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CRESTOMATÍA DEL TEMA VIII

I
Señor Presidente ( 1946 )

1 . En e l P o rta l d e l Señ o r

... ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos


persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra,
de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre
la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de
piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre
..., alumbre ,alumbra ..., alumbra, lumbre de alumbre ..., alumbra, alumbre…
Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en lasombra
de la Catedral helada, de paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas
como mares, en la ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola.
La noche los reunía al mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a
dormir en el Portal del Señor sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de
otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito,
riñendo muchas veces a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones en los
que, tras escupirse, rabiosos, se mordían. Ni almohada ni confianza halló jamás esta
familia de parientes del basurero. Se acostaban separados, sin desvestirse, y
dormían como ladrones, con la cabeza en el costal de sus riquezas: desperdicios
de carne, zapatos rotos, cabos de candela, puños de arroz cocido envueltos en
periódicos viejos, naranjas y guineos pasados.

XXXVII. El baile de Tohil


Una palpitación subterránea de reloj subterráneo que marca horas fatales
empezaba para Cara de Ángel. Por una ventana abierta de par en par entre sus cejas
negras distinguía una fogata encendida junto a cipresales de carbón verdoso y tapias
de humo blanco, en medio de un patio borrado por la noche, amasia de centinelas
y almácigo de estrellas. Cuatro sombras sacerdotales señalaban las esquinas del
patio, las cuatro vestidas de musgo de adivinaciones fluviales, las cuatro con las
manos de piel de rana más verde que amarilla, las cuatro con un ojo cerrado en parte
de la cara sin tiznar y un ojo abierto, terminado en chichita de lima, en parte de la cara
comida de oscuridad. De pronto, se oyó el sonar de un tún, un tún, un tún, un
tún, y muchos hombres untados de animales entraron saltando en filas de maíz. Por
las ramas del tún, ensangrentadas y vibrátiles, bajaban los cangrejos de los tumbos del
aire y corrían los gusanos de la tumbas del fuego. Los hombres bailaban para no
quedar pegados a la tierra con el sonido del tún, para no quedar pegados al viento con
el sonido del tún, alimentando la hoguera con la trementina de sus frentes. De una
penumbra color de estiércol vino un hombrecillo con cara de güisquil viejo, lengua
entre los carrillos, espinas en la frente, sin orejas, que llevaba al ombligo un cordón
velludo adornado de cabezas de guerreros y hojas de ayote; se acercó a soplar las
macollas de llamas y entre la alegría ciega de los tacuacines se robó el fuego con la
boca masticándolo para no quemarse como copal. Un grito se untó a la oscuridad que
trepaba a los árboles y se oyeron cerca y lejos las voces plañideras de las tribus que
abandonadas en la selva, ciega de nacimiento, luchaban con sus tripas -animales del
hambre-, con sus gargantas -pájaros de la sed- y su miedo, y sus bascas, y sus
necesidades corporales, reclamando a Tohil, Dador del Fuego, que les devolviera el
acote encendido de la luz. Tohil llegó cabalgando un río hecho de pechos de
paloma que se deslizaba como leche. Los venados corrían para que no se detuviera el
agua, venados de cuernos más finos que la lluvia y patitas que acababan en aire
aconsejado por arenas pajareras. Las aves corrían para que no se parara el reflejo
nadador del agua. Aves de huesos más finos que sus plumas. ¡Re-tún-tún!
¡Re-tún-tún!..., retumbó bajo la tierra. Tohil exigía sacrificios humanos. Las tribus
trajeron a su presencia los mejores cazadores, los de la cerbatana erecta, los de las
ondas de pita siempre cargadas. "y estos hombres, ¡qué!; ¿cazarán hombres?",
preguntó Tohil. ¡Re-tún-tún! ¡Re-tún-tún!..., retumbó bajo la tierra. "¡Como tú lo
pides -respondieron las tribus-, con tal que nos devuelvas el fuego, tú, el Dador del
Fuego, y que no se nos enfríe la carne, fritura de nuestros huesos, ni el aire, ni las uñas,
ni la lengua, ni el pelo! ¡Con tal que no se nos siga muriendo la vida, aunque nos
degollemos todos para que siga viviendo la muerte!" "¡Estoy contento!", dijo Tohil.
¡Re-tún-tún! ¡Re-tún-tún!, retumbó bajo la tierra. "¡Estoy contento! Sobre hombres
cazadores de hombres puedo asentar mi gobierno. No habrá ni verdadera muerte ni
verdadera vida. ¡Que se me baile la jícara!"
Y cada cazador guerrero tomó una jícara, sin despegársela del aliento que le
repellaba la cara, al compás del tún, del retumbo y el tún de los tumbos y el tún de las
tumbas, que le bailaban los ojos a Tohil.
Cara de Ángel se despidió del Presidente después de aquella visión inexplicable.
Al salir, el Ministro de la Guerra le llamó para entregarle un fajo de billetes y su
abrigo.
-¿No se va, general? -casi no encontraba las palabras.
-Si pudiera... Pero mejor por ái lo alcanzo, o nos vemos tal vez otro día; tengo
que estar aquí, vea... -y torció la cabeza sobre el hombro derecho-, escuchando
la voz del amo.
II
Hombres de maíz (1949).

- El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le roben el sueño de los ojos.
- El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le boten los párpados con
hacha…
- El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las
pestañas con las quemas que ponen la luna color de hormiga vieja…
El Gaspar Ilóm movía la cabeza de un lado a otro. Negar, moler la acusación del
suelo en que estaba dormido con su petate, su sombra y su mujer y enterrado con sus
muertos y su ombligo, sin poder deshacerse de una culebra de seiscientas mil vueltas
de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, pájaros y retumbos que sentía
alrededor del cuerpo.
- La tierra cae soñando de las estrellas, pero despierta en las que fueron montañas,
hoy cerros pelados de Ilóm, donde el guarda canta con lloro de barranco, vuela de
cabeza de gavilán, anda el zompopo, gime la espumuy y duerme con su petate, su
sombra y su mujer el que debía trozar los párpados a los que hachan los árboles,
quemar las pestañas a los que chamuscan el monte y enfriar el cuerpo a los que atajan
el agua de los ríos que corriendo duerme y no ve nada pero atajada en las pozas abre
los ojos y lo ve todo con mirada honda…
El Gaspar se estiró, se encogió, volvió a mover la cabeza de un lado a otro
para moler la acusación del suelo, atado de sueño y muerte por la culebra de
seiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos, pájaros y
retumbos que le martajaba los huesos hasta convertirlo en una masa de frijol negro;
goteaba noche de profundidades.
Y oyó, con los hoyos de sus orejas oyó:
- Conejos amarillos en el cielo, conejos amarillos en el monte, conejos amarillos en
el agua guerrearán con el Gaspar. Empezará la guerra el Gaspar
Ilom arrastrado por su sangre, por su río, por su habla de ñudos ciegos…
La palabra del suelo hecha llama solar estuvo a punto de quemarles las orejas de
tuza a los conejos amarillos en el cielo, a los conejos amarillos en el monte, a los
conejos amarillos en el agua; pero el Gaspar se fue volviendo tierra que cae de
donde cae la tierra, es decir, sueño que encuentra sombra para soñar en el suelo de
Ilóm y nada pudo la llama solar de la voz burlada de los conejos amarillos que se
pegaron a mamar en un papayal, convertidas en papayas del monte, que se pegaron al
cielo, convertidos en estrellas, y se disiparon en el agua como reflejos con orejas.
Tierra desnuda, tierra despierta, tierra maicera con sueño, el Gaspar que
caía de donde cae la tierra, tierra maicera bañada por ríos de agua hedionda de tanto
estar despierta, de agua verde en el desvelo de las selvas sacrificadas por el maíz
hecho hombre sembrador de maíz. De entrada se llevaron los maiceros por delante con
sus quemas y sus hachas en selvas abuelas de la sombra, doscientos mil jóvenes ceibas
de mil años.
En el pasto había un mulo, sobre el mulo había un hombre y en el hombre
había un muerto. Sus ojos eran sus ojos, sus manos eran sus manos, su voz era su voz,
sus piernas eran sus piernas y sus pies eran sus pies para la guerra en cuanto escapara a
la culebra de seiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas,
lagos, pájaros y retumbos que se había enroscado en el cuerpo. Pero cómo soltarse,
cómo desatarse de la siembra, de la mujer, de los hijos, del rancho; cómo romper con
el gentío alegre de los campos; cómo arrancarse para la guerra con los frijolares a
media flor en los brazos, las puntas de güisquil calientitas alrededor del cuello y los
pies enredados en el lazo de la faina.
El aire de Ilóm olía a tronco de árbol recién cortado con hacha, a ceniza de
árbol recién quemado por la roza.
Un remolino de lodo, luna, bosques aguaceros, montañas, lagos, pájaros y

retumbos dio vueltas y vueltas y vueltas y vueltas en torno al cacique de Ilóm y


mientras le pegaba el viento en las carnes y la cara y mientras la tierra que levantaba el
viento le pegaba se lo tragó una media luna sin dientes, sin morderlo, sorbido del aire
como un pez pequeño.[…]

I
I
I
Mulata de tal (1963)

Cashtoc habló al asomar los Gigantes, cuyas espaldas oscurecieron los cuatro
ventanales celestes.
-¡Ha llegado el demonio cristiano --dijo- y debemos abandonar
Tierrapaulita, después de conquistar la plaza, es decir, de no dejar
habitante ni mansión entera!
¡Para nosotros, conquistar es destruir, conquistar es despoblar! ¡Nos
vamos, porque los fines de este demonio cristiano, que fue ángel y no ha perdido
su jabonosidad divina chocan con los nuestros, sus fines y sus métodos, y no
podríamos estar juntos, sin que esto se volviera una merienda de diablos!
Y con la voz aterronada en la garganta de costra terrestre:
-¡Una polvareda fue la creación y una polvareda queda de las ciudades que
destruimos! ¡No más ciudades! ¡No más hombres que no son sino apariencia de
seres, como el formado de barro, que se deshizo solo, y el de madera, colgado,
como simio, de los árboles! ¡Los hombres verdaderos, los hechos de maíz,
dejan de existir realmente y se vuelven seres ficticios, cuando no viven para la
comunidad y por eso deben ser suprimidos. ¡Por eso aniquilé con mis
Gigantes Mayores, y aniquilaré mientras no se enmienden, a todos aquellos
que olvidando, contradiciendo o negando su condición de granos de maíz, partes
de una mazorca se tornan egocentristas, egoístas, individualistas…¡aj! ¡aj! ¡aj!... -
desmoronó su risa hacia adentro-... individualistas!... ¡ja! ¡ja'! ¡ja!... -rió hacia
afuera- hasta convertirse en entes solitarios, en maniquíes sin sentido!
Las solfaratas, estrellas de lenguas de fuego caídas a los pies de los volcanes,
seguían la voz de Cashtoc, como girasoles de humo.
-¡Plantas, animales, astros..., existen todos juntos, todos juntos, como fueron
creados! ¡A ninguno se le ha ocurrido hacer existencia aparte, tomar la
vida para su uso exclusivo, sólo al hombre que debe ser destruido por su
pretender existir aislado, ajeno a los millones de destinos que se tejen y destejen
alrededor suyo!
Y tras una pausa, Gigantes y demonios terrígenos paladearon con orejas
atentas su silencio que es polvo de sonido. .
-¡Por eso, repito, debe ser destruido el hombre y borradas sus construcciones,
por su pretensión a singularizarse, a considerarse fin en sí mismo! -atalantóse el
grito de Cashtoc, eco de rocas que se desprenden, y luego prosiguió con ronquera
de lluvia de tierra-: ¡Otra, muy otra la estrategia y la táctica desplegada por el
demonio cristiano, hijo de la zorrería! ¡Este taimado extranjero concibe al
hombre como carne de infierno y procura, cuando no exige, la
multiplicación de los seres humanos aislados como él, orgullosos como
él, feroces como él, negociantes como él, religiosos a la diabla como él, para
llenar su infierno!
¡Por eso deshizo el vaho de espejo que el Corazón del Cielo había regado sobre
los sexos, vaho de espejo en el que el hombre y la mujer, en el mágico
instante de dar la vida dejaban copia de sus imágenes confundidas en
el nuevo ser, cuyo ombligo ofrecían a la comunidad, significando con ello que
éste no iba a ser ajeno a la existencia de todos, sino parte de sus existencias que
a la vez son parte de la existencia de los dioses!

I
V
Viernes de dolores (1972)

El muro del cementerio. Cal y llanto. Cal y llanto. Fuera la ciudad.


Dentro las tumbas. Cal y llanto. Cal y llanto. Fuera las calles del suburbio. Dentro las
cruces, la grama, el crucigrama que llenan nombres, apellidos, fechas. Vertical y
horizontalmente, números y letras. Si se borrara, si desapareciera el muro del
cementerio, pero no, allí estará siempre, siempre. Cal y llanto. Cal y llanto. Si se
borrara, si desapareciera el muro del cementerio, pero no, allí estará siempre, siempre.
Cal y llanto. Cal y llanto. Fuera, los pasos, las voces, la vida. Dentro, el silencio sin
silencio, la tierra con historia, los pinos verticales, el gorigori del viento en los
cipreses, los sauces despeinados, los
álamos temblones, el damero de calles y avenidas entre nombres, apellidos, fechas.
Números y letras grabados en el bronce y el mármol para la eterna brevedad del
tiempo. Y más lejos, rodeada de barrancos, la isla de los pobres, cubierta de cruces
blancas como hechas de palitos de fósforos.
Si se borrara, si desapareciera el muro del cementerio, como se borra y

desaparece la noche con el alba, cuando levanta los dedos del teclado esférico en que
ha ejecutado, no a cuatro manos, sino a millones de manos, otro movimiento del
eterno desaparecer. Si se borrara, si desapareciera esta última frontera sin aduanas,
pero no, allí estará siempre, muro que une tantas

cosas separando tanto, siempre, alto, plomizo, interminable, a perderse de vista


entre las cocheras del servicio fúnebre y el hospital de enfermos contagiosos, momias
de algodón y vendas que se retuercen, los ojos de fuera como desatornillados al oír los
telonazos de las descargas de fusilamiento sin importarles sus lepras, sus pústulas, sus
llagas, la carne viva, la carcoma terebrante de sus huesos. Si se borrara, si
desapareciera este paredón de ejecuciones capitales, pero no, allí estará siempre,
siempre, muro que une
tantas cosas separando tanto, alto, plomizo, interminable, cortado por las
columnas y el arco de la puerta principal, y dos pequeñas puertas laterales, sin más
adorno que una cruz y dos enormes farolas de electricidad de arco, carbones que
riegan luz de luto.

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