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¿Qué pasó?

La ilusión

El pequeño no entendía qué estaba pasando. Por qué tanto alboroto. Sus continuos “¿qué pasa?” no recibían
respuestas de los adultos. Alicia, su hermana materna, en vez de responderle lo apretaba contra ella modo de
protección. Pero… ¿protegerlo de qué?
Tampoco respondía su padre, ocupado en abrazar y contener a su madre con el mismo gesto serio que tenía la
joven hermana. El niño no entendía y continuaba disparando preguntas. Nadie se sentía en condiciones de
explicar el porqué, por primera vez en su cortísima vida, era testigo de las lágrimas en el rostro de su madre.
Minutos más tarde alguien se animó a responderle con la frase “desapareció el Ángel”. Una frase que no le
aclaró mucho. Con seis años no era fácil entender el significado de la palabra “desaparecido”, pero intuyó que
algo muy malo estaba pasando. Sería el primer día de la que sería una vida bastante peculiar. Una vida plagada
de preguntas y con muy pocas respuestas.

...

El fallecimiento de su joven padre fue duro para toda la familia. Desde sus escasos doce años, Luis Ángel tuvo
que poner el hombro para ayudar a su madre y sus hermanos en lo que fue una difícil supervivencia. El nuevo
matrimonio de su madre cambió las cosas ya que decidieron radicarse en Mendoza, tierra natal de los tres,
cerca de su familia materna y paterna, lo que representó una presencia cercana que ayudó mucho en lo afectivo.
Por otro lado, el trabajo de su madre, ahora con la colaboración de su hermana Alicia, era mejor remunerado
que el que tenía en Junín. A ello se sumaba que el nuevo esposo de su mamá colaboraba con los gastos generales
con que se equipó la nueva casa. No sobraba nada, pero tampoco faltaba todo, como cinco años antes.
Se habían establecido en un barrio de ferroviarios. Para algunos vecinos, como era el caso de su padrastro, el
trabajo consistía en ir y venir en los trenes y, para otros, la mayoría, sus tareas eran las actividades llevadas a
cabo en los importantes talleres de mantenimiento de Mendoza. Fue Don Juan Videla, su vecino de al lado,
quien, sabiendo de la ascendencia ferroviaria de Ángel, le ofreció ingresar como aprendiz de tornero en el taller
del ferrocarril, cuando ya estaba terminando el cursado del secundario, allá por 1960.
Ángel estaba feliz. Tenía un buen trabajo, avanzaba en sus estudios y para coronarlo, su madre le había regalado
un hermanito, al que imaginaba, sería su compinche de aventuras e inventos.

...

Ese diciembre de 1963, la diosa fortuna no estuvo del lado del veinteañero cuando el sorteo realizado para
incorporar conscriptos indicó que él, en los próximos meses, sería uno más. Por suerte su tío Armando tenía
contactos con algunos jerarcas del ejército en Mendoza. El buen trabajo en el mantenimiento de calderas e
instalaciones diversas, realizadas por su pequeña empresa en varios Regimientos, le había concedido el derecho
de ser escuchado por esos mandos. Así, a su pedido, su sobrino Ángel pudo cumplir con su instrucción militar
en las instalaciones del Taller de Mantenimiento del ejército, por entonces ubicado en Suipacha y Tiburcio
Benegas, a solo dos cuadras de su domicilio, y, negociación mediante, le fue posible continuar sus estudios
universitarios en horario nocturno, dormir en su cama y antes de las seis de la mañana volver a sus funciones
de conscripto, destacándose no tanto en las actividades militares, sino en la experiencia que en los cuatro años
de tornero en los talleres del ferrocarril San Martín había adquirido. No fue fácil, pero lo hizo.
Un mediodía fresco de finales de junio, Ángel fue convocado a la oficina del teniente Rigoni, el mandamás de
la Sección. Allí se encontró al oficial junto a Juan Videla, su vecino y supervisor en los talleres ferroviarios
donde el joven se desempeñaba. El ámbito castrense le obligó a disimular la sonrisa al encontrarse
sorpresivamente con quien había sido su maestro y mentor. Lejos de ser amable, el teniente tomó la palabra
¿Qué pasó?
para comunicarle al conscripto el porqué de la reunión junto a Videla y, al enterarse del motivo, Ángel ya no
pudo ocultar su alegría contagiándola a sus convocantes.
La noticia era que había sido aprobada su postulación de hacía un par de meses, para el cargo de Ayudante en
la Oficina de Proyectos de Vías y Obras, en Palermo, en la ciudad de Buenos Aires y que debía presentarse el
lunes 2 de agosto en su nuevo puesto. Esa urgencia, hizo que Don Juan, como él le llamaba, gestionara y
consiguiera que se le incluyera en la primera baja, para que pudiera prepararse para el nuevo desafío. El ejército
siempre necesitaba favores no oficiales del ferrocarril y con esto, Juan, saldaba una parte de la deuda. Esa
tarde, Ángel le comunicó las dos novedades a su familia y la alegría se dibujó en el rostro de todos y cada uno
de ellos, incluido en el de su padrastro, quien sentía el mismo orgullo que si el joven llevara su sangre.
El 9 de julio de 1965, Ángel asistió al clásico desfile militar acompañado de Alicia y de su hermanito. Ya no
desfilaría. Sería un ciudadano más disfrutando del festejo patrio.

...

Ese último viernes de julio, Ángel saludó con alegría a toda la familia y se subió al tren que lo llevaría a los
cambios que se avecinaban en su vida. Tendría que vivir solo, lo que no dejaba muy tranquila a su madre, pero
lo más complicado era el burocrático trámite de gestionar el pase a una nueva Universidad porque su objetivo
era, sin importar el esfuerzo, convertirse en ingeniero.
Se instaló en un hotelucho de Palermo que le había recomendado su andariego tío Oscar, cerca de la oficina.
Lo primero que hizo, después de desempacar su pequeña maleta azul, fue sentarse a escribir a su madre para
decirle que estaba bien y bromear sobre la calidad de las instalaciones y los gustos de su tío. Pensó que,
seguramente cuando existiera algo de confianza, sus compañeros de trabajo podrían recomendarle algo mejor.
Como estaba previsto, se presentó a su nuevo trabajo donde lo recibió su jefe, el ingeniero Leonardo De Simone
quien, después de las presentaciones con el resto del equipo, le pidió que pase a su oficina. La charla duró unos
veinte minutos. Además de ponerle al tanto de cómo se trabajaba y cuál sería su tarea, De Simone mostró
curiosidad por la vida personal del joven que aún se veía tenso. Sonrió cuando se enteró dónde se había
instalado y se comprometió a buscarle algo mejor. El jefe daba la sensación de ser una buena persona.
Seguramente la convivencia laboral, no sería complicada.

...

De Simone había observado con atención al novel proyectista. No solo lo trataba en la oficina, sino que se lo
había cruzado varias veces en la Universidad donde el ingeniero era docente. Lo consideraba inquieto, creativo
y, sobre todo, muy reservado. Había notado que solía quedarse durante el horario del almuerzo si no estudiando,
haciendo esquemas de proyectos propios en un cuaderno que siempre llevaba con él. Sintió que, a pesar del
poco tiempo que llevaban trabajando juntos, era un buen candidato para ofrecerle colaborar en el proyecto que
tenía.
Una tarde de viernes, cuando arrancaba octubre y se disponían a comenzar el fin de semana, De Simone se
acercó a Ángel para preguntarle si podía quedarse unos minutos más después de hora, cosa que el joven aceptó.
Cuando ya se habían ido todos, De Simone lo llamó a la oficina.
- ¿Me permite que lo tutee? – le dijo al joven que duplicaba en edad.
- Sí, claro. Por supuesto ingeniero.
- Decime Leonardo. Ahora no soy tu jefe… Sentate - Fue la indicación que le daba informalidad a lo
que vendría.
- Vos entenderás que por mi cargo acá y mi trabajo como docente universitario, tengo muchos contactos
y conozco mucha gente muy involucrada en distintas actividades. Me hicieron una propuesta
interesante y, para saber si puedo aceptarla, necesito de alguien que colabore conmigo. ¿Sabés inglés?
- Algo. En Mendoza estudiaba en AMICANA, pero dejé cuando me vine.
¿Qué pasó?
- No sé qué es eso. Si te interesa, vas a tener que poner en práctica tus conocimientos.
- Puedo estudiar. ¿De qué se trata la propuesta? – lanzó con tímida curiosidad el joven.
- Es algo que te va a cambiar la vida a vos y a tu familia.
El joven quedó en silencio. Un poco de sorpresa y un poco de emoción le impidieron insistir en saber más. De
Simone comenzó a guardar sus cosas en su portafolios y como recordando algo, dijo:
- ¡Ah! El próximo viernes, tendrás que acompañarme a San Nicolás. Nos esperan días muy moviditos.
– y agregó
- Vamos que te acerco a la pensión, nos tomamos un café y te cuento algo más.
El café de la esquina de la pensión se transformó en un centro de operaciones. Lejos del ambiente laboral y del
educativo, nadie los conocía y nadie los escuchaba. Allí De Simone le contó algunos detalles sobre lo que lo
tenía tan entusiasmado y urgido. Ángel lo escuchó con atención y, la actitud de su interlocutor lo ilusionó.
- Si estás de acuerdo, el lunes a media mañana nos hacemos una escapada a la Embajada, así te presento
a mi contacto y te damos más detalles. Pensalo bien… Es una gran oportunidad para todos.
Ángel asintió con la cabeza como asegurando que no había mucho que pensar y que estaba dispuesto a sumarse
al proyecto. Se despidieron en la puerta. De Simone se dirigió a su auto para poner rumbo a su casa. El joven
recorrió los treinta metros hasta la pensión con una sonrisa que se agrandaba a cada paso.

...

Junto a la nacionalización, el gobierno del presidente Perón planeó una reestructuración y modernización de la
red de los servicios ferroviarios. Así se tendieron negocios con firmas para la compra de locomotoras y
vagones, entre ellos varias decenas de origen canadiense. El ambicioso plan se detuvo por efecto de la
Revolución Libertadora y de las innumerables idas y vueltas políticas de finales de los ‘50 e inicios de los ‘60.
El ingeniero De Simone había participado activamente en comisiones técnicas establecidas en ambos países,
lo que le había permitido conocer al detalle no solo lo vinculado a los aspectos técnicos sino, también,
cuestiones relativas a lo comercial del programa original. Había llevado a cabo diversas reuniones en
comisiones bilaterales y de allí su amplio círculo de conocidos en distintas áreas de cada nación. Uno de sus
más cercanos era el fumador compulsivo de Edward “Edu” Thompson, el agregado comercial en la Embajada
canadiense, quien, además, resultó estar casado con la hermana de la esposa de De Simone.
La confianza y lógica familiaridad que se había creado gracias a los innumerables asados familiares a los que
Thompson nunca faltaba, a pesar de las recomendaciones de sus médicos, le permitió a este comentar con De
Simone la idea de un proyecto que estaba madurando gente de su país, pero para llevarlo a cabo, necesitarían
de la creación de un importante equipo de personas que tomaran parte en las distintas fases de este. Thompson
consideraba que De Simone tenía la capacidad y la experiencia de liderazgo para conducir un equipo argentino
que, seguramente, podría llegar a ser uno de los mejores.

...

Al salir de la Embajada, Ángel cerró la puerta del lujoso Valiant de De Simone y su vista quedó perdida sin
notar que su jefe, y quizá futuro colega, lo miraba sonriendo.
- ¿Y? ¿Qué te pareció? – fue la pregunta que sacó al muchacho de su ensimismamiento.
- Increíble…
- Hablo del proyecto, no de Joan… - bromeó.
- Sí, el proyecto. Eso quise decir…
- Vamos pibe… A ponerse a laburar… - y sin dejar pasar la oportunidad, agregó:
¿Qué pasó?
- Linda Joan, ¿no? Pero ojito que es mi sobrina… - dijo con tono de amenaza desmentida por la sonrisa.
– Y el padre es muy cabrón… – Terminó advirtiendo sin dejar de sonreír.
El joven lo miró sorprendido por la declaración y sonrió confirmando que había sido descubierto. De Simone
lo volvió a la realidad cuando le dijo:
- Como te dije, si querés te consigo regla T, escuadras y elementos para que trabajes en la pensión
cuando puedas, pero en el estudio de mi casa tengo un tablero con tecnígrafo que está a tu disposición.
Tenemos que ver si para el viernes podemos entregarles algo.
- ¿El viernes?
- Acordate que el viernes tenemos que ir a San Nicolás y la semana que viene es feriado lunes y martes.
- Y yo quiero ir a Mendoza…
- Entonces metele que son pasteles…
El automóvil se puso en marcha rumbo al trabajo de ambos. La tardanza del jefe no sería observada porque él
era el que mandaba, y la del joven proyectista tampoco, porque el pibe corría con el caballo del comisario…

...

En la madrugada del viernes previo al feriado del 12 de octubre, Ángel aguardaba protegido del frío en el portal
de la pensión que le había conseguido De Simone, a que su jefe pasara por él. Viajarían a la acería nacional
ubicada en San Nicolás de los Arroyos para coordinar el proyecto de la fabricación de piezas para los trenes
rodantes que debían adaptar a los vagones de origen húngaro. Lo acompañaba su maleta azul ya que su plan
era pasar unos días con su familia y, si por distintos motivos no podían volver el mismo viernes, se iría a
Pergamino y desde allí a Junín, a esperar El Cuyano que pasaba en la madrugada del sábado.
La avenida Santa Fe, poco transitada en ese horario, permitió distinguir el taxi Di Tella a más de una cuadra.
El vehículo paró, sin detener el motor, para permitirle subir y seguir viaje a la Terminal del ferrocarril Mitre,
en Retiro.
- ¿Trajiste eso? – fue la pregunta con que, De Simone, lo recibió en el auto.
- Sí – respondió e hizo el intento de abrir su maleta, aunque el jefe lo detuvo. - Después lo vemos…
Llegaron con tiempo. De Simone lo invitó a tomar un café que Ángel aceptó. La conversación arrancó con lo
que les esperaba en la acería, hasta que se acercó un pelirrojo alto con un portafolios. Era conocido. Lo había
visto en un escritorio de la Embajada. Los saludó y se sentó a la mesa con ellos.
- Ángel trajo lo tuyo – dijo De Simone, y con una seña le indicó a su ayudante que era momento de
entregar lo que habían preparado.
Ángel fue obediente, sacó un sobre de su maleta azul y lo dejó sobre la mesa. El pelirrojo abrió su portafolios,
y le entregó en mano un sobre al joven. De inmediato guardó lo que le habían entregado.
- Está revisado. Cualquier cosa que haya que cambiar, lo vemos la semana que viene. – dijo De Simone
al hombre.
- ¿Cuándo vuelven? – preguntó, con acento, el recién llegado.
- Esta noche, o tal vez mañana. Veremos.
- Me voy a Mendoza… - aclaró Ángel.
- Tranquilo. Yo me encargo. – dijo el jefe con la seguridad de que tenía todo bajo control, y agregó -
Vamos que falta poco para que salga el tren.
Amagó dejar el dinero de los cafés, pero el hombre, con una seña, le indicó que él se haría cargo. Saludaron y
se fueron en busca de su vagón.
- ¿Quién era ese? – preguntó Ángel a su jefe.
- El Colo. Trabaja con Edu. Se llama Christian no sé cuánto, pero le decimos el Colo.
¿Qué pasó?
Ángel se sentía parte. Estaba conociendo a mucha gente. Estaba exultante.
Ya ubicados en sus asientos, De Simone le explicó la relación que había con la acería. La visita no solo era
por el tema que era de interés para el Estado, sino también para conseguir información y opiniones sobre lo
realizable que podía ser el proyecto que los tenía ocupados.
Ángel no podía creer por todo lo que estaba pasando. Ese tipo que tenía contactos en tan importantes niveles
de tantos lugares, lo había apadrinado. Él, con sus veintidós años, estaba viviendo realidades que no se había
imaginado. Había hecho más dinero en una semana que en dos meses de trabajo en la oficina. Ahora sí que
su mamá podría dejar de trabajar. Hasta podría comprar el combinado y el televisor que, con Alicia, siempre
miraban desde afuera de la vidriera de Casa Vila.
Siguió haciendo planes y en un momento se detuvo a pensar en cuánta razón tenía De Simone cuando, esa
tarde, le dijo que, con este proyecto cambiaría su vida y la de su familia.
¿Qué pasó?

El misterio.

Ese lunes 14 de febrero de 1966, después de sus vacaciones, Ángel debía reintegrarse a su trabajo en Palermo.
El viernes previo se despidió de cada uno de sus familiares dejando para el final a su hermanito, a quien le
encargó la tarea de armar una máquina nueva con el mecano que le había regalado en su sexto cumpleaños.
Siempre le decía que cuando fuera grande, se iban a dedicar a inventar cosas que los haría millonarios. Así
partió. Sonriendo y saludando con la mano, a los que más quería en el mundo.
El plan de trasladarse a San Juan, más cerca de su familia, estaba encaminado y parecía estar a punto de
cumplirse. El único inconveniente era la burocrática gestión por el pase entre la Universidad porteña, y la
sanjuanina. El trámite en la provincia vecina, podía realizarse a partir del miércoles 23, pasado el Carnaval,
cuando la Universidad volviera a la actividad. Para entonces él ya estaría incorporado a sus tareas en la
oficina porteña. Para no dejar pasar más tiempo contaba con la siempre voluntariosa colaboración de, quien
seguramente era la más interesada en el traslado, su madre Mercedes, y de Armando, su servicial tío materno.
Si todo salía como lo habían planeado, en un par de meses podría pasar cada fin de semana con los suyos.
En la semana siguiente, Mercedes le escribió una carta contándole que los papeles para el trámite del pase a
la Universidad sanjuanina habían sido entregados, y que esperaban que pronto fuera resuelto. Solo faltaba
resolver el trámite más simple: el traslado interno desde Palermo a San Juan. La carta llegó, pero nunca fue
abierta.

...

El calor de inicios de 1966 se hacía notar en Buenos Aires. La mañana de domingo en la Terminal de Retiro
estaba bastante menos bulliciosa que lo habitual. Mucha de la poca gente que había, esperaba a alguien. Una
de ellas era Joan, hija de una argentina y del agregado comercial canadiense en la Embajada de ese país. Ella
había llegado temprano a la estación de Retiro, aunque rara vez “El Cuyano”, ese tren que atravesaba todo el
ancho argentino, cumplía con el horario programado. Desde hacía un poco menos de dos meses, estar una
mañana esperando por él, en la estación, se había convertido en una necesidad para ella. El licuado de banana
con leche le ayudó a calmar la ansiedad. El sonido de la bocina anunció la llegada a la terminal del esperado
tren. Pagó lo consumido y se dirigió hacia el habitual punto de encuentro, bajo el reloj. Ángel, recién llegado,
sonrió al verla y ella apuró el paso hacia él para abrazarlo. El “te extrañé” surgió a coro.
- ¡Happy new year, my darling! – le dijo ella en su perfecto inglés, feliz de tenerlo cerca.
- ¡Muchas felicidades, para vos! – fue la respuesta con la cara llena de alegría de volver a verla.
Ella lo acompaño con el desayuno reparador después de tantas horas de viaje. Conversaron y se rieron. Le
preguntaba al provinciano, detalles de los festejos en su familia y contaba, sin que Ángel le consultara, cómo
había pasado esos días ella y los suyos. Con cada mención de su padre, al muchacho le cambiaba el gesto.
Ya en el taxi, rumbo a la pensión donde se hospedaba el joven, Joan, con la sonrisa denunciada en su mirada,
le insistió con algo que le había intentado decir antes, pero él, hábilmente había logrado evitar.
- Te dije que papá quiere verte, pero no me hiciste caso. - y sin dar demasiadas precisiones ante el posible
oído atento del chofer, agregó - Quiere contarte más sobre aquel tema...
Ángel simuló una sonrisa, pero su rostro no indicaba felicidad. Ella lo miró extrañada. Estaba segura que todo
lo que se había planeado hacía un poco más de tres meses, cuando Ángel y su jefe visitaron la Embajada,
estaba encaminado y por ello se mostró sorprendida.
- Joan, hay un inconveniente. Te explico cuando lleguemos.
En el rostro de la joven apareció la decepción. Ella desvió su vista y no emitió más palabras. El joven había
tomado una decisión que seguramente no era coincidente con lo planeado, o tal vez imaginado por la chica.
Habían pasado muchas cosas ese último mes y la tensión sufrida lo estaba agobiando. El silencio en el coche,
fue un nuevo pasajero hasta que la bandera del taxímetro indicó que nuevamente estaba libre.
¿Qué pasó?

...

El diciembre de 1965 se presentaba húmedo y caluroso. Ángel estaba extenuado. No era lo mismo moverse
para un lado y para el otro en una ciudad como Buenos Aires, que en su Mendoza natal. Había cambiado
bicicleta por subtes y colectivos abarrotados de gente. Había podido comenzar a cursar regularmente algunas
materias y el trajín lo estaba saturando. Lo bueno para su físico y su mente, era que el proyecto Canadá se
había detenido. Los motivos no estaban claros. De Simone no era persona de contar intimidades, pero había
dejado trascender la existencia de ciertos inconvenientes con su concuñado. Diferencias técnicas y sobre todo
económicas, habían frenado el avance del proyecto.
Los permanentes y eternos viajes para visitar a su familia, lo estaban agotando. La idea de trasladarse a San
Juan cada vez tomaba más fuerza. Era la motivación que lo ayudaba a rendir, en un verano agobiante, las
materias de tercer año que adeudaba, y encarar un nuevo ciclo con menos preocupaciones académicas.
En el país, todo estaba raro. La presidencia de Arturo Illia estaba pasando por un momento de crisis. Por un
lado, levantaba las proscripciones al partido justicialista y al comunista, pero por el otro, la policía reprimía
actos de estos. Había mucho descontento en la gente. El ambiente social y el meteorológico iban de la mano
llenos de incertidumbres y sorpresas. Pasaban cosas tan extrañas como que el profesor de Historia de la
Cultura, al que sotto voce llamaban “El Trosko”, había sido detenido por varias horas unos días antes por
portación de ideología. Este hecho hizo que la mesa de examen se reprogramara para ese sábado en la mañana,
porque, al Trosko, lo podían acusar de cualquier cosa, menos de no cumplir con sus responsabilidades.
Cerca del mediodía, Ángel volvía a su pensión feliz con el resultado de su examen. Una materia más era una
materia menos. Al salir del subte se encontró con Christian, al que apodaban “el Colo”. Era quien había
conocido en la Embajada de Canadá y había sido el mensajero en la estación de trenes. Ángel lo saludó
sorprendido, a diferencia del extranjero que evidentemente lo estaba esperando. Sin dar explicaciones, el Colo
lo invitó a caminar hacia un Ford Falcon gris estacionado a unos metros.
Sentado en la parte trasera estaba Edward Thompson, el pariente de De Simone, acompañado de su inseparable
cigarrillo. El Colo abrió la puerta trasera y lo invitó a sentarse junto a un sonriente Thompson. Aunque el joven
se sintió incómodo por la situación, accedió a subir. Inmediatamente, el Colo tomó el comando del vehículo y
se pusieron en marcha.
Ante esta situación, el joven reflexionó, e intuyó que todo esto podría estar vinculado con la secreta e incipiente
relación que mantenía con Joan, la hija mayor de Thompson. Hipótesis probablemente surgida en el
conservadurismo imperante en la sociedad de aquel momento, considerando que la chica era tres años mayor
que él. Nunca dejaba de tener presente las palabras de Leonardo cuando aseguró que el padre de Joan era
bastante cabrón…
A poco andar Thompson, en su mezcla de idiomas, develó el misterio ofreciéndole a Ángel el comando del
proyecto. El joven quedó sin palabras y solo atinó a mirarlo sorprendido sin poder comprender lo que pasaba.
- No sé si estoy preparado para eso. – respondió casi tartamudeando.
- Take it easy. Vos conoces casi todo lo que hay que saber. Vos eres muy inteligente y muy capaz. No sé
si hubiéramos avanzado tanto sin la colaboración tuya. – fueron las palabras que adulaban al muchacho
buscando un “sí” que no llegaba.
- ¿Y Leonardo?
- Leo se ha puesto muy intransigente. Algo le pasa. Como dicen ustedes, está medio boludo…
Ángel estaba cada vez más sorprendido y no emitía palabras.
- Vos piénsalo tranquilo. En febrero o marzo próximo retomaremos. Hay mucho trabajo y mucho money
de por medio, pero eso sí, tendrás que trabajar exclusivamente con nosotros.
- ¿Cómo exclusivamente?
- Así es. Una nueva vida te espera… - fue la respuesta que le dio en veterano negociador.
El sorprendido joven había notado que el Colo lo miraba frecuentemente a través del retrovisor. ¿Lo estaba
vigilando? Se sentía incómodo y tenía sus motivos.
¿Qué pasó?
- Míster, we are coming... – dijo el chofer anunciando la llegada a destino mientras detenía el auto en
una orilla.
- Vos pásate adelante – le dijo Thompson al joven que cada vez entendía menos, pero obedeció.
El coche inició la marcha nuevamente, y Thompson se recostó en todo el asiento trasero. Desde allí dio las
últimas indicaciones.
- Recíbele el dinero a Christian e invítala a comer…
El Colo le dio varios billetes entre los que se destacaban tres o cuatro fragatas de mil y varios coloraditos de
cien. ¿Para qué era todo ese dinero? ¿A quién tenía que invitar?
- Tómalo y mira para adelante – le dijo casi ordenando el Colo, y el joven los obedeció.
Inmediatamente el conductor hizo sonar la bocina para llamar la atención de alguien, a quien Ángel no había
visto, y detuvo el auto.
- A mí, vos, no me has visto desde la última reunión en la Embajada. Pórtate bien… ¡Good luck! – se
escuchó decir a Thompson escondido en la parte trasera.
Al mirar hacia el lado del rosedal de Palermo, vio a Joan sentada en un banco. Seguían las sorpresas, pero por
la cara de la chica, ella también vivía una.
- Dile que Míster Thompson me envió por ti porque él tuvo una reunión de urgencia. ¡Go! ¡Ya, baja! –
le dijo el Colo, de manera prepotente.
El vehículo se puso en marcha. Colo saludó con su mano y una sonrisa a Joan. El rostro de sorpresa de la chica
mutó en alegría cuando vio a Ángel y se contuvo de demostrar afecto hasta que el Ford de su padre se perdiera
en el tránsito sabatino del lugar. Recién allí se atrevió a caminar hacia él, y besarlo. Ninguno de los dos tenía
una explicación sobre lo que estaba pasando.
- ¿Qué hacés acá? ¿Qué hacés con el Colo?
- Lo mandó tu papá a buscarme porque él no iba a poder venir
- No me gusta el Colo…
- Ni a mí. ¿Por qué lo mandó por mí y me trajo con vos? ¿Le has contado algo? – preguntó el joven aún
confundido con todo lo que pasaba.
- Esta mañana me llamó temprano para decirme que lo espere acá. Quería que fuéramos a almorzar a
algún lugar tranquilo, porque quería hablar a solas conmigo. Me tiene preocupada. Está muy nervioso.
Y no, no le he dicho nada de vos, pero no es tonto… – culminó sonriendo.
- ¿Y esa plata? – preguntó curiosa al ver los billetes en la mano del joven.
- Me la mandó tu padre… - respondió sin dar detalles.
Joan sonrió y lo besó contenta porque imaginó que su padre estaba siendo justo con el brillante chico.
- ¿Entonces… me invitarás a comer? – preguntó a la espera de un sí.
- Si te arreglás con un panchito, vamos… – le respondió Ángel.
- Venía preparada a comer parrillada y termino comiendo un panchito. Al menos el señor que me invita
tiene el mismo olor asqueroso a 43/70, con la diferencia que es más guapo… - bromeó
Él sonrió con la ocurrencia y la besó. Caminaron hasta un carrito que había a unos metros. Ángel intentaba
hablar de cosas que no tuvieran que ver con lo sucedido esa mañana porque nada estaba claro, pero ella volvió
a la carga.
- ¿Sabías que mi papá discutió con mi tío Leo?
- No. ¿Qué pasó? – preguntó tratando de encontrar alguna relación con lo sucedido.
- Creo que fue porque le dijo que para seguir con el proyecto tendría que irse a Canadá y Leo le dijo que
ni en pedo, que su trabajo es acá, que su familia es de acá y que, aunque haya mucha inestabilidad
política, no se va de su país. Le dio un ataque chauvinista, y ya viste que mi papá se enoja fácil y no
le gusta que le digan que no. Es bastante… ¿cómo dicen acá…? Bastante jodido.
Él se quedó pensando en lo que hacía unos minutos atrás le había dicho el diplomático y se sintió tensionado.
¿Acaso Thompson le estaba proponiendo irse a Canadá? Ángel estaba abrumado y necesitaba dejar de pensar
así es que cambió de tema nuevamente.
¿Qué pasó?
- ¡Qué linda estás!
- Vos también te ves lindo de saco y corbata… ¡No me dijiste cómo te fue en el examen!
Y la charla cambió. Sonrieron, conversaron y pasearon sin volver a hablar del tema. Probablemente ambos
intentaban borrarlo de sus mentes.
La luz del temprano amanecer de verano encontró a Ángel mirando más allá del techo. Observó la hora en su
reloj pulsera y decidió que era momento de partir. Joan sonrió sin abrir los ojos cuando sintió el beso y su “te
quiero” murmurado, fue la manera de despedirlo.

...

Héctor era el mejor amigo de Ángel. Lo había sido en su infancia en Junín, cuando de niños eran vecinos y
compañeros de escuela, y lo seguía siendo ahora que la vida los había vuelto a poner un poco más cerca. Uno
en Palermo y otro en Villa Devoto, les permitía, de tanto en tanto, visitarse, juntarse a comer y, siempre contarse
las novedades de sus vidas.
A modo de despedida del año 1965, la noche previa a un nuevo regreso de Ángel a Mendoza, los amigos se
reunieron en Güerrín. Héctor notó que el semblante de su amigo no era el de siempre y menos en un momento
de celebración como este, y se sintió con permiso de preguntar qué le pasaba. Ángel respiró hondo y comenzó
a contar, con lujo de detalles, la historia de los hechos transcurridos desde esa primera reunión a solas con su
jefe, hasta el curioso de lo ocurrido un par de semanas atrás con Joan, en Palermo.
Héctor lo escuchó con atención. Pasó de la sonrisa de inicio, a cara de preocupación a medida que se enteraba
de más cosas. El silencio de su amigo le dio permiso para iniciar las preguntas.
- ¿El tipo quiere que te vayás a Canadá?
- Eso entendí. Según Joan fue la discusión con el tío.
- No sé Angel… yo no lo veo. – por primera vez opinó Héctor, y agregó. – ¿Le has contado a tu mamá?
- ¡No! Ni loco… Ya sabés cómo es desde que falleció Carlitos. Es muy sobreprotectora con nosotros…
- Creo que deberías charlarlo con ella y con tu hermana. A propósito… ¿cómo está tu hermana? ¿Me
mandó saludos? – preguntó con una sonrisa pícara.
Ambos se distendieron con la ocurrencia del eterno enamorado de la chica. Un secreto que ambos mantenían
desde que usaban pantalones cortos. Inmediatamente volvió a la seriedad que ameritaba el relato y se sumó a
Ángel en el intento de desenredar esta maraña de sucesos. Preguntas como ¿por qué Thompson le había dado
dinero y lo llevó hasta Joan? ¿Cómo sabía el Colo que Ángel saldría de ese subte en ese horario? ¿Estaba Joan
fuera de toda esta misteriosa trama? El maridaje de preguntas con cerveza no los llevó más que a aumentar la
paranoia de teorías conspirativas.
- Pediré el pase a San Juan. – confesó Ángel a su amigo.
- ¿Te vas a ir?
- Creo que es lo mejor. Estoy cansado de tanto viaje y un compañero sanjuanino me dijo que hay una
posibilidad. Se gana menos, pero estaré más cerca de la familia.
- ¿Y Joan?
- No sé Héctor. Supongo que no le va a gustar.
- Invitala a ir con vos
- ¿Estás loco? Conociendo al padre, tendríamos que casarnos. Y además ella está acostumbrada a otro
tipo de vida.
- ¡Pero si el padre te la entregó! Yo creo que te quiere presionar a través de ella… Se han cuidado,
supongo. ¡No la vayas a embarazar!
- Nooo… Tenemos cuidado…
- Mirame… - le dijo Héctor desconfiando.
- ¡Ya! ¡No seas tarado!
- No serás ni el primero, ni el último…
Ángel se quedó pensando en las palabras de su amigo y reforzó más la decisión de trasladarse. Sería mejor
alejarse de todo esto.
¿Qué pasó?
Un abrazo afectivo y los saludos a las respectivas madres puso fin a la reunión. Ninguno imaginó que sería la
última vez que se verían.

...

Esa primera mañana laborable de 1966, Ángel ya estaba nuevamente en su trabajo. La decisión estaba tomada
y ese mismo día se lo comunicaría a De Simone. El jefe llegó unos minutos más tarde saludando por el nuevo
año a todos y cada uno, con una sonrisa. Cuando saludó a Ángel, este le solicitó una audiencia para tratar un
tema personal. De Simone le respondió que no sería posible porque tenía que salir, pero que, si le parecía,
podrían almorzar juntos en el bodegón de enfrente de la oficina. El joven aceptó de inmediato porque imaginó
que su jefe también tenía algo para decirle.
Al mediodía, De Simone aún no regresaba a la oficina, pero Ángel decidió dirigirse al lugar de la cita, y lo
encontró sentado en una mesa leyendo un diario. El joven se acercó y al saludarlo, De Simone quitó la atención
que le robaba el papel y, mientras dejaba el diario a un costado, dijo:
- Hola Ángel… Sentate… - y señalando la foto de Illia en la tapa de “el Clarín”, dijo con tono de
preocupación: - Me parece que se va a ir todo a la mierda…
Ángel se sentó sin emitir palabras.
- Decime. ¿En qué te puedo ayudar? – preguntó De Simone como si supiera que de necesidad de ayuda
se trataba.
Ángel tomó coraje y le transmitió, sin muchos detalles, su deseo de trasladarse a San Juan. Colocó nuevamente
el tema de los viajes y el deseo de estar cerca de su familia, como el principal argumento y justificación del
pedido y se sorprendió con la tranquilidad con que lo escuchaba su jefe.
- ¿Y Joan…? – preguntó el jefe a modo de hacerlo reflexionar.
Ángel enmudeció. También De Simone sabía algo.
- Ayer estuve en casa de Edu. Se notaba que Joan había estado llorando y mucho. Por lo que me estás
contando, imagino cuál fue el motivo.
- Somos amigos... – respondió como defensa.
- Nadie se pone así de triste porque un amigo decide mejorar su vida. Si fuéramos amigos, no me verías
triste.
- Leonardo… No fue mi intención dañarla… No me imaginé que en tan poco tiempo pasara esto.
- Joan es una buena piba. Es linda… inteligente... ¡No sé qué te vio…! - le dijo bromeando, con la
intención de que el joven se distendiera.
Enseguida atacó con una pregunta que tenía atravesada y cuya respuesta imaginaba.
- Decime la verdad… ¿Edu te ofreció estar a cargo de aquello?
- Sí. – respondió, sintiéndose culpable.
- Supongo que te dijo que tendrías que irte del país…
- No exactamente, pero eso entendí.
- Mirá Ángel. No somos amigos y te conozco hace muy poco, pero noto que vos necesitás a tu familia,
y ellos a vos. Si vos fueras otro, te diría que ni lo pienses y te vayas, pero a vos no te veo en esa
situación. – y siguió.
- Te quiero ayudar porque nunca me imaginé que esta idea en la que te involucré se complicaría tanto.
Mantené distancia de Edu y cuidala a Joan, que te aseguro no tiene nada que ver con las cagadas en
las que se mete el padre.
En cada frase de De Simone, el joven, encontraba más motivos para irse de Buenos Aires, lo antes posible. Lo
comentado sobre la chica le trajo alivio. No quería pensar que ella era parte de todo este lío.
Ángel empezó a encontrar coincidencias entre lo que le decía su jefe, lo que le había dicho su amigo y lo que
le recomendaba su intuición.
¿Qué pasó?
- No te preocupés. – siguió - Voy a contactar y te recomendaré con Pablo, el jefe del sector en San Juan.
También te daré una mano con los papeles de nuestra Universidad. El ingeniero Domínguez, el decano,
es amigo mío y seguro que podrá acelerar el trámite. Además, los dos, somos hinchas de Boca… -
cerró con una sonrisa a modo de festejo de su propia ocurrencia.
El joven sentía que De Simone seguía siendo el buen tipo que le había parecido el día que lo conoció.
- Yo me voy. Tengo que llevar a mi señora al médico. No sé si vuelvo esta tarde a la oficina.
- No se olvide del diario.
- Dejateló. No me quiero amargar más…
- ¿Quiere que me amargue yo?
- Mal de muchos… - cerró con el humor de siempre.
Ángel giró la tapa para ojearla cuando escuchó las últimas recomendaciones.
- Pibe. Dos cosas: Le dije al gallego que anote las milanesas en mi cuenta. Podés pedir postre, pero no
te pasés, - le advirtió con humor - y lo otro que quiero decirte es que tengas cuidado con Edu. Te va a
seguir jodiendo. – lo último dicho con la seriedad que se merecía.
Antes de salir, De Simone le comentó que, desde la Oficina de Personal, le habían pasado el cronograma de
vacaciones. De inmediato, Ángel calculó que se perdería el cumple de su hermanito, pero tendría tres semanas
para disfrutar a los suyos. El 14 de febrero estaría con desgano, pero con más ilusión de que pronto se resolvería
su proyecto personal.
De Simone saludó al mozo y salió. Evidentemente le caía bien a todos. El gallego se acercó a Ángel para
preguntarle si podía retirar los platos y ofrecerle un café que el joven, por el calor, rechazó. Sí le aceptó otra
Pepsi, para aprovechar los minutos que le quedaban e informarse un poco más sobre los paros, las
movilizaciones, los reclamos al gobierno, y, sobre todo, los aumentos en todas las cosas. Coincidió con su jefe
en que el futuro pintaba a ser muy malo para todos.
Al salir vio un Falcon gris. Disimuló y desvió la vista porque detrás de esos lentes oscuros del chofer, estaban
los ojos celestes del, a esta altura, famoso Colo.

...

Mercedes tenía casi listo el almuerzo cuando llamaron a la puerta. Alicia atendió y le avisó a su madre que el
portero del Taller del Ferrocarril, como tantas veces, había recorrido los sesenta metros que había desde su
puesto de trabajo hasta la familia del chico que se había ido a Palermo, para avisarle que tenían un llamado.
Mercedes salió presurosa y ansiosa por escuchar a su hijo, pero no era él quien le llamaba.
- Buen día señora. Le habla el ingeniero Leonardo De Simone. Soy el jefe de Ángel en la oficina.
- Mucho gusto. –respondió ella, con la intuición de que nada bueno estaba pasando.
- Disculpe la molestia. ¿Ángel está allí?
- No. Se fue hace quince días para el trabajo. – dijo confirmando el mal presagio.
- Tendría que haberse presentado el lunes 14, pero no volvió por acá desde que se fue de vacaciones.
La sospecha de la madre se confirmaba. El mismo portero que le había avisado fue testigo del cambio de
semblante de la mujer e incluso, al notarla descompensada, se ofreció a acompañarla hasta su casa. Las
lágrimas explotaron en los ojos de Mercedes. Apenas nueve años atrás había perdido a su pequeño Carlitos y
ahora le pasaba esto.
El portero se encargó de explicar a la familia, lo poco que había entendido. Ella no podía emitir palabras.
Ángel, había desaparecido.

...
¿Qué pasó?
Había pasado casi una semana de ausencia de Ángel, que nunca faltaba, ni llegaba tarde. De Simone dejó el
diario que había recibido en el kiosco de la puerta y sus ojos se centraron en una de las noticias destacadas de
la portada: “Llegó la flota de tareas de Canadá. – En misión de buena voluntad, llegaron al puerto de Buenos
Aires varias unidades de la flota canadiense que se encuentra realizando ejercicios antisubmarinos en el
océano Atlántico”.
La noticia le hizo tejer una serie de suposiciones. Sin dar explicaciones salió nuevamente de la oficina para
dirigirse a preguntar por el joven, en la pensión. La persona que lo atendió le respondió que hacía días que no
lo veía. Le permitió pasar a golpear en la puerta de la habitación, pero no hubo respuesta. La encargada comentó
que lo había visto salir el domingo y que se subió a un auto gris cuya marca, o modelo, no era capaz de
identificar. Al escucharla, De Simone sintió escalofríos. Le dejó una tarjeta personal con una nota por debajo
de la puerta, y otra a la encargada, para que ante cualquier novedad le avisara.
Quería pensar que la encargada se equivocaba de persona aunque, lo que le relató, no parecía ser una terrible
coincidencia. Con muchas dudas y no menos temor, decidió llamar a Mendoza por si algo le había impedido
viajar. Habló con la madre del joven que aseguraba que su hijo estaba en Buenos Aires. Intentó calmarla cuando
la escuchó quebrarse, pero sabía que sería muy difícil. Le ofreció toda su colaboración si la señora decidía
viajar, y decidió tomar acción por su cuenta.
Terminada la llamada salió hacia la Embajada.
- ¡Leonardo, qué sorpresa! – le saludó Thompson.
- Tenemos que hablar. En privado. – fueron las poco amables palabras, que reemplazaron al saludo.
- Pasa. – le dijo, invitándolo a su oficina, e hizo seña para que cierre la puerta.
Al hacerlo, De Simone, vio que el Colo lo miraba desde el escritorio junto al despacho de Thompson. Casi
fuera de control, miró a su pariente político y lo increpó
- ¿Dónde está Ángel?
- No sé de qué me hablas…
- No te hagás el boludo que te conozco bien. Decime qué pasó con él.
- ¡Cálmate! No sé qué tengo que ver con él. No lo veo desde el año pasado. – y advirtió – Cálmate. Te
recuerdo que estás en una Embajada.
- Vamos a la calle entonces…
- ¿Piensas golpearme?
- Creo que es lo menos que te merecés. ¡Decime qué sabés!
- Te vuelvo a decir que no sé nada.
- ¿Dónde está Joan? Fui a su departamento y no salió nadie. Tampoco atiende el teléfono.
- Está en Canadá. Se fue esta semana.Tu amiguito le hizo mucho daño.
- ¡No podés ser tan hijo de puta!
- Te pido que te retires o te haré expulsar por la fuerza. – amenazó el diplomático.
De Simone controló su deseo de golpearlo porque se dio cuenta de que se metería en un problema mayor. Salió
con la furia contenida y quitó al Colo del camino con un empujón. Thompson con una seña le indicó a su mano
derecha que lo dejara ir.
No volvió al trabajo. Se fue directamente a su casa para hablar con su familia. La culpa que sentía era enorme.
Él había metido al joven mendocino en medio de esas situaciones turbias. Lloró cuando le contó a su esposa y
a su hijo adolescente todo lo que estaba pasando. Imaginaba lo peor. Estaba desesperado.

...

Al día siguiente del llamado de De Simone, llegaron a Buenos Aires, Mercedes, acompañada de sus hermanos
Antonia y Armando y, por supuesto, con el pequeño de la familia, de quien no se separaría nunca más.
Se hicieron las denuncias policiales del caso y un juez permitió que se abriera la habitación que alquilaba el
joven. Descubrieron con sorpresa, que allí estaba toda su ropa. Sus trajes, sus zapatos, sus documentos, sus
apuntes universitarios, su pequeña maleta azul, y todo lo que cualquier persona que pensara desaparecer se
¿Qué pasó?
habría llevado, estaba prolijamente ordenado. La encargada de la pensión había comentado que, si no recordaba
mal, Ángel, había salido con un equipo de mate, rumbo a un picnic con amigos. La madre confirmó que no
estaba esa pequeña caja metálica que los acompañaba en los viajes y que guardaba los elementos de mate,
incluida una pequeña pava y un calentador de alcohol. La encargada, también declaró que no había visto a
nadie saliendo con él. Omitió mencionar lo del auto gris…
La madre, por pedido de los investigadores, tuvo que repetir decenas de veces su parecer sobre el caso. No se
cansaba de decir que descreía que se haya ido a algún lado por su voluntad. No sabía de amistades ni de
relaciones de Ángel en Buenos Aires. Sólo conocía a Héctor el eterno amigo de su hijo y, por este incidente,
había conversado un par de veces con el jefe.
Ambos fueron llamados a declarar. Tanto el que lo conocía de toda la vida, como el que lo trataba en el ambiente
laboral, confirmaron los pensamientos de la madre con que difícilmente haya sido su decisión desaparecer de
su ambiente familiar y laboral. De Simone no se animó a hablar de Canadá con todo lo que sabía porque se
complicaría su situación, no solo con el caso en el que era inocente, sino con todo lo que implicaba a nivel
internacional. Héctor no se animó a hablar de Joan, porque sintió miedo.
Las investigaciones siguieron. Nacieron las denuncias a INTEPOL. Pasaron las semanas. Pasaron los meses.
El tiempo pasó, y Ángel no aparecía.

...

De Simone era una persona culta, informada y que sabía leer la realidad. El vaticinio sobre el futuro de
Argentina se cumplió el 28 de junio de 1966 cuando el general Onganía y un grupo de militares, derrocaron al
presidente democrático Arturo Illia. El clima era tenso. Las organizaciones laborales y las de las universidades,
en plena Reforma, no estaban ajenas a estas situaciones. El 20 de julio, se produjo el feroz ataque a los claustros
universitarios por parte de la Policía Federal. So pretexto de disolver células izquierdistas, desalojaron los
distintos edificios educativos. Expulsaron a docentes, investigadores, alumnos, graduados y directivos a fuerza
de palos. En la llamada noche de los bastones largos uno de los que recibió decenas de golpes, fue el
mismísimo De Simone.
No le llevó mucho tiempo convencer a su esposa que había que exiliarse. Quien se resistía a dejar su país, los
asados y el fútbol, terminó siendo convencido por los golpes de una dictadura violenta. Su destino fue México.
Allí había colegas que lo esperaban. Con algo más de cuarenta, debía volver a empezar.

...

En el mes de abril, Thompson, fue relevado de sus funciones en la Embajada y se volvió con su esposa y su
hija menor, a su país. En mayo falleció mientras conducía su automóvil viajando de Toronto a Otawa. La
autopsia reveló que habría sufrido un infarto de miocardio previo al accidente.
Joan, fue mamá de una nena a la que llamó Angelina, en septiembre de ese año. Continuó sus estudios en la
Universidad de Chicago y obtuvo su título en MBA, en 1967. Se radicó en esa ciudad donde se casó con un
importante directivo de una empresa de comunicaciones. Nunca más volvió a hablar de Argentina.
Héctor siguió trabajando en la misma fábrica, cuidando de su mamá enferma, y pensando en qué pasó con su
amigo.
Muerto Thompson, a Christian, conociendo sus habilidades y experiencia, sus contactos le ofrecieron volver a
Argentina con un pasaporte galés a nombre de Williams Davis.
Mientras tanto, Mercedes nunca dejaría de buscar a su Ángel…

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