisión: existen en la derecha
y en la izquierda. «Pero Keiko...», sí, también ella).
La mayoría dirá: «Qué bien que Guido Bellido haya dejado
de ser primer ministro». Creo que lo terrible, lo indigno, lo ver­
gonzante es que en este país se permita a personajes de tal ca­
laña ocupar cargos públicos. Incapacitado para cualquier función
por ignorancia y por personalidad, ha tenido durante más de dos
meses la conducción del Estado, pasando por encima de quien se
supone es el presidente de la República. Se va. Pero seguirá moles­
tando desde el Congreso. Se va. Pero quedan otros como él; menos
estridentes, pero caminantes de la misma senda. Mientras tanto,
lástima, un país conformista es pasivo espectador del sendero a la
grave crisis que están construyendo.
LA COCA DE BARRAIMZUELA
l 8 DE OCTUBRE DE 2 0 2 1

El abogado defensor de acusados por terrorismo, corrupción y trá­


fico de armas, que ocupa el cargo de ministro del Interior en este
increíble país donde todo es posible, dijo suelto de huesos ante las
cámaras de televisión que el principal insumo de la famosa bebida
Coca-Cola es la hoja de coca.
Como en el Perú la feroz ignorancia se ha convertido en el pri­
mer requisito para ocupar un cargo público, me detengo en la de­
claración de Luis Barranzuela porque fui un gran aficionado a la
Coca-Cola y hace años tuve curiosidad por conocer la historia de
la bebida, porque me divertía escuchar a mis amigos de izquierda
calificar a la Coca-Cola como el símbolo del capitalismo sin por
ello privarse de degustar largos tragos de cuba libre (ron cubano
y gaseosa yanqui).
Diré entonces que Barranzuela, además de su afición por los per­
sonajes delictivos, es un sólido ignorante cuando atribuye al alcaloide
en hoja, la condición de insumo principal de la Coca-Cola. Esta be­
bida fue inventada por un norteamericano llamado John Pemberton,
quien se inspiró en una fórmula que, en Senegal y Cayena, se cono­
cía como the fren ch wine coca, un vino que contenía extracto de coca.
Pero esa fórmula, Pemberton la sustituyó porque necesitaba dinero y
quería inventar algo utilitario: un jarabe para calmar el dolor de ca­
beza y otros efectos de la resaca en los beodos. Utilizó hierbas, frutas,
cafeína, azúcar y, al inicio, algunas hojas de coca.
Como suele ocurrir en las grandes historias, la fórmula final
llegó gracias a la casualidad. El 8 de mayo de 1886, en la ciudad de
Atlanta, un tambaleante viajero ingresó al negocio de Pemberton
y le pidió que le sirva «esa cosa que usted fabrica para ayudar a los
borrachos». Era un jarabe espeso y meloso que era necesario mezclar
con abundante agua. Como el borrachín le pidió más, Pemberton,
para evitar ir en busca de agua, le sirvió una botella del jarabe mez­
clándolo con agua gasificada que tenía a la mano. El parroquiano
se la bebió entera y pidió más. Entonces, el que se estaba convir­
tiendo en inventor de la Coca-Cola, le sirvió un vaso con agua co­
mún y el borracho reclamó airado. La bebida le parecía un asco sin
«las burbujas», y ese fue el instante mágico que hasta hoy perdura.
El jarabe pasó a venderse con agua gasificada y como bebida pla­
centera, y el primero de enero de 1887, junto a tres inversionistas
— Doe, Robinson y Holland— el creador de la Coca-Cola fundó
Pemberton Chemical Company.
Esta historia, como un montón de cosas más, la desconoce
Barranzuela y, sobre todo, desconoce este dato que el escritor ar­
gentino Osvaldo Soriano — destacado miembro del club de la
Coca-Cola— anotó en un extenso artículo: «En abril de 1979, la
revista de la asociación de consumidores de Bélgica, Test-Achats,
analizó cuidadosamente el contenido de la Coca-Cola. Este es el
resultado obtenido sobre una botella de un litro:

• 2.42 % de ácidos utilizados también en otras bebidas


refrescantes
• Presencia activa de ácido fosfórico
• 70 % de cafeína
• Presencia de colorante en forma de amoníaco acaramelado
• 96 gramos de azúcar».
Como se puede apreciar, en la fórmula de la Coca-Cola no aparece
la coca «como insumo principal», según sostiene el indocto minis­
tro Barranzuela. Cabe señalar que la empresa Stepan Company im­
porta hojas de coca peruana hacia Estados Unidos de Norteamérica
con autorización de la Drug Enforcement Administration (DEA)
para el laboratorio Mallinckrodt Pharmaceuticals, que «lo usa para
hacer cocaína farmacéutica (clorhidrato de cocaína), para procedi­
mientos quirúrgicos», y una vez que el alcaloide ha sido extraído,
señala la DEA, se «venden las hojas que quedan a Coca Cola»
como un agente saborizante, pero no como insumo esencial.
Entonces, el episódico ministro del Interior yerra cuando sos­
tiene que la coca que cultivan sus sospechosos amigos en el Vraem
se destina a la venta para la empresa que fabrica la Coca-Cola. En
realidad, Barranzuela, ingenioso ignorante, recurrió al argumento
en su intento de defender a sus encubiertos amigos del presunto
narcotráfico. Dicho de otra manera, la coca de Barranzuela es otra
y no es líquida.
Si para el Congreso ser abogado de terroristas, corruptos y tra­
ficantes de armas no es suficiente para una censura, entonces quizá
la Coca-Cola nos ayude y Barranzuela se vaya a su casa por delito
de lesa ignorancia.
LA GROTESCA DOBLE MORAL
4 DE FEBRERO DE 2 0 2 2

Estamos ante el bochornoso espectáculo de harapientos morales


arranchándose un botín llamado Estado. Se lo estaban repar­
tiendo; ahora se lo disputan.
Los caviares bregaron para que Pedro Castillo llegue al poder.
Al sufrir la doble debacle electoral del Partido Morado de Sagasti
y de Juntos por el Perú de Verónika Mendoza, no les importó la
notoria y evidente ineptitud de Castillo y decidieron volverse co-
gobierno. Toda esta historia la conoce el país entero, aunque sus
protagonistas hoy quieran negarlo en un caricaturesco ejercicio de
amnesia selectiva.
Hace unos días, con el cambio de gabinete, Pedro Castillo, men­
tiroso y felón a mansalva, afiló su machete — ese que los caviares
en la campaña defendieron como «expresión cultural» cuando los
militantes del lápiz paseaban amenazantes por las calles— y, con
ese machete, les cortó el pescuezo a los cargos con sueldos estatales;
entonces, de pronto, los caviares se volvieron moralistas a ultranza.
Mirtha Vásquez, la que generó incendios en el vital sector mi­
nero, denunció corrupción; Avelino Guillén, el que nombró sub­
versivos prefectos del Fenatep, avisó de complots corruptos en la
policía; y el secretario de Palacio, Carlos Jaico, el silencioso, descu­
brió la existencia de un gabinete en la sombra que veía pasar todos
los días. Estos personajes, representantes del caviarismo, ocultaron
todos los episodios sórdidos, fueron parte del encubrimiento y solo
cuando los despojaron del cargo, de los privilegios, del sueldo y de
la escasa dignidad que les quedaba, ahí, de pronto, se volvieron
moralistas denunciantes de barbaridades que debieron revelar ape­
nas las conocieron. Ya lo dijo hace mucho el francés Proust: «Tan
pronto como uno es infeliz, se hace moral».
La segunda parte del bochornoso espectáculo ha sido la lluvia
de mensajes en Twitter convocando a marchas bajo el lema «Alista
las zapatillas» (Nike). De pronto, una legión de flamantes exfun­
cionarios, políticos sin curul, miembros de oenegés, opinantes,
artistas, periodistas — complete el lector la lista: es tan larga que
agota enumerarla— ; de pronto, todos ellos se volvieron opositores.
Y así, la vacancia pasó de ser un pedido de fujimoristas o fascistas
a convertirse en un irreprochable pedido democrático.
Con una rapidez mayor a la que tiene para mentir su examado
Pedro Castillo, la legión de caviares, al ver que los beneficios es­
tatales se esfumaban, se convirtieron en enemigos virulentos.
Olvidaron las fotos que se tomaban sonrientes con Castillo blan­
diendo el falso lápiz. Olvidaron los tuits que lanzaban a man­
salva en la campaña electoral insultando a todo aquel que se daba
cuenta de que el país se iría al abismo. Olvidaron, desmemoriados
repentinos, los tuits que disparaban furiosos contra aquellos que
anotaban los enormes desaciertos cuando ya su esperpéntico líder
estaba en el Gobierno.
Como si una pandemia de amnesia (sin vacuna) los hubiese
privado de memoria, se olvidaron de decir esa idiotez que popula­
rizaron: «Soy cojudigno a mucha honra». Desempolvaron sus car­
teles y reescribieron: «Castillo no me representa», y ahora resulta
que Castillo ya no es de izquierda, ya no es representante de los
caviares; es, apenas, un vulgar «fachista».
Seis meses. El cogobierno más breve. Apenas seis meses en los
que la izquierda oficial sostuvo a la izquierda de raíz senderista
y corrupta. Los caviares se esmeraron en decir que el profesor no
venía del Movadef, que era ajeno al dinero sucio de la campaña
electoral, que al campesino ilustre no se le dejaba gobernar por
racismo y, con esa prédica, convencieron a los cojudignos de toda
edad. Pero ese mismo Pedro Castillo los traicionó y les dijo: «Eso
fue todo, queridos todes, amados chicos, chicas y chiques», y allí
empezó la exhibición de la doble moral.
Cuando desde el Gobierno empezaron a asomar hechos de­
lictivos, los caviares no inundaron las redes pidiendo marchas ni
vacancia por la casa clandestina de Sarratea; tampoco alistaron
las zapatillas por la grotesca corrupción en Petroperú o por el evi­
dente tráfico de influencias en diversos sectores; no se rasgaron
las vestiduras por la subasta de ascensos militares y policiales,
y menos apretaron el gatillo de su «dignidad» por los veinte mil
dólares hallados en un baño de la Casa de Gobierno. Pero bastó
que perdieran los privilegios para que asome la grotesca doble
moral. Se desnudaron solos, a punta de mensajes en Twitter, en
Facebook, en Instagram y zapateando furiosos en TikTok.
Hace dos décadas, los caviares se autoerigieron —la necedad
no tiene límites— como «la reserva moral del país»; durante dos
décadas se la pasaron decidiendo quién era «digno» y quién era «in­
digno»; a lo largo de dos décadas ejercieron la agresiva imbecilidad
de vivir descalificando al que pensaba distinto a ellos; hace ya dos
décadas que nublados por su frivolidad se creen seres moralmente
superiores; y hace dos décadas han capturado los medios de comu­
nicación para hacer activismo político y destruir al periodismo.
Pero todo tiene su final y la ciudadanía percibió nítidamente que
apenas los alejaron del botín estatal, exhibieron, sin pudor, su do­
ble moral, es decir, su ausencia de valores y convicciones.
Cuando la gente decente se equivoca suele decir: «Asumo mi
error y pido disculpas». Los caviares son distintos. Son intole­
rantes y no admiten errores, menos cuando sus privilegios están
en juego. En buena medida recuerdan aquella frase de Marshal
McLuhan: «La indignación moral es una técnica para dotar al
idiota de dignidad».
HISTORIA DE UNA FOTOGRAFÍA
2 8 DE FEBRERO DE 2 0 2 2

En julio de 2021, cuando Pedro Castillo ya había sido procla­


mado presidente de la República, recibí la visita de un policía
que conozco hace varios años. Es miembro de un grupo de élite
de investigación, honesto, convencido de su oficio y, en su vida
de ciudadano, hace cuanto puede para ayudar a los habitantes
de su pequeño poblado de origen. Me alcanzó una fotografía.
Estaba muy indignado. Me dijo: «Este es un delincuente, lo cap­
turé hace años cuando asaltó una pizzeria en Miraflores y ahora
es muy cercano al nuevo presidente».
La fotografía era una pista importante porque era muy reciente.
Correspondía a los días previos a que el «modesto profesor» asu­
miese el cargo de primer mandatario. Días con trajín palaciego
para nombrar asesores, definir ministros y funcionarios. La ima­
gen muestra a Pedro Castillo junto a un hombre vestido de negro
que tiene el pulgar hacia arriba en señal de victoria. M i amigo
policía me dijo: «Se llama Zamir Villaverde García y ahora tiene
una empresa de seguridad llamada Vigarza».
En febrero de 2007, Zamir Villaverde había asaltado a balazos
la pizzeria Donatello en la avenida Pardo, Miraflores. Una con­
dena de diez años por robo agravado lo llevó como presidiario al
penal Miguel Castro Castro. Estuvo apenas dos años tras las rejas
porque vivimos en el reino de la impunidad. En mayo de 2013
reincidió y fue condenado a cuatro años de prisión por los delitos
de falsedad de documentos y colusión, una modalidad corrupta en
las contrataciones con el Estado.
En aquel julio del año pasado (2021), hablé con algunos perio­
distas de aquellos que vemos dar lecciones de moral proclamán­
dose paladines de la lucha anticorrupción. No se les movió una
ceja. Cero interés. Claro, era julio y empezaba un nuevo gobierno
y es el momento en que casi todos se vuelven muy prudentes, aun­
que existan evidencias.
Ahora, el país entero sabe, por la confesión de la lobista
Karelim López — integrante de la banda que opera desde Palacio
de Gobierno— que aquel delincuente asaltante de una pizzeria
es uno de los socios principales del presidente de la República del
Perú en la trama de corrupción estatal.
Fue Zamir Villaverde quien organizó la mafia en el Ministerio
de Transportes y Comunicaciones en coordinación con el inamo­
vible ministro Juan Silva. Villaverde se encargó también de las
coordinaciones con un profesor escolar de Biología que había ro­
bado el dinero de la Asociación de Propietarios de una modesta
agrupación vecinal del Rímac y que se había convertido en secre­
tario general de la Presidencia de la República. Su nombre: Bruno
Pacheco, el hombre que guardaba veinte mil dólares en el inodoro
de su oficina.
El expresidiario Zamir Villaverde — el socio presidencial— se
encargó también de atender otras miserias para gentes hambrien­
tas... de dinero: los sobrinos presidenciales. A ellos, desde la cam­
paña electoral, les pagó viajes, relojes, vehículos y amigas. Zamir
era una fiesta para personajes como el sobrino presidencial, Fray
Vásquez Castillo, quien, a sus 31 años, pasó de vender pollos a la
brasa en la pollería Kayako ubicada en una zona brava del Callao,
a recibir a los personajes de los negociados en el antro ubicado en
la calle Sarratea.
Ahora que todo se empieza a conocer en detalle, se abre la se­
gunda parte de un espectáculo que habrá de ser patético por la apa­
rición de dos clases de personajes: los silenciosos y los sorprendidos.
Todos los que auparon, ensalzaron, defendieron a Castillo con
la tonta muletilla: «No aceptan que un rondero, un campesino,
un maestro rural sea el presidente de la República», ahora están
mudos y dejarán de ser entrevistados, de escribir columnas y apa­
garán, momentáneamente, el fuego nutrido de sus agresivas redes
sociales. No entienden que ejercer la decencia no es muy difícil,
basta con pedir y apoyar que la delincuencia se vaya de Palacio de
Gobierno y deje todos los ministerios que han destruido en apenas
unos meses.
En cuanto a los sorprendidos, ahí nos topamos con una espe­
cie muy cínica. A pesar de que existen evidencias crudas como la
estrecha cercanía de Zamir Villaverde García con Pedro Castillo
Terrones, habrá quienes empiecen con el espectáculo de la legu-
leyada y, «sorprendidos», pedirán pruebas; exigirán «la corres­
pondiente corroboración» y «el respeto al debido proceso». Habrá
también quienes evadan el tema central: la responsabilidad directa
del presidente Castillo. Ya debutó en ese afán Mónica Delta, otra
vez en una bochornosa entrevista. Ella no siente vergüenza; al fin
y al cabo, su especialidad es ser palaciega.
Frente a los silenciosos y los sorprendidos, es necesario entender
que en política los plazos no son judiciales. No perdamos de vista
que la política responde a los mandatos constitucionales —allí se
encuentra la causal de vacancia— y una de sus tareas es prote­
ger a un Estado, el de los peruanos, que está siendo saqueado y
desmontado.
LLEGÓ LA REALIDAD
4 DE ABRIL DE 2 0 2 2

Todo tiene un costo. Lo sabemos, pero nos encanta ignorarlo. La


turba que llegó a Palacio de Gobierno no es producto del azar.
Esa ruta al poder (y al saqueo estatal) fue construida en los años
precedentes. Pedro Castillo, Vladimir Cerrón, Guido Bellido,
Guillermo Bermejo, los ministros prontuariados, los sobrinos pró­
fugos, los fiscales que protegen a la corrupción, son producto de la
constante prédica de los llamados izquierdistas, cívicos, activistas,
caviares y dignos y cojudignos. Primero se apropiaron de los me­
dios de comunicación, luego hallaron la impunidad de las redes
sociales y desde esos ámbitos impusieron lo que ellos llaman «una
narrativa» que no es otra cosa que tergiversar la historia y manipu­
lar la información.
Ambos actos son graves para una sociedad y terminan teniendo
un costo. Hace siglos se sabe que la historia no se debe tergiversar.
En El Quijote , libro viejo y sabio, se advierte que la historia es «tes­
tigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo
por venir». Pero no aprendemos.
En los últimos veinte años se pisoteó ese concepto con la pre­
sencia protagónica de varios personajes infaustos. Baruch Ivcher,
con su canal de televisión y sus asalariados; Gustavo Gorriti,
con su ego patológico y su corte de querubines; después América
Televisión y su colombiana; Canal N y RPP, con sus activistas;
los morados Sagasti, Gino Costa y su socio Vizcarra. Es una
larga lista de personajes que impusieron un relato usando de
manera infame los medios de comunicación. Así se construyó
el más reciente capítulo: el invento del «humilde profesor pro­
vinciano». A pesar de las advertencias basadas en evidencias, se
negaron a revisar su oscuro origen — «no al terruqueo», decían—
y aquellos que pensaban distinto eran directamente calificados
como fascistas, racistas, neoliberales y, claro está, fujimoristas.
Se suma otro detalle. Con la complacencia suicida de los due­
ños de los medios de comunicación, izquierdistas y caviares incu­
rrieron con impunidad en la manipulación informativa junto al
insulto y la descalificación a todo aquel que osaba discrepar. Para
su tarea, sin decirlo y en algunos acaso sin saberlo, usaron un ma­
nual creado por el nazi Joseph Goebbels que, desde el siglo pasado,
la izquierda utiliza y difunde. No incurro en ninguna exageración.
Anoto tres de los once principios y que el lector compare con lo
vivido en el país.

• Principio de simplificación y de enemigo único. Adoptar una


única idea, un único símbolo; individualizar al adversario en
un único enemigo.
• Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a
un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente,
presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero
siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras
ni dudas.
• Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha
gente de que se piensa «como todo el mundo», creando im­
presión de unanimidad.

Así hemos llegado al momento actual. Ha escrito Arturo Pérez-


Reverte una frase que encaja como un guante en los jóvenes vo-
tantes, «los dignos», y en otros no tan jóvenes que encumbraron al
prosor Castillo y su lápiz: «Queremos vivir bien, pero criticando lo
que nos hizo vivir bien. Eso es admirable, claro, siempre y cuando
estés dispuesto a asumir las consecuencias».
Y aquí estamos. En la etapa de las consecuencias. Empezaron
las protestas violentas. Sufrirá mucho la gente de a pie y los bolsi­
llos de todos. La ignorancia, la irresponsabilidad, la frivolidad son
baratas cuando se utilizan, pero la factura tiene precios muy altos.
Aquí está, a la vista de todos, la sucia ostentación de los per­
sonajes con antecedentes penales que simulan gobernar el país.
Nos han mostrado todas las formas posibles del deterioro. Desde
ministros de origen senderista en un país que padeció la salvaje
violencia del terrorismo, hasta un asaltante que purgó prisión con­
vertido ahora en operador de la corrupción del presidente de la
República.
Aquí está también el obsceno proceder del Congreso que dio el
voto de confianza a cuatro gabinetes ministeriales llenos de char­
latanes, plagiadores, procesados, investigados y condenados. Todo
a cambio de prebendas. También el espectáculo sombrío de un
amplio sector de la prensa que, a pesar de tantas evidencias, insiste
en caminar por las mismas callejuelas sin entender que el peor de
los desatinos es reemplazar el periodismo por el activismo porque
eso lleva a la destrucción del oficio.
Un periodista es lo opuesto a un activista. El periodista inves­
tiga y busca información; el activista hace propaganda a sus ideas
sectarias.
Se encendieron las protestas populares porque todo tiene un
límite. Una cosa es la risa por un ignorante con banda presidencial
que balbucea frases y habla de «un niño que llevaba un pollo»,
pero otra son los precios que cada día suben y suben tanto como
la corrupción.
Quedan todavía muchas cosas que habrán de ocurrir. Tarde
o temprano, varios de los pillos de hoy habrán de terminar en
prisión, otros quizá resulten impunes, pero serán repudiados
en las calles. Y se abrirá un espectáculo de tiniebla moral: los
que oficiaron de cómplices habrán de ser delatores; ciertos fisca­
les despertarán y pedirán capturas y, por supuesto, entrevistas;
aquellos que apoyaron y alabaron al profesor y su banda se volve­
rán críticos —ya hay varios que están girando— ; otros pedirán
comisiones investigadoras y habrá también activistas-periodistas
que crucificarán a los que ayer nomás protegían silenciando de­
nuncias escondidos tras la careta de «Hay que cuidar la estabili­
dad de la democracia».
De esa estirpe estamos hechos hace por lo menos doscientos
años. Pero esta vez se nos fue la mano. Se le entregó el gobierno a la
bárbara informalidad que está arrasando con la legalidad. Piensan
igual que aquel líder islámico que proclamó: «Usaremos vuestra
democracia para destruir vuestra democracia». Lo dijeron en la
campaña electoral y muchos igual los apañaron.
En su afán de controlar la furia popular, este remedo de
Gobierno se pondrá más populista aún, quemarán las reservas fis­
cales sin importarles la inflación y la crisis económica. Eramos,
mal que bien, con errores y carencias, un país que tenía la econo­
mía más estable de la región.
Todo tiene un costo. Y hace doscientos años que no aprende­
mos.
SOPORTAMOS UN MISERABLE
ESPECTÁCULO
7 DE ABRIL DE 2 0 2 2

Es necesario anotar las causas del espectáculo repugnante que


estamos soportando para que no vuelva a ocurrir. En procesos
electorales anteriores, los políticos se tomaban el afán de enga­
ñar a los electores. Se presentaban con algunas virtudes, oculta­
ban sus ruindades y, luego, defraudaban a los votantes. Esta vez
fue distinto. Desde su primer balbuceo, Pedro Castillo demostró
su insondable ineptitud y en la campaña electoral asomaron, una
tras otra, denuncias sobre sus vínculos con el narcoterrorismo; su
relación con la corrupción de la banda denominada «Los dinámi­
cos del centro»; la presencia de personajes vinculados a asesinatos,
corrupción, violencia familiar y el oscuro origen del dinero para
su campaña.
Apenas Castillo (y en la sombra, Vladimir Cerrón) asumieron
el gobierno, empezó un desagradable festival de nombramientos
de ministros y funcionarios con antecedentes senderistas; pron-
tuariados con condenas o denuncias por delitos diversos; amantes
de ocasión pagadas con sueldo estatal; ignorantes en cargos clave
del Estado; hasta llegar al oprobio de designar como ministro de
Salud a un charlatán vendedor de pócimas en un país que hace
muy poco enterró a 200 mil compatriotas por el colapso de su
sistema hospitalario en la pandemia del coronavirus.
La lista de barbaridades es inmensa en siete meses de pe­
sadilla. Aquellos que impidieron que se diga lo que fue cierto
desde la campaña electoral, ahora miran su obra y constatan que
Pedro Castillo, Vladimir Cerrón, Dina Boluarte, Guido Bellido,
Guillermo Bermejo, Aníbal Torres y todos los demás oscuros
personajes con cargos oficiales y otros en la sombra no son polí­
ticos, son truhanes que utilizaron la política con una finalidad
criminal: robar. Piensan que el Estado es un botín y, por eso, se
dedicaron, desde el primer día, al saqueo. Son, mal que les pese
a quienes los defendieron en estos meses, lo que la Fiscalía está
calificando de acuerdo a ley: una organización criminal.
¿Cómo pudieron llegar al poder?, se preguntan muchos.
Llegaron por la miseria moral y por la ignorancia. Esto último es
sencillo de definir. Recordemos que los comicios mostraron una
división generacional en la cual los adultos por encima de cuarenta
años de edad se oponían a la prédica comunista y, frente a ellos,
millones de jóvenes orgullosos de ser ignorantes, incultos y frívolos
se dejaron convencer por los caviares, los influencers y la prensa
irresponsable que ocultó lo que no debía ocultar.
Pero el factor más hondo y perverso en este escenario es la miseria
moral de los llamados caviares. Adueñados de los medios de comuni­
cación y convertidos en feroces actores de las redes sociales, empeza­
ron a usar las maniobras que utilizan hace dos décadas. La primera:
inventar frases efectistas; así contribuyeron en disfrazar al radical
sindicalista del Movadef como un abnegado y honesto profesor de
aldea. El segundo ardid consistió en atacar y desprestigiar a quienes
piensan distinto utilizando burdas diatribas con los epítetos fujimo-
rista, fascista o la famosa idiotez «pero Keiko», como si el destino del
país estuviese atado a los deshechos del fujimorismo. Su tercera treta
fue la victimización con este lema: «No aceptan que un rondero, un
campesino y maestro rural sea el presidente de la República».
Hablo de miseria moral porque todo se hizo a sabiendas. No
es que fueron engañados. La izquierda derrotada en los comicios
de 2021 y los caviares ávidos de beneficios estatales, participaron
del gobierno de Pedro Castillo o decidieron apoyarlo conscientes
de quién era. La confesión de la corrupta Karelim López no es
ninguna sorpresa.
Anotemos lo siguiente. Lo que la lobista Karelim López ha con­
fesado es el complemento judicial de todo lo que fue revelando a lo
largo de meses el programa Beto a saber, dirigido por el periodista
Beto Ortiz, quien, junto a su equipo, tuvo el coraje de hacer perio­
dismo. Podrá gustar o no el estilo, la personalidad, la vehemencia
o, si quieren, los excesos de Ortiz, pero existe esta pregunta: si
Ortiz, su reportera Claudia Toro y su productor Martín Suyón no
hubiesen dado batalla desde la campaña electoral, ¿cuántas barba­
ridades habrían quedado en el oscuro silencio? La respuesta con­
duce a un terreno baldío: ¿dónde estuvo el resto del periodismo?,
con un añadido incómodo: ¿van a asumir su responsabilidad o van
a refugiarse en el show de volverse críticos repentinos?
Si en el 2021 los medios de comunicación tan solo hubiesen
cumplido con su función, Castillo y su organización criminal
jamás habrían llegado al poder. ¿Por qué no hicieron periodismo?
Porque los medios de comunicación están capturados por el ac­
tivismo político de los caviares y otros están capturados por «lo
políticamente correcto», que no es otra cosa que el cáncer que des­
truye la necesaria rebeldía que debe acompañar a un periodista.
Miserable es el espectáculo que soportamos desde hace meses,
y si queremos una salida debemos empezar por exigir que cese la
miseria moral. Porque miseria moral es que los congresistas no
cumplan sus funciones y se descubra que en las bancadas habitan
cómplices de la banda de Castillo; miseria moral es que la presi­
denta del Congreso esté a los abrazos con bribones o que Luna
Gálvez haya cambiado la prisión por una curul, o el almirante
Montoya sea un sospechoso errático, o la bancada de Alianza para
el Progreso finja estar al lado de la ley cuando, en realidad, está al
lado del delito.
También constituye miseria moral el sector de empresarios mer-
cantilistas que prontamente utilizaron operadores para pactar con
la delincuencia que encabeza Pedro Castillo. Han demostrado que
por el dinero son capaces de todo, incluso, de tolerar y aprovechar
la convivencia con delincuentes que destruyen el país, un país que,
claro está, no consideran suyo.
En rigor, todos somos responsables. Si alguien quiere dividir esta
época oscura entre ganadores y perdedores o entre «yo tuve razón
y tú no», comete una insensatez que a nada conduce. El único deber
es aprender de una vez que un país, este país, es nuestro hogar.
PEDRO CASTILLO, EL HIJO
DE LOS MERCAIMTILISTAS
IO DE ABRIL DE 2 0 2 2

Seguramente muchos se sorprenderán si afirmo que Pedro Castillo


ha llegado al lugar que hoy ocupa no tanto por efecto de sus votan­
tes, sino por la sostenida acción de un sector del empresariado pe­
ruano. Los directos responsables de la aparición de Castillo, como
presidente de la República, son los empresarios mercantilistas que
en los últimos veinte años se han dedicado a obtener ventajas in­
debidas, lograr posiciones cuasi monopólicas, financiar campañas
políticas para tener luego ventajas ilegales o, incluso, incurrir di­
rectamente en acciones corruptas.
Se equivocan quienes afirman que en el Perú se aplican las
reglas del liberalismo. No es verdad. Somos el coto de caza de
empresarios mercantilistas incapaces de pensar en un país. Son
insaciables mercantilistas que no se dan cuentan de que son ellos
quienes destruyen la fuente de su riqueza o terminan generando
apariciones en el escenario de personajes como Pedro Castillo y
Vladimir Cerrón.
El Perú, desde hace 200 años, padece la tragedia de tener una
clase dominante que desprecia la posibilidad de construir un país.
Hemos arribado milagrosamente, a punta de sobrevivencia, al si­
glo XXI, pero cuando se anunciaron los resultados electorales de
la primera vuelta, en realidad, nos dijeron que habíamos retor­
nado a 1990, cuando un catedrático universitario llamado Alberto
Fujimori tenía que enfrentarse a otro profesor universitario lla­
mado Abimael Guzmán. Esta vez, la hija y el discípulo ideológico
de esos personajes van a definir quién gobierna el país. No hemos
cambiado nada. Vivimos en el eterno retorno.
Sendero Luminoso surgió porque durante todo el siglo xx, te­
rratenientes crueles convirtieron a los campesinos en cuasi escla­
vos hasta que los hijos de esas familias, desesperadas y dolidas, se
hartaron de padecer tanta hambre, tanta miseria. De esa situación
se aprovechó Abimael Guzmán para desatar la demencia sende-
rista. Esta vez, en este siglo que fue próspero, empresarios egoís­
tas, mercantilistas sin conciencia, sumaron riqueza incluso con la
vil corrupción, pero no construyeron nada ni atendieron nada.
Acumularon y nada más. Voraces como si fueran invasores de un
país en el cual sus hijos nacen.
Si uno mira el mapa electoral encontrará que Pedro Castillo ha
sumado enorme cantidad de votos en el sur empobrecido y olvi­
dado. Sus votantes no saben de ideología. Están protestando. Están
expresando su rabia contenida. Su desamparo, sus necesidades, su
dolor. Desde Lima, los usuarios de las redes sociales exhiben su
analfabetismo. Dicen: «No lo vimos venir». No. Al que no ven
ni ir ni venir, desde hace décadas, es al país provinciano. Castillo
es profesor y les habla a los profesores que, a pesar de un sueldo
mísero, cumplen con conmovedora entrega su labor trasladándose
en buses destartalados, en mototaxis peligrosas, a lomo de bestia
o a pie para enseñar en poblados humildes de clima agreste donde
falta la comida y no existe una posta médica. Castillo les habla a los
padres de los niños que caminan kilómetros para llegar a sus aulas
modestas, cansados y con hambre, porque nacieron en el olvido.
Esa gente menesterosa a la que negamos el derecho a un presente
y la esperanza de un futuro, soporta que se le exhiba en pantallas
de televisores, en imágenes de Instagram, TikTok o Facebook, las
cómodas casas, las suculentas comidas, la vistosa ropa y los meneos
con escasa vestimenta; entonces, un día despiertan con fastidio y
ejercen su derecho a votar y deciden tirar al azar la moneda que no
tienen, y le abren las puertas del poder a una banda de asaltantes
que engañó a esa gente abandonada y dispuestos al saqueo desar­
man el destartalado país, y el empresariado se asusta sin asumir
que ellos son los causantes de que eso ocurra.
Escucho decir a los empresarios y a los que opinan a nombre
de ellos: «Qué barbaridad, la economía se va a destruir», y me pre­
gunto, ¿acaso no está destruida la economía de las gentes humil­
des? El sur del país está enojado, pero en el sur del país operan los
negocios monopólicos del Grupo Gloria, cuyos dueños aparecen
en la millonaria lista Forbes con una fortuna de 1300 millones
de dólares forjada, entre otras gracias, vendiéndole a los humildes
y a la esforzada clase media, agua saborizada fingiendo que es le­
che porque las autoridades y los gobernantes se lo permiten.
El sur del país está enojado y tiene razones. Ocurre que entre
2001 y 2016, un grupo de empresarios — entre ellos un notorio
accionista del Grupo El Comercio— construyeron en base a la
corrupción, una inútil carrera Interoceánica en lugar de cons­
truir la ineludible Carretera Central que tanto necesitan los agri­
cultores y campesinos de la sierra. El sur del país está enojado
y su enojo empieza a ampliarse al resto del país, pero resulta que
hace unos meses descubrimos que trabajadores que migran desde
Arequipa, Ayacucho, Apurímac, Huancavelica hacia los campos
de Ica para emplearse, recibían sueldos miserables por parte de
los empresarios de la agroindustria que convirtieron exoneracio­
nes tributarias temporales en permanentes, pero sus propagan­
distas hablan de «cien por ciento de empleo en lea».
¿De dónde han provenido los recientes líderes de la izquierda
llamados Marco Arana, Gregorio Santos y Pedro Castillo? De
Cajamarca. ¿Dónde estuvo durante años extrayendo riqueza el
notorio empresario Roque Benavides? En Cajamarca. Si hubiese
sido un empresario verdadero habría generado desarrollo, y a los
habitantes de esa región no les habría interesado el discurso de
una izquierda trasnochada y sin aptitudes. Pero resulta que tras la
extracción de tanta fortuna minera, Cajamarca es hoy la segunda
región más pobre del país.
Pedro Castillo es hijo del empresariado mercantilista. Si los
empresarios respetaran la institucionalidad en lugar de corromper
políticos, si no se aprovecharan del Estado, si contribuyeran con el
desarrollo, no habría existido Sendero Luminoso y hoy no habría
ni Movadef, ni Perú Libre, ni profesor Castillo, ni corrupto Cerrón.
En su lugar habría algo mucho mejor: un país en el cual el empre­
sario tenga derecho a la riqueza que forja, pero sin causar la pobreza
y el atraso que existe. Los académicos le han dado un nombre a una
posible solución: distribución de la riqueza. Pero el empresariado
adora a Shylock, aquel personaje de El m ercader de Venecia.
Aunque está de más decirlo, como no falta algún tonto, señalo
que no estoy haciendo una crítica izquierdosa. No comparto las ideas
de la izquierda. Estoy muy lejos de esa ideología porque aprendí que,
a lo largo de la historia, la izquierda en cualquiera de sus versiones
—marxismo, leninismo, maoísmo, socialismo— solo ha generado
pobreza, violencia y jerarcas corruptos. La mirada mía no va por el
rumbo político; desprecio a la política. Lo que escribo proviene de
otro ámbito. Por mi oficio he viajado y observado con ojos de testigo
el país en el cual vivo y estoy harto de que siga ocurriendo esta sen­
tencia que escribiera Clorinda Matto de Turner: «¡Nacimos indios,
esclavos del cura, esclavos del gobernador, esclavos del cacique, es­
clavos de todos los que agarran la vara del mandón!».
LOS GUIONISTAS DE
EL JUEGO DEL C A L A M A R
4 DE MAYO DE 2 0 2 2

De cuando en vez Netflix, ese supermercado de mediocridades


efectistas, pone una serie valiosa. El ju ego d el calamar es una de
esas excepciones. La serie coreana es cruda y violenta porque re­
trata una terrible situación: la desesperación de los pobres a causa
del egoísmo de las castas mercantilistas.
El argumento es concreto. Seres humanos desesperados por una
situación económica que no les permite ni siquiera un mínimo de
dignidad, deciden anotarse en una competencia fatal: puedes ser
millonario si ganas pero, si pierdes, el costo es tu muerte. Es sobre-
cogedor ver el segundo capítulo en el cual los participantes, des­
pués de haber vivido la espantosa experiencia de evitar una muerte
violenta, renuncian a recuperar su libertad al darse cuenta de que
en su vida diaria no tienen ninguna oportunidad. No tienen salud,
trabajo, comida. Cero opciones. Lo único que tienen es su vida.
No tienen más opción que ponerla en juego. Es la situación más
atroz a la que se puede llevar a un ser humano.
¿Es ficción? No. Elju ego d el calamar es una cruda metáfora del
actual mundo «moderno» en el cual pocos tienen demasiado y mi­
llones no tienen nada. Esta serie nos hace pensar, por ejemplo, que
es grotesco que el hipermillonario Elon Musk tenga una fortuna
superior al PBI de un centenar de países, incluido el Perú. Una
sola persona.
La serie El ju ego d el calamar sirve como rotunda explicación
sobre por qué Pedro Castillo (y su origen senderista) y Vladimir
Cerrón (y su origen basado en la corrupción), ejercen hoy el po­
der en el Perú. Dejemos atrás la infinita estupidez de los votantes
caviares de clase media urbana y hagámonos esta pregunta: ¿quié­
nes votaron por Castillo y Perú Libre? Los desesperados. Los con­
cursantes de El ju ego d el calamar. Ese enorme bolsón de pobreza
compuesto por gentes que sobreviven sin agua, sin servicios de sa­
lud, sin comida. Esa inmensa población que se cuenta en millones
de seres humanos que solo tienen pobreza y nada más. Entonces,
¿qué les queda? Apostar su vida. Es lo único que tienen. Cuando
alguien va y les habla de estabilidad económica, del valor del dó­
lar, de la inflación o de los antecedentes de Castillo y Cerrón, ese
mensaje no significa nada para ellos porque saben que su situación
no cambiará y si no va a cambiar, deciden apostar por quien les
vende una falsa revolución porque antes, otros, ya les han vendido
otras mentiras.
Es la misma razón por la que Abimael Guzmán pudo organizar
Sendero Luminoso. Les habló a los desesperados, a los fatigados
por la pobreza. En mi libro Abimael, el sendero d el terror aparecen
estas líneas en referencia a los campesinos y sus hijos que fueron
convencidos por la opción terrorista:

Como si la Edad Media se hubiese detenido en las serranías pe­


ruanas, eran seres sometidos a la voluntad de férreos gamona­
les y obligados a trabajar para ellos, generación tras generación.
Obligados a cultivar los campos en arduas jornadas a cambio de
mendrugos que acentuaban su pobreza, sobrevivían bajo una ri­
gurosa dependencia sin esperanza alguna de alcanzar un estatus
con dignidad y derechos. A ellos no les alcanzaban los privilegios
de la educación, de la vestimenta adecuada o la alimentación nu-
tritiva; su destino estaba sellado porque sus vidas estaban confi­
nadas a una larga servidumbre.

En ese escenario asomó el terrorismo de Abimael Guzmán.


Han pasado los años y nuevamente en el 2021, millones de
personas desencantadas y fatigadas han vuelto a apostar por la
mentira «revolucionaria». Familias enteras al interior del país han
visto cómo, en los primeros veinte años de este siglo, los recursos
económicos fueron capturados por la corrupción y nadie asumió
resolver problemas estructurales. Se ha generado riqueza y no se
han atendido las necesidades básicas y, al no hacerlo, se terminó
creando un espacio fértil utilizado por infames aventureros como
Castillo, Cerrón, Bellido, Bermejo, los nuevos vendedores de men­
tiras a los pobres sin esperanza.
Esto nos conduce a prestar atención a ciertos responsables so­
bre los que poco o nada se dice. Están retratados en El ju ego del
calamar con el nombre de los Vips, los millonarios que disfrutan
del espectáculo de los pobres luchando por su sobrevivencia. En
nuestro país, esos Vips de la serie de Netflix son los miembros de la
casta mercantilista peruana que olvidaron que acceder a la riqueza
implica, a la vez, tener responsabilidades y no solamente ambición
y disfrute.
El ju ego d el calamar enseña que es reprobable obtener riqueza
condenando a otros a tener la condición de sobrevivientes. Por eso
hemos llegado a la actual situación que nos hace retroceder a tiem­
pos oscuros. De un lado pobreza y, del otro, la actitud indolente
de los ricos. Si alguno piensa que exponer estas ideas me ubica
como izquierdista, se equivoca. Sé que el marxismo-leninismo, en
cualquiera de sus formas, es la peor opción que pueda existir para
el progreso. Pero, a la vez, los años me han enseñado que, en este
país, usando el disfraz de liberalismo, se ha instalado un empre-
sariado mercantilista con altas cuotas de ignorancia y egoísmo,
incapaz de pensar en términos de país. Son tan ignorantes que ni
siquiera cuidan la fuente de su riqueza.
Cuando las necesidades básicas no existen, se crea el escenario
para la aparición de los falsos revolucionarios. Las mejores armas
para derrotar a los revolucionarios de pacotilla son los salarios dig­
nos y la atención a los servicios esenciales. Pero en Perú hay un
drama peor. Los mercantilistas, causantes de esta situación, pre­
fieren tener operadores para establecer pactos con cualquiera que
llegue al poder, incluidos los enemigos de la democracia. El único
interés es seguir haciendo negocios. Hasta que Elju ego d el calamar
les explote a ellos o a sus hijos.
El periodism o en el Perú, con valiosas excepciones, congrega a perso­
nas con un carnet que tiene impresa esta palabra: Periodista. Pero
un carnet no otorga conocim iento de la profesión y, sobre todo, no
con cede conciencia nítida de la responsabilidad que se tiene a l ejer­
cer ese oficio. El periodism o es un defensor de la sociedad cuando
asoman el desorden, la corrupción, la barbarie. Al investigar, d e­
nunciar y mostrar lo que ocurre, el periodism o hace posible que el
deterioro y la destrucción no avancen y puedan ser revertidos. Nada
de eso se entiende en el Perú.
Lo dice m ejor y lo resume de manera im pecable el gran periodista
norteamericano Walter Lippmann:

«El curandero, el charlatán, el patriotero y el terrorista


solo pueden florecer allí donde el público está privado de
un acceso independiente a la información».
LOS FISCALES MEDIÁTICOS
I I DE NOVIEMBRE DE 2 OI 9

Bajo el título «¿Se han preguntado?», el columnista del diario El


Comercio, Andrés Calderón, publica una opinión que, en el con­
texto actual del periodismo peruano, es una sensata llamada de
alerta. Estas líneas escritas por Calderón apuntan al periodismo
actual: «¿En qué momento nos convertimos en megáfonos de jue­
ces y fiscales, con prescindencia de sus crasos errores? ¿A quién me
debo: a una potencial fuente de información o a la ciudadanía?
¿Cuál es el titular correcto de mi nota: “Mandan a la cárcel a fula-
nito” o “Juez comete abuso contra fulanito”?».
Estas preguntas desnudan el actual ejercicio del periodismo
nativo. Vamos a circunscribirnos a los actuales «dueños» de
los medios de comunicación: los fiscales del equipo Lava Jato,
Rafael Vela Barba y José Domingo Pérez. Existen dos momen­
tos en su trabajo. El primero — que cosechó amplísimo respaldo
público y recibió justos aplausos— está referido a las acciones
que tomaron para que corruptos presidentes de la República,
funcionarios y políticos de ese entorno delictivo, empezaran a
ser investigados con rigor y con medidas punitivas necesarias.
Hasta ahí todo bien. Pero el segundo momento se da cuando los
miembros del equipo Lava Jato olvidaron las obligaciones de su
cargo para convertirse en actores del poder mediático dirigido a
una agenda política. Lo hacen con tanta imprudencia (y acaso
capturados por la vanidad), que no se percatan de que están
socavando la legalidad de sus funciones y atentando contra sus
propios méritos.
Los fiscales han sometido a los medios de comunicación bajo
esta lógica: «Si estás a mi lado, tienes acceso a la información;
si no difundes lo que yo deseo o señalas mis errores, entonces
te privo de información». Esa indebida presión nacida no de la
legalidad, sino del uso del poder que da el poseer información,
no supo ser respondida ni manejada por los medios de comuni­
cación. En lugar de hacer sentir su fortaleza, en lugar de defender
los fueros del oficio periodístico y advertir a los fiscales que tal
ruta era inaceptable, se doblegaron hasta convertirse «en megáfo­
nos de jueces y fiscales».
La respuesta del periodismo debió ser exigir que la información
sea para todos y no para aquellos elegidos por los fiscales. Es ilegal
que el equipo Lava Jato haya convertido a una entidad ajena al
ámbito judicial, el portal IDL-Reporteros, en su agencia de prensa,
a tal punto de que esta oenegé conoce los detalles judiciales antes
que las partes involucradas, antes de que acaben las sesiones de in­
terrogatorios, antes que todos los medios de comunicación y, ade­
más, bajo el falso rótulo de periodismo de investigación, efectúan
publicaciones con las cuales dan inicio a presiones mediáticas.
Claro, al principio, esto no se discutía porque personajes como
Alejandro Toledo, Pedro Pablo Kuczynski o Keiko Fujimori fue­
ron puestos en prisión. El problema es que el estilo de los fiscales
se fue extendiendo a toda clase de situaciones y personas y, ahora,
empieza a recortarse en el horizonte un terrible efecto: la falta de
seguridad jurídica. ¿Qué significa? Que cualquier peruano puede
ir preso, sin pruebas y sin corroboración de evidencias, simple­
mente porque a la Fiscalía se le ocurre.
Los fiscales ejercen hoy un poder mediático — que no les corres­
ponde— para imponer su voluntad y para ocultar las debilidades
de sus investigaciones. Si alguien plantea una crítica o pide expli­
caciones sobre ciertas decisiones, de inmediato usan sus tribunas
mediáticas en extensas entrevistas o difundiendo «oportunas» in­
formaciones. Por eso la pregunta es pertinente: ¿en qué momento
el periodismo se convirtió en el megáfono de jueces y fiscales, con
prescindencia de sus crasos errores?
Se ha llegado a tal distorsión que cuando uno plantea una crí­
tica a los famosos fiscales no faltan aquellos que, por padecer de
un mínimo de reflexión, brincan con esta frase: «Usted defiende
a los corruptos». No señor. A los corruptos se les debe sancionar
duramente y los encargados de una parte de esa tarea son los fis­
cales. Pero el hecho de sancionar corruptos no le otorga a nadie el
privilegio de convertir a los medios de comunicación en simples
altoparlantes de su institución.
¿Acaso no es cuestionable que a Odebrecht se le devuelva di­
nero de los peruanos, mientras los fiscales usan las pantallas para
decir que si criticamos ese acuerdo nos convertimos en «enemi­
gos de la lucha anticorrupción»? ¿Acaso no es cuestionable que los
delincuentes delatores llamados colaboradores eficaces sean vistos
como personas cuasi honorables? ¿Acaso no le dan a Jorge Barata
la condición de oráculo de la verdad sin reparar en que, por sobre
todo, es un delincuente? A Barata, funcionario de Odebrecht, le
han concedido la imagen de un buen señor tratado con guantes
de seda porque nos hace «el favor» de revelar sus delitos delatando
a sus cómplices en capítulos cuya frecuencia y contenido él deter­
mina. ¿Quién analiza la validez, la frecuencia y el costo económico
del guión que maneja Barata? Nadie. ¿Quién debería hacerlo? El
periodismo. Sin embargo, un amplio porcentaje del periodismo,
megáfono en mano, se limita a actuar como eco de la Fiscalía.
Así andamos. Una importante mayoría del periodismo nacio­
nal decidió rendir lo esencial del oficio —la independencia de cri­
terio— y prefirió doblegarse ante las «primicias» de los fiscales. Se
han vuelto prisioneros y ahí tienen a sus captores excediéndose en
el uso de las prisiones preventivas, otorgando la colaboración eficaz
a quienes no califican y dando lugar a una aborrecible paradoja:
los delincuentes son los que tienen el beneficio de la libertad.
Estas líneas están escritas en estricta minoría y a contracorriente
de los fans de los fiscales Rafael Vela y José Domingo Pérez. Que
insulte quien quiera insultar. Reflexionar sobre el respeto a valores
esenciales suele ser tarea que se ejerce con el viento en contra. No
sé si el periodismo actual entenderá que debería empezar a ejercer
el oficio. Lo que sí tengo muy en claro es que, al final de esta his­
toria asomarán, con tardanza, titulares cuestionando a los fiscales
de hoy, por sus excesos y sus maneras. No se necesita ser adivino.
Basta con saber que todo poder tiene fecha de vencimiento, in­
cluido el poder mediático.
EL MUERTO QUE IMO APARECE
EN LA LISTA OFICIAL
I DE OCTUBRE DE 2 0 2 0

Hace un par de días, el diario The New York Times publicó un


artículo titulado «La COVID-19 ocasiona más de un millón de
muertos a nivel global». El texto hacía notar que «en los últimos
10 meses, el virus ha cobrado más vidas que el VIH, el paludismo,
la influenza y el cólera. Más de un millón de personas —padres,
hijos, hermanos, amigos, vecinos, colegas, profesores, compañe­
ros— se han ido, de pronto, prematuramente». El periodista autor
del informe anotó dos líneas desoladoras: «Sin embargo, mucho
de ese sufrimiento podría haberse evitado, lo cual es uno de los
aspectos más dolorosos».
En Perú, durante largos meses, la cifra de los adioses estuvo de­
liberadamente oculta por el Gobierno. Hoy mismo no se sabe bien
cuántos son. También se mantuvo (y se mantienen) en la sombra
los datos de camas inexistentes, negociados con el oxígeno, com­
pras corruptas, simuladas conferencias de prensa sin preguntas en
vivo. Es una lista larga.
Todo bajo impune silencio por una razón: el periodismo pe­
ruano es el muerto que no aparece en la lista oficial. No me refiero
a quienes hacen el día a día con los sueldos rebajados y la amenaza
del despido si osan decir la verdad. Me refiero a los dueños del
conglomerado de medios que se apropió, zurrándose en las normas
antimonopolio, del 80 % del mercado y decidieron que los medios
principales del país dejen de hacer periodismo porque querían ha­
cer negocios usando la información y no generando información.
En su ansia monetaria se hicieron cómplices de un Gobierno que
ejerce la ineptitud, la mentira, la corrupción y la sordidez.
Si existiese periodismo, el país habría conocido oportunamente
canalladas enormes y se habrían podido frenar y corregir los rum­
bos. No le ha bastado, a esa mayoría informativa, haber claudicado
en sus obligaciones. Algunos de sus exponentes tienen el descaro
de pretender que no se les cuestione. Anoche vi a una periodista
que supe tener en buena estima profesional, decir con pose agresiva
esta larga frase: «Hacemos el esfuerzo todos los días de ser igual
de críticos con todas las partes y con todas las cartas mostradas
acá». Se trata de un cinismo sin límite. El periodismo oficialista
exigiendo no ser cuestionado, como si no le bastara la impunidad.
El muerto que no aparece en la lista oficial de los peruanos
muertos es el periodismo en pandemia. El que no quiso (y no
quiere) hacer públicas las miserias destructivas de un Gobierno
que condujo al colapso al país, el que generó dolor más allá de las
previsibles e inevitables muertes: no teníamos por qué ocupar el
primer lugar de muertos por número de habitantes en el mundo.
Ni ser los peores en la región, detrás del gigante Brasil. Ni tener
una de las economías más dañadas del mundo.
Esta mañana, a propósito del Día del Periodista, mi amigo
Alberto Gamarra, en su momento gran camarógrafo de batalla a
pie, en camión o en bote, me pasó un cartelito con esta frase del
periodista mexicano Diego Petersen: «Ser periodista es ver pasar la
historia con boleto de primera fila». En esa primera fila, a diferen­
cia de los teatros o los estadios, no hay asientos. Es una primera fila
de pie para indagar, para atestiguar, para revelar. En concreto: para
hacer periodismo. Hoy, 1 de octubre, Día del Periodista, no hay
nada que celebrar. Los abrazos hay que dárselos a las familias de
los que han muerto, a los médicos que fueron abandonados, a las
enfermeras que tuvieron que comprarse sus uniformes y mascari­
llas, a los empleados de todos los rubros en los hospitales expuestos
al virus, a los policías desprovistos de medios, a ellos y a los sumi­
dos en la pobreza mientras en Palacio de Gobierno un tal Swing
llegaba utilizando el mismo silencio que acompaña al periodismo
de pandemia.
LA AIMTIGUA COSTUMBRE
DE LA SRA. DELTA
6 DE OCTUBRE DE 2 0 2 0

La simpatía política que cada periodista televisivo quiera tener es


parte de su elección personal, pero en el ámbito público existe la
obligación de respetar al televidente. Cuando se prestan a fingir
que están haciendo periodismo y hacen lo que hizo Mónica Delta
con la entrevista al presidente Vizcarra, significa que se están mo­
fando de quienes prendemos el televisor. Vaya uno a saber con qué
criterio asumen que el ciudadano es un idiota que no se va a dar
cuenta de que están disfrazando un publirreportaje con la aparien­
cia de una entrevista.
Si tenemos en cuenta que la Sra. Delta tiene antiguas costumbres
palaciegas, uno podría decir: «Bueno, una más y sigue sumando».
Pero esta vez indigna por dos razones. La primera, porque fue com­
placiente y servil con el individuo que, disfrazado de presidente de la
República, ha llevado a que el país tenga la más alta tasa de muertos
por habitante en el mundo. Es un hecho criminal, cuyos alcances
judiciales habrá que revisar en el futuro porque se trata de peruanos
muertos por la ineptitud y la corrupción del gobierno de Vizcarra.
La actuación de la Sra. Delta demuestra que no respeta la tragedia
que vive la gente modesta de este país. Es insensible al drama que
ocurre y que ella misma relata cada noche en el noticiero. Solo le
importa servir al gobernante de turno. ¿Por qué será tan fuerte esa
atracción hacia el poder que ejerce desde hace 40 años?
La otra razón que genera indignación tiene que ver con el am­
plio sector de la prensa que eligió convertirse en oficialista. No
están midiendo las consecuencias de su respaldo a la mentira y
al delito, y van ciegos hacia un precipicio que hoy no quieren
ver. ¿Con qué los habrán cegado? Acompañar las mentiras de
Vizcarra significa que han elegido dar protección a quien ha co­
metido, por lo menos, un delito. El periodismo denuncia delitos,
no los protege. No se necesita mayores conocimientos para darse
cuenta de que el estatus real de Vizcarra ya no es, en términos de
legitimidad, el de un presidente de la República. Es un hombre
que tiene plazo para ser procesado por la rotunda prueba de un
audio —y otras evidencias que van a asomar— .
Esa es la razón por la cual el comportamiento de Vizcarra en
estos días es exactamente igual al de sus cómplices hoy detenidos.
Olvidemos por un instante que tiene el cargo de presidente y repa­
remos en sus actos. Vizcarra sabe que son cuatro los implicados: tres
han sido detenidos y resta él. Por eso, el viernes dijo que las deten­
ciones eran «un exceso de la fiscal» y que se estaban «manchando
honras». Es lo mismo que dicen todos aquellos que perciben que
van a terminar detenidos. Después, el domingo, difundió una foto
junto a su esposa en misa, sorpresivamente católico y piadoso. Es la
actitud propia de un inculpado que trata de dar imagen de inocen­
cia. En la noche solicitó los servicios de la prensa y en un set de tele­
visión, acompañado por las sonrisas complacientes de la Sra. Delta,
Vizcarra se comportó como lo que es hoy: un hombre aturdido
y temeroso que piensa, como todo aquel que incurre en ilícitos, que
la mentira puede salvarlo. Pero la mentira no salva. Oculta momen­
táneamente ciertos hechos, convence temporalmente a los incautos,
pero, al final, se desploma. Cuando dijo que Toledo delinquió más
que él — como si la cantidad justificase un delito— recurrió al peor
ejemplo: Toledo mentía como miente Vizcarra y terminó preso.
En medio de una tragedia que ya tiene ochenta mil muertos
y millones de desempleados, es una infamia que, además, nos
endilguen un espectáculo de hora y media en el que Mónica
Delta finge ser periodista y M artín Vizcarra finge ser presidente.
Un show innoble que agravia la dignidad de los hogares que en-
tierran a sus seres queridos y la desesperanza de millones que
buscan cómo sobrevivir.
LA SEÑORA O
24 DE ABRIL DE 2 0 2 1

El Directorio de la Compañía Peruana de Radiodifusión S. A.


anunció el despido de Clara Elvira Ospina, directora de Noticias
de América Televisión y Canal N. El anuncio de que la periodista
colombiana cesa en sus funciones pone fin a una oscura gestión
periodística que se inició en el 2012. Fueron casi nueve años dedi­
cados a pervertir el oficio periodístico. Ospina estableció vetos, or­
denó el rechazo a investigaciones realizadas por periodistas ajenos
a su feudo y, sobre todo, fijó criterios para difundir información
a veces sesgada y otras directamente falsa en función a intereses
políticos e ideológicos. La pluralidad, esencial en el periodismo,
desapareció durante su gestión. No es ninguna casualidad que el
procesado por corrupción, Vladimir Cerrón, enterado de su salida,
haya circulado un revelador tuit con este texto: «Muchas gracias
por todo, Clara». ¿Qué será ese «todo» que genera tal gratitud?
Fue también la que organizó el altar a los fiscales del Equipo
Especial Lava Jato. Nunca una observación hacia ellos, jamás una
crítica, siempre una alabanza y, a cambio de que se oculten sus
errores, los señores fiscales, falsos héroes televisivos, entregaban la
información judicial reservada para que se convierta en supuesta
«investigación periodística». En los archivos están las huellas de ese
canje avieso. Por eso, en la gestión de Ospina hubo implacables re­
portajes contra determinados personajes y mucha agua tibia, por
ejemplo, para casos como los de Susana Villarán, o adulación a PPK,
Vizcarra y Sagasti. Creía, la señora Ospina, que la corrupción tiene
distingos de acuerdo al cliente o de acuerdo a la ideología.
Clara Elvira Ospina se despidió de sus compañeros con una
carta. En esa misiva dejó acaso la única enseñanza en su gestión.
Por supuesto, no es una enseñanza periodística, pues, todos aque­
llos que alguna vez conversamos con ella podíamos percibir que
poco o nada sabía del oficio. La lección a la que me refiero es
una de rotundo cinismo. Ha escrito: «Llegué a este cargo con las
credenciales de ser una periodista seria e independiente, y esto y
segura de que me voy conservándolas intactas».
Uno podría reír ante tamaña desfachatez, pero no cabe la risa
por dos contundentes razones: no puede alegar credenciales de de­
cencia después del deterioro periodístico al que sometió a Canal 4
y Canal N, y mucho menos por el comportamiento cómplice con
el Gobierno corrupto e irresponsable que agravó el drama en la
trágica pandemia en el 2020. Mientras morían enfermeras, médi­
cos, padres, madres, abuelos, policías, trabajadores modestos, ella
se prestó a ensalzar al entonces presidente Martín Vizcarra, a ocul­
tar las cifras reales de muertos, a justificar la ausencia de elemen­
tos esenciales en los hospitales, a encubrir criminales desaciertos.
Ocultar, tergiversar y mentir fueron los sellos de esas coberturas.
Durante la pandemia, Clara Elvira Ospina abusó de su cargo
de directora de Noticias, causando enorme daño al país — un país
al que no pertenece— y se prestó a impedir investigaciones so­
bre la vil entraña del gobierno de Vizcarra. Le dispensó elogios y
coartadas a un presidente que habrá de terminar en la cárcel. El
canal de señal abierta más importante del país, con todos los re­
cursos que tiene y con todos los reporteros a disposición, no pudo,
no quiso, poner al descubierto las innumerables barbaridades de
Martín Vizcarra, de su premier Vicente Zeballos, de su infame
ministro de Salud, Víctor Zamora, y todos los actos de negligencia
y corrupción que iban ocurriendo. Todo esto ocurrió por la línea
informativa impuesta por Ospina.
También le corresponde el azuzamiento de las marchas de la
fugaz y hoy inexistente «Generación del Bicentenário» para de­
rrocar a Manuel Merino. Existía el derecho a protestar, pero ese
mismo furioso énfasis periodístico se ausentó cuando apareció un
audio delictivo de Vizcarra enseñando a sus cómplices cómo en­
gañar a la justicia. Tampoco hubo el mismo impulso periodístico
cuando ocurrió el vacunagate que envolvió a Vizcarra y a Sagasti.
Al contrario, se esmeró en ordenar que se oculte la verdad, que se
le mienta al país, que se defienda a los corruptos.
En el balance de su gestión existe una deuda imposible de pa­
gar. Clara Elvira Ospina carga con la infamia de haberse prestado
a ser cómplice del poder político para ocultar decenas de miles
de muertes de peruanos asfixiados por la COVID-19. Ese es un
ejercicio delictivo del periodismo. Habría que analizar si las coor­
dinaciones que realizaba con Palacio de Gobierno alcanzan para lo
que la ley penal llama autoría mediata.
Tuvo tal ausencia de escrúpulos que, al ser consciente de su in­
debido manejo periodístico, trató de protegerse buscando el presti­
gio de la cultura. Lo hizo inventándose un programa sobre libros.
Los que conocemos el oficio periodístico nos reíamos porque era
imposible que alguien que dirige todo el aparato informativo de
dos canales de televisión pudiese tener tiempo para leer —y enten­
der— todo lo que Clara Elvira Ospina fingía leer. Simular cultura
denota ausencia de escrúpulos. Por eso, en un preciso acto de justi­
cia poética, fue despedida del trabajo en el Día del Libro.
Ella se va. En su carta de despedida habla de éxito financiero. Es
verdad. Hizo un buen negocio en un país con exceso de cortesanos.
EL ACTIVISMO DE AMÉRICA
6 DE DICIEMBRE DE 2 0 2 1

La principal estación televisiva del país, hace dos décadas que ha


desterrado el periodismo sin percatarse en absoluto del inmenso
daño que le hace a la profesión y los efectos severos que genera en
el derecho a la información de los ciudadanos. En lo que va de este
siglo, el periodismo peruano se fue deteriorando hasta ganar el de­
nigrante apelativo de «prensa basura», y buena parte de esa debacle
corresponde al rol informativo asumido por América Televisión.
Recordemos que los dueños de América Televisión decidieron,
desde el gobierno de Toledo, que el periodismo no se ejerza, y
destinaron el canal al activismo político y encontraron a un per­
sonal dispuesto a disfrazarse de periodistas para poner en prác­
tica el oficio de activistas de «lo políticamente correcto» a favor
de una agenda instalada. No les importaba informar con equili­
brio, mucho menos investigar, y a su activismo político le añadie­
ron el agravante de silenciar o destrozar, según sea el caso, a todo
aquel que pensaba distinto. No fue lo único. Los informativos de
América Televisión, en especial, el programa Cuarto Poder , fueron
puestos al servicio de los fiscales del Caso Lava Jato y en las emi­
siones dominicales se difundían como «primicias» o como «gran­
des investigaciones», aquello que el fiscal Rafael Vela entregaba de
acuerdo con sus intereses, destruyendo la reserva del proceso que,
de acuerdo a ley, él debía respetar. Por supuesto, todo esto envuelto
en un ego que a varios de esos periodistas los hacía flotar como si
fueran mejores que Bob Woodward o Carl Bernstein, a quienes, es
obvio, no habían leído.
Sin embargo, en rigor, la cuota más alta de responsabilidad no es
de los periodistas, sino de los propietarios. A final de cuentas, los pe­
riodistas son empleados de un medio de comunicación. No es una
justificación, porque también tienen la obligación de exigir que se
respete el oficio, pero la razón central de la debacle del periodismo
está en los propietarios. Aquel que no lo crea que repare en una opi­
nión de Ben Bradlee, el director del diario The Washington Post, el
hombre que dirigió la mítica investigación del caso Watergate. En
su libro de memorias, La vida de un periodista, dice algo incontesta­
ble: «Hay solo una cosa que un director debe tener para ser un buen
director: tener un buen propietario. No es casual que los mejores
periódicos en América sean aquellos controlados por familias para
quienes hacer periódicos es una tarea sagrada».
Lo que Bradlee anota no lo saben, no lo entienden ni lo quieren
admitir los propietarios de América Televisión. Les da miedo el
talento, les da escalofríos la investigación. Por eso viven una crisis
severa. Sin credibilidad, sin audiencia y con su programa infor­
mativo emblemático convertido en insumo para memes burlones.
Los dueños de América Televisión se olvidaron de un simple pero
importante detalle: el periodismo no es un oficio de escritorio ni
un oficio de pactos con el poder a cambio de beneficios económi­
cos. El periodismo trabaja con los materiales de la vida de un país,
con los hechos que ocurren entre sus habitantes y sus autoridades.
Su materia prima son las historias, su obligación es saber contarlas
y su deber es decir la verdad porque las mentiras tarde o temprano
quedan al descubierto, y al descubierto quedan también las corti­
nas de humo.
El periodismo es un servicio público. Por eso el periodismo vive
o muere en función de la aceptación que tiene entre el público. Y la
gente no es tonta. Mucho menos el ciudadano peruano que, des­
pués de haber sido tanto tiempo burlado, aprendió a descifrar los
engaños o se convirtió en básicamente desconfiado. En América
Televisión, durante muchos años, se tuvo la costumbre de decir
«está lloviendo», cuando en verdad nos estaban meando.
Y EL PERIODISMO,
¡AY, SIGUIÓ MURIENDO!
2 1 DE DICIEMBRE DE 2 0 2 1

Cinco periodistas desfilaron por el patio de Palacio de Gobierno


rumbo a una reunión con el presidente de la República, Pedro
Castillo. La nota oficial palaciega señaló que «el mandatario escuchó
a las mujeres y hombres de prensa, y recogió sus aportes para me­
jorar la comunicación y el gobierno». Insólito resumen: periodistas
convertidos en consejeros presidenciales. Precisamente, lo opuesto a
un oficio que exige distancia con los poderosos.
A su vez, los asistentes — Fernando Carvallo y Jaime Chincha,
de Radio Programas del Perú; Mónica Delta y Pedro Tenorio,
de Latina; Mávila Huertas, de Sudaca— explicaron que Pedro
Castillo, el candidato que en su campaña electoral habló de la
prensa basura, de los sueldos de los periodistas y luego, convertido
en gobernante, prosiguió con su desprecio a la prensa al negarse a
entrevistas para no dar cuenta de ninguno de sus actos, ese mismo
personaje les prometió a los cinco asistentes «mantener una rela­
ción más cercana con la prensa», y que brindará, a futuro, entre­
vistas. Y ellos, los asistentes, asintieron.
Traducido significa: «Esperen sentaditos que ya les aviso». No
hablaron nada de los 20 mil dólares en Palacio de Gobierno, de la
lobista con la bolsa en la oscuridad del pasaje Sarratea, del árabe
que se embolsó millones de dólares después de una visita también
a Palacio. No hablaron de esos temas que tienen un título común:
corrupción. Tema que, se supone, es obligatorio para la investiga­
ción periodística.
Al ver las escenas, recordé con tristeza y con vergüenza ajena,
cuán lejos andamos del verdadero periodismo. Ese periodismo que
de manera brillante definió Arturo Pérez Reverte, un periodista
en serio — hoy consagrado novelista— que durante 21 años fue
corresponsal de guerra. Este gran periodista español tiene un texto
titulado Sobre miedo, periodism o y libertad que, por supuesto, nin­
guno de los cinco asistentes —y muchos otros más— han leído.
Cito aquí un amplio fragmento. Lo dice todo sobre el periodismo
y retrata a la prensa peruana.

Hace medio siglo recibí la más importante lección de periodismo


de mi vida. Tenía 16 años, había decidido ser reportero, y cada
tarde, al salir del colegio, empecé a frecuentar la redacción en
Cartagena del diario La Verdad. Estaba al frente de esta Pepe
Monerri, un clásico de las redacciones locales en los diarios de
entonces, escéptico, vivo, humano. Empezó a encargarme cosas
menudas, para foguearme, y un día que andaba escaso de perso­
nal, me encargó que entrevistase al alcalde de la ciudad sobre un
asunto de restos arqueológicos destruidos. Y cuando, abrumado
por la responsabilidad, respondí que entrevistar a un político qui­
zás era demasiado para mí, y que tenía miedo de hacerlo mal, el
veterano me miró con mucha fijeza, se echó atrás en el respaldo
de la silla, encendió uno de esos pitillos imprescindibles que antes
fumaban los viejos periodistas, y dijo algo que no he olvidado
nunca: «¿Miedo?... Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolí­
grafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti».
Pienso en eso a menudo. Y últimamente, más todavía.
Ninguna de la media docena de certezas, de lecciones fundamen­
tales que he ido adquiriendo con el tiempo, supera esas palabras
que un viejo zorro de redacción dirigió a un inseguro aprendiz
de periodista: Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano,
quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti. Todo el periodismo, su
fuerza, su honradez, hasta su épica, se resume en esas magníficas
palabras. En esa declaración segura de sí, casi arrogante, formu­
lada por un humilde redactor de provincias.
Miedo, es la palabra. No hay otra. O al menos, no la co­
nozco. Miedo del alcalde correspondiente, o su equivalente, ante
el bloc y el bolígrafo, o lo que los sustituya hoy, manejados por
una mano profesional, eficaz y honrada en los términos en que
el periodismo puede considerarse como tal. He escrito alguna
vez, recordando siempre a Pepe Monerri, que el único freno que
conocen el político, el financiero o el notable, cuando llegan
a situaciones extremas de poder, es el miedo. En un mundo
como este, donde las ingenuidades y las simplezas de mecherito
en alto y buen rollo a menudo son barajadas por los canallas,
como instrumento, y creídas por los tontos útiles que ofician
de ganado lanar y carne de cañón, ese es el único freno real. El
miedo. Miedo del poderoso a perder la influencia, el privilegio.
Miedo a perder la impunidad. A verse enfrentado públicamente
a sus contradicciones, a sus manejos, a sus ambiciones, a sus
incumplimientos, a sus mentiras, a sus delitos. Sin ese miedo,
todo poder se vuelve tiranía. Y el único medio que el mundo
actual posee para mantener a los poderosos a raya, para con­
servarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa
libre, lúcida, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder,
la libertad, la democracia, la decencia son imposibles.

Hoy, en el Perú, no tenemos periodismo; tampoco democracia.


HILDEBRANDT, EL CLAUDICANTE
Y LÚCAR, EL COHERENTE
2 4 DE ENERO DE 2 0 2 2

Saber cuándo y dónde rendir las armas es clave en la vida de los


combatientes. Ese instante es el que otorga honor o envuelve en
deshonra. Hay quienes caen dando batalla; otros se rinden en un
palacio. César Hildebrandt aprendió en la televisión a construirse
una imagen de combatiente. Supo manejar, con maña, los resor­
tes de la apariencia y la mayoría lo recuerda como un periodista
aguerrido, belicoso. Fue siempre implacable y mordaz y, a pesar de
ser un hombre con una cultura obtenida en los libros, tenía el mal
gusto de utilizar el agravio, acaso acorralado por ese carácter suyo
que Mario Vargas Llosa sintetizó en una frase precisa: «Un hombre
de carácter dificilísimo, susceptible y atrabiliario».
Hildebrandt, a lo largo de su carrera, se sintió juez de todo y de
todos. Fustigó, con razón o sin ella, a quien le venía en gana, incluso
a mentes brillantes, sintiéndose superior. Un ejemplo sea suficiente.
Sobre nuestro premio nobel escribió: «Yo tenía la idea de que Vargas
Llosa había encontrado el último peldaño del pozo en el que se su­
mergió desde que se hizo parte de las redes corruptas de la derecha
española, pero estaba equivocado. Hay todavía nuevos subsuelos que
explorar, alcantarillas más profundas». El juez Hildebrandt, dueño
de la pureza; los demás, infames todos. Y de paso cabe acotar que la
única vez que intentó la osadía de escribir una novela terminó en el
abismo, pero injuria a un gran novelista continental.
Ese hombre de permanente ceño fruncido, perito en embosca­
das, experto en cercos a los entrevistados, el que le hizo decir a un
acorralado Fernando Belaunde Terry: «Ha sido un error darle esta
entrevista»; ese mismo periodista, se sentó frente a Pedro Castillo
Terrones y le ofreció, diligente, una entrevista sin repreguntas, per­
mitió que Castillo no le conteste nada y consintió que se diluya
todo en burdas generalidades. Antes de esa entrevista, Hildebrandt
había opinado con dureza, y con razón, que Castillo «está conven­
cido de que él no preside un país, sino que encabeza una monto­
nera». También había escrito: «Tenemos a un presidente de dudosa
reputación». Sin embargo, extrañamente, nada de eso asomó en la
entrevista que difundió con el excesivo rótulo de «Primicia» y una
fotografía con la cordialidad de un apretón de manos.
¿Por qué Hildebrandt, el feroz, dejó que Castillo, el indocto, se
burle de él contestándole vaguedades, eludiendo respuestas con­
cretas, algo que el periodista, con otros entrevistados, jamás habría
tolerado? Hildebrandt no preguntó sobre la corrupción de «Los
dinámicos del centro»; tampoco sobre los oscuros fondos de la
campaña electoral; nada sobre los ministros vinculados a Sendero
Luminoso; silencio sobre el tráfico de influencias; mutis sobre la
ilegal visita de Castillo a la fiscal Zoraida Avalos. ¿Por qué cedió
tanto? ¿Por qué hizo la tarea que habían ofrecido realizar los cinco
visitantes que lo antecedieron semanas antes y anunciaron, com­
placidos, en el patio de Palacio de Gobierno que «el presidente
daría entrevistas» como si eso fuese un logro? Si ya Mávila Huertas
había entrevistado con familiaridad y sonrisas cómplices a Puka
Bellido, ¿por qué Hildebrandt tomó la posta y fue solícito donde
Castillo, un hombre manchado por sospechas de corrupción?
El filósofo y escritor Umberto Eco anotó esta sentencia: «Los
periódicos mienten, los historiadores mienten, la televisión hoy
miente (...) Vivimos en la mentira y, si sabes que te mienten, debes
vivir instalado en la sospecha. Yo sospecho, sospecho siempre».
César Hildebrandt solía sospechar; ahora, el sospechoso es él.
En cuanto a Nicolás Lúcar, la entrevista que tuvo con Pedro
Castillo — al que tutea cual amigos cercanos— está en el mismo
rubro del «no periodismo», pero tiene características distintas.
Lúcar es servicial por vocación y hay que reconocerle que en
ese oficio tiene una constante e impecable coherencia. Él nece­
sita siempre alguien a quien servir. Cuando joven, en años de la
Asamblea Constituyente de 1978, vivía en una casa del barrio de
Balconcillo junto al dirigente trotskista Hugo Blanco. Lo atendía
en las jornadas diarias y de ese tiempo proviene su foto clásica
cargando en hombros al guerrillero Blanco. Lúcar estudió teatro
y esa formación le permite ser versátil para interpretar los roles
que le solicitan. En los noventa defendió al mercantilismo y ahora
dice ser «La voz de los que no tienen voz», y defiende tenaz a la
actual caricatura de gobierno; inepto para las tareas del país, pero
apto para la corrupción. Si mañana el viento cambia de dirección,
Lúcar, coherente, mudará de discurso.
A él se le aplica aquella anécdota que circulaba en las redaccio­
nes, cuando en los diarios había salas de redacción. El director pe­
día: «Haga una nota sobre el Señor de los Milagros» y el redactor
preguntaba: «¿A favor o en contra?».
Pero el problema de fondo no es el ocaso de ambos periodistas.
Hay un ámbito grave. Pedro Castillo y sus hordas están desmon­
tando la escasa institucionalidad que le quedaba a este país y lo
están convirtiendo en un país absolutamente informal. Cuando se
arrasan instituciones y reglas básicas, todo lo indebido se «norma­
liza», empezando por la impunidad con los delitos.
El rol que tiene la prensa, cuando existe y se ejerce, es esencial
para frenar la barbarie, para denunciar la ilegalidad, para mostrar
los excesos y para advertir a los ciudadanos. Castillo no sabe de
buen gobierno, pero él y su entorno sí conocen las perversas reglas
de aquello que sus manuales llaman «agudizar las contradiccio­
nes» y, en el caso de la prensa, su plan está funcionando. Tienden
señuelos a los periodistas, estos caen complacidos y terminan cal­
cinados frente al público. Una prensa desprovista de credibilidad,
de nada sirve. Y lo están consiguiendo desde Palacio de Gobierno.
Es grave porque cuando no existe el contrapeso de una prensa ejer­
ciendo su función, la democracia naufraga y, con ella, la libertad
y la decencia.
EPÍLOGO

La e x tin c ió n d e lo s ju s to s

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.


El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

J o r g e L u is B o r g e s , L o s ju s t o s

Nos estamos yendo al demonio porque la gran mayoría ignora


hoy el sentido de estas líneas de Borges. No estoy hablando de
literatura, sino de valores. Son pocos los que están dispuestos a
entender lo que el gran escritor nos trata de decir. No lo digo por
arrogancia, lo digo con inmensa pena, con dolor. Hoy campea la
ignorancia. Hoy, la abrumadora mayoría está compuesta por los
que han convertido su ignorancia en motivo de orgullo. Son bár­
baros tan convencidos que se enorgullecen de serlo.
En su poema «Los justos», Borges nos recuerda que un jardín,
la música, el aprender una palabra, una distracción pensante,
un artesano, un hombre que construye un libro, una pareja que
disfruta el arte, la compañía de un noble animal, el humano
que sabe perdonar, el que disfruta de la lectura, el que prefiere
el diálogo y no las discusiones, no son tonterías, son la base de
la convivencia civilizada. Por eso cataloga a esas personas como
aquellas que están salvando el mundo. Es cierto, porque con esas
tareas en apariencia menores se hace posible que el hombre —la
criatura más salvaje y peligrosa que existe en la Tierra— no ter­
mine en la total barbarie.
«Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo». Me
temo que son cada vez menos y están siendo arrolladas por la pre­
potencia de los ignorantes, esa inmensa mayoría de hoy. Son los
que al leer estas líneas harán una mueca de desdén o reirán como
ríen las hienas y volverán la vista a Twitter para seguir insultando.
Nos estamos yendo al demonio porque hemos olvidado aque­
llos quehaceres, aquellos valores que nos permitían mejorar al
mono del cual venimos.
Se t e r m in ó d e im p r im ir e n lo s t a l l e r e s g r á fic o s d e

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