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sonrió, y dijo: "¡Oh jeque!

añade aún dos veces diez mil dinares


y quizás obtenga ella entonces el precio conveniente".
Y tras de hablar así ante el mercader asombrado, añadió: "Es
preciso que hoy mismo conduzcan a la joven a mi morada, a fin
de que se te cuente el precio convenido entre nosotros". Y le
dejó, después de sonreír a la conmovida joven, y fue en busca
del califa y sus demás acompañantes. Y los encontró en el límite
de la impaciencia, y les contó, sin omitir un detalle, cuánto
había pasado. Y salieron todos juntos del depósito de esclavos
para proseguir su paseo a capricho de su mutuo destino.
En cuanto a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones, su
amo el viejo jeque se apresuró a conducirla, en aquella hora y
en aquel instante, al palacio de Ishak, y a percibir los treinta mil
dinares en que convinieron como precio de compra. Luego se
marchó por su camino.
Entonces las pequeñas esclavas de la casa se agruparon en torno
de ella, y la condujeron al hammam, donde le dieron un baño
delicioso, y la vistieron, la peinaron y la cubrieron de adornos
de todas clases, como collares, sortijas, pulseras de brazo y de
tobillos, velos bordados de oro y pectorales de plata. Y la
hermosa palidez de su rostro brillante y terso era cual la luna
del mes de Ramadán por encima del jardín de un rey.
Cuando el maestro Ishak vio a la jovenzuela Obra Maestra de
los Corazones con aquel nuevo esplendor, más conmovida y
más conmovedora que una recién casada en el día de sus bodas
se felicitó de la adquisición que había hecho y dijo para sí: "¡Por
Alá! que cuando esta jovencita haya pasado algunos meses en
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