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Lake
Su Vida. Sus Sermones.
Su Denuedo de Fe.
KCP
ISBN 0-88114-962-430-0802
Si no se indica otro origen para esta traducción las citas escriturales (en itálicas) pertenecen a:
®
LA SANTA BIBLIA VERSIÓN REINA-VALERA (RV) Revisión de 1960 Sociedades Bíblicas Unidas;
DIOS HABLA HOY® LA BIBLIA. VERSIÓN POPULAR© (VP) Sociedades Bíblicas Unidas, 1979;
LA BIBLIA AL DÍA® – PARÁFRASIS© (BAD) Living Bibles International, Wheaton IL 60187, Spanish House &
Unilit, Miami, FL 33172. 1979;
LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS® (BDLA) Foundation Publications Inc., Anaheim, CA, 1986; y,
LA SANTA BIBLIA© - NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL (NVI) Sociedad Bíblica Internacional, Editorial Vida,
Miami, FL 33166-4665. 1999.
Ninguna parte de este libro se puede reproducir, almacenar en ningún sistema, o transmitir en ninguna forma—
electrónica, mecánica, fotocopia, grabación o por cualquier otro método, sin permiso escrito del Publicista.
Todos los derechos reservados.
Casi todos los sermones en esta obra no se han publicado antes. La siguiente es una lista de las obras impresas
con anterioridad en todo o en parte que se incluyen aquí con permiso de los publicistas:
“Christ Liveth in Me,” “Compassion,” “The Habitation of God” “Sanctification”, “Spiritual Hunger” y “The Strong Man’s
Way to God” in Spiritual Hunger and Other Sermons (1987).
Sacramento Union
“The Truth About Divine Healing.”
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RECONOCIMIENTO
A lo largo de los meses de preparación para esta obra, muchos dieron generosamente de su
tiempo, y cuidados a fin de hacerla posible. Una muy especial expresión de gratitud de los
Ministerios de Kenneth Copeland a:
Betty Oaks
Billye Brim
Sue Stone
Timothy Reidt
Mrs. Freda Lindsay y Christ for the Nations (Cristo para las Naciones)
Olean Taylor
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Nota del Editor. Uno de los objetivos principales al publicar esta colección de los sermones
de John G. Lake, consistió en editar los manuscritos lo menos que fuese posible, de tal
manera que fuera posible conservar el texto y estilo originales. Como resultado, algunos de
los términos que se utilizaban comúnmente en los días de Lake para referirse a la raza o
nacionalidad de las personas quedaron sin cambio, aunque difieren de lo que se considera
aceptable hoy.
Estos términos, sin embargo, no reflejan irrespeto de parte de Lake hacia un grupo particular
de personas. De hecho, el lector tiene la certeza de descubrir que la vida de Lake—como se
relata en esta biografía—fue una demostración extraordinaria de amor y respeto hacia todas
las gentes, sin tener en cuenta su raza o nacionalidad.
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Contenido
Prefacio
Hace muchos años alguien me dio un cuaderno lleno con los sermones de John G. Lake.
Los leí todos con gran cuidado y con sumo gozo. En el curso de los años, a medida que los he
leído y vuelto a leer muchas veces, he seguido recibiendo más revelación y entendimiento.
Estos sermones han impartido algo en mi vida que no cambiaría por nada del mundo. Es
probable, sobre todo, haber adquirido una mayor comprensión de mi dominio como creyente
que estimula el aumento de la confianza y el valor en mi vida.
Algún tiempo atrás, hubo una época de mi existencia en que necesité dejar de lado los pesos
naturales que me echaban hacia atrás espiritualmente. Como hice un nuevo compromiso para
emprender la carrera que Dios me ponía por delante, el Señor me llevó a leer uno de estos
sermones cada día. ¡Lo hice así precisamente y eso cambió mi vida desde entonces! Creo que
experimentarás la misma emoción que tuve. Este es un material maravilloso que te ha de
estimular al dinamismo en la forma como Pablo exhortó a Timoteo para que lo hiciera.
Debido a que estos mensajes han sido de enorme bendición y han producido un impacto de
tal magnitud tanto en Kenneth como en mí, he deseado por años que estén disponibles para
todos.
Estos sermones ayudaron a enseñarme y entrenarme. Creo que serán una gran bendición
para ti y que te darán crecimiento y desarrollo espirituales. Con certeza te querrás alimentar
de ellos por el resto de tus días aquí en la tierra. Por mi parte, sé que los repasaré una y otra
vez y que siempre me llevarán a alturas nuevas.
Además deseo participar estas ricas verdades: Los nietos de John G. Lake nos han dado
permiso para compartir su vida y su ministerio tan ungidos con todos los lectores. Conservo
mucha gratitud a su padre, Wilford Reidt, pues preservó y editó esos mensajes prodigiosos
para todos nosotros. Antes de partir para estar con el Señor, cedió a mi amiga Betty Oaks los
derechos de administrar esos sermones. Le pidió vigilar que no se alteraran de ningún modo.
Debido a que son tan poderosos, esa es la manera en que siempre hemos querido ofrecerlos.
Siento que estaría obrando mal si se les llega a hacer algún cambio.
Hay determinadas frases que yo podría haber dicho en una forma distinta. Por ejemplo, el
uso de ciertos términos con respecto a las razas que hoy se pueden considerar como
inadecuados. Sin embargo, en esa época tales eran las expresiones comunes que se
acostumbraban. Fue un hombre de gran amor y consideración hacia todas las razas; en
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consecuencia, no dejemos que eso vaya a ser un obstáculo para recibir de él como un varón
por cuyo medio Dios habló.
Existen algunas cosas que no debería haber mencionado en absoluto. Recuerdo una acerca
de ir a los médicos. El pueblo pentecostal (o por lo menos muchos de sus miembros) no cree
en visitar al médico bajo ninguna circunstancia. John Lake y su familia, hacían parte de este
grupo.
No decimos a las personas que no acudan a los médicos. Muchas personas no se han
desarrollado en esa creencia. Debes proceder de acuerdo con la dirección que hayas adquirido
y según el nivel de tu fe. Pero hagas lo que hagas, cree en Dios.
Así, pues, goza el evangelio de este hombre valeroso. Pide al Espíritu Santo que te imparta
profundidad y revelación. Lo hizo así con John G. Lake. Lo hizo así y aún lo hace para
nosotros, y también lo hará contigo. Estudia estas palabras del cielo—las hemos mantenido
intactas, precisamente de la misma forma en que se predicaron.
Desde cuando era un niño, John Graham Lake siempre parecía estar ocupado, pues
constantemente procuraba que alguien se sanara—si no él mismo, entonces algún otro. Su
propia lucha por la existencia comenzó el día de su nacimiento, marzo 18, 1870.
Nacido en Ontario, Canadá, John fue uno de 16 niños. Y como muchos de sus hermanos y
hermanas, creció con una extraña enfermedad digestiva que casi le quita la vida. Durante
nueve años sufrió esta dolencia y los desagradables tratamientos que eran necesarios para
mantenerlo vivo.
Toda esta pena sólo hizo a Lake más sensible y consciente del hecho que la enfermedad era
algo malo, definitivamente perverso y maligno; a lo largo de su vida nunca vio salir nada
bueno de ella. A medida que Lake crecía, esta sobre-exposición a las dolencias y al pesar
encendieron en él un raro e intenso deseo por el poder de Dios. Esta pasión nunca dio
descanso a John G. Lake, hasta cuando pudo encontrar una manera de combatir a las
enfermedades, a las dolencias e incluso a la muerte misma.
El Pararrayos de Dios
Cuando era niño Lake había visto lo suficiente como para saber que él y su familia
necesitaban un milagro. Pero no sabía cómo conseguirlo.
En la iglesia donde se formó, los milagros y la sanidad sobrenatural nunca parecieron ser
otra cosa sino una alternativa más. Los miembros de la iglesia a quienes acudió en busca de
ayuda, dedicaron mucho tiempo para convencerlo que Dios quería su bien con los traumas y
tragedias de la vida. De alguna manera, Lake nunca dejó de ver el bien en todo el sufrimiento
que le rodeaba. Y así se mantuvo en la búsqueda de su milagro.
Por último, no pudo esperar más—algo se debía hacer. Y pareció como si fuese él quien
tuviese que hacerlo. Más tarde escribió: “No había nadie que orara por mí...entonces me senté
solo y dije: ‘Señor, he terminado por completo con el mundo y la carne, con el médico y con
el diablo. Desde el día de hoy, solamente me apoyo en el brazo de Dios.’”
consagrado a Dios. Y aunque eso puede no haberse visto por fuera, sabía en su interior que la
enfermedad se había acabado. Estaba decidido a eso.
A medida que Lake entraba en la juventud, sufrió las secuelas de otra seria molestia. En
efecto, el reumatismo hizo que sus piernas se desarrollaran con malformaciones que a su vez
deformaban todo su cuerpo.
De nuevo su iglesia no le pudo ofrecer los resultados que buscaba con tanto empeño. El
pastor le dijo: “Hermano Lake, dale la gloria a Dios.” Otros le animaron: “Hermano, sé
paciente y sopórtalo.” Y durante cierto tiempo, Lake les creyó—pero todavía estaba deforme.
¿Qué Buenas Nuevas había en eso? ¿Dónde estaba el poderoso evangelio que había sido
capaz de salvarlo?
Lake quería en verdad otro milagro. Una vez más su corazón se extendió hacia Dios. A
medida que lo hacía, un relámpago de verdad traspasó el engaño de su mente, y de acuerdo
con la luz de la Palabra de Dios, Lake captó una manifestación momentánea de la voluntad de
Dios.
“Descubrí que [la enfermedad] no era en absoluto la voluntad de Dios, sino la voluntad de
ese sucio y patizambo diablo cuyo deseo consistía en hacerme que yo fuera como él.
“Dejé todo y salí para Chicago, al único sitio donde sabía que un hombre puede conseguir
ser sano. Fui a la Casa de Sanidad Divina de John Alexander Dowie.”
Allí en Chicago, el poder de Dios pasó a través del cuerpo de Lake y enderezó sus piernas.
Lake se apoderó del poder de Dios y del hecho que el cristianismo es “el evangelio de un
hombre fuerte.” Por primera vez vio cómo Dios quería una raza de individuos denodados,
poderosos, puros, buenos y bendecidos. Vio cómo los prodigios y señales del Nuevo
Testamento tenían significado para su día—¡y para todos los días!
John Lake, ya sano dejó a Chicago. También partió con un evangelio de poder que
declaraba sanidad para todos—incluso para los no salvos y hasta para los que no asistían a
ninguna iglesia. Este era el evangelio que había encendido una pasión y un denuedo
asombrosos en su alma.
Aunque Lake había nacido como un niño enfermizo en el siglo 19, ahora se erguía
valerosamente en el umbral del siglo 20 como un pararrayos extendido entre el cielo y la
tierra, simplemente en espera de ser tocado por el mismo “rayo de Dios,” como más tarde lo
llamaría. Y con cada liberación del poder de Dios que eventualmente cargaba su vida, Lake a
su turno dinamizó el mundo moderno. Una y otra vez sacudió tanto a cristianos como a no
cristianos al mostrarles el corazón y el poder verdaderos de Dios.
Hasta donde Lake podía recordar, su mente siempre zumbaba con ideas, siempre al pensar y
maravillarse—especialmente acerca de la ciencia.
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Por tanto, para la mente curiosa y científica de Lake, no era suficiente saber que Dios
curaba, tenía que saber el cómo.
La respuesta a este “¿Cómo?” tuvo su principió cuando Dios comenzó a desenredar las
enfermedades y muertes que habían atado a la familia Lake durante 32 años...
En febrero de 1891, Lake contrajo matrimonio con Jennie Stevens, nacida en Newberry,
Michigan. Se adoraron y eventualmente tuvieron siete hijos. Pero menos de cinco años
después de la boda, varios médicos bien conocidos le descubrieron a Jennie tuberculosis y
una enfermedad cardíaca incurable. Muy pronto después de ese diagnóstico se convirtió en
inválida. El sufrimiento estaba de vuelta—para quedarse.
Otra vez a Lake le rodeaban los achaques y las dolencias—un hermano inválido, una
hermana que moría de cáncer del seno, otra hermana con unas hemorragias que le quitaban la
vida y ahora...su amada Jennie. Se puso de pie, débil e impotente ante la adversidad. ¿Dónde
estaba su evangelio del hombre fuerte? ¿Y sí tenía la suficiente fortaleza como para contener
esta marea de opresión?
Más desesperado que nunca, Lake volvió a aquello que le había servido en el pasado—la
Casa de Sanidad Divina de John A. Dowie en Chicago. Decidieron en familia que el hermano
sería el primero, pues llevaba 22 años de invalidez. Con todo cuidado lo acomodó y lo llevó a
Chicago. En cosa de un instante, después que los ministros de sanidad le impusieron manos,
fue sano—¡se levantó y anduvo!
Luego los Lake tomaron a la hermana de 34 años que se estaba muriendo por el cáncer del
seno. La habían operado cinco veces y tuvieron que llevarla en camilla. ¡También se curó!
Quedaba la hermana que perdía la vida a causa de las hemorragias. Su caso era quizá más
de prueba para Lake, pues como sólo les separaba un año de edad, habían crecido juntos y se
amaban entrañablemente.
Una noche timbró el teléfono de Lake, era la madre. Llamaba para comunicarle que esta
hermana estaba en una condición tan grave que si quería verla con vida, John debería
apresurar el viaje. Cuando llegó, la hermana estaba inconsciente y no tenía pulso. Ahora,
¿qué podía hacer? Lake luchó profundamente dentro de su alma.
La respuesta de Dowie fue inmediata: “Sosténganse en Dios. Claro que oro y seguiré
orando. Ella vivirá.” ¡Y así sucedió! En el curso de una hora, toda la familia estaba llena de
gozo—¡se había arrebatado otro Lake a la muerte!
Sin embargo, después de la celebración de la familia, vino la tarde en que la muerte parecía
dispuesta a dirigir su más duro golpe sobre Jennie. Mas, ¿por qué? Tanto había sucedido—
tales maravillosas manifestaciones del poder sanador de Dios que se habían manifestado en
los otros tres...de alguna forma habían tocado la misma fuerza de la vida en Dios. Pero,
¿cómo realmente obraba la sanidad? ¿Qué la hacía llegar?
En esa tarde particular, un ministro amigo de Lake llegó para hacer una visita a la familia.
Después de estar un rato al lado del lecho de Jennie, los dos amigos salieron a caminar.
Mientras lo hacían a la luz de la luna, el pastor amigo dijo con un corazón compasivo:
“Hermano Lake, resígnate con la voluntad de Dios.”
En contraste con la quietud de la noche, esas palabras fueron para Lake como un golpe en
el rostro. Entre más las pensaba, era mayor su cólera. Se dio cuenta que su amigo realmente
quiso decir: “Resígnate a dejar que tu esposa muera.”
¿Dejarla morir? ¡No podía permitir eso! ¿Dónde estaban el poder, la potencia, la fuerza
del evangelio?
De repente, el viento fue como un azote en el alma de Lake—y en su interior una tormenta
se levantó en venganza. ¡Con certeza a Dios se le había ofendido con esa simple sugerencia!
Luego el torbellino se convirtió en humo y Lake se dirigió a la casa. Cuando llegó, fue
hasta la chimenea, tomó de la repisa que estaba encima de ella una Biblia y la arrojó sobre la
mesa. Entonces, ¿dónde estaba el poder...especialmente ahora, cuando más lo necesitaba?
Los ojos de Lake quedaron clavados sobre un versículo que se destacó al caer abierto el
Libro: “Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste
anduvo haciendo bienes y sanando a TODOS LOS OPRIMIDOS por el diablo, porque Dios
estaba con él” (Hechos 10:38 RV).
Allí estaba—¡Lake lo vio! La luz de la Palabra resplandeció con todo su brillo dentro de
su alma, al revelar la verdad y el poder: Jesús es el Sanador y satanás es el opresor. Sí;
satanás era el único que oprimía a Lake y a su familia con penas, tristezas, sufrimientos y
muertes. Jesús era la solución—y satanás era el problema. ¡Todo quedó bien claro!
En el pasado, aunque Lake había visto con toda certeza que las enfermedades, las
dolencias y la muerte obviamente no eran de Dios, todavía no había entendido por completo
que detrás de todas esas tragedias estaba el diablo. Y entonces, con la misma claridad pudo
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ver que Dios estaba con él. Dios no estaba tan sólo con Jesús, con John Dowie, y con otros
evangelistas y predicadores famosos que tenían el don de sanidad, sino que Dios—y la
totalidad de su absoluto poder—estaban con John Lake. John Lake podía orar y los enfermos
se recobrarían. La misma fe y el mismo Espíritu Santo estaban disponibles para él.
Bueno, eso cambiaba todo. Había tropezado en un barril de pólvora, de valor y de denuedo
que pronto iría a explotar.
Ahora bien, en realidad los vientos soplaron, y un arrebato de fe se agitó para mover lo
más íntimo y profundo de Lake.
¡Sí! Jennie se iba a sanar. Lake estaba completamente seguro. Y le correspondía hacer
algo. Ahora bien, Lake sabía con quién trataba—con satanás. Y también sabía que tenía todo
el derecho para hacer algo al respecto. Jesús le había dado ese derecho—y el poder para ir
con él...
Sí, la sanidad vendría, pero esta vez Lake decidió que sería diferente. Esta vez, iba a fijar
el tiempo respectivo.
Lake llamó y telegrafió a sus amigos y les dio instrucciones para orar en ese tiempo
señalado porque precisamente a esa hora, 9:30 a.m., impondría las manos sobre su esposa y
sería sana. Así de simple
Lake impuso las manos sobre Jennie y la parálisis se fue, la tos desapareció, el corazón se
normalizó, la temperatura bajó a la normalidad y la respiración se hizo regular. Luego, con
una voz tan grande como el denuedo de su esposo, Jennie exclamó: “¡Alabado sea Dios!
¡Estoy sana!” Lake quedó sorprendido. Hacía muchísimos años que no le había oído una voz
tan poderosa.
La resonante alabanza de Jennie encontró eco por toda la ciudad, el estado y por la nación.
Los periódicos igualmente anunciaron el suceso: “¡Jennie Lake se curó!” y a partir de esa
mañana en adelante, las cartas y las personas nunca cesaron de entrar en lo que una vez fue la
vida privada de Lake. Había centenares de otras familias que estaban tan desesperadas como
John y Jennie habían estado, pues esperaban que la luz de Dios se manifestara en sus vidas.
Venían desde kilómetros y kilómetros, centenares de personas que anhelaban lo que los Lake
tenían: su fe, su denuedo, su evangelio de hombre fuerte.
Había nacido un ministerio de sanidad. Como Lake lo refirió: “Nos vimos obligados a
hacerlo. Dios respondía y muchísimos fueron sanos.”
Desde cuando Lake era niño, había hecho fuerza, había avanzado a empujones, y torcido
su camino a través de las tinieblas de la enfermedad apenas como para poderse asir del poder
de Dios—la luz de Dios. Y ahora, la lucha parecía haberse acabado. Ahora Lake había
adquirido suficiente de ese poder para sí mismo, para su familia y para miles más. Pero, a
medida que se apropiaba de él, otra batalla se le cuadró en la propia cara para mirarle con
fijeza.
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Con pie seguro Lake denodadamente atravesó un nuevo umbral de éxito. Una poderosa
unción para sanar al enfermo vino sobre él. Y mientras manejaba esta unción con gran
prestigio en el exterior, en el interior sólo se intensificó la lucha que había mantenido por
años.
¿La lucha? Elegir entre dedicarse a los negocios con Dios o con el mundo. Esto comenzó
en octubre de 1891.
Cuando habían pasado ocho meses de su matrimonio con Jennie, la Iglesia Metodista le
nombró pastor de una iglesia en Wisconsin. Pero, por alguna razón, en lugar de tomar el
pastorado, Lake decidió entrar en los negocios para sí mismo.
Pero su pasión por Dios superó antes de poco tiempo el éxito de Lake en el mundo de los
negocios. Después de todo, era un hombre fervorosamente concentrado y decidido. Siempre
obtuvo lo que se proponía y también lograba mucho más.
Una de las primeras empresas que emprendió Lake fue comenzar un nuevo periódico, The
Harvey Citizen (El Ciudadano de Harvey) en Harvey, Illinois. Luego, después de radicarse en
Michigan, debido a la mala salud de Jennie, Lake se dedicó a la finca raíz. En el primer día
de negocios solo, ganó $2500. En el curso de dos años alcanzó casi $250,000 en su riqueza
personal, suma que para el comienzo del siglo era una fortuna verdadera.
Cuando Lake tenía 30 años, ayudó a iniciar otro periódico—el Soo Times—y por su
pericia en las finanzas lo buscaron algunos de los hombres más ricos de los Estados Unidos,
pues admiraban su destreza y habilidad en el manejo de la gente y del dinero. Más tarde
adquirió un puesto en el Consejo de Comercio de Chicago, y se dijo que había llegado a ser
millonario.
Mas en medio de todo este éxito económico, algo mucho más rico acontecía en el espíritu
y el corazón de John G. Lake. Principiaba a ver y apreciar el valor de las almas en los
hombres.
Desde aquella gloriosa mañana en que Jennie quedó sana en 1898, John Lake había
comenzado a predicar y a tener reuniones de sanidad en el área de Chicago. Para 1901, él y
su familia decidieron trasladarse 40 millas (casi 65 km) hacia el norte, a Sion City, Illinois,
donde John Dowie había movido los cuarteles generales de su ministerio. Entonces Lake
pudo estudiar más de cerca la sanidad divina, así como enseñarla hasta 1904.
En total, Lake ministró parte del tiempo por un espacio de diez años; durante ese período,
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“Pero al final de esos diez años,” escribió Lake, “creo que era la persona que tenía más
hambre de Dios. Mis amigos me decían: ‘Mr Lake, usted tiene un precioso bautismo en el
Espíritu Santo.’ Sí, claro que lo era; pero eso no respondía el clamor de mi corazón.”
¿Cómo pudo ser eso así? ¿Cómo tal glorioso despliegue del poder de Dios a través de la
vida de Lake no satisfacía el clamor de su corazón?
Simple. Muchos de los amigos y asociados de Lake pensaban que había recibido el
bautismo en el Espíritu, cuando de hecho no era así. En realidad, nunca lo entendió por
completo, aunque muchos le hablaron al respecto. Entre tanto, quienes le veían ministrar con
tanto éxito claro que le juzgaban por sus obras—y ciertamente fue maravillosamente ungido
por el Espíritu para su trabajo. Pero era necesario que Lake aprendiera mucho más y que
recibiera también más. Y en lo íntimo de su corazón, él tuvo siempre esa certeza.
Un Poder Nuevo
Oh, el corazón de Lake rogaba por el bautismo en el Espíritu. Estaba, pues, decidido a
recibirlo.
Durante los primeros nueve meses de 1907, Lake ayunó, oró y clamó a Dios. Simplemente
anhelaba tener todo lo que pudiera conseguir de Dios. Por último, en el décimo mes, recibió
lo que perseguía—y una gran dosis, por cierto.
De repente, una enorme calma invadió el alma de Lake. Y por primera vez en su vida—
hasta donde podía recordar—su mente estaba quieta. Algo como una lluvia tropical tibia
comenzó a inundar su alma. Oh, estaba tan lleno de paz. Entonces, fuera de la calma de ese
instante, Lake escuchó al Señor decir: He oído tus oraciones, he visto tus lágrimas. Ahora te
bautizo en el Espíritu Santo.
Finalmente era suyo—algo más precioso, más bello, más personal...el bautismo de su
espíritu en el Espíritu de Dios. En ese momento su corazón fue lleno; estaba completo; estaba
satisfecho.
Lake todavía estaba en la silla, cuando un diluvio de corriente, como de energía eléctrica,
surgió a través de su cuerpo, le hizo convulsionarse y estremecer casi fuera de control. Y
momentos más tarde, comenzó a hablar en lenguas.
“Cuando esos fenómenos pasaron,” escribió Lake, “su gloria permaneció en mi alma.
Encontré que en mi vida empezaron a manifestarse los diversos rangos de los dones del
Espíritu. Las sanidades fueron de un orden más poderoso.
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“Mi naturaleza vino a ser tan sensible que podía poner las manos sobre un hombre o una
mujer y decir qué órgano estaba enfermo, y hasta dónde.”
Lake probó esta maravilla nueva al ir a los hospitales y tocar enfermos para determinar
cuáles eran sus molestias. Y para hacer esto más desafiante, casi todos eran casos que incluso
los médicos no podían diagnosticar. Sin embargo, una y otra vez, se comprobó que los
dictámenes de Lake eran correctos. Mas para él, de modo personal, el fallo definitivo
consistió en demostrar simplemente ante los ojos de la ciencia médica cómo el poder de Dios
afectaba el cuerpo humano.
Así, en un punto, Lake se sometió a una serie de experimentos en una bien conocida
clínica de investigación. Debido a su educación formal en ciencia y medicina, tuvo acceso a
tales instituciones.
Durante uno de esos experimentos Lake dijo a los profesores: “Caballeros, vayan al
hospital y traigan un hombre que tiene una inflamación del hueso. Alisten su aparato de rayos
X con dispositivos como de microscopio y fíjenlo a la extremidad del enfermo, pero, por
favor, dejen espacio suficiente como para que pueda poner mi mano sobre la pierna.”
Lake informó: “Cuando el instrumento estuvo listo, puse mi mano sobre la parte inferior
de la rodilla del hombre y oré: ‘Oh Señor misericordioso, por tu poder quita la enfermedad de
este hombre. Que tu Espíritu Santo se mueva en él; permítele vivir en él.’
“La contestación que recibí era: ‘Todas las células están respondiendo’.”
Los médicos estaban asombrados con lo que veían. En efecto, lo mejor que pudieron decir
fue: “Somos testigos de algo así como una especie de repetición de un proceso creativo que
tuvo lugar en la pierna de un moribundo—y eso sucedió precisamente allí bajo nuestro
propio microscopio.”
Mientras tanto, Lake procuraba seguir con sus negocios diarios como de costumbre, pero
de una manera inusitada esto era cada vez más difícil.
Lake había demostrado ser un eficiente hombre de negocios y ahora manejaba con todo
éxito los agentes de una gran compañía de seguros de vida. Pero casi de la noche a la mañana
descubrió que ya no se podía concentrar más en los negocios—por lo menos no en los
negocios humanos. No que su mente se desviara, sino que sólo parecía ser capaz de
concentrarse en los negocios de Dios. Y Dios estaba en el negocio de las almas de los
hombres. Durante este tiempo, para Lake era típico en medio de un trato de negocios oir al
Espíritu decir: ¿Qué acerca de su alma? ¿Qué acerca de esta alma?
“Después de un rato,” Lake dijo: “Tenía que detenerme y decir: ‘Hermano, ¿eres cristiano?
Si no, arrodíllate’.”
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Entonces, precisamente allí, en su oficina, Lake se arrodillaba para orar con los hombres y
conducirlos al Señor.
“Les vi llegar al Señor todos los días, durante seis meses. Pero oh, me olvidaba del seguro
—y la compañía me pagaba por vender seguros.”
Por ultimo, en abril de 1907, la larga e intensa lucha de Lake llegó a su fin cuando decidió
seguir su corazón. “Me vi obligado a ceder mi negocio y a dedicar toda mi atención para traer
a los hombres a los pies de Jesús,” escribió. Y en un dramático paso, él y Jennie dispusieron
de toda su riqueza y sus posesiones y comenzaron a buscar el propósito de Dios para sus
vidas. Incluso acordaron que jamás darían a conocer a nadie sus necesidades personales—y,
en cambio, iban a confiar en Dios como nunca lo habían hecho antes.
Lake cortó sus ataduras con las relaciones de los negocios humanos, se recogió las mangas
y se preparó para establecer negocios con Dios—tiempo completo. El último movimiento
que hizo le cargó con la misma luz de Dios. Pero esta vez, se dirigía hacia algo que incluso su
pensamiento excepcionalmente activo no pudo imaginar. Estaba próximo a dar un paso en el
fuego de Dios.
Un día en los meses finales de 1907, mientras derribaba un árbol, Lake oyó decir con toda
claridad al Espíritu Santo: Vé a Indianápolis. Prepárate para una campaña de invierno. En
la primavera irás a África.
El corazón de Lake no dio ni un salto cuando oyó aquello de ir a África. Si acaso sintió un
poco de emoción. Desde cuando era niño Lake había soñado con ir a África. Incluso en su
juventud no podía apartar esa idea. Por tanto, Lake no perdió tiempo. Trasladó a su familia a
Indianápolis, se unió de nuevo con su amigo Tom Hezmalhalch para predicar en una serie de
reuniones y planeó el viaje.
Pero Lake necesitaba más que una imaginación infantil para ir con su esposa, siete hijos, y
un grupo de misioneros a África.
Para sus gastos y necesidades personales, Lake abordó el barco con sólo $1.25 dólares en
el bolsillo para una familia de nueve personas que viajaban al otro extremo del mundo.
Además, una vez que llegaron allí no tenía claro dónde vivirían. Pero cuando él y su familia
desembarcaron en Ciudad del Cabo, Sudáfrica—más o menos dos semanas después—Lake
recibió $200 dólares más una casa completamente amoblada en Johannesburgo. Este viaje de
fe se había convertido en un sendero de milagro tras milagro.
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El siguiente prodigio que Lake necesitaba se refería a un sitio para predicar. Después de
todo, era un forastero para estas personas y sueño o no sueño tenía necesidad de alguna
especie de introducción.
Los Lake escasamente habían tenido tiempo para instalarse en su nueva casa cuando,
justamente pocos días después de su llegada a Johannesburgo, Dios abrió la primera puerta
para el ministerio de Lake. Un pastor sudafricano que tomaba vacaciones por unas semanas,
le pidió a Lake reemplazarlo mientras estaba fuera. Lake saltó de alegría ante la oferta.
Ese día sucedió algo semejante a observar la erupción de un volcán. Tanto en el servicio
de la mañana como en el de la tarde a medida que el Espíritu caía, las señales y las maravillas
comenzaron a llover sobre la congregación. Pero no se detuvieron allí. En los días siguientes,
despliegues espectaculares del poder de Dios se difundieron en la comunidad como si fueran
lava. Una senda de avivamiento corrió a través de los corazones de las gentes que buscaban
desesperadamente el evangelio del hombre fuerte. En el curso de semanas, grandes
cantidades en Johannesburgo y en las áreas vecinas se salvaron y se llenaron con el Espíritu
—muchos individuos fueron sanos sobrenaturalmente.
La unción que cayó sobre Lake mientras estaba en Sudáfrica asombró a Lake mismo. Esto
iba más allá de sus más locas imaginaciones. La única forma en que se podía describir era
como “fuego liquido”que corría por sus venas. Pero desde luego, esta clase de poder de
fuego fue también para sus manos.
En una reunión, un hombre no hacía más sino levantarse e interrumpir a Lake. Cuando por
último Lake tuvo suficiente, apuntó su dedo hacia el hombre y le dijo que se sentara. De
manera instantánea cayó al piso donde quedó por dos horas. Después de la reunión, cuando
intentaba contar lo que sintió, dijo que había sido tan fuerte como si le hubiese tocado una
bala.
Luego, hubo ocasiones en que esta unción como que tenía sus desventajas.
Lake era el tipo de persona que le gustaba saludar a la gente, a medida que los asistentes
llegaban a sus reuniones. Con frecuencia, sin embargo, cuando se acercaba lo suficiente para
dar la mano a las personas, caían bajo el poder del Espíritu y bloqueaban la entrada a la sala.
En otras oportunidades la unción sobre él era tan fuerte que muchos experimentaban las
manifestaciones de ese poder simplemente cuando llegaban más o menos a seis pies (1.8 m)
de donde estaba.
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Como Lake no estaba afiliado con ninguna iglesia o con ninguna organización misionera
(aunque más tarde estableció la suya propia), alquilaba salas para sus reuniones en el área de
Johannesburgo.
Poco tiempo después, las multitudes saturaban esas salas y se vio obligado a utilizar
contactos diferentes. Entonces comenzó las “reuniones en casas” que tenían lugar en
domicilios diseminados por todo un pueblo o ciudad. En tales reuniones, Lake y su
compañero Hezmalhalch iban de vivienda en vivienda, predicaban como equipo y cada uno
hablaba cinco o seis veces en apenas una reunión.
Si John Lake nunca hubiera tenido valor, ciertamente lo hubiera adquirido en Sudáfrica. El
evangelio del hombre fuerte que predicaba ahora había invadido y atravesado casi todos los
muros de los prejuicios religiosos, raciales y políticos. Y eso necesitaba denuedo.
Quizá una de las más chocantes e intensas controversias que Lake enfrentó durante el
desarrollo de su misión en Sudáfrica, fue la demostración de su amor por las personas de raza
negra.
A esto Lake se volvió y exclamó: “Amigos míos, Dios ha hecho de la misma sangre a
todos los hombres. Si ustedes no quieren reconocerlos como sus hermanos, entonces tendrán
la mortificación de ir a los sufrimientos eternos, en tanto que han de ver cómo muchos de
estos negros van a las mansiones celestiales.”
Después abrió la Santa Biblia y leyó en alta voz: “Todo el que odia a su hermano es un
asesino, y ustedes saben que ningún asesino puede tener vida eterna en sí mismo” (1 Juan
3:15 VP).
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Con todo, muchos en la audiencia comenzaron a gritar que a los “diablos negros” se les
debería patear y pisotear en las calles. Pero Lake no retrocedió. Le dio la bienvenida a
Letwaba, y con la mano en su hombro, dijo: “Si ustedes desechan a este varón, entonces me
deben desechar a mí también, porque yo permaneceré con mis hermanos negros.” La
multitud eventualmente se calmó y quedó en silencio...tal amor nunca se había visto antes en
Sudáfrica.
Pero la raza no era la única ola de controversia que vino para estrellarse contra el
ministerio de Lake.
En los Estados Unidos ola tras ola de rumores llegaban desde Sudáfrica. Esos rumores
afirmaban que Lake malversaba el dinero del ministerio. Pero cuando Lake se enteró, pareció
ser víctima del juego de las acusaciones, pues aun cuando luego se demostraron como
falsedades, la confianza en Lake se había erosionado y el flujo de dones financieros para su
ministerio disminuyó hasta convertirse en una gota. Tristemente, se trataba del hombre que
fue a África sin contar con ningún apoyo de organizaciones misioneras, que nunca solicitó
colectas de dinero en sus reuniones y que estaba firmemente apegado a su muy definida
decisión de jamás dar a conocer sus necesidades personales.
Ahora la joven misión de Lake, que había crecido a 125 ministros en el campo, comenzó a
sufrir aún más a medida que las difíciles circunstancias económicas empeoraban. Como cosa
de ironía, mientras miles de sudafricanos se salvaban y se sanaban, Lake, su personal y sus
familias estaban a menudo en deplorables necesidades. En tanto que Lake estaba lejos en
giras de predicación por diversas partes del país, muchísimos enfermos se aparecían en su
casa y esperaban su regreso. Casi todos eran pobres, sin provisiones, y dormían en el patio o
en los corredores de la casa. Jennie por lo general tomaba el escaso alimento que ella y sus
siete hijos podían reunir y lo compartía con ellos.
Sin haber transcurrido un año completo en su ministerio, Lake volvió a su hogar luego de
un recorrido de predicaciones por el desierto de Kalahari y encontró que su amada Jennie
había muerto—tan sólo doce horas antes de su regreso. Este trágico contratiempo casi lo
devastó. Lake mismo lo llamó “el golpe maestro de satanás.” Tuvo valor para anotar que el
fallecimiento se produjo por un derrame el 22 de diciembre de 1908. En 1910, dos años
después de la muerte, todavía afligido y quebrantado, escribió:
Pero cuando parecía que satanás el opresor había azotado a Lake y a su evangelio del
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hombre fuerte, Lake retornó incluso con más denuedo y aun con una mayor pasión por las
almas.
A finales de 1909, cerca de un año después de la muerte de Jennie, Lake regresó a los
Estados Unidos de América—pero no para bien y no derrotado. Su propósito era conseguir
más obreros y dinero para Sudáfrica.
Retornó a Johannesburgo en 1910 con $3,000 dólares y ocho nuevos misioneros. Durante
los siguientes tres años trabajó con intensidad. Fundó la Iglesia Apostólica que en Sudáfrica
se convirtió en dos grandes iglesias—la Misión Apostólica de Fe (que no es parte de la
Iglesia Apostólica de Fe en los Estados Unidos) y la Iglesia Cristiana Sion. Hacia 1913 el
ministerio de Lake totalizaba 1,250 predicadores, así como 625 congregaciones, 100,000
convertidos—e incontables milagros.
Además, el despliegue público de afecto que Lake demostró hacia Elías Letwaba en 1909,
fue quizá más significativo de lo que el mismo Lake creyó en ese momento. En efecto,
cuando Lake partió de Sudáfrica, Dios dirigió a Letwaba para que levantara una escuela
bíblica—la Escuela Bíblica Patmos—que produjo miles de obreros entrenados que
evangelizaron toda África. Letwaba, como ninguno otro, llevó a cabo la obra que Lake había
iniciado.
Lake comparaba su trabajo en Sudáfrica con las mismas palabras que David dijo acerca de
Moisés: “Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras” (Sal 103:7 RV).
“Las personas en África parecían contemplar los fenómenos de todo lo que Dios hizo,”
escribió Lake, “pero Dios llevó a mi espíritu detrás del escenario y me permitió ver cómo Él
los había hecho.”
“¿Cómo?”se había preguntado Lake durante años. Y aun en Sudáfrica, era tanto
estudiante como maestro y predicador. Cuando Lake subió al barco con sus siete hijos para el
viaje de regreso final a los Estados Unidos en 1913, llevaba consigo el inapreciable
entendimiento de cómo obraba el poder de Dios.
Cuando partió de Sudáfrica, Lake estaba cansado. Incluso, puede haber parecido que iba
sin rumbo en su travesía del Atlántico, y que ya la energía y el vigor no movían sus velas.
Pero todo esto no pudo haber estado más lejos de la verdad. A medida que Lake se apartaba
de África, fijaba un curso para todavía otra misión. Provisto con la experiencia y el
entendimiento del poder de Dios, volvió a los Estado Unidos para emprender un ataque más
fiero que nunca contra el reino de las tinieblas. ¿Cuál era su plan? Enseñar a la siguiente
generación cómo apoderarse y cómo manejar con habilidad el poder de Dios.
En su primer año de regresó en los Estado Unidos, Lake y sus hijos viajaban de una ciudad
a otra, para renovar viejas amistades y para descansar. Durante ese tiempo Lake se casó con
Florence Switzer, con quien tuvo otros cinco hijos más. Al finalizar 1914 estaba listo para
volver al trabajo. Entonces se trasladó con su crecida familia a Spokane, Washington, y allí
comenzó su nueva obra.
Lo primero que hizo Lake fue alquilar un conjunto de habitaciones en un antiguo edificio
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de oficinas. Con el poder de Dios y una gran cantidad de trabajo, Lake trasformó el espacio
de oficinas en lo que sería el Instituto de Sanidad Divina. De esta manera las antiguas
oficinas ahora se convirtieron en salones de clase llenos de hombres y mujeres que querían
aprender cómo aplicar el poder de sanidad de Dios a sus vidas. Y durante los siguientes seis
años, Lake enseñó y entrenó una generación de “técnicos de sanidad,” según los llamó.
Técnico de sanidad significaba que el estudiante no estaría en la sala de clases para leer y
consultar libros todo el día. Después de todo, Lake era esa clase de persona práctica, de
manos a la obra.
¡El plan de Lake funcionó! De hecho, trabajó tan bien, que Lake y sus técnicos de sanidad
ahora ministraban a algo así como a 200 enfermos por día; y de ellos, sólo unos cuantos eran
miembros de alguna iglesia. Además, muchas personas venían desde distancias tan lejanas
como 5,000 millas (8,000 km) para recibir sanidad. Poco tiempo después, el Instituto de
Sanidad Divina vino a ser conocido alrededor del mundo como las afamadas “Salas de
Sanidad.”
Con tantos enfermos por tratar, Lake y su equipo de técnicos vinieron a familiarizarse
prácticamente con todas las formas de enfermedad—y las vieron curadas. Es bueno enfatizar
que a casi todos esos casos los médicos los habían declarado como incurables, sin esperanza.
Uno de tales casos correspondió a una mujer de 35 años que tenía en el abdomen un
fibroma de 30 libras. Lake describió el tumor como “una masa retorcida de músculos,
tendones, arterias, venas, dientes, y cabellos...igual (en peso) a casi cuatro bebés grandes.”
“El poder de Dios cayó sobre ella. Esa masa comenzó a retorcerse, a moverse, a secarse y
a disminuir; la acción era tan aterradora que la mujer clamó con el máximo de su voz: ¡Oh,
Jesús, así no, así no! Pero en el curso de tres minutos todo se había ido. De manera absoluta
se desmaterializó—nada de sangre, ninguna sustancia.”
Clara Visión
A pesar de estar Lake tan ocupado en el curso de eso seis años, aún encontró tiempo para
iniciar la Iglesia Apostólica en Spokane y para dirigir el Congreso Apostólico Internacional—
la organización matriz de su iglesia, que tuvo que moverse a Spokane desde Inglaterra, por el
comienzo de la Primera Guerra Mundial.
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De esta manera, a la edad de 50 años, Lake era apóstol y obispo sobre una denominación,
pastor de una iglesia y de un ministerio pujante, internacionalmente conocido, y además
maestro en un instituto que entrenaba técnicos de sanidad. Quizá muchas personas estarían
contentas de poder descansar a partir de ese momento.
La visión de Lake era establecer una cadena de misiones de sanidad por todo el país. Y
esto significaba regresar al camino.
Así pues, en mayo de 1920, Lake se trasladó a Portland, Oregon, para iniciar y supervisar
otra Iglesia Apostólica así como un ministerio semejante al de Spokane. Estos vinieron a ser
tan sobresalientes como los de Spokane.
Durante este tiempo, cuando Lake pastoreaba en Portland, tuvo la visión de un ángel. En
ella, el ángel abrió la Biblia en el Libro de los Hechos y atrajo la atención de Lake hacia el
derramamiento del Espíritu en Pentecostés y sobre todo el libro mismo. El ángel le habló así:
“Este es el Pentecostés como Dios lo dio por medio del corazón de Cristo Jesús. Lucha por
esto, defiende esto. Enseña al pueblo a orar por esto. Pues esto solo suplirá las necesidades de
los corazones humanos y tiene el poder para derrotar a las fuerzas de las tinieblas.”
Esta visión y esta orden de Dios movieron a Lake para ir mucho más adelante. En el curso
de los siguientes once años viajó a través de Oregon, California y Texas, para duplicar su
obra. Sin embargo, en todo ese tiempo sólo tomó un descanso de un año.
Finalmente, en 1931, Lake hizo su último viaje de regreso a Spokane. Tenía 61 años y
había vivido una intensa existencia. Ahora su notoria vitalidad declinaba y ya no tenía la
fortaleza física para hacer juego con su visión espiritual.
En 1935, el Día del Trabajo, cayó en un domingo muy caluroso. Lake volvió a su casa con
su esposa Florence, muy cansado, después de un picnic de la escuela dominical. En algún
momento después de la cena de esa tarde tuvo un derrame. Y dos semanas después, en
septiembre 16, se encontró cara a cara con el Autor y Consumador del evangelio del hombre
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John Graham Lake, a la edad de 65 años, dejó tras de sí una herencia acerca de cómo
entender el poder sanador de Dios, y con éste la clara visión de un poder todavía más grande.
“Puedo ver...que viene del cielo una manifestación nueva del Espíritu Santo en poder y
que esas nuevas manifestaciones serán en dulzura, en amor, en afecto tierno...mucho más allá
de todo aquello que tu corazón o el mío hayan visto jamás. La misma luz de Dios será como
un rayo a través de las almas de los hombres.”
Esta carta fechada en noviembre 5, 1928, enseña claramente la pasión que Lake tuvo por
la presencia y el poder de Dios. Es un relato sobrio que viene de un apóstol sazonado, y que
nos habla de su amor por Sudáfrica, las luchas que enfrentó como hombre y como ministro,
así como los gozos de haber tenido fiesta en la misma gloria de Dios.
Noviembre 5, 1928
M.H. Wright
73 Kerk Street
Johannesburgo
Sudáfrica
Su carta de septiembre 25, se recibió el 2 de noviembre, es decir, gastó 38 días para llegar
a mis manos. Me encantó recibirla. Tiene un toque humano muy agradable. Hermano, nadie
sabe cómo llevo escrito en mi corazón a África, así como los días en que estuve allí. Mi
dificultad pareció ser que no era capaz de lograr que las gentes apreciaran a Dios. Tenían
mucha más gratitud y apreciación por el orden y el sistema en la obra de lo que tenían de
Dios y su presencia y poder. No era posible hacerles captar que organizaban a Dios fuera de
la obra.
Si pudiera observar cómo el poder de Dios cae sobre el mundo de nuevo como lo hizo en
África, con toda certeza usaría un hacha para acabar con todo organizador. En lo que respecta
al poder de sanidad en este país nunca he visto nada que sobrepase la obra en Spokane,
Washington, por cinco años de sanidades poderosas, pero no todas en la multitud de ellas
como las que tuvieron lugar en toda parte de África durante los primeros días.
En los últimos años de mi vida allí en África, cuando salía al campo entre los nativos por
toda la tierra, y en los asentamientos del país entre los boers, vi cosas que tuvieron lugar y
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que los ojos del hombre no contemplaron en el mundo en 1400 años. Cuando regresé a
Johannesburgo y encontré el espíritu de celos que incluso se desarrolló al relatar esas cosas,
simplemente me cerré y durante el último par de años por rareza mencioné lo que había
tenido lugar en el campo exterior. Eso me dejó con una dificultad, consistente en que la
iglesia en Johannesburgo no tenía conciencia del poder y el milagro de muchas cosas que
sucedieron en el exterior. Hermano, siempre sentí, en relación con mi vida en África y mi
trabajo para Dios allí, que estuve más o menos en la posición que David declara de Moisés,
cómo Dios le notificó sus caminos y sus actos a los hijos de Israel. La gente de África parecía
contemplar los fenómenos hechos por Dios, pero Dios llevó mi espíritu más allá de esos
escenarios y me permitió ver cómo hizo sus obras.
Hermano, otra cosa; fui un hombre muy subdesarrollado en mis caminos. Sobre mi alma
había venido un tremendo bautismo del Espíritu. En Pretoria, en una ocasión, un par de años
después de mi bautismo en el Espíritu, Dios me ungió con tales poderes que me pregunto si
cualquier otro hombre en la historia de este movimiento nunca los ha tenido, hasta donde
sabemos. El Espíritu de Dios corrió por mi persona como un río de agua celestial. Los
cánceres se secaban bajo mi mano. Los cuerpos lisiados de los hombres quedaban sanos.
Pero, Hermano, mi alma no era lo suficientemente grande como para soportar esa maravilla
de Dios, ni tampoco la podía someter en mi corazón. Todo era una unción de poder.
En los últimos años, antes de salir de África, aunque había visto muchísimas personas
curadas, y los más sorprendentes milagros de Dios, sentí que el estado de mi propio corazón
era tal que en mi espíritu clamé a Dios, y puedo recordar una ocasión en que estaba en la
mitad de la calle Kerk, y clamaba en mi alma a Dios. Incluso me puedo acordar de mis
palabras: “Señor, si contemplar tu poder en las vidas de otros hombres es lo máximo que hay
en la vida cristiana, entonces no soy digno de mérito.” De esa manera sentía mi alma. Estaba
muy ansioso de Dios, no para hacerme una imitación de Jesucristo, sino para hacer como Él
mi espíritu, mi alma y mi cuerpo.
Sin duda, Hermano, yo estaba muy impaciente y esperaba que Dios llevara a cabo una
trasformación en mi propia vida y en la de los demás, pero que sólo podía ser a través de
mucho sufrimiento y de mucha consistencia en el andar con Dios.
Después de mi regreso a los Estados Unidos, me volví a casar; nos instalamos en Spokane,
Washington, donde también establecí una obra que ya lleva cinco años. Vino sobre mi alma
una nueva unción que me dio profundidad en los caminos de Dios. Me consideraron como un
fenómeno. Pero, Hermano, ha sido solamente en ocasiones que he percibido el fuego de
Dios, que es como una llama que brota en mi vida como lo sentí en África, cuando fui
obligado a ejercitar todo el poder a fin de ordenar y controlar mi naturaleza, de modo que no
sucediera nada anormal.
Luego de vivir por años en la Palabra de Dios, y de rodillas ante Él he podido darme
cuenta que Dios ha desarrollado con éxito mi vida interior. Si pudiera tener la unción de los
cielos en el mismo grado de poder en mi alma, después de esas experiencias que tuve con
mucho gozo en otros días, creo que sería la manifestación de una vida y un ministerio
realmente apostólicos. No quiero darle a usted la impresión de no tener nada de la unción de
los cielos sobre mi vida, pero como cualquier otro hermano pentecostal a quien pueda
conocer en el mundo, no hay ninguno de nosotros que tiene el grado de poder celestial sobre
nuestras almas como el que gozamos hace 20 ó 25 años, y el Pentecostés hablando
generalmente en nuestros días, tanto en Estados Unidos, en Inglaterra, y por todo el resto del
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mundo, tan sólo es una sombra de lo que anteriormente hubo en lo que respecta a un
verdadero poder del cielo.
Aunque a las reuniones de NN en Los Ángeles y St. Louis, asistieron muchas personas,
eran reuniones de tipo muy ordinario. NN es el más querido y dulce amigo y compañero,
como pueden atestiguar todos los que lo hayan conocido, pero el verdadero poder incendiario
de Dios que vimos moverse arriba y abajo en la tierra como ondas de luz y de gloria
magnética, no está en su ministerio.
En cierta ocasión, con su alma llena de agonía porque le era imposible estar acostada o
sentarse debido a la exagerada compresión, se levantó y dirigió sus manos al cielo y exclamó:
“¡Señor Jesús sáname ahora!” El poder de Dios cayó sobre ella; la masa comenzó a
retorcerse y a disminuir, pero el hecho era tan terrible que la señora Teake gritó: “¡Oh, Jesús,
así no, así no!” Sin embargo, en el curso de pocos minutos todo desapareció por completo, se
desmaterializó, no hubo nada de sangre ni ninguna otra sustancia y todo, absolutamente todo
se desvaneció.
Mi querido Hermano, mientras dicto esto a mi esposa, la mujer de quien le hablo, esta
justamente en la oficina.
Hermano, esta es la calidad de sanidades que tenemos, pero no contamos con grandes
cantidades. En nuestros días los bautismos en el Espíritu parece que tienen poco poder. Son
una clase de “bautismo raro.” Siempre he sentido que eso podía hacer hablar a las personas
en lenguas, sin el poder vivo y la gloria ardiente de los cielos en sus almas, y que era más
difícil lograr que estas personas fueran a Dios para tener una gran vida después.
Ahora tengo 58 años. Toda mi vida he trabajado con un paso de velocidad tan anormal que
he sufrido una serie de quebrantos nerviosos como consecuencia. Cuando llegué al barco
para regresar a los Estado Unidos después de vivir en África, mis ojos como que perdían su
agudeza, y esto me quebrantó muchísimo. Sin embargo, Dios me sacó adelante, me permitió
recobrar los ojos y me ha dado cinco gloriosos años en Spokane, donde he visto a más de mil
personas sanadas por Dios, además de las multitudes que fueron salvas y bautizadas en el
Espíritu. He visto gente que ha venido de todo el mundo.
En el año de 1920 salí de Spokane para ir a Portland y establecer allí una obra. La obra en
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Spokane había crecido tanto que no pude estar al frente de ella más, y no me fue posible
encontrar a nadie que la pudiera tomar de mis manos y continuarla con el mismo poder. He
permanecido aquí en Portland por cinco años. Luego he viajado por todos los Estados Unidos
para evangelizar hasta abril de 1928, cuando regresé a Portland y tomé el antiguo trabajo. Lo
encontré tan acabado, tan derruido en la fe, pues el fuego de Dios estaba ausente hasta el
punto que sería más fácil ir a un campo nuevo y establecer una obra nueva que reconstruir la
obra que hubo aquí.
Mi corazón arde por África. En este momento quisiera estar allá. Y mientras muchos me
consideran como un hombre fuerte para un individuo de mis años, los que me conocen saben
que la energía que he dedicado a mi ministerio consume una tremenda vitalidad, y temo que
si Dios me permitiera ir a África no sería capaz de levantar una vigorosa y aplastante
campaña del Espíritu Santo como la que siento que Sudáfrica necesita.
No he visto a Fockler desde cuando volvió. Creo que se fue al sur de Georgia, mientras
estoy en la costa occidental en Portland, Oregon. Hace un par de semanas tuve una reunión
de ocho días en Spokane, Washington. Los periódicos anunciaron que había ido a Spokane
para efectuar una reunión de sanidad divina y los enfermos se aglomeraron y muchos
vinieron desde 300 ó 400 millas (480 ó 640 km) de distancia. Dios efectuó ahí verdaderos
milagros de poder. Luego que salí de Spokane en 1920, mi gran obra allí se fragmentó en
ocho divisiones. Hace dos semanas Dios vino y reveló su mano como en los días de los
viejos tiempos. Entonces, cinco o seis de las divisiones voluntariamente vinieron para decir:
“Queremos regresar y estar juntos. Esto es de Dios. De esta manera Dios acostumbraba a
estar entre nosotros.” Pues bien, Hermano, esas distintas divisiones han regresado y adoran a
Dios ahora en una sola congregación pero no tengo a nadie con el suficiente poder de Dios y
con la gloria celestial en su alma para que las dirija en una gran vida divina. Me veo obligado
a dejar esa obra en las manos del mejor hombre que tenemos.
Me han llegado informes de África donde dicen que NN ya no esta más en la obra y que se
le ha suspendido el compañerismo. Me gustaría saber los detalles y cuál es la verdad real. No
sé en qué se ha convertido en estos últimos días. Pero sí tengo la certeza de una cosa, que
hubo un momento en que la gloria y el poder de Dios podrían haber sido suyos; con todo creo
que su alma estaba más comprometida en la organización que en hacer que Dios estuviera en
su corazón.
Charley Welck era una gran promesa como expositor de la Palabra de Dios. No conozco el
grado de fe que haya mantenido en su alma, ni si ha conservado los relámpagos de la luz de
Dios en su espíritu, como una vez lo hizo, pero una cosa segura ha hecho vivir en mi
corazón, lo mismo que todos estos muchachos queridos que allí había. A veces creo que sería
uno de los mayores gozos de mi vida si simplemente pudiera ir allá y reunirlos a todos, para
dirigirlos en una campaña gloriosa contra el diablo y sus potestades en África. A juzgar por
las cartas que recibo, parece que la obra en África, simplemente ha sido bastante aceptable,
más bien modesta, suave, y sin poder divino para hacerla digna, pues el diablo siempre está
dispuesto a pisotear a cualquiera, como procuró hacerlo conmigo.
Para mí es difícil en estos días de madurez de mente y de juicio recordar que en aquel
tiempo, tanto yo mismo como todos los que se asociaron conmigo éramos infantes en la vida
del Espíritu Santo, y que no estábamos lo suficientemente apartados del mundo y su espíritu
para permitir que Dios hiciera en nosotros y por medio de nosotros todo lo que Él deseaba
hacer.
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Por todo esto, precioso Hermano, confío en una nueva apreciación de Dios mismo y en el
honor de Dios. Su poder celestial y su propio eterno Espíritu en el hombre y por medio del
hombre, siempre serán de agradecer. Por otra parte, siempre podré garantizar que nuestras
almas han llorado, que nuestros corazones han clamado y que nuestros espíritus han gemido
una vez más para ver la vida de Dios que procura tomar las almas de los hombres y expulsar
el diablo de ellos, sanar a las multitudes enfermas, y agitar la tierra con la convicción que
Dios ha venido y que su brazo ha quedado desnudo para proceder a la salvación del mundo.
Su Hermano en Cristo,
JGL/FL