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"¿Y de qué se trata, pues, ¡oh venerable!?

¿Y en qué puedo
servirte?" Y el mercader de esclavos contestó: "Escucha. En este
momento tengo, en el depósito de esclavos, una joven que está
muy diestra ya en el laúd y que no tardará en hacer honor a tu
escuela, pues se halla muy bien dotada, y mejor que ninguna
sabrá ella aprovecharse de tu admirable enseñanza. Y como,
además, su gracia es continuación de los dones de su espíritu,
creo que no dejarás de echar sobre ella una ojeada y de prestar
por un instante tu oído precioso a la prueba de su voz. Y si te
place ella, todo saldrá a pedir de boca. De no ser así, la venderé
a cualquier mercader, y sólo me restará renovar mis excusas por
la molestia que te ocasiono a ti y a estos honorables señores,
amigos tuyos".
Al oír estas palabras del viejo mercader de esclavos, Ishak
consultó con una rápida ojeada al califa, y contestó: "¡Oh tío!
precédenos, pues, al depósito de esclavos, y prevén a la joven
consabida, a fin de que se prepare a ser vista y oída por todos
nosotros. Porque me acompañarán mis amigos". Y el jeque
contestó con el oído y la obediencia, y desapareció a buen paso,
en tanto que el califa y sus compañeros se dirigían más despacio
al depósito de esclavos, guiados por Ishak, que conocía el
camino.
Y aunque la aventura no tenía nada de extraordinaria, la
aceptaron de buena gana, como a orillas del mar acepta el
pescador la suerte que Alá ha escrito para su primer redada. Y
al acercarse al depósito de esclavos, vieron que era un edificio
alto de murallas y amplio de espacio, que podría alojar

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