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TEXTOS LITERARIOS CONTEMPORÁNEOS

CRESTOMATÍA DEL TEMA 9

LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE

1
Nací hace ya muchos años lo menos cincuenta y cinco en un pueblo perdido
por la provincia de Badajoz; el pueblo estaba a unas dos leguas de Almendralejo,
agachado sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días
de una lisura y una largura como usted para su bien, no puede ni figurarse de un
condenado a muerte.
Era un pueblo caliente y soleado, bastante rico en olivos y guarros (con perdón),
con las casas pintadas tan blancas, que aún me duele la vista al recordarlas, con una
plaza toda de losas, con una hermosa fuente de tres caños en medio de la plaza. Hacía
ya varios años, cuando del pueblo salí, que no manaba el agua de las bocas y sin
embargo, ¡qué airosa!, ¡qué elegante!, nos parecía a todos la fuente con su remate
figurando un niño desnudo, con su bañera toda rizada al borde como las conchas de los
romeros. En la plaza estaba el ayuntamiento que era grande y cuadrado como un cajón
de tabaco, con una torre en medio, y en la torre un reloj, blanco como una hostia, parado
siempre en las nueve como si el pueblo no necesitase de su servicio, sino sólo de su adorno.
En el pueblo, como es natural, había casas buenas y casas malas, que son, como pasa con
todo, las que más abundan; había una de dos pisos, la de don Jesús, que daba gozo de
verla con su recibidor todo lleno de azulejos y macetas. Don Jesús había sido siempre muy
partidario de las plantas, y para mí que tenía ordenado al ama vigilase los geranios, y
los heliotropos, y las palmas y la yerba buena, con el mismo cariño que si fuesen hijos,
porque la vieja andaba siempre correteando con un cazo en la mano, regando los tiestos
con un mimo que a no dudar agradecían los tallos, tales eran su lozanía y su verdor. La
casa de don Jesús estaba también en la plaza y, cosa rara para el capital del dueño que
no reparaba en gastar, se diferenciaba de las demás, además de en todo lo bueno que
llevo dicho, en una cosa en la que todos le ganaban: en la fachada, que aparecía del
color natural de la piedra que tan ordinario hace, y no enjalbegada como hasta la del
más pobre estaba; sus motivos tendría. Sobre el portal había unas piedras de escudo ,
de mucho valer, según dicen, terminadas en unas cabezas de guerreros de la antigüedad,
con su cabezal y sus plumas, que miraban, una para el levante y otra para el poniente,
como si quisieran representar que estaban vigilando lo que de un lado o de otro podríales
venir.

2
Tenía una perrilla perdiguera la Chispa, medio ruin, medio bravía, pero que se
entendía muy bien conmigo; con ella me iba muchas mañanas hasta la Charca, a legua y
media del pueblo hacia la raya de Portugal, y nunca nos volvíamos de vacío para casa.
Al volver, la perra se me adelantaba y me esperaba siempre junto al cruce; había allí
una piedra redonda y achatada como una silla baja, de la que guardo tan grato recuerdo
como de cualquier persona; mejor, seguramente, que el que guardo de muchas de ellas.
Era ancha y algo hundida y cuando me sentaba se me escurría un poco el trasero (con
perdón) y quedaba tan acomodado que sentía tener que dejarla; me pasaba largos
ratos sentado sobre la piedra del cruce, silbando, con la escopeta entre las piernas,
mirando lo que había de verse, fumando pitillos. La perrilla, se sentaba enfrente de mí,
sobre sus dos patas de atrás, y me miraba, con la cabeza ladeada, con sus dos ojillos
castaños muy despiertos; yo le hablaba y ella, como si quisiese entenderme mejor,
levantaba un poco las orejas; cuando me callaba aprovechaba para dar unas carreras
detrás de los saltamontes, o simplemente para cambiar de postura. Cuando me marchaba,
siempre, sin saber por qué, había de volver la cabeza hacia la piedra, como para
despedirme, y hubo un día que debió parecerme tan triste por mi marcha, que no tuve
más suerte que volver sobre mis pasos a sentarme de nuevo. La perra volvió a echarse
frente a mí y volvió a mirarme; ahora me doy cuenta de que tenía la mirada de los
confesores, escrutadora y fría, como dicen que es la de los linces ... un temblor recorrió
todo mi cuerpo; parecía como una corriente que forzaba por salirme por los brazos, el
pitillo se me había apagado; la escopeta, de un solo caño, se dejaba acariciar,
lentamente, entre mis piernas. La perra seguía mirándome fija, como si no me hubiera visto
nunca, como si fuese a culparme de algo de un momento a otro, y su mirada me calentaba
la sangre de las venas de tal manera que se veía llegar el momento en que tuviese que
entregarme; hacía calor, un calor espantoso, y mis ojos se entornaban dominados por el
mirar como un clavo, del animal.
Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a disparar. La perra tenía una
sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra.

3
Mi madre no sabía leer ni escribir; mi padre sí, y tan orgulloso estaba de ello que se lo
echaba en cara cada lunes y cada martes y, con frecuencia y aunque no viniera a cuento,
solía llamarla ignorante, ofensa gravísima para mi madre, que se ponía como un basilisco.
Algunas tardes venía mi padre para casa con un papel en la mano y, quisiéramos que no,
nos sentaba a los dos en la cocina y nos leía las noticias; venían después los comentarios
y en ese momento yo me echaba a temblar. Porque estos comentarios eran siempre el
principio de alguna bronca. Mi madre, por ofenderlo, le decía que el papel no decía
nada de lo que leía y que todo lo que decía se lo sacaba mi padre de la cabeza, y a
éste, el oírla esa opinión le sacaba de quicio; gritaba como si estuviera loco, la llamaba
ignorante y bruja y acababa siempre diciendo a grandes voces que si él supiera decir
esas cosas de los papeles a buena hora se le hubiera ocurrido casarse con ella. Ya estaba
armada. Ella le llamaba desgraciado y peludo, lo tachaba de hambriento y portugués, y
él, como si esperara a oír esa palabra para golpearla, se sacaba el cinturón y la corría
todo alrededor de la cocina hasta que se hartaba. Yo, al principio, apañaba algún
cintarazo que otro, pero cuando tuve más experiencia y aprendí que la única manera de
no mojarse es no estando a la lluvia, lo que hacía, en cuanto veía que las cosas tomaban
mal cariz, era dejarlos solos y marcharme. Allá ellos.
La verdad es que la vida en mi familia poco tenía de placentera, pero como no
nos es dado escoger, sino que ya y aun antes de nacer estamos destinados unos a
un lado y otros a otro, procuraba conformarme con lo que me había tocado, que era la
única manera de no desesperar. De pequeño, que es cuando más manejable resulta la
voluntad de los hombres, me mandaron una corta temporada a la escuela; decía mi padre
que la lucha por la vida era muy dura y que había que irse preparando para hacerla
frente con las únicas armas con las que podíamos dominarla, con las armas de la
inteligencia. Me decía todo esto de un tirón y como aprendido, y su voz en esos momentos
me parecía más velada y adquiría unos matices insospechados para mí. Después, y como
arrepentido, se echaba a reír estrepitosamente y acababa siempre por decirme, casi con
cariño:
No hagas caso, muchacho. ¡Ya voy para viejo!
Y se quedaba pensativo y repetía en voz baja una y otra vez:
¡Ya voy para viejo ... ! ¡Ya voy para viejo ... !
Mi instrucción escolar poco tiempo duró. Mi padre, que, como digo, tenía un
carácter violento y autoritario para algunas cosas, era débil y pusilánime para otras: en
general tengo observado que el carácter de mi padre sólo lo ejercitaba en asuntillos
triviales, porque en las cosas de trascendencia, no sé si por temor o por qué, rara vez
hacía hincapié. Mi madre no quería que fuese a la escuela y siempre que tenía ocasión,
y aun a veces sin tenerla, solía decirme que para no salir en la vida de pobre no valía la
pena aprender nada. Dio en terreno abonado, porque a mí tampoco me seducía la
asistencia a las clases, y entre los dos, y con la ayuda del tiempo, acabamos convenciendo
a mi padre que optó porque abandonase los estudios. Sabía ya leer y escribir, y sumar
y restar, y en realidad para manejarme ya tenía bastante. Cuando dejé la escuela tenía
doce años; pero no vayamos tan de prisa, que todas las cosas quieren su orden y no por
mucho madrugar amanece más temprano.

4
MI madre sentía una insistente satisfacción en tentarme los genios, en los que el
mal iba creciendo como las moscas al olor de los muertos. La bilis que tragué me envenenó
el corazón y tan malos pensamientos llegaba por entonces a discurrir, que llegué a estar
asustado de mi mismo coraje. No quería ni verla; los días pasaban iguales los unos a los
otros, con el mismo dolor clavado en las entrañas, con los mismos presagios de tormenta
nublándonos la vista. El día que decidí hacer uso del hierro tan agobiado estaba, tan
cierto de que al mal había que sangrarlo, que no sobresaltó ni un ápice mis pulsos la idea
de la muerte de mi madre. Era algo fatal que había de venir y que venía, que yo había
de causar y que no podía evitar aunque quisiera, porque me parecía imposible cambiar
de opinión, volverme atrás, evitar lo que ahora daría una mano porque no hubiera
ocurrido, pero que entonces gozaba en provocar con el mismo cálculo y la misma
meditación por lo menos con los que un labrador emplearía para pensar en sus trigales.
Estaba todo bien preparado; me pasé largas noches enteras pensando en lo
mismo para envalentonarme, para tomar fuerzas; afilé el cuchillo de monte, con su larga
y ancha hoja que se parecía a las hojas del maíz, con su canalito que la cruzaba, con sus
cachas de nácar que le daban un aire retador. Sólo faltaba entonces emplazar la fecha;
y después no titubear, no volverse atrás, llegar hasta el final costase lo que costase,
mantener la calma..., y luego herir, herir sin pena, rápidamente, y huir, huir muy lejos, a
La Coruña, huir donde nadie pudiera saberlo, donde se me permitiera vivir en paz
esperando el olvido de las gentes, el olvido que me dejase volver para empezar a vivir
de nuevo.
La conciencia no me remordería; no habría motivo. La conciencia sólo remuerde de
las injusticias cometidas: de apalear un niño, de derribar una golondrina... Pero de
aquellos actos a los que nos conduce el odio, a los que vamos como adormecidos por una
idea que nos obsesiona, no tenemos que arrepentimos jamás, jamás nos remuerde la
conciencia.

5
Había llegado la ocasión, la ocasión que tanto tiempo había estado esperando.
Había que hacer de tripas corazón, acabar pronto, lo más pronto posible. La noche es
corta y en la noche tenía que haber pasado ya todo y tenía que sorprenderme la
amanecida a muchas leguas del pueblo.
Estuve escuchando un largo rato. No se oía nada. Fui al cuarto de mi mujer; estaba
dormida y la dejé que siguiera durmiendo. Mi madre dormiría también a buen seguro.
Volví a la cocina; me descalcé; el suelo estaba frío y las piedras del suelo se me clavaban
en la punta del pie. Desenvainé el cuchillo, que brillaba a la llama como un sol.
Allí estaba, echada bajo las sábanas, con su cara muy pegada a la almohada.
No tenía más que echarme sobre el cuerpo y acuchillarlo. No se movería, no daría ni un
solo grito, no le daría tiempo... Estaba ya al alcance del brazo, profundamente dormida,
ajena ¡Dios, qué ajenos están siempre los asesinados a su suerte! a todo lo que le iba
a pasar. Quería decidirme, pero no lo acababa de conseguir; vez hubo ya de tener el
brazo levantado, para volver a dejarlo caer otra vez todo a lo largo del cuerpo.
Pensé cerrar los ojos y herir. No podía ser; herir a ciegas es como no herir, es
exponerse a herir en el vacío... Había que herir con los ojos bien abiertos, con los cinco
sentidos puestos en el golpe. Había que conservar la serenidad, que recobrar la
serenidad que parecía ya como si estuviera empezando a perder ante la vista del cuerpo
de mi madre... El tiempo pasaba y yo seguía allí, parado, inmóvil como una estatua, sin
decidirme a acabar. No me atrevía; después de todo era mi madre, la mujer que me
había parido, y a quien sólo por eso había que perdonar... No; no podía perdonarla
porque me hubiera parido. Con echarme al mundo no me hizo ningún favor, absolutamente
ninguno... No había tiempo que perder. Había que decidirse de una buena vez. Momento
llegó a haber en que estaba de pie y como dormido, con el cuchillo en la mano, como la
imagen del crimen... Trataba de vencerme, de recuperar mis fuerzas, de concentrarlas.
Ardía en deseos de acabar pronto, rápidamente, y de salir corriendo hasta caer rendido,
en cualquier lado. Estaba agotándome; llevaba una hora larga al lado de ella, como
guardándola, como velando su sueño. ¡Y había ido a matarla, a eliminarla, a quitarle la
vida a puñaladas!
Quizás otra hora llegara ya a pasar. No; definitivamente, no. No podía; era algo
superior a mis fuerzas, algo que me revolvía la sangre. Pensé huir. A lo mejor hacía ruido
al salir; se despertaría, me reconocería. No, huir tampoco podía; iba indefectiblemente
camino de la ruina... No había más solución que golpear sin piedad, rápidamente, para
acabar lo más pronto posible. Pero golpear tampoco podía... Estaba metido como en un
lodazal donde me fuese hundiendo, poco a poco, sin remedio posible, sin salida posible.
El barro me llegaba ya hasta el cuello. Iba a morir ahogado como un gato... Me era
completamente imposible matar; estaba como paralítico.
Di la vuelta para marchar. El suelo crujía. Mi madre se revolvió en la cama.
¿Quién anda ahí?
Entonces sí que ya no había solución. Me abalancé sobre ella y la sujeté. Forcejeó,
se escurrió... Momento hubo en que llegó a tenerme cogido por el cuello. Gritaba como
una condenada. Luchamos; fue la lucha más tremenda que usted se puede imaginar.
Rugíamos como bestias, la baba nos asomaba a la boca... En una de las vueltas vi a mi
mujer, blanca como una muerta, parada a la puerta sin atreverse a entrar. Traía un candil
en la mano, el candil a cuya luz pude ver la cara de mi madre, morada como un hábito
de nazareno... Seguíamos luchando; llegué a tener las vestiduras rasgadas, el pecho al
aire. La condenada tenía más fuerzas que un demonio. Tuve que usar de toda mi hombría
para tenerla quieta. Quince veces que la sujetara, quince veces que se
me había de escurrir. Me arañaba, me daba patadas y puñetazos, me mordía. Hubo un
momento en que con la boca me cazó un pezón el izquierdo y me lo arrancó de
cuajo.
Fue el momento mismo en que pude clavarle la hoja en la garganta...
La sangre corría como desbocada y me golpeó la cara. Estaba caliente como un
vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos.
La solté y salí huyendo. Choqué con mi mujer a la salida; se le apagó el candil.
Cogí el campo y corrí, corrí sin descanso, durante horas enteras. El campo estaba fresco
y una sensación como de alivio me corrió las venas.
Podía respirar ...

II
VIAJE A LA ALCARRIA

1
El viajero, a la caída de la tarde, baja hasta el río. A la izquierda, Tajuña arriba, va el
camino de Masegoso y de Cifuentes; a la derecha, Tajuña abajo, el de Archilla o el de
Budia. El viajero está indeciso y se sienta en la cuneta, de espaldas al pueblo, de cara al
río, a esperar el momento de la decisión. Recostado sobre la mochila, está cómodo y
descansado. La mochila le coge justo la espalda, hasta los riñones, y le hace un respaldo
alto, acogedor, un poco duro quizás. Por poniente cruzan, lentas, alargadas, como
culebrillas, unas nubecitas rojas, de bordes precisos, bien dibujados. Dicen que las nubes
de color de fuego, a la puesta del sol, presagian calor para el día siguiente. El río corre
rumoroso, rápido, por la vega, y a su orilla silban los pajaritos de la tarde, croan las
últimas ranas de la tarde. Se está fresco, sentado al borde de la carretera, a la sombra
de un olmo. después de un día caluroso en el que se han caminado algunas leguas y se
ha pateado, de un lado para el otro, un pueblo grande y recién descubierto. Cruza, con
su vuelo cortado, un caballito del diablo. Pasan dos chicas jóvenes subidas en un burro
manso, castrado, que anda despacio, con la cabeza inclinada hacia adelante. Van muy
juntas, riéndose a carcajadas, con el pelo adornado con amapolas. Algún campesino que
se ha pasado el día trabajando la tierra —cavando las judías, escardando el cebollino,
regando las lechugas— vuelve, camino de Brihuega, con la azada al hombro, la tez
curtida por el sol y el aire, la noble, antigua frente, sudorosa. Ante el viajero, al borde
del río, una mujer corta juncos con un cuchillo. La mujer llegó con una niña pequeña de la
mano. La niña va descalza, con los brazos al aire y lleva un lazo morado, grande como
un murciélago, sobre la despeinada cabeza rubia. Al llegar a la orilla, mientras la madre
apila las varitas de junco, la niña corta lirios en silencio. Llega a tener un montón tan
grande como ella misma, un montón con el que no podrá cargar. Zumban los enjambres
dentro de las colmenas, en el colmenar que hay a diez pasos del viajero, y el campo
huele con un olor profundo, penetrante, distante, casi hiriente.

2
Hace algo de fresco y se camina a gusto. Sobre el río se extiende una tenue cinta de
niebla casi imperceptible. Vuelan los estorninos y los vencejos; una urraca blanca y negra
salta de piedra en piedra mientras una alondra silba sobre los sembrados. El vientecillo
de la mañana corre sobre el campo, y el aire está limpio, lúcido, transparente, diáfano.
No más remontado un zopetero, Cifuentes desaparece. El camino va entre choperas
aisladas, no muy tupidas. Entre el camino y el río verdean las huertas de tomates. Al otro
lado, el terreno aparece otra vez seco, duro, de color pardo. En el terreno seco se ven
rebaños de ovejas blancas y ovejas negras mejor, castaño oscuro—, todas revueltas, y
en el de agua se ven mujeres y niños trabajando la tierra.
El camino está desierto, nadie sube ni baja. El viajero pasa al lado de un caserón de
piedra, que parece abandonado. Tiene alrededor unas huertas y un pequeño jardín. A la
puerta hay un letrero que dice: Prohibido el paso. Finca particular.
Sentado sobre un mojón, un hombre arregla una bandeja de baratijas.
—¿Viene de Cifuentes?
—Sí.
—¿Y qué tal?
—Pues... ¡Muy bien!
El hombre hace un gesto de desagrado
—Pues ya no voy.
—¡Pero, hombre!
—Sí, ¡qué quiere usted! Ya no voy. A mí nadie me dice la verdad.
El buhonero tiene los párpados mondos y lirondos, sin una pestaña, y lleva una pata
de palo, mal sujeta al muñón con unas correas. Tiene una cicatriz que le cruza la frente y
una nube en un ojo, una nube color azul celeste, casi blanca. Es bajo y estrechito como un
alfeñique, y tiene malas pulgas.
—A mí nadie me dice la verdad, me tienen asco. ¿Sabe usted cómo me llaman en
Guadalajara?
—No.
—Pues me llaman el Mierda, ¿que le parece?
—Pues, hombre, me parece mal, ¡qué quiere que le diga!
—¡Los arrastrados! ¡Así los arrastrasen hasta pelarlos! Oiga, ¿me da un
poco de tabaco para la pipa?
El viajero le ofrece su petaca.
—Sí, muy gustoso, cójalo usted.
—¿Por qué dice muy gustoso?
El viajero duda antes de responderle.
—Porque es verdad. Ande, encienda su pipa.
—Bueno, hombre, bueno, no se incomode, ¡caray con la gente! ¡A ver si se ha creído
que por darme un poco de tabaco se va a poder poner así! Oiga, ¿usted es de
Aranzueque?
—No, ¿por qué?
—No sé, me parecía que tenía usted cara de hambrón.
El hombre mira para su bandeja y ordena un poco las cintas de colores, los papelitos
de la buena suerte y los peinecillos de metal dorado, bien pulido, relucientes como
espejos.
—¡No se vende una escoba!
—Sí, los tiempos están malos...
El hombre levanta la cabeza y clava sus ojos en el viajero.
—¿Y usted se queja, siendo alto y teniendo dos patas?
El viajero empieza a pensar que el hombre de las cintas de colores tiene una
dialéctica desconcertante.
—A mí me robaron una gran fortuna, una herencia.
—¿Sí?
—Sí, señor, ¿o es que no me cree?
—Sí, sí, ¿no he de creerle?
—Pues fue la fortuna del Virrey del Perú. ¿Usted ha oído hablar del Virrey del Perú?
—Sí, mucho.
—Pues me dejó todos sus bienes. En el lecho de muerte llamó al notario y delante de
él escribió en un papel: Yo, don Jerónimo de Villegas y Martín, Virrey del Perú, lego todos
mis bienes presentes y futuros a mi sobrino don Estanislao de Kostka Rodríguez y
Rodríguez, alias el Mierda. Me lo sé de memoria. El papelito está guardado en Roma
porque yo ya estoy muy escarmentado, yo ya no me fío de nadie más que del Papa.

III
LA COLMENA

1
No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.
Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con
su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña
Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a
doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a
andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera
soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni
sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre
las mesas. Fuma tabaco de noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de
ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de
buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto
más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les cuenta
el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía.
 El padre de Navarrete, que era amigo del general don Miguel Primo de Rivera,
lo fue a ver, se plantó de rodillas y le dijo: mi general, indulte usted a mi hijo, por amor
de Dios; y don Miguel, aunque tenía un corazón de oro, le respondió: me es imposible,
amigo Navarrete; su hijo tiene que expiar sus culpas en el garrote.
¡Qué tíos! piensa, ¡hay que tener riñones! Doña Rosa tiene la cara llena de
manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está
pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de
serpentinas. Después vuelve a la realidad· y se pasea otra vez,
para arriba y para abajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus
dientecillos renegridos, llenos de basura.

2
Acodados sobre el viejo, sobre el costroso mármol de los veladores, los clientes
ven pasar a la dueña, casi sin mirarla ya, mientras piensan, vagamente, en ese mundo
que, ¡ay!, no fue lo que pudo haber sido, en ese mundo en el que todo ha ido fallando
poco a poco, sin que nadie se lo explicase, a lo mejor por una minucia insignificante.
Muchos de los mármoles de los veladores han sido antes lápidas en las sacramentales; en
algunos, que todavía guardan las letras, un ciego podría leer, pasando las yemas de los
dedos por debajo de la mesa: Aquí yacen los restos mortales de la señorita Esperanza
Redondo, muerta en la flor de la juventud; o bien: R.I.P. El Excmo. Sr. D. Ramiro López
Puente. Subsecretario de Fomento.
Los clientes de los cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que
no merece la pena poner remedio a nada. En el de doña Rosa, todos fuman y los más
meditan, a solas, sobre las pobres, amables, entrañables cosas que les llenan o les vacían
la vida entera. Hay quien pone al silencio un ademán soñador, de imprecisa recordación,
y hay también quien hace memoria con la cara absorta y en la cara pintado el gesto de
la bestia ruin, de la amorosa, suplicante bestia cansada: la mano sujetando la frente y el
mirar lleno de amargura como un mar encalmado.
Hay tardes en que la conversación muere de mesa en mesa, una conversación
sobre gatas paridas, o sobre el suministro, o sobre aquel niño muerto que alguien no
recuerda, sobre aquel niño muerto que, ¿no se acuerda usted?, tenía el pelito rubio,· era
muy mono y más bien delgadito, llevaba siempre un jersey de punto color beige y debía
andar por los cinco años. En estas tardes, el corazón del café late como el de un enfermo,
sin compás, y el aire se hace como más espeso, más gris, aunque de cuando en cuando lo
cruce, como un relámpago, un aliento más tibio que no se sabe de donde viene, un aliento
lleno de esperanza que abre, por unos segundos, un agujerito en cada espíritu.

3
A una señora silenciosa, que suele sentarse al fondo, conforme se sube a los billares, se le
murió un hijo, aún no hace un mes. El joven se llamaba Paco, y estaba preparándose para
correos. Al principio dijeron que le había dado un paralís, pero después se vio que no,
que lo que le dio fue la meningitis. Duró poco y además perdió el sentido en seguida. Se
sabía ya todos los pueblos de León, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y parte de
Valencia (Castellón y la mitad, sobre poco más o menos, de Alicante); fue una pena
grande que se muriese. Paco había andado siempre medio malo desde una mojadura
que se dio un invierno, siendo niño. Su madre se había quedado sola, porque su otro hijo,
el mayor, andaba por el mundo, no se sabía bien dónde. Por las tardes se iba al café de
doña Rosa, se sentaba al pie de la escalera y allí se estaba las horas muertas, cogiendo
calor. Desde la muerte del hijo, doña Rosa estaba muy cariñosa con ella. Hay personas a
quienes les gusta estar atentas con los que van de luto. Aprovechan para dar consejos o
pedir resignación o presencia de ánimo y lo pasan muy bien. Doña Rosa, para consolar a
la madre de Paco, le suele decir que, para haberse quedado tonto, más valió que Dios
se lo llevara. La madre la miraba con una sonrisa de conformidad y le decía que claro
que, bien mirado, tenía razón. La madre de Paco se llama Isabel, doña Isabel Montes,
viuda de Sanz. Es una señora aún de cierto buen ver, que lleva una capita algo raída.
Tiene aire de ser de buena familia. En el café suelen respetar su silencio y sólo muy de
tarde en tarde alguna persona conocida, generalmente una mujer, de vuelta de los
lavabos, se apoya en su mesa para preguntarle: ¿qué?, ¿ya se va levantando ese espíritu?
Doña Isabel sonríe y no contesta casi nunca; cuando está algo más animada, levanta la
cabeza, mira para la amiga y dice: ¡qué guapetona está usted, Fulanita! Lo más frecuente,
sin embargo, es que no diga nunca nada: un gesto con la mano, al despedirse,
y en paz. Doña Isabel sabe que ella es de otra clase, de otra manera de ser distinta,
por lo menos.

4
En el café de doña Rosa, como en todos, el público de la hora del café no es el mismo
que el público de la hora de merendar. Todos son habituales, bien es cierto, todos se
sientan en los mismos divanes, todos beben en los mismos vasos, toman el mismo
bicarbonato, pagan en iguales pesetas, aguantan idénticas impertinencias a la dueña,
pero, sin embargo, quizás alguien sepa por qué, la gente de las tres de la tarde no tiene
nada que ver con la que llega dadas ya las siete y media; es posible que lo único que
pudiera unirlos fuese la idea, que todos guardan en el fondo de sus corazones, de que
ellos son, realmente, la vieja guardia del café. Los otros, los de después de almorzar para
los de la merienda v los de la merienda para los de después de almorzar, no son más
que unos intrusos a los que se tolera, pero en los que ni se piensa. ¡Estaría bueno! Los dos
grupos, individualmente o como organismo, son incompatibles, y si a uno de la hora del
café se le ocurre esperar un poco y retrasar la marcha, los que van llegando, los de la
merienda, lo miran con malos ojos, con tan malos ojos, ni más ni menos, como con los que
miran los de la hora del café a los de la merienda que llegan antes de tiempo. En un café
bien organizado, en un café que fuese algo así como la república de Platón, existiría sin
duda una tregua de un cuarto de hora para que los que vienen y los que se van no se
cruzasen ni en la puerta giratoria.
En el café de doña Rosa, después de almorzar, el único conocido que hay,
aparte de la dueña y el servido, es la señorita Elvira, que en realidad es ya casi como
un mueble más.
¿Qué tal, Elvirita? ¿Se ha descansado?
Sí, doña Rosa, ¿y usted?
Pues yo, regular, hija, nada más que regular. Yo me pasé la noche yendo y
viniendo al water; se conoce que cené algo que me sentó mal y el vientre se me echó a
perder.
¡Vaya por Dios! ¿Y está usted mejor?
Sí, parece que sí, pero me quedó muy mal cuerpo.
No me extraña, la diarrea es algo que rinde.
¡Y que lo diga! Yo ya lo tengo pensado; si de aquí a mañana no me pongo
mejor, aviso que venga el médico. Así no puedo trabajar ni puedo hacer nada, y estas
cosas, ya sabe usted, como una no esté encima...
Claro.
Padilla, el cerillero, trata de convencer a un señor de que unos emboquillados que
vende no son de colillas.
Mire usted, el tabaco de colillas siempre se nota; por más que lo laven siempre
le queda un gusto un poco raro. Además, el tabaco de colillas huele a vinagre a cien
leguas y aquí ya puede usted meter la nariz, no notará nada raro. Yo no le voy a jurar
que estos pitillos lleven tabaco de Gener, yo no quiero engañar a mis clientes; éstos llevan
tabaco de cuarterón, pero bien cernido y sin palos. Y la manera de estar hechos, ya la
ve usted; aquí no hay máquina, aquí está todo hecho a mano; pálpelos si quiere.
Alfonsito, el niño de los recados, está recibiendo instrucciones de un señor que dejó
un automóvil a la puerta.
A ver si lo entiendes bien, no vayamos a meter la pata entre todos. Tú subes al
piso, tocas el timbre y esperas. Si te sale a abrir esta señorita, fíjate bien en la foto, que
es alta y tiene el pelo rubio, tú le dices: Napoleón Bonaparte, apréndetelo bien, y si ella
te contesta: sucumbió en Waterloo, tú
vas y le das la carta. ¿Te enteras bien?
Sí, señor.
Bueno. Apunta eso de Napoleón y lo que te tiene que contestar y te lo vas
aprendiendo por el camino. Ella entonces, después de leer la carta, te dirá una hora, las
siete, las seis, o la que sea, tú la recuerdas bien y vienes corriendo a decírmelo. ¿Entiendes?
Sí, señor.
Bueno, pues vete ya. Si haces bien el recado te doy un duro.
Sí, señor. Oiga, ¿y si me sale a abrir la puerta alguien que no sea la señorita?
¡Ah, es verdad! Si te sale a abrir otra persona, pues nada, dices que te has
equivocado; le preguntas: ¿vive aquí el señor Pérez?, y como te dirán que no, te largas y
en paz. ¿Está claro?
Sí, señor.

5
Julián Suárez Sobrón, alias la Fotógrafa, de cincuenta y tres años de edad, natural de
Vegadeo, provincia de Oviedo, y José Giménez Figueras, alias el Astilla, de cuarenta y
seis años de edad, y natural del Puerto de Santa María, provincia de Cádiz, están mano
sobre mano, en los sótanos de la dirección general de seguridad, esperando a que los
lleven a la cárcel.
¡Ay, Pepe, qué bien vendría a estas horas un cafetito!
Sí, y una copita de triple; pídelo a ver si te lo dan.
El señor Suárez está más preocupado que Pepe, el Astilla; el Giménez Figueras se
ve que está más habituado a estos lances.
Oye, ¿por qué nos tendrán aquí?
Pues no sé. ¿Tú no habrás abandonado a alguna virtuosa señorita después de
hacerla un hijo?
¡Ay, Pepe, qué presencia de ánimo tienes!
Es que, chico, lo mismo nos van a dar.
Sí, eso es verdad también. A mí lo que más me duele es no haber podido avisar
a mi mamita.
¿Ya vuelves?
No, no.
A los dos amigos los detuvieron la noche anterior, en un bar de la calle de Ventura
de la Vega. Los policías que fueron por ellos, entraron en el bar, miraron un poquito
alrededor y, ¡zas!, se fueron derechos como una bala. ¡Qué tíos·, qué acostumbrados
debían estar!
Acompáñennos.
¡Ay! ¿A mí por qué se me detiene? Yo soy un ciudadano honrado que no se mete
con nadie, yo tengo la documentación en regla.
Muy bien. Todo eso lo explica usted cuando se lo pregunten. Quítese esa flor.
¡Ay! ¿Por qué? Yo no tengo por qué acompañarles, yo no estoy haciendo nada
malo.
No escandalice, por favor. Mire usted para aquí.
El señor Suárez miró. Del bolsillo del policía asomaban los plateados flejes de las
esposas.
Pepe, el Astilla, ya se había levantado.
Vamos con estos señores, Julián; ya se pondrá todo en claro.
Vamos, vamos. ¡Caray, qué modales!
En la dirección de seguridad no fue preciso ficharlos, ya lo estaban; bastó con
añadir una fecha y tres o cuatro palabritas que no pudieron leer...
¿Por qué se nos detiene?
¿No lo sabe?
No, yo no sé nada, ¿qué voy a saber?
Ya se lo dirán a usted.
Oiga, ¿y no puedo avisar que estoy detenido?
Mañana, mañana.
Es que mi mamá es muy viejecita; la pobre va a estar muy intranquila.
¿Su madre?
Sí, tiene ya setenta y seis años.
Bueno, yo no puedo hacer nada. Ni decir nada, tampoco. Ya mañana se
aclararán las cosas.
En la celda donde los encerraron, una habitación inmensa, cuadrada, de techo
bajo, mal alumbrada por una bombilla de quince bujías metida en una jaula de alambre,
al principio no se veía nada. Después, al cabo de un rato, cuando ya la vista empezó a
acostumbrarse, el señor Suárez y Pepe, el Astilla, fueron viendo algunas caras conocidas,
maricas pobres, descuideros, tomadores del dos, sablistas de oficio, gente que siempre
andaba dando tumbos como una peonza, sin levantar jamás cabeza.
¡Ay, Pepe, qué bien vendría a estas horas un cafetito!
Olía muy mal allí dentro, a un olorcillo rancio, penetrante, que hacía cosquillas en
la nariz.

III
VÍSPERAS, FESTIVIDAD Y OCTAVA DE
SAN CAMILO DEL AÑO 1936 EN MADRID

1
Hay manchas de sangre en el parabrisas, en los asientos y en el suelo, a los tres cadáveres
los tapan con unas lonas, ya los destapará el juez, dos señoritos y una puta muertos en
accidente en un dodge de color negro que se estrella contra una farola en Alcalá esquina
a Cibeles frente al Banco de España, descansen en paz y que la autopsia les sea leve,
amén. Son las siete de la mañana, quizá no sean todavía las siete de la mañana y don
León Rioja duerme a pierna suelta al lado de doña Matilde su señora la paralítica que
tiene el culo frío, don León se conoce que ya está acostumbrado y ni se da cuenta, doña
Matilde tiene siempre el culo frío, el calor, 37.2, 37.3, 37.5, suele posársele en la frente,
don León está dormido y no se da cuenta, doña Matilde tiene la frente aún más fría que
el culo, doña Matilde ya no podrá volver a oír el disco con el santo sacrificio de la misa
que le regaló su director espiritual, don León no se entera de que doña Matilde ha muerto
hasta las ocho, don León se despierta todas las mañanas a las ocho, pone la radio para
escuchar las noticias, se afeita, se viste, desayuna y se va a trabajar, don León es oficial
de notaría y hombre serio, ecuánime y cumplidor, hoy no pone la radio porque al ir a
mirar a su mujer se da cuenta de que tiene la boca torcida como los muertos, los vivos
tuercen la boca de diferente manera, le toca la frente y la tiene fría como el hielo son los
dos signos de la muerte, ya no importa escucharle el corazón. La muerte próxima
reconforta, todo el mundo lo piensa y algunos hasta lo dicen, a. veces el reconfortado
llora, es la inercia sí, el arrepentimiento que se enseña un punto antes que la soberbia, ya
es sabido que las aguas vuelven siempre a sus cauces a mayor o. menor velocidad, esto
es lo mismo, en medio de la multitud se puede hablar con Dios, tú sabes que es difícil pero
no imposible, Dios es quien ordena las vidas y las muertes, el demonio es más partidario
de la soledad y entre la multitud suele haber muchos solitarios con el culo frío (no tanto
como las mujeres), con la frente fría (menos que doña Matilde y otros muertos), con el
corazón frío (el corazón no se debiera hartar jamás), con la picha fría (y vejada por los
años), son inútiles y venenosas las razones del solitario, también son tristes sus necesidades
y sus inciertos caprichos, su rigidez. Don León no escucha la radio, acaba de enterarse de
que su mujer ha muerto como un pajarito, pero la radio funciona, vaya si funciona, Unión
Radio emite su primer diario hablado La Palabra a las ocho mientras casi todo el mundo
duerme, se ha frustrado un nuevo intento criminal contra la república... una parte del
ejército de Marruecos se ha levantado en armas... el movimiento está exclusivamente
circunscrito a determinadas ciudades del protectorado y nadie, absolutamente nadie, se
ha sumado en la península a este absurdo empeño... el gobierno domina la situación y
afirma que no ha de tardar en anunciar que se ha restablecido la normalidad.

2
Jamás te pierdas el respeto a ti mismo tú no eres más que un pobre diablo minado por el
bacilo de Koch y la lujuria, los hay que están peor pero eso no debe reconfortarte lo más
mínimo, si estuvieras rodeado de caras alegres pronto se te curaría la tuberculosis pero
no, tú no estás rodeado de caras alegres, la lujuria no tiene la cara alegre porque es
secuela de la soledad y de la tristeza, la tuberculosis es el corolario de la soledad y de
la tristeza y no al revés, no es cierto que la lujuria y la tuberculosis engendren soledad y
tristeza, son la soledad y la tristeza los sentimientos que dan pábulo a la lujuria y a la
tuberculosis, a ver si te entiendes, el solitario y triste acaba lujurioso, tísico y poeta, pero
el proceso inverso no es necesariamente verdadero. Don Roque desayuna en la cama
sopas de ajo, chocolate con picatostes y copita de ojén, si está de humor le tira algún
viaje a la Paulina o a la Javiera, cada semana le toca servir a una mientras la otra vacía
los orinales y barre el polvo, la Paulina y la Javiera tienen siempre la radio puesta, la
cierran cuando empiezan con las noticias, son un aburrimiento, don Roque es animal de
costumbres y todos los días mientras desayuna lee El Debate y el ABC y después se
arregla con calma, hace gárgaras con listerine por eso del mal olor de aliento y sale a
darse una vuelta por la carrera de San Jerónimo y el paseo del Prado hasta eso de las
once y media o doce que se llega al Congreso a ver si ha habido alguna novedad, desde
el Congreso se acerca a la Granja El Henar a beberse una o
dos cañas y a limpiarse las botas y antes de comer recala por Lhardy a tomarse una
tacita de caldo con la que preparar el estómago. Las mujeres son de diferente color por
la mañana que por la tarde, también huelen distinto y tienen otras inclinaciones. La criada
que abortó en la calle de Mesón de Paredes, esto es, la Evelina Castellote, a lo mejor no
se dijo antes como se llamaba, se repone enseguida, al día siguiente ya esta otra vez
fregando suelos y a los dos días canta !os cuplés de la radio, soy de la raza calé que al
mundo impuso sus leyes, hija de padre gitano y llevo sangre. de reyes en la palma de la
mano, y mira con ojos propicios al lechero, al panadero y al cartero, las hay que no
escarmientan, a la Evelina la habían preñado en su pueblo y vino a abortar a la capital,
aquí son más fáciles estas chapuzas que en el pueblo tienen peor compostura, La
Maravilla, aguas minerales naturales de Coslada, no es un purgante más, es el mejor,
analizadas y recomendadas por el Dr. Ramón y Cajal, este anuncio también lo dan por
la radio después del pasodoble de casa Carmena, me voy a casar con una morena y
hacerme un gabán en casa Carmena ¿Carmena?, Carmena se llama el sastre que viste a
la gente bien y hace trajes y hace abrigos como muy pocos se ven, Duque de Alba 4 y
Príncipe 24, cuando se aborta conviene tomar un vaso de agua de Carabaña o de agua
La Maravilla o de limonada purgante, a la Evelina le toca el culo Jesualdo Villegas que
colabora en la radio, le toca el culo por lo fino y como sin darle importancia, la verdad
es que esto de tocar el culo a una criada tampoco tiene más importancia que la que
quiera dársele, a Jesualdo Villegas lo despierta una llamada de su periódico, véngase
por aquí cuanto antes, el ejército de Marruecos se ha sublevado.

3
Toisha desnuda persigue a latigazos a don Máximo, Toisha lleva la melena suelta le llega
a media espalda y calza zapatos de tacón alto muy alto Toisha va sin pintar pero muy
perfumada en la mano derecha luce una gruesa sortija en cada dedo cada una con su
rubí centelleante en la mano izquierda no tiene ni dedos la mano izquierda de Toisha es
un muñón repugnante y seco Toisha tiene las orejas grandes como un burro (no en forma
de orejas de burro) y clementemente sucias, es un sueño muy chistoso y preocupador
también muy artístico y rítmico si cierras los ojos puedes seguir soñando todavía tú no te
has
despertado has abierto los ojos pero sigues profundamente dormido o quizá dormido no
muy profundamente Toisha está hecha un basilisco y canta coplas obscenas que tú no le
habías oído jamás Toisha escupe grandes bocanadas de fuego por los ojos y en las axilas
le bulle una revuelta gusanera incansable y sedosa Toisha lleva una luz verde e
intermitente en el ombligo por el coño le asoma un minúsculo señor vestido de levita y
chistera que da estentóreos vivas al emperador Francisco José y a don Marcelino
Menéndez y Pelayo don Máximo huye despavorido y Toisha lo flagela con el gato de
siete colas cada cola es una culebra viva y muy elástica una culebra incansable don
Máximo llega ante un muro en el que está pintado con tiza un letrero ¡viva la república!
don Máximo no puede seguir escapando se detiene se vuelve y lucha con el minúsculo
señor de levita que es muy valiente y decidido es un enano todo arrojo y decisión Toisha
respira jadeante en su aliento hay mucha ansiedad sujeta entre los muslos al minúsculo
señor de levita y se queda de pie esperándote con ambos brazos extendidos don Máximo
empieza a mermar y a mermar y Toisha lo mata con su látigo y después lo pisa, tú te
despiertas de golpe, estás corriéndote, ya te has corrido, ahora es igual que te mires o
no te mires en el espejo, está amaneciendo, en el campo es probable que ya sea de día,
¿tú estás en la plaza de España durante el asalto al cuartel?, dilo, no tengas miedo, tú
estás a la parte de fuera vestido con el mono de las milicias y con el fusil dispuesto pero
sin dotación de bombas de mano, tampoco tienes municiones en abundancia ni entusiasmo
ni demasiada alegría, no temas confesar la verdad, tú estás dentro de los muros del
cuartel vestido de soldado aunque sin insignias y con el fusil dispuesto, no tienes bombas
de mano y la munición te escasea, no tienes un desmedido entusiasmo ni demasiada
alegría, no temas confesar la verdad, en Vallecas el teniente coronel Lacalle organiza
algunos grupos armados, al capitán Querejeta bien claro le dijo el coronel del regimiento
de Saboya que no se sublevaba, en la Casa de Campo el teniente coronel Mangada
instruye al batallón que acaba de formar, sus hombres le saludan con el puño cerrado,
acaba de nacer el saludo militar antifascista, el capitán Alcántara tampoco puede darle
al general Fanjul buenas noticias del regimiento de carros de combate, el comandante
Fernández Navarro arma al paisanaje y forma una columna para ayudar al asedio del
cuartel, el capitán Betancourt ve con sus propios ojos cómo el cerco se estrecha, el teniente
Orad de la Torre emplaza su media batería al pie del monumento a Cervantes, intentar
una salida no es posible pero permanecer encerrados en el cuartel es suicida,

IV
OFICIO DE TINIEBLAS 5

1
580 jacinto onubensis el minero de riotinto ya desde mozo empezó a padecer de
flaccideces e inhibiciones viajó a la meca y el jeque abu-al-amed el sabio anciano
le dio la receta mágica endurecedora jacinto onubensis el minero de riotinto siguió
su consejo hizo la pomada para combatir la flojera y pasó a la historia de europa
como un caballero casanova de todas partes era requerido para desflorar vírgenes
talludas con callo en el himen y resquemor en el sentimiento y paseó su verga en
triunfo por todos los países la pócima del jeque abu-al-amed se prepara
disolviendo doce gruesas de granos de minúscula simiente de mostaza ni uno más
en tres jícaras de baba de caracol y agua de haber cocido lombarda a partes
iguales, en un mortero se majan bien majados siete dientes de ajo castañuelo y un
corazón de gata recién parida se espesa con harina de almortas que desencadena
de idiocia se mezcla con el jarabe de las jícaras y se hace hervir a fuego lento de
leña de vid vieja hasta que adquiere consistencia gomosa se deja enfriar se
espolvorea con magnesia y cal viva y se corta en tabletas del tamaño de la uña
debe tomarse en ayunas y nunca durante el ramadán árabe ni la cuaresma cristiana
a los primeros síntomas de intolerancia vértigo manía persecutoria ceguera súbita
debe suspenderse el tratamiento y bucear en el recóndito arcano de la castidad
algunos moralistas lujuriosos dicen que también tiene su encanto la castidad quizá
también tenga su encanto

581 el mundo anda revuelto y siguen escapando los hombres unos de otros los hombres
de los hombres los migrantes los emigrantes los inmigrantes los viajeros con spleen
los viajeros sin spleen los turistas la mano de obra no cualificada los migráfugas los
migrápetas los gregarios los zurrados la carne de cañón la carne de mazmorra la
carne de horca miserere nobis miserere nobis nadie sabe por qué causa si para
comer o para llamar a la muerte o para huir del decorado que azota la conciencia

2
682 josefina aprovecha las frecuentes ausencias de napoleón para vestirse de segunda
hija de verdugo con su chupetín ajustado su falda de vuelo sus pendientes zíngaros
de oro el verdugo encontró a josefina una tarde a la puerta de la fábrica de
neumáticos por la parte de atrás la que da al campo donde los niños del suburbio
copulan con las perras hambrientas y sedientas y la confundió con un estudiante que
huía de la lujuria del hermano director le dijo ¿adónde vas? pero no recibió
respuesta alguna

683 hasta aquel inhóspito desmonte entre heridores vidrios parejas de homoxesuales que
se aman con gran valor bucles de hojalata oxidada parejas de heterosexuales que
se aman con gran valor briznas de yerba muertas niñas que se masturbaban con
gran valor fetos que pueden fotografiarse en muy ridículas actitudes niños que se
masturban con gran dolor con gran aburrimiento páginas y más páginas de
periódicos a las que empuja el vendaval niños y niñas que se masturban unos a otros
con gran valor también con gran hastío llega el runrún de la riqueza que lo ignora
que prefiere fing.ir que sigue ignorándolo mark clark fue muerto a tiros en este
paisaje george jackson fue muerto a tiros en este paisaje bunchy carter fue muerto
a tiros en este paisaje bobby hutton fue muerto a tiros en este paisaje martín luther
king fue muerto a tiros en este paisaje malcolm x fue muerto a tiros en este paisaje
james meredith fue muerto a tiros en este paisaje fred hampton fue muerto a tiros
en este paisaje es como una cadena sin fin que sigue girando sobre sus dos ejes
remotos

684 a la hija segunda del verdugo jamás le cansa el espectáculo de la muerte nunca le
aburre el espectáculo de la muerte que encuentra siempre variado y peculiar la
hija segunda del verdugo tiene menstruaciones dolorosas su madre cuando la ve
pálida y desganada decapita una gallina sobre el mármol de la mesa de noche
degüella un cordero sobre el mármol del aparador o ahorca un perro colgándolo
del montante de la puerta de la cocina para que sonría y se le abra el apetito la
sangre llama a la sangre y acelera y abrevia las menstruaciones dolorosas

3
1185 la paz de la vagina no produjo sino cuarenta días y cuarenta noches de amor
homosexual después todo volvió a su violencia por la calle pasa el verdugo
completamente borracho dando gritos horrísonos desde las ventanas le tiran
piedras envases de hojalata vacíos botellas rotas cubos de lejía y cortantes afiladas
monedas pero el verdugo completamente borracho no cesa de gritar igual que un
puerco agonizante ¿te duele algo? le pregunta el hombre vestido de pierrot sí, me
duele todo

1186 monseñor metrófanes david peloponesiano y el frutero brujo del cantón del jura
que fabricaba la manteca y el queso invitaron a cenar a hehugasta la sílfide que
tuvo cópula con el emperador augusto y a su hermano manfredo el silfo que tuvo
cópula con el emperador augusto durante la cena el coro de voces blancas cantó
ellingit culum meum letra y música de chicus esculanus el hereje osó decir que había
otros mundos habitados además del nuestro como director del coro actuó florón el
querubín al que una vaca del helesponto había comido el falo tomándolo como una
margarita lo pasar bien las dos parejas y al final el catamita monseñor metrófanes
david peloponesiano fue pedicado siete veces por el insaciable bujarrón diofante
de macedonia el frutero brujo del cantón del jura que fabricaba la manteca y el
queso mientras los dos hermanos hehugasta y manfredo unidos en el recuerdo de la
verga del emperador augusto se masturbaban a dos contra lo mandado en la
encíclica casti connubii el querubín florón no permitió que el coro de voces blancas
cesara de cantar ni un solo momento

V
MAZURCA PARA DOS MUERTOS

1
Lo malo no es morirse sino que se sepa, lo malo es la risa que da a los que
quedan vivos; yo me conformo con haber vivido un día más que el muerto, y llevo ya
muchos. El muerto que mató a mi difunto está muerto y bien muerto y yo sigo viva; lo
importante es ver como los demás se van muriendo. Ahora, lo que yo quiero es no morirme
sin ver el mar, debe ser muy hermoso. Cabuxa Tola me dijo que es por lo menos tan
grande como toda la provincia de Orense o, a lo mejor, más aún. El muerto que mató a
Afouto y más a mi difunto ya murió, y eso siempre consuela. Hay que estar pegado al
agua, y más vale ser agua que aire. Cabuxa Tola se da muy buena maña para amaestrar
pájaros y otros animalitos, lo hace tan bien como Policarpo Obenza, el de la Bagañeira:
búhos, cuervos... , los búhos son más papones que los cuervos, sapos, cabras, éstas son muy
fáciles, gardufías, murciélagos, lo que usted quiera. Cabuxa Tola también sabe pasmar
gallinas, capar culebras y hacer bailar el galop a las raposas frotándoles el culo con un
pimiento picante partido en dos, los buenos son los de su pueblo, ¡qué risa! Cabuxa Tola
vale más que muchos hombres. Todas las mujeres hemos hecho las marranadas alguna vez
con un perro, eso es costumbre, cuando se es joven vale todo, o con un inocente, si es
baboso, mejor, cuando se tiene a mano y no hace demasiado frío ni se echa a llorar; los
hombres buscan una cabra tetona para cogerla bien cogida de los cuernos y restregarse
más a gusto, eso va en naturalezas. Bueno, pues Cabuxa Tola hacía con los lobos lo que
hacíamos las demás con los perros, y esto no lo cree nadie pero es verdad, que yo lo vi
con mis ojos. A Cabuxa Tola le obedecían los animales del monte porque a su madre la
preñaron encima de un caballo al galope durante la tormenta de San Lourenciño de
Casfigueiro, que cada año mata a un castellano, un gitano, un negro y un seminarista, es
una tormenta muy cruel y destrozadora, muy amarga.

2
Baldomero Marvís, o sea Afouto, tiene una estrellita en la frente; no todos la ven, pero
tener, ¡vaya si la tiene! La estrellita que lleva Afouto en la frente cambia de color, según:
unas veces es roja como la espinela; otras, dorada como el topacio; otras verde como la
esmeralda; otras blanca como un brillante, y así. Cuando a Afouto se le enciende la
estrellita, no importa el color, unas veces es de un color y otras de otro, esto no lo sabe
nadie, lo mejor es santiguarse y hacerse a un lado. Afouto manda en los Gamuzas, que
son una nube, y en los Guxindes (otros les dicen Moranes), que son todavía más. Si el
mundo no anduviera tan revuelto, por estos montes no se movería nadie sin permiso de
Afouto, la raya del último monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal, pero las
cosas andan desquiciadas y a Afouto le fue a cortar el hilo de la vida un desgraciado de
familia venida de afuera, un muerto de hambre. El día en que a Afouto no se le encendió
la estrellita, el demonio aprovechó para matarlo a traición. Por estos montes no se puede
matar de balde, por aquí el que mata, muere, a veces tarda un poco, pero muere. Loliña
Moscoso, la mujer de Baldomero Afouto, mantuvo encendida la
llamita de la ley del monte: el que la hace, la paga, ¿no lo hizo?, pues que la pague,
nosotros no tenemos por qué perdonar la sangre. Loliña Moscoso es guapa a lo bravo,
cuando se cabrea está más guapa aún. A Afouto había que darle por la espalda y de
noche, a Afouto no se le podía entrar de cara porque su mirar pesaba mucho, era un
mirar de lobo. A Afouto lo mató un muerto del que nadie quiere acordarse, algunos ni
pronuncian su nombre a ver si poco a poco se les olvida; el muerto que mató a Afouto
mató también al difunto de Ádega y a diez o doce más, al muerto que mató a Afouto lo
acorraló un pariente mío y fue a morir como un caballo viejo en la fuente das Bauzas do
Gago. Cuando el lobo ataca, las yeguas forman un redondel con las cabezas para dentro,
así defienden mejor a los potrillas, y lo reciben a coces, si le dan bien, lo estoupan. El
griñón destronado no tiene defensa, tampoco tiene fuerzas para defenderse, y lo
derrotan los lobos, primero lo derrotan y después se lo comen, lo que no quiere el lobo le
va bien al raposo, y lo que deja el raposo vale para los cuervos, animalitos que son de
resignado conformar, algunos cuervos silban la solfa con buen oído, en Allariz, hace ya
algunos años, durante la dictadura de Primo de Rivera, vivía un republicano que enseñaba
a los cuervos a silbar la Marsellesa, a lo mejor lo hacía para que rabiase el cura, se
llamaba Leoncio Coutelo y era hermano del ciego Eulalia, alto y flaco como una
espingarda y picado de viruelas, que tocaba a las señoras en las procesiones, como no
veía se guiaba por el olor y no se equivocaba jamás.

3
Nadie atiende a la prudente marcha del mundo que rueda y rueda mientras orvalla sin
principio ni fin: un hombre denuncia a otro hombre y después, cuando aparece muerto en
la cuneta o a las tapias del cementerio, se le hace raro que le remuerda la conciencia;
una mujer cierra los ojos para meterse una botella llena de agua templada por donde
quiere y a nadie le importa; un niño cae por las escaleras y se mata, todo pasó en un
abrir y cerrar de ojos; Rosicler sigue empeñada en meneársela al mono, cada día que
pasa tose más, ¡mira que son teimas! Todos los Carroupos lucen una chapeta de amarga
piel de puerco en la frente, a lo mejor tienen un abuelo jabalí del monte, cualquiera sabe.
El ciego Gaudencio toca la mazurca Ma petite Marianne cuando quiere, no cuando se lo
mandan, una cosa es ser ciego y otra muy distinta no tener voluntad, el repertorio de
Gaudencio es variado, la gente es caprichosa y a veces no sabe ni lo que pide, ¿no ve
usted que esa mazurca no se puede tocar más que en determinados y muy solemnes
trances?, esa mazurca es como una
misa cantada, que quiere su tiempo y lugar y también su lujo. El acordeón es instrumento
sentimental y sufre cuando se le lleva la contraria, la gente ha perdido el respeto a todo,
se conoce que vamos camino del fin del mundo. A Policarpo Portomourisco Expósito, el de
la Bagañeira, le faltan tres dedos de la mano, se los segó un griñón en los montes del
Xurés, un día que fue al curro con los parientes. Policarpo el de la Bagañeira vive en Cela
do Camparrón, el piso de arriba de su casa se hundió cuando fuera de la muerte de su
padre y entonces se le escaparon tres donosiñas amaestradas, obedientes y bailonas.
Policarpo el de la Bagañeira se las arregla bien con el dedo pequeño y el gordo de la
mano derecha, a todo se acostumbra uno, Policarpo sube de vez en cuando hasta la
carretera, en el ómnibus de Santiago siempre van dos o tres curas comiendo avellanas y
pan de higo, tienen cara de brutos, van mal afeitados y se ríen por lo bajo con mucho
misterio y complicidad, antes de la guerra los curas que viajaban en ómnibus comían
chorizo y regoldaban y se peían con estruendo y entre grandes carcajadas. Don Mariano
Vilobal fue el cura más famoso por sus ventosidades tanto por arriba como por abajo, en
toda la provincia no había quien le igualara, don Mariano murió a poco de empezar la
guerra, se subió al campanario a arreglar la campana, se le fue un pie y se partió la
nuca contra las sepulturas del atrio. Don Mariano, cuando comía bien, era capaz de
estarse tirando regüeldos y pedos durante seis horas o más.
¡Éste por los infieles!
¡Pare ya, don Mariano, que se va a herniar!
¿Herniarme yo? ¡Ni que fuera maricón! ¡Y este otro por los protestantes, menudos
cabrones! ¡Muera Lutero!

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