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Feudalismo tardío

y revolución
C rtN rcu w ii» vT iL ^ w a w ^ sao K B a a r a iu s lk
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Fabián Alrjaiulm Campagne

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r n i M .
Fabián Alejandro Campagne

Feudalismo tardío y
revolución
Campesinado y transformaciones agrarias
en Francia e Inglaterra (siglos XVI-XVIII)

» prometeo
>J l i b r o s
Campagne, Fabián
Feudalismo tardío y revolución : campesinado y transformaciones
agrarias en Francia la ed. - Buenos Aires : Prometeo Libros, 2005.
2 62 p. ; 21x15 cm.

ISBN 9 8 7 -5 7 4 -0 1 4 -4

1. Historia de Francia I. Titulo


CDD 944.

©De esta edición, Prometeo Libros, 2005


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Ilustración de tapa; “Las Espigadoras” (detalle) de Jean Francois Millet

ISBN: 987-574-014-4
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Prohibida su reproducción total o parcial
Derechos reservados
índice
Presentación................................................................................................................. 11

Primera Parte. FEUDALISMO TARDÍO


Las estructuras agrarias en el Antiguo Régimen
Capítulo 1. El señorío (í): la propiedad de la tierra.............................................. 15
Capitulo 2. El señorío (II): el poder sobre los hom bres......................................41
Capítulo 3. De señores a terratenientes: evolución del señorío
durante el feudalismo tardío (siglos XV-XVIIl)......................................................69
Capítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente
campesino en el Antiguo Régimen........................................................................... 95
Capítulo 5. La comunidad rural pre-industrial: campos abiertos
y propiedad colectiva...............................................................................................131

Segunda Parte. REVOLUCIÓN


Las vías inglesa y francesa hacia el capitalismo agrario
Capítulo 6. La via inglesa hacia el capitalismo agrario (1):
los cercamientos y las transformaciones en el derecho de propiedad........ 163
Capítulo 7. La vta inglesa hacia el capitalismo agrario (II); la revolución
agrícola y las transformaciones en las técnicas de producción...................... 191
Capítulo 8. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (I); los
fundamentos campesinos del absolutism o......................................................... 205
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II):
revolución burguesa y consolidación de la propiedad campesina................227

índice Analítico.............................................................. ..................................263

índice de gráficos y tablas


Los componentes del señorío clásico..................................................................... 18
Señorío dominical y señorío jurisdiccional............................................................49
Categorías de la renta de la tierra en el modelo de señorío castellano........... 61
Distribución de ingresos del Marquesado de Cuéllar......................................... 63
Distribución de ingresos de la Administración de O su na.................................. 65
Evolución de los ingresos de la baronía de Pont-St-Pierre
durante la Edad Moderna.......................................................................................... 99
Evolución de las rentas enfitéuticas en el señorío de C e u tí............................ 102
Distribución de los impuestos directos en Languedoc (1 6 7 7 ) ....................... 119
Rendimientos comparados en tres sistemas de cultivo.....................................198
Evolución de ios sistemas de cultivo en el condado de Norfolk
(1259-1854) ............................................................................................................... 200
Distribución de la propiedad territorial en el término de Puiseux (1 7 6 6 )... 254
A Maria Jo s e Campagne

A Maria Azul Benitez Campagne

A Fausto Benitez Campagne


Prefacio
El presente libro no ha sido escrito para los especialistas. El lector
modelo imaginado no es el experto en las historias agraria o económica
de la Europa preindustria!. Feudalismo tardío y Revolución es un ensayo
destinado a los alumnos de grado de las carreras tercianas y universita­
rias de historia. Su principal objetivo es facilitar una introducción al
análisis de procesos históricos complejos y de larga duración, proporcio­
nar un relato global de la disolución del feudalismo y del nacimiento del
capitalismo agrario en el Occidente europeo.
Aun cuando el objeto de estudio se ha focalizado preferentemente en
los casos inglés y francés, abundan en los dos primeros capítulos referen­
cias a la España temprano-moderna. Las originalidades ibéricas, que la
escasa difusión de los análisis comparativos contribuye con frecuencia a
ocultar, funcionan como mecanismo de contraste, y permiten poner de
manifiesto las originalidades que caracterizaron a las estructuras agrarias
en ambas márgenes del Canal de la Mancha.
El presente ensayo pretende también difundir los principales aportes
recientes realizados por la bibliografía en idioma extranjero, que las po­
cas traducciones al castellano convierten en inaccesibles para la mayoría
de los estudiantes de historia de lengua española.
Por todos estos motivos, el aparato erudito, que en la producción
historiográfica especializada adquiere una importancia capital, ha sido
reducido aquí a su mínima expresión. Las notas al pie de página no
incluyen citas bibliográficas, sino glosas y comentarios al contenido des­
plegado en el cuerpo principal. Por su parte, las referencias bibliográfi­
cas han sido agrupadas al final de cada capítulo.
Una parte sustancial del contenido y de la estructura de Feudalismo
tardío y Revolución se origina en una serie de cursos y seminarios internos
dictados en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires, entre 1999 y 2 0 0 4, en el marco de la cátedra de História Moderna.
Reconozco aqui mi deuda con los alumnos que, con sus preguntas e
inquietudes, contribuyeron a mejorar la organización del material y me
obligaron a clarificar los puntos oscuros de la exposición.
El carácter de estadio comparado que explícitamente informa el pre­
sente trabajo permite proponer, en principio, diversas claves de lectura
Los lectores meramenente interesados en los procesos franceses pueder
saltear sin remordimientos ios capítulos 5, 6 y 7. Por el contrario, aque­
llos interesados en las transformaciones inglesas pueden hacer lo propic
con los capítulos 3, 4, 8 y 9.
No puedo dejar de mencionar a los colegas que colaboraron conmigc
en la obtención del material, en la búsqueda de bibliografía, o en la
lectura de versiones preliminares de los diversos capítulos: son ellos,
Patricia de Forteza, Soledad ju sto , Adriana Pawelkowski, Gabriela Mo-
nezuelas, Ángeles Soletic y Nora Sforza. Mi agradecimiento también para
Fernanda Gil Lozano, Judith Farberman y Cristina Boccia de Solimine,
lectoras consecuentes.
Por último, vaya también mi reconocimiento para los maestros-que
inspiraron mi trabajo, en particular, los profesores José Emilio Burucúa,
Carlos Astarita, María Estela González de Fauve y Enrique Tandeter.'Sir­
va también el presente libro como un pequeño homenaje a la memoria
de éste último, cuyo deceso ha generado en la historiografía argentina
una perdida inconmensurable.

Buenos Aires, junio de 2 0 0 4


Primera Parte

FEUDALISMO TARDÍO
Las estructuras agrarias en el
Antiguo Régimen
Capítulo 1
El señorío (I): la propiedad de la tierra

1- El señorío como Upo ideal


En agosto de 1860, el príncipe Fabrizio de Salina, protagonista de II
Gattopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, abandonaba junto con su
familia la ciudad de Palermo, en medio del derrumbe de la monarquía
borbónica provocado por el avance de Garíbaldi y de las fuerzas del reino
de Piamonte-Cerdeña. El aristócrata siciliano había decidido refugiarse
en su señorío rural de Donnafugata, cuya residencia añoraba, tanto como
el sentido de posesión feudal que sobrevivía en ella todavía. Al llegar a la
aldea, el príncipe es recibido por los notables de la villa -e l alcalde, el
arcipreste, el médico, el notario- y por una multitud de campesinos, tten
cuyos ojos inmóviles se transparentaba una curiosidad nada hostil, por­
que los aldeanos de Donnafugata sentían realmente cierto afecto por su
tolerante señor feudal que olvidaba a menudo exigir los cánones y los
pequeños arrendamientos”.
La notable reconstrucción histórica de Tomasi di Lampedusa,1 edita­
da en forma postuma en 1958, nos induce a recordar que el señorío fue
un protagonista esencial de la evolución histórica del campo europeo en
el milenio que transcurre entre los siglos IX y XVllL De hecho, como nos
sugiere la persistencia del señorío en la Sicilia de 1860, es posible detec­
tar una fuerte presencia de elementos señoriales hasta muy entrado el
siglo XIX. Y no tan sólo en Europa central u oriental, sino también en
otras regiones periféricas del continente, en particular en el área medite­
rránea. En otros casos, los persistentes resabios de antiguas instituciones

1 La novela fue editada un año después de la muerte de su autor, y llevada al cine por
Luchino Visconti en 1965. Nacido en 1896, Tomasi di Lampedusa vivió inmerso en la
realidad del extremo sur itálico, lo que le permitió describir como nadie las notables
supervivencias antiguorregimentales que caracterizaban a la región todavía en la segunda
mitad del siglo XIX.
Capítulo 1 Señorío (1): la propiedad de (a (ierra

feudales continúan hasta comienzos del siglo XX. El copyhold, por ejem­
plo, nombre que en Inglaterra recibían las tenencias a censo, expresión
local de la pequeña propiedad campesina dependiente, prototípica del
feudalismo, desaparece formalmente tan sólo en 1922. Diez años des­
pués, el Instituto de Reforma Agraria de la II República Española consta­
taba la persistencia de no pocas prestaciones de carácter señorial en las
áreas rurales, a pesar de la teórica supresión encarada por las Cortes de
Cádiz a comienzos del siglo XIX.
¿Cómo definir en términos ideales, pues, a una entidad como el señorío?
¿Cómo definir a esta fenomenal estructura que logró perdurar en el Viejo
Mundo por más de un milenio, que le costó a los regímenes burgueses -
surgidos de las revoluciones modernas- más de un siglo de esfuerzos concer­
tados para erradicar definitivamente todo recuerdo de su existencia?
El historiador español Salvador de Moxó define al señorío como el
conjunto de tierras que constituía la propiedad eminente y el área de
jurisdicción de un señor. Abandonemos ya algunos estereotipos, y diga­
mos que la titularidad de un señorío podía estar en manos de laicos o
eclesiásticos, hombres o mujeres. Podía ejercerla un sujeto individual o
colectivo (las ciudades y los monasterios eran, con frecuencia, titulares
de señoríos). Finalmente, y el dato deviene esencial en el período tem­
prano-moderno, los titulares de los señoríos podían ser tanto nobles como
plebeyos. En el feudalismo tardío era muy frecuente que individuos que
no pertenecían al estamento nobiliario compraran señoríos, como un
primer paso esencial para el ennoblecimiento de las generaciones futuras
del linaje. Transformados en mercancías, los símbolos del status nobilia­
rio (blasones, escudos de armas, títulos, cargos) constituían un peculiar
mercado al que acudía ávida la burguesía antiguorregimental.
Gracias a la definición de Salvador de Moxó, apreciamos que el seño­
río se componía de dos elementos fundamentales. En primer lugar, un
componente solariego: la propiedad de la tierra. Un señor es, antes que
nada, un gran propietario. En segundo lugar, un componente jurisdic­
cional: el poder sobre los hombres, la capacidad de ejercer facultades
propias de las prerrogativas del poder estatal, el imperio para formular
normas que el colectivo de habitantes dentro del territorio debe obede­
cer. Analíticamente, esta distinción permite hablar de dos formas dife­
rentes de señorío, el señorío dominical y el señorío jurisdiccional, equi­
valente a la distinción que la historiografía francesa realiza entre seigneu­
rie foncière y seigneurie banale.2

2 Las fuentes medievales francesas emplean también el término seigneurie hautaine.


Primera Parie. F luimusmo T aroIo

La superposición de ambos componentes, la propiedad de la tierra y


¿l poder sobre los hombres, el señorío dominical y el señorío jurisdiccio­
nal, es la que da lugar al señorío pleno, síntesis de las relaciones sociales
y de las formas de dominación prototípicas del feudalismo clásico. Cabe
preguntamos, sin embargo, si el señorío pleno, tal como lo estamos des­
cribiendo, existió alguna vez, o si es una mera construcción abstracta de
los historiadores. No se trata de un interrogante retórico, porque los dos
elementos que hemos analizado por separado podían, en realidad, exis­
tir en forma independiente. Un componente no implicaba necesaria­
mente la existencia del otro. De hecho, el componente solariego, domi­
nical, territorial, es varios siglos anterior al componente jurisdiccional.
Desde mucho antes de apropiarse del poder de bando, los señores fue­
ron grandes propietarios de tierras, grandes señores dominicales. Por
otra parte, cuando finalmente se impuso el señorío jurisdiccional, el
nuevo elemento se superpuso sobre el señorío dominical, con una per­
manente tendencia a excederlo en términos espaciales. Esta última cir­
cunstancia explica las razones por las que los titulares de los señoríos
jurisdiccionales podían tener, de todas formas, imperio sobre personas
que no vivían dentro de sus dominios territoriales. En consecuencia, la
superposición a la que antes aludimos nunca era absoluta. El compo­
nente jurisdiccional tendía siempre, indefectiblemente, a ser más exten­
so que el componente dominical. En muy raros casos, en la Edad Moder­
na en rarísimos casos, un señor era dueño de la totalidad del territorio
sobre el que ejercía su potestad jurisdiccional.
Así, en la España de los Trastámara y de los Austrias, fue frecuente la
:reación de nuevos señoríos conformados casi exclusivamente por el com­
ponente jurisdiccional, con la ausencia absoluta de elementos de orden
iominical, señoríos en los cuales el señor no poseía prácticamente tierras
dentro del espacio sobre el cual ejercía su poder de bando. Creados por
imperiosas necesidades de legitimación de la dinastía reinante, o como
consecuencia de las necesidades fiscales del estado feudal centralizado,
los nuevos señoríos se conformaron en regiones que ya estaban pobladas
desde hacía siglos, en las cuales la propiedad de la tierra se hallaba con­
solidada en su casi totalidad. En consecuencia, a menos de que el linaje
a cargo de la titularidad del llamante señorío iniciara una política de
adquisición de tierras, nunca llegaría a convertirse en propietario territo­
rial dentro de su propia jurisdicción señorial. Como no podía ser de otra
manera, esta peculiar situación generaba constantes conflictos entre los
señores y sus vasallos, en particular cuando los señores jurisdiccionales
intentaban imponer la idea de que también eran señores solariegos, bus­

*7
Capítulo 1. Señorío (I): la propiedad de la tierra

cando así percibir tributos a los que jurídicamente no tenían derecho.


En ocasiones, la situación de tensión generada por la venta de pueblos
provocaba un estado de rebelión crónico, que se originaba en la sensa­
ción de retroceso jurídico que implicaba el paso del realengo al señorío.

2- Las tenencias campesinas: la enfiteusis y la ficción del


dominio dividido

Comenzaremos a desarrollar ahora el tema central del presente capí­


tulo: el componente dominical del señorío y la propiedad de la tierra. El
señorío dominical, es decir, el conjunto de tierras cuya propiedad perte­
nece a un señor feudal, debe dividirse analíticamente en dos grandes
secciones. Por un lado, las tenencias campesinas dependientes o tenen­
cias a censo, que en Francia recibían el nombre colectivo de censive. Por
el otro, el dominio, demesne o reserva señorial. Comenzaremos el análisis
por el censive, compuesto por el conjunto de tenencias campesinas de­
pendientes.

Señorío Jurisdiccional
(seigneurie banale)

Señorío Dominical o Solariego


(seigneurie foncière)

Dominio
Tenencias a Censo o
(censive) Reserva Señorial

(demesne)

18
Primera Parte F qud .a lk m o T ardío

para comprender el régimen con el que accedieron a la tierra la mayor


parte de los campesinos en Europa Occidental, entre los siglos XIII y
XVIII, debemos traer a colación el concepto de enfiteusis. En el antiguo
derecho civil romano, la propiedad enfiteutica funcionaba como un ius
tertium entre las dos categorías clásicas que reglaban el acceso a la tierra,
el dom inium y la locatio. Claro que, como lo revela su origen griego ( em fyteu -
sis), la enfiteusis fue siempre una categoría exótica, híbrida, que incomo­
daba a los juristas, habituados a categorías menos ambiguas. La enfiteusis
fue, entonces, la forma de propiedad hegemónica a partir de la cual el
campesino del Occidente europeo accedió a la tierra, entre la decadencia
de la servidumbre y el estallido de las revoluciones burguesas.
El dom inium y la locatio resultan en la actualidad categorías de fácil
comprensión, en tanto fueron plenamente recuperadas por el derecho
civil burgués. El d om inium es la propiedad privada absoluta sobre las
cosas materiales, el derecho en virtud del cual un objeto se encuentra
sometido a la voluntad y acción de una persona.* De hecho, si tomamos
cualquier código civil moderno veremos que lo que cotidianamente de­
nominamos propiedad, se describe técnicamente con el nombre de do­
minio.4 Amén del derecho de usufructo, el dominio permite enajenar sin
limitación alguna el bien poseído, venderlo, arrendarlo, hipotecario.
Implica también el derecho de traspaso irrestricto a los herederos. Even­
tualmente, supone también el derecho de destrucción de la cosa.
La locatio es, en cambio, la cesión temporaria del usufructo, del dere­
cho de uso de una cosa, mediante un comrato que expresa un acuerdo
consensuado, oneroso y de duración limitada. Se trata, en síntesis, de la
facultad de arrendar o alquilar parcelas de tierra, inmuebles u otros bie­
nes materiales de envergadura. Esta cesión temporaria del derecho de
uso no implica, en ningún caso, presunción de propiedad alguna en
favor del locatario. El dom inium del locador no se ve de ninguna manera
afectado.
¿Por qué la enfiteusis resulta un derecho intermedio entre las catego­
rías de dom inium y locatio ? En primer lugar, porque recurre a una ficción
jurídica fenomenal, al dividir al dominio en dos realidades diferentes,

3 Conviene tener en cuenta que, en el contexto de la historia agraria antiguorregimental, el


término dominio suele emplearse según dos acepciones diferentes: para referirse a la
propiedad sobre las cosas materiales, y para designar a la porción de las tierras señoriales
que no han sido enajenadas o convertidas en tenencias campesinas a censo.
4 La propiedad o dominium, propia del derecho privado, se contraponía al imperium, las
prerrogativas del estado propias del derecho público.

*9
Capítulo 1. Señorío (í): la propiedad de la tierra

generando la ilusión de que un bien puede tener dos dueños al mismo


tiempo, aunque con diferentes derechos sobre la cosa. El dom inium queda
dividido, entonces, en dom inio útil y dom inio directo.5
Cuando un propietario entregaba un parcela de tierra en régimen de
enfiteusis, estaba cediendo a perpetuidad el derecho de usufructuar el
suelo, estaba cediendo a perpetuidad el dom in io útil. En consecuencia,
este derecho de uso así configurado se convertía en una propiedad p e r se,
que podía enajenarse y transmitirse libremente. ¿Cuál es entonces la di­
ferencia con el dom inium indiviso, con la propiedad plena de la tierra?
Pues que la enfiteusis suponía la existencia de un segundo dominio, el
dom inio d irecto , que el propietario original de la tierra se reservaba para sí.
Es este segundo dominio el que otorgaba a su propietario el derecho de
percibir cargas y rentas, anuales o periódicas, que implicaban el recono­
cimiento de que la persona que poseía a perpetuidad el dom inio útil n o
detentaba, sin embargo, un dom inium indiviso o absoluto sobre la tiejra.
En consecuencia, el antiguo propietario del inmueble o parcela ha
perdido para siempre el derecho de usufructo del bien en cuestión, pero
conserva el derecho de percibir cargas y rentas que recaen a perpetuidad
sobre el mismo. Queda entonces un solo expediente para que el propie­
tario original recupere el dom in io útil: la interrupción del pago de las
cargas por un tiempo medianamente prolongado (en el período moder­
no, el término convencional rondaba los 3 años). Sólo entonces el pro­
pietario del dom inio directo podía recobrar el dom inio útil , acabando con la
ficción del dominio dividido.
La situación es, cuanto menos, extraña. El propietario conserva una
fracción del dom inium , pero ya no puede disponer de su parcela o in­
mueble; el enfiteuta, por su parte, posee un derecho perpetuo de usu­
fructo, pero como carece de la otra fracción del dom inium , deberá pagar
cargas perpetuas para poder conservarlo.'
¿Cuál de estos dos com ponentes del dominio escindido se asemeja
más a nuestra concepción moderna de propiedad privada de la tierra?
La respuesta correcta señala en dirección del dom in io útil. La enfiteusis
clásica no debe asimilarse al arrendamiento o a ninguna otra forma de
lo catio. No se trata de un arrendamiento de largo plazo, en el cual el
propietario del d om in io d irecto funciona com o locador y el enfiteuta

* El termino dominio eminente, como sinónimo de dominio directo, resulta menos apropiado
en este contexto; resulta pertinente reservarlo para referirse a un atributo o potestad del
astado antes que a un derecho de las personas particulares.

lo
Primer«) Parte. F eu da lism o T ard Io

Norrio locatario. En la propiedad enfitéutica tradicional la cesión del


¿dominio útil era perpetua, por lo que se asemejaba notablemente a una
^propiedad estable y segura sobre la tierra. A menos de que se interpu­
siera el expediente extremo de la interrupción permanente del pago
de las cargas, el propietario del d om in io d irecto no tenía forma de recu­
perar el d om in io útil. Hacia finales dei Antiguo Régimen, de hecho, las
parcelas explotadas en régimen enfitéutico eran caracterizadas como
propiedades enajenadas, tan inaccesibles a sus propietarios directos
cómo los bienes efectivamente vendidos a terceros. Para entonces, hacía
ya muchos siglos que el enfiteuta no debía solicitar siquiera la autori­
zación del titular del dominio d irecto para vender o arrendar el dom in io
útil de una parcela. Bastaba con que el com prador del d o m in io útil
continuara cumpliendo con las cargas originales para que el contrato
enfitéutico continuara vigente. El enfiteuta podía también arrendar el
dom inio ú til , en una peculiar y eficaz com binación de la locatio con la
enfiteusis: el arrendatario pagaba, al mismo tiempo, un canon ai en­
fiteuta, y las cargas tradicionales al propietario del d om in io d irecto. Esta
triangulación, muy frecuente en la baja Edad Moderna, fue una de las
vías más habituales de penetración de la propiedad burguesa en el
campo europeo, en perjuicio de las propiedades campesina y nobilia­
ria.
La asimilación de la enfiteusis a una forma estable de propiedad sobre
la tierra se percibe, claramente, en los manuales de derecho feudal de
finales del A n den Régime. En su D iccionario de feu d o s y de derechos señ oriales
útiles y h on oríficos , publicado en 1788, Joseph Renauldon define las voces
“señor directo” y “señor útil”. Es precisamente éste último, el enfiteuta, a
quien el autor consideraba el verdadero propietario de la tierra. El señor
directo era considerado, en cambio, propietario de las cargas que grava­
ban la propiedad. Similar criterio se encuentra en el C atastro ordenado
por el marqués de la Ensenada, entre 1750 y 1756. En el caso de las
tenencias a censo, el encuestador consideraba como dueño de la tierra al
detentador del dominio útil. El propietario del dom inio directo sólo era
considerado como dueño del derecho a percibir determinadas rentas
perpetuas.
Ante quienes puedan considerar abusiva la asimilación de la propie­
dad enfitéutica a la propiedad plena de la tierra, a raíz de los tributos
perpetuos que gravaban la misma, resulta oportuno recordar que en el
derecho liberal burgués la propiedad privada se encuentra también limi­
tada por diversos factores. Entre ellos, se destacan la potestad impositiva
del estado, la facultad de expropiar bienes de los particulares, la inclu-

21
Capitulo 1. Señorío (i) la propiedad de la tierra

Jsj&n de penas pecuniarias en los estatutos criminales, y la reglamenta-


las prácticas sucesorias.
■^"^n síntesis, las siguientes características definen a la enfiteusis clásica:
• '•:Se trata de una ficción legal en tomo a la división del dom in iu m , que
" 'p e r m i t í a justificar la cesión perpetua del derecho de uso.
• Este dom inio útil devenía en sí mismo una forma de propiedad, una
mercancía que podía enajenarse en forma temporaria o permanente,
convertirse en garantía real de prestamos pecuniarios, o trasmitirse a
los herederos; todo ello sin que mediara el consentimiento del pro­
pietario del dom in io directo.
• Para gozar a perpetuidad del dom inio útil de una parcela, el enfiteuta
debía pagar anualmente un conjunto de cargas. Algunas de ellas te­
nían un peso económico secundario, aunque conservaban un enorme
valor simbólico, que contribuía a poner de manifiesto el carácter de­
pendiente de la propiedad en cuestión. Otras, en cambio, resultaban
gravosas en términos económicos, pero carecían del poder de simbo­
lizar el status inferior de una propiedad con dominio escindido.
• El enfiteuta debía también hacer frente a las tasas o derechos de mu­
tación, que a diferencia de las cargas anteriores no tenían una perio­
dicidad determinada ni debían pagarse todos los años. A causa de la
ficción legal que privaba al enfiteuta del dom inium indiviso, cada vez
que la parcela -e n rigor, el dom inio útil- cambiaba de manos, ya fuera
a causa de una compraventa o con motivo del traspaso a los herede­
ros, el titular del dom inio directo tenía derecho a la percepción de un
tributo, en ocasiones gravoso, y en casos extremos -com o en diversas
regiones de Inglaterra- explícitamente confiscatoño.6
• Los montos y porcentajes de las cargas enfitéuticas estaban fijados por
la costumbre. No podían ser modificados por los propietarios del
dominio directo. Ésta era una de las características más originales de
este peculiar mecanismo de acceso a la tierra.
• El titular del dom inio directo no podía recuperar el dom inio útil enajena­
do, a menos de que mediase un incumplimiento prolongado en el
pago de las cargas por parte del enfiteuta.
• En diversas regiones del Occidente europeo, el derecho de preferen­
cia era otra característica prototípica de la enfiteusis. En los casos de

0 Se trataba de una carga pesada aunque de carácter irregular, que podía resultar en extremo
beneficiosa para los titulares de los señoríos, si el mercado inmobiliario tenía un carácter
dinámico en la región.

22
P rim e ra Parie. F eu da lism o T ard ío

compraventa de la tenencia enfitéutica, si el propietario del dominio


directo -habitualmente el titular del señorío- igualaba la oferta de compra
más alta, tenía derecho a quedarse con la parcela, reconstituyendo su
dominio absoluto sobre la misma.7

Para que la enfiteusis pudiera generalizarse en el Occidente europeo,


se requería la abolición -a l menos la atenuación- de la servidumbre. La
dependencia personal no sólo limitaba la movilidad física de los siervos,
sino que también los privaba de la posibilidad de ser sujetos de derecho,
de poseer bienes inmuebles, de accionar en el mercado de tierras, de
adquirir compromiso alguno a través de documentos escritos. La servi­
dumbre de mano muerta impedía que los siervos pudieran ser propieta­
rios de iure del dominio útil. Al mismo tiempo, la arbitrariedad en el esta­
blecimiento de las cargas, otra de las características de la dependencia
servil, también conspiraba contra la difusión de la enfiteusis.
En las cartas de franquicia, que los señores franceses otorgan -e n la
mayoría de los casos venden- a las comunidades de campesinos depen­
dientes desde mediados del siglo XII, se percibe con claridad la transfor­
mación jurídica que hizo posible la generalización de la enfiteusis. Estos
documentos, impuestos de manera irremediable por el proceso de colo­
nización interna del Occidente europeo, liberaban a los campesinos de
las antiguas constricciones de la dependencia personal. Los señores reco­
nocían la abolición de la servidumbre de mano muerta, la fijación de las
cargas, el fin de la imposición arbitraria de los tributos y la plena libertad
para contraer matrimonio. Renunciaban también al derecho de disponer
del trabajo excedentario de la totalidad del grupo familiar campesino.
Lejos de limitar al fisco dominical -e n ocasiones los campesinos acepta­
ban pagar más para lograr la fijación de las cargas-, las cartas de franqui­
cia lo regularizaban, lo introducían en la costumbre, y al hacerlo, lo
legitimaban y consolidaban.
Cuando en la segunda mitad del siglo XII, los juristas del Mediodía
francés buscaron un término adecuado que diera cuenta de este nuevo
régimen de tenencias campesinas, derivado de la abolición de la servi­
dumbre, redescubrieron en los moldes del antiguo derecho romano la

7 Claro que en monarquías como la francesa, las normas legales obstaculizaron, por moti­
vos claramente fiscales, la posibilidad de que los señores reincorporaran a sus reservas las
parcelas recuperadas, sancionando estatutos que imponían una nueva cesión en régimen
de enfiteusis, con el objeto de mantener intacto el tamaño del censive (cfr. capítulo 8,
sección 4).
Capítulo 1. Señorío (I): la propiedad de la cierra

institución apropiada: la enfiteusis clásica. De hecho, las cartas de fran­


quicia habían comenzado a convertir a los campesinos en propietarios de
Jacto del dominio útil de sus parcelas, al establecer una disociación entre
el derecho a percibir cargas y el derecho de uso de las mismas. Por todo
ello, no resulta casual que las regiones de Francia en las que las cartas de
franquicia se dieron con mucha menor intensidad -e l Delfinado y Bor-
goña, en forma paradigmática-, fueran las únicas provincias en las que
resabios de la antigua servidumbre persistieron hasta a finales del siglo
XV1ÍI (para felicidad de la retórica emancipacionista de las asambleas
revolucionarias posteriores a 1789). Todavía en el Siglo de las Luces, los
siervos borgoñones sufrían las limitaciones del régimen de mano muerta,
que impedía el pleno funcionamiento del régimen enfitéutico: podían
abandonar sus parcelas libremente, pero al hacerlo perdían sus tierras y
sus bienes muebles, que quedaban en poder del titular del señorío.
En Inglaterra, la coyuntura de crecimiento demográfico, que llega a
su apogeo en la segunda mitad del siglo XIII, permitió que el surgimiento
de la enfiteusis coexistiera con el mantenimiento generalizado de la ser­
vidumbre. La pulverización de las tenencias campesinas, sumada al au­
mento de la presión por acceder a la tierra, permitió que los señores
ingleses toleraran el acceso al mercado de tierra de los tenentes de condi­
ción servil, conviniéndolos, de ja c to , en sujetos con capacidad para ad­
quirir compromisos legales, y en verdaderos propietarios del dominio
útil de sus tierras. La presión demográfica aseguraba, así, que los señores
dominicales ingleses tuvieran siempre en explotación sus parcelas de­
pendientes, al tiempo que el intenso intercambio inmobiliario incremen­
taba los ingresos derivados de la percepción de las tasas de mutación
(otro signo de que estamos ya en presencia de un nuevo régimen de
acceso a la tierra).

3- Las cargas y tributos derivados del señorío dominical

¿Cuáles eran las cargas que gravaban las tenencias campesinas bajo el
régimen de enfiteusis? A diferencia de las primitivas formas del señorío
dominical carolingio, o de los extensos latifundios típicos de la segunda
servidumbre en Europa Oriental, los señoríos solariegos occidentales
adquirieron, desde los siglos finales del Medioevo, una serie de caracte­
rísticas distintivas: la disminución del tamaño de la reserva, la significa­
tiva reducción del papel de las tenencias campesinas en la explotación
de las tierras del señor, y la casi plena desaparición de las prestaciones
gratuitas de trabajo o corveas

*4
Primera Parte. F eudalismo T akwo

l i r i a s generaciones de medievalistas han descripto el irremediable


Édceso de la corvea, y su conmutación por pagos pecuniarios a partir
páglo XIL En consecuencia, las prestaciones de trabajo forzado al
l e adél Elba fueron un rareza durante la modernidad temprana. En
Ijañá y Francia se limitaban a las provincias más arcaicas, donde ha-
§j|rrquedado reducidas a un pequeño número de jom adas al año.8 Lejos
""‘daban las cuantiosas prestaciones semanales, típicas de muchos se-
fríos carolingios.
^ Curiosamente, la corvea reaparece en Francia en pleno siglo XVIII, no
% como mecanismo de explotación de la fuerza laboral a nivel micro,
inó como parte de la política de obras públicas del estado centralizado,
^ p a rticu la r en relación con el trazado de una red vial y caminera (que,
i f 'posteriori, se convirtió en uno de los más importantes impulsos moder-
íüzadores legados por el estado absolutista al desarrollo del capitalismo
francés y de su mercado interno unificado). En la década de 1720, el
’gobierno central envió a los intendentes un edicto, en el que se detalla-
í&n los estándares de calidad que debían aplicarse al mantenimiento de
los caminos del país. Como la fuerza de trabajo requerida para el cum­
plimiento de la tarea estaba fuera del alcance de los intendentes, algunos
funcionarios interpretaron que el edicto decretaba, de Ja cto, el estableci­
miento de una nueva carga pública, una corvea real. El inventor del
Sistema fue Philibert Orry, intendente de Soissons, quien exigió a los
campesinos de su jurisdicción quince jornadas de trabajo gratuito al año.
A los asalariados no propietarios se les demandó tan sólo tres días de
prestaciones. Nobles, eclesiásticos y residentes urbanos quedaban exen­
tos de la prestación del servicio. La carga recaía sobre todos aquellos que
residían a menos de catorce kilómetros de la red vial que debía repararse.
Cuando diez años más tarde Orry devino Controller General del reino,9
extendió el sistema a todas las intendencias del país. La corvea real termi­
nó difundiéndose de tal forma, que Orry debió solicitar a los intendentes
que redujeran sus exigencias, puesto que la distracción de la fuerza de
trabajo campesina comenzaba a afectar en forma negativa el volumen del

8 Las tareas a cumplir se relacionaban, por otro lado, con el acarreo de leña, la limpieza de
los canales de irrigación, la ampliación de la red de caminos, o la reparación de la casa
solariega. Las corveas relacionadas con el acarreo de mercaderías, aún cuando en ocasio^
nes reducidas a una única jom ada anual, fueron las últimas en desaparecer, en tanto
implicaban un ahorro real para el fisco señorial.
9 El cargo que antes ocupara Colbert yjque luego ocuparían Turgot o Necker, equivalente a
una moderna secretarla de Hacienda 6 Finanzas.
Capitulo i . Señorío (I): \o propiedad de la tierra

producto agrario nacional, amenazando con provocar un incremento de


precios y una baja en la recaudación de los impuestos directos.
Si las corveas y las prestaciones de trabajo forzado no tenían ya un
papel relevante en la Alta Edad Moderna, ¿cuáles eran, entonces, los
mecanismos reales de extracción de la riqueza campesina en el feudalis­
mo tardío? ¿Cuáles eran los tributos señoriales que tenían que pagar los
campesinos que usufructuaban la tierra en régimen de enfiteusis? Las
cargas que gravaban las tenencias enfitéuticas se reducían a tres: los cen­
sos, las rentas propiamente dichas y las tasas de mutación.
Los censos se originaron en las ya mencionadas conmutaciones mo­
netarias de las prestaciones compulsivas de trabajo. Aunque pudieron
resultar gravosos en el origen, las cartas de franquicia los transformaron
en montos fijos e inamovibles, pagaderos en moneda. En consecuencia,
las inflaciones subsiguientes -com o las de los siglos XIII y X V I-, licuaron
el valor de los censos originarios, restándoles con el tiempo todo valor
económico real. Reducidos al status de cargas sim bólicas, perdida su
capacidad de funcionar com o un mecanismo real de extracción del
excedente campesino, a partir del Medioevo tardío los censos se con ­
virtieron meramente en un m ecanism o recognitivo del carácter de­
pendiente de la tenencia enfitéutica, y en un recordatorio del vasalla­
je que ligaba a los tenentes con el titular del señorío. El pago anual de
los censos simbolizaba de manera perenne la ficción legal que privaba
al productor directo de la propiedad plena del dom inium , la ficción
que lo convertía tan sólo en propietario del dom inio útil. De aquí se
desprende el calificativo de censivas atribuido a las tenencias enfitéu­
ticas, al igual que el nombre de censatario otorgado al campesino que
las usufructuaba.
Pronto debieron crearse nuevas cargas que, lejos de funcionar me­
ramente como recognitivas del señorío dominical, extrajeran un porcen
taje relevante del excedente campesino y funcionaran como una efectiva
renta de la tierra, relevando a ios antiguos censos devaluados. Este rol 1(
cupo a las rentas propiamente dichas. Se trataba de pagos anuales, cuyoí
montos también se hallaban estrictamente fijados por la costumbre. Perc
a diferencia de los censos, no se pagaban en moneda sino en especie.
Aunque en ocasiones una parte de las rentas debían cubrirse en metáli­
co, el porcentaje mayoritario era casi siempre un porcentaje fijo que re­
caía sobre el producto total de la explotación campesina. Las rentas no
implicaban reconocimiento alguno de señorío, vasallaje o dominio directo.
Cabe aclarar, de todas formas, que no resultaba infrecuente que estos dos
grupos de cargas señoriales conformaran, en la práctica, una categoría

26
P r i m e r a P a r ie F eu d a lism o T a w h o

is rentas y censos, aún cuando cumplían, en teoría, funciones


Inte diferentes.10
-rancia, la más difundida de las rentas señoriales era el champart.u
fisiones, el champart podía resultar una carga en extremo pesada,
Síarmente en las provincias septentrionales, en las que el pago del
¡o 'eclesiástico resultaba menos gravoso. Una cifra promedio, que no
g o c e m o s perder de vista las enormes variaciones regionales propias
^ntíguo Régimen, rondaba en torno a la onceava parte de la cosecha
ff5 (el 9%). En Saboya podía alcanzar el 12 %. En la región de Toulo-
*el 15%. En la Baja Auvernia, el 20%. Excepcionalmente, como en
regiones del bas-Limousin, podía trepar al25 %. Igual de pesada
t(Jía resultar en Bretaña, en Borgoña, en Anjou, en Auxois o en Cham-
gna Los campesinos franceses solían comparar a esta renta con el diez-
cM^que también era un porcentaje fijo del producto agrícola pagadero en
^IpeCie. El champart era, de hecho, un verdadero diezmo señorial, aun-
e'sin la legitimidad ideológica que rodeaba a la verdadera renta ecle-
ica. De hecho, no debe extrañamos que, para los campesinos borgo-
nes, el champart fuera “el diezmo del diablo”.
^ junto con los censos y las rentas, la tercera carga que gravaba a las
tenencias enfitéuticas eran las tasas de mutación. Ya hemos dicho que se
trataba de un tributo que el señor dominical percibía cada vez que la
parcela cambiaba de manos. Tras el retroceso de la servidumbre, los se­
ñores pudieron aprovecharse económicamente del anhelo campesino por
disponer libremente de sus tierras. En el caso de muerte del titular, la
tasa de mutación debía pagarla el heredero. En el caso de las compraven­
tas, el tributo corría por cuenta del comprador. La tasa de mutación reci­
bía el nombre de lods et vents en Francia, de laudemio en España y de entry
fines -la más conocida de las cuales eran los heriots- en Inglaterra. Como
todas las otras cargas derivadas del señorío dominical, las tasas de muta­
ción eran un porcentaje fijo sobre el precio de venta o el valor de la
propiedad heredada. En muchas regiones de Francia, el valor consuetu­
dinario alcanzaba la treceava parte (aproximadamente el 8% ) del valor
de la propiedad en cuestión. Aunque en algunas regiones, los historia­
dores han hallado valores cercanos al 15%. A pesar de que se pagaban en
moneda, las tasas de mutación no perdían relevancia económica para los

10 Esta misma diferenciación conceptual es la que nos impulsa a tratadas como categorías
analíticas separadas.
11 Aunque champart era un término ampliamente generalizado, esta renta recibía nombres
diferentes según cada región o provincia.
Capitulo 1. Señorío.(1): la propiedad de la tierra

propietarios del dominio directo, porque no se trataba de un monto fijo


sino de un porcentaje del valor de la propiedad, actualizado por la diná­
mica misma del mercado de tierras. Aunque estas tasas eran, con mucho ^
el tributo más pesado de los derivados del señorío dominical, su carácter
esporádico reducía su incidencia sobre las economías campesinas. La
posibilidad de manipulación de este tributo era, por otra parte, la única
vía que la consolidación de la enfiteusis dejó abierta a los señores para
intentar reconstruir el dominio absoluto sobre las parcelas enajenadas.
La posibilidad de operar sobre las tasas de mutación marcó, de hecho,
una importante diferencia entre Francia e Inglaterra, que tendría impor­
tantes consecuencias para el proceso de expropiación del campesinado
en ambos países.
En el feudalismo tardío, en síntesis, las rentas y las tasas de mutación
funcionaron, conjuntamente, como un efectivo mecanismo de extrac­
ción de una parte del excedente campesino en beneficio de la nobleza
feudal. Los antiguos censos, vaciados ya de toda relevancia económica
real, simbolizaban el carácter dependiente de las tenencias enfitéuticas
inmersas en un señorío solariego. Durante la modernidad temprana, las
arcaicas expresiones señoriales de la renta en trabajo perdieron casi toda
relevancia en el Occidente europeo. El componente dinerario de la renta
señorial subsistió, aunque a menudo limitado a las cargas de alto valor
simbólico -lo s censos-, o a cargas onerosas pero esporádicas -las tasas de
mutación.12 La renta en especie, finalmente, cumplió un papel destacado
hasta finales del Anden Régime: tributos como el champart permitían des­
viar hacia los graneros señoriales cerca de un 10% del producto agrario
de las tenencias campesinas.13

4- El dominio o la reserva señorial

Al comenzar el apartado anterior señalamos que el señorío dominical


se hallaba constituido por dos secciones claramente diferenciadas desde
el punto de vista analítico: las tenencias a censo y la reserva señorial.

12 Como nos estamos aquí limitando a los tributos señoriales, dejamos expresamente de
lado al impuesto estatal, que también se pagaba en dinero (cfr. capítulo 4).
M Ello sin contar con otras cargas que también se pagaban en especie, como el diezmo
eclesiástico (que aunque fuertemente identificada con el sistema feudal, no se derivaba
estrictamente del señorío dominical). O con el hecho de que en muchas provincias arcai­
cas, como la Auvemia, ios arrendamientos de tipo moderno comenzaron a pagarse en dinero
recién en el siglo XVIII. En las regiones del sur y del este de Francia, con predominio del régimen
de aparcería, los pagos en especie también resultaban, obviamente, hegemónicos.

¿8
P r i m e r a P a n e . F lu d a lism o T ardío

j|$t reserva estaba constituida por las tierras del señorío sobre las cua-
' W señor poseía un dominio absoluto e indiviso,14 sobre las cuales
fpnía del dominio útil tanto como del directo. En definitiva, eran las
feas tierras de las cuales el señor podía considerarse propietario en el
| a 0 moderno del término. Y mientras no volviera a enajenarlas, en­
losando con ellas el censive o creando feudos nobles, podría disponer
tremente de las mismas.
f La reserva sufre, entre la alta Edad Media y la modernidad temprana,
¡ o s procesos esenciales de transformación. El primero de ellos fue una

[rustica reducción de su tamaño, particularmente importante entre los


fíglos^lX y XII. La irrisoria extensión de muchas reservas señoriales anti-
guorregimentales contrasta, dramáticamente, con el tamaño gigantesco
C[\xe podían alcanzar los campos dominicales carolingios, o las reservas
polacas durante la segunda servidumbre. En el Domesday Bookt de hecho,
no existen manors sin reserva.15 Las donaciones pías, los repartos suceso­
rios y la subinfeudación, son algunos de los factores que permiten expli­
car esta peculiar evolución del patrimonio señorial. De todas formas,
hasta finales de la Edad Media ningún señorío -m enos aún los eclesiás­
ticos- se desprendieron por completo de la reserva y de su gestión directa.
El segundo proceso de transformación, que afectó a la reserva señorial
durante la Baja Edad Media fue el paulatino abandono de la explotación
directa. Aunque en la época carolingia el latifundio esclavista parece
haber subsistido en algunas áreas germanas (en las que la reserva señoriar
era trabajada por un pequeño equipo de esclavos domésticos), lo propio
del régimen dominical clásico eran las prestaciones forzadas de trabajo,
por lo que los mansos campesinos se hallaban indisolublemente asocia­
dos a la explotación de la reserva. Pero aún antes del retroceso generali­
zado de la servidumbre, el sistema de corvea dio paso a la explotación de
los dominios señoriales a partir del empleo de mano de obra asalariada.
En muchas regiones de Francia e Inglaterra, el mecanismo estaba amplia­

14 Para evitar confusiones entre las dos acepciones de la palabra dominio empleadas en este
capítulo -com o sinónimo de propiedad sobre los bienes materiales y como uno de los
componentes del señorío dom inical- emplearemos preferentemente el término reserva
señorial cada vez que debamos hacer referencia a las tierras dominicales no enejenadas, a
aquella porción de la propiedad señorial que no ha sido convertida en tenencia enfitéutica.
Ello aún cuando el término reserva señorial puede resultar ligeramente anacrónico para los
siglos de la modernidad temprana, espacio temporal en el cual se centra el presente libro.
15 Por el contrario, en el catastro normando es posible detectar señoríos que carecían por
completo de tenencias campesinas, conformados exclusivamente por la reserva dominical.

29
Capítulo 1. Señorío (1): la propiedad de la tierra

mente generalizado para la segunda mitad del siglo XIII. Por último, la
explotación directa de la reserva con mano de obra asalariada cedió paso,
a su vez, al arrendamiento de la totalidad o de una porción del dominio
señorial. Esta recuperación de la antigua locatio, que señaló una tenden­
cia irreversible hacia el abandono de la gestión directa de la propiedad
señorial, se percibe en torno a Paris ya para comienzos del siglo XIV
Interrumpida por la crisis sistémica y los estragos materiales provocados
por la Guerra de los Cien Años, la tendencia resurge con gran intensidad
desde mediados del siglo XV. Curiosamente, la escasa duración del pe­
ríodo estipulado en estos contratos tempranos revela, por parte de los
señores, un claro temor a perder por un tiempo demasiado prolongado
la posibilidad de recuperar la gestión directa de la reserva. Sin embargo,
los barones feudales pronto comprendieron que la locatio podía funcio­
nar también como un eficaz mecanismo de extracción de la renta del
suelo. El arrendamiento contaba, además, con una ventaja adicional: la
posibilidad de recuperar el dominio útil de la tierra, una vez cumplidos
los plazos contractuales.16 Permitía también, a diferencia de las cargas
fijas impuestas por el régimen enfitéutico, la posibilidad de renegociar
los cánones tras la finalización de cada contrato. De allí en más el arren­
damiento será, hasta finales del Antiguo Régimen, la forma preponde­
rante de explotación de la reserva señorial en el Occidente europeo. En
ocasiones, los señores llegaron a arrendar la gestión total del dominio,
incluyendo la percepción de las cargas derivadas del ejercicio de la juris­
dicción. La gestión directa, por su parte, devino una absoluta rareza.

5- Un estudio de caso: el señorío de Valdepusa en el siglo XV


El análisis del proceso de creación de un señorío castellano en el
Medioevo tardío nos permitirá ejemplificar, a partir de un estudio de
caso, el funcionamiento y la interacción de los diferentes elementos que
conformaban el señorío pleno en la fase final de la transición hacia el
capitalismo, en particular el componente dominical y las formas de la
propiedad territorial.

16 En el período moderno, los plazos más frecuentes de duración de los contratos de


arrendamiento oscilaban entre los 9 y los 12 años. La difusión del sistema trienal imponía,
por lo general, que el número de años estipulado fuera múltiplo de tres. La rotación por
tercios demandaba el abandono progresivo del viejo arrendamiento y la ocupación paula­
tina del nuevo.

30
Primera Paue. F eu da lism o T ard ío

El-señorío de Valdepusa fue creado a mediados del siglo XIV por


jlgtvilegio de Pedro 1. Su primer titular se benefició con un extenso terri-
que abarcaba desde la orilla izquierda del Tajo hasta las estribado-
lies de los montes de Toledo. Estamos, pues, en eí corazón de la meseta
Castellana.
Aún cuando dejamos el desarrollo del componente jurisdiccional del
s e ñ o r ío para el próximo capítulo, digamos aquí que Valdepusa nace con
¿odas las atribuciones que caracterizaban la seigneurie banale en el Occi­
dente medieval: la concesión de inmunidad perpetua con carácter here­
ditario (que facultaba a los nuevos señores para administrar la justicia
civil y militar), el derecho a designar los alcaldes, alguaciles y demás
oficios concejiles, y el derecho de percibir determinadas cargas derivadas
del ejercicio de la jurisdicción.
; Pero son los aspectos relacionados con la seigneurie jonciére o señorío
solariego, los que más nos interesan en el presente capítulo. Desde esta
perspectiva, y a diferencia de la mayor parte de los nuevos señoríos juris­
diccionales que serán creados ex nihilo en la España moderna, Valdepusa
fue también, desde sus orígenes, un extenso latifundio, un importante
señorío dominical en manos de sus flamantes titulares. Ello se debía a
que, aún cuando la comarca estaba ya poblada en el momento de crea­
ción del nuevo señorío, el número de habitantes era relativamente esca­
so. En síntesis, la delicada situación demográfica provocada por la crisis
estructural del feudalismo concedía a los nuevos señores la posibilidad
de usufructuar una enorme reserva señorial, amén de los poderes públi­
cos que siempre conllevaba un señorío jurisdiccional.
El episodio que más nos interesa ocurre en 1457, cuando con el ini­
cio de la recuperación de la crisis secular, los pobladores de la comuni­
dad de El Pozuelo solicitaron al mariscal Paio de Ribera, por entonces
titular de Valdepusa, la ampliación del término y de las explotaciones
individuales que los habitantes de la aldea usufructuaban:
“mis Bassallos me han fecho Relazion que ellos tienen mucha estrechura de
tierras de Pan llevar para labranzas (...) e me pidieron por merzed que yo les
diese lizenzia para que pudiessen rozar montees en mi tierra para azer
ttierras de pan llevar e que las tales tierras fuesen de los que así las rozasen
pagando a mi el terrazgo del Pan que en las tales tierras se cogiese según se
acostumbre en las otras tierras del ttermino del dicho lugar”. 17

17 La grafía y sintaxis originales han sido ligeramente modificadas para facilitar la compren­
sión del documento a los lectores modernos.

3*
Capitulo I. Señorío (1): la propiedad de la tierra

. En pocas palabras, lo que los habitantes de la aldea solicitaban al


señor feudal era la ampliación de sus tenencias enfitéuticas (“que las
tales tierras fuesen de los que así las rozasen pagando a mi el terrazgo del
Pan”) a costa de las amplias extensiones deshabitadas que constituían la
reserva señorial, las tierras que, en el sentido estricto del término, confor­
maban la propiedad inmobiliaria de los titulares del señorío. Si el señor
accedía, estaría cediendo a perpetuidad el dominio útil de las nuevas
parcelas; pero conservaría el dominio directo sobre las mismas, lo que de
allí en más le permitiría percibir las cargas que los tenentes enfitéuticos
tendrían que tributar anualmente. Se trataba, en definitiva, de aumentar
el censive en perjuicio de la reserva.
El señor accedió de inmediato al pedido de sus vasallos. La estructura
tributaria del régimen feudal requería la presencia del mayor número
posible de habitantes en los dominios y jurisdicciones de los grandes
magnates territoriales. La reducción de la reserva resultaba una medida
menos perjudicial que el mantenimiento de un enorme dominio seño­
rial completamente vacío de tributarios (lo que no quita que, en regiones
económicamente más desarrolladas del continente, los señores prefirie­
ran recurrir al arrendamiento, que a diferencia de las tenencias a censo
no enajenaba en forma permanente la reserva señorial).
La carta p u ebla de 1457 nos permite percibir, entonces, el nacimiento
de un nuevo conjunto de tenencias enfitéuticas, y la puesta en marcha
de la ficción jurídica del dom inium dividido:
“E que todas las tierras que ansi rozaren e abrieren e izieren tierras para pan
llevar en los límites suso dichos -dice el señor de Valdepusa al acceder a la
solicitud- que sean de aquel o aquellos que asi las (...) abrieren o rozaren, de sus
herederos e subzesores después de ellos p ara siempre jam ás con las condiciones que
se siguenV 6

La cesión perpetua del dominio útil^-“que sean de sus herederos para


siempre jam ás’- demandaba determinadas contraprestaciones - “con las
condiciones que se siguen”- derivadas de la conservación de “la directa”
en manos del señor. Esencialmente, el señor demandaba el pago de una
renta anual en especie: “den e paguen a mi e a mis erederos (...) el dicho
terrazgo acostumbrado (...) a saber una fanega de pan de cada d o ceV 9 El
tributo exigido era, pues, de un 8 % sobre la cosecha bruta, un monto

La bastardilla es mía.
iy La fanega equivalía a 55 litros y medio aproximadamente.

3*
Primera Parte. F eu d a lism o T ard ío

gfw^rferado, aunque no irrelevante en términos económ icos- que coinci-


gi||&n::las rentas promedio que podían exigir los señores en muchas
Iféó n es del norte de Francia.
p $y ¿ró' 1a¡ enfiteusis implicaba también que el dominio útil cedido a
M ^etuidad a los productores directos se convertía en sí mismo en una
PPiraL de propiedad, que los campesinos podrían de allí en más enajenar
| l m ~ libertad: “e las puedan dar, e vender, e trocar, e cambiar, e
p l e r i a

jláipeñar e enajenar”. Los señores de Valdepusa imponían una sola con-


léfcfóh: las nuevas tenencias a censo -e n rigor, el derecho de uso sobre las
^fernas- no podían ser vendidas o arrendadas a miembros de los esta­
mentos privilegiados -n obles o eclesiásticos-, ni a plebeyos que no fue­
ran vecinos de la comunidad. Evidentemente, los señores temían que sus
facultades como barones jurisdiccionales -la otra cara del señorío pleno-
podrían verse menguadas si sus tenentes fueran pobladores de otros se­
ñoríos vecinos, o pertenecieran a los grupos de poder de la sociedad
feudal - “hombres poderosos”, sentencia claramente el documento.
El documento no hace mención explícita a ninguna tasa de mutación
en caso de futuras compraventas o transmisiones hereditarias. Deseoso
de acrecentar el número de vasallos dentro de su jurisdicción, el señor
de Valdepusa pasaba entonces por alto la obligación del pago del laude-
riiio, aligerando el peso de las cargas de origen dominical que de allí en
más recaerían sobre las flamantes tenencias. Como parte de la misma
política de reconstrucción del sistema productivo, el señor cedía la pro­
piedad plena sobre las casas y huertos que pudieran edificarse en las
nuevas tierras:
“puedan edificar casas, e plantar biñas, guertos e guertas (...); e que lo que
azi plantaren e edificaren sea suyo (...) sin pagar por ello tributo alguno (...). E lo
puedan dar e bender e trocar e cambiar asi como cosa suya”.20
En pocas palabras, sobre el suelo de los edificios y terrenos inmedia­
tamente contiguos, los tenentes poseerían el dominium absoluto -e l domi­
nio útil tanto como el directo. Ni las viviendas ni los huertos deberían
entonces pagar tributo alguno al señor. Queda claro que esta generosa
concesión no corría para las tierras cultivables, cuyo dominio directo se
reservaba el señor.

20 La bastardilla es mía.
Capítulo 1. Señorío (I): la propiedad de la tierra

6- En los intersticios del espacio señorializado: la propiedad


alodial
Resulta imposible referirse al señorío clásico sin hacer m ención al
complejo problema de la propiedad alodial. El alodio se transforma en
una noción ambigua, precisamente a raíz de la generalización del seño­
río jurisdiccional. Antes de la atomización del poder público de matriz
estatal, el alodio era técnicamente un dominium absoluto, una pequeña o
mediana explotación que no se originaba en una cesión del derecho de
uso por parte de un gran propietario, una propiedad que no se hallaba
inmersa en el seno de un señorío dominical. En otros términos, mientras
que el señorío dominical era una gran propiedad, la explotación alodial
era, por lo general, una pequeña o mediana propiedad. Las diferencias
entre ambas eran sólo de grado. De hecho, hasta la generalización del
señorío de ban, el alodio se diferenciaba claramente de la tenencia de­
pendiente, del campesino que trabajaba una parcela otorgada por algún
latifundista a cambio del pago de ciertas cargas. Las obligaciones de ín­
dole fiscal de los propietarios alodiales se reducían, tan sólo, a las per­
cepciones o servicios exigidos por el estado y por la Iglesia.
Pero el sentido de la propiedad alodial sufrirá una dramática trans­
formación con la generalización del señorío jurisdiccional. Cuando los
grandes señores dominicales devengan portadores del poder de bando,
englobarán en sus nuevas jurisdicciones a muchos de los alodios que
antes quedaban fuera de los límites de sus grandes propiedades territo­
riales. Muchos campesinos libres^debieron comenzar a cumplir con car­
gas que no se originaban en la propiedad de la tierra, sino en la atomiza­
ción del poder político. Los monopolios señoriales derivados de la po­
testad jurisdiccional constituyen el más claro ejemplo del proceso que
estamos describiendo (al mismo tiempo, configuraron una eficaz amplia­
ción de los mecanismos de traspaso del excedente campesino en benefi­
cio de la gran propiedad).
A partir de la generalización del señorío jurisdiccional, los verdade­
ros alodios pasaron a ser aquellas propiedades que quedaban fuera tanto
de un señorío dominical como de un señorío jurisdiccional, es decir,
fincas que quedaban bajo la directa jurisdicción de la corona. ¿Era fre­
cuente esta tipo de propiedad alodial? ¿O estamos en presencia de otra
construcción teórica de ios historiadores del feudalismo?
En los reinos ibéricos resulta incontrastable la existencia del alo­
dio, en el sentido pleno del término. Hasta el último cuarto del siglo
XIV, la señorialización del territorio peninsular fue muy lenta e in-

34
Primera Parte. F eu d a lism o T ard Io

^ p íp leta. Regiones y pueblos enteros quedaron bajo jurisdicción di-


0 c t á de los monarcas peninsulares. Sin embargo, el realengo verá
E lu c id a s sus dim ensiones a raíz de dos dramáticas fases de creación
A sertorios jurisdiccionales. La primera de ellas recibió el decidido
Impulso de los primeros monarcas Trastámara. Los agudos problemas
^ le g itim id a d de la nueva dinastía, a partir de las peculiares condi­
ciones en las que toma el poder, obligaron a la creación de nuevas
fecíes clientelares y a la construcción de nuevos vínculos vasalláticos.
En consecuencia, una nobleza nueva surgió sobre la base del sacrifi­
cio del realengo, a partir de la invención de nuevos y extensos seño­
ríos jurisdiccionales.
* La segunda fase de retroceso del realengo se inició con los Austrias y
continuó durante todo el siglo XVII. Las dramáticas necesidades fiscales
dé la corona obligaron al erario a obtener recursos a partir de la venta de
pueblos enteros, cuyos habitantes se transformaban entonces, súbitamente,
eñ vasallos de un señor jurisdiccional. Muchos de estos dominios, sin
embargo, fueron creados sobre territorios densamente poblados, en los
que la propiedad de la tierra se hallaba plenamente consolidada, por lo
que en ocasiones se trataba de señoríos en los que el componente juris­
diccional superaba ampliamente en importancia al componente domini­
cal. Con todo, hacia mediados del siglo XV111 la mitad del territorio espa­
ñol todavía continuaba siendo de realengo, lo que constituye un hecho
destacado en relación con la evolución del feudalismo en otras regiones
del continente.
El caso francés se ubica en una situación intermedia, entre los casos
inglés y español. En primer lugar, debemos tener en cuenta la necesaria
división entre el norte y el sur del hexágono, con sus marcadas diferen­
cias jurídicas, étnicas, culturales y lingüísticas.21 En el norte de Francia,
la generalizada señorialización del espacio dejó escasos márgenes para la
supervivencia del alodio (alleu). El célebre adagio -ninguna tierra sin se-
ñor- expresa en forma acabada esta realidad, que no sólo afectaba a las
propiedades libres no nobles, sino también a los señoríos mismos. En
efecto, el retroceso del alodio en el norte de Francia no se explica tan
sólo por la rápida difusión del señorío de ban, sino también por la gene­
ralización de la práctica de la subinfeudación, que provocó que muchos

21 La divisoria convencional, entre el norte y el sur del territorio francés pre-revolucionario,


atraviesa una linea imaginarla que se extiende desde Ginebera hasta el puerto normando de
Saint Malo.
Capítulo l Señorío (1); la propiedad de la tierra

señoríos jurisdiccionales no tuvieran su origen en una concesión de la


monarquía, sino en la cesión de un beneficio vasallático. Los especialis­
tas estiman que, en la Edad Moderna, sólo uno de cada diez señoríos del
norte podían considerarse como alodios, es decir, propiedades que no
reconocían otra instancia superior que el estado mismo. En el 90% res­
tante se incluyen tos señoríos que debían considerarse técnicamente como
feudos (fíe/s), en ocasiones de origen inmemorial, en teoría usufructua­
dos a partir de la fidelidad y homenaje rendidos a un superior en la
jerarquía feudal.
En el Mediodía francés, en cambio, la propiedad alodial logró subsis­
tir hasta la disolución final del feudalismo. Nuevamente un adagio -
•»ningún señ or sin títu lo - resume la cuestión con justeza. Desde un punto de
vista antropológico, la más intensa romanización del sur de la Galia y .la
mayor penetración del derecho escrito, permiten en gran parte explicar
estas marcadas diferencias entre el norte y el sur del territorio francés. Si
tomamos como ejemplo la baja Auvernia, una región jurídicamente in­
mersa en las tradiciones del Midi francés, un 30% de las propiedades
eran reconocidas como alodios a mediados del siglo XVIII. El número de
estas pequeñas o medianas explotaciones, que no estaban inmersas en
señorío alguno, podían alcanzar cifras mayores en algunas aldeas parti­
culares. Así, en la comunidad de Manson, los 57 alodios que no debían
cargas de ningún tipo al señor contrastaban con las 24 tenencias a censo
de la aldea. En Lempdes, la proporción era 29 a 25 en beneficio de las
propiedades libres. En Matza, 41 eran las parcelas censuales y 39 los
alodios. Los juristas del absolutismo intentaron hacer desaparecer el alo­
dio. En un edicto de agosto de 1692 Luis XIV se consideró como señor
soberano de todos los alodios del reino, pero la medida, que al menos en
el ámbito del discurso jurídico señorializaba la totalidad del espacio fran­
cés, parece haber tenido escasos efectos prácticos.
Las peculiaridades del caso inglés demandan un planteo diferente.
Los alodios, en el sentido de dom inium absoluto, parecen haber sido abun­
dantes en la Inglaterra anglosajona. Pero la invasión del 1066 alteró radi­
calmente las formas de propiedad hasta entonces existentes. Por un lado,
los conquistadores no eliminaron por completo la supervivencia de los
jreeh o ld s ni de los so kem en t los propietarios libres que no debían realizar
prestaciones regulares de trabajo en la reserva señorial. Pero al mismo
tiempo, el D om esday Book de 1086 extendió la red de m anors sobre la
. totalidad del territorio inglés, por lo que ninguna propiedad -lib re o
dependiente- quedaba jurídicamente fuera de ios límites de algún seño­
río. Desde el punto de vista estrictamente jurisdiccional, entonces, el

16
P r i m e r a P a r te . F eu d a lism o T a r d ío

derecho normando abolió la posibilidad misma de existencia de la pro­


piedad alodial, reconociendo tan sólo la existencia de propietarios de­
pendientes. Desde la perspectiva de la propiedad de la tierra, en cambio,
el mismo Domesday Book reconoció la existencia de los propietarios li­
bres, a los que diferenció claramente de los siervos (viílains, bordiers o col-
tiers). A ello debemos sumarle otros dos factores que permitirían relativi-
zar los alcances de la supresión jurídica del alodio impuesta por el catas­
tro de 1086: en primer lugar, el hecho de que la potestad judicial de los
tribunales señoriales sólo alcanzara a los hombres de condición servil
dentro del m anor; y en segundo lugar, el hecho de que en Inglaterra
nunca existiera un señorío jurisdiccional propiamente dicho, con los
alcances que en la misma época lasseigneurie banale tenía en el continente.
Capítulo 1. Señorío (l): la propiedad de la tierra

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Capítulo 2
El señorío (II): el poder sobre los
hombres

1- El señor de vasallos
En el feudalismo clásico, los señores no eran tan sólo grandes pro­
pietarios. Eran también señores de vasallos. Sin este componente ju ­
risdiccional o banal, el señorío no sería sino un mero latifundio, el
señor no sería sino un mero terrateniente. No significa ello que el
señor dominical, como todo gran propietario inmerso en un escena­
rio ruralizado y en un mundo de relaciones sociales arcaicas, carecie­
ra de mecanism os reales de dom inación sobre los habitantes de su
dom inio.22 Pero el alto señorío o señorío jurisdiccional implicaba fa­
cultades y legitimidades que trascendían el imperio d e fa c to sobre los
habitantes de un espacio vital autocontenido.
¿Cómo definir al segundo componente esencial del .señorío pleno? La
seigneurie banale consistía en una cesión de prerrogativas propias de la
esfera del estado, en tanto depositario supremo de los mecanismos de
dominación política, en manos de un sujeto particular -individual o
colectivo. Este traspaso implicaba una subrogación del rey por el señor,
por lo que el señorío jurisdiccional indefectiblemente incidía sobre el
vínculo general de súbdito propio de un estado con base en el derecho
público. El señorío banal era, entonces, una nueva relación social de
dominación, una instancia interpuesta entre el estado y los habitantes
del territorio. Por ello, los detentadores privados de la potestad jurisdic­

22 Algunos especialistas han recurrido al concepto de “señorío doméstico”, para señalar un


matiz respecto del mero “señorío dominical", y para establecer una clara diferencia respec­
to de los más formales mecanismos de dominación del “señorío jurisdiccional”.
Capítulo 2. Señorío (11): el poder de los hombres

cional eran denominados señores de vasallos, término que resultaba im­


procedente aplicar a los meros terratenientes o señores dominicales.23
En la Edad Moderna, el elemento jurisdiccional pasó a convertirse en
sinónimo mismo de señorío. El componente dominical o solariego se
daba por sentado, como en Francia, o bien se consideraba irrelevante
para la configuración de un señorío, como en España. Conceptualmen­
te, de hecho, podía concebirse un señorío meramente jurisdiccional,
con escasa o nula base territorial. La situación inversa, por el contrario,
no era ya imaginable: ningún letrado hubiera calificado como señorío a
una gran propiedad cuyo titular careciera de poderes públicos. Durante
el feudalismo tardío, el señorío era siempre jurisdiccional; con frecuen­
cia, también podía ser dominical. Por ello, en su Traité des seigneuries (ed.
1610), el jurista Charles Loyseau proporcionaba la siguiente definición:
“la seigneurie, ou terre seigneuriale, est celle qui este douée de seigneurie publique,
c'est-à-dire de puissance publique en propriété”.24 Es de hacer notar que, tal
como ocurría con el dominio útil y con el dominio directo en la esfera
territorial, la jurisdicción se había transformado en sí misma en un dere­
cho de propiedad.
Diversas escuelas historiográficas han intentado rastrear el origen de
este peculiar proceso de atomización del poder político que, fuera de
Europa, sólo parece haber encontrado equivalente en el feudalismo ja ­
ponés. La vieja escuela institucionalista sostuvo que es posible detectar,
en la fase final de los reinos romano-germánicos, el surgimiento de vín­
culos privados de protección que se superponían sobre el vínculo de
tipo público que unía a los súbditos con el monarca. En estos casos, aun
cuando los poderes públicos sobrevivían, se convertían crecientemente
en cáscaras vacías: las relaciones sociales realmente existentes se impo­
nían sobre las estructuras estatales, cada vez más artificiales. La precarie­
dad de las instituciones públicas establecía, así, una innegable distancia
entre los discursos jurídicos y las prácticas políticas. Charles Seignobos y
Claudio Sánchez Albornoz pueden considerarse como expresiones pro-
totípicas de esta perspectiva historiográfica. En la donación testamentaria
del conde Eccard a Fleury (8 4 0 ), que Seignobos analiza en Le régime
féod al en Bourgogne jusquen 1360 (Paris, 1882), los vasallos del magnate

23 En esta expresión, el término “vasallo’” debe ser entendido como equivalente de “súbdi­
to”, antes que como expresión de un vínculo feudovasallático formal y ritualizado.
24 UE1 señorío, o tierra señorial, es aquella dotada de señorío público, es decir de poder
público en propiedad”.
Primera Parte. F eu d a lism o T a ^

aparecerían ya conformando con su líder una pequeña sociedad de Cipo


feudal más allá del marco de las instituciones legales vigentes. Para este
cultor de la vieja escuela institucionalista, todas las alusiones al rey reali­
zadas a partir de la segunda mitad del siglo IX debían considerarse como
un mero espejismo. Igual perspectiva invade En torno a los orígenes del
feu d a lism o , de Claudio Sánchez Albornoz (Mendoza, 1941). En el inicio
del primer tomo, dedicado a las raíces del vasallaje y del beneficio hispa­
nos, el historiador español -afirmaba que no era imposible “probar la
existencia en la época goda de gentes ligadas al rey por vínculos de fide-
lidad, distintos de los que unían con el príncipe al común de sus súbdi­
tos”. Al final del libro, Sánchez Albornoz reafirmaba la tesis que recorre
toda la obra: “acaso sin la invasión árabe, o si ésta se hubiese retrasado o
hubiera sido rechazada, el siglo VIII hispano hubiese presenciado, como
las Galias poco después, el triunfo de una monarquía afirmada en el
vasallaje”. Según Sánchez Albornoz, entonces, en la monarquía visigoda
la formación de una jurisdicción señorial superpuesta sobre la esfera del
poder público, habría comenzado antes aún que en el reino franco.
A diferencia de esta perspectiva, Georges Duby ha remarcado la filia­
ción entre los poderes públicos -real primero, condal después- y el se­
ñorío jurisdiccional de los siglos XI y XII, buscando trazar un puente
entre los órdenes carolingio y feudal. De acuerdo con la rehabilitación
de los poderes condales del siglo X, llevada a cabo por Jan Dhondt en Iju
naissance des principautés territoriales (Gand, 1948), Duby observa en el
conde de Mácon -o b jeto de estudio de una de sus clásicas monografías-
la clave de bóveda de un sistema público localizado, que persiste hasta el
quiebre que se produce en tom o al año 1000. El tiempo del sire d e c h â tea u ,
la atomización del poder político en manos de los simples detentadores
de castillos y fortalezas amuralladas, no llegará sino tras el brusco declive
del poder condal, entre los años 9 8 0 y 1030. Los poderes de estos caste­
llanos procedían de un descarrilamiento de los poderes públicos, que
lograron subsistir en términos locales hasta mucho después del derrum­
be del estado central carolingio.
Las tesis mutacionistas, finalmente, rechazan la hipótesis del surgi­
miento del feudalismo a partir de una lenta degradación del poder pú­
blico entre los siglos VI y X, como sostienen con matices las interpreta­
ciones anteriores. Por el contrario, la atomización de la potestad jurisdic­
cional estalla más o menos abruptamente en tom o al año 1000. Para
Pierre Bonnassie, el siglo X todavía es, en el Midi mediterráneo, un siglo
antiguo, en el que sobrevive el poder de las autoridades legales basado en
las nociones romanas de soberanía pública y propiedad privada. El siglo

43
Capitulo 2. Señorío (II): cl poder de los hombres

X, se contrapone con un siglo XI que conforma ya un período violento y


feudalizado. El pasaje de la antigüedad hacia el orden feudal se habría
producido, entonces, más tarde y más abruptamente que lo supuesto por
otras escuelas de medievalistas.
Si adoptamos la cronología clásica propuesta por Duby, la seigneurie
hautaine o banale adquiere su máximo potencial a partir de una serie de
etapas sucesivas, desplegadas entre principios del siglo XI y mediados
del siglo X I1. A partir del año 1000, la seigneurie châtelaine25 se apropia de
la administración de justicia y de la percepción de multas que dicha
facultad conllevaba. Comienza también a ejercer la requisa militar dentro
de su jurisdicción, como contrapartida por la protección y seguridad
que provee. Duby detecta esta facultad en el Máconnais por primera vez
en tomo al 1020. En todos estos casos, se trata de atribuciones que ya no
sólo afectan a quienes viven dentro de un determinado señorío domini­
cal, puesto que el alcance espacial del nuevo señorío jurisdiccional exce­
de por lo general los límites de cualquier propiedad territorial. Estamos,
claramente, en presencia de un fenómeno nuevo. En una segunda fase, a
mediados del siglo XI, se multiplican las alusiones al ejercicio del dere­
cho de albergue por parte del señor. En la tercera fase, durante el último
cuarto del mismo siglo, aparecen las exigencias de prestaciones destina­
das a la conservación de castillos y fortalezas, la percepción de peajes o
derechos de tránsito, y ciertos privilegios comerciales, como el derecho
exclusivo de venta de determinados productos. Es también en esta terce­
ra fase que se generalizan las menciones a los célebres monopolios o
banalidades, como la obligación de utilizar los hornos, lagares o molinos
del señor. Es posible percibir, además, el nacimiento de una fiscalidad
señorial, a partir de la cual los señores exigen en ciertos contextos de
emergencia una ayuda material de los habitantes de su jurisdicción, ya
no sólo de sus campesinos dependientes.26 En la cuarta y última fase, a
mediados del siglo XII, los señores comenzaron a imponer tributos y
exacciones indirectas sobre las transacciones que se llevaban a cabo en
los mercados rurales.

25 Esta expresión, que se traduce como señorío castellano, hace referencia en este contexto
a los detentadores privados de castillos y fortalezas. Estos castellanos fueron los principales
beneficiarios de la generalización del señorío jurisdiccional.
26 Se trata de la denominada ta\lk o talla señorial. En Francia, a partir de la segunda mitad
del siglo XIV, el término quedará indisolublemente ligado a la fiscalidad directa propia del
estado centralizado.

44
Primera Parto. F eu d a lism o T ard ío

La seigneurie banale adquirió, así, la totalidad de las prerrogativas y


poderes públicos que la parcelación de la soberanía estatal depositó en
manos de una inmensa red de poderes locales. La lenta recuperación del
poder de matriz estatal, a partir del siglo XIII, no logró en ningún caso
neutralizar por completo los avances previos del componente jurisdic­
cional del señorío. Los poderes intermedios - seigneuries châtelaines, esen­
cialm ente- sólo perdieron por entonces las formas superiores de la juris­
dicción (el poder de requisición militar, el castigo de los grandes críme­
nes, la responsabilidad en el mantenimiento de la paz pública), pero
conservaron siempre las formas inferiores del poder de bando (la baja
justicia, los monopolios banales, la percepción de peajes y tributos indi­
rectos y, aunque no por mucho tiempo más, la taille o impuesto señorial).
En consecuencia, de allí en más, estas formas inferiores acusaron un
carácter más privado, se fundieron completamente en el patrimonio de
los señores, y se vulgarizaron para dejar de ser patrimonio de algunos
señores poderosos. A partir del siglo XIII, la explotación del bannum se
efectuó de un modo más local, en beneficio de la totalidad de los seño­
ríos, por modestos que fueran, aún cuando abarcaran tan sólo una co­
munidad rural, una sola parroquia, unos pocos hogares campesinos.

2- Las cargas y tributos derivados del señorío jurisdiccional


De entre todas las cargas derivadas de la atomización del poder públi­
co, ninguna señala con mayor contundencia las diferencias entre los com ­
ponentes solariego y jurisdiccional del señorío que el ejercicio de la ju s ­
ticia. La potestad judicial, que en el derecho político medieval se con­
funde con el ejercicio del gobierno mismo, ha quedado en manos de los
señores feudales a partir de la generalización del señorío banal. No se
trata tan sólo del poder de facto que todo gran propietario ejerce sobre
los habitantes de su dominio, a partir de la acumulación de recursos
materiales y económicos. El elemento jurisdiccional transforma al señor
dominical en magistrado.
En la Baja Edad Media, la recuperación del poder del estado debilita­
rá los alcances del ejercicio de la justicia señorial. A partir del siglo XIII,
los reyes y principes territoriales lucharon por imponer el derecho de
apelación, transformando a los tribunales baroniales en judicaturas de
primera instancia. Por su parte, la creación de parlamentos, chancillerías
y otros altos tribunales en los reinos occidentales, contribuyó a generali­
zar la aceptación de una alta justicia en manos de los príncipes sobera­
nos. Sin embargo, estos procesos no anularon la potestad judicial de los

45
Capítulo 2. Señorío (II): el poder de los hombres

señores, que persistió hasta la abolición definitiva del feudalismo duran­


te las revoluciones burguesas.
En la enorme mayoría de los casos, los señores jurisdiccionales ejer­
cían tanto la justicia civil como la penal (mero y mixto imperio, dirán las
fuentes españolas). En ambos fueros* la relevancia económica de los tri­
bunales señoriales se derivaba de la posibilidad de aplicar y percibir
multas. La justicia civil, que en Francia e Inglaterra incluía un área tan
sensible como la regulación de los open-jitlds y de los campos comuna­
les,27 podía resultar en ocasiones más lucrativa que el ejercicio de la ju s­
ticia penal, que demandaba al fisco señorial enormes gastos, difíciles de
compensar. De todos modos, la posibilidad de aplicar penas corporales y
castigar la comisión de delitos conllevaba en el imaginario colectivo un
peso ideológico difícil de superar. En España y en Francia, por ejemplo
-aunque no en Inglaterra-,28 los señores jurisdiccionales simbolizaban
esta potestad coercitiva erigiendo prisiones, horcas, cepos, picotas y otros
instrumentos de tormento.
En la Edad Moderna, el ejercicio de la justicia por parte de los seño­
res ya no era la actividad lucrativa que había sido en los siglos XI y XII.
En muchas ocasiones, el volumen anual de las multas no compensaba los
gastos de mantenimiento de las estructura judicial: jueces, procuradores
fiscales, alguaciles, verdugos. El alimento y el traslado de los prisioneros
insumía también enormes montos, tanto como la consecución de las cau­
sas en las instancias superiores de apelación, en ocasiones a muchos
kilómetros del tribunal señorial. No resulta entonces sorprendente que,
en ocasiones, algunos señores optaran por conservar tan sólo la justicia
civil, sobre todo si la percepción de multas se combinaba con el cobro
por la prestación de determinados servicios; como los derechos de escri­
banía, o la supervisión de ios funcionarios señoriales a partir de juicios de
residencia o mecanismos similares.
Los monopolios banales eran otro de los atributos que los hombres de
la modernidad temprana asociaban indisolublemente con el señorío ju ­
risdiccional. La perduración de estos privilegios provocaba mayor resen­
timiento que el ejercicio mismo de la justicia, convertida ya, en las déca­
das finales del Anden Régime, en un mero formalismo. Extremadamente
lucrativos en su origen, los monopolios fueron durante mucho tiempo
uno de los más significativos mecanismos de extracción del excedente

17 Cfr. capítulo 5.
Ver la tipología de señoríos al final del presente capítulo.

46
Primera Parte. F eu d a lism o T ard ío

campesino en el Occidente europeo. Los monopolios más célebres eran


de tipo instrumental -e n Francia, la banalité du moulin, la banalité d u fo u r,
la banalité du pressoir.29
Pero no menos importantes eran los monopolios comerciales. En de­
terminadas regiones de Francia hallamos el banvinyel ban de vendange, el
ban de moisson: en los tres casos, se trataba del derecho a fijar una fecha,
antes de la cual el único vino que podía comercializarse, las únicas uvas
que podían cosecharse, los únicos cultivos que podían levantarse, eran
los del señor. Los señoríos podían reservarse también -com o ocurría a
menudo en España- el monopolio del establecimiento de carnicerías,
tabernas, mesones y posadas.
Finalmente hallamos los monopolios recreacionales, cuya potencia
simbólica superaba ampliamente los beneficios económicos que podían
producir, que, por otra parte, tampoco eran irrelevantes. Particular im­
portancia tenía el monopolio de la caza de animales silvestres, que a
menudo privaba a los campesinos del derecho de proteger sus cultivos y
de una fuente gratuita de proteínas. Otros monopolios recreacionales
eran la cría de palomas y la erección de palomares (droit de colomhier), la
cría de conejos (droit de garenne), el derecho exclusivo de pesca, y la cons­
trucción de estanques artificiales.
No resulta sorprendente que en el siglo XVIII -Francia constituye el
ejemplo paradigm ático-, los monopolios más celosamente guardados
fueran, precisamente, los recreacionales: contestado desde todos sus án­
gulos, el régimen señorial reaccionaba reforzando los símbolos que pre­
tendían imponer la aceptación de la superioridad jurídica y social de los
señores feudales. Los monopolios instrumentales, si todavía se exigían,
tenían escaso valor económico. Los del hom o y el lagar eran particular­
mente difíciles de defender, a raíz del carácter doméstico de tales instru­
mentos. Existen constancias, en cambio, de que el monopolio del moli­
no podía resultar de cierto interés, en particular si se lo arrendaba a
terceros, contratistas que trasladaban el costo del canon a los usuarios.
De todas formas, este monopolio siempre demandaba gastos importan­
tes, como el mantenimiento de las instalaciones y la reparación de la
maquinaria, que recalan sobre el señor.
Además de los monopolios y del ejercicio de la justicia, un tercer
grupo de prerrogativas señoriales derivadas de la jurisdicción eran los

29 Banalidad del m olino, banalidad de la harina (se refiere al monopolio del hom o),
banalidad de la prensa (empleada para la elaboración del vino).

47
Capítulo 2. Señorío (íl): el poder de los hombres

tributos a la circulación y comercialización de bienes. Característicos de


la plena feudalización deí espacio eran los peajes cobrados por la utiliza­
ción de los caminos, puentes y cursos de agua dentro de los. límites del
señorío (los barcajes y pontazgos de las fuentes españolas). Con frecuencia
en el norte de Francia, todo vehículo cargado con mercancías que atrave­
sara la jurisdicción de los grandes señoríos eclesiásticos debía pagar un
tributo denominado roulage. El señor podía también montar verdaderas
aduanas interiores, exigiendo pagos por permitir el ingreso de determi­
nados productos dentro de su territorio (el portazgo en ios reinos ibéri­
cos). Finalmente, para el fisco señorial resultaban esenciales los tributos
a las transacciones comerciales realizadas en las ferias, mercados y pues­
tos de venta dentro del señorío. Los impuestos indirectos sobre la venta
de determinados productos al por menor, como el forag e francés o la
alcabala ibérica, en ocasiones proveían el grueso de los ingresos de los
señoríos nobiliarios en el feudalismo tardío.
Justicia, monopolios y tributos a la circulación de bienes, constituían
la más clara expresión de los poderes públicos ejercidos por los señores
de ban. No se acababa aquí, sin embargo, el listado de mecanismos de
exacción derivados de la potestad jurisdiccional. Allí donde las comuni­
dades locales se hallaban organizadas en ayuntamientos y municipios
cerrados -lo s célebres concejos ibéricos-, con frecuencia correspondía al
titular del señorío el nombramiento de los cargos principales (alcaldes,
alguaciles, regidores). El extremadamente arcaico derecho de albergue,
desconocido en la Francia moderna, sólo persiste en España como rega­
lía -e l yantar- , o como derecho de algunos antiguos señoríos abaciales
del norte, que los juristas recomendaban no exigir o, directamente, con­
mutar en dinero. Las corveas a modo de carga pública, que no se deriva­
ban del componente solariego del señorío sino del ejercicio del bannum -
montar guardia en el castillo, trabajar en la reparación de caminos y
fortalezas- eran comunes en la Francia del siglo XI; pero fueron vedadas
por la monarquía tras la finalización de la Guerra de los Cien Años. Por
último, las tallas señoriales -imposiciones generales de carácter directo,
aunque discontinuas y ligadas a las necesidades coyunturales de la no­
bleza feudal- desaparecieron tras la generalización del impuesto directo
percibido por la monarquía (la talla real). En 1439, de hecho, la corona
francesa prohibió explícitamente a los señores la percepción de esta clase
de imposiciones. Mediante este proceso, fundante del estado moderno,
la corona le arrebataba a la jurisdicción señorial el derecho de extraer
por vía directa una parte sustancial del excedente campesino.

48
Primera Parte. F eu d a lism o T ard ío

Señorío Jurisdiccional

Tierras cuyos habitantes se encuentran bajo la potestad


jurisdiccional del señor (justicia, m onopolios, peajes, derechos
de mercado) pero sobre las cuáles el mismo no posee derecho
de propiedad alguno (dom inio útil o directo)

Señorío Dominical
Tenencias a censo
Tierras sobre las que el Reserva o Dominio
señor sólo posee el señorial
dominio directo. Los Tierras sobre las que el
tenentes son propietarios señor posee el dominio
del dominio útil. absoluto o indiviso (útil y
Al mismo tiem po, los directo). Pueden ser
tenentes se encuentran explotadas en forma
también bajo la potestad directa, arrendadas o
jurisdiccional del señor libremente enajenadas.

3 - Tipos y modelos de regímenes señoriales en Europa


Occidental
Los diversos componentes del señorío pleno no adquirieron igual
importancia en las diversas regiones de Europa occidental. Aún cuando
la diversidad era la norma en la sociedad preindustrial -e n este sentido,
ningún señorío era exactamente igual a otro-, resulta posible construir
algunos modelos abstractos, que permitan discernir conceptualmente la
manera en que los diversos componentes del señorío interactuaban entre sí.
Las características generales que el señorío tenía en el norte de Fran­
cia permiten establecer un primer modelo como punto de referencia, en
el cual ambos elementos constitutivos del señorío clásico -lo s compo­
nentes solariego y jurisdiccional- se hallan plenamente desarrollados.
Resulta posible contraponer al anterior un modelo castellano de se­
ñorío, en el cual el componente jurisdiccional predomina sobre el com-

49
Capitulo 2 Señorío (11): el poder de los hombres

ponente dominical; y un modelo inglés, en el cual el componente terri­


torial excede en importancia al componente jurisdiccional.

El modelo francés

La base territorial de los señoríos franceses estuvo siempte muy desa­


rrollada, porque en la mayoría de los casos el componente dominical
precedió al componente jurisdiccional. De todas formas, la jurisdicción
tendió siempre a exceder la propiedad territorial de los señores. En los
siglos iniciales del señorío banal, esta tendencia se vio acentuada tanto
por la constante reducción de la reserva, como por el mantenimiento de
la explotación del bannum en manos de los castellanos y señores más
poderosos. A partir del siglo XIII, el avance de las monarquías y princi­
pados territoriales privó al señorío jurisdiccional de sus más altas prerro­
gativas, al mismo tiempo que generalizó el ejercicio de las restantes en la
totalidad de los señoríos, por modestos que fueran. La fusión entre seño­
río dominical y banal se aceleró, aunque la coincidencia espacial entre
ambas esferas resultara siempre difusa e imperfecta.
En consecuencia, los señores feudales lograron en Francia obtener
ingresos a partir de una doble vía: la explotación simultánea de los com ­
ponentes dominical y banal del señorío. Aún cuando el elemento juris­
diccional no cesó de perder prerrogativas al socaire de la recuperación
del poder del estado, no llegó nunca a pasar desapercibido para los ha­
bitantes de las áreas rurales. En este sentido, el señorío jurisdiccional
francés afectó la vida cotidiana de las comunidades rurales mucho más
que su contrapartida inglesa.
Un estudio de caso nos permitirá describir el despliegue de la totali­
dad de cargas y tributos derivados tanto de la propiedad de la tierra
(tenencias a censo y reserva señorial) cuanto del poder sobre los hombres
(la explotación del bannum). Para ello, hemos elegido un señorío de me­
diados del siglo XVII, la Abadía de Saint Germain des Prés, estudiada
por Marten Ultee. Se trata de un antiquísimo señorío solariego y jurisdic­
cional, que aparece ya en el políptico del Abad Irminon (siglo IX). De
hecho, algunas de las tierras mencionadas en la era carolingia todavía
seguían produciendo ingresos para los monjes nueve siglos después. Claro
que, a raíz de la constante venta de tierras, propiedad y jurisdicción ya
no coincidían en la modernidad temprana.
La extensión de esta propiedad monacal era enorme. De hecho, Saint
Germán des Prés era en realidad un conjunto de señoríos cuya titulari­
dad estaba en manos del mismo señor. Por ello, es posible diferenciar un

so
Primera Parte. F eu d a lism o T ard ío

manso abacial (tierras que proveían las rentas para el abad, un pensionis­
ta absentista designado por el rey) del manso conventual (tierras de las
cuales obtenían sus ingresos los monjes, presididos por un prior que
ellos mismos designaban).
Analizaremos brevemente uno de los señoríos que conformaban los
dominios de la Abadía, el señorío de Thiais y Choisy.30 El elemento do­
minical estaba conformado por un dominio reservado y por el censive. La
reserva o dominio reservado, sobre la que los monjes poseían el dominium
indiviso, tenía una extensión de 120 hectáreas y se arrendaba a terceros
mediante contratos de corto plazo, firmados ante notario. El territorio
ocupado por las tenencias a censo o censive, en cambio, era más extenso.
Se trataba, cabe recordar, de tierras alienadas, cuyo dominio útil los monjes
habían cedido a perpetuidad. Los tenentes de la abadía debían al señor -
en este caso, un señorío colectivo constituido por la comunidad de mon­
je s - todos los tributos y cargas que oportunamente describimos al anali­
zar el señorío dominical. En primer lugar, un cens o censo pagado en
dinero, resabio centenario de las primitivas conmutaciones de los siglos
XII y XIII; para mediados del siglo XVII, sólo servía como reconocimiento
de vasallaje. Más relevante en términos económicos era, en cambio, el
cham part, un porcentaje del producto agrario pagadero en especie. Se
agregaba a este último una renta sobre la producción de las vides, el
vinage (también un porcentaje fijo en especie). Tampoco faltaban otras
rentas características del régimen enfitéutico, como las tasas de muta­
ción: en Saint Germain los tenentes debían pagar los lods et venís cada vez
que la titularidad de las parcelas cambiaba de manos. Deberíamos agre­
gar un último tributo, en este caso derivado del status eclesiástico de
nuestro señorío. Se trata de los diezmos, que los monjes percibían en
tanto curas primitivos. Aunque el diezmo no derivaba estrictamente de
ninguno de los componentes del señorío clásico, en la práctica de las
relaciones sociales feudales se hallaba inextricablemente asociado a los
restantes tributos señoriales.
Las facultades que los monjes poseían como señores jurisdiccionales
también eran extremadamente importantes. En primer lugar, el prior y
sus delegados ejercían -e n ausencia del abad absentista- la administra­
ción de justicia, penal y civil. Dentro de los límites del señorío, el mono­
polio de los hornos y de las prensas para uva también pertenecía a los
monjes. Los habitantes de la jurisdicción no sólo tenían vedada la explo­
tación individual de dichos elementos, sino que debían pagar por la

30 Aunque se trata de dos señoríos diferentes, se administraban en conjunto.


Capítulo 2. Señorío (II): el poder de los hombres

utilización de los únicos habilitados, propiedad de la abadía. Los pesos y


medidas utilizados en ferias, mercados y comercios eran inspeccionados
y controlados por un funcionario fiscal designado por el señor. Saint
Germain des Prés percibía un fo r a g e o tributo sobre las ventas de vino al
por menor dentro de la jurisdicción. El roulage recaía^ en cambio, sobre
todas las carretas cargadas con mercaderías que atravesaban el territorio.
Debemos adosar los derechos sobre la pesca y los naufragios, en la por­
ción del Sena sobre la cual ios monjes tenían imperio. Una barca que
cruzaba el río a la altura de Choisy era propiedad -y m onopolio- de la
abadía. Finalmente, en un hecho que demuestra el origen arcaico del
señorío que analizamos, todas las cabezas de familia de los dos pueblos
debían asistir en persona el último día de agosto -víspera de los santos
Lev y Gilíes, patronos de la iglesia de Thiais-, a una asamblea convocada
y presidida por un funcionario señorial, como reconocimiento del seño­
río que los monjes detentaban sobre los habitantes del territorio. Aún
cuando la administración de la reserva y la percepción de las rentas ge­
neradas por el censive estaban por lo general arrendadas a terceros -/er-
m iers que firmaban con los monjes contratos por nueve años-, las obliga­
ciones jurisdiccionales no fueron nunca delegadas a particulares: el prior
y la comunidad conventual las ejercían en forma directa.
Por fuera de la reserva y del censive, pero dentro aún de la jurisdic­
ción, muchos propietarios particulares debían cumplir con las exigen­
cias del señorío banal detentado por los monjes. Si en tanto propietarios
de dominios indivisos estaban exentos del pago del c h a m p a rt , del vinage o
de los lods el venís, debían pagar el diezmo y cumplir con las restantes
cargas derivadas de la jurisdicción (monopolios, f o r a g e , rou lage , multas
judiciales, derechos de pesca). La constante política de compraventas de
la abadía -la venta de tierras podía en ocasiones cubrir hasta un tercio de
los ingresos ordinarios anuales- había contribuido a incrementar el nú­
mero de los dominios absolutos dentro del ámbito de la jurisdicción
señorial (derivados de tierras que, antes de la transacción inmobiliaria,
formaban parte de la reserva señorial). Queda entonces claro que, en el norte
de Francia, aún cuando resultaba posible liberarse del peso del señorío do­
minical, era casi imposible escapar del dominio del señorío jurisdiccional.
Ninguna tierra sin señ or , repetía con justeza el consabido adagio.

El modelo inglés

A diferencia de lo que ocurría en Francia, el señorío feudal dependió


en Inglaterra mucho más de la propiedad de la tierra y de las rentas
Primera Parte. F eu d a lism o T a r d Io

derivadas de ella, que del ejercicio de derechos jurisdiccionales o pode­


res públicos delegados. Veremos, de hecho, que resulta posible afirmar
que en la isla no existió nunca una verdadera seigneuríe ba n a le o jurisdic­
cional.
Los redactores del D om esday B ook (1 0 8 6 ) organizaron su descripción
del territorio en función de unidades denominadas m an ors , termino con
el que designaban a los dominios señoriales. En segundo lugar, clasifica­
ron a los habitantes rurales en función de su grado de dependencia res­
pecto del lord o j the m anor. El grado de dependencia lo determinaba, por
su parte, la extensión y naturaleza de los servicios que el titular del m an or
les exigía. Campesinos y trabajadores rurales fueron rotulados, entonces,
como so k em en , villains o bordiers. Los sokem en eran los propietarios libres,
no dependientes. Explotaban parcelas que no pertenecían estrictamente
a los dominios territoriales de los grandes barones laicos o eclesiásticos.
Parece lógico considerarlos como sobrevivientes de la extensa propiedad
alodial existente en tiempos de la monarquía anglosajona. Resulta tam­
bién lícito considerarlos como antepasados de los/reeho/ders de los siglos
venideros. Los sokem en no estaban obligados a trabajar en las reservas
señoriales de los m a n o rs ; aunque en algunos casos, podía demandárseles
tareas acotadas y precisas durante las coyunturas críticas del calendario
agrícola.
Los campesinos dependientes se dividían, en cambio, en dos grupos
no siempre fácilmente diferenciables. Todos ellos se hallaban inextrica­
blemente unidos a la explotación de las grandes reservas manoriales, a
partir de prestaciones regulares de trabajo plurisemanales. Los campesi­
nos dependientes, que contaban con suficientes tierras como para ali­
mentar a sus grupos familiares, eran denominados ví/Iains -percibim os
en ellos a los futuros cop y h old ers . Los bordiers o cottiers, en cambio, era
minifundistas incapaces de cubrir con el producto de sus parcelas las
necesidades anuales de los suyos. Ambos grupos constituyen la versión
inglesa de la relación social paradigmática del feudalismo maduro: la
servidumbre.
En el capítulo anterior, nos preguntábamos si el nuevo derecho nor­
mando puede interpretarse como una abolición generalizada del alodio;
puesto que, si en términos territoriales admitió la supervivencia del cam­
pesinado no dependiente, en términos jurisdiccionales extendió la red
de m anors por todo el territorio del reino Ninguna propiedad pequeña o
mediana quedaba, por ello, fuera de alguno de los señoríos. Sin embar­
go, esta dilatación extrema del espacio señorial se contrapone con la
menor amplitud de las prerrogativas de carácter público que la monar­

53
Capitulo 2. Señorío (lt): el poder de los hombres

quía normanda -¿u n verdadero estado feudal descentralizado?- dejaba


en manos de los titulares de los señoríos. Sobre la red de m an ors, la
monarquía normanda superpuso una red de circunscripciones, los con­
dados o shires, expresión máxima de la persistencia de los poderes públi­
cos en la Inglaterra feudal. En cada condado, un representante del rey -
el sh erijf~ percibía en su nombre las multas, movilizaba a los hombres
para la guerra, y reclamaba los impuestos para la defensa del reino.
Pero la limitación del poder jurisdiccional en manos de la clase seño­
rial contó además con otros dispositivos estratégicos. En primer lugar,
Guillermo el Conquistador se erigió en señor de todos los castillos del
reino, bloqueando así la difusión de la seigneurie ch âtelain e -qu e en la otra
orilla del Canal de la Mancha se había convertido en protagonista clave
de la generalización de la explotación privada del bannum . Ello permite
explicar, en parte, que en Inglaterra tampoco existieran los monopolios
señoriales, los derechos de peaje, los tributos de mercado o el derecho de
albergue.
En la primera mitad del siglo XII, los barones feudales trataron de
apoderarse de las prerrogativas que la monarquía les había negado. Pero
a partir de 1155, la irrupción de la casa Plantagenet impulsó la recupera­
ción de los poderes de justicia y de paz por parte de la monarquía. Las
horcas erigidas en los señoríos fueron abatidas, y el derecho de castigar
las faltas del campesinado no dependiente quedó nuevamente reservado
a los tribunales públicos. De todas maneras, la monarquía preservó el
carácter descentralizado del estado feudal inglés: Enrique II reconoció la
autoridad personal de los señores sobre los campesinos dependientes
que habitaban en los m anors. Si los hombres libres no eran responsables
ante los tribunales manoriales, los viílaíns, cottiers y bordiers quedaron, en
cambio, sujetos a la justicia del señor -sustentada en la costumbre (cus-
tom ), lejos de la ley común de los tribunales públicos ( com m on ¡aw).
Podemos apreciar entonces que las prerrogativas de una monarquía
poderosa limitó en forma notable los alcances del fisco privado, mante­
niendo dentro de unos límites estrechos los mecanismos de extracción
del excedente campesino originados en el ejercicio de prerrogativas de
orden público. Hallamos aquí una de las principales diferencias entre
los regímenes señoriales en Francia e Inglaterra. En la isla, el señorío
dominical -reserva y tenencias a cen so - se transformó en la principal
fuente de ingreso de la nobleza feudal, y continuó siéndolo durante los
siglos venideros. El aspecto económico era de primera importancia en el
m anor. De hecho, los ingresos producidos por la justicia señorial -q u e en
principio podríamos adscribir al componente jurisdiccional del seño­

54
P r i m e r a P a r t e . F eu d a lism o T ard ío

río - se originaban en los litigios y procesos incoados por los campesinos


dependientes -lo s únicos sujetos a la jurisdicción de los tribunales ma-
noriales-, por lo que en sí mismos constituyen una clarísima derivación
de la propiedad de la tierra, del componente dominical del señorío.
Todas estas circunstancias permiten explicar que en Inglaterra la explota­
ción directa de la reserva persistiera por más tiempo que en el continente.
El reducido tamaño y la discontinuidad territorial de los m anors
ingleses nos impulsa a seleccionar com o estudio de caso una región,
antes que un señorío específico. Hemos elegido el nordeste del con ­
dado de Norfolk, entre mediados de los siglos XV y XVI, según el
estudio realizado por ja n e W hittle. En esta región, los ingresos de los
lords o j the manors se derivaban de tres fuentes principales: la reserva
- dem esne en las fuentes-, las rentas originadas por las tenencias a cen ­
so - e l censive de los franceses-, y los beneficios generados por el tri­
bunal señorial. En N orfolk, los señoríos incluían cuatro tipos posi­
bles de tierras: d em esn e, com m on land, customary lan d y jree land. Como en
el continente, la reserva -d em esn e- era la única porción de territorio que
constituía la propiedad del señor en el sentido moderno del término,
arrendada a terceros o explotada en forma directa a partir de la contrata­
ción de jornaleros. Era dentro de sus reservas -n o sobre la extensión total
del señorío, como en Francia- que el lord poseía privilegios exclusivos: el
usufructo de bosques y prados, la cría de conejos, la erección de paloma­
res, la explotación de molinos.
Customary land era el conjunto de tenencias a censo bajo régimen
enfitéutico. En las fuentes locales aparecen otros términos para referirse a
estas explotaciones: térra nativa, bond land (refleja el origen servil de mu­
chas de estas tenencias con dominio escindido) y copyhold (posiblemente
el término más conocido). Aunque estos tenentes no estaban ya atados a
la gleba ni debían realizar prestaciones semanales de trabajo en la reserva
señorial,31 tenían que pagar cargas derivadas del dominio directo, que
continuaba en manos del señor. Las rentas anuales y los derechos de
mutación -e l heriot a la muerte del tenente, por ejem plo- continuaban
vigentes en el siglo XVI, aunque muchas otras cargas habían caído prác­
ticamente en desuso tras la abolición de la servidumbre: el chevage, a
cambio del permiso de residir fuera del manor; el merchet, a cambio de la
autorización para contraer nupcias;32 el tallage, un pago de monto varia­

31 La última noticia de la prestación de servicios personales en esta zona de Norfolk se


remite a 1440-1441: 97 cargas otoñales prestadas en el manor de Saxthorpe fvíickelhall.
32 El último ejemplo del pago de esta carga en el nordeste de Norfolk data de 1534.

55
Capitulo 2. Señorío (II): el poder de los hombres

ble exigido por el señor. Característico de estas explotaciones consuetu­


dinarias o enfitéuticas era el hecho de que los copyholders seguían sin
tener, en el siglo XVI, acceso a los tribunales reales en asuntos vinculados
a sus tenencias. Su dependencia del tribunal manorial era una clara de­
rivación de las clasificaciones impuestas por el derecho normando, en
tiempo de Guillermo l y Enrique 11.
Free land - freeholds según la expresión más conocida- era toda propie­
dad no dependiente. Los freeholders nunca habían estado obligados a cum­
plir con las prestaciones gratuitas en la demesne, y cuando se vieron forza­
dos a pagar tributos, éstos fueron sensiblemente menores que los exigi­
dos a las tenencias dependientes. Pero la característica distintiva del /ree-
hold era el derecho a recurrir a los tribunales públicos en los asuntos
relacionados con sus propiedades. Las transacciones inmobiliarias o el
traspaso a los herederos tampoco estaban gravados por tasa de mutación
alguna.
Las common lands eran, finalmente, las tierras comunales. Aunque la
propiedad eminente33 de las mismas pertenecía al titular del señorío,34 el
derecho de uso correspondía a la totalidad de los propietarios y tenentes
de la parroquia: freeholders, copyholders y el señor mismo.
Aunque los manors de Norfolk eran unidades territoriales, no confor­
maban necesariamente un bloque unificado y continuo de tierras. Tam­
poco era necesario que el territorio del manor coincidiera estrictamente
con los límites de una aldea o parroquia determinadas. Desde los tiem­
pos del Domesday Book, el este de Norfolk se caracterizaba por una estruc­
tura manorial extremadamente compleja. Una comunidad campesina tí­
pica incluía porciones de diversos m anors, y un señorío típico incluía
porciones de varias aldeas. Los distintos tipos de tenencia se hallaban
entremezclados en forma inextricable. Muchos copyholders habían adqui­
rido freeholds, y muchos propietarios libres habían comprado tenencias
enfitéuticas. Todas las combinaciones eran posibles. El manor de Heving-
ham Bishops estaba integrado en su casi totalidad por una única aldea,
aunque curiosamente ésta no era Hevingham sino el vecino pueblo de
Marsham. En el manor de Sally Kirkhall hallamos una reserva y freeholds,
aunque no hay indicios de copyholds. La subinfeudación había sido fre­

3J El término es usado aquí como equivalente a dominium directo.


Esta circunstancia las convertirá en un apreciado botín en tiempos de los cercamientos de
los siglos XVIII y XIX, en tanto las mismas debían quedar en su mayoría dentro de los límites
de la propiedad territorial del titular o de los titulares de los manors dentro de los cuales
cabía una determinada comunidad campesina. Cír. capítulos 5 y 6.

56
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

cuente en el pasado, por lo que muchos señoríos habían sido erigidos


dentro de otros. La reserva del m anor de Saxthorpe Loundhall incluía
terrenos de 11 aldeas diferentes. Era también común que muchas gran­
des familias ejercieran la titularidad de varios señoríos simultáneamente
(tal era el caso de los Bolena, el linaje de la segunda esposa de Enrique
VIII).
Si todavía se hallan indicios de la persistencia de la servidumbre per­
sonal en tomo a 1450 -nativus domíni de sanguine, según las fuentes-, para
1560 sólo se detecta la presencia de una familia de siervos en un único
manor del nordeste de Norfolk. De todas formas, continuaban las formas
atenuadas de dependencia personal, derivadas de la persistencia del co-
pyhold y de las opciones impuestas por el derecho normando. Así, la
asistencia a la corte señorial era compulsiva para los tenentes enfitéuti-
cos.
De hecho, el derecho a administrar una corte manorial era una de las
principales características que distinguía a los manors de cualquier otra
propiedad libre no noble o jreehold. Fuera de la arena de la justicia públi­
ca, en estos tribunales manoriales se discutían conflictos generados por
pequeñas deudas impagas, violación de los límites de propiedades veci­
nas, transferencias de copyholds, incumplimiento de las normas que regu­
laban el uso de los comunales o el trabajo en el open-field , 35 daños infrin­
gidos a la propiedad del señor, y el pago de las cargas enfitéuticas. Algu­
nos manors de Norfolk podían mantener leet courts, tribunales que -au n ­
que presididos por el señ or- administraban justicia real a nivel local. Los
propietarios libres -freeholders, que quedaban fuera de ia jurisdicción de
las manorial c o u r t s tenían sin embargo obligación de comparecer ante
estas leet courts.36 Antes de 1348, las cortes señoriales se reunían en Norfo­
lk cada tres semanas. En el siglo XV, era frecuente hallar manors cuyos
tribunales sesionaban seis veces al año. En la centuria siguiente, la corte
de Hevingham Bishops realizaba tan sólo dos sesiones en el mismo perío­
do de tiempo. Los ingresos derivados del ejercicio de la justicia -aspecto
central de los beneficios originados en el componente jurisdiccional del
señorío- declinaron dramáticamente a partir del siglo XIV. De todas for­

35 Cfr. capítulo 5.
3Í> Como se trataba de tribunales públicos y no señoriales, los asuntos tratados poseen
mayor relevancia que los relacionados con las memorial courts: el pago de los impuestos al
consumo, el pago de los diezmos, el nombramiento de los oficiales policiales, y la repre­
sión de casos menores de asalto o robo.

57
Capítulo 2, Señorío (11): el poder de los hom bres

mas, el monto de ios beneficios dependía siempre de variables como la


existencia de una leet court en el m anor, el número de los copyholds, o la
existencia y monto de las entry fines. En el manor de Hevingham Bishops,
el número de pequeños litigios planteados ante el tribunal del señor
decae notablemente desde finales del siglo XV Los delitos serios también
escaparon definitivamente de la órbita señorial: el último caso de robo
que no involucraba directamente al señor fue presentado en 1494. En
1483, el fin de la obligación de los acusados de testimoniar obligatoria­
mente bajo juramento redujo sensiblemente el poder de coerción de es­
tas cortes feudales. Si a comienzos del siglo XVI, un señor local deseaba
aplicar en forma efectiva una sanción pecuniaria a un cazador furtivo,
tendría mayores probabilidades de éxito presentando el caso ante el tri­
bunal público más cercano,37 que procesando al acusado ante su propio
tribunal señorial. En síntesis, a partir del siglo XVI las facultades de las
antiguas cortes feudales se reducían al tratamiento de las transferencias
de las customary lands o copyholds, y al cumplimiento de las normas de
comportamiento colectivo que organizaban la explotación de los comu­
nales y el trabajo en los campos abiertos.

El modelo castellano

En el modelo francés, los componentes dominical y jurisdiccional


del señorío se encontraban desarrollados por igual. En el modelo inglés,
el elemento dominical sobrepasaba en importancia al elemento jurisdic­
cional. En el modelo castellano, en cambio, el componente jurisdiccio­
nal tuvo siempre mayor trascendencia que la propiedad de la tierra: la
jurisdicción, de hecho, era el elemento que definía la presencia de seño­
ríos en muchas regiones de la Península.
A excepción de los grandes señoríos monásticos del extremo norte,
en su mayoría abadengos de antiquísimo origen en los que el componen­
te solariego poseía indudable importancia, la mayoría de los señoríos
laicos peninsulares de finales del Medioevo eran de reciente creación.38
Muy pocos de ellos pueden considerarse, con seguridad, anteriores a
1369. Muchos de ellos derivan, por el contrario, de la prodigalidad del
primer Trastámara. Se trata de señoríos que surgen, entonces, sobre sue­
los previamente ocupados y colonizados, en tiempos en que la propie-

37 Las denominadas quarter stssions courts, tribunales locales que se reunían en los conda­
dos, en presencia del ju ez de paz, para administrar la justicia real.
36 Existen, por supuesto, excepciones.

58
Prim era Pane. F e u d a l is m o T a r d ío

dad de la tierra en manos de hombres libres no nobles se había generali­


zado.39 Será por ello inútil rastrear en los títulos originarios de estos
señoríos tardíos cláusulas que comporten confiscación en beneficio del
señor de la propiedad individual previamente existente. Luego de los
Trastámaras, los Reyes Católicos y los Austrias seguirán con la política de
creación de nuevas jurisdicciones, algunas en calidad de merced, aun­
que la mayoría fueron ventas de pueblos.
Cabe destacar aquí otras de las originalidades del ejemplo español: la
señorialización del espacio nunca fue acabada. El realengo persistió has­
ta finales del Antiguo Régimen. Según el censo de 1797, sólo 22 de las
148 ciudades se hallaban dentro de algún señorío. De las 4 .716 villas,
1.703 eran de realengo. De los 14.524 lugares -aldeas, granjas, cotos,
despoblados-, la-mitad eran de señorío y la mitad dependían de ía ju ris­
dicción real Es posible estimar, entonces, que tan sólo la mitad del terri­
torio y de la población del reino eran de señorío en los albores del siglo
XIX.
La debilidad de la base territorial de la mayoría de los señoríos caste­
llanos (la renta derivada de la propiedad de la tierra no parece nunca
haber proporcionado más del 30% de los ingresos de los señores) impli­
caba que los tributos señoriales debían desprenderse, en su mayoría, del
ejercicio de la jurisdicción. Así, mientras que en muchos señoríos fran­
ceses con importantes censives el censo enfitéutico (cens) podía funcionar
como mecanismo recognitivo de señorío y vasallaje, en amplias regiones
de Castilla dicha función correspondía a la martiniega, un tributo clara­
mente derivado del componente jurisdiccional. Los aspectos señoriales
del régimen enfitéutico parecen también difíciles de encontrar en la me­
seta castellana. La enfiteusis habría funcionado, en muchas ocasiones,
como arrendamiento de largo plazo, sin importar cesión perpetua del
dominio útil, circunstancia que permitiría explicar también la rareza del
laudemio y de otras tasas de mutación.
De cualquier manera, no acaban aquí las peculiaridades del régimen
señorial en el corazón de la Península. Hemos alcanzado la conclusión
de que los tributos derivados del ejercicio de los poderes públicos cons­
tituían la base de los ingresos señoriales. Pero debemos agregar aquí, que

39 En algunas oportunidades, no obstante, se quebró la regla. Existen casos de señoríos de


los siglos XV y XVI creados sobre despoblados, en los cuales el elemento solariego jugaba
un papel destacado. Propiedad de la tierra y poder sobre los hom bres tenían similar
importancia en estos casos excepcionales (Cfr. el análisis del señorío de Valdepusa en el
capítulo anterior).
C apúulo 2. Señorío (11): el poder de los hom bres

la porción más importante de estos tributos jurisdiccionales no estaba


tampoco conformada por los elementos clásicos de la seigneurie banale
francesa, como el ejercicio de la justicia o la explotación de los monopo­
lios, sino por elementos extra-señoriales. En efecto, el primer rubro en
los ingresos del señorío castellano era la enajenación de impuestos rea­
les, cuya percepción el monarca cedía o vendía -e n ocasiones revendía-
a los titulares de los nuevos señoríos. La más importante de estas imposi­
ciones eran las alcabalas, impuesto indirecto que recaía sobre las compra­
ventas y permutas; aunque también tenían importancia las tercias, origi­
nadas en la cesión de un porción del diezmo en beneficio de la corona.
El señorío castellano poseía un carácter fiscalista, que lejos estuvo nunca
de lograr el señorío inglés; y que el señorío francés sólo tuvo hasta la
prohibición final de la talla señorial por parte de la corona, en la primera
mitad del siglo XV El hecho de que en algunas regiones de Castilla -la
mayoría de ellas en el su r- la totalidad del diezmo eclesiástico estuviera
también enajenado en beneficio de los grandes propietarios baroniales,
refuerza la idea de que en la Península los fundamentos de las rentas
señoriales no procedían de los componentes clásicos del señorío extrapi-
renaico (tenencias a censo, reserva, justicia señorial, monopolios bana­
les, derechos sobre el tráfico de mercancías, etc.).
En síntesis, a las categorías usuales que describen los ingresos seño­
riales en otros modelos europeos debemos agregar en Castilla un nuevo
elemento, el usufructo de tributos propios de la fiscalidad real (o ecle­
siástica).
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

Categorías de la renta de la tierra en el modelo


de señorío castellano

Enajenadas
(Percibidas a nivel local por los señoríos)
• Alcabalas - tercias
Fiscalidad real
No enajenadas
(renta feudal (Percibidas centralizadamente por la corona)
centralizada) • Alcabalas y tercias en tierras de realengo
• Servicios votados en Cortes.
• Otros

Percibidas por el señor en tanto titular de una


jurisdicción, no en tanto propietario de la tierra
Ingresos
jurisdiccionales • Rentas perpetuas (ej.: martiniega)
• Ejercicio de la justicia señorial
(renta feudal
descentralizada) • Derechos sobre el tráfico (ej.: portazgos)
• Nombramiento de cargos municipales

Percibidas por los señores y oíros terratenientes


Renta de la tierra en tanto propietarios de tierra.
propiamente dicha
• Eníiteusis (con o sin cesión perpetua de
(tenencias a censo dominio útil)
y reserva señorial)
• Arrendamiento

Enajenadas en beneficio de perceptores y


grandes señoríos laicos
Diezmo

(renta eclesiástica) No enajenadas


Capítulo 2. Señorío (Ii): el poder de ios hom bres

Hemos elegido como estudio de caso el marquesado de Cuéllar, un


señorío segoviano, analizado por Ángel García Sanz. En 1751, este seño­
río ubicado en el corazón de-Castilla la Vieja incluía 3 6 pueblos dentro
de su jurisdicción, lo que lo convertía en el señorío más grande de la
provincia. En 1787, alcanzó una población de 1 3 .9 2 4 habitantes. Su
titular, el duque de Alburquerque, percibía en 1751 un total de 119.945
reales en concepto de ingresos señoriales. El desglose de los mismos re­
fleja en forma paradigmática las características típicas del modelo caste­
llano. Las cargas derivadas de la propiedad de la tierra, del componente
dominical o solariego del señorío, proveían un 33,5% del total de ingre­
sos producidos por el marquesado. Las mismas se derivaban tanto de
cesiones enfitéuticas, como de arrendamientos de mediano y corto plazo.
Pero aún cuando este señorío había logrado expandir su base territorial
para finales del Antiguo Régimen, los dos tercios de los ingresos de su
titular provenían del ejercicio de la jurisdicción. Los mismos no surgían,
sin embargo, de rentas de origen estrictamente señorial. En el marquesa­
do de Cuéllar, el ejercicio de la justicia señorial, el nombramiento de
jueces o la percepción de rentas recognitivas del señorío -m artiniega-
apenas alcanzaban un 0,5 % del total de los ingresos señoriales. El 66 %
restante surgía, pues, de la percepción por parte del señor de rentas e
impuestos cedidos por el estado feudal centralizado: 79.235 reales sobre
un total de 119.945.
En el más reducido señorío de Tierra de Coca, propiedad del Duque
de Veraguas, las cifras resultan aún más contundentes: el 85,2% de los
ingresos señoriales se derivaban de alcabalas y tercias enajenadas. Las
rentas derivadas de* la propiedad de la tierra aportan un 13,98% . Los
ingresos derivados del ejercicio clásico de la jurisdicción (justicia, marti-
nicga) aportan menos de un 1%.
Es de destacar que el modelo castellano exige matizar la clásica tesis
de Perry Anderson, que postula la incapacidad de los señores para ex­
traer a nivel micro el excedente campesino tras la crisis estructural del
siglo XIV. En los ejemplos analizados, las imposiciones generales deriva­
das de la esfera estatal superan una exitosa fase de descentralización del
proceso de percepción, lo que permite sostener que la capacidad de ex­
tracción de la riqueza campesina a escala local continuaba siendo una
posibilidad real en la modernidad temprana.
Prim era Parte. F e u d a l is m o T a r d Io

Distribución de ingresos del Marquesado de Cuéllar

Ingresos en 1 7 5 1 : 1 1 9 .9 4 5 reales
Rentas enajenadas
a la
Corona Alcabalas: 4 5 .2 4 4 reales
(ingresos 7 9 .2 3 5
jurisdiccionales 66%
reales
de origen extra-
Tercias: 3 5 .9 9 1 reales
señorial)

Mitad del derecho de


penas:
5 0 reales
Tributos
C onocim iento de papeles
señoriales
ejecutivos:
(ingresos
2 5 0 reales
jurisdiccionales 5 1 1 reales 0 ,5 %
de origen N om bram iento de justicias
y funcionarios:
señorial)
1 0 8 reales
Martiniega:
10 3 reales
Renta de la tierra
Arrendam ientos
(tenencias a censo 4 0 .1 9 8
0 3 3 ,5 %
y reserva señorial) reales
Enfiteusi s

Fu ente: Ángel García Sanz, Desarrollo y crisis del Antiguo Régimen en Castilla la Vieja. Econo­
mía y sociedad en tierras de Segovia de 1500 a 18H , Madrid, Akal, 1986.

La dependencia de los señores castellanos de rentas jurisdiccionales


de origen extra-señorial, antes que de la explotación del bannum a nivel
local, se reproduce con algunos matices en los señoríos más arcaicos del
norte o en los extensos latifundios del sur. En el señorío riojano de Ca­
meros y Condado de Aguilar las rentas fiscales aportan aproximadamen­
te, en el siglo XVIII, un 51,8% de los ingresos totales del señor, origina­
dos mayoritariamente en el cobro de la alcabala. Las rentas derivadas del
componente dominical y de la propiedad de la tierra no alcanzan aquí
una cifra destacada (10,2% de los ingresos):40 el hecho lo explica el exa­

40 Dividido por igual entre enfiteusis y arrendamientos de corto o mediano plazo.

*3
C apitulo 2. Señorío (II): el poder de los hom bres

cerbado carácter minifundísta de la propiedad inmobiliaria -pechera o


nobiliaria- en La Rioja. La novedad respecto de los ejemplos segovianos
es el sobredimensionamiento de los tributos jurisdiccionales de origen
señorial no fiscal: Un enorme listado de rentas perpetuas pagaderas en
especie (martiniega, merindad o aduanas, cameros, cahíces, mostos, ga­
llinas), derechos sobre el tráfico de mercaderías (portazgos, barcajes), el
nombramiento de cargos municipales y la fiscalización de los funciona­
rios señoriales, las multas impuestas por el ejercicio de la justicia, y el
monopolio de hornos y molinos en algunos lugares, todos estos rubros
explican que el 37,9% de los ingresos del señor de Cameros provengan
de las prerrogativas derivadas de la seigneurie banale, en el sentido clásico
del término. En este caso, la explicación reside en el carácter arcaico de
un señorío originado en el siglo XI, que permitió la supervivencia de
pagos y tributos de origen inmemorial, que resultaba imposible exigir en
los señoríos jurisdiccionales de creación más reciente. De cualquier ma­
nera, esta peculiaridad del señorío riojano no se aparta de los compo­
nentes básicos del modelo castellano. Por el contrario, los refuerzan: los
ingresos derivados de la propiedad de la tierra apenas superan el 10%
del total; los ingresos derivados del ejercicio de poderes públicos pro­
porcionan el resto: un 50% , los impuestos cedidos por el estado; un
40% , la explotación del bannum. Debilidad del componente dominical y
dependencia de las rentas enajenadas continúan describiendo la pecu­
liar configuración del régimen señorial en muchas regiones del reino.
En el extremo geográfico opuesto, los grandes señoríos andaluces pre­
sentan también algunos matices que no llegan a alterar las características
definitorias del modelo señorial que venimos describiendo. Si tomamos
como ejemplo los dominios de la casa de Osuna, en Andalucía, constata­
mos la presencia de dos elementos novedosos. En primer lugar, la impor­
tancia de los ingresos derivados de la propiedad de la tierra. En efecto,
en la Administración de Osuna, el 37,6% de los ingresos de 1733 son pro­
ducto de arrendamientos a corto plazo o de asignaciones de tierras a
largo plazo. Esta circunstancia revela la mayor extensión territorial de los
señoríos andaluces y -com o una derivación lógica- el mayor peso del
componente territorial en su constitución. De todas formas, como resulta
característico en el modelo castellano, más del 60% de los ingresos del
titular del señorío siguen dependiendo de elementos más o menos deri­
vados del ejercicio de la jurisdicción. Surge aquí, sin embargo, el segun­
do elemento original del señorío andaluz. El 4,9% de estos ingresos ju ­
risdiccionales son de origen señorial: tributos a la circulación de merca­
derías, ejercicio de la justicia, contralor de pesos y medidas en ferias y

64
Primera Parle. F e u d a l is m o T a r d ío

mercados. Pero el 57,4% restante, representado por ingresos jurisdiccio­


nales de carácter extra—señorial, no surge en este caso del usufructo pri­
vado de impuestos estatales (el duque no logró nunca apoderarse de la
percepción de alcabalas y tercias en sus estados andaluces), sino de la
enajenación de rentas de origen eclesiástico: a partir de diversas concor­
dias firmadas con los obispos de Málaga y Sevilla, los duques eran los
perceptores de los diezmos en la totalidad de sus señoríos australes. De
cualquier forma, a mediados del siglo XVIII las dos características distin­
tivas del modelo castellano -m ayor debilidad relativa del componente
dominical respecto del jurisdiccional, y preponderancia de tributos ex­
tra-señoriales en la conformación de éste últim o- permanecían intactas
en los señoríos andaluces de la casa de Osuna.

Distribución de ingresos de la Administración de Osuna

Ingresos en 1733: 726.797 reales


Diezmos
(ingresos
jurisdiccionales de 4 1 7 .7 2 3 reales 5 7 ,4 %
origen extra-señorial)

Renta de la tierra
(tenencias a censo y 2 7 3 .1 9 6 reales 3 7 ,6 %
reserva señorial)

1 .5 4 0
Portazgo
reales
Tributos
señoriales
Penas de 81 rea les
(ingresos 3 5 .8 7 8
cám ara 4 ,9 %
jurisdiccionales de reales
origen señorial)
Correduría 0
1 9 .8 2 8
pesos y
reales
medidas

F u en te; Ignacio Atienda Hernández, Aristocracia, poder y riqueza en la España Moderna. La


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65
Capitulo 2. Señorío (II): el poder de los hom bres

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68
Capítulo 3
De señores a terratenientes:
evolución del señorío durante el feudalismo tardío
(siglos XV-XVIII)

1- Un señorío normando

El señorío feudal era un fenómeno en extremo complejo. Expresión


de la propiedad noble por excelencia, los señoríos eran una caótica su­
perposición de elementos diversos: tierras usufructuadas en plena pro­
piedad (la reserva o dominio señorial); el derecho a percibir cargas per­
petuas sobre parcelas cuyo dominio útil pertenecía a terceros (las tenen­
cias a censo o censive)\ poderes públicos y prerrogativas de matriz estatal
(el ejercicio de la jurisdicción o señorío de ban). Las posibilidades de
combinación de estos elementos eran en extremo variadas, por lo que
cada señorío podía tener características propias.
En los dos primeros capítulos hemos descripto los componentes del
señorío clásico. El resultado ha sido una visión estática del régimen se­
ñorial, un cuadro de época en el cual la historicidad ha cedido terreno ante
las necesidades de clarificación conceptual del fenómeno bajo estudio.
Debemos plantear ahora una nueva serie de interrogantes. ¿Cómo evo­
lucionó el señorío a lo largo de la Edad Moderna? ¿Qué transformaciones
lo afectaron durante la fase final de la transición hacia el capitalismo?
¿Qué cambios sufrieron sus diversos componentes durante el Antiguo
Régimen?
Para discutir estos tópicos hemos elegido como estudio de caso un
extenso señorío ubicado en el corazón de Normandia, no muy lejos de
Paris: la baronía de Pont-St-Pierre, estudiada por Jonathan Dewald. Cuan­
do la modernidad temprana despuntaba, el enorme señorío abarcaba
cuatro poblados y diversas parroquias. La capital del estado señorial,
Pont-St-Pierre, aparece ya descripta como un burgo en las fuentes del
C apitulo 3. De señores a terratenientes

siglo X, status que aseguraba a sus habitantes el dominio pleno del suelo
de sus casas y sus huertos.41
A comienzos del siglo X y el señorío pasó a manos de los Ronchero-
lles, quienes sería sus propietarios por más de 3 5 0 años. La evidencia
documental demuestra que se trataba de una familia de la baja nobleza,
que en los siglos X lll y XIV estaba al servicio de la casa de Hangest, por
entonces titular de la baronía de Pont-St-Pierre. En 1408, una afortuna­
da política matrimonial y la esperable interrupción biológica del linaje
propietario convirtieron a los Roncherolles en detentadores de uno de
los más codiciados estados señoriales de toda Normandía.
En un dominio de tamaña magnitud no es extraño que hallemos ple­
namente desarrollados la totalidad de los componentes del señorío clási­
co. El estado señorial ingresa en la Edad Moderna con una reserva de
enormes proporciones. Aún sin tomar en cuenta las tenencias a censo,
podemos afirmar que la base territorial del señorío -s u componente do­
m inical- era en extremo importante. La reserva dominical incluía, en
primer lugar, el castillo mismo, construido durante el último tercio del
siglo XIV Las ruinas del castillo original, destruido durante las fases tem­
pranas de la Guerra de los Cien Años, existían aún en el siglo XVII,
testimonio del origen inmemorial de la señorialización del espacio en la
zona. La nueva residencia se hallaba en el centro de un extenso parque
de más de tres tiectáreas.
En 1600 la reserva poseía apenas 28 hectáreas de tierra cultivable y
otras 10 hectáreas de prados. Resulta obvio que lasjn ism as no consti­
tuían la porción más importante del dominio señorial. El componente
mayor de la reserva» cuyo dominium indiviso correspondía a los señores,
eran 3 40 hectáreas del riquísimo bosque de Longbouel.42
La riqueza de la reserva no impedía que el segundo componente do­
minical del señorío, el censive, también tuviera importancia. La baronía
poseía el dominio directo sobre varios cientos de tenencias campesinas,
en las ocho parroquias que rodeaban la foresta. Los tenentes enfitéuticos
pagaban rentas fijas en dinero (el cois) y en especie (las rentes Joncítres) *3
La costumbre normanda autorizaba a los señores a intervenir cuando
alguna de las tenencias se ponía a la venta (retrait jéod al): igualando el
precio de compra del mejor postor, el señor recuperaba el dominio útil

45 Las propiedades urbanas quedaban, en consecuencia, exentas del pago de tributos


señoriales y de las tasas de mutación.
Las 552 ha. restantes del bosque perteneneclan a la corona.
43 Las rentes jonciéres incluían pagos en grano y en aves de corral.

70
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

de la parcela y podía reintegrarla a la reserva. En un dominio tan extenso


como Pont-St-Pierre, en el que muchos habitantes sometidos a la juris­
dicción del barón eran propietarios plenos de su tierra, la presencia de
un extenso censive adquiría una importancia que trascendía la esfera eco­
nómica: allí donde cobraba rentas enfitéuticas, el señor podía esperar
una mayor cuota de respeto por sus derechos jurisdiccionales (monopo­
lios, regulaciones comerciales, potestades judiciales).
El origen arcaico del señorío de Pont-St-Pierre explica que, para 1600,
todavía sobrevivieran en su seno cinco feudos nobles, subordinados a la
baronía. Originados en los procesos de subinfeudación propios del feu­
dalismo maduro, estas propiedades se diferenciaban de las tenencias a
censo por el hecho de que sólo debían al señor homenaje y fidelidad. Los
feudos eran tierra noble, atributo del que carecían las parcelas del censi­
ve. Por ello, su carácter de propiedad condicional no se expresaba a
partir de componentes económicos, sino por medio de rituales y símbo­
los vasalláticos. Uno de estos cincos fiefs era propiedad de los Ronchero-
lles (el hogar original del linaje, por entonces en manos de una rama
secundaria de la familia). Un segundo feudo era propiedad del barón
mismo. Los tres restantes mantenían una existencia independiente.
El último componente de la baronía era la jurisdicción señorial. En el
burgo principal, el tribunal del señor sesionaba con frecuencia, y sus
decisiones incidían en forma marcada sobre la vida de los habitantes. El
monopolio de los molinos dentro de la jurisdicción también pertenecía a
los señores. La baronía poseía tres molinos para grano, dos a base de
energía hidráulica y un tercero con propulsión eòlica. En la modernidad
temprana, la explotación de los mismos se arrendaba a terceros, aunque
la reparación y mantenimiento de las máquinas corría por cuenta del
barón. En tercer lugar, el señor poseía un conjunto específico de dere­
chos sobre las actividades comerciales. Podía montar un mercado cada
sábado en el burgo capital, insistiendo en que todas las transacciones
económicas de la baronía tuvieran lugar allí. La violación de este privile­
gio podía castigarse con multas y confiscaciones. Los barones podían
montar ferias dos veces al año. Tanto en éstas como en ios mercados
semanales, los oficiales feudales percibían tributos sobre la mayoría de
las transacciones realizadas (coutumes), y por el privilegio de controlar
los pesos y medidas.44 Finalmente, los señores de Pont-St-Pierre poseían

44 En el siglo XVIII, los com erciantes locales certificaban que, desde tiempo inmemorial, los
coutumes eran de 5 chelines por cada caballo, de 4 chelines por cada vaca o cerdo y de 5
chelines por cada saco de trigo.

7*
Capítulo 3. De señores a terratenientes

los derechos sobre el río Andelle mismo, en el tramo que se extendía


entre el convento de Fontaine Guérard y su desembocadura en el Sena;
sobre la base de este privilegio monopolizaban la pesca en el curso de
agua, cobraban tributos sobre la madera que desde los bosques de Lyon se
trasladaba río abajo, y percibían impuestos sobredas barcas cargadas con
toneles de vino.

2- De la Crisis a la Revolución: las transformaciones del


señorío entre los siglos XIV y XVIII
Todos los componentes del señorío de Pont-St-Pierre sobrevivieron
hasta 1789. Pero el peso relativo de cada uno sufrió cambios de impor­
tancia. Entre la crisis del siglo XIV y el estallido de la Revolución France­
sa, el señorío evoluciona indefectiblemente en un sentido unívoco: de
ser una propiedad esencialmente feudal, en la cual los derechos judicia­
les, los monopolios y las rentas enfitéuticas conformaban el 92% de los
ingresos totales, tiende cada vez a convertirse en una explotación comer­
cial, cuyos recursos centrales derivaban de la producción para el merca­
do. Para el siglo XVIII, tres cuartas partes de los ingresos señoriales pro­
venían del arrendamiento de corto plazo de porciones de la reserva do­
minical45 y de las ventas de madera. Para finales del Anden Régime las
rentas pagadas por los tenentes enfitéuticos apenas significaban un 3%
del valor total de los ingresos del barón; las multas y derechos de justicia,
un 1%. A comienzos del siglo XV, en cambio, ambos rubros proveían más
de tres cuartos de los ingresos totales del dominio.
Sólo dos elementos de matriz claramente señorial mostraron en Pont-
St-Pierre ciertos signos de vitalidad a lo largo del tiempo. En los siglos
XVII y XVIII los tributos sobre las transacciones (coutumes) no sólo no
perdieron relevancia, sino que incrementaron su valor en forma paralela
al crecimiento del comercio regional. Los monopolizados molinos hari­
neros, por su parte, se beneficiaron con el crecimiento demográfico que
experimentaba la próspera baronía. De todas formas, ambas fuentes de

------------------ i.
43 Jonathan Dewald incluye también en este rubro el arrendamiento de los molinos. Cree­
mos, sin embargo, que esta última práctica debería considerarse como un ingreso ju risd ic­
cional, en tanto las ganancias obtenidas por la explotación de ios mismos derivaba del
monopolio que los señores tenían sobre la propiedad y explotación de dichos artefactos.
Sólo en caso de que no hubiera existido en la baronía la banalité du moulin, podríamos
adscribir el arrendamiento de los molinos a los ingresos surgidos de la explotación comer­
cial de la reserva dominical.

72
Primera Parle. F e u d a l is m o T a r d ío

'ingreso perdieron importancia relativa, si las contrastamos con los bene­


ficios derivados de la explotación comercial de las tierras y del bosque de
la reserva. En síntesis, los mecanismos específicamente feudales de ex­
tracción del excedente campesino no se desvanecieron por completo en
el Siglo de las Luces, pero dejaron de cumplir un rol esencial en la
economía del señorío.
Los ingresos específicamente feudales -jurisdicción y censive- mantu­
vieron su importancia durante el siglo XV: en las dos primeras décadas
del siglo XVI todavía conformaban tres cuartos de los ingresos totales de
la baronía. Las rentas que pagaban los tenentes enfitéuticos retenían un
peso económico substancial, llegando a proveer el 43% de los ingresos
totales en 1521-1522. En contra de lo que algunos autores han sostenido
para otras regiones del país -incluso, para otras latitudes normandas-,
esta estabilidad de la orientación señorial de Pont-St-Pierre ilustra la ca­
pacidad de resistencia que el sistema feudal todavía mostraba en las pos­
trimerías de la Guerra de los Cien Años.
Los cambios estructurales a los que hemos hecho referencia no se
produjeron, entonces, como consecuencia de las catástrofes de los siglos
XIV y XV. Tuvieron lugar durante los años prósperos del Renacimiento.
Para comienzos de la década de 1 5 60, los recursos jurisdiccionales y
enfitéuticos eran ya un cincuenta por ciento menos relevantes para el
señorío que en 1521. Una década después su importancia se redujo aún
más: sólo proporcionaron el 11% de los ingresos totales. En síntesis, en
un lapso de apenas 50 años, el señorío de Pont-St-Pierre había sufrido
una profunda transformación: sus ingresos se habían reorientado de las
percepciones de origen señorial a las percepciones de origen solariego 46
¿Por qué colapsan las rentas señoriales derivadas de la jurisdicción y
del censive? La revolución de los precios tuvo su cuota de responsabili­
dad. A diferencia de otros señoríos, una porción importante de las remas
fijas estaban establecidas en dinero, por lo que sufrieron la rápida ero­
sión inflacionaria. En efecto, el valor nominal total de los censos enfitéu­
ticos se mantiene invariable entre comienzos del siglo XVI y finales del
siglo XVIII: 421 libras en 1521-1522, 4 0 6 libras entre 1558-1559, 543

40 Conviene aclarar que en este último rubro tan sólo incluimos a los beneficios derivados
exclusivamente de la explotación de la reserva señorial. Aunque también derivadas del
com ponente dom inical del señorío, dejamos expUticita mente de lado a las rentas enfitéu-
ticas, a las que consideram os, ju n to con los ingresos derivados de la explotación del
bannum, como percepciones de origen estrictam ente feudal. El carácter fijo de las rentas
privaba a las tenencias a censo de la flexibilidad que poseía la explotación directa de la
reserva o su arrendamiento de corto plazo.

73
Capitulo 3. De señores a terratenientes

libras en 1740. Pero tan importante como la inflación fueron los cambios
en los hábitos de administración del señorío. La contabilidad del estado
baronial revela un creciente descuido en el control y percepción de las
rentas. En 1515 un recaudador señorial comunicaba que determinados
tenentes '‘no reconocían deber las dichas rentas,-y el señorío no posee
documentos que hagan mención de las mismas”. En 1560 una glosa ex­
plícita: “en los siguientes renglones se anota 'nada’, porque el cobrador
desconoce donde se localizan estas tenencias dentro del señorío”. Mu­
chos señoríos enfrentaron inconvenientes similares tras los conflictos
bélicos del Medioevo tardío: documentos destruidos, parcelas abando­
nadas, campesinos fugados. Pero la burocracia de Pont-St-Pierre parece
haber sido particularmente laxa: el primer catastro (terrier) que ha sobre­
vivido data de 1635. No resulta extraño que los antiguos rollos, a los que
continuamente hacen referencia los empleados señoriales del siglo XVI,
no dieran cuenta de la distribución espacial real dentro de la baronía.
Cabe decir entonces que, en gran medida, el valor real de las rentas
en fitéuticas se derrumbó en este rincón de Normandía porque los Ron-
cherolles no mostraron interés en realizar los esfuerzos que hubiera re­
querido su mantenimiento. ¿Era racional esta decisión en términos eco­
nómicos? Todo indica que la defensa de los derechos señoriales era en
extremo onerosa, y que la reducción del valor real de estas rentas, provoca­
da por la inflación, no justificaba el alto costo de los litigios. Pero la resisten­
cia crónica de los tenentes dependientes no era la única causa que podía
dificultar la percepción de esta clase de rentas en el feudalismo tardío; en
ocasiones, las distancias y la pobreza de quienes debían pagarlas eran los
factores que volvían prácticamente imposible el cobro de ciertas cargas. Como
en 1598 reconocían los canónigos de la catedral de Rouen, ciertos tenentes
morosos no podían ser persuadidos de pagar “sino tras muchas expensas,
que comían y absorbían la mayor parte de lo que ellos debían”.
Los ingresos judiciales eran genuinamente importantes a finales del
siglo XIV. Conformaban el 15% del total de ingresos, un monto apenas
por encima del producido por los molinos banales, y cuatro veces supe­
rior a las ganancias que dejaba la venta comercial de madera. En 1515-
1516, el ejercicio de la justicia todavía proveía el 12% de las rentas del
barón; aunque la explotación forestal aportaba ya el 15% de los ingresos
totales. Pero en la década de 1560 el retroceso era ya catastrófico: multas
y derechos de cámara apenas alcanzaban el 2%. En la década siguiente,
raramente superaron el 1%. Claro que parte de esta declinación era rela­
tiva, pues refleja ei incremento en términos absolutos de otras fuentes de
ingresos. Pero de todos modos, la principal causa del retroceso de los

74
Primera Partç. F e u d a l is m o T a r d ío

ingresos derivados del tribunal señorial tenía raíces políticas. El estado


feudal centralizado había aumentado los estándares de calidad exigidos
a los detentadores privados de derechos de justicia. Desde comienzos del
siglo XVI, la monarquía insistió en que los magistrados señoriales debían
tener una adecuada preparación intelectual, por lo que sus estipendios
fueron indefectiblemente en aumento. A partir de entonces resultó fre­
cuente que las rentas de origen judicial se vieran absorbidas por los cre­
cientes costos de mantenimiento de la estructura tribunalicia.
Más aún, la creciente frecuencia de las apelaciones antes las instan­
cias judiciales superiores -bailías y parlamentos- significaba un pesado
drenaje para las arcas baroniales. Un proceso de 1574 ilustra los nuevos
condicionantes que enfrentaban los tribunales feudales. Durante un ju i­
cio por homicidio, el ju ez de la baronía intentó someter a tormento a
Robinette du Bois, la principal acusada. La mujer apeló la medida ante el
Parlamento de Rouen, la máxima instancia judicial de la provincia. De
inmediato, las expensas señoriales comenzaron a crecer: 10 chelines por
la presentación del expediente ante el Parlamento; 45 chelines para las
comadronas que tenían que certificar el estado de preñez de Robinette,
principal argumento esbozado para la postergación del tormento; 116
chelines para el consejero que debía presentar el caso ante el máximo
tribunal; 58 chelines para los sargentos que trasladaron a la prisionera
hasta la capital normanda; 19 libras con 10 chelines para los abogados
intervinientes; y 13 libras con 18 chelines para cubrir la manutención de
Robinette durante su estadía en prisión y su posterior traslado a Pont-St-
Pierre, y por la obtención de una copia de la sentencia del Parlamento,
confirmando la decisión original del tribunal señorial. El costo total ge­
nerado por esta fase del proceso alcanzó las 45 libras, aproximadamente
la mitad de los ingresos judiciales de la baronía durante el periodo 1571-
1572. Pero aún cuando no se produjeran apelaciones, las actividades
normales del tribunal podían requerir la intervención de funcionarios
especializados. En 1631 un residente de la comunidad de La Neuville fue
condenado a la pena de azotes por el robo de dos cerdos; para cumplir
con la sentencia, la corte señorial debió convocar al verdugo del Parla­
mento de Rouen. El procedimiento tuvo un costo de 18 libras.
Para mediados del siglo XVI, el ejercicio de la justicia había dejado de
ser un negocio lucrativo para el señorío. Los barones hicieron pocos es­
fuerzos para mantener su rol judicial, al menos en las áreas poco pro­
ductivas del fuero criminal. Al igual que ocurría con las rentas enfitéuti­
cas, una administración laxa parece haber sido la decisión económica
más inteligente.

75
C apítulo 3. De señores a terratenientes

Otros componentes de los ingresos de origen feudal fueron, sin em­


bargo, objeto de una agresiva atención durante los mismos años. Desde
mediados del siglo XV, los molinos harineros monopolizados por la ba­
ronía incrementaron con rapidez su importancia económica. En dicho
momento, sólo uno de los molinos de Pont-St-Pierre estaba arrendado,
por un canon de 71 libras anuales. Para 1515, la renta se elevó a 120
libras. El señorío construyó un segundo molino en 1551. De allí en más,
los dos molinos fueron arrendados en conjunto por un monto de 320
libras. En 1584 existía ya un tercer molino, con propulsión eolica. Para
1670, los tres molinos fueron arrendados por un monto de 25 0 0 libras al
año.
En última instancia, la suba meteòrica del arrendamiento de los mo­
linos banales se debía al crecimiento de la población de la baronía, la
misma causa que contemporáneamente provocaba el incremento de los
derechos de mercado (<coutixmcs). A finales del siglo XV, los ingresos pro­
ducidos por las transacciones efectuadas en el mercado semanal eran de
12 libras al año. A comienzos del siglo XVI alcanzaron las 4 0 libras, cifra
que se duplica en la década de 1580. A mediados del siglo XVII el im ­
puesto a las compraventas generaba 3 0 0 libras anuales. La inflación, que
volatilizaba el valor de las rentas fijas enfitéuticas, al mismo tiempo in­
crementaba, en forma selectiva, otros ingresos tradicionales de matriz
señorial.
Durante el siglo XV, la tala de árboles del bosque (porción principal
de la reserva señorial) afectaba anualmente sólo a una pequeña sección
de las 34 0 hectáreas de foresta, nunca más del 3% de la superficie total.
La práctica permitía, al menos, 20 años de crecimiento continuo entre
cada tala, asegurando así la calidad de la madera. A finales del Medioevo»
la madera de Longbouel generaba menos ingresos que los derechos juris­
diccionales que los barones ejercían sobre la foresta (com o las multas
impuestas a los intrusos que ingresaban sin autorización, o la venta de
permisos para el ingreso de los rebaños particulares). En 1399 estos últi­
mos derechos produjeron 63 libras; la explotación comercial del bosque,
tan sólo 45. Como ocurría con la baronía en su totalidad, la importancia
del bosque en el siglo XV residía en la administración del bannum, antes
que en-la explotación de los recursos de la reserva.
Estos dos aspectos del usufructo de la foresta permanecieron equili­
brados hasta 1515. Pero ya a partir de 1506 se percibía que muchas talas
anuales promediaban los 60 acres, tres o cuatro veces la extensión de las
talas típicas del siglo XV. Para 1560, la importancia de los aspectos seño­
riales de la explotación del bosque habían virtualmente desaparecido:

76
Primera P a rte . F e u d a l is m o T a r d ío

dicho año, las ventas de madera produjeron 1.289 libras; el cobro de


multas por ingresar a la propiedad, 35 libras; y la venta de los derechos
de pastoreo, absolutamente nada. Una década después fueron los dere­
chos judiciales los que no aportaron beneficio alguno, en tanto que el
emprendimiento forestal producía un beneficio de 3 .500 libras al año.
El bosque fue sometido a un intenso proceso de devastación durante
la Edad Moderna. A finales del siglo XVI, los árboles más viejos no supe­
raban los 9 años en muchas secciones. La creciente demanda de madera,
provocada por el progreso urbano, el comercio ultramarino y el desarro­
llo manufacturero, permitió compensar la declinante calidad del pro­
ducto ofrecido. La cercanía de la baronía respecto de grandes metrópolis,
como Rouen y Paris, tanto como su estratégica ubicación respecto de las
vía fluviales, aseguraba incluso la salida de la madera de peor condición.
Los podas continuaron en forma intensiva, y los precios siguieron en alza
hasta finales del A nden Régime. El valor de cada unidad talada aumentó
siete veces en los primeros dos tercios del siglo XVI, para volver a tripli­
carse en la década de 1570. Para 1730, los valores se habían duplicado
nuevamente; y para 1780 aumentaron otro 50% . La producción para el
mercado y una ubicación geográfica privilegiada permitieron que una es­
tructura arcaica como el señorío feudal retuviera su importancia económica
durante el feudalismo tardío, gracias a la sistemática explotación de su com­
ponente dominical, de la seigneurie fon áére antes que de la sdgneurie banale.
La riqueza del bosque de Longbouel permite explicar, tal vez, el esca­
so desarrollo que los otros componentes de la reserva (los prados y las
tierras cultivables) tuvieron durante el Antiguo Régimen. El hecho no
puede atribuirse a obstáculos legales. El derecho normando facilitaba la
recuperación del dominio útil de las tierras enajenadas. Emparejando la
oferta de los potenciales compradores, los señores podían reconstruir el
dominium absoluto sobre las tenencias. Muchas parcelas, incluso, inevita­
blemente volvían bajo dominio señorial cuando sus ocupantes morían
sin herederos o interrumpían el pago de las rentas. Resulta sorprenden­
te, entonces, que los señores de Pont-St-Pierre comenzaran a aprovechar
estas oportunidades sólo muy tardíamente, a partir de finales del siglo
XVII, Para entonces, hacía muchas décadas que la inflación desatada
durante el siglo XVI había demostrado la superioridad de los arrenda­
mientos sobre las cesiones perpetuas.
De hecho, en el primer siglo y medio de la era moderna, los barones
se mostraron reticentes a la hora de reducir la extensión del censive. La
porción no forestal de la reserva señorial era prácticamente inexistente a
finales del siglo XIV. La explotación de las prados proveía un 5% de los

77
Capitulo 3. De señores a terratenienLes

ingresos totales del señor feudal, en tanto las tierras cultivables no pro­
porcionaban nada. Pero el incremento del número de tenencias abando­
nadas en las fases finales de la Guerra de los Cien Años produjo el creci­
miento automático de la reserva, y los arrendamientos por contrato revo­
cable llegaron a generar hasta un 20% de los beneficios anuales de los
Roncherolles. Pero se trataba de un fenómeno pasajero. Los señores recu­
rrieron por entonces a la locatio sólo porque la lenta recuperación de la
crisis secular no proporcionaba el número suficiente de tenentes para la
reconstrucción del censive. Cuando el florecimiento demográfico del si­
glo XVI permitió revertir la tendencia, los titulares de Pont-St-Pierre uti­
lizaron porciones enteras de la reserva para crear nuevas tenencias a cen­
so. Los barones retuvieron este hábito por largo tiempo: durante todo el
Renacimiento continuaron entregando sustanciales porciones del sector
no forestal de la reserva a cambio del pago de rentas fijas. Todavía en
1613 cedieron parcelas en régimen enfitéutico, y establecieron las rentas
fijas enteramente en dinero (a pesar de lo aconsejado por un siglo entero
de inflación desatada). En 1625 se produjeron otras dos nuevas cesiones
de tierras; pero esta vez las rentas fijas fueron una combinación de pagos
en dinero y en especie. A esta altura, los Roncherolles habían aprendido
a resguardarse un tanto de la suba de precios; aunque de todos modos,
seguían sacrificando importantes extensiones del coto dominical
Evidentemente, la deconstrucción de esta estrategia requiere una
aproximación antropológica antes que un análisis económico. La defensa
del censive reflejaba los presupuestos ideológicos de los rentistas feuda­
les, el verdadero fundamento de la posesión de tierras. El control directo
del territorio no tenía simplemente un objetivo material. No era sólo la
cantidad de acres la que expresaba la importancia de un señor feudal,
sino el número de vasallos directos que caían bajo su dominio. Y en este
sentido, los tenentes enfitéuticos configuraban, en la era posterior a la
abolición de la servidumbre, la más perfecta expresión de dependencia
señorial que el feudalismo tardío podía proporcionar. Los enfiteutas no
sólo eran dependientes en términos jurisdiccionales, como el resto de los
propietarios plenos de la baronía; sino también dependientes en térmi­
nos territoriales, en tanto explotaban parcelas cuyo dominio directo con­
tinuaba en manos del señor. Por lo tanto, de la misma manera que los
barones no renunciaron a sus poderes banales a pesar de la incontenible
decadencia de los ingresos de origen jurisdiccional, durante siglos tam­
poco pudieron vencer las barreras ideológicas que les impedían liquidar
el régimen enfitéutico en beneficio del arrendamiento de las tierras cul­
tivables de la reserva.

78
P r i m e r a P a r t e . F ü u d a l is m o T a r d Iü

Pero a diferencia de las potestades de poder público (que nunca aban­


donaron formalmente), el apego por las tenencias con rentas fijas co­
menzó a modificarse durante el siglo XVII. Como ya venia ocurriendo
con la explotación del bosque señorial, también en este caso los barones
comenzaron a pensar en términos comerciales. Se inició entonces un
lento proceso de revalorización de los aspectos no forestales de la reserva.
Pero para ello no descansaron solamente en la recuperación de las tenen­
cias enajenadas. También recurrieron a la compra de tierras dentro de la
jurisdicción. Para 1715 ya habían adquirido dos grandes granjas, que
fueron incorporadas a la reserva dominical. El mismo año construyeron
tres molinos bataneros sobre el río Andelle, para aprovechar el creci­
miento de la industria lanera en torno a Elbeuf. También invirtieron en la
compra de prados. Si en 1600 la pradera señorial no superaba las 10
hectáreas, para 1768 ya había alcanzado las 25. Al margen del mercado
de tierras, los Roncherolles también endurecieron, su postura respecto de
los tenentes enfitéuticos (un cambio de actitud que expresa el abandono
de las prácticas paternalistas para con sus vasallos directos). Así, en 1759
Michel de Roncherolles anunció a los parroquianos de St.Nicholas que
tenía la intención de poner fin a los derechos de pastoreo que hasta
entonces disfrutaban en una porción de la reserva dominical. El señor
deseaba reservar para sí el usufructo del terreno, “y dado que la bondad
y tolerancia de mis ancestros es la única fuente del aprovechamiento de
que hoy disfrutan, reclamo el derecho de prohibir de aquí en adelante el
acceso a estas tierras”. Los aldeanos buscaron asesoramiento legal, pero
finalmente desistieron. El derecho estaba de parte del barón. El dominio
indiviso de las tierras, aunque usufructuadas desde tiempo inmemorial
por la comunidad, pertenecía al titular del señorío. Como gesto de con­
descendencia, Michel de Roncherolles les ofreció otras pasturas de me­
nor calidad. Pero lo cierto es que durante el Siglo de las Luces, el señor
feudal razonaba con una mentalidad que priorizaba los beneficios mate­
riales.
La expansión de la porción no forestal de la reserva se aceleró luego
de que en 1765 los Roncherolles se desprendieran del señorío. En 1768
el dominio fue comprado por Antoine Caillot de Coquéraumont, un
acaudalado exponente de la nobleza de robe normanda. El nuevo propie­
tario impulsó una impresionante ampliación de la reserva. Desprovisto
de los pruritos que todavía conservaban los anteriores propietarios, el
nuevo señor conformó un prado dominical de 4 0 hectáreas, cuatro veces
superior a la extensión que poseía en 1600. Para 1792, como constataron
las autoridades revolucionarias, la reserva abarcaba también 6 granjas

79
Capítulo 3. De señores a terratenientes

grandes (los Roncherolles poseían sólo 2 en 1765). Los Caillot también


endurecieron la política respecto del censíve. En 1780 concluyeron la
confección de un catastro, que los Roncherolles habían morosamente
comenzado en la década de 1740. De allí en más los oficiales del nuevo
señor feudal prestaron mucha más atención a las compraventas de parce­
las en el censíve, lo que les aseguraba la recolección de sustanciales tasas
de mutación (treizièmes en Normandía, equivalente de los lods et vents en el
resto de Francia); y les permitía ejercer el derecho de retrait féodal, con el cual
podían recuperar el dominio absoluto sobre las parcelas enajenadas.
Cuando la Revolución estallaba en Paris, la antiquísima propiedad
feudal tenía más que nunca la apariencia de un dominio imponente.
Durante la generación previa a 1 789, la política de ampliación de la
porción no forestal de la reserva había acelerado un proceso ’ya iniciado
por los propietarios anteriores. La transición del estado señorial hacia
una forma de explotación comercial, en la cual la principal fuente de
recursos era la propiedad de la tierra antes que el poder sobre los hom­
bres, finalmente se había consumado.

3- El peso del señorío en la economía rural y en la


producción agrícola local
¿Cuál era el peso del señorío en la economía rural a finales de la Edad
Media? ¿Qué proporción de la producción agrícola local terminaba en
manos los barones, a partir de los diversos mecanismos a su disposición?
¿Cómo era la situación a finales del Antiguo Régimen? Hasta aquí hemos
analizado la evolución interna del estado de Pont-St-Pierre. Nos interesa
conocer ahora la relación de la baronía con el mundo que la circundaba.
Las respuestas a estos interrogantes nos permitirán descubrir si, entre la
crisis del siglo XIV y el estallido de la Revolución, los señores de la tierra
lograron incrementar la porción de riqueza que extraían a los producto­
res directos.
El método propuesto por el historiador Jonathan Dewald consiste en
convertir los ingresos nomínales de la baronía en dos medidas de valor
real, los precios de mercado del trigo y de las aves de corral. Si nos
limitamos a analizar la evolución de los ingresos señoriales en términos
nominales, a mediados del XVII, los mismos eran trece veces superiores a
los montos de 1399. Pero el fenómeno inflacionario nos obliga a tomar
en cuenta la evolución de los ingresos en términos reales, si queremos
determinar la proporción de la producción agrícola local que terminaba
en poder del señor feudal.

8o
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d Io

Analizados en términos de las cantidades de trigo que podían com ­


prar, los ingresos de la baronía se estancaron durante la mayor parte de la
Edad Moderna. De los 2 2 años previos a 1780, para los cuales es posible
calcular el total de ingresos del señorío, los niveles de finales del siglo
XIV sólo se alcanzaron en 2 ocasiones. Durante 7 años del siglo XVI, el
ingreso real promedio fue tan sólo el 55% del nivel de 1398-1399. A
mediados del siglo XVII, la proporción era de dos tercios respecto de
nuestro punto de partida; y en 1740 se mantenía en los mismos valores.
Estas cifras nos inducen a pensar que, a pesar de las transformaciones
que hemos analizado en los apartados anteriores, la transición hacia el
capitalismo no fue sencilla para el señorío de Pont-St-Pierre. De hecho,
cuando los ingresos reales se contrastan con el precio del trigo, la crisis
estructural del sistema de finales de la Edad Media parece haber sido un
evento cuyas consecuencias persistieron hasta el colapso mismo del An­
tiguo Régimen. La inflexión en esta tendencia se produce sólo hacia 1780,
cuando los componentes específicamente señoriales de la propiedad ca­
recían ya de relevancia.
Pero la situación adquiere ligeramente otros matices si los ingresos
reales de la baronía se miden en función del precio de compra de las aves
de corral: para las primeras décadas del siglo XVI, el señorío había alcan­
zado ya las tres cuartas partes de sus ingresos de 1399. En la década de
1570, eran un 75% superiores; y a finales del siglo XVIII eran tres veces
más altos. Desde esta nueva perspectiva, para mediados del siglo XVI, los
señores de Pont-St-Pierre ya se habían recuperado ampliamente de la
crisis del siglo XIV
La disparidad entre estas dos mediciones de ingresos supone la exis­
tencia de dos maneras diferentes de pensar el peso que el señorío tenía
sobre la economía local. La medición en términos de las aves de corral
configura, en esencia, un relevamiento del poder de compra de los baro­
nes. La carne de ave era uno de los pocos productos que los Roncherolles
adquirían en el mercado en grandes cantidades. Un índice en términos
de los productos manufacturados probablemente daría una imagen aún
más brillante del poder de compra de los señores (porque sus precios
crecieron menos que los de los alimentos). Pero una medición del ingre­
so real de la nobleza feudal supone más que cuestiones de poder de
compra de bienes suntuarios. Establecer la cantidad de trigo que se po­
dían adquirir con los ingresos de la baronía implica medir, al mismo
tiempo, la capacidad de control del señorío sobre la producción agrícola
de la región. Entre mediados de los siglos XV y XVIII, Pont-St-Pierre se
apropió de menos de dos tercios del grano que había controlado a finales

8i
C apitulo 3. De señores a terratenientes

de la Edad Media. Por lo tanto, en la fase final del feudalismo un porcen­


taje más reducido del producto agrícola local fluía hacia los graneros del
señor.
Los arrendatarios, los propietarios urbanos y los pequeños nobles (gru­
pos que producían y vendían directamente excedentes de granos en el
mercado) fueron quienes se beneficiaron con el incremento de los pre­
cios agrícolas en las coyunturas alcistas. La orientación exclusivamente
forestal del dominio, el escaso desarrollo de la porción agrícola de la
reserva, y el carácter fijo de las rentas del censive, son los factores que
explican los motivos por los cuales los señores no pudieron aprovechar
en igual medida la suba del precio del grano. Claro que tampoco pudie­
ron hacerlo los pequeños productores directos, el campesinado de sub­
sistencia, que no conservaba suficientes excedentes comercializables.47
Sólo en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la baronía se orientó
definitivamente hacia la producción para el mercado, el porcentaje de la
producción de grano regional controlado por los señores logró superar
los valores de 1398-1399.
En síntesis, la conversión de los ingresos de la baronía en términos de
cantidades de cereal no refleja tanto el poder de compra de los Ronche -
rolles, cuanto las oportunidades comerciales que desperdiciaron duran­
te casi tres siglos: aún cuando las ventas de madera constituyeron la base
de los ingresos señoriales en la Edad Moderna, el papel de la baronía en
el control del producto básico de la economía local declinó sensiblemen­
te. Sólo los nuevos dueños de Pont-St-Pierre (una dinastía de nobles de
toga) lograron igualar, en las últimas décadas del Anden Régime, la capa­
cidad de dominación sobre la producción regional que los Roncherolles
habían tenido a finales de la Edad Media.

4- El ethos económico de la nobleza feudal en el Antiguo


Régimen

A partir del siglo XVI, los Roncherolles lideraron un profundo proce­


so de cambio en su gigantesco señorío normando. Los mecanismos coer­
citivos de extracción del excedente campesino fueron relegados en bene­
ficio de la explotación comercial de la reserva .dominical. Las formas
políticamente determinadas de propiedad cedieron ante las formas eco­

47 Ello se debía, esencialmente, a las diversas cargas que gravaban la producción de sus
parcelas; aunque también influía la incapacidad de los pequeños productores para vender
sus magros excedentes en las coyunturas de precios más convenientes.
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

nómicamente determinadas. Estas últimas adquirieron formas variadas,


que incluyeron la explotación directa -e l emprendimiento forestal- sin
abandonar las prácticas tradicionales de los rentistas del suelo -e l arren­
damiento de las explotaciones agrícolas de la reserva. Sin embargo, ¿has­
ta qué extremo los barones de Pont-St-Pierre estuvieron dispuestos a aban­
donar los componentes estrictamente feudales sobre los que todavía se
sustentaba su propiedad territorial? ¿Cuán profundo era el cambio de
mentalidad ensayado por estos exponentes de la nobleza de Antiguo Ré­
gimen? ¿Cuán completa fue la adaptación de la baronía a la economía de
mercado? ¿Cuán capitalista era el idioma que hablaban estos señores nor­
mandos?
Los Roncherolles siempre comprendieron el funcionamiento de los
mercados. Sus presupuestos acerca del funcionamiento de la economía
preindustrial no eran inocentes. Cuando en 1590 Pierre de Roncherolles
debió acordar el arrendamiento de la propiedad de su sobrino, de quien
era tutor, impuso en el contrato una cláusula que exigía al locatario "es­
perar la estación para vender los productos al más alto precio durante el
año”; y recurrir a la subasta como procedimiento de adjudicación de las
parcelas que podían subarrendarse, “para lograr el mayor beneficio e
incremento en la dicha percepción”. Pero la consecución de ganancia y
la sensibilidad ante las coyunturas del mercado no constituyen, en sí
mismas, una expresión acabada de mentalidad capitalista. La ambición
por adquirir riqueza, el desenfrenado deseo por acumular medios de
pago, ha sido un impulso común a muchas épocas y civilizaciones, a
muchas clases y condiciones de individuos. El carácter profundo del
moderno capitalismo industrial se expresa a partir de la generalización
del trabajo libre y de las relaciones sociales asalariadas, de una nueva
dinámica entre campo y ciudad, de una ampliación constante de los
beneficios sobre la base de la inversión, la renovación tecnológica y la
agresiva ampliación (invención) de los mercados.
Desde esta perspectiva, la más visible limitación económica de la ba­
ronía normanda en la fase final de la transición hacia el capitalismo se
relacionaba con el déficit en la inversión. Más impactante que el lento
progreso en la compra de tierras resulta la escasa preocupación por el
mantenimiento y la mejora de aquellos recursos que los Roncherolles
controlaban de manera efectiva. Las cuentas del año agrícola de 1515-
1516 ilustran esta mentalidad. Los gastos anuales fueron 2.882 libras, de
las cuales sólo 61 libras (el 2,1% de los gastos totales) fueron empleadas
en la construcción y reparación del capital básico de la reserva: molinos,
cercas, puentes, caminos. Un adicional de 15 libras (5% del gasto) se

83
Capitulo 3. De señores a terratenientes

empleó en la plantación de una nueva vid. En contraste, 4 6 0 libras se


gastaron en el embellecimiento del castillo, y 3 3 0 libras en la provisión
de carne para la mesa del señor. Estas cifras no bastaban siquiera para el
mantenimiento mínimo del equipamiento agrícola. En los siglos XVII y
X V ül el mantenimiento de un molino consumía, por regla general, el
20% del ingreso bruto que producía. No resulta extraño que las quejas
de los arrendatarios de la reserva y de los usuarios de los molinos banales
se hicieran sentir a lo largo de todo el siglo XVIII. Esta negligencia redu­
cía las fuentes de ingreso del señor feudal. En 1739 el barón mismo
reconocía que sus derechos de mercado no valdrían nada hasta que “sea
reparado el camino por el cual se accede al dicho mercado, que actual­
mente resulta inutilizable, y convierte al dicho mercado en un desierto”.
Para la misma época el molino de viento de la aldea de La Neuville ya no
existía. Las quejas sobre el estado de los otros dos molinos eran perma­
nentes. En 1714 la irritante situación (productores obligados a utilizar
molinos señoriales que carecían por completo de mantenimiento) provo­
có el asesinato del funcionario responsable, el conservateur des droits de
banalité du monsieur. Un testigo del altercado con el cual comenzó el inci­
dente relató que "algunas personas estaban diciendo que por qué se nos
obliga a venir hasta tu molino, si no está en buenas condiciones, si no hay
pesas ni medidas, por lo cual el testigo creyó entender que algún hombre del
señor estaría arrestando a algún vasallo a causa de la banalité”.*8
Los edificios de las granjas arrendadas estaban en similar estado de
deterioro. En 1766 el suegro del arrendatario de la granja de Les Maisons
se quejaba de que “la mayoría de los edificios carecen de puertas, los
pisos están casi en ruinas, la prensa para las manzanas no se ha podido
utilizar en todo el año, los dos establos están casi sin techo (sont á dé-
couvert) y sus cimientos se están derrumbando”. Como resultado, parte
de la cosecha anual se había estropeado. Tras arduas negociaciones, el
arrendatario logró un descuento de 300 libras en su canon, más de un
tercio de su valor total. Cuando Caillot de Coquéraumont adquirió el
señorío calculó que era necesario gastar en forma urgente más de 10.000
libras en reparaciones pendientes.
Solucionar estas carencias crónicas no hubiera requerido más que
desembolsos modestos y obvios, gastos básicos de mantenimiento antes
que innovaciones radicales a la inglesa.49 El persistente descuido en un

4ft Es decir, a raíz de una discusión sobre el m onopolio señorial de los m olinos harineros.
*9 Cfr. capítulo 6.

84
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

área tan sensible de la explotación agrícola no hace más que revelar los
valores económicos básicos de sus propietarios. A pesar de su preocupa­
ción por la obtención de altos beneficios en el mercado de tierras, los
Roncherolles eran simplemente incapaces de diferenciar las inversiones
de los gastos improductivos, de relacionar el mantenimiento y la renova­
ción del capital fijo con el incremento de sus rentas. El aumento de sus
recursos debía provenir del astuto aprovechamiento de las coyunturas
del año agrícola y del incremento de la demanda de tierras, antes que de
la reparación de molinos, establos, cercas, carretas o prensas. No eran los
ajustes y refinamientos en el proceso productivo los que debían proveer
el aumento de los ingresos, sino las oportunidades generadas en la esfera
de la circulación.
Con la compra del señorío por los Caillot, el volumen de inversión en
capital básico dejó de ser un déficit. El nuevo propietario tenía también
voluntad de experimentar con la supresión del barbecho, al menos en
Les Maisons -u n a de las granjas de la reserva-, iniciando así un tímido
avance hacia las técnicas intensivas de la revolución agrícola.50 Pero otras
tensiones entre las demandas de la administración racional y el ethos
feudal persistieron hasta el estallido de la Revolución. El más visible de
estos conflictos era provocado por la persistencia de los privilegios re­
creaciones del señor. Los monopolios de la caza y de la cría de conejos
podían resultar particularmente destructivos para los sembrados. El arren­
datario de Les Maisons se quejaba de los daños que los animales silvestres
ocasionaban en sus propiedades. Los conejos, por su parte, devoraban
las semillas inmediatamente después de la siembra, o las espigas inme­
diatamente antes de la cosecha. Estas quejas reaparecen en los cahiers de
doléances de 1789. En el cuadernos de L a Neuville se afirma que “varios
granjeros y otros propietarios vecinos al bosque reclaman porque las ali­
mañas, conejos, ciervos y jabalíes, dañan las cosechas en forma conside­
rable”. Sin embargo, el monopolio señorial de la caza era un privilegio
cuyo potencial simbólico superaba toda otra consideración económica,
un privilegio que la nobleza de toga estaba tan dispuesta a defender como
la nobleza de espada.51

50 De todos m odos, la iniciativa del experim ento provino del arrendatario, y no tuvo
finalmente el éxito deseado.
51 El m onopolio de la caza era un privilegio tan indisolublem ente relacionado con la
condición nobiliaria, que aún los aristócratas de una república burguesa com o los Paises
Bajos, lo defendieron tenazmente durante la Edad Moderna.

»5
C apitulo 3. De señores a terratenientes

Los esfuerzos señoriales por regular la actividad comercial dentro de


la baronía también entraban en conflicto con la lógica de mercado. El
tribunal del señor determinaba el precio y las condiciones de venta de las
bebidas alcohólicas, intentaba proteger a los consumidores de grano de
los especuladores, y defendía el tradicional sistema de gremios artesana­
les. Durante todo el Antiguo Régimen, los magistrados feudales conti­
nuaron siendo la expresión institucional de modos de razonamiento eco­
nómico pre-fisiocráticos, en pos de una economía controlada por ideales
político-morales contrarios al despliegue ilimitado de la lógica de merca­
do. Estas regulaciones, sin embargo, limitaban las posibilidades de ga­
nancia de los arrendatarios de las granjas de la reserva. La justicia baro-
nial se mostró inflexible ante sus reclamos. Los magistrados de Pont-St-
Pierre compartían los presupuestos morales de la economía popular. Pero
partían también de una preocupación básica por el mantenimiento del or­
den público, que dependía de la habilidad de los funcionarios para garanti­
zar la provisión de comida y controlar el estallido de los motines de hambre.
En 1735 el procurador fiscal del tribunal señorial denunció a varios
comerciantes que aparecían temprano por el mercado para comprar gran­
des cantidades de grano; como consecuencia, los compradores minoris­
tas se quedaban con las manos vacías para media mañana. Semejante
proceder, se apresuraba a recalcar el fiscal, provocaba nerviosismo y fre­
cuentes tumultos. El funcionario reproducía, incluso, los dichos de un
mercader de La Neuville, conspicuo acaparador, que ante las recrimina­
ciones de los vecinos, respondió en forma desafiante: “bastardos, la se­
mana próxima voy a hacer que compren todavía a un precio más alto”.
Otro problema era la persistente tendencia de los comerciantes de grano
a abastecerse fuera del mercado, violando otro de los monopolios seño­
riales. El tribunal baronial repetía las regulaciones inmemoriales: para
evitar que los precios subieran, o que los mayoristas acumularan reservas
antes de que los vecinos hubieran cubierto sus necesidades, los mercade­
res tenían prohibido ingresar al mercado antes de las 12:30; los produc­
tores (arrendatarios y tenentes), por su parte, debían comercializar sus
excedentes solamente en el mercado semanal. Los problemas volvieron
en 1768: el fiscal denunció que el ingreso de grano había sido particular­
mente escaso la semana previa. La corte feudal dispuso, entonces, que
todos los productores dentro de la jurisdicción debían llevar sus reservas
al próximo mercado, bajo pena de 100 libras de multa. Un sargento se
encargó de notificar a cada uno de los 22 productores principales de la
baronía. Sugestivamente, este episodio ocurría al mismo tiempo que los
ministros de la corona impulsaban la eliminación de los controles sobre

86
P rim e r a P a rte . F e u d a l is m o T a r d ío

el mercado de grano: en 1764 el estado absolutista habla liberado el co­


mercio de cereales, con la fisiocrática esperanza de estimular la produc­
ción agrícola nacional Por lo tanto, cuando los oficiales de Pont-St-Pie-
rre insistían en regular el funcionamiento del mercado, estaban violando
expresas disposiciones de la monarquía. Pero la burocracia feudal tenía
sus razones. En febrero de 1789 el fiscal fue testigo de cómo un gran
número de personas de ambos sexos rodearon a un grupo de granjeros
que portaban 5 sacos de trigo. Los productores exigían un precio de 36
libras por cada saco, pero la presión de la multitud los obligó a reducirlo
a 30 libras. El fiscal tomó entonces los 5 sacos, más un sexto de las reser­
vas del mercado, y repartió el trigo según una medida razonable. Pero la
tensión continuó durante toda la jornada; cuando las reservas se agota­
ron, varias personas se reunieron frente a las casas de los productores
importantes para exigirles que vendieran más grano al precio convenido
en el mercado.
Otra área sensible de la actividad económica dentro del señorío era la
manufactura de hilo de algodón. En el siglo XVItl ésta era un recurso
esencial para los residentes en el burgo de Pont-St-Pierre y en las aldeas
aledañas. Un informe de 1788 aseguraba que el hilado de algodón era la
actividad principal en La Neuville y en la capital del señorío; y que para la
mayoría de los habitantes no existían otras alternativas reales. La regula­
ción de la producción textil era, pues, tan relevante como el control de la
provisión de alimentos. Por otra parte, el barón tenía intereses económi­
cos enjuego: recolectaba tres deniers por cada libra de algodón crudo, y
seis deniers por cada paquete de hilo comercializado en el mercado. Si
deseaba continuar percibiendo estos impuestos indirectos, el imperio de
la libertad de mercado debía retrasarse por todos los medios.
Pero el beneficio económico no era la única motivación de los funcio­
narios del señor. En 1769 el procurador fiscal sostuvo ante el tribunal
baronial la necesidad de establecer para vendedores y compradores “la
libertad, que es la base esencial de todo comercio”. El lenguaje del letra­
do demuestra el grado de penetración logrado por el liberalismo econó­
mico. Pero la retórica liberal del fiscal ocultaba, en realidad, una mayor
demanda de regulación: para alcanzar la verdadera libertad, insistía el
funcionario, era necesario que todas las transacciones de algodón se rea­
lizaran solamente en el mercado semanal de Pont-St-Pierre; los mercade­
res no debían comprar el producto en las casas o en las tiendas particu­
lares de los hiladores. Tampoco debían obligar a los artesanos a comprar
mayores cantidades de algodón que las necesarias. En síntesis, los comer­
ciantes no debían explotar su mayor fortaleza económica para obtener

*7
Capítulo 3 De señores a terratenientes

beneficios excesivos. El fiscal terminaba su informe alegando que los co­


merciantes debían ser obligados a establecer “los precios del algodón cru­
do e hilado en su verdadero valor y en relación con la legítima ganancia
que debían realizar, sin que se les permita establecer precios despropor­
cionados, bajo pena de una multa de 50 lib/as”. La justicia del señorío
aprobó estas sugerencias y las nuevas regulaciones fueron registradas ante
el Parlamento de Rouen. De lo contrario, se quejaba nuevamente el fiscal
en 1776, ios mercaderes se transformarían en los “amos de los precios”.
El tribunal instruía a los sargentos para que vigilaran a los mercaderes de
algodón, con la intención de sorprenderlos infraganti comprando la materia
prima fuera del mercado. En ocasiones, los oficiales del señor se veían
obligados a arrestar a los comerciantes que, con la intención de intercep­
tar a los artesanos antes de llegaran al mercado, acampaban en las afueras
de Pont-St-Pierre los sábados. Los mercaderes también eran acusados de
provocar actos de vandalismo en el mercado, con el objeto de persuadir
a los hiladores para que aceptaran comercializar su producto en otros
ámbitos. La corte señorial debió repetir estas regulaciones en 1729, 1738,
1747 y 1769. Los comerciantes de algodón reaccionaban con indiferen­
cia. Interpelado por el sargento que entre las cuatro y la siete de la maña­
na le había tendido una emboscada en las afueras de su tienda, uno de
los principales comerciantes de la baronía respondió que la venta de algo­
dón no era asunto del señor. Seis años después, el mismo mercader era
requerido nuevamente por la justicia señorial. La acusación era la misma: la
sistemática evasión de las regulaciones económicas impuestas por el barón.

5- Los poderes del señor

En las secciones precedentes hemos analizado aspectos mayoritaria-


mente relacionados con la evolución económica de Pont-St-Pierre. Pero
los poderes públicos del barón no se agotaban con la explotación de los
monopolios banales y con la regulación de las transacciones comerciales.
El señor feudal era también juez de sus vasallos. ¿Cuánto influía la justi­
cia baronial en la vida cotidiana de los habitantes de la jurisdicción?
¿Cuál era el peso de esta arcaica expresión de las estructuras feudales a
finales del Antiguo Régimen? ¿Cuán opresivos eran los reglamentos y
regulaciones dictados por el tribunal señorial en la fase final de la transi­
ción hacia el capitalismo?
Pont-St-Pierre era uno de los pocos señoríos de la alta Normandía
que disfrutaba plenamente la potestad de la alta justicia. El señor tenía el
derecho de juzgar en primera instancia todos los casos civiles y crimina­

88
P r im e r a P a rie . F e u d a l is m o T a r d ío

les que se producían dentro de los límites de la baronía, incluidos aque­


llos delitos que podían merecer la pena capital.
El ejercicio de esta potestad demandaba un personal judicial nume­
roso. En 1600 Pierre de Roncherolles empleaba dos jueces, un abogado,
un fiscal, dos sargentos y un escribano. A ellos se sumaban un juez fores­
tal (verdier) y cuatro guardianes del bosque. En los casos civiles era posi­
ble apelar ante dos instancias superiores: la justicia real (baífít) de Rouen
y el Parlamento provincial. En los casos criminales las apelaciones eran
presentadas directamente ante el Parlamento.
El tribunal baronial se reunía los sábados. La coincidencia con el día
de mercado no era casual: la superposición otorgaba a las audiencias
judiciales una difusión que hubiera sido difícil de lograr en otras cir­
cunstancias. Cada sesión de la corte feudal comenzaba con la lectura y
registro de las disposiciones del rey y del Parlamento provincial: las ju s­
ticias señoriales funcionaban, pues, como correa de transmisión de los
edictos y reglamentos aprobados por el estado feudal centralizado. Tras
este primer paso se discutían asuntos relacionados con herencias y suce­
siones: la venta de bienes pertenecientes a los menores de edad, la re­
nuncia a las herencias cargadas con deudas, la proclamación de la mayo­
ría de edad de los huérfanos... Seguían luego una serie de procedimien­
tos que revelan, al menos en sus aspectos formales, las pretensiones de
control ideológico y disciplinamiento social que se arrogaba la gran no­
bleza feudal. Así, las solteras encintas debían denunciar públicamente su
estado ante los jueces, según una disposición real que tendía a prevenir
los infanticidios y los abandonos parentales. Los funcionarios designa­
dos para regular el uso de los comunales (pastores de rebaños, guardas
de sembrados, etc.) prestaban juramento ante el tribunal del señor, como
también lo hacían los nuevos artesanos que ingresaban a los gremios. Tras
consultar con los principales propietarios, el juez señorial establecía el
calendario agrícola que organizaba los ritmos de trabajo en el open-field.
Establecía también los períodos durante los cuales los vecinos podían
ejercer sus derechos comunales.52 Finalmente, los fiscales baroniales po­
dían denunciar ante la corte toda cuestión relacionada con el manteni­
miento del orden público, como la existencia de fogones peligrosos en
determinadas viviendas, las violaciones al descanso dominical, el inade­
cuado mantenimiento de los caminos, o la deficiente limpieza de los
canales de desagüe. El señorío vigilaba el cumplimiento de una variada

52 Cfr. capitulo 5.

89
C apítulo 3. De señores a terratenientes

gama de normas, que organizaban la vida colectiva de la comunidad en


sus aspectos familiar, religioso, laboral y social.
¿Se mantuvo constante la actividad del tribunal señorial a lo largo del
Antiguo Régimen? En el siglo XVI la corte se reunía casi todas las sema­
nas, y trataba un promedio de 32 casos por sesión. Un ritmo similar
continuó durante el siglo XVli. En el siglo XVIII, sin embargo, la fre­
cuencia de las reuniones se redujo dramáticamente. En 1720 el tribunal
sólo sesionó en 28 oportunidades. El promedio por sesión cayó de 10
casos en 1700, y a 7 casos en 1740. En la segunda mitad del Siglo de las
Luces, los magistrados feudales sesionaban tan sólo una vez al mes, y
trataban entre 9 y 7 casos por reunión. Los datos reflejan la irremediable
decadencia de la justicia señorial. En febrero de 1763 la audiencia debió
posponerse por la falta de abogados. Una semana después, el único caso
presentado ante el tribunal no pudo discutirse por la ausencia de los
jueces. En la siguiente reunión, dos semanas después, no se presentó
directamente ningún caso.
Esta declinación se percibe claramente en la pérdida de valor del
cargo de notario, que los barones arrendaban conjuntamente con la se­
cretaría del tribunal. Durante el apogeo de la justicia baronial, ambas
posiciones generaban importantes beneficios económicos a sus detenta­
dores, dado que los vecinos pagaban por el servicio de escribanía, y los
litigantes pagaban por las copias de los expedientes. La evolución del
valor de los cargos sugiere que los poderes públicos del barón alcanzaron
su mayor importancia a mediados del siglo XVII, para comenzar a decli­
nar sensiblemente a partir del inicio del reinado personal de Luis XIV.
Entre 1656 y 1700, los arrendamientos de ambos cargos perdieron cerca
de dos tercios de su valor. En 1744 valían la mitad que en 1700. El
monopolio notarial de los señores era desafiado por la proliferación de
notarios reales que r ;— U1~.........:nos, incluso en Pont-St-
Pierre mismo. Los Roncherolles iniciaron diligencias para eliminar la
competencia de estos letrados extra-señoriales. En 1717 el propio Conse­
jo de Estado confirmó que el monopolio de la habilitación y designación
de escribanos correspondía al barón. En 1721 la monarquía reafirmó este
privilegio, y en 1729 llegó a prohibir a los notarios reales residir dentro
del stigneurie banale de los Roncherolles. Sin embargo, ninguna de estas
medidas tuvo efectos prácticos. A fines del Antiguo Régimen, los notarios
reales eran una institución establecida en Pont-St-Pierre, y hasta los mis­
mos barones contrataban sus servicios.
En otros ámbitos, el estado feudal centralizado contribuyó a debilitar
los poderes jurisdiccionales de los señores feudales. En 1669 la reforma

90
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

forestal de Colbert redujo las facultades del verdier, el magistrado judicial


encargado de sancionar las violaciones al monopolio señorial sobre el
bosque. El nuevo código forestal facilitó e incentivó las apelaciones ante
los tribunales reales. Los habitantes de la baronía aprovecharon la opor­
tunidad, porque el accionar de este segundo tribunal señorial resultaba
extremadamente opresivo. De hecho, las multas impuestas por el verdier
eran muy onerosas. En el siglo XVI equivalían a la décima parte del valor
de los animales ingresados sin permiso. A mediados del siglo XVI1, tre­
paron al 25% . Las sanciones pecuniarias por cazar, pescar o recoger leña
también eran muy costosas. El verdier aplicaba cientos de multas cada
año. Entre abril de 1540 y marzo de 1541 aplicó 359. En 1636 fueron
954. Un tercio de estas últimas, sin embargo, recayeron sobre individuos
demasiado pobres como para exigirles el pago, por lo que en los registros
judiciales quedaron catalogadas como inútiles. El hecho confirma la im­
portancia que las tierras comunales y los espacios vírgenes tenían para la
supervivencia cotidiana de los campesinos con menores recursos. Pero el
juez forestal también sancionaba a los notables. En ocasiones, los sargen­
tos arrestaban a miembros de la nobleza local y a prósperos exponentes
de las burguesías urbana y rural. No resulta extraño, pues, que a partir
de la reforma del ministro de Luis XIV los habitantes hicieran sistemáti­
camente uso de la opción de presentar sus descargos ante los tribunales
reales. En el siglo XV111, en consecuencia, el tribunal del verdier tenía sólo
una existencia fantasma.
En otros ámbitos, sin embargo, los jueces feudales y los habitantes de
la baronía podían hallar puntos de contacto. Hemos visto que, hasta muy
entrado el siglo XVIII, el tribunal señorial resistió las embestidas del libe­
ralismo económico, de acuerdo con una lógica cercana a la economía
moral de la multitud. A finales del siglo XVII ocurrió lo mismo con los
casos de brujería. En 1690 la corte del barón procesó al posadero Gui-
llaume Doublet por robo y brujería. Los vecinos sospechaban del hombre
desde hacía más de una década. Doublet se había visto, incluso, obligado
a denunciar por difamación a varios de sus acusadores. Pero en 1690 el
posadero fue atrapado in fraganti mientras robaba en una tienda de La
Neuville, y los oficiales baroniales decidieron aprovechar la oportunidad
para profundizar la investigación sobre la cuestión dé los maleficios. Tanto
para los magistrados como para los vecinos tan sólo una mezcla de robos
y hechizos permitía explicar el rápido ascenso social de Doublet, que de
pastor de rebaños se había convertido en propietario de la fonda local. El
sospechoso fue torturado, pero los cargos de hechicería no pudieron
sostenerse. Sin embargo, la pena de horca a la que fue condenado revela
C apítulo 3. De señores a terratenientes

que los jueces hicieron pesar en su balanza algo más que las simples
acusaciones de robo. La severidad del castigo sugiere que los jueces, aún
cuando se mostraron renuentes a condenarlo formalmente por hechice­
ría, tomaron seriamente en cuenta el rumor popular sobre las prácticas
diabólicas de Doublet. Así como en la década de 1760 las regulaciones
del mercado se oponían al liberalismo económico de la monarquía, la
aplicación de la pena capital por delitos de magia desafiaba el célebre
edicto real de 1682, que puso fin a la caza de brujas en el territorio de
Francia.
A finales del Antiguo Régimen, el espíritu litigante de los habitantes
del señorío permanecía intacto. No obstante, los cahiers de doléances dejan
en claro que muchos conflictos se resolvían a partir de mecanismos ex-
trajudiciales de carácter informal. Por otra parte, si los reclamos llegaban
a la corte, los residentes de Pont-St-Pierre recurrían a los tribunales rea­
les antes que a la justicia del barón. Los campesinos habían aprendido a
neutralizar, así, uno de los aspectos más opresivos del régimen señorial.
La baronía ya no era un marco institucional significativo para la resolu­
ción de conflictos. Pero ello no se debía a la declinación del número de
litigios. Por el contrario, los vecinos seguían buscando justicia, sólo que
ahora lo hacían en la esfera del estado, antes que en las arcaicas expresio­
nes de un feudalismo decadente.

9Z
P r i m e r a P a r t e . FEUDALISMO ÎA R D fû

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94
Capítulo 4
La renta de la tierra y la extracción del
excedente campesino en el Antiguo
Régimen

1- Vivir de la tierra en el A n c ie n R é g im e

Una de las relaciones sociales fundamentales del campo europeo prein-


dustrial era la que ligaba al campesinado de subsistencia con la nobleza
terrateniente. En los capítulos anteriores hemos analizado uno de los
polos de la relación, el señorío feudal. En el capítulo 5 describiremos el
otro extremo, la comunidad campesina. Pero antes de avanzar en el aná­
lisis debemos identificar el conjunto de mecanismos que constreñían el
funcionamiento de las comunidades rurales en el Antiguo Régimen.
La renta señorial, en efecto, no configuraba sino uno de los mecanis­
mos de extracción del excedente agrícola en la fase final de la transición
hacia el capitalismo. Las estructuras políticas y socioeconómicas de la
Europa preindustrial habían alcanzado un grado de sofisticación dife­
rente durante el feudalismo tardío. El crecimiento del estado absoluto, la
dilatación inédita de la esfera del mercado, la constitución de redes fi­
nancieras de carácter internacional, el sobredimensionamiento de los
espacios urbanos, la alta tasa de movilidad de la población rural, son
algunos de los fenómenos que reflejan el grado de complejidad alcanza­
do por la sociedad precapitalista durante la modernidad temprana.
El análisis de la renta de la tierra, categoría esencial para la compren­
sión del funcionamiento de las sociedades preindustriales, no puede
limitarse entonces a la descripción de los mecanismos señoriales de ex­
tracción del excedente campesino. La riqueza agrícola fluía de los grane­
ros de los productores directos hacia las arcas de diversas categorías de
rentistas del suelo. De hecho, entre los siglos XVI y XV1I1 es posible
identificar cinco expresiones manifiestas de la renta de la tierra: la renta

95
Capítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del exced en te cam p esino.

señorial, la renta eclesiástica, la renta propietaria, la renta fiscal y la renta


usuraria.53
En los siguientes apartados analizaremos la evolución de la renta del
suelo durante el Antiguo Régimen, con el objetivo de determinar la pre­
sión que sus diversas formas ejercían sobre la economía del campesinado
de subsistencia. En el apartado final describiremos las consecuencias que
la superposición de cargas producía sobre los pequeños y medianos pro­
ductores, lo que nos permitirá echar luz sobre las posibilidades de repro­
ducción y las condiciones de subsistencia de las explotaciones familiares
en la Alta Edad Moderna.

2- La renta señorial: la lenta agonía del feudalismo


Denominaremos renta señorial al conjunto de ingresos derivados de
los aspectos específicamente feudales de la propiedad territorial noble.
Hemos visto que en el feudalismo clásico los componentes esenciales del
señorío eran las tenencias a censo (censive), la potestad jurisdiccional
(seigneurie banale) y la reserva dominical (demesne).54 Este último compo­
nente es el único que podría asimilarse a la noción actual de propiedad,
tal como la han definido las codificaciones legales surgidas a partir del
triunfo de las revoluciones modernas. Por lo tanto, la renta señorial esta­
rá conformada por los ingresos derivados de los dos primeros compo­
nentes de la propiedad señorial: las rentas enfitéuticas y la explotación
del bannum. Sustentada en gran medida en mecanismos políticos y coer­

Según la difundida clasificación propuesta p or Pierre Goubert.


54 Algunos autores franceses han sostenido que, durante la Edad Moderna debe agregarse
un cuarto elem ento a la conform ación del señorío noble: el privilegio fiscal. Con esta
noción se refieren a las exenciones impositivas que disfrutaba la nobleza en gran parte de
Europa, aunque también nosotros podríamos agregar aqui el origen fiscal de muchas de las
rentas percibidas por los señoríos castellanos a nivel local (cfr. capítulo 2 ). De todas formas,
consideramos que estas últimas se derivaban, en última instancia, del ejercicio de la ju ris­
dicción, y por lo tanto deben incluirse dentro de la renta señorial. En cuanto al privilegio
fiscal, los recursos campesinos extraidos en forma centralizada por el estado absolutista
retom aban por diversas vías indirectas a los sectores privilegiados, por lo que analíticamen­
te resulta más esclarecedor incluirlas en la categoría de renta fiscal antes que en la de renta
señorial. Pero incluso así, debemos también recordar que el privilegio fiscal alcanzaba a
m uchos otros sectores de la Francia de Antiguo Régimen además de la nobleza, como el
clero o la burguesía urbana. En este último aspecto, la exención fiscal - e n particular en lo
que hace al impuesto d ire cto - no puede ser considerada como un componente excluyen-
temente señorial de la renta del suelo, En cualquier caso, si el privilegio fiscal debiera
adosarse a alguna de las formas de la renta precapitalista de la tierra, ésta sería la renta
propietaria, particularmente en caso de explotación directa de la reserva por parte del señor.

96
P r im e r a P a rte . F e u d a l is m o T a r d ío

citivos explícitos, la renta señorial puede caracterizarse como la manifes­


tación específicamente feudal de la renta de la tierra durante la fase final
de la transición hacia el capitalismo moderno.
La renta señorial sobrevive hasta el colapso final del Antiguo Régi­
men. No obstante, de las cinco categorías de la renta del suelo fue tam­
bién la que más retrocedió durante el período. Resulta un problema teó­
rico complejo determinar si la baja tendencial de la tasa de la renta era
una característica estructural del feudalismo; si la creciente erosión de
los ingresos señoriales era un mecanismo que también afectaba indefecti­
blemente al sistema durante sus fases de expansión y crecimiento. En
cualquier caso, no caben dudas de que la baja tendencial de la renta
señorial a partir de la crisis estructural del siglo XIV constituye uno de
los trazos distintivos del feudalismo durante su fase final de desarrollo. A
partir de la crisis tardomedieval ya no funcionaron ciertos mecanismos
compensatorios característicos del feudalismo maduro, como el reempla­
zo de viejas rentas por nuevos tributos. Tampoco resultaba viable incre­
mentar la tasa de explotación, que en la expansión inicial del sistema
había jugado un papel esencial en el desarrollo de los medios tecnológi­
cos.
¿Es posible cuantificar la caída de la renta señorial provocada por la
crisis del siglo XIV? En ocasiones, las fuentes lo permiten. Tomemos el
ejemplo de dos arcaicos dominios monásticos españoles, inmersos en
áreas fuertemente señorializadas del espacio peninsular: el monasterio
de Sahagún, en el antiguo reino de León, y el monasterio de La Oliva, en
el reino de Navarra. En el primero de los casos, las rentas totales de la
abadía y de sus prioratos disminuyen un 53,67% entre 1338 y 1353. Por
su parte, la crisis demográfica provocó en el dominio monástico navarro
el estallido del sistema de pagos unificados (por el cual las diversas co­
munidades campesinas tributaban a los monjes una cantidad fya anual,
a repartirse entre los vecinos). Los diversos núcleos campesinos arranca­
ron al monasterio de La Oliva una reducción sustancial de los tributos
señoriales, tanto en especie como en dinero. Así, si a comienzos del siglo
XIV la comunidad de Murillo el Fruto pagaba a los monjes 4 0 cahíces de
trigo, 4 0 de cebada y 100 sueldos, en 1358 los vecinos lograron establecer
dichos montos en 20 cahíces de trigo, 20 de cebada y 33 sueldos. La renta
en especie se redujo, entonces, en un 50% , y la renta en dinero en un
67%. En Cizur Mayor la modificación de 1398 redujo los pagos en trigo
en un 20% , y los pagos en avena en un 40% . Todavía en el siglo XV las
aldeas continuaban demandando ajustes en la renta señorial. En 1459
Carcastillo consiguió reducir en un 78% los pagos en trigo y cebada (de

97
Capítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino.

150 a 32,5 cahíces para cada cereal); aunque su mayor logro fue la reduci
ción de los censos en dinero: si antes del acuerdo la comunidad pagabí
500 sueldos, la concordia redujo la cifra a cero (una asombrosa reducá
ción del 100% ) ■>
En la Edad Moderna, la disminución de los componentes específica-1
mente señoriales del ingreso nobiliario adquiere características catastrófi-í
cas. Entre las causas del fenómeno ocupan un lugar destacado la infla­
ción, el estado absolutista y la resistencia campesina. Las fases agudas de
inflación erosionaban las rentas fijas derivadas del régimen enfitéuticoi
El estado centralizado, poseedor de la alta jurisdicción, relativizaba los
alcances de la seigneurie banale; al mismo tiempo, monarquías como la
francesa defendían la integridad de la propiedad campesina, fundamen­
to de su sistema impositivo. La resistencia campesina, por su parte, podía
convertirse en un fenómeno crónico, que oscilaba entre los estallidos de
violencia, la resistencia pasiva, y el planteo constante de litigios ante los
tribunales reales.
El fenómeno de la erosión de la renta señorial se percibe tanto en las
provincias prósperas como en las regiones atrasadas del campo antiguo-
rregimental. Al respecto podemos contrastar los ejemplos de los señoríos
de Pont-St-Pierre (en Normandía) y de Ceutí (en Murcia). La escasa pe­
netración mercantil, el tono arcaico de las relaciones sociales y un feuda­
lismo de carácter opresivo, contrastan en este último caso con la profun­
da monetización, la solidez de las redes de intercambio y la ampliación
de la esfera del mercado características del campo normando.
En el capítulo anterior hemos analizado en detalle la evolución del
señorío normando de Pont-St-Pierre. La reducción dramática de los in­
gresos de origen señorial -rentas enfitéuticas, ejercicio de la justicia,
monopolios banales- contrastaba con el incremento de los ingresos deri­
vados de la explotación directa (emprendimiento forestales) e indirecta
(arrendamientos de corto plazo) de la reserva. Bastará con recordar aquí
los porcentajes relativos aportados por los diferentes componentes de la
propiedad señorial entre finales de los siglos XIV y XVIII. Los ingresos de
origen señorial, que en 1400 proporcionaban el 92% de los ingresos del
barón de Pont-St-Pierre, en 1780 tan sólo aportaban el 11%. Los ingresos
derivados de la explotación de la reserva, por su parte, evolucionarion
en sentido contrario durante el mismo período: pasaron del 8% al 89% .

98
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

Evolución de los ingresos del señorío de Pont-St-Pierre


durante la Edad Moderna

1400 1780

92%

Ingresos de origen justicia: 15%


señorial monopolios: 14% 11%
rentas enfitéuticas: 63%

89%
Ingresos derivadosde la 8% bosques +
explotación de la reserva arrendamientos

Fu ente: Jonathan Dewald, Pont-St-Pierre, 1398-1789: Lordship, Community and Capitalism in


Early Modern France, Berkeley, University of California Press, 1987.

El pequeño señorío murciano de Ceutí, estudiado por Guy Leme-


unier, tenía la particularidad de poseer dos titulares, el marqués de Espi-
nardo y el conde de Montealegre. Durante el siglo XV, el peso de la renta
señorial se había incrementado en la región, como compensación por la
protección que los señores ofrecían a sus vasallos musulmanes, habitan­
tes mayoritarios del señorío. Sin embargo, la diferenciación étnica origi­
nal se atenuó durante la Edad Moderna, hasta prácticamente desaparecer
tras la expulsión de los moriscos y la posterior repoblación del señorío
por un campesinado cristiano viejo. Estos hechos obligaron a un replan­
teamiento radical de la fiscalidad señorial Así, la constante resistencia
campesina impuso a los titulares de Ceutí la firma de las concordias de
1552, 1592 y 1688, que tuvieron como consecuencia una drástica reduc­
ción de las cargas feudales en la región. El estado de Ceutí es un ejemplo
de erosión de la renta señorial provocada por la resistencia crónica del
campesinado de subsistencia, antes que por fenómenos meramente eco­
nómicos Oa inflación) o políticos (el estado absolutista). . .
Para mediados del siglo XVI, la pequeña comunidad morisca, par­
cialmente asimilada, inició la lucha por la obtención de un estatuto simi­
lar al del campesinado cristiano viejo de las áreas de realengo vecinas.
Ello explica el primer acuerdo de 1552. La situación se agravó para fina­
les del siglo XVI, a raíz de la crisis demográfica y de los primeros sínto­
mas de la crisis del siglo XVII; los habitantes de Ceutí buscaron entonces
reducir aún más la presión señorial. El conflicto, que desde 1589 se
desarrollaba también en el plano judicial, tuvo finalmente como resulta­

99
C apítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino.

do la concordia de 1592. El último acuerdo, alcanzado en 1688, tiene


como marco la intención de los titulares del señorío de repoblar su den
minio y de impulsar la salida definitiva del marasmo de- la crisis. f.
Hasta mediados del siglo XVI, el conjunto de cargas y prestaciones
exigidos por los señores de Ceutí era en extremo pesado. Los titulares sé
arrogaban el dominio directo sobre la totalidad del suelo del señorío,
una arcaica pretensión de asimilación del señorío jurisdiccional al do­
minical que, en la práctica, convertía a la totalidad del territorio en un
enorme censive. En consecuencia, estos barones murcianos exigían pagos
recognitivos del dominio directo (un porcentaje fijo sobre la producción
o partición de frutos), la décima parte de toda compraventa o trueque dé
tierras (el laudemio enfitéutico), y el pago anual de un par de pollos y
gallinas por cualquier vivienda existente dentro de los límites de la juris­
dicción (convertida en latifundio). En este contexto, los borrosos límites
entre propiedad de la tierra y potestad jurisdiccional dificultan la iden­
tificación de los tributos explícitamente derivados de la explotación del
bannum't no obstante, en lo que respecta a éste último, podemos decir
que los señores de Ceutí poseían el monopolio del hom o y del molino,”
el derecho a nominar a los candidatos para los cargos municipales, y la
facultad de exigir a los habitantes del territorio diversas corveas o presta­
ciones en trabajo. •■■■•£
Las diferentes prestaciones laborales, que tenían claras implicancias
serviles, prácticamente desaparecen en el curso del siglo XVI. La obliga­
ción de entregar al señor cada año una carga de paja y otra de leña, y de
transportarlas a expensas del tributario, es abolida en 1592. Desaparece
también la corvea anual, consistente en dos jomadas de trabajo gratuito.
Durante los siglos XV y XVI, cada vecino debía acudir con una muía a la
llamada del señor, por un magro jornal diario de 10 maravedíes; cuando
el señor tenía necesidad de reparar sus fortalezas, refaccionar la casa
señorial o limpiar los canales de riego, el ayuntamiento debía proporcio­
narle la mano de obra, cubriendo el costo de 15 maravedíes diarios que
cada jornalero demandaba. Estas obligaciones también fueron abolidas
en la concordia de 1592. Cuando el señor deseaba trasladarse de Murcia
a Ceutí, el ayuntamiento debía realizar la mudanza: en 1552 el servicio se
redujo meramente al préstamo de 8 muías, tanto de ida como de vuelta;

” La supuesta superposición exacta de los señoríos solariego y jurisdiccional en Ceutí


vuelve un tanto irrelevante la determinación del origen solariego o jurisdiccional de estos
monopolios banales.

lo o
Primera Parte. F e u d a l is m o TaRDÍO

en 1592 fue abolido por completo. El arcaico derecho de hospedaje -


comprendía aprovisionamiento, ropa y cama para el señor, su familia y
sus senadores- fue reducido a su mínima expresión entre 1552 y 1592r
5Para 1688, ya había caído en desuso. El presente de Navidad -1 3 pares
de gallina y 13 capones que debían trasladarse a la residencia señorial en
Murcia- le fue dispensado al ayuntamiento en 1592; el derecho se men­
ciona nuevamente en 1688, pero su composición se deja al arbitrio de ios
funcionarios municipales.
Estas cargas, cuyo origen solariego o jurisdiccional resulta por mo­
mento difícil de determinar, desaparecen pronto. Sencillamente, la po­
blación se resistía a cumplirlas. Los vecinos las consideraban una veja­
ción, un estigma de su antigua condición servil, y exigían su supresión.
La rentabilidad de estos derechos, seguramente reducida por la resisten­
cia pasiva y los constantes litigios judiciales, incitaba a los señores a la
benevolencia. Por el contrario, las cargas enfitéuticas -recognitivas del
dominio directo- se mantuvieron siempre. Sólo fueron anuladas o mori­
geradas las prestaciones personales y las corveas. Frente a los mayores
beneficios generados por los lazos de dominación económica, la depen­
dencia jurídica tiende a desaparecer irremediablemente.
De todas formas, aunque las rentas fijas aportadas por las tenencias a
censo nunca fueron objeto de discusión, las concordias también consi­
guieron importantes reducciones en los porcentajes exigidos. Como ya
había ocurrido con las rentas señoriales de origen jurisdiccional, la resis­
tencia campesina logró también reducir los ingresos señoriales derivados
de la propiedad de la tierra. Así, el porcentaje de la producción de cul­
tivos de regadío (trigo, cebada, arroz) se redujo del 25% -aceptado por
los concordias de 1552 y 1 5 9 2 - al 16,5%, establecido por la concordia de
1688.56 En lo que respecta a los cultivos de secano, la reducción es aún
superior: del 25 al 14%. En este último caso, la combinación del peso de
las cargas originales con las limitaciones del espacio natural desanimaba
directamente la producción; los señores no tuvieron más remedio, pues,
que aceptar quitas mayores que las otorgadas para las zonas de regadío.
Otra exigencia irritante era la obligación de transportar hasta Murcia el
producto detraído, pues el costo del traslado corría por cuenta de los
tributarios. En 1552 la exigencia se reduce a depositar el producto en los
graneros locales del señor (siempre y cuando la explotación de la reserva

56
Se pasa de 1/4 a un 1/6 de la cosecha bruta.

101
Capitulo 4. La renta de la tierra y la extracción del exceder, .am p esino...

estuviera arrendada); en 1592 toda obligación relativa al transporte des­


aparece.
De todas formas, resulta curioso que mientras la concordia de 1592
logró la abolición de la totalidad de las rentas en trabajo derivadas de la
jurisdicción (negativamente connotadas en térm inos sim bólicos), no
modificó el elevado volumen de las cargas derivadas del componente
dominical del señorío» siendo que éstas últimas tenían un peso económi­
co muy superior al de las corveas. En la actitud del campesinado de
subsistencia no se percibe un rechazo del régimen señorial in toto; tan
sólo se cuestionan las exigencias consideradas infamantes.

Evolución de las rentas enfitéuticas en el Señorío de Ceutí

Antes de 1552 1592 1688


1552

Cultivos de 1/4 1/4 1/4 1/6


regadío
Otras 1/5 1/5 1/5 1/6
producciones

Cultivos de secano 1/4 1/7 1/10 1/7

Ganadería 1/10 1/13 1/13 sm datos

Fuente: Guy Lemeunier, “Un testimonio sobre la baja tendencial de la renta feudal: las
concordias de Ceutí con sus señores, siglos XV1~XV1I”, en Los señoríos murcianos, s.XVI-
XVIII, Murcia, Universidad de Murcia, 1 9 9 8 , pp. 8 1 - 1 1 6

En algunas áreas sensibles, como el mantenimiento de la infraestruc­


tura de regadío, las sucesivas concordias señalaron una evolución hacia
el reparto de las obligaciones hidráulicas entre señores y vasallos: los
titulares de Ceutí acordaron finalmente financiar las obras nuevas y los
trabajos importantes, mientras que la comunidad aseguraba la conserva­
ción de la red existente. En cualquier caso, la obligación del ayunta­
miento de proporcionar al señor hasta 50 jornaleros en caso de rotura de
la acequia desaparece en 1592.
Pero el hecho más sugestivo es el tratamiento que el señorío murciano
otorgó a la cuestión de la explotación de los derechos de pastura dentro

102
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d í o

de su territorio. La pretensión de los titulares de poseer el dominio di­


recto sobre la totalidad del señorío los autorizaba a explotar en forma
exclusiva la mayor parte del suelo virgen. Sin embargo, la concordia de
1592 dispuso que el producto del arrendamiento anual de los derechos
de pasto debía repartirse entre los señores y el ayuntamiento, según la
proporción 3/4 : 1/4. Pero en 1688 los señores cambiaron de actitud:
exigieron - y lograron- el acaparamiento del usufructo de las hierbas del
término, basándose siempre en la pretensión solariega antes menciona­
da.
La concordia de 1592 supuso un avance decisivo hacia la eliminación
de los aspectos más arcaicos del régimen señorial (algunas de las obliga­
ciones entonces abolidas no existían en Pont-St-Pierre desde la finaliza­
ción de la Guerra de los Cien años). El acuerdo desembarazaba al seño­
río murciano de los múltiples vestigios medievales de dependencia per­
sonal. El acuerdo de 1688 anuncia, en cambio, una evolución de la pro­
piedad feudal que encuentra múltiples puntos de contacto con la histo­
ria de nuestro señorío normando. Para entonces, los tributos derivados
de la jurisdicción habían retrocedido dramáticamente, en tanto que las
cargas derivadas del componente dominical habían sufrido también im­
portantes reducciones. Pero al mismo tiempo, los señores de Ceutí logra­
ron que el usufructo de los prados escapara por completo al control de la
comunidad. De tal manera, buscaron consolidar la explotación sobre las
áreas que indiscutiblemente podían considerarse como parte de la reser­
va dominical, las tierras cuyo dominio indiviso y absoluto pertenecía al
señorío. Al igual que en Pont-St-Pierre, los señores de Ceutí terminaron
desprendiéndose de la mayor parte de sus ingresos de origen señorial,
para concentrarse en la explotación comercial de las tierras que les perte­
necían en el sentido estricto del término.57 A excepción de provincias
arcaicas como Bretaña y Borgoña (en las cuales, en pleno siglo XVIII, la

57 Resulta característico que en Ceutí, en el siglo XVIII, gran parte de los nuevos conflictos
enfrentaron a los señores con muchos tenentes enfitéuticos absentistas, en particular ecle­
siásticos y burgueses de la ciudad de Murcia, que compraban el dominio útil de las tenen­
cias a censo con el objetivo de arrendarlas a terceros. El conflicto se producía entonces
porque, si bien los porcentajes de las rentas fijas se habían reducido a lo largo de los siglos,
resultaban insoportables para los productores que, además, arrendaban la parcela enfitéu-
tica. Estos arrendatarios debían pagar las rentas fijas al titular del señorío (la sexta parte de
la producción en las tierras de regadío) y el canon de arrendamiento al propietario absen-
tista del dominio útil. En síntesis, en las fases finales de la transición hacia el capitalismo, la
renta señorial y la renta propietaria parecían excluirse mutuamente (Cfr. apartado 4 del
presente capítulo).

103
Capiculo 4 . La renta de U tierra y la extracción del excedente cam pesino..

persistencia de los servicios personales se combinaba con rentas fijas que


podían demandar entre un cuarto y un tercio de la producción total de
la parcela), la decadencia de la renta señorial resulta indiscutible en el
feudalismo tardío.
De cualquier manera, los derechos señoriales, en particular los deri­
vados del ejercicio de la jurisdicción, no fueron nunca abandonados por
la nobleza feudal. Aunque los tiempos del feudalismo leonino habían
terminado, hasta finales del Antiguo Régimen los señores se empecina­
ron en defender la existencia de privilegios simbólicos que generaban
beneficios económicos irrelevantes. Al respecto, un legista bretón afirma­
ba en 1722: usi los derechos feudales no resultan de ordinario demasiado
importantes en cuanto al beneficio material [que producen], son dulces
y preciosos en relación con el respeto y la alta opinión que suscitan [en
los demás]”.

3- La renta eclesiástica: el precio de la fe


Pocos mecanismos de extracción del excedente agrario tuvieron en la
Europa preindustrial la continuidad que caracterizó al diezmo eclesiásti­
co. Su transformación en tributo compulsivo se concreta entre los siglos
VII y IX. Finalmente, una capitular carolingia (801) fijó sus bases en
forma definitiva. Sus objetivos teóricos eran el sostenimiento del culto, la
subsistencia de los pastores a cargo de fieles (cura animorum), y el socorro
de los pobres y necesitados.
Al margen de los principios que justificaban ideológicamente su exis­
tencia, el diezmo se transformó rápidamente en una de las más impor­
tantes categorías de la renta del suelo de la Europa precapitalista. Ello
responde a diversas causas:
• En razón del volumen del producto agrario movilizado (estimado en un 8%
de la cosecha bruta): en Francia, durante los buenos años del siglo
XVllI, la detracción de riqueza generada por el diezmo podía equipa­
rarse al producto total de los impuestos directos.58
♦ Por el lugar que ocupaba en las prioridades de pago de los productores directos:
el diezmero era el primer exactor con derecho a exigir su porción del
producto de la tierra; en muchos casos, el cobro se efectivizaba en el
campo mismo, inmediatamente después de levantada la cosecha.

' RDe todas formas, debemos aclarar que el siglo XVI11 fue un período de impuestos directos
bajos.
P r im e r a Parte. FEUDALISMO T a RDÍO

• Por la amplitud del universo de contribuyentes: el diezmo era el más gene­


ral de los tributos precapitalistas. Las personas o instituciones eximi­
das eran muy escasas: algunas órdenes religiosas (Cluny, Cister, Clair-
vaux, Chartreux) y los bienes personales que los curas poseían en sus
propias jurisdicciones. Los nobles, el resto de los propietarios ecle­
siásticos, los profesantes de otras religiones -a llí donde éstas eran
toleradas-,59 los minifundistas, todos debían cumplir con su parte
del diezmo.
• Por la naturaleza del pago: hasta finales del A nden Régime, el pago solía
exigirse en especie.
• Por la importancia de la m ateria diezmable: los productos sometidos al
pago del diezmo eran los grosfruits, la riqueza básica del mundo rural
preindustrial (los cereales, la vid, las crías nacidas durante el año).
Sólo quedaban exentos del pago los animales de labranza, los prados,
los bosques y los huertos (todo terreno cercado que no contuviera
viñas o cereales).60
• Por el carácter de los beneficiarios reales del tributo: los curas de almas casi
nunca fueron los beneficiarios directos del diezmo, que por lo gene­
ral era percibido por obispos, abadías o capítulos catedralicios. Tam­
bién eran muy frecuentes los diezmos infeudados, que no eran perci­
bidos por instituciones eclesiásticas sino por laicos (en general, titu­
lares de señoríos), quienes debían asegurar como contrapartida la
subsistencia del clero parroquial y el mantenimiento del culto dentro
de su jurisdicción.61

En síntesis, el diezmo eclesiástico conformaba una fabulosa vía de


drenaje del excedente campesino en beneficio de los grandes terrate­
nientes laicos y eclesiásticos. Y como tal, es lícito considerarlo como una
categoría complementaria de la renta señorial. De hecho, el pago del
tributo no corría por cuenta de los propietarios, sino de los ocupantes
del suelo; así, en el caso del régimen enfitéutico no era el propietario del

59 Los protestantes en Francia, por ejem plo, entre el Edicto de Nantes y su revocación.
60 En las etapas finales del Antiguo Régimen, la irrupción de cultivos novedosos y rentables
relacionados con las praderas artificiales -alfalfa, trébol, nabos-, generaba frecuentes con­
flictos entre diezmeros y productores, quienes se negaban a reconocer que los productos
agrícolas no convencionales tam bién debían estar sujetos al pago de la renta eclesiástica.
61 En el capítulo 2 hem os visto el papel que en m uchos señoríos andaluces jugaban los
diezmos com o principal fuente de ingreso de la nobleza local. En el extrem o sur de la
Península Ibérica, los diezmos cum plían el rol que en el corazón castellano tenían las
alcabalas enajenadas.
Capítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino.

dominio directo quien debía cumplir con el diezmo, sino el propietario


del dominio útil. En el caso de los arrendamientos de corto plazo, no era
el locador sino el locatario. Como la explotación directa de la tierra por
parte de la nobleza laica y eclesiástica era prácticamente inexistente du­
rante la Edad Moderna,62 los grandes propietarios quedaban en la prácti­
ca exentos del pago del diezmo. La renta eclesiástica era, en definitiva,
una prolongación de la renta señorial de la tierra.
De todos modos, conviene recordar aquí que la tendencia al arrenda­
miento de la recaudación del diezmo puso en práctica un segundo tras­
vase de esta peculiar detracción de la riqueza agraria. Los rentistas y bur­
gueses que se hacían cargo de la recaudación de la renta eclesiástica ade­
lantaban una cifra fija a los perceptores originales, sobre la base del ren­
dimiento estimado del tributo; las diferencias conseguidas durante el
proceso de recaudación, conformaban la ganancia que quedaba en ma­
nos de esta burguesía especulativa.
Durante la fase inicial de la Revolución Francesa, la burguesía mode­
rada se aprovechó de la impopularidad del diezmo eclesiástico para abo-
lirio sin contemplaciones. Sin embargo, la sacralización del concepto de
propiedad impulsó a los dirigentes revolucionarios a discriminar entre
los diezmos infeudados y los diezmos eclesiásticos. Siguiendo el mismo
procedimiento que se empleó para diferenciar las cargas señoriales (deri­
vados de la seigneurie banale) de las rentas enfitéuticas (derivadas de la
seigneurie foncière), los diezmos infeudados fueron asimilados a los tribu­
tos originados en la propiedad de la tierra. Ello les otorgaba una legitimi­
dad jurídica que impedía su supresión sin una indemnización que com­
pensara a los antiguos señores. Esta arbitraria manipulación del discurso
jurídico provocaba una paradójica situación: la usurpación de la renta
por parte de perceptores laicos (el diezmo infeudado) debía considerarse
como una forma legítima de propiedad; en tanto que el tributo originario
(el diezmo eclesiástico) era catalogado como ilegítimo, y abolido sin com­
pensación alguna. De cualquier manera, la instauración del régimen ja ­
cobino en 1793 tomará irrelevantes estas argucias discursivas: los diez-

62 Quedan fuera de esta generalización, claro que por motivos diferentes, Inglaterra y
Europa Oriental. En el prim er caso, porque aunque no eran infrecuentes los ejem plos de la
gentry absentista, también hallamos frecuentes casos de terratenientes dedicados a la explo­
tación directa de sus propiedades. En el segundo caso, por la importancia que durante el
régimen de la segunda servidumbre tenían las grandes reservas señoriales, trabajadas a
partir de las corveas semanalas exigidas al campesinado dependiente.

lo 6
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

mos infeudados desaparecerán entonces para siempre, junto con la tota­


lidad de las cargas derivadas del antiguo régimen señorial.63

4- La renta propietaria: el imperio de los dueños de la tierra


La renta propietaria era una de las expresiones más puras de la renta
precapitalista de la tierra. Originada en la mera propiedad del suelo bajo
un régimen de dominio absoluto, la categoría resulta particularmente
relevante para el estudio de las reservas dominicales sobre las cuales los
señores feudales poseían el dominium indiviso.
Durante la Edad Moderna, la renta propietaria se transforma en una
de las principales vías de apropiación del excedente agrario por parte de
los dueños de la tierra.64 Diversos factores explican este fenómeno:
• La decadencia o el estancamiento de las otras vías de extracción del
excedente campesino.
• La generalización del abandono de la explotación directa de las reser­
vas dominicales por parte de la nobleza feudal.
• El monopolio de la propiedad no campesina de la tierra en manos de
la nobleza laica y eclesiástica.
• La capacidad de la renta propietaria -ú n ica entre las categorías de la
renta de la tierra- de mantenerse a la par del crecimiento de la econo­
mía real, tanto en lo que respecta al crecimiento del volumen del
producto agrario cuanto al alza de precios.
• El mantenimiento de un porcentaje importante de los cánones de
arrendamiento en especie.65
• La tendencia al arrendamiento de la gestión total del señorío, no sólo
de las tierras de la reserva.
• El privilegio fiscal de que disfrutaba la aristocracia laica y eclesiástica,
que recargaba el peso del impuesto directo sobre los hombros de los
arrendatarios, eximiendo del pago a la persona del propietario noble.

63 Cfr. capítulo 9.
64 Cfr. el caso del señorío norm ando de Pont-St-Pierre, en el capí rulo 3.
65 Ello sin tomar en cuenta la práctica de la aparcería, generalizada en el oeste y sur de
Francia (Bretaña, Poitou) y en diversas regiones de España e Italia, en las que la totalidad del
cánon (un tercio del producto agrario, según la modalidad más com ún) se pagaba en
especie. La aparcería era característica de regiones marginales, en las que los campesinos
carecían del capital fijo y de las reservas monetarias necesarios para hacerse cargo del
arrendamiento de una propiedad.
Capitulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino.

No son pocas las diferencias entre las rentas señorial y propietaria, en


particular si centramos el análisis en la comparación entre enfiteusis y
arrendamiento (locado). Mientras que la primera supone la cesión perpe­
tua del dominio útil, la segunda estipula plazos de corta duración; los
plazos más frecuentes (múltiplos de tres a raíz de las exigencias de la
rotación trienal) eran de seis, nueve o doce años. El arrendamiento no
creaba ningún tipo de derecho sobre la propiedad de la tierra, y la no
renovación del contrato permitía la recuperación del derecho de uso por
parte del propietario. La ausencia de dominio dividido facilitaba los des-
haucios y la expulsión por incumplimiento de alguna de las cláusulas.
Finalmente, la principal ventaja del arrendamiento de corto plazo era la
posibilidad de renegociar los cánones tras la finalización de cada contra­
to, lo que permitía a los dueños de la tierra una rápida y fácil adaptación
a las coyunturas de mercado.
Si la propiedad campesina (tenencias enfitéuticas en su abrumadora
mayoría) oscilaba en Francia entre un 30 y un 40% del suelo, la tierra en
manos de la nobleza laica y eclesiástica (reservas de dominio indiviso)
podía cubrir entre el 5 0 y el 60% del territorio. La penetración de la
propiedad burguesa en el campo (que, por otra parte, acompañaba en
muchos casos procesos de ennoblecimiento) no lograba socavar esta pre­
ponderancia. El predominio de la propiedad noble del suelo sólo logra­
ba quebrarse en las áreas vecinas a los grandes centros urbanos. En siete
señoríos del Hurepoix (Ile-de-France), Jean Jacquart detecta que entre
1547 y 1764 la propiedad d¿ la burguesía parisiense y local cubre el 29%
del suelo. En cualquier caso, la cifra quedaba detrás del 34% de propie­
dad campesina (censive) y del 32% de propiedad nobiliaria (reservas do­
minicales). Cabe aclarar de todas formas que la estrategia de penetración
burguesa consistía, en muchos casos, en la acumulación de tenencias a
censo (la compra del dominio útil de parcelas del censive) antes que en la
adquisición de tierras con dominio indiviso. La renta señorial percibida
por los titulares de los señoríos podía entrar entonces en colisión directa
con la renta propietaria, que los burgueses pretendían percibir cuando
arrendaban a terceros el usufructo de sus tenencias enfitéuticas.
La tendencia al arrendamiento de la gestión total del señorío ccmple-
jizó la naturaleza de la renta propietaria en el feudalismo tardío. En
ocasiones los señores (en particular en los dominios monásticos) no arren­
daban sólo las tierras de la reserva, sino también la percepción de los
tributos señoriales, el cobro de las rentas enfitéuticas, la administración
de ios monopolios banales y, allí donde correspondía, la recolección del
diezmo. La práctica dio lugar al nacimiento de un sector social diferen­

108
Primera Parte. F e u d a l is m o T a r d ío

ciado en el campo preindustrial, cuyos exponentes recibían en Francia


el nombre d e jerm iers-labourers o gros-fermiers. Estos grandes arrendata­
rios cumplieron un papel esencial en el proceso de consolidación del
capitalismo agrario en el campo francés. El fenómeno, que iba más allá
del nombramiento de meros administradores o intendentes generales, se
percibe ya desde finales del siglo XIII. La crisis tardomedieval y la Guerra
de los Cien Años tornaron inviable la modalidad. Pero a partir de 1450 el
arrendamiento comienza a generalizarse en las áreas más desarrolladas
del reino, para convertirse en la más acabada expresión del abandono de
la gestión directa de los señoríos durante el Antiguo Régimen.
La renta propietaria juega un papel clave en la evolución de las es­
tructuras económicas durante la Edad Moderna. De hecho, muchas de
las diferencias entre las vías inglesa y francesa hacia el capitalismo agrario
se relacionan con esta expresión de la renta del suelo. En primer lugar,
porque la actitud de los propietarios de la tierra respecto de sus arrenda­
tarios podía facilitar o entorpecer la reproducción ampliada de sus ex­
plotaciones, y el despuntar de una renta capitalista de la tierra. La exi­
gencia de cánones desmedidos podía ahogar económicamente a los pro­
ductores; en tanto que la inflexibilidad, durante las coyunturas críticas o
catastróficas podía tomar inviable cualquier experiencia de agricultura
comercial. En segundo lugar, los marcos jurídico-legaies proporcionados
por el estado centralizado podían facilitar o dificultar la expropiación
del campesinado de subsistencia, en su mayoría tenentes enfitéuticos
(proceso del que a su vez dependía la plena generalización de los arren­
damientos de corto plazo, y el nacimiento de la tríada terrateniente f arren­
datario /asalariado sobre la que se apoyaría la vía inglesa hacia el capitalis­
mo agrario).
¿Cuál fue la evolución de la renta propietaria durante el Antiguo
Régimen? Si nos remitimos al caso de Francia, es posible diferenciar con
claridad diversas etapas.
• En la primera mitad del siglo XVI, el incremento del volumen del
producto agrario, el crecimiento de la demanda, el aumento demo­
gráfico y el alza de los precios, impulsaron a los propietarios del suelo
a extraer el mayor beneficio posible de sus tierras. El arrendamiento
de una explotación en Île-de-France, que en 1524 era de 14 muids de
grano, se elevó a 17 muids en 1567 (un aumento del 21% ). En las
afueras de Etampes, el arrendamiento de la granja de Lhumery sufrió
un incremento del 40% entre 1505 y 1560.
• La agudización de la violencia durante las Guercas de Religión provo­
caron el colapso del sistema productivo. Poco antes del advenimiento

109
Capítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino.

del primer Borbón, los nuevos arrendamientos se contrataban por


precios irrisorios. Una granja cuyo canon era de 10 muids en 1556, se
arrendaba por 2,5 muids en 1594. Al aceptar estos montos reducidos,
los dueños de la tierra parecieron dispuestos a fortalecer, en esta co­
yuntura catastrófica, la reconstrucción del sistema productivo y el
repoblamiento de las tierras abandonadas.
• Los valores de los arrendamientos inician una curva ascendente entre
1595 y 1640, aunque sin alcanzar nunca los valores de 1560-1570.
Pero a partir de 1640, el brutal incremento de la fiscalidad estatal
detuvo la recuperación de la renta propietaria. El impuesto personal
- la talla- debía ser afrontado por el arrendatario, y los dueños del
suelo debieron tener en cuenta este factor a la hora de pactar nuevos
contratos. Como antes vimos en relación con la renta señorial, las
rentas propietaria y fiscal también podían entrar en colisión. La Fron­
da, por su parte, supuso el estallido de otra catástrofe coyuntural, que
obligó a tolerar atrasos en los pagos, re negociaciones de cánones, y
anulaciones unilaterales de contratos.66
• A partir de 1660 comienza la recuperación de la renta propietaria.
Los cánones alcanzan pronto los valores más altos de todo el siglo. Sin
embargo, la tendencia coincide con un empeoramiento agudo de la
coyuntura agrícola. Primero, una sucesión de malas cosechas anuales,
que provoca una oleada de arrendamientos cancelados antes de tiem­
po. Luego, el inicio de un extenso y anómalo período de precios
agrícolas excesivamente bajos. El aumento en el volumen del produc­
to agrícola no compensaba la baja de los precios, atados a las décadas
de paz que marcaron el comienzo del gobierno personal de Luis XIV
y el ministerio de Colbert. Los beneficios de la agricultura comercial
se reducen al mínimo. Los arrendatarios tienen grandes dificultades
para pagar los elevados cánones pactados en circunstancias diferen­
tes. La crisis comienza a afectar a dinastías de grandes arrendatarios,
cuyos orígenes se remontaban al siglo XV. Muchos ferm iers-labourers
abandonan sus explotaciones. Algunos, incluso, huyen. Los dueños
del suelo no hallan candidatos a la sucesión, y deben resignarse a

66 Durante la primera mitad del siglo XVII, la suba de los arrendamientos fue más importan­
te en el Languedoc que en el norte de Francia: en 1650 los cánones duplican los valores de
1550. Es fácil determinar las causas del fenómeno: en un país de talla real, en el que la
exención del pago de impuestos recaía sobre las tierras antes que sobre las personas, los
arrendatarios de tierras nobles, exentas de la talla, podían tolerar mayores subas en los
cánones que sus colegas del norte, país de talla personal.

n o
Primera Parte. F e u d a l ism o T a r d io

reducir los beneficios de la renta propietaria. En algunas regiones, la


reducción nominal de los cánones llegó al 30% .
• Durante el siglo XVIII la renta propietaria obtuvo su revancha. De
hecho, es una de las grandes triunfadoras del siglo. Entre 1732 y 1780
el valor nominal de los arrendamientos para toda Francia, expresado
en índices, trepa de 100 a 242. La suba fue del 142%, y la etapa de
máximo crecimiento se situó entre 1765 y 1775. En la misma época,
el índice ponderado de precios agrícolas sufre un alza del 60% . Aún
deflacionada, la suba de los cánones de arrendamiento continúa siendo
espectacular. De hecho, en el siglo XV1I1 la renta propietaria creció
más que los volúmenes reales de la producción agrícola total del rei­
no. El aumento de la presión por acceder a la tierra y la monetización
general de los cánones de arrendamiento fueron otros factores que
jugaron en favor de los propietarios.

Con la renta señorial desprovista de todo valor económico, con la


cristalización relativa del porcentaje de la producción agrícola corres­
pondiente a la renta eclesiástica, y con la reducción del peso de la renta
fiscal exigida por el estado, la renta propietaria transita los tramos finales
del Antiguo Régimen convertida en uno de los más aceitados mecanis­
mos de extracción de la riqueza rural.

5 - La renta fiscal: la centralización del excedente campesino

El principal rentista del suelo, el rey

Concebidos originariamente en Francia como una sucesión de con­


tribuciones extraordinarias, los impuestos adquirieron carácter perma­
nente a partir de la segunda mitad del siglo XIV. Hasta entonces, el domi­
nio real había sido la principal fuente de ingresos de la monarquía gala.
La creación del impuesto significó, en consecuencia, el acceso del estado
centralizado al excedente campesino producido en todo el reino. Dado
que en más de sus tres cuartos partes la fuente de riqueza de una econo­
mía preindustrial tenía un origen agrícola, el impuesto directo «verdade­
ra renta feudal centralizada- transformaba al rey en el mayor rentista del
suelo de toda Francia. Como al mismo tiempo la nobleza, el clero y gran
parte del patriciado urbano estaban exentos del pago de las contribucio­
nes directas, los productores rurales no privilegiados se transformaron
en el fundamento de la renta fiscal. Percibida en dinero, la renta fiscal
era con frecuencia la exacción más difícil de evadir (en particular; en
tiempos de guerra) a raíz de los medios de coerción que poseía su bene­

íii
Capítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente .npesino.

ficiario directo, el estado. En las décadas centrales del siglo XVII, no era
infrecuente que los recaudadores realizaran su tarea escoltados por tro­
pas, por lo que las diferencias entre la recaudación impositiva y la requi­
sa militar se difuminaban.
Los sistemas impositivos del Antiguo Régimen combinaban en grado
diverso las percepciones directas (que gravaban la riqueza del reino en su
fuente, el excedente generado por los productores directos) con los im­
puestos indirectos (que gravaban la renta del reino en la esfera de la
circulación). El sistema impositivo francés hacia un uso equilibrado de
ambas clases de impuestos. Desde el siglo XIV hasta el estallido de la
Revolución, la renta fiscal del reino se sustentó básicamente sobre tres
contribuciones:
• La talla ( taille), un impuesto directo de base rural.
• La gabela (gabelle ), un impuesto indirecto que gravaba la compraventa
de sal.
• Las aid.es, impuestos indirectos que gravaban el consumo de un grupo
específico de productos.

Denominada en sus orígenes fouage, la talla tuvo una existencia inter­


mitente hasta las décadas finales del siglo XIV, cuando adquirió carácter
permanente. La taille era personal en el norte del país: según su condi­
ción, eran las personas quienes resultaban gravadas o exentas. En el sur,
en cambio, la talla era real: las tierras -n o los individuos- eran el objeto
del gravamen o de las exenciones.
La gabela era, probablemente, el más odiado de todos los impuestos
franceses. El nombre de esta exacción llegó a convertirse en sinónimo
mismo de ‘impuesto’, y el gabelero se convirtió en le encamación más
perfecta de la odiada figura del recaudador. Esta contribución indirecta,
que los Estados Generales votaron por primera vez en la década de 1360,
se sustentaba sobre el monopolio estatal de la venta de sal. Las regiones
que producían su propia sal quedaron exentas del pago del tributo (Bre­
taña, el Sudeste, una porción de Normandía). Pero en el resto del país, el
sustento pactista que enmarcaba el origen de muchos de estos tributos
generales determinaba que la gabela se aplicara en forma diferenciada. El
norte del país era territorio de grandes gabeües. Allí el estado almacenaba
la sal en enormes almacenes. En las coyunturas críticas, la monarquía
llegó a imponer a los contribuyentes la compra compulsiva de una canti­
dad mínima de sal, evitando así el mecanismo de evasión natural de los
impuestos indirectos: la retracción del consumo. Apurado por las nece­
sidades fiscales, el estado absolutista difuminaba las fronteras entre los

112
Primera Parte. F e u d a l ism o T a r d ío

impuestos directos e indirectos. La Francia meridional era, por el contra­


rio, país de petites gabelles: el rey recaudaba cuando la sal abandonaba su
lugar de producción, en la costa mediterránea; luego, el producto circu­
laba libremente por la región.
Las aides gravaban un grupo reducido de mercancías. La gran mayoría
provenían de la venta minorista de vino, y eran conocidas como maltótes.
Maltóteur fue, entonces, otro término asociado con la figura del recauda­
dor de impuestos. Aprobadas por los Estados Generales en la década de
1360, las aides también gravaban el consumo de pescado y madera.
Menor importancia tenían los impuestos a la circulación de mercade­
rías dentro del reino (traites), o los tributos aduaneros que gravaban el
comercio exterior ( douanes ).67
El sistema fiscal tenía más uniformidad en el norte de Francia, pues
sus provincias habían estado representadas en los Estados Generales de
1360. Las otras provincias, que acordaron con la monarquía más tarde -
en algunos casos, su incorporación al reino fue directamente posterior-
tenían regímenes especiales (Bretaña, Borgoña, Delfinado, Guyena, Lan-
guedoc, Pro venza).
El estado francés jamás arrendó a particulares la recolección de los
impuestos directos. Distintos agentes de la corona -la percepción de la
renta fiscal tuvo relación directa con el desarrollo de la burocracia esta­
ta l- tuvieron a su cargo la percepción de la taille o de los tributos equiva­
lentes. En algunas provincias privilegiadas, la alianza entre los elites re­
gionales y el estado centralizado permitió que el cobro de las cargas di­
rectas permaneciera en manos de los estados generales provinciales. Eran
los pays d ’états. En las regiones cuyos márgenes de autonomía habían sido
reducidos por el estado absoluto (sus estados provinciales habían sido
abolidos), los impuestos directos eran percibidos por funcionarios dis­
tribuidos en circunscripciones denominadas élections . Eran ios pays
d ’élections. Se trataba, como es sabido, de una burocracia patrimonializa-
da, propietaria de sus cargos, cuya relación con el estado feudal centrali­
zado resultaba, en consecuencia, un tanto ambigua.
La percepción de los impuestos indirectos era, en cambio, arrendada
a compañías de tratantes, financistas locales o extranjeros que solían ade­
lantar al estado la suma que se esperaba obtener por el cobro de un

67 El Antiguo Régimen era, sin embargo, el reino de la excepción. Una provincia como
Bretaña, que no pagaba aides, debía pagar douanes por cada producto importado de las
regiones vecinas, donde sí se pagaban las aides.

* Í3
C apitulo 4 . La renta de la tierra y la extracción del exced ente cam pesino.

tributo en una circunscripción determinada. La intermediación que ca­


racterizaba a los impuestos al consumo contribuyó, pues, a acentuar la
enorme impopularidad de que gozaban estos tributos.
A diferencia de la renta propietaria (que, con algunas excepciones
temporales, aumentó sin cesar a lo largo del Antiguo Régimen) o de la
renta señorial (que decayó drásticamente durante el mismo período), la
renta fiscal combinó períodos agudos de presión impositiva con etapas
de disminución relativa del peso del fisco. Entre los primeros, destacan
los años posteriores al ingreso de Francia en la Guerra de los Treinta
Años en 1635. En poco tiempo, los impuestos directos alcanzaron nive­
les sin precedentes en la historia del reino. A partir de 1661, las primeras
décadas del gobierno personal de Luis XIV asistieron a una marcada
disminución de la presión fiscal. Contribuyó a ello el carácter limitado y
la escasa duración de los emprendimientos bélicos del momento. Los
conflictos posteriores, iniciados en 1688 con la Guerra de la Liga de
Augsburgo y continuados en 1702 con la Guerra de Sucesión española,
volvieron a incrementar la voracidad del fisco hasta niveles intolerables.
El siglo XVI11 resultó, en cambio, una etapa de disminución relativa del
peso de la renta feudal centralizada. Entre 1730 y 1780 los impuestos
directos en las provincias del centro, expresados en forma de índice,
pasaron de 100 a 169. Se trata de un 60% de incremento nominal. Du­
rante el mismo tiempo, el precio del trigo subió un 70% y el del vino un
120%. El impuesto directo se atrasó, pues, en relación con el valor de
mercado del producto agrícola: la masa fiscal crecía más lentamente que
la riqueza del país. Esta circunstancia contribuye a explicar el retroceso
notable de las revueltas antifiscales durante el Siglo de las Luces. En
aquellos años, la renta fiscal del estado descansaba sobre los impuestos
indirectos, que se incrementaban sin grandes convulsiones, por el sim­
ple auge de los intercambios y del crecimiento demográfico.

En tomo a la tesis Ánderson: estudios de caso

En un influyente ensayo sobre el estado moderno ( Lineages o f the Abso-


lutist State , London, 1974), Perry Anderson caracterizó al estado absolu­
tista como un aparato potenciado de dominación feudal. La disolución
de la relación social servil, y las contradicciones intrínsecas del sistema
que la crisis del siglo XIV puso de manifiesto, anularon la capacidad de
percepción del excedente campesino a escala local por parte de la noble­
za feudal. Frente a esta incapacidad para extraer a nivel micro los mis­
mos volúmenes de renta que se lograban antes del estallido de la crisis, el

114
Primera Parte. F e u d a l ism o T a rd ío

estado absolutista se convirtió en una agencia centralizada de percepción


del excedente campesino. Los impuestos y la renta fiscal relevaban a la
decadente renta señorial. El mayor despliegue coactivo del estado garan­
tizaba a los dueños de la tierra la percepción y posterior redistribución
de la renta del suelo. El estado absolutista -tabla salvadora de la nobleza-
no era sino un estado feudal centralizado. Y el impuesto, en consecuen­
cia, no era más que una renta feudal centralizada.
A partir del análisis de las biografías individuales de determinados
aristócratas resulta relativamente sencillo aportar pruebas concretas en
favor de la tesis Anderson (más adelante, veremos que una aproximación
de tipo estructural produce resultados menos concluyentes). Cuando en
el capítulo 3 describimos exhaustivamente la evolución de la baronía
normanda de Pont-St-Pierre durante el Antiguo Régimen, dejamos in­
tencionalmente de lado una de las más importantes fuentes de ingreso de
los titulares del señorío: las pensiones, empleos y dádivas reales. Si el
excedente agrícola apropiado a nivel micro por los Roncherolies no care­
cía de importancia, la redistribución de la riqueza campesina extraída
centralizadamente por vía fiscal aportaba una parte sustancial de los in­
gresos de los barones. Los posiciones militares que detentaba la nobleza
feudal estaban muy bien remuneradas. En la década de 1560, el titular
de Pont-St-Pierre recibía 225 libras por seis semanas de servicio en su
cargo de Capitaine de cinquante hommes d ’arm es des Ordonnances du Roy. Por
la misma época, los ingresos generados por el ejercicio de la justicia en el
señorío apenas alcanzaban las 100 libras al año. En 1579, el hijo del
barón anterior se convirtió en Gentilhomme ordinaire de la cham bre du Roy;
con una pensión anual de 600 libras anuales. Dos años después, el mis­
mo aristócrata fue nombrado gobernador de la fortaleza real de Abbevi-
lle, en Picardía, con un ingreso de 1.000 libras al año. Al momento de
morir en 1627, el barón Pierre de Roncherolies recibía de la corona dádi­
vas y emolumentos por valor de 5 .0 0 0 libras. Su sobrino, el marqués de
Roncherolies, convertido en la década de 1650 en gobernador del pue­
blo fronterizo de Landrecies, recibía 8 .5 0 0 libras al año. Esta goberna­
ción tenía jurisdicción sobre 17 aldeas, amén deí pueblo que le daba
nombre. En 1656 la corona otorgó al marqués permiso para optar entre
dos posibles beneficios: vender dicho cargo por un monto de 12.000
libras, o transmitirlo a sus herederos. En este caso, el marqués eligió la
segunda opción. Pero el ejercicio de los cargos públicos proporcionaba
también importantes oportunidades para la concreción de negocios par­
ticulares. En 1673, todavía a cargo de la gobernación heredada de su
padre, el marqués de Roncherolies fue acusado de introducir sus pro-

n t;
C apitulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino.

pios animales en las praderas comunales de las aldeas bajo su mando; de


exigir corveas a los habitantes de la jurisdicción, que ocasionalmente
conmutaba por pagos en dinero; y de arrendar propiedades del ayunta­
miento, de la parroquia y del hospital de Landrecies, negándose luego a
pagar los cánones convenidos. La codicia de este exponente del linaje
habla rebasado algunos limites que el estado centralizado no podía igno^
rar. El poderoso marqués de Louvois, ministro de guerra de Luis X1V?
debió reprender al potentado normando: uno creo necesario recordarle
que no cuadra con la dignidad de un gobernador, convertirse en granje­
ro arrendatario de los bienes de otros particulares, pues aún cuando cum ­
pliera las obligaciones contraidas con dichas personas , seguiría estando por de­
bajo de vuestra dignidad involucrarse directamente en tal clase de nego­
cios”.68
La dependencia respecto de la redistribución del excedente campesi­
no obtenido por vía fiscal, adquiría mayor relevancia a medida que se
consolidaba el poder del estado centralizado. En 1600, los ingresos que
Pierre de Roncherolles obtenía al servicio de la corona representaban el
25% de los ingresos generados por su señorío. Luego de La Fronda, en
cambio, las 10.000 libras anuales que la explotación de la baronía de
Pont-St-Pierre dejaba a sus propietarios - censive , reserva y jurisdicción
sum adas- en ocasiones quedaban muy por detrás de los emolumentos,
pensiones y dádivas anuales, graciosamente concedidos por el Rey Cris­
tianísimo.
* * * * *

Sí abandonamos el terreno de las biografías individuales, la constata­


ción de algunos supuestos fundamentales de la tesis Anderson resulta
menos sencilla. La comprobación de la tesis, que hace de los impuestos
estatales una forma de renta feudal centralizada, requiere un análisis de
carácter estructural que permita determinar si el estado absoluto también
funcionaba como tabla salvadora de la nobleza a escala regional. Para
ello, hemos elegido dos provincias privilegiadas en la Francia del Rey
Sol: Bretaña y el Languedoc. Adelantándonos al resultado de nuestra
indagatoria, digamos aquí que ambas provincias aportan conclusiones
contrapuestas en lo que respecta a la importancia que la renta fiscal re­
vestía para la reproducción económica de la nobleza feudal.

La bastardilla es mía.

n6
Primera Parle. F eudausmo T ardío

En otros aspectos, Languedoc y Bretaña poseían importantes seme­


janzas. Ambas provincias eran pays d'états, lo que significaba que en ple­
no apogeo del absolutismo habían logrado conservar sus poderosas insti­
tuciones de autogobierno: los estados generales y los parlamentos pro­
vinciales. Las dos regiones disfrutaban de un alto grado de autonomía
respecto del estado centralizado.69 Los estados provinciales cumplían un
papel clave en la administración del estado local. En ellos se hacían
presentes, sin intermediarios de ninguna clase, los principales exponen­
tes de las diversas elites regionales: la aristocracia terrateniente, la noble­
za de toga, el alto clero y las oligarquías municipales. Desde esta perspec­
tiva, el estado absolutista era a nivel provincial un estado capturado por
los grupos dominantes locales. .
En los pays d ’ílats , los estados provinciales conservaban una cuota de
poder estratégica: a ellos correspondía la selección, distribución y per­
cepción de los impuestos reales. Lo monarquía determinaba cada año la
suma que la provincia debía proporcionar en concepto de impuestos.
Pero a los estados locales correspondía determinar qué impuestos se prio-
rizarían en la provincia (los directos o los indirectos), qué grupos o sec­
tores sociales se verían gravados o eximidos, y en el caso de los impuestos
al consumo qué mercaderías se verían afectadas. En síntesis, en estas
provincias privilegiadas la administración de la renta fiscal del estado
estaba en manos de las poderosas elites locales.
Las decisiones en materia impositiva adoptadas por los estados pro­
vinciales no eran inocentes. No sólo porque tenían consecuencias direc­
tas para los agentes económicos o porque instauraban privilegios legales.
Hemos visto que en ocasiones las diversas categorías de la renta compe­
tían entre sí. Las exigencias simultáneas de las rentas señorial, propieta­
ria y fiscal, podían generar contradicciones sistémicas que nunca deriva­
ban en escenarios de suma cero. W illiam Beik ha demostrado que en
tiempos de Luis XIV los estados provinciales del Languedoc optaron por
un esquema fiscal que no podía dejar de producir consecuencias inme­
diatas. Las elites locales mantuvieron muy elevados los impuestos direc­

69 Además de Languedoc y Bretaña, otro importante país de Estados era Borgoña. Normandía
perdió sus estados bajo Luis XIV Provenza y el Del finado perdieron los suyos bajos Luis XII1
(aunque la primera mantuvo una Asamblea de los Comunes, representación del tercer estado
a la que se le permitía votar impuestos). Las provincias recientemente incorporadas, como
Artois, conservaban por lo general sus estados. Los pays d'électian, que no conservaban ya sus
estados generales provinciales, cubrían cerca de los dos tercios del territorio de Francia.

1x7
C apitulo 4 . La renta d e la tierra y la e xtracció n del excedente cam pesino

tos que debían pagar en esencia los campesinos languedocinos. Con esta
medida, condenaban a las otras variantes de la renta del suelo ^ á n o r T
de arrendamiento, tributos señoriales- a mantener niveles de exacctóJ
reducidos. Pero al mismo tiempo, descansaban sobre la re d istrib u ció n !
nivel provincial de un importante porcentaje de la masa de impuestos
directos exigidos por la corona. F •
Analicemos brevemente I» distribución del impuesto directo lamme
d o e n o para el ano de 1677. El 66% de la masa fiscal c o r r e s p o n d í
monarca; el 33% restante se derivaba, por diversas « a s , hacia los notables
provinciales. Un tercio de 1, riqueza extraída a los campesinos por v S
tscal quedaba, entonces, en manos de la nobleza y de otros grupos pri™
legiados locales. Los principales mecanismos de redistribución del im
puesto eran las rentas percibidas por el gobernador de la provincia f a
ponente de la gran nobleza local), los estipendios que cobraban los M r
laméntanos y demas burócratas patrimoniales, y el pago de intereses a los
acreedores de estado (todos ellos integrantes de los grupos de pode
anguedoemos). Estas cifras bastarían para caracterizar a la lenta fiscal en
la provincia como renta feudal centralizada. Pero si desgranamos el 66%
que correspondía , la monarquía, los beneficios obtenidos por las elkes
locales resultan aun m is sorprendentes. A Parts llegaba tan sólo el 48 %
del total de lo recaudado en concepto de impuesto directo El 18% r e í
tante, aunque en manos de la corona, era gastado dentro del territorio de
la provincia (gastos militares, obras públicas, pensiones reales), también
para benéfico de los potentados locales. En síntesis, el 53 1% de la n
qneza campesina eximida por v i, t a l quedaba en manos de los «¡obe "
names naturales del Languedoc. Como quiere Anderson, la nobleza feu­
dal y los grupos pnyilegiados languedocinos descansaban en la extrae
cion centralizada de la riqueza campesina por vía fiscal, antes que en los
mecanismos descentralizados de carácter señorial.
Primera Parie. F e u d a l ism o T a rd ío

Distribución de los impuestos directos en Languedoc (1677)

Porcentaje efectivo derivado a París


4 7,9%

Gastos 10,9%
militares
Porcentaje
correspondiente 6 5 ,6 % Porcentaje Obra
ejecutado en 4,2%
al estado pública
centralizado la provincia
17,7% Pensiones 2,1%
reales

Otros 0,7%

Estipendios y pensiones
Porcentaje del gobernador y de la 19,7%
correspondiente burocracia patrimonial
a los notables 33%
provinciales Pago de intereses a
13,3%
acreedores locales
Exenciones a víctimas de desgracias
Asistencia social 1 ,4 % Limosnas
Donaciones a fundaciones religiosas

Fuente: William Beik, Absoiufism and Society in Seventeenth-century France: State Power and
Provincial Aristocracy in Languedoc, Cambridge, Cambridge University Press, 1985.

La situación era muy diferente en Bretaña, según demuestran los es­


tudios realizados por James Collins. De hecho, los grupos privilegiados
locales, sentados en los escaños de los estados provinciales, adoptaron
una estrategia fiscal opuesta a la diseñada por la provincia del sur. Encar­
nación de un feudalismo más arcaico y opresivo que el del Mediodía
francés, la nobleza feudal bretona mantenía casi intacta su capacidad de
extracción del excedente campesino a nivel micro. No necesitaba, por lo
tanto, descansar en la redistribución de una masa de impuestos recauda­
dos en nombre de la corona. Por otra parte, mantener elevado el porcen­
Capítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del exced ente cam pesino.

taje del impuesto directo pagado por el campesinado local hubiera cons­
pirado contra los porcentajes extraidos por las rentas señorial y propieta­
ria, que en la provincia continuaban funcionando sin inconvenientes.
En consecuencia, los estados bretones mantuvieron muy bajo el foua-
g e , equivalente local de la taille. Como ocurría en casi toda Francia, dicho
impuesto directo recaía en gran medida sobre las capas medias y altas del
campesinado. Por ello, Bretaña pasaba por ser una de las provincias me­
nos gravadas de toda Francia: aún cuando los tributos directos se dupli­
caron en la década de 1640, el promedio anual pagado por un campesi­
no bretón oscilaba a mediados del siglo XVII entre las 2 y las 3,5 libras;
en un pays d'élection, dicha cifra podía trepar hasta las 10 libras.
Si los impuestos directos tenían tan poco peso ¿cómo lograban los
potentados locales reunir la masa fiscal que el estado centralizado exigía
todos los años a la provincia? Los estados bretones sustentaban la recau­
dación impositiva a partir de contribuciones indirectas, como el impues­
to que gravaba la venta de vino al menudeo. A diferencia del jouage o de
la taille, que gravaba el excedente campesino, este impuesto al consumo
lo pagaban esencialmente las ciudades.70
Cuidadosamente diseñado, este esquema impositivo hacía recaer el
peso de los impuestos estatales sobre los pobladores urbanos. La estraté­
gica decisión permitía a la nobleza feudal mantener extremadamente ele­
vadas las rentas propietaria, señorial y eclesiástica, que en ocasiones se
hallaban inextricablemente fundidas. Era frecuente que en la provincia,
región de aparcería, el porcentaje de la producción exigido a los aparce­
ros (renta propietaria) viniera entremezclado con el pago de derechos de
entrada, corveas, champarte y banalidades, tributos todos característicos
de la renta señorial. Reducido a su mínima expresión el porcentaje de la
riqueza apropiado por la renta fiscal, los restantes mecanismos de extrac­
ción del excedente se potenciaban mutuamente. La renta de una finca en
Coudray, en las afueras de Nantes, pasó de 40 libras en 1611 a 150 en
1645 (a lo que debemos sumar las corveas y demás obligaciones feudales
exigidas). Una propiedad bajo similar régimen de explotación, en La-
Chapelle-aux-Moines, pasó de 180 libras de renta en 1629 a 260 libras
en 1651; en 1662 la renta alcanzó las 330 libras.

/0 Aún así, la élite provincial tuvo cuidado de no irritar en exceso a los sectores populares
urbanos. En Rennes y en Nantes, las dos capitales de la provincia, los productos de mayor
consumo popular quedaron exentos: La sidra y el vino local, respectivamente.

120
Primera Parte. F e u d a l ism o T a r d ío

A diferencia del Languedoc, la tesis Anderson no parece confirmarse


en la provincia de Bretaña. El estado absolutista no funcionaba allí como
mecanismo centralizado de exacción de la riqueza campesina. El reparto
de dádivas y pensiones reales, expresión paradigmática de la redistribu­
ción de la renta del suelo obtenida por vía fiscal, no alcanzaba en la
provincia la importancia que tenía en otras regiones de Francia.
La opción impulsada por las elites de Bretaña explica las razones por
las que, durante el siglo XVII, las revueltas campesinas provinciales fue­
ron jacqueries an ti-señoriales antes que rebeliones anti-fiscales, como era
la norma en el resto del reino. Durante el gran estallido de 1675, el
objeto de la ira campesina bretona no eran los recaudadores de impues­
tos, sino la nobleza feudal. Pero la estrategia que gravaba pesadamente la
riqueza urbana con abultados impuestos indirectos, y la riqueza del cam­
pesinado próspero con elevados arrendamientos y tributos señoriales, no
podía dejar de traer serias consecuencias para el desarrollo futuro de la
región. Si en el siglo XVII Bretaña era una de las provincias más próspe­
ras del reino, para el siglo XIX se había convertido en una de las regiones
más pobres y atrasadas del país.
Al igual que en el señorío castellano, en el cual un impuesto estatal
que se recaudaba a nivel micro tenía un peso determinante en la repro­
ducción económica de la nobleza terrateniente,71 el caso bretón vuelve a
demostrar que, en ocasiones, la nobleza feudal mantuvo intacta su capa­
cidad de extracción del excedente campesino de manera descentraliza­
da, sin necesidad de recostarse sobre el fabuloso poder de coerción del
estado feudal centralizado ni sobre sus mecanismos indirectos de redis­
tribución del producto agrario.

6 - La renta usuraria: el endeudamiento impiadoso

El endeudamiento rural era una de las plagas tradicionales del uni­


verso campesino. Pero entre 1560 y 1720 el fenómeno adquirió propor­
ciones extremas, convirtiéndose de jacto en una de las principales vías de
expropiación de los productores directos.
Ninguna explotación familiar estaba exenta del fenómeno del endeu­
damiento crónico. Una sucesión de malas cosechas, una tragedia fami­
liar, el aumento de los impuestos, el súbito paso del ejército, con fre­
cuencia ponían en peligro la supervivencia de la explotación familiar. El

71 Nos referimos a las alcabalas y, en menor medida, a las tercias. Cfr. capitulo 2.

121
Capítulo 4 . La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino.

implacable mercado del crédito parecía, entonces, la única salida. Pero


la recuperación de la economía preindustrial era lenta, y el mecanismo
de endeudamiento implacable y eficaz. Los plazos estipulados vencían y
el dinero no podía devolverse. Nuevos prestamos se acumulaban, y en el
lapso de una década el monto adeudado superaba el valor estimado de
los bienes muebles, lo esencial de la riqueza de los pequeños producto­
res. Jean Jacquart describe el caso de un viñador de los alrededores de
París. Al momento de morir, poco después de iniciada la Fronda, debía
440 libras; sus activos, sin embargo, no superaban las 265 libras. Entre
los montos adeudados distinguimos 100 libras, producto del atraso en el
pago de cinco rentas consolidadas; 55 libras por tallas impagas; 62 libras
en concepto de impuestos indirectos (aides); y 38 libras por servicios
varios contratados en su granja. En el Beauvaisis, Pierre Goubert encuen­
tra que prácticamente ningún campesino carecía de deudas para la déca­
da de 1680. En la mayoría de los casos los beneficiarios de este complejo
mercado rural de capitales eran los burgueses de las ciudades vecinas, los
curas de aldea, los hombres de leyes, los grandes arrendatarios y los cam­
pesinos prósperos.
Las deudas acumuladas se volvían impagables, y los perversos meca­
nismos del crédito rural daban lugar a la siguiente fase del proceso de
expropiación: la consolidación de los montos no reembolsados bajo la
forma de una renta constituida. Imposibilitados de redimir los prestamos
recibidos, presionados por la posibilidad cierta de perder sus tierras, los
campesinos aceptaban transformar su deuda vieja en una renta perpetua
consignada sobre un bien inmueble -p o r lo general, un grupo de parce­
las- y garantizada por una hipoteca general sobre sus propiedades. En el
origen, el mecanismo del censo consignativo permitía concretar presta­
mos verdaderos tras la apariencia de la compraventa de una renta perpe­
tua. Durante el feudalismo tardío, por el contrario, se convirtió en un
eficaz medio de expropiación del campesinado. La nueva deuda, ahora
bajo la forma de rentas anuales de carácter perpetuo, gravaba economías
familiares, de por sí, extremadamente lábiles. Pronto comenzaban los
atrasos en el pago de los censos consignados. Pero ahora, los mecanismos
crediticios no ofrecían ya nuevas oportunidades. La venta voluntaria, la
confiscación, o la huida eran las únicas vías abiertas para las víctimas de
este sistema impiadoso.
¿Es posible trazar una cronología de la expropiación? Desde media­
dos del siglo XVI, en plena revolución de los precios, las primeras vícti­
mas del avance del endeudamiento fueron las capas pobres del campesi­
nado de subsistencia. En el caso de Francia, la guerra religiosa y los

122
Primera P a r t e . F e u d a l ism o T a r d ío

desórdenes de la segunda mitad del siglo acrecentaron el fenómeno. En


Ile-de-France los libros de los notarios rebozan de pequeñas operaciones
en las que los campesinos pobres vendían una parte de sus bienes (una
viña, un terreno, animales de tiro) para destinar la totalidad de los mon­
tos al reembolso de antiguas deudas impagas. La situación continuó sin
cambios durante la primera mitad del siglo XVII. Pero a partir de la
Fronda, el campesinado pobre dejó de ser el protagonista central del
proceso de expropiación territorial. Su suerte no había mejorado en nada;
pero reducido a su mínima expresión, no le restaba ya nada por vender.
Fueron entonces los campesinos medios los que quedaron atrapados
por la rueda implacable del endeudamiento. No eran tanto las crisis
cortas y violentas las que los afectaban, sino las depresiones largas y per­
sistentes. Las primeras entrañaban caídas individuales. Las segundas po­
dían poner en peligro a la totalidad del grupo social. La clase media rural
podía resistir por más tiempo las coyunturas desfavorables; pero si los
tiempos mediocres perduraban en demasía no tendría nunca el tiempo
suficiente para recuperarse. Algunos afortunados lograban permanecer
en sus tierras, aunque como arrendatarios de las fincas que hasta hacía
poco les habían pertenecido. Otros terminaban convertidos en jornaleros
de los grandes productores que habían absorbido sus propiedades.
La condición de los aparceros es particularmente representativa del
destino de la capa intermedia del campesinado antiguorregimental. Con
el deseo legítimo de regentear su propia explotación, ganados por la
ansiedad que les impedía acumular el capital suficiente para acceder al
arrendamiento, aceptaban compartir con los dueños de la tierra los cos­
tos de producción por mitades (arados, semillas, carretas, animales de
tiro). En ocasiones no podían siquiera aportar su parte del capital ini­
cial, por lo que el propietario del suelo debía adelantarles herramientas y
dinero, que luego serían descontados de la primera cosecha. En conse­
cuencia, el pequeño productor tomaba posesión de su explotación ya
endeudado. Venían luego el pago del canon anual de mediería, la devo­
lución de lo adelantado por el propietario, el pago de los impuestos
directos, las exigencias del diezmo, el peso de los tributos señoriales
(monopolios banales, derechos de tránsito y de mercado, etc). A ello
debemos sumar las coyunturas catastróficas propias de la economía anti­
guorregimental: malas cosechas, epizootias, brotes pestilenciales, guerras.
En una monografía clásica, Louis Merle halló que entre 1560 y 1600 el
52% de los aparceros del Poitou debieron abandonar su explotación an­
tes de tiempo, retomando a su condición de simples jornaleros (ma-
nouvriers). Para el siglo XVII la cifra era del 58% ; aunque entre 1640 y
Capítulo 4 . La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino..

1660, en el corazón de la crisis, llegó al 68% . Cabe recordar que en la


primera mitad del siglo XVI la proporción de contratos cancelados era
tan sólo del 27%.
Aunque tardaron en llegar, las crisis agudas de endeudamiento tam­
bién afectaron a los campesinos ricos y a los grandes arrendatarios. Du­
rante mucho tiempo los g ro sferm iers habían sido parte del sector benefi­
ciado por el proceso de expropiación de ios pequeños y medianos pro­
ductores. Pero la larga depresión de los precios agrícolas característica
del ministerio Colbert terminó también por golpearlos. Hemos visto en el
apartado referido a la renta propietaria que dinastías enteras de arrenda­
tarios desaparecieron entre 1680 y 1700. Demasiados años sucesivos de
precios anormalmente bajos, combinados con los cánones de arrenda­
miento más altos del siglo, impedían cumplir con los contratos pactados
y al mismo tiempo devolver los prestamos solicitados.
De haberse mantenido esta tendencia, no caben dudas de que Fran­
cia hubiera experimentado una derrota del campesinado tta la inglesa”
(aunque por el mecanismo del endeudamiento campesino antes que por
la vía del enclosure). Pero la derrota campesina fue pasajera. Las monogra­
fías regionales demuestran que la era más negra de la expropiación masi­
va del campesinado en Francia, sustentada en la com binación de las
rentas propietaria y usuraria, se limitó al periodo 1560-1720. A partir de
las primeras décadas del siglo XVIII, el crecimiento económico, la dismi­
nución de la presión fiscal y la baja de la tasa de interés, reforzaron la
posición del campesinado enfitéutico, incluso del alodial. A partir de
entonces, la evicción de los pequeños productores fue más difícil de
conseguir que en el pasado.
Como el campesinado inglés, su contraparte francesa fue víctima de
un proceso progresivo de expropiación de la tierra. El fenómeno, sin
embargo, tuvo siempre un alcance menor. Contribuyó a ello la peculiar
característica del sistema del censive perpetuo en Francia, que dificultaba
la expulsión de los pequeños productores y en ocasiones vedaba la incor­
poración de las tenencias expropiadas a la reserva.72 En el siglo XVIII,
por ello, el campesinado conservaba aún entre el 30 y el 40% del suelo
del país. Sólo a medida que nos acercamos a los muros de los grandes
centros urbanos hallaremos que la expropiación campesina pudo haber
sido más eficaz en términos cuantitativos, reduciendo a menos del 20%
su proporción del dominio del suelo. De todas formas, debemos tener

72 Cfr. capítulo 6.

124
P r im e r a Parte. F eu d a l ism o T a rd ío

Siempre en cuenta un último factor a la hora de analizar la propiedad


campesina. Aun allí donde conservaban cerca del 40% de la tierra, la
atomización de las parcelas campesinas alcanzaba niveles extremos: las
propiedades de menos de 3 hectáreas eran la norma, nunca la excep­
ción , en el sobre-explotado mundo rural del A n d e n Régime.

7- La crisis perpetua: la superposición de cargas y tributos


Hasta aquí hemos analizado por separado las diferentes categorías de
la renta del suelo. Los pequeños y medianos productores, sin embargo,
debían soportarlas todas en forma simultánea. ¿Cómo toleraba el campe­
sinado de subsistencia la superposición de las diversas cargas y tributos?
¿Cómo lograba sobrevivir a las exigencias conjuntas del rey de la Iglesia,
de los señores, de los propietarios y de los prestamistas?
Analicemos junto a je a n Jacquart un modelo abstracto de explotación
campesina. Imaginemos una finca mediana: 4 0 hectáreas de terreno, en
su mayoría tenencias a censo. El propietario del dominio útil, probable­
mente un rentista urbano, declina la explotación directa de las parcelas y
las arrienda a un tercero - e l protagonista de nuestra historia-, mediante
un contrato de corto plazo. Lejos estamos aquí de las miserias de los
microfundistas; por otra parte, la capa más numerosa del campesinado
europeo preindustrial.
Evitemos agregar en exceso factores condicionantes de carácter espa­
cial o temporal. Por ello, situemos nuestra explotación en una coyuntura
tranquila, la pacífica década de 1610, y en una región privilegiada -los
alrededores de París. Nuestro campesino medio emplea mano de obra
permanente de carácter extrafamiliar: un carretero, un pastor, un encarga­
do del establo. Posee dos arados, tirados cada uno por tres o cuatro caballos,
símbolos inequívocos de prosperidad rural en el Antiguo Régimen.
Impera en la región el régimen de rotación trienal. En nuestro ejem­
plo, dividiremos las parcelas en tres campos: un primer suelo sembrado
con trigo, un segundo con avena y sorgo, y el tercero en barbecho. Co­
mencemos a realizar cálculos sobre el campo de trigo, que abarca un
tercio de la explotación (1 3 ,3 hectáreas). Un buen año es capaz de pro­
ducir 180 setiers de trigo. La cosecha bruta puede alcanzar los 200 setiers
en los años excepcionales, aunque los años malos la verán reducida a no
más de 60 setiersP

73 El seíier es una medida de capacidad para granos, extraordinariamente variable según la


región de que se trate. En tomo a París, un seíier equivalía aproximadamente a 157 litros.

125
Capítulo 4 . La renta de la tierra y la extracción del exced ente cam pesino.

Los rendimientos agrícolas en la región -elevados para los parámetros


preindustriales- son de 1 ; 6.5. El productor debe separar, entonces, 27
setiers para asegurar la siembra del próximo año. No resulta difícil perci­
bir el peso que esta exigencia podía tener en años de cosecha mediocre.
En una explotación mediana resultaba imprescindible la contrata­
ción de jornaleros para levantar la cosecha. Estos cosechadores o calve-
niers , que a menudo se trasladaban en equipo desde las regiones vecinas,
eran retribuidos en especie: un tercio de setier por arpent de trigo cortado
y atado, lo que hace un total de 13 setiers para todo el suelo de trigo.74 La
trilla, realizada en el casco de la granja por asalariados de la zona, tam­
bién se pagaba en especie -la veinticuatroava parte de la cantidad trilla­
da-; en nuestro caso, ello requería otros 7 setiers.
Resta separar ahora lo necesario para el consumo anual de la familia y
de los sirvientes permanentes. Para un grupo familiar de 5 personas y 3
empleados se requerían 2 4 setiers. Debemos agregar otros 6 para la retri­
bución de la mano de obra temporaria, empleada ocasionalmente duran­
te el transcurso del año agrícola.
Del total de 180 setiers obtenidos en un año de buena cosecha, nues­
tro productor/arrendatario conserva a esta altura tan sólo 100. Si la cose­
cha fue mala - 6 0 setiers , por caso-, era muy probable que no le quedara
nada luego de separar la simiente para la próxima siembra, pagar a cose­
chadores y trilladores, y asegurarse el pan familiar para el resto del año.
Por lo tanto, si este productor se aseguraba de un importante excedente
agrícola en los años buenos, su producto bruto podía equivaler a cero en
las coyunturas críticas.
El balance del segundo suelo, sembrado en primavera con avena y
sorgo, dejaba 120 setiers de grano en un año próspero. El producto bruto
-u n a vez separada la simiente, el sueldo de los trilladores (la cosecha
estaba incluida en el contrato de los calvaniers , y no costaba más que unos
vasos de vino extra) y 3 0 setiers para alimento de los caballos- se reducía
a 6 8 setiers (en un año malo, tan sólo a 10).
El tercer suelo, el barbecho, no dejaba de producir algunos beneficios
adicionales. Habituaimente servía de pastura para un centenar de ovi­
nos, cuya lana y corderos podían venderse en el mercado cada año. El
corral, algunas vacas, un potro y la elaboración casera de lácteos, podían
aportar otros ingresos menores.

74 Cada arpent equivalía aproximadamente a 3 hectáreas. En una propiedad como la que


describimos, se esperaba que cada arpent produjera un promedio de 4,5 setiers de grano.
Primera Parle. F eu d a l ism o T a r d ío

Pero aún no hemos comenzado a contabilizar la superposición de


cargas que recaía sobre los productores directos. El receptor de los diez­
mos siempre era el primer rentista servido. Su representante se hacia
presente poco después de la cosecha, y cobraba sobre el campo mismo.
En Île-de-France, la tasa del diezmo rondaba el 8% de la cosecha bruta.
En nuestro caso, este tributo se quedaba con 14 setiers de trigo y 10 de
avena, si la cosecha había sido buena.
La tierra no es propiedad del productor, por lo que debe pagar un
canon anual de arrendamiento. Por una explotación de 40 hectáreas (120
arpents ), la renta de 1620 podía rondar las 500 o 600 libras tornesas,
equivalentes a 4 0 setiers de trigo y a 20 de avena.
Nuestro campesino no arrienda más que el dominio útil de las parce­
las que trabajaba, por cuanto las mismas integran el censive de un señorío
dominical ( seigneurie foncière ). Por lo tanto, amén de pagar un canon de
arrendamiento al propietario absentista del dominio útil debe pagar las
cargas enfitéuticas al señor feudal. Los tributos señoriales podían resultar
en extremo pesados si la costumbre local exigía el pago del champart. En
este caso, la exacción podía equivaler al 15% de la cosecha bruta: 26
setiers de trigo -e l doble del diezmo, y la mitad del canon de arrenda­
miento.
Tras la superposición de las rentas eclesiástica, propietaria y señorial,
hallamos que los 100 setiers de producto bruto quedaron reducidos a 20.
Y aún no hemos computado el peso de la fiscalidad real. Aunque los
tiempos de guerra todavía estaban lejanos, no quedan dudas de que el
pago del impuesto directo terminaría por consumir la mayor parte del
pequeño excedente restante. En los buenos tiempos de Luis XIV -una
era de contribuciones directas menos exigentes-, la talla podía deman­
dar el equivalente del valor de una vaca, de 5 o seis corderos, o del 12%
de la cosecha del suelo de invierno (en nuestro caso, 21 setiers de trigo).
También resignamos adrede asignar a nuestra finca una renta perpetua o
alguna otra forma de endeudamiento de corto plazo, por lo que la hemos
librado, al menos, de una de las cinco categorías analíticas de la renta del
suelo.
La conclusión de los cálculos resulta paradojal. Aún en tiempos de
buena cosecha nuestra imaginaria explotación, situada en las mejores
condiciones de rentabilidad que la agricultura precapitalista podía ofre­
cer, resultaba inviable desde el punto de vista económico. En los años
comunes el arrendatario no podía separar la simiente para el próximo
año, alimentar a su familia, pagar los jornales y cubrir la totalidad de
cargas y tributos, sin recurrir a fuentes de ingreso complementarias: sa-
C apítulo 4. La renta de la tierra y la extracción del excedente cam pesino..

orificar o vender una parte de los ovinos del rebaño, arrendar unas hec­
táreas de bosque o prado, usufructuar los comunales de la aldea, explo­
tar una viña, transformarse en recaudador del señorío, ingresar en la
rueda de la industria rural domiciliaria.
La presión feroz que los rentistas del suelo ejercían sobre los peque­
ños y medianos productores del campo preindustrial permite explicar,
entonces, el carácter crónico que la resistencia y la revuelta campesinas
adquirieron en Europa durante los siglos XVI y XVII.
P r im e r a Parte. F e u d a l ism o T a r d Io

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*3°
Capítulo 5
La comunidad rural preindustrial:
campos abiertos y propiedad colectiva

1- El término de la aldea
La comunidad campesina era la unidad agrícola fundamental en el
campo europeo preindustrial. El término de la aldea, el terruño, abarca­
ba el conjunto de tierras explotadas por un conjunto de unidades fami­
liares. Los núcleos habitacionales podían concentrarse en un espacio re­
ducido, conformando así un asentamiento compacto, una aldea grande.
Pero los hogares campesinos podían distribuirse también en forma espa­
ciada, a mediana distancia unos de otros, constituyendo, en este caso, un
hábitat disperso.
En Europa Occidental, la conformación de la comunidad campesina
estaba dada por una institución fundamental, el autogobierno local. Se
destacan, en primer lugar, los ayuntamientos abiertos (asambleas de veci­
nos) o cerrados (concejos municipales). Menor importancia tenían, en
cambio, el señorío y la parroquia, puesto que sus límites no siempre
coincidían con los de la comunidad rural. Con frecuencia -e n ciertos
condados ingleses ésta era la constante-, distintas áreas del término po­
dían pertenecer a señoríos diferentes. Lo mismo ocurría en ocasiones con
las jurisdicciones parroquiales, en particular en los casos de hábitat dis­
perso.
Toda comunidad rural, todo terruño campesino, estaba compuesto
por tres secciones diferentes: las viviendas y huertos, la tierra cultivable
(ager) y los bienes comunales (saííus).
El núcleo habitacional campesino incluía, por la general, la vivienda,
él huerto y las instalaciones para los animales domésticos. En los hábitats
concentrados, la agrupación de estos hogares constituía la aldea propia­
mente dicha. Las viviendas y sus huertos eran tierras cercadas, lo que las
C apitulo 5. La com unidad rural preindustrial

diferenciaba claramente del resto de las tierras cultivables, las parcelas


del ager, dispuestas bajo el régimen de campos abiertos, ampliamente
difundido en el campo europeo preindustrial. La mayoría de los propie­
tarios de casa y huerto poseían también una cantidad variable de parcelas
dispersas por el ager; aunque la sola propiedad de una vivienda bastaba
para que su poseedor fuera considerado como miembro de la comuni­
dad, con derecho a usufructuar ios bienes comunales y a participar de la
asamblea de vecinos. Por el hecho de estar cercadas, el productor tenía
absoluta libertad de cultivo sobre las tierras de su huerto. No quedaban
sujetas a las rígidas disposiciones que.regulaban la producción en el ager.
Al mismo tiempo, estas pequeñas extensiones de tierra quedaban prácti­
camente al margen de todo tributo. A menos que en ellas se plantaran
vides o se sembraran cereales, su producción estaba exenta del pago del
diezmo; los derechos señoriales, por su parte, eran menos opresivos (en
ocasiones, incluso, las viviendas se consideraban dominios indivisos, por
lo que sobre ellas no recaían las tasas de mutación o las rentas enfitéuti-
cas).
La tierra cultivable, el ager, conformaba la sección principal de la co­
munidad rural. Ninguna familia campesina hubiera podido sobrevivir
con el mero producto de sus huertos hogareños. Las parcelas dispersas
por el terreno arable eran las que aseguraban la subsistencia de los hom­
bres y animales de la aldea (cereales de invierno para los primeros; cerea­
les de primavera para los últimos). Todas las cargas y tributos recaían
esencialmente sobre el producto agrícola generado por el ager (el diez­
mo, el impuesto estatal, las rentas enfitéuticas, el canon de arrendamien­
to). Las tierras cultivables soportaban un régimen de cultivo regulado, en
particular en los hábitats concentrados. De hecho, las principales atribu­
ciones de autogobierno de la comunidad campesina se relacionaban con
la regulación del trabajo en el ager.
Los bienes comunales de la aldea, el saííus, eran un complemento
esencial para la supervivencia de los pequeños y medianos productores
directos. Estaban conformados mayoritariamente por terreno virgen, in­
culto, deshabitado: bosques, montes, praderas, pantanos, páramos. Sólo
los propietarios de la comunidad tenían derecho a acceder a los recursos
generados por el salíus: combustible, madera, frutos silvestres, forraje. La
mera residencia en el término de la aldea no daba derecho a ingresar en
los comunales. El usufructo de estas tierras estaba, por otra parte, riguro­
samente regulado, aún para los propios vecinos. De hecho, en la mayoría
de los casos, el resguardo y el mantenimiento de los bienes comunales
era imprescindible para la supervivencia misma de la comunidad rural.

132
Primera Parte. F eu d a l ism o T a r d ío

2- El sistema de campos abiertos: propiedad individual y


usufructo colectivo
En gran parte de Europa Occidental, el ager y las tierras cultivables se
distribuían según un peculiar y com plejo sistema de organización del
espacio: el régimen de campos abiertos u open-jields, tal como se los de­
nominaba en Inglaterra.
Los campos abiertos eran extensiones de terreno, en las cuales las
parcelas de varios propietarios se hallaban dispersas y entremezcladas.
No se trataba de una forma de propiedad colectiva o comunal. Cada
propietario poseía títulos de propiedad individuales sobre sus bienes.
Las parcelas no se confundían en un todo indiviso; continuaban siendo
bienes de usufructo individual, sólo que entreverados y mezclados entre sí.
Los planos catastrales de los comunidades preindustriales expresan la
complejidad del sistema de open-fields: si nos propusiéramos identificar
las parcelas de cada propietario, obtendríamos verdaderas madejas, en­
tramados indescifrables para el observador moderno. Los campesinos más
prósperos podían poseer varias decenas de parcelas, repartidas por todo
el ager , pocas veces una junto a la otra, como si alguien hubiera tenido
especial cuidado por distribuirlas en forma pareja a lo largo de todo el
término de la aldea.
Cada parcela era una franja, separada de la vecina por surcos, pie­
dras, pequeños setos o cintas de césped. En la Inglaterra preindustrial, la
extensión convencional de las franjas era de 200 metros por 20. El lado
más largo del rectángulo señalaba la dirección del surco del arado.
En el ager , las parcelas o franjas podían usufructuarse según diferen­
tes regímenes de propiedad. La diversidad jurídica del A n d en Régime ve­
nía, entonces, a complicar aún más la engorrosa organización espacial de
la aldea campesina. Algunas podían ser|[tenendas a censo o enfitéuticas
(el censive francés o los copyholds ingleses), cuyo^ominio directo era pro-
del titular de un señorío. Otras podían ser ¡parcelas de dominio
indiviso, usufructuadas en plena j^ropiedad|(los alleux franceses o los
freeholds ingleses). TamBiérTpodía suceder que algunas de las franjas fue­
ran propiedad del señor, ¡por lo que técnicamente debían considerarse
parte de la^ resSv ^ on íín ical. A su vez, en cualquiera de los regímenes
anteriores, ^as parcelas podían arrendarse a terceros^ (lps ferm iers y los
lease-holders, d^uñcTy otro lado del Canal de la Mancha) mediante con­
tratos de corto plazo.
Los especialistas no logran ponerse de acuerdo respecto del origen
del sistema de open-fields. Algunos suponen que el trazado procede de

*33
C apítulo 5. La com unidad rural preindustrial

los tiempos romanos; otros, que se trata de una invención de la Edad


Media tardía. En algunas regiones de Europa se encuentran remodela­
ciones del hábitat ya para el siglo IX. En cualquier caso, el régimen de
campos abiertos parece expandirse a un ritmo sostenido a partir del siglo
XI; aunque no s^generalizójDlenarnente hasta el ‘sjglo XIII, cuando el
crecimiento demográfico desterró "el Hábitat disperso a ías regiones mar­
ginales o con menor densidad de población.
Si la propiedad y el usufructo de las parcelas dispersas por el ager era
individual, la organización de las tareas agrícolas debía tener, forzosa­
mente, carácter comunal. Los juristas y agrónomos frecuentemente ha­
cían referencia a las servidumbres colectivas que el sistema de campos
abiertos imponía a los propietarios. Las franjas entremezcladas en el ager
no eran terrenos cercados, dentro de los cuales el productor podía sem­
brar lo que deseara, cuando quisiera, y con los procedimientos que le
parecieran más adecuados. En el open-field., poco podía emprenderse sin
la ayuda y el consentimiento del resto de los productores directos. Las
tierras estaban tan inextricablemente mezcladas, que hacía falta una or­
ganización colectiva eficiente para tomar viable el usufructo individual.
Hubiera resultado en extremo gravoso -u n verdadero dispendio de tie­
rra-, encarar la explotación de cualquier otra manera que no fuera esta­
bleciendo reglas comunes.
La primera servidumbre colectiva era la jdivisión de las tierras en tres
campos u hojas\según el sistema de rotación trienal, hegemonic o e n
" muchas regiones del continente (la sucesión barbecho - cereales de in­
vierno - cereales de primavera). La rotación de los cultivos era la más
básica de las reglas comunes. Al mismo tiempo, y en combinación con la
generalización del hábitat concentrado y la atomización de la propiedad
campesina, era la principal responsable de la difusión y de la fragmenta­
ción excesiva del sistema de campos abiertos en el Occidente europeo, a
partir del segundo milenio de nuestra era. La fragmentación insuficiente
de las explotaciones individuales podía condenar a un productor a que
la mayoría de sus parcelas quedaran, durante un año determinado, den­
tro del área de barbecho. El sistema trienal, que inauguró la fase de ex­
pansión del feudalismo, demandó entonces una reestructuración del tra­
zado de los campos y una redistribución de la tierra cultivada; si bien es
cierto que podía aplicarse en una diversidad de configuraciones espacia­
les, donde mejor funcionaba era en el paisaje de campos abiertos.75

73 Hasta aquí hemos descripto el modelo clásico de campos abiertos, un sistema regular de
opcn-ficlds, en el que las tareas agrícolas estaban por completo reguladas. Existían, no

x3 4
Primera Paite. F e u d a l ism o T a r d ío

Las restantes servidumbres colectivas imponían que las diversas fases


del ciclo agrícola -la estercoladura, la labranza, la siembra, la cosecha-
debían tener lugar en períodos fijos, según el calendario que la asamblea
comunal, los ayuntamientos o los tribunales señoriales establecían para
toda la comunidad. Los productores individuales no podían, pues, re­
gular en forma individual los ritmos y la duración de las fases del proce­
so productivo.
No resulta claro si la siembra también se llevaba a cabo en forma
colectiva, de manera que los propietarios aportasen en forma proporcio­
nal estiércol, semillas, arados y animales de tiro, según el tamaño y nú­
mero de sus parcelas. En cualquier caso, el producto de cada parcela,
una vez levantada la cosecha, quedaba siempre en manos de cada pro­
ductor individual.
La sección del término rural que podía considerarse como propiedad
colectiva, en forma real y permanente, no era el ager sino el salíus: pára­
mos erizados de arbustos espinosos, ciénagas cubiertas de cañaverales,
turberas con suelo movedizo, forestas ricas en madera y frutos silvestres,
praderas tapizadas con hierbas locales. Los vecinos de la aldea podían
enviar a pastar a sus rebaños durante todo el año, en particular el ganado
porcino y ovino, que sabían hallar su alimento en suelo ingrato. Los
techos, los graneros y las cercas podían repararse con la madera recogida
en el bosque. Si los comunales incluían estanques o arroyos, las familias
campesinas podían completar sus dietas con pescado. Los pantanos pro­
veían turba, combustible barato.
Los bienes comunales no eran, técnicamente, tierras sin dueño. La
propiedad eminente - e l dominio d irecto - correspondía al titular del
señorío dentro del cual se hallaba vla comunidad.76 En muchos lugares se
creía que el usufructo colectivo era producto de un acta de donación
firmada en tiempos remotos, por la cual, al igual que en el régimen enfi-
téutico, los señores cedían a perpetuidad el dominio útil sobre estos

obstante, otros régimenes mixtos, en los cuales los campos abiertos y cercados se superpo­
nían según diversos criterios. Siguiendo la nomenclatura inglesa, por un lado hallamos los
irregular commonfields, que combinaban franjas dispersas y pequeños cercamientos, en un
régimen de cultivos plenamente regulado. Por otro lado, eran frecuentes, en las áreas
pastoriles, los infidd-outfidd systems, en los cuales las tierras más cercanas al núcleo habita-
cional estaban dispersas según el régimen de campos abiertos, en tanto que las pasturas que
conformaban las tierras externas podían, eventualmente, cercarse.
76 Recordamos una vez más que, en ocasiones, diversas secciones del término de la aldea,
incluyendo a los comunales, podían pertenecer a señoríos diferentes.

*3 5
Capítulo 5. La com unidad rural preindustrial

terrenos; aunque en este caso, no era en beneficio de un individuo sino


de toda una comunidad de propietarios. De allí deriva el término jurídi­
co con el que se designaba al saltus en Inglaterra: com m onlands o common
wasíes. La comunidad era, en efecto, la encargada de administrar y regu­
lar el acceso a los recursos silvestres. Por de pronto, el saltus no era co­
mún a todos los aldeanos, sino a los propietarios. El ejercicio de los
derechos comunales estaba ligado a la posesión de un bien raíz situado
dentro de los límites del terruño; bastaba para ello, la propiedad de una
sola casa en la aldea o de una sola parcela en el a g er. Por lo general, los
derechos comunales no podían arrendarse por separado, al margen de
las parcelas o de las viviendas a las que estaban anexos. El usufructo
colectivo del suelo virgen no estaba ligado a las personas sino a los bie­
nes, no eran derechos personales, ajenos a la condición de propietario
de cada vecino. De todas formas, con frecuencia la comunidad permitía
que vagabundos y marginales se instalaran en los commonlands^ e n forma
precaria. En Inglaterra, estos intrusos recibían el mote d e squattefc. Vi­
vían en habitáculos semipermanentes, realizados con materiaTes4igeros
obtenidos en el propio terreno. La comunidad los toleraba, y en ocasio­
nes les permitía permanecer en los comunales durante décadas, generan­
do incluso presunciones de propiedad. Pero en la mayoría de los casos,
su situación carecía de todo sustento legal, por lo que se convirtieron en
las principales víctimas de los enclosures o cercamientos parlamentarios
de los siglos XVIII y XIX.
Pero los derechos colectivos no alcanzaban tan sólo al saltus , a los
prados, bosques y pantanos comunales. Durante determinados momen­
tos del año, el sistema de open-fields también convertía a las parcelas de
propiedad individual, dispersas por el ager, en terreno de usufructo co­
lectivo. En ciertas etapas del ciclo agrícola, desaparecía todo seto, cerca o
división provisoria entre las franjas, los derechos individuales de carác­
ter exclusivo perdían todo sentido, y el ager adquiría más que nunca la
apariencia de una propiedad colectiva, similar al aspecto que el saltus
tenía en forma permanente.
Veamos algunas de estas prácticas que imponían temporariamente el
usufructo colectivo sobre bienes de propiedad individual. En el sistema
trienal, los propietarios tenían el derecho a enviar a pastar sus rebaños al
suelo en barbecho, siempre según el tamaño y la cantidad de franjas que
poseían en el ager. Las parcelas en barbecho, que recién durante la próxi­
ma siembra recuperarían su carácter de entramado de propiedades indi­
viduales, se convertían en una prolongación temporaria de los prados
comunales. En ciertos regímenes, enviar al barbecho parte de los rebaños

136
Prim era Parte. F e u d a l ism o T a r d ío

individuales era incluso obligatorio, para garantizar así una provisión


adecuada de abono.
Una práctica similar también tenía lugar en el suelo de invierno- in­
mediatamente después de levantada la cosecha (donde se había sembra­
do, por lo general, trigo o centeno). Antes de iniciar la siembra del próxi­
mo ciclo, que en el sistema clásico correspondía a los cereales de prima­
vera (avena o cebada), los propietarios individuales debían permitir que
sus parcelas se unificaran provisoriamente en un único campo, al que los
propietarios podían enviar también parte de sus rebaños. El objetivo no
era aquí tan sólo contribuir con la estercoladura, sino con el desbroce del
terreno: los animales consumirían los pequeños restos de tallo, las espi­
gas perdonadas por la hoz, la hierba crecida en los bordes de cada franja.
Derrota de mieses en España, common o f shack en Inglaterra, esta práctica se
extendía por varios meses, entre finales de agosto -cuando la cosecha de
los cereales de invierno había concluido- y comienzos de marzo -cu an ­
do comenzaba la siembra de los cereales de primavera. Esta costumbre
era una de las razones que obligaba a los productores individuales a
sembrar y cosechar según un calendario comunal unificado, para permi­
tir el ingreso del rebaño común en el tiempo estipulado.
Un tercer derecho comunal sobre las parcelas de propiedad indivi­
dual beneficiaba a los pobres y marginales de la comunidad. Se trataba
del gleaning, o derecho de espigueo. Inmediatamente después de levanta­
da la cosecha de invierno - o la del suelo de marzo, si allí se sembraban
legumbres-, y antes del ingreso del rebaño comunal, los parroquianos,
por lo general las mujeres, los niños y los no propietarios, tenían dere­
cho a ingresar en las parcelas individuales, para recoger los granos, las
semillas o las espigas que pudieran haber quedado en ^Lsu^lo. A dife­
rencia del common of shack , que duraba varios meses,(él gleaning^e limita­
ba a unas pocas horas durante unos pocos días. El tanracFSf una campa­
na indicaba el momento en que los vecinos podían ingresar a las tierras
de propiedad individual. El mismo sonido, unas horas después, señala­
ba el fin de la utopía. Desahuciado en Inglaterra por la common law a
partir de 1788, el gleaning logró sin embargo sobrevivir en las aldeas no
cercadas, hasta muy entrado el siglo XIX. Los comentaristas, aún los crí­
ticos del sistema de open~fieldsy reconocían que el grano así recogido (glea-
ned corn ), podía proveer suficiente harina para elaborar pan durante el
resto del otoño, al menos hasta Navidad. En Canterbury, el producto dél
gleaning podía alcanzar para todo el invierno; se comentaba que los gíea-
ners, en la aldea de Long Buckby, almacenaban el grano en sus propios
dormitorios, cuando se les terminaba el espacio en los pisos superiores.

137
C apitulo 5. La com unidad rural preindustrial

En Atherstone, en la década de 1760, el producto del espigueo equivalía


a 15 chelines, más del doble del salario que una mujer podía ganar du­
rante la cosecha. Quienes se atrevieron a realizar cálculos, estimaron que
esta práctica podía equivaler al 6% del ingreso anual de una familia cam­
pesina de escasos recursos. La importancia del gleaning fue aún mayor
durante la dura década de 1 7 90, cuando el costo familiar de la harina
osciló entre los 5 y 8 chelines semanales. Amén de los cereales, el
espigueo generaba otros recursos. La paja podía emplearse para en­
cender los hornos, para cubrir techados o para tapizar los establos;
mezclada con estiércol, podía utilizarse com o abono. El gleaning per­
duró en el üemjx^ más que ningún otro derecho comunal. EFhecRo
resulta aún más sorprendente en Inglaterrá, donde el retroceso del
régimen de campos abiertos no tuvo parangón. En la década de 1870,
la campana (gleaning bell ) todavía sonaba en más de cincuenta parro­
quias del condado de Northampton, anunciando la apertura y el cie­
rre de los campos.
Los propietarios debían aceptar estos derechos que se ejercían sobre
sus bienes de propiedad individual Los aldeanos podían exigir su cum­
plimiento, incluso ante los tribunales públicos y señoriales. Las restric­
ciones que imponían a la libertad de los productores eran severamente
objetadas por los críticos del sistema de open-fields. Los propietarios no
podían introducir mejoras técnicas que redujeran los beneficios genera­
dos por algunos de estos derechos colectivos. El ejemplo paradigmático
era el reemplazo de la hoz por la guadaña; como la nueva herramienta
permitía cortar jo sj.a ü o s a menor altura^dejando sobre el suelo menor
cantidad de restos, provocó en todo momento la cerrada oposición de los"
aldeanos más pobres. Los derechos colectivos también trababan los em-
prendimientos individuales de cercamiento, aún allí donde los propie­
tarios habían llegado a conformar bloques compactos de parcelas, gracias
a una paciente política de permutas y compraventas. En Inglaterra fue
necesario el mecanismo del enclosure parlamentario, para eliminar en
forma permanente estas prácticas inmemoriales.
En definitiva, las parcelas inmersas en úri sistema de campos abiertos
eran de propiedad individual, pero según un régimen diferente al de la
propiedad absoluta sobre la tierra. Los juristas ingleses lo calificaban como
common property rights, para diferenciarlo de los prívate property rights, de
que sólo gozaban los terrenos cercados. En el open-field, los dueños de las
parcelas tenían el derecho exclusjyo de propiedad sobre las mismas, aun*
q ü T n o j^ uso. En los prívate property rights, ambos
aspectos sejm ifican: derechos exclusivos de propiedad sobre una exten-

138
P r i m e r a P a r t e . F e u d a l ism o T a r d ío

sión^de-tierra, le otorgan también al propietario derechos exclusivos de


uso; ninguna otra persona puede usufructuar eHerreno-sin el 'explícito
consentimiento de su dueño. Bajo el regimen de campos abiertos, en
cambio, ~efKechcTcte'qtre' ün individuo tuviera la propiedad exclusiva
sobre una parcela no era óbice para que, en determinados momentos del
año, el resto de la comunidad disfrutara también de derechos de uso
específicos sobre la misma,.
Por ello, si el saltus , la propiedad genuinamente colectiva, recibía en
Inglaterra el nombre de comm onlands , las parcelas individuales dispersas
por el ager conformaban los commonfields. El matiz idiomático daba cuen­
ta de la diferencia esencial entre ambos regímenes. Las commonlands eran
terrenos cuyo dominio directo pertenecía a un señor y cuyo dominio útil
era usufructo colectivo permanente de una comunidad de propietarios.
Los commonfields, en cambio, eran propiedades individuales, sobre las
que el resto de los vecinos adquirían derechos de uso durante un perío­
do de tiempo claramente delimitado. El régimen de comm on property
rights acababa tan sólo allí donde comenzaban las propiedades cercadas.
De hecho, no existía en los huertos y jardines privados, ni en los bloques
compactos de tierra cultivada cercada.
Al igual que ocurría con el usufructo de los recursos del salfus, los
derechos temporarios sobre las parcelas del ager se hallaban adscriptos a
las propiedades -tierras e inm uebles- existentes dentro del término de la
aldea; eran una prolongación de las mismas, con las que conformabais
un único sistema. En el régimen de open-fields , en síntesis, los propieta-J
rios poseían, al mismo tiempo, diversas clases de derechos: a) la propie­
dad de una o varias parcelas en el a ger , b) la propiedad de viviendas y
huertos en la aldea, c) la propiedad de derechos comunales permanentes l
sobre el saltus , d) la propiedad de derechos comunales temporarios sobre \
las parcelas individuales dispersas por el ager. \
A lo largo del Antiguo Régimen, y al margen de las temidas oleadas de
cercamientos, las disputas entre losj>eñQjxs_,y_ks-C€Kmmidades por el
usufructo de lo sH enes colectivos fueron permanentes. En cada terruño-,
erTcada parroquia, el conflicto se“Te5olvía_ségÜn la-ídiosincrasia del lu­
gar, aunque con más frecuencia, según los recursos, la perseverancia y las
relaciones^de fuerza entre los bandos contendientes. En ocasiones, era el
señorjju ign exigía el d e re c h o jk introducir una parte de su rebaño en
loi"comunales d e ~lá^ldeá7~reducienctqjsjrlá porción"del pFado qüe^que^
d á b a ^ d ^ o n ib le ^ ^ z a ^ r^ m d e jo s campesinos. Hl"Cóñftictó se agravaba
cuando el señor, además, pretendía arrendad¿"terceros el derecho de uso
de los recursos del saftus, por lo que vecinos de otras comunidades ter-
C apitulo 5. 1.a com unidad rural preindustrial

minaban accediendo a la riqueza local. En otros casos, los potentados


locales exigían el derecho a poseer un rebano aparte, para que sus ani­
males no se mezclaran con el ganado de la comunidad. Pero las crisis
agudas entre señoríos y comunidades tenían origen en dos situaciones
específicas: cuando los barones feudales intentaban incorporar una parte
del saÍÉus a sus reservas dominicales, argumentando que la misma había
sido usurpada sin derecho por los aldeanos; y cuando el señor o sus
arrendatarios pretendían cercar sus propiedades, erosionando derechos
colectivos como el gleaning, la derrota de mieses o el aprovechamiento del
barbecho.
El sistema de campos abiertos implicaba mucho más que un sistema
particular de organización del espacio rural y de la pequeña producción
campesina. La combinación- del -beneücÍQ.,personal con el interés comu-
nal, la superposición de derechos de propiedad jndividuajes y colecti-
vosTía e x i^ n c ia d^ íiQixnas-comunitarias-xiue...cpns^eñían_lasjam^s de
deeisipñesjLnSLviduales,- todo, ello contribuía a. conformar. una.£Qsmovi-
s i ó n j un estü ojte vkij^ajenctf „iiempos-moder-
nos. Los autores ingleses caracterizaban como commoners a estos campesi­
nos, que disfrutaban de importantes derechos comunales anexos a la
propiedad de la tierra. El término, para el cual resulta difícil hallar un
equivalente castellano, resume las características esenciales de una parte
sustancial de las comunidades campesinas de Antiguo Régimen. Cuando
los enclosures redujeron a su mínima expresión el siste^ajie^ppeE/idíís,
en ^ g latm ard estru y ero n mucho más que un método de cujtjvQ o un
régimen j ^propiedadT^Aplastaroi]jagü^nTrn~Trtodo de vida, una estra^
te^ia de sociaUzaciónj^ojecUya, un sistema de valores cpnHm®riojs .qu_e
carac.terizó_a gran parte dej campesinado"occidental~durante más de un
milenio.

3- Administrando la riqueza de todos: el usufructo de los


comunales

Los bienes comunales eran útiles sólo si no se los sobreexplotaba. Tan­


to los derechos de pastoreo como el usufructo del bosque -lo esencial de
los recursos del safons- estaban claramente regulados, y la comunidad
tenía acceso a los mismos en forma ordenada y selectiva. A lo largo de la
presente sección, seguiremos a la historiadora Jeanette Neeson, en su aná­
lisis sobre las regulaciones que ordenaban la explotación de los recursos
comunales en la Inglaterra del siglo XVIII, antes de la generalizada difu­
sión de los cercamientos parlamentarios.

140
Primera Parte. F e u d a l ism o T a k d io

El prado comunal

La regulación efectiva de los pastos comunales era tan significativa


para los niveles de productividad de la economía campesina, como lo
eran las plantas forrajeras o los cultivos mixtos para los fa rm crs capitalis­
tas. Un control cuidadoso de la pradera colectiya_permitía aumentar el
número de cabezas de ganado de la comunidad, lo que a su vez revertía
en un crecLmiento paralelo de la p ro d u < x ig n ^
)eneficiaría^lj^tien-^..jiukivables^-
Las disposiciones comunales eran decididas por las asambleas de ve­
cinos, y reforzadas por las tribunales públicos y señoriales. El establecí-
mientoj i e cjiaiasr-que limitaban el,número desanímales que los propie­
tarios podían ingresar erTlás~~com rrwxúflnds, era un factor central en todo
p rocei513ííSg tríiaóñ . Sin ellas, los grandes ganaderos, los come reíanles
de carne y los agentes de la agricultura comercial htíbieran dejó lo yep-*
mos)los comunales en poco tiempo. Las autoridades aldeanas modifica­
ban las cuotas periódicamente; en la mayoría de los casos, tendían a
reducir aún más las ya existentes. Al mismo tiempo, las multas para los
infractores no dejaban de aumentar. Para mediados de la década de 1760,
un cuota generalizada era la que permitía el ingreso de una., ovej-a-por
cada acre de tierra poseído en el ager;77 en el caso_de l a s v a c a s j^ i t a p ^
ción era d e jm T a ñ ím ^ ^ algunos manors superpobla-
doTpodían llegar a exigirse 20 acres). Eran frecuentes las excepciones en
favor de los productores más pequeños. En el caso de los caballos, por
ejemplo, la norma requería al menos la propiedad de 10 acres de tierra
para introducir el primer animal; aunque para los campesinos más po­
bres, la exigencia se reducía tan sólo a 7 acres.
Allí donde existían comunales sin cuotas, como ocurría con frecuen­
cia en las áreas forestales de menor densidad demográfica, los derechos
de pastoreo estaban estrictamente limitados a los vecinos de la comuni­
dad, con prohibición explícita de ingreso para los propietarios de las
parroquias aledañas. La tala, por su parte, limitaba el ingreso del ganado
durante algunos meses, por lo que las interrupciones consiguientes fun­
cionaban como reguladoras de jacto de los recursos colectivos.
Los vecinos con pocos animales no podían ceder a los vecinos de
otras comunidades la porción sobrante de sus derechos. El excedente
debía repartirse en beneficio de los restantes propietarios de la aldea.

77 Un acre equivale a algo menos de media hectárea.

* 4*
C apítulo 5. La com unidad rural preindustrial

Así, estaba prohibido introducir en los comunales animales de otras pa­


rroquias a cambio de un sueldo (agistm ent); o arrendar a terceros los
derechos comunales no explotados ( dead commons ). Los reglamentos pe­
naban estos abusos con multas onerosas. La transferencia de derechos
estaba estrictamente limitada. Así, por ejemplo, sólo se toleraba el arren­
damiento de dead commons a vecinos de la propia comunidad. En algu­
nos m anorsy se compensaba económicamente a los propietarios que no
utilizaban su porción de los comunales, como una forma de aliviar la
presión sobre el prado.
En xiertas épocas del añoKlos animales se alimentaban exclusivamen­
te d élo s recursos que hallaban en los comunales. Las ovejas, en partiga-
lar, podían ^asar largos períodos, día y^nocjh^ iuerajie los^gstablos de
sus propietarios. La costumbre de establecer corrales transitorios cada
semana, en diferentes sectores de las commonlands , permitía que los ani­
males afirmaran la superficie del suelo, consumieran las malas hierbas, y
abonaran la tierra en forma pareja. Las regulaciones colectivas podían ser
muy restrictivas. En algunos manors ingleses, los campesinos no podían
retirar sus rebaños de los corrales por las noches. En otros, era obligato­
rio dejar la cuota propia de animales durante toda la semana, a excep­
ción de los lunes y jueves; si los animales asignados eran hallados pas­
tando fuera de los corrales, sus propietarios debían pagar una multa.
El sistema de open-fields , considerado por los agrónomos iluministas
como un encarnizado^ob^cU iTrpara fe Tñtroduóción denlas' innovacio-
nes técnicas, también podía adaptarse a los nuevos tiempos. Lasj)lantas
forrajeras^pefrmtíañ mánte^^ de ganado en. iijn is m a
^operficie. Su siembra realzaba la importancia de los derechos comuna­
les, permitiendo a los commoners proteger aún más el stock de sus pastos
colectivos.. Las autoridades aldeanas permitían que los propietarios que
sembraban con forrajeras una porción de su barbecho, introdujeran en
el saltus un mayor número de animales que el resto de los parroquianos.
En 1725, los jurados del tribunal señorial de Stoke y Shutlanger, estable­
cieron una cuota generosa por cada acre de .trébol que se mantuviera
sembrado ininterrumpidamente durante varios^anos. En 1740, las mis­
mas autoridades ordenaron que todo aquel que introdujera una docena
de ovejas en los comunales, debía dejar un acre y medio de su barbecho
sin sembrar hasta el 15 de mayo. En 1797, la corte señorial de Helpstone
directamente obligaba a los propietarios a sembrar con trébol una décima
parte de sus tierras en barbecho.
Otro conjunto de normas colectivas hacía referencia a la limpieza de

*4*
Primera Parte. F e u d a l ism o T a r d ío

ganado, evitando losjriesgos de enfermedades potenciadas por 1? fierra


Húmeda. Los jurados de los tribunales señoriales se preocupaban por
alejar el peljgm _de las plagas^las~imi}fas-f)orijritroducir Rapado enfermo,
en los comunales eran jn u y altas. En algunas comunidades, todo animal
que no fuera detectado por Tos agentes comunales podía ser separado del
rebaño por cualquier vecino, quien tendría derecho, entonces, a recla­
mar para sí la mitad de la multa. Ciertas parroquias otorgaban tan sólo
un plazo de dos días para que se retirasen los animales que morían en el
prado común. La imposición de un rebaño único en los comunales, con­
tribuía a la detección de los animales enfermos. Similar objetivo tenía la
norma que prohibía cambiar, durante el transcurso del año, los animales
cedidos al rebaño común. En algunos casos, los animales nuevos sólo
podían ingresar después de la cosecha, cuando el ganado comprado en
las ferias de primavera debía haber mostrado ya los primeros signos de
enfermedad.
Durante el siglo XVIII, los partidarios de los enclosures responsabiliza­
ban al sistema de open-fíelds por la mala calidad del ganado: las praderas
comunales entremezclaban promiscuamente las razas y las calidades di­
ferentes, y conspiraban contra el refinamiento de los rebaños. Sin embar­
go, las regulaciones colectivas de algunas comunidades inglesas demues­
tran que la cría selectiva no era del todo ir^ m p ajib le con el régiiftSfíjie
cam p^~al)iej^£~Trr^tgurios casos, -losloros sólo podían ingresar en el
prado comunal en ciertos períodos, para permitir que los propietarios
retiraran previamente los animales que no deseaban cruzar; u organiza­
ran la reproducción con anterioridad, alquilando reproductores por cuen­
ta propia. Algunos estatutos parroquiales excluían de los comunales a los
caballos de pequeño porte, en condición de reproducirse. Con frecuen­
cia, la^ obligación de proveer anualmente toros para la reproducción de
los animales de la aldea recaía sobre los propietarios más ricos. Los veci-
nos~más_pobres¡, i n c a p á c e T H e r e p r o d u c t o r a
los principales beneficiariojs de la norma.___
^ t lo r ^ a t u t o s de la mayoría de los open-jields ingleses sugieren que,
durante el siglo XVIII, las autoridades locales hicieron todos los esfuer­
zos posibles para mantener los comunales en buen estado. Establecieron
cuotas para el ingreso de animales, incentivaron el cultivo de forrajeras,
explotaron en forma pareja las secciones del prado, trataron de prevenir
la difusión de enfermedades, y buscaron facilitar la cría selectiva del
ganado. El discurso crítico de los_partidanos de los cercamientos, que
bacía referencia a-los comunales devastados, en los , que pululaban ani-
males descuidados, malnutridos.x^nximiscuaffi^te-^mrem^zcIsLdos.^no

*f3
C apítulo 5. La com unidad rural preindustrial

coincide con la profunda preocupación por la explotación racional de


las praderas colectivas, que se deduce d élas re ^ ^ cio r^ lm p u e st^ s en la

El bosque comunal

ju n to con los prados comunales, el bosque constituía lo esencial de


los recursos provistos por el saltus. Si los primeros eran imprescindibles
para la reproducción de los pequeños y medianos productores, los re­
cursos deí bosque eran esenciaks_para la siipewiwncia, de los_no_propie-
tarios que habitaban en el término de la aldea. La tierra baldía los ayuda­
ba a integrarse al resto de la comunidad, a ínteractuar con el colectivo de
los propietarios. En el bosque obtenían recursos para ingresar en la red
de intercambios con los otros vecinos, reforzando la ética mutualista que
caracterizaba a las comunidades de campos abiertos.
Antes que nada, la foresta proporcionaba combustible, a partir de
una amplia variedad de fuentes: madera seca, turba, matorrales, helé­
chos, raíces; aún las hojas secas podían ser usadas o vendidas por los
pobres de la aldea. Ciertos arbustos, en particular, podían generar una
llama intensa y ardiente, que permitía calefaccionar las cabañas misera­
bles, alimentar los hornos caseros o el fuego para la elaboración casera de
cerveza.
— Las regulaciones colectivas establecían que los vecinos tenían tan sólo
derechos a tomar cierto tipo de madera, en particular, [aja m a s muertas,
secas o caídas de los árbolcsXdead wgod)^A excepción de ciertas concesio­
nes para la realización de reparaciones en las viviendas, casi_nunca se
permitía talar árboles_yivos para p^ve€Xse^e_madeca-paraJa_constmc=-.
ción,. En ocasiones, los^párróqüianos accedían a ella de todos modos,
como cuando en febrero 1766, una gran tormenta de hielo permitió re­
coger centenares de cargas de madera fresca en Wychwood.
En la década de 1790, el Reverendo David Davies, de Berkham (Ber­
kshire), reconocía que en una seinana^una4amilia_.podía obtener en el
bosque suficiente combustible para todo eljyao. Reemplazar este recurso,
Iüego”cfe que* los cercamientbsTmpI3ierbn el ingreso a los bosques, hu­
biera costado un promedio de 2 libras con 8 chelines al año (el salario de
cuatro o cinco semanas de un jornalero agrícola). En síntesis, Davies
calculó que el valor del combustible comunal equivalía al 10 % de los
ingresos anuales de un asalariado. A mediados del siglo XVIIi, los opo­
nentes de los enclosures en Artherstone, Warwickshire, sostenían que las
mujeres recogían en el baldío comunal combustible y arena por valor de

144
Primera Parte. F e u d a l ism o T a rd ío

3 libras con 3 chelines al año; un niño en edad de trabajar podía obtener


una cantidad similar. Sumadas ambas recolecciones, j eunían ce jra jd g jin
tgrcla.„d^igs ingresos totales de una familia de asalariados.
Pero los campesinos dé subsistencia tomaban otros recursos del bos­
que, además del combustible. Las cañas, hierbas y matorrales servían como
forraje o para confeccionar los lechos sobre los que dormían (resultaban
más suaves y mantenían menos tiempo la humedad que los confecciona­
dos con paja seca). El forraje obtenido en el yermo permitía alimentar a
los bueyes y los caballos durante todo el invierno, incluso hasta abril o
mayo.
Los comunales permitían también la obtención d esig n a / arrojada _al_
piso_dfL]a^c abaña una vez por semana, p e rm M a jil^
p o lm y la grasa. También era un buen abrasivo para la limpieza de cacha-
íTos^ vasy^s.^e^ún^su c a M a d ^ o d ía Jn c l^ bruñir el
peltre. Los más pobres podían quemar ciertos helechos
los páraos,'"obteniendo una c e r r il^ para producir lejía,
substituto del jabón; su alto contenido de potasio pernTTtIa~también
plearla ¿ñ la fabricación de vidrio, o~com o'Btái^uei^^
hallaban incluso utilidad a la' lánáiíe'iüs^ním ales que quedaba atrapada
en los arbustos espinosos; con ella confeccionaban alfombras y parches
para la ropa. El agrónomo John Arbuthnot consideraba que los arbustos
arrancaban hasta la mitad de la lana de los rebaños comunales.
Junto con el combustible y con los materiales, la^comidi^ra otro de
los grandes recursos provistos por el bosque y los baIdíós~eomunales. Los
frutos secos, como las nueces y las avellanas, que podían venderse en los
mercados urbanos, se hallaban en abundancia. El otoño proporcionaba
hongos para la preparación de sopas y estofados. La gentry llegaba a pagar
hasta dos chelines y medio por cada libra de trufas. La foresta también
proveía hierbas medicinales y hojas jóvenes para ensalada. Particular re­
levancia tenían l os frutos ? e 1 bosque (ternes) -grosellas, frutillas silves­
tres, frambuesas, arándanos- con Ios~que se podían elaborar jaleas, dul­
ces y licores.
""También los animales podían alimentarse en los yermos y bosques, en
particular los gansos, las vacas, las ovejas y, muy especialmente, los cer­
dos, que se alimgntaban con..be-HoteSr-En enero de 1787, Gilbert White
afirmó que la cantidad de bellotas había sido dicho año tan prodigiosa,
que los cerdos de la aldea salieron de los comunales un 50 % más gordos.
Gracias a los frutos secos y a la papa, los campesinos podían criar porci­
nos de gran tamaño y a muy bajo costo. Según el mismo cronista, el cerdo
de un tal Tom Berriman había alcanzando un peso enorme, aunque su

145
C apítulo 5. La com unidad rural preindustrial

dueño sólo había invertido 7 bushels de cebada;78 si no hubiera contado


con los comunales, hubiera necesitado 20 bushels para obtener un resul-
•jm
tado similar.
Si bien es cierto que los principales perjudicados con los cercamien-
tos fueron los pobres sin tierra, carentes de todo derecho de compensa­
ción por la pérdida de acceso a los comunales, toda la comunidad usu­
fructuaba los recursos que proporcionaban los bosques y baldíos. Las
commonlands no eran tan sólo caridad para los más necesitados, sino una
fuente complementaria de riqueza para toda la aldea. El caso del com­
bustible resulta paradigmático; no sólo lo recogían los más pobres: los
testimonios dan cuenta de que los arbustos recogidos en los comunales
calentaban también, en ocasiones, las cocinas de la gentry.
Como los aldeanos vendían en el mercado mucho de los productos
que recogían en el bosque, los comunales podían también considerarse
como una fuente de empleo; tal era el caso de la venta ai^ulanie...de
ñores y frutos del bosque. En ocasiones, la activida^podía convertirse en
^na~ocupación~cíe- tiempo completo, la principal fuente de ingresos de
una familia pobre sin tierras. Por ello, si bien toda la comunidad utiliza­
ba los baldíos, para los po¿res^para la^jmy^res y -paneles-niños, era una
parte jvital de jju^ecón’omía. De hecho, según las regiones, los recursos
comunales podían llegar a duplicar los ingresos anuales de una familia
campesina. Eran el seguro, la reserva, la riqueza oculta, la parte más
antigua de las economías rurales.
Los baldíos mamenían a gran.parte.de__los^mgesinos aljnargsrLde
los mercados d etien es y trabajo. Cuanlo más rico jn ás inde­
p e n d íe n ^ las comunidades-agiarLas. El hábito de re­
currir a los comunales volvía innecesaria la búsqueda regular de empleo.
El tiempo que se empleaba en apacentar cerdos o gansos en la foresta,
para recoger madera o forraje, para juntar flores o frutos del bosque, era
tiempo que no estaba disponible para los emplgarkires, eran horas de
trabajo que éstos nunca podrían comprar. Esta jib e rta a permitia a los
campesinos emplear su tiempo en otras actividades, que escapaban a los
parámetros del empleo formal. Para los impulsores de los enclosures, que
veían como los aldeanos pasaban mucho tiempo en la feria o en las carre­
ja s de caballos, este estilo de vida propiciaba la vagancia y la ociosidad.
LsLeliminación del sistema de a un

78 Cada bushel equivalía aproximadamente a 36,5 litros.


Primera Parte. F e u d a l ism o T a rd ío

mejor funcionamiento del mercado libre de trabajo que el capitalismo


naciente demandaba.
PeroTa~supuesta indolencia de los habitantes rurales tenia otros moti­
vos, al margen de su independencia respecto de la economía de merca­
do. Las reuniones, los recreos y las celebraciones rurales no sólo cum­
plían funciones sociales; también eran expresión de la peculiar econo­
mía del campesinado de subsistencia. Los contactos sociales creaban
vínculos y obligaciones. El efecto de tener relativamente pocas necesi­
dades, no sólo independizaba del salario y del mercado; también li­
beraba tiempo, pues con menos horas de trabajo se obtenía lo necesa­
rio para la reproducción económ ica del grupo familiar. Parafraseando
a Karl Polanyi, Jeunette Neeson sostiene que los recursos comunales
ahorraban a los cam pesinos la humillante esclavitud de lo material,
que toda cultura humana está llamada a m itigar a n otras palabras, los
^ pobres rurales no sólo subsistían, también vivían (íhey had a lije as well
as a living )
Toda economía de campos abiertos, fuertemente sustentada sobre los
rpr 11rensrorn 11p al ps , -p.nve.fa-fácilmente lns-materiales para la realización
de pequeños intercambios. En ocasiones, no eran más que pequeños
presentes: una cesta de frutillas, un jarro de jalea, una carga de madera.
Pero todos ellos era significativos, porque en las sociedades campesinas
los dones contribuyen a que las familias martiriales establezcan lazos con
el resto de la comuaid&d. Al mismo tiempo, organizaban una red infor­
mal deTeguridad social. Los aldeanos podían complementar sus ingresos
con la industria rural o con el trabajo asalariado ocasional; pero ninguna
de estas actividades ofrecía seguridad alguna en caso de crisis familiares o
personales. E| acceso a los comunales, en cambio, g e n n it ia j^ s t t u ir
relaciones sociales a través del intercambio de productos. Los; dories crea-
ban lazos de coligación* implicaban siempre el retomo de los contrado­
nes; y los baldíos comunales eran la mejor fuente de regalos y presentes
para familias con recursos y salarios inadecuados. Una jornada de reco­
lección en el bosque generaba más oportunidades para dar - y en conse­
cuencia, para recibir- que varios días de trabajo asalariado en una gran­
ja. Los dones también garantizaban la solvencia de las economías perso­
nales, porque la habilidad de regalar conlleva la habilidad de poseer. En
este sentido, el bosque comunal establecía una suerte de igualdad entre
los miembros de la comunidad. Por ello, la caridad y la solidaridad fun-
cionabárrespontaneamente cúándo un vecino devenía insolvente: sim­
plemente, porque dicha persona era un miembro más de la comunidad;
sólo que entonces pasaba por momentos difíciles. Hoy por mí, mañana por

M7
Cap it liio 5. 1.a com unidad rural preindustrial

ti, sostiene el difundido adagio, que sintetiza la lógica del funcionamien­


to de las redes comunitarias.
Pero las conexiones no se daban tan sólo a través del intercambio de
dones y contradones. El sistema de open-fields generaba muchasjDgortu-
nidades estacionales para la 1sociaíizacrorD R en cu en tro y. d "trabajo^ n
común. A fines de agosto, el gléañm g juntaba alairm ujeres y a los niños’
De junio a octubre, tenía lugar la temporada de recolección de turba.
Julio era el más apropiado para la recolección de los frutos silvestres. En
agosto, los hombres y los niños recogían los arbustos y el combustible del
bosque. En septiembre, los adultos juntaban hongos y los pequeños ha­
cían lo propio con las nueces. En octubre, comenzaba la temporada de
bellotas para los cerdos. En invierno, se cortaban las cañas. En marzo y
abril, los hombres incendiaban los páramos, para quemar los arbustos
viejos y potenciar el crecimiento de los nuevos. En mayo, las niñas y las
jóvenes recogían flores. Todas estas ocasiones de contacto, familiaridad e
intercambio, creaban alguna forma de obligación, establecían alguna co­
nexión sobre la base de la igualdad, un mutualismo que ligaba entre sí a
propietarios y no propietarios. Literal y metafóricamente,Jos comunales
proporcionaban el terreno donde todos podían encontrarse.
Tras”Ia imposición generalizac3a ~cIe los cercamientos parlamentarios,
laj familias pobres, sin acceso a la tierra, que contaban tan sólo con un
magro salario como único ingreso, ya no fueron capaces de reconstruir
las antiguas redes de seguridad social, los antiguos entramados de dones
y contradones. Tras el triunfo de los enclosurcs , los antiguos baldíos se
convirtieron en terreno cercado, en propiedad privadaabsoluta. Los ha­
bitantes del campo debieron, entonces^ jpedir permiso para ingr^ar allí
dondejsus antepasados habían vivido una parte importante de sus vidas.
Los recursos que podían obtener en terreno cercado eran siempre escasos
e inciertos. Si obtenían permiso para entrar, lo hacían ahora como un
i privilegio, como una gracia del caritativo propietario, ya no como un

\derecho que les era propio.


\

4- Los conflictos intracampesinos: la otra cara de la


solidaridad rural
En el apartado anterior hemos enfatizado los aspectos comunitarios
de la vida campesina organizada en tomo al régimen de campos abiertos.
En particular, buscamos remarcar la importancia que los recursos del
salíus tenían para la supervivencia de los pequeños y medianos produc­
tores rurales. Hemos visto, también, las oportunidades que aquél ofrecía

148
Primera Parte. F e u d a l ism o T a r d Io

para la construcción de espacios de socialización y redes de seguridad


social. ¿Significa ello que la comunidad rural carecía de conflictos y divi­
siones internas? ¿Eran las relaciones intracampesinas siempre tan armó­
nicas? ¿Cumplían los comunales,, en todos los casos, un papel esencial
en la reproducción de las economías campesinas?. El historiador Philip
Hoffman ha sido uno de los autores que más han insistido en la necesi­
dad de complementar la imagen descripta en el apartado anterior, con el
análisis de la_conflictividad interna de las comunidades rurales. En la
presente sección, analizaremos algunos de sus estudios de caso, referidos
al campo francés de los siglos XVII y XVIII. Aunque seleccionados para
abonar su tesis, los ejemplos reproducidos por Hoffman nos obligan a
matizar la visión que enfatiza, en exceso, la importancia de los lazos
colectivos y de las redes de solidaridad en las comunidades rurales de
Antiguo Régimen.

Varad.es: campesinos pobres, rebaños ricos r


kan*0-
Durante un siglo los habitantes de Varades, una parroquia bretona de
hábitat disperso, situada junto al Loire, río arriba de Nantes, batallaron
para salvar sus comunales, primero de la depredación del señor feudal,
luego de los agentes de la agricultura comercial. El conflicto por los co­
munales comenzó en 1639, y continuó en forma intermitente hasta ia
década de 1740.
A mediados del siglo XVII, el señor feudal comenzó a proclamar su
dominio absoluto sobre los pastos comunales. Aduciendo una supuesta
apropiación por parte de la comunidad de Varades, el titular del señorío
comenzó a limitar el acceso al saltus, que hasta entonces había sido parte
del término aldeano. El aristócrata bretón tenía un objetivo: concesionar
el uso de los prados, arrendarlos a terceros, cercarlos y dedicarlos a la
producción agrícola. En la ley bretona, este procedimiento se conocía
como ajjéagem ent , y se empleó con particular frecuencia durante el siglo
XVIII. Los barones bretones contaban con el apoyo del parlamento pro­
vincial, residente en la ciudad de Rennes, que sostenía el derecho de los
señores feudales a disponer de la totalidad de los comunales y baldíos
dentro de sus dominios.
Por muchas décadas, los esfuerzos del señor y de sus agentes fueron
en vano. Los aldeanos continuaron enviando su ganado a pastar en el
antiguo prado comunal. El tribunal feudal multaba a los infractores y
confiscaba los animales. Pero la práctica no cesaba. Los parroquianos
hicieron todo lo que estuvo a su alcance para frustrar a su adversario.

H9
Capítulo 5 La com unidad rural preindustrial

Corrían los mojones que delimitaban las propiedades del señor, inunda­
ban las zanjas que rodeaban los cercados, amedrentaban a los guardias
forestales. En 1732 recurrieron a la violencia: 50 parroquianos disfraza-
dos de muje re s a ta c a ro n a u n grupo de jornaleros que estaban erigiendo
una cerca. Con un espíritu cercano al charivari , se dispararon tiros al
aire, se apaleó a los trabajadores, y se los obligó a saltar al río.
A primera vista, los incidentes en la parroquia de Varades parecen
reforzar las tesis corrientes: un campesinado tradicional enfrenta a un
señor rapaz, que busca incrementar sus beneficios volcando los terrenos
baldíos a la agricultura comercial. En Varades, sin embargo, ¿eran los
pobres los que apacentaban sus animales en los comunales? ¿Quiénes se
beneficiaban con el usufructo de la propiedad colectiva? ¿Eran esenciales
los baldíos para la reproducción del campesinado de subsistencia?
En primera instancia, la respuesta parece afirmativa. Las ocupaciones
de los campesinos que introducían furtivamente animales en los comu­
nales revelan su carácter marginal: jornaleros, hilanderas, lavanderas,
barqueros. La respuesta cambia, sin embargo, si observamos las calidades
y las cantidades del ganado introducido en el prado. A excepción de un
único caso, todos los intrusos apacentaban ovejas. Jacques Gaultier, pro­
cesado por el tribunal señorial en diciembre de 1661, admitió haber
introducido 40 ovejas. La lavandera Jeanne Dany declaró una cifra simi­
lar. Estos rebaños no parecen corresponder con lo que podríamos espe­
rar del pequeño campesinado de subsistencia. Una vaca, tal vez un caba­
llo, un puñado de ovejas, hubieran resultado plausibles; pero cierta­
mente, no cuarenta lanares. De hecho, los inventarios post-mortem reve­
lan que la mayoría de los habitantes no poseían ganado ovino propio, tan
sólo algunas cabezas de ganado vacuno; las ovejas eran extremadamente
raras. Sobre 37 inventarios correspondientes al período 1646-1657, sólo
uno menciona la existencia de lanares propios.
Las ovejas era ideales para los emprendimientos comerciales de enver­
gadura. Criadas para el engorde y la venta, jpodían recorren fácilmente
largas distancias Evidentemente, los^ aldeanos que pugnaban por ingre­
sar en los comunales contra la férrea voluntad del señor, eran pobres y
minifundistas, pero de alguna manera formaban parte del engranaje de
la ganadería comercial. Campesinos como Jacques Gaultier o Jeanne Dany
introducían en los comunales Iaróvejas~^e"podérosos mercaderes, a cam­
bio de~una parte de los beneficios. Los capitalistas proporcionaban los
-animales, peroTos pequeños productores aportaban algo no menos valio­
so: sus derechos colectivos, su porción del usufructo del saltus; ello ex­
plica que los aldeanos ingresaran ovejas en los comunales, aunque di-

150
Primera Parte F e u d a l ism o T a rd ío

chos animales no figuraran entre sus bienes personales. Junto con sus
asociados, mercaderes y distribuidores de ganado, los pequeños campe­
sinos empleaban la propiedad colectiva para engordar el ganado que
aquellos luego venderían en las grandes ciudades, aún en mercados tan
lejanos como París. Aunque los pobres de Varades eran quienes introdu­
cían animales en los comunales, éstos no funcionaban como resguardo
de las pequeñas explotaciones familiares de subsistencia. Por el contra­
rio, el jprado colectivo era el 1ocus para una curiosa alianza entre los
agentes del naciente capitalismo agrario y el c"ánípesína3o moSesto.
*¿Qué buscaban, en cambio, los señoresTHSrKto própTciaFánTroEcá-
do y el arrendamiento de los comunales? No existe evidencia de que los
afféagements introdujeran en Bretaña transformaciones beneficiosas para
la productividad agrícola. Por lo común, ios terrenos se arrendaban por
períodos cortos de tiempo, y luego de unos años revertían a su anterior
condición de baldíos. La época en la cual los afféagements señoriales al­
canzaron su apogeo, el siglo XVIII, fue también el período durante el
cual la productividad agrícola de la provincia mostraba una clara ten­
dencia a la baja.79 Los cercamientos de comunales impulsados por los
barones feudales no eran más que intentos de redefinición de los limites
de la reserva dominical, una brutal redistribución territorial en beneficio
de la clase señorial. ¿A quienes debemos considerar, pues, como agentes
del capitalismo agrario en esta parroquia d é la Irontefá'Freróná?"

Los límites de la solidaridad en el open-field

¿Actuaban siempre los campesinos como un bloque compacto en de­


fensa de sus intereses? La agricultura cooperativa de campos abiertos,
¿difuminaba los conflictos internos, las disputas entre campesinos por el
usufructo de los recursos locales? Aun cuando no caben dudas de que
las prácticas comunales y la propiedad colectiva, tanto en los hábitats
concentrados como en los dispersos, impulsaban la cooperación y la so­
lidaridad intracampesinas, el cuadro no debe exacerbarse hasta sugerir la
anulación misma del conflicto. El mutualismo y la acción conjunta no
siempre eran la norma. Con frecuencia, k^contienda y e l_disens o a tr ave- ...
saban las relaciones sociales en las comunida3esrurales, cualquiera fue-
ra_su organización espacial. " ........... ^ ™ ...... ""
De hecho, que las normas colectivas que regulaban el acceso a los
comunales tuvieran que ponerse por escrito, es la más clara prueba de

79 Cfr. capítulo 4, apartado 5.

151
C apítulo 5 La com unidad rural preindustriai

que las dispatas por los recursos escasos no estaban ausentes. No siempre
las aldeas nucleares, imagen arquetípica de la agricultura comunal, gene­
raban patrones de cooperativismo agrícola. Entre 1772 y 1773, las autori­
dades comunales de la aldea de Víonville , Lorena, impusieron en apenas
nueve meses 162 multas por violaciones a las reglas del open-field. En este
ámbito, las disputas eran la norma, y las regulaciones colectivas busca­
ban, precisamente, encauzar los conflictos, evitando que los aldeanos se
enfrentaran abiertamente unos con otros.
Los conflictos h o se producían solamente a raíz del trabajo en los
comunaleTy ffilo s campos cultivados. Con frecuencia, los historiadores
comprueban que la solidaridad no siempre se hacía presente en las co­
yunturas críticas. Parroquianos abandonados a su suerte, pedidos de ayuda
denegados, discusiones por la dote y la herencia familiar, conflictos ma­
trimoniales, disputas entre clanes, rivalidades por el control del espacio
religioso, acusaciones mutuas de maleficio y hechicería, la negativa a
socorrer a las víctimas de salteadores y bandoleros, son todos fenómenos
que aparecen con mayor o menor frecuencia en las monografías especia­
lizadas. No .en van9 algunos historiadores han llegado _ a j g l acionar el
fenómeno de la caza desbrujas con el rechazo J íe lo s cánones tradiciona-
les de caridad por parte de los campesinos más prósperos.

¿A quién perjudicaba la desaparición de las praderas comunales?


¿Funcionaban siempre los comunales como un seguro social en bene­
ficio de los campesinos pobres? Hemos visto que así sucedía con frecuen­
cia en el caso de los bosques y baldíos. Pero, ¿ocurre lo mismo con los
restantes derechos colectivos? ¿Qué ocurría con la otra sección del sa/íus,
con los pastos comunales? ¿Qué sucedía con las servidumbres que re­
caían sobre las parcelas del a ger en determinados momentos del año? El
desbroce posterior a la cosecha, el common oj shack de los ingleses, con
mucha frecuencia estaba limitado a las ovejas, que casi siempre eran
monopolio de los aldeanos medianos y prósperos. Lo mismo ocurría con
el aprovechamiento de la pradera: los más pobres, que carecían por com ­
pleto de ganado, no extraían beneficio alguno de la misma. El ejemplo
de Varades, por su parte, nos recuerda que los comunales pgdí^n hene-
,jicia r a los agentes 3 e la agricultura comercial tanto como a los pequeños
pro^uabréslocales^Tn " m u c ñ o T H ^ T lo r ^ t o s comunales eran arren-
^dácíos, y los montos percibidos eran prorrateados en forma proporcional
entre todos los productores directos, para reducir así el peso de los im­
puestos directos; esta práctica, obviamente, favorecía a los campesinos
ricos, que pagaban al fisco sumas superiores.

152
Primera Parte. F e u d a l ism o T a r d Io

Quienes en 1782 se opusieron a la división y posterior liquidación de


los comunales de L a G ra n d e-P a ro isse , al sudeste de París, hasta entonces
arrendados a terceros, fueron los tres propietarios más prósperos. Al ex­
plicar sus razones al enviado del señor, sostuvieron que con ios ingresos
derivados del arrendamiento cubrían cada año una porción de la carga
fiscal que recaía sobre ellos.JSi los comunales desaparecían. Jos..granjera
ricos iban a tener que pagar montos más altos en concepto de impuestos.
Una circunstancia semejante A rgum entaban' con^astotia7liTm ^fiT"s^
posibilidades de cumplir con la renta del suelo y con los tributos seño­
riales. Los campesinos pobres, en cambio, lejos de oponerse a la desapa­
rición de los comunales, impulsaban su división entre todos los vecinos.
El arrendamiento les impedía enviar al salíus sus escasos animales; y la
renta producida tampoco los beneficiaba en demasía, porque la taille que
el estado les exigía no era demasiado onerosa. Si los comunales no iban a
poder repartirse^ los más pobres sugerían. entonces, que el producto de
su arrendamiento se emplearan en la contratación de un maestro de es­
cuela^ y en la manutención de un segundo sacerdote para la parroquia.
""A partir de 1789, las encuestas que encargaba el estado revolucionario
arrojaban con frecuencia resultados sorprendentes. Cuando se pregunta­
ba a los campesinos si deseaban subdividir los comunales, provocando
con ello su virtual desaparición, los pobres votaban mayoritariamente a
favor de la partición, al menos en las aldeas del Basin parisino y en el
sudeste de Francia. Al igual que La Grande-Paroisse, las únicas voces discor­
dantes eran las de los campesinos más prósperos, quienes monopolizaban
los derechos de pastura y los rebaños importantes en cada localidad.

El largo calvario del intendente La Galaizitrc

Con mucha frecuencia, la comunidad campesina se oponía al cerca-


miento generalizado del término de la aldea. En la Inglaterra del sifllo
XVIII, los episodios de resistencia en contra dejos_gnclosures eran_extrema-
damente frecuentes. ¿Ocurría lo mismo en la Francia pre-revolucionaria?
Un caso prototípico concierne a dos aldeas de Lo re na, unas de las
pocas en toda Francia que sufrieron un proceso parecido al de los cerca-
mientos generales a la inglesa, una redistribución que afectaba a la totali­
dad de las tierras de la parroquia. A partir de 1768, el intendente de
Lorena, Antoine de Chaumont de la Galaiziére, comenzó la reforma de
los campos de Roville-devant-Bayonne y de Beuviller-sur-Moselle, dos comu­
nidades vecinas ubicadas al sur de Nancy, la capital lorenesa. El inten­
dente era el señor de ambas aldeas; al mismo tiempo, era el principal

*5 3
Capitulo 5. La com unidad rural preindustrial

propietario de tierras. Con ei consentimiento de los otros propietarios,


inició la redistribución de las franjas dispersas por el open-field , y sií
consolidación en bloques compactos. Rediseñó también los caminos y
drenajes que atravesaban la comarca.
La Galaiziére estimaba que el endosare produciría un inevitable incre­
mento en la productividad agrícola. Los costos de fertilización se reduci­
rían drásticamente, porque los productores no tendrían ya que abonar
parcelas dispersas por todo el término. Pero sobre todo, la redistribución
permitiría solucionar el crónico problema de las inundaciones, agravado
por las características arcillosas de la tierra del país. El anárquico recurso
al que los productores habían recurrido hasta entonces, que consistía en
apilar la tierra en el centro de la parcela y trazar profundos surcos en los
laterales, agravaba el problema. Cuando llovía, el centro de la parcela
permanecía seco, pero los surcos quedaban siempre inundados. Dada la
cantidad de franjas en que estaba dividido el ager -2 0 1 0 , para un total de
441 hectáreas-, la proporción de tierra desperdiciada era enorme, pro­
vocando una reducción de cerca del 25% de la cosecha total.
Las reformas del intendente fueron exitosas. En comparación con los
open-jields vecinos, en los años posteriores al endosare se detecta en las
dos parroquias cercadas, un 32% de aumento en los cánones de arrenda­
miento. La cifra puede atribuirse razonablemente al incremento de la
productividad agrícola.
Pero el cercamiento general provocó una cerrada oposición en ambas
comunidades. En los cahiers de doléances de 1789, los habitantes de Neuvi-
ller pedían la revocación de la letras reales que había autorizado el em-
prendimiento; la redistribución parcelaria, argumentaban, había abolido
los derechos colectivos de pastoreo. Al mismo tiempo, Roville estaba que­
rellando ante los tribunales reales a La Galaiziére por igual motivo: la
supresión de los pastos comunales. Aunque inicialmente el Parlamento
de Lorena dio la razón a los aldeanos, el señor apeló la decisión ante el
:onsejo del rey. Cuando estalló la Revolución, el conflicto legal estaba
lún pendiente de resolución.
¿Quiénes se oponían a los cercamientos con tan tajn sistencia? El he-
cho de que
<s ............. f. _ los adversarios
^-• del señoFIIevárán
......................... .......—••* •* adelante
“• ••' procesos judicia-
■'-ir*1 ^
les, siempre costosos, proporciona indicios sobre su posible status so­
cioeconómico. |M i£nttas_ip¿£^iiJtaglM £I^ '
mayorítariamente mediante leyes del Parlamento, en Francia el procedi-
miento requeríala aprobación unánime de todos los propietarios?
___^ i i i i i~ r ~ **—* —* ' — " * 1,1 " * P , : -------------- ' * * * ' I
Cual-
■" » .......... ................................................... «| | „ ---------------- -- i

quier oponente podía litigar ante los tribunales y bloquear el proceso


durante años. Los campesinos más ricos eran, precisamente, los que te-

*54
Primera Parte. F e u d a l ism o T a r d ío

rúan los medios y la.£3iructura para soportar los costos, de las demandas
pr olor^<^s^llex3ndaJfíS JiUgÍQ5._hast^5US Ja lm a s , .o ^ secu e^ ias.
En efecto, los campesinos prósperos fueron también los más cerrados
opositores a los enclosures propiciados por La Galaiziére. P a rí motorizar
el proyecto y obtener el consentimiento de todos, el señor pagó ingentes
sumas a los propietarios más recalcitrantes. En otros casos, debió com­
prar sus tierras a precios muy por encima de los valores de mercado. Así
ocurrió con un arrendatario de Neuvtíler, y con Monsieur Guenin, el
segundo propietario en importancia en RoviZie.
El cercamiento tuvo finalmente un costo_sjdejal: 32 6 ^ 1JjjTras Un
tercio de los g a sto s^ T tri^ l hbrás^ sufragaron los costos administrativos
y los estudios agronómicos de factibilidad. Los dos tercios restantes, en
cambio, se emplearon en la compra de las propiedades de los opositores,
en sobornos para los granjeros más recalcitrantes, y en el sacrificio de
tierras propias (que La Galaiziére debió realizar para la reconstrucción
de la red interna de caminos de la aldea). Ello, sin contar con que mu­
chos propietarios prósperos se arrepintieron una vez realizados los acuer­
dos; e impulsaron, como vimos, procesos legales para restablecer el régi­
men de campos abiertos y las tierras comunales.
Los elevados costos, producto de las dificultades para lograr el con­
senso de los propietarios grandes y medianos, absorbieron durante mu­
chos años los beneficios que el intendente esperaba obtener de su em-
prendimiento. De no haber sido por aquellos, el aumento en la produc­
tividad y en la renta hubieran sostenido un rendimiento del 12% anual
sobre el capital invertido, en una época en que los prestamos a largo
plazo sólo producían un 5% de interés.
El gobierno de Luis XVI pagó los costos de La Galaiziére. La monar­
quía ilustrada, impulsada por ideales fisiocráticos, pretendía utilizar el
ejemplo del intendente lorenés para impulsar emprendimientos simila­
res en otras provincias. En su pedido de reembolso, un agotado La Galai­
ziére dejaba en claro que muchos otros señores habrían impulsado pro­
yectos semejantes, si el gobierno se hubiera mostrado dispuesto a reducir
los costos que implicaba la obtención del consentimiento unánime de los
propietarios de cada término. La Galaiziére sugería la necesidad de un
edicto que permitiera la redistribución de las parcelas y la supresión del
open-field con el mero consentimiento de los propietarios de la mayor
parte de la tierra, como ocurría en Inglaterra.00

80 Cfr. capítulo 6.

*55
Capítulo 5. La com unidad rural preindustrial

En Neuviller y en Roviüe, al menos, no fueron los campesinos pobres


los que defendieron los prados comunales. Tampoco fueron ellos quie­
nes se opusieron al enclosure. En este caso, a diferencia de lo que ocurría
en Inglaterra, las verdaderas barreras contra el avance del capitalismo
agrario era el comportamiento parasitario de los propietarios más ricos,
sumado a un sistema legal que dificultaba la supresión del régimen_de
campos abiertos. Allí dondeja mayor parte del saltus eran pastos colecti­
vos, antes que bosques y baldíos, los campesinos pobres, la mayoría de
los habitantes de las comunidades rurales, parecían tener poco que per­
der ante el avance del capitalismo agrario.
Primera P a rte F p.u d a l is m o T a r d ío

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Segunda Parte

REVOLUCIÓN
Las vías inglesa y francesa hacia el
capitalismo agrario
Capítulo 6
La vía inglesa hacia el capitalismo
agrario (I):
los cercamientos y las transformaciones en el
derecho de propiedad

1- La vía clásica hacia el capitalismo

La v ía inglesa no fue la única variante a partir de la cual, las socieda­


des preindustriales transform aron cualitativamente sus estructüraseco-
ñom ico-sociales en sentido capitalista. Sin embargo, fue la primera en
desplegarse en el tiem po histórico. Aunque esta primacía cronológica no
signifique necesidad histórica o destino manifiesto, ni convierta al m o­
delo inglés en la vara con la Cual deban medirse las restantes transicio­
nes, im pone de todas maneras una perspectiva comparativa a los estu­
dios sobre los orígenes de nuestra sociedad contemporánea. Es en este
sentido que continuarem os calificando com o “clásica” a la vía inglesa
hacia el capitalismo agrario.
E$.ta vía clásica supone, en esencia, la virtual desaparición del cam pe­
sinado de subsistencia^ un proceso que, aunque no puede ya considerar­
se com o la eTImínación física de la totalidad del grupo, redujo la presen­
cia estadística de los pequeños productores a su mínima expresión.81 A

81 La historiografía inglesa ha discutido, por más de un siglo, el m om ento y la circunstancia


en que se produjo el retroceso y la virtual desaparición del campesinado de subsistencia en
el país. Pero en muchos casos, las diferencias se deben a las divergencias en tom o a la
definición misma de campesino. Si el térm ino sugiere una econom ía familiar de autosubsis-
tencia, en gran m edida independiente d el m ercado, y dedicada en form a exclusiva al
cultivo de la tierra, resulta o b v io que la desaparición del cam pesinado inglés deberla
situarse mucho antes de que se produjera, durante la segunda mitad d el siglo XVUT, la
generalización de los cercamientos parlamentarios. La mayoría de los estudios recientes

163
Capitulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (1)

lo largo de un proceso de varios siglos, que comienza mucho antes de


renombrados cercamientos parlamentarios de los siglos XVIII y
campesinado fue reemplazado por una nueva estructura social, susteiül
daeiria^I^re"triac]E^ ^ Esta proI&tS..
transformación en la estructura de clases dem an J^Í^3^pliegu e3e"d01
procesos simultáneos y complementarios. Por..un lado, transformación^
en el sistema productivo: una revolución. agrícola, de .matriz..téSca^S
agronómica. Por el otro, transformaciones en el régLm^dg. Propiedad cjj
la tierra: los éhdosures parlamentarios y la eliminación del régimen7de
campos abiertos.
" m
™ -i u . • ’ *.

La superposición de ambos fenómenos, produjo una revolucionaria


transformación cualitativa de las estructuras económicas y sociales ingle­
sas. En primer lugar, propició un increr^nto inédito en el volumen del
producto agrario^ en particular en la producción de alimentos. En se­
gundo lugar, facilitó la expulsiójnZgxpropiación/proletarización de los
. pequeños productores directos. Finalmente, sustentó el éxodo masivo^de
la población rural hacia los grandes centros urbanos, alterando en forma
radical la distribución espacial de la población económicamente activa.
La plena generalización y difusión de estas transformaciones, a partir de
las décadas centrales del siglo XVlll, nos permite sostener ya la existencia
de un universo cualitativamente diferente al dé las sociedades preindus-

demuestran, de hecho, que ya para el siglo XVI la enorme mayoría de los pequeños
productores rurales complementaban sus ingresos con actividades paralelas al cultivo de la
tierra -los recursos comunales, la protoindustria, el trabajo asalariado estacional, la arte­
sanía rural, la servidumbre doméstica. Pocos vivían por completo al margen de la tierra,
aunque pocos vivían exclusivamente del cultivo de la misma.
Sin embargo, no existen inconvenientes para considerar como campesinos de subsistencia
a los pequeños productores que poblaron los commonfields ingleses durante los siglos XVI a
XVTll, aun cuando sus microfundia los obligaran a depender en exceso de la explotación de
los prados y bosques comunales, o a recurrir temporariamente al empleo asalariado. Las
parroquias sometidas a la intensa oleada de cercamientos parlamentarios posterior a 1750
no estaban despobladas.fPor lo tanto, aceptemos o no que la denominación de “campesi­
nos” cabe para los pequeños productores que habitaban en los open-fields que habían
logrado llegar intactos a la segunda mitad del siglo XVIII, no se puede negar que los
cncíosures y la extinción de los bienes comunales produjeron en ellos un profundo impacto
socioeconómico, cualquiera sea el rótulo con el que querramos denominarlosJ
Su arrinconamiento, su crisis y su marginación fue también parte de la vía inglesa, hacia el
capitalismo agrario, la fase final del colapso de la pequeña producción rural, cuya historia
no tenemos inconvenientes en situar en el largo plazo. Cualquiera haya sido el papel de los
cercamientos parlamentarios en la historia de la economía inglesa, no caben dudas de que
el capitalismo agrario comenzó a gestarse en el país mucho antes de la segunda mitad del
siglo x v m .

16 4
S e g u n d a P arte. Revo lució n

Sáles. el nacimiento de un paradigma productivo ai que un hiato in-


nniensurable separa de todo sistema socioeconómico anterior.
F\En- las últimas décadas, muchos autores -entre los que destacan Ro-
|*t Brenner, Immanuel Wallerstein, Patrick O ’Brien y Caglar Keyder-
Acararon el análisis comparativo de las vías inglesa y francesa hacia el
ipitalismo. Sus trabajos, que ostentan el status de clásicos de la historio-
Igrafía reciente, se hallan también entre los últimos en proponer ambicio­
n a s explicaciones de carácter macrohistórico, ancladas en la perspectiva
y je l tiempo largo. Aunque las obras de síntesis sobre la evolución históri-
ca de Europa Occidental no han escaseado en los últimos años, pocas han
sostenido tesis audaces o dado lugar a polémicas de magnitud (como los
célebres artículos publicados por Brenner a fines de la década de 1970).
En 1976, en contraposición con los modelos malthusiano, neo-ricar-
diano y circulacionista vigentes en aquel entonces (que con algo de arbi­
trariedad podríamos encamar en las figuras de Emmanuel Le Roy Ladu- ^
rie, Michael Postan e Immanuel Wallerstein, respectivamente), (Brenne^ /
sostuvojque el facto^ tem m an ^ para ej desaqalln.económico delargo /
plazoera la evolución de la estructura de clases sociales. Está ultima, dej
TíecRo7con su incidencia directa sobre fenómenos como el régimen d¿l
propiedad, el control del estado, la extracción del excedente y la distri/^
buciórTdená riqueza, permitiría explicar las diferencias entre las vías
inglesa y francesa hacia el capitalismo moderno. Según Brenner, el pascí
de una economía de escasez a un modelo de desarrollo autosostenido sé
sustentó sobre la generalización de relaciones sociales capitalistas en el
campo. Para ello fueron necesarias dos fases de transformaciones agudas i
de la estructura social precapitalista: a) la abolición de la servidumbre; b) •
la expropiación de los pequeños productores directos. ETprimer proceso T *
era condición neeesafi¿7 aunque no suficiente. En Europa Oriental, de j
hecho, no se dio hasta muy entrado el siglo XIX. En Francia, por el
contrario, el retroceso de la servidumbre comenzó aún antes que en
Inglaterra. La diferencia entre Inglaterra y Francia reside, entonces,
en la implementación de la segunda fase de transformaciones de la
estructura de clases, en la capacidad de los dueñosj l e j a tierra para
frenar la consolidación de la pequeña propiedad de_ swsistencia. De
másTstá~3ecir que, desde la perspectivá de Brenner, esta capacidad
de los grandes propietarios dependía del resultado de conflictos de
clase previos.
Aún cuando las tesis de Brenner han sufrido críticas importantes (en
particular en relación con la falta de sustento empírico de algunos de sus
argumentos), resulta indudable que en la Edad Moderna, la actitud de

165
Capítulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario ( l)

las monarquías francesa j^ n g le s a respecto de la propiedad campesina


difirió de manera sustancial. En Inglaterra, la expropiación de lo T p S
queftos~pro ductores^se'^vio facilitada por la íalG^ ^ ^ arrFra^Tegalesa la
incorporación d^Tas.pfl.rcf.las enfilé-Ulioas vacan^^d^ f o ^dela^feSp^^^
sé^nalSrpT^^^itotojiue^ j^nda
íizado por el estado centralizado. Otro factor que facilitó el retroceso de
'>~h-.m,|»|(|ljytimi«||l1-* ...... *' u|' 'I s
la propiedad campesina fue la facultad de los señores, vigente en mu­
chos condados ingleses, de modificar las tasas de mutación que gravaban
los traspasos de las tenencias a censo, transformando dichos tributos en
mecanismos confiscatorios de jacto. Todo ello explica que los grandes te­
rratenientes controlaran cerca del 75% de la tierra cultivable en Inglate­
rra, a finales del siglo XVII. Los cercamientos parlamentarios de los siglos
XVIII y XIX se encargarían de reducir aún más la porción del suelo en
imanos campesinas.
No resulta aventurado, pues, buscar en estos procesos políticos y
económicos algunas de las respuestas a las diferencias existentes entre
las vías inglesa y francesa hacia el capitalismo agrario. A responder
estos interrogantes dedicaremos los capítulos de la segunda parte del
libro.

2- Los cercamientos generales: el ocaso dél open-field

Cercar una propiedad significaba rodearla con un Ijniite-permanente,


que extinguiera los common propertyrights sobredas parcelas de propiedad
individual dispersas por el ager. El objetivo.de las vallas era impedir en el
futuro, el ingreso del resto. deJa_comunidad en las propiedades cercadas
sin la autorización explícita del propietario (requisito innecesario mien­
tras estuvo vigente el régimen de campos abiertos). Sólo con los cercamien­
tos, los propietarios adquirían derechos de uso exclusivos sobre sus tierras,
liberándose de las servidumbres y usufructos colectivos característicos de los
open-jields -calendarios agrícolas unificados, rotaciones de cultivos compul­
sivas, derechos de pastoreo sobre el barbecho, commons ojshack, gleaning, etc.
Tras las cercas y las vallas nacían, entonces, los prívate property rights.
. La noción de cercamiento abarcaba, en realidad, dos procesos dife­
rentes, claramente separables.
• El cercad»? (\ru las parrpla^ de propiedacLindividual dispersas jpor el
ager (extinguiendo, en consecuencia, una porción importante de los
derechos colectivos). Se trataba de reunir las franjas distribuidas por
todo el open-jield, para configurarlas como propiedades continuas,
indivisas y cercadas, enteramente independientes unas de otras, ro-

±66
Segunda Pane. Revolución

deadas por un cerco de carácter permanente. La característica disper­


sión de las propiedades en un régimen de campos abiertos demanda­
ba, para que este aspecto del proceso resultara viable, un esfuerzo
previo de consolidación territorial. Las franjas, en ocasiones centena­
res de ellas distribuidas por todo el término, debían agruparse en
bloques compactos, antes de proceder al levantamiento de valias pe­
rennes. Antes de la generalización de los cercamientos parlamenta­
rios, las iniciativas particulares de cercado podían demandar un len­
to y paciente proceso de consolidación espacial, basado en compra­
ventas, permutas o herencia de parcelas. Este proceso previo de aca­
paramiento o engrossing sólo pudo sortearse con el dictado de expe­
ditivas leyes parlamentarias, impulsadas por los propietarios de la
mayor parte del suelo del terruño.
• El cercado del saltus, las commonlands, common wastes o baldíos de
propiedad cojectiva. (cuyollom inio directo correspondía al señor, pero
cuyo dominio útil disfrutaba la comunidad de propietarios en su con­
junto). Durante la Edad Moderna, la iniciativa de este tipo de cerca­
mientos provinieron, por lo general, de los titulares de los señoríos,
quienes pretendían incorporar el saltus dentro de la reserva, para cer­
carlo y arrendarlo.

Cuando los cercamientos afectaban simuitáneam,ent£ -a la totalidad de


las propIeda(TeTd^ , ir ^ m d u a ]e s x comunalesTager y saltus, esta-
mos en presencia de 4jn-c^^nüento generapuna transformación revolu­
cionaria dejos regímenes c ^ ^ o ^ 3 ^ 7 ? e las técnicas de cultivo, de las
relaciones sociales y die las mentalidades colectivas.
A diferencia de las iniciativas ,aisladas_.de cercamiento, que podían
superponerse y coexistir con el régimen de campos abiertos, extinguien­
do tan Vólo Tos derechos colectivos sobre la porción vallada dentro del
término, los enclosures generalesAbolían de forma definitiva la totalidad
de las propiedades y usufructos comunales, tanto sobre el ager como
sobre el saltus.

Las vías hacia los cercamientos generales

Los cercam i^ to£ ^ ^ erale^ je jjodiatLiealizar mediante.iresjoiecanis^


mos diferentes: á) por. unidad de posesión; b) por acuerdo mutuo entre
Ibs-pH
ropiet^os£c^pQr ley & métod^m ás expeditivo y eficaz paraTograr
el^cercamiento general de toda una aldea era mediante la sanción de una
11-- .-.as
“—---- — V— .- ....... .
Jg¿Q^steTué el casolíeTas áclá^j^l' FafKmenfoT que caracterizaron
< a los
enclosures ingleses de los siglos XVlft,y"XÍA:
XYlft VrXU^Fue
Fue tambi
también, el tipo de legis-

167
Capítulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (I)

lación que el intendente La Galaiziére solicitaba al gobierno francés?!


finales del Antiguo Régimen.82
En la Inglaterra de los siglos anteriores, o en Francia hasta finales
A nden Régime, los cercamientos generales sólo pudieron concretarse SíeÉ
diante dos métodos: por mutuo acuerdo de los propietarios del terru f^
o por unidad de posesión. En ocasiones, como en el ejemplo de La Galt
laiziére, mediante una combinación de ambos procedimientos. •'
La unidad de posesión era un procedimiento lento y costoso, porqué
suponía la _co m ^ £ a jk ^ l^ .tQ ta M a jL ^ J a s ^ o ^ e ^ades de una aldea o?
parroquia, por parte de un único gran propietario^Adquiriendo una p o n
um Ta^ex^oTacíones^el t^mino7eTíndiv1duo adquiría al mismo tiem­
po los derechos comunales adscriptos a cada parcela. Cuando la totali-
dad de la tierra terminaba finalmente en manos de un único poseedor,
los derechos comunales, que suponían el derecho de usufructo colectivo
sobre la tierra, se extinguían por definición. El propietario podía enton­
ces cercar la propiedad, y ejercer dentro de sus límites los prívate property
rights. Amén de las presiones extra-legales, las amenazas y otros métodos
coercitivos, jajtinidad djL^iosesión^ue^.eLúniccLJiiecamsmo que permitió
llevar adelante cercamientos generales enula .Inglaterra-de -los.Tudor.—
El tercero de los procedimientos, el cercamiento por mutuo acuer­
do, alcanzó slf ap^£^^^nigJáJU^klgJ:ta...dí^lQ S.Em ig.ld.o,_ en la
primera mitad del siglo X V IIt aunque continuó en vigencia durante
toda la centuria siguiente. En ocasiones, el acuerdo de los propieta­
rios renuentes podía ser comprado, como ocurrió en el caso del in­
tendente La Galaíziére.

Cronología de los cercamientos

En Europa Occidental, los cercamientos permanentes no fueron una


novedad de los tiempos modernos. A medida que nos adentramos en el
siglo XIII, las fuentes dan cuenta de la irrupción de vallados y cercas
perennes, que por entonces surgían para delimitar la porción de las tie­
rras vírgenes señoriales en la cual tendrían derecho a ingresar los campe­
sinos. Mientras el Occidente europeo fue un extenso bosque interrumpi­
do por pequeños oasis de civilización -los terruños campesinos y los
nucleamientos urbanos-, el acceso de los pequeños productores a los
prados y bosques, propiedad eminente de los señores feudales, no su­
frió limitación alguna. Pero el crecimiento demográfico, y el aumento

82 Cfr, capítulo 5, sección 4.

168
S e g u n d a P arte. R evolu ció n

lele-la demanda de combustible y madera durante el apogeo de la eco­


nom ía feudal obligó a los señores a diferenciar con exactitud las sec-
leiones del saltus que de allí en más integrarían la reserva y los comu-
||¿*les de la aldea.
\ Durante la Edad Moderna, Inglaterra se convirtió en el escenario prin­
c ip a l de la difusión de los cercados permanentes. Tradicionalmente, la
'historiografía prestó especial atención a dos fases agudas del desarrollo^
~áe"Iosenclosures: la era Tudor v el siglo XVIIL En ambos casos,' los'cerca-
dosatrajeronTa atenciSrTdel estado: en el siglo XVI, para oponerse; en el
siglo^ XVI j o mentarlos. Mientras qué én.Tos siglos XV y XVI , el
parlamento dictó una decena de actas op^DjéndQ^aJosjgndQSUZg^.ml.os
siglos XVIII y XIX la misma institución aprobó una enorme cantidad de
actas, ímponiendo^eT^cercamiento general del"lérmino de numerosas al^
deas. £xisten7TambiM^ótfas^3íferencias entre ambos procesos. En los
siglos XVIII y XIX, la mayoría de l^_cercamientos eran generales; en el
sijpcTXV I, raramente involucrabaa~a_la. totalidadJdei terruño.
TTrTel siglo XVI, un cercamiento general podía darse en aquellas pa­
rroquias en las cuales existía un número reducido de propietarios, a quienes
se podía presionar, convencer, o eventualmente comprar la totalidad de sus
tierras. Desde comienzos del siglo XVII, en cambio, se hicieron más frecuen­
tes los enclosures por común acuerdo entre los propietarios.
Pero los cercamientos ingleses no se limitaron a los siglos antes men-
cionados. Tas investigaciones recientes ha permitido revisar las cronolo­
gías de las monografías clásicas, demostrando que fue durante el siglo
XVTT:ujñdcTeI fenómeno se difundió "con más velocidad. En dicha cen­
turia, se habría vallado en forma permanente cerca del 24% del suelo del
país, contra sólo el 2% en el siglo XVI, el 13% durante el XVIII, y el 11%
en el si^io XIX. En 1607, el 25% del condado de Leicester estaba ya
cercado; en 1710, el porcentaje trepaba al 47%. Los cercamientos anteriores
a 1608 se habían concentrado, a su vez, en dos períodos: 1485-1530 y 1580-
1607. En el condado de Durham, el 2% de los acres del condado fueron
cercados entre 1551 y 1600, el 18% entre 1601 y 1650, otro 18% en la segun­
da mitad del siglo XVII, un 3% entre 1701 y 1750, un 35% entre 1751 y
1800, y el restante 24% en la primera mitad del siglo XIX.

3- Los cercamientos en tiempos de los Tudor y los Estuardo


(1500-1650)

Enclosing y engrossing fueron dos de los tópicos más controvertidos en


la Inglaterra de los Tudor. Las alteraciones en él régimen de propiedad de

169
Capítulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (1)

la tierra inducían animadas discusiones en las tabernas, inspirabari*erSS


decidos sermones desde el pulpito, y provocaban apasionadas disll|l|
nes en los campos, mientras los hombres sembraban codo a c o d o 'Í S Í
open-field.83
Pero aunque siempre se los mencionaba juntos, los dos fenór¿f§Sl
podían darse por separado. En el imaginario colectivo, sin e m b a rg o ^
los relacionaba íntimamente, pues a ambos se los consideraba resporilll
bles del despoblamiento de las áreas rurales y del abandono j í e T a i ^ l
deas. Se los asociaba, en particular, con un tercer fenómeno, responsáfc^
de la expulsión de miles de pequeños propietarios y trabajadores raralef:
la reversión de las tierras agrícolas en praderas y pasturas, para llTcríay
engorde de ganado ovino. En 151.6, un celebérrimojragmento de la Utoi
pía de Tomás Moro resumía con crudeza este conjunto ¿¿"procesos so­
cioeconómicos: “para que un solo hombre pueda satisfacer su avide¿
insaciable (...); para que pueda reunir tierras en un dominio y rodear
con un seto varios miles de fanegas, las aldeanos son expulsados de sus
campos, despojados por el fraude o por la violencia, o hastiados de las
vejaciones que tienen que sufrir, se resignan a vender sus haciendas”
(libro primero, capítulo único). Por la misma época, los predicadores
clamaban que allí donde antes vivían numerosos campesinos, no se en­
contraban por entonces más que a un pastor y su perro.
En verdad, muchos condados pastoriles habían eliminadíLsy^ com-
| , ----------... ...fcuiw i_ - ....... .. •—r^~ ' 2^ /••¿4—* r ~r

monfieufTy cercado sus propiedades antes jae.'1500. En algún momento


de la Edad Media, condados como Suffolk, Essex, Kent, Devon, Somer­
set, Cornwall, Hertfordshire, Shropshire y Worcester -a los que se Consi­
deraba cercados en su casi totalidad- habían puesto fin a sus open-fields y
a sus comunales, sin conmoción alguna. Para 1500, algunos autores esti­
man que el 45% del país estaba ya cercado por completo.
Pero incluso en las regiones predominantemente agrícolas, los cerca-
mientos de porciones del safrus no generaban controversias mientras los
baldíos y las jjerras vírgenes ' íuerarTabulídaritesrLos serios~cfesacuerdos
comenzaron cuando, a raíz del crecimiento económico y demográfico
del siglo XVI, los comunales resultaron insuficientes. Los aldeanos co­
menzaron a ver entonces con suspicacia cualquier nueva poda de los
terrenos de usufructo colectivo." Así, muchos cottages precarios construi­
dos en el salíus, tolerados por la comunidad durante décadas, empeza-

“ En la mayor parte del presente apartado nos basamos en las investigaciones de la


historiadora Joan Thirsk (C fr bibliografía completa al final del capítulo).

'170
Segunda P arte. R evo lució n

B¡jr¿a ser cuestionados a finales del siglo XVI. Allí dondeja,densidad


ráfica lo permitía, el cercamiento de parte de los comunales conti-
||§§?siéndo un proceso usualmente,pacífico hasta principios del siglo
I p i l . Pgjjos M i d l a n d s sin embargo, la reducción de lo^astos^comuna-
había alcanzado un_punto crítico mucho antes, y los conflictos^sF
|||ieron senür^durante to d a ^ T r a Tudor. _Las tensiones más graves se
ftaíían en las aldeas agrícolas en posesión de pasturas colectivas reduci­
das, con open-jields a to lla d o s enjnnumerabíe. cantidad .de franjas, con
¡propietarios que dependían fuertemente de los pastos comunales para
Cimentar sus animales, y en el marco de un crecimiento demográfico
Isostenido y fuera de control. En estos lugares, cualquier reducción su­
plementaria del saltus no podía concretarse sin poner directamente en
riesgo la supervivencia del resto de los vecinos de la aldea. Entre 1563 y
1603, por ejemplo la población del.condado de Leicester aumentó en un
58%. El fenómeno no pasaba desapercibido para los contemporáneos,
que dejaban registro de la cantidad de casas nuevas construidas en las
aldeas, o del incremento del número de cabezas de ganado introducidas
en los terrenos colectivos. En ocasiones, el número de nuevos cottages
construidos en el lapso de tres o cuatro décadas podía superar el cente­
nar. En muchos lugares, la era^Tudor presenció la aparición de un fenó­
meno nuevo en los regímenes de campos abiertos: la introducción"der
sTstéma~deTuotas~pIra"re^lirTRn%re5ü~dr^
Una causa adicional de tensión la provocaban los campesinosTncos~y los
grandes farm ers, volcados de~llenó a la agricultura comercial, quienes
buscaban aprovechar la coyuntura alcista de precios, y sobrecargaban los
comunales con rebaños cada vez más grandes.85 La demanda de pastos
demuestra la importancia capital que el ganado tenía en todo sistema de
cultivos preindustrial, puesto que la única vía para la mejora de los ren­
dimientos agrícolas era el incremento de la cantidad de abono. Cultivos
y ganado constituían un delicado sistema, sostenido por un precario
equilibrio.
Desde el siglo XV, sin embargo, el aumento dé los cercármenos intro­
dujo cambios permanentes en el ecosistema agropecuario, porque las

M Los Midlands, en el centro del país, incluyen, entre otros, a los condados de Leicester,
Oxford, Cambridge, Warwick, Northampton y Buckingam.
85 Introducían ganado de forasteros en los pastos colectivos, o mantenían un stock mayor
de ganado en los comunales de verano que ei que podían mantener en invierno en sus
propias tierras.

17 1
Capítulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (1)

/;j g > g r s i o n e s ^ comenzaron ajad^uirir un carácter permanente. Al


mismo tiempo, ios grandes propietarios comenzaron a percibir el benefi­
cio que significaba acompañar las reversiones con cercámientos posterio­
res, por lo que ambos procesos comenzaron a producirse en forma si­
multánea. Las causales de semejante estrategia hunden sus raíces en las
condiciones socioeconómicas vigentes durante el siglo XV: abundancia
de tierra virgen, escasez de mano de obra, precios agrícolas deprimidos.
Curiosamente, cuando hacia finales del siglo XV la j3oblació.a comenzó a
crecer, las reversiones y los c^ca¿^con.tÍnuaron (fomentados entonces
por las nuevas condiciones de mercado, el incremento local e internacio­
nal en la demanda de lana, provocado por el desarrollo de la producción
textil). Los contemporáneos eran conscientes de los incentivos económi­
cos que sostenían estas estrategias. En 1549, Sir John Smith sugirió como
remedio para detener el avance de los enclosures, prohibir la exportación
de lana y facilitar la exportación de grano, de tal modo que la agricultura
adquiriera un grado de rentabilidad superior o similar al de la ganadería.
Hasta la década de 1590, sin embargo, esta última continuó afianzando
su posición en el mercado. Aún cuando el comercio de la lana declinóla
partir de 1550, los productores desviaron sus esfuerzos hacia la venta de
carne y la producción de lácteos, impulsados por el aumento "érTla de­
manda generado por las ciudades. El quiebre de la tendencia se produjo,
tan sólo, en la última década del siglo XVI. Una sucesión de malas cose­
chas, crisis de escasez y plagas crearon una situación alarmante, presagio
de posibles hambrunas, que alteraron los márgenes de beneficio en favor
de la producción de granos. El movimiento de cercamientos*no cesó,
pero la reversión de las tierras de labranza en praderas ya no tuvo el
atractivo que mostraba en el pasado.

Los cercamientos generales durante los siglos XVI y XVII:


estudios de caso

Durante el siglo XVI, los cercamientos generales eran la excepción.


Cuando ^ocurrían, se trataBa de la puesta en práctica del mecanismo de
unidad de posesión; en particular, en aquellos manors en los que la tierra
se hallaba repartida entre un número reducido de propietarios. De todas
formas, podía ocurrir que los cercamientos parciales obligaran finalmen­
te a una reorganización espacial total de la parroquia* puesto que en
ocasiones los commonfields quedaban tan reducidos que resultaban invia­
bles. Esta circunstancia terminaba por forzar un cercamiento finál, que
liquidaba por completo los remanentes del régimen de campos abiertos.

172
Segunda Parte. R evo lución

A diferencia de los enclosures parlamentarios, estos procedimientos


podían re s ja k ^ i^ o ^ ^ n g g rrp m s ,.E n 1596, el manor de Cotesbach, en
el condado dé LéícesíerTfu’e^adquirido por John Quarles, un comerciante
de telas londinense. El titular del señorío era también el principal pro­
pietario de tierras del terruño. Cuando los contratos de arrendamiento
de las tierras dominicales (demesne) vencieron durante el año agrícola de
1601-1602, Quarles ofreció renovarlos, aunque con un canon sensible­
mente superior al pactado en el último acuerdo. Los arrendatarios se
negaron, y el señor decidió encarar entonces el cercamiento total del
manor. En el señorío existían, en total, sólo cuatro propietarios con do­
minio absoluto (freeholders), además de Quarles. El señor compró la finca
del primero de ellos, llegó a un acuerdo con el tercero, e ignoró al cuar­
to, que sólo poseía tres acres de tierra. El segundo propietario en impor­
tancia era el rector de la parroquia local. Quarles logró su consentimien­
to, con la promesa de que se haría cargo de la totalidad de los gastos que
demandara el emprendimiento. En 1603, el titular del manor obtuvo li­
cencia real para proceder con el enclosure. Una vez cercadas las fincas,
Quarles intentó una vez más arrendarlas, pero dieciséis de los antiguos
arrendatarios se negaron a aceptar los nuevos cánones aumentados, y
abandonaron la aldea. EL señor, entonces, convirtió 520 acres de la reser­
va en un prado cercado. Unos pocos arrendatarios aceptaron renovar sus
contratos, pero reduciendo la cantidad de tierra en usufructo.’ Otros,
arrendaron tan sólo una vivienda, un cottage, aceptando pagar un canon
para que se les permitiera ingresar sus rebaños en la reserva dominical.
Otro caso similar tuvo lugar en el señorío de Middle Ciaydon, en el
condado de Buckingham, propiedad de la familia Verney. Én 1625, el
titular del manor había logrado eliminar a la totalidad de los restantes
propietarios libres, los>/re£Íifiid^_comprando sus tierras una por una.
Los copyholds?, las p ro g e daBes enfitéuticas que conformaban--eLcensive
señorial, fueron convertidas'arbitrariamente en benejicial leases, una suer­
te de árrérfdámiento áe largo plazo -p or tres vidas o 99 años-, pero que
ya no comportaba dominio dividido. Los beneficiarios de este régimen se
denominaban leaszhúLtexs. ¿ir-ii/fjcom o forma de diferenciarlos de los
leaseholders at will, usufructuarios de las formas modernas de arrenda­
miento, pactados por períodos cortos de tiempo). Desde el punto de
vista jurídico, el arrendamiento vitalicio implicaba un régimen de pro­
piedad menos seguro que el copyhold. De hecho, el señor incluyó en el
contrato una cláusula que permitía reordenar las parcelas dispersas por
el ager, y permutarlas por extensiones de tierra equivalentes en cualquier
otro lugar de la parroquia. Esta condición era posible, porque los tenen-.

i7 3
Capítulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (I)

tes habían dejado ya de revestir el carácter de propietarios del dominio


útil, que el régimen enfitéutico les aseguraba. Amparados por esta mani­
pulación de los regímenes jurídicos de propiedad, que diferenciaba a la
mayoría de los señoríos ingleses de los franceses, los Verneys comenzaron
un proceso de cercamiento total, aunque por etapas. Ya no existían Jree-
holders en el manar, y los copyholders se habían convertido en simples arren­
datarios de largo .pl.^zpT" El camino quedaba allanado. Los Verneys co­
menzaron cercando ía reserva dominical. El enclosure afectó luego a ug
terreno baldío, sobre el cual se extinguieron los derechos comunales.
Después, hicieron lo propio con un bosque y con algunas de las franjas
del open-field, compensando a los tenentes con bloques compactos de
tierra ubicados en otros rincones del terruño. Para 1635, a diez años de
la eliminación de los freeholders y copyholders de la aldea, el open-field no
contaba sino con 500 acres.86 Era demasiado pequeño para funcionar
como sistema. El siguiente enclosure, por lo tanto, debió tener carácter
general. Para mediados del siglo XVIL-eLrégimen de campos abiertos
había dejado de existir en el manor de Middle Claydon.

La corona contra los enclosures: cercamientos y legislación real

Los primeros reclamos en contra de los cercamientos lie garón-aLPar-


lamento durántéreT siglo XV Las únicas protestas formales que~ie"coHsep"
van son dos peticiones presentadas en Í414 (impulsadas por tenentes de
los condados dé Nottingham y Cambridge), y una petición de 1459 (pre­
sentada por un habitante de Coventry).
Pero la primer acta del Parlamento que refleja una preo£upaciónj3or
el avance de los enclosures y el despoblamiento del.campo, fue aprobada
en 1488. La norma no tenía alcance general, pues sólo concernía a la Isla
de Wight. Se trataba, en realidad, de un ataque contra lo s éñgrossers, los
acaparadores que acumulaban granjas para transformarlas en campos de
pastoreo. La ley establecía penas para cualquiera que acaparase propie­
dades cuyo valór'üotal excediera determinados montos7~
Un año después, en 1489, el Parlamento aprobó una disposición de
carácter general, uagaynst pulling doun oj tounes” .87 La nueva actai establecía
que todas las fincas agrícolas de al menos 20 acres38 debían preservarse tal

86 160 ha., aproximadamente.


87 “Contra el derrumbe de pueblos”.
M 8 ha., aproximadamente.

*74
Segunda P arte. R evo lución

como estaban, con todos los edificios y aparejos necesarios para la conti­
nuidad del proceso productivo. Hasta tanto los edificios abandonados
fueron reconstruidos, los infractores debían entregar al lord oj the manor la
mitad de los beneficios producidos por la propiedad..
Estas primeras normas atacaban en forma directa al engrossinz v a la
reversión de tierras de labranza en pasturas. Aunque resulta claro que los
enclósures eran una realidad que acompañaba y facilitaba aquellos dos
procesos^ las leyes parlamentarias rio hacían referencia a ellos en forma
explícita. Una nüeva acta de 1515 continúa con la misma estrategia indi­
recta. La conversión de tierras era el comportamiento cuestionado. Pero
el hecho que aquí resulta sugestivo, es la aparición de un argumento que
relaciona jpspofclamipnt^ cr™ en y del
bandolerismo. Un borrador de 1514, sobre el cual se basó la ley He 1515,
ponía ¿Tentasis en el “infinito número de súbditos del rey, que a causa de
la falta de ocupación, han caído y caen diariamente en la vagancia y
consecuentemente en el robo y en los asaltos”. El acta finalmente aproba­
da, declarada perpetua en 15 L6,. itnponía que toda aldea que en el pri­
mer día del período parlamentario entonces vigente estuviera dedicada
en su mayor parte a la agricultura, debía continuar de la misma manera
de allí en más. Todos los edificios abandonados debían reconstruirse en el
lapso de un año. Y todas las tierras transformadas en pasturas a partir del I o
de febrero de 1515 debían retomar de inmediato a su condición anterior.
En 1517 los enclósures se convierten por primera vez en blanco directo
del a ta q i^ d c , k mnriarqul^ ^uando^el cardenal Wolséy designa una
comisión para la investigación del despoblamiento rural. En 1518, y como
consecuencia del accionar de la comisión, la corte determinó que los
infractores a las normas vigentes debían derribar, en el lapso de 20 días,
todos los cercamientos erigidos a partir de 1485 (a menos de que logra­
ran demostrar que los mismos habían generado beneficios concretos para
la comunidad). El incumplimiento del decreto se castigaría con penas
pecuniarias. Gracias a la información reunida por esta comisión, los pro­
cesos en contra de acaparadores y promotores de enclósures continuaron
durante muchos años. 'Sm'embáfgó; para rendir plenamente sus frutos,
la corona necesitaba la colaboración de los señores locales. La nobleza
feudal debía funcionar como agente del estado centralizado. Pero,los.
titulares de los manors a n e g a ro n sistemáticamente a_ colaborar concia
nueva legislación. El primer obstáculo que encontraban estas tempranas
disposiciones anti-endosufe' era la;postüra de los ten-atenientes,^quienes
veían en los cercados un procedimiento eficaz para incrementar en for­
ma inmediata su renta propietaria.

175
Capitulo 6 . La vía Inglesa hacia el capitalismo agrario (1)

En 1533 la corona decidió atacar el problema desde otro ángulo. Una


nueva acta señalaba como principal responsable del problema a los enor­
mes beneficios generados por la cría de ovejas. Para desalentar la fiebre
del lanar, el gobierno estableció que ningún individuo podía poseer más
de 2.400 ovinos, bajo pena de multa por cada animal excedente. La nue­
va disposición, sin embargo, establecía de inmediato varias excepciones,
que erosionaron desde un comienzo las posibilidades de éxito dé la nor­
ma. Quedaban exentos los individuos que necesitaranJos animales -para,
su propio consumó, los animales de menos de un año, y los señores
laicos y eclesiásticos en sus propios dominios. El decreto perjudicaba
menos a los grandes propietarios que a los pequeños y medianosfa los
criadores, menos que a los productores de carne y de lana, tras repetir
las consabidas sanciones en contra de los acaparadores de tierra, el acta
terminaba, por vez primera, involucrando a los particulares en la detec­
ción de los infractores (con el incentivo de compartir en partes iguales
con la corona los montos de las multas).
En 1536, de hecho, una nueva acta reconocía que la falta de colabo­
ración de los señores y de los grandes propietarios, que desatendían la
aplicación de las leyes en sus propios manors, era una de la causas prin­
cipales del despoblamiento rural y del abandono de los pueblos. La nue­
va norma disponía que si un señor no procesaba a los teñentes que aca­
paraban granjas o revertían tierras de labranza en pasturas, la justicia real
se haría cargo de castigar a los infractores y de percibir las penas pecunia­
rias. La corona asumía la responsabilidad de procesar a todpsJos propie­
tarios, estuvieran o no dentro de los dominios reales.
La tesis que responsabilizaba a la cría de ovejas por la siti^ciónjtnpe-
rante en el campo continuó vigente hasta mediados de siglo. En 1549, los
asesores del Duque de Somerset, Lord Protector en tiempos del joven
Eduardo VI, hicieron aprobar en el Parlamento un audaz impuesto a los
Dvinos. Pero las resistencias generalizadas y la caída de Somerset llevaron
i la anulación del tributo en noviembre de 1549. El discurso oficial jus-
ificó la medida afirmando que el impuesto había resultado muy difícil
ie recaudar, y que recaía con dureza sobre los campesinos más pobres.
Pero antes de introducir el efímero tributo, la administración de So-
merset había designado una nueva comisión investigadora, la primera
desde 1517, El estado central volvía a confiar en el eficaz mecamsmo de
la inspección ín situ.. Pero ía^decisíóri del tío del rey traería ¿raves conse­
cuencias. Apadrinada por un gobierno que parecía mostrar especial sim­
patía por los menos privilegiados, la nueva comisión despertó expectati­
vas desmedidas. En 1549 los disturbios adquirieron en el condado de
Segunda P arte. R evo lución

Norfolk el carácter de una rebelión abierta, el célebre movimiento lidera­


do por Robert Kett. Los regímenes sucesivos aprendieron la lección, y de
allí en más se abstuvieron de promover medidas que pudieran interpre­
tarse como un llamamiento a Ja.rebelión campesina. La comisión Investi­
gadora de 1548 duró tan poco como el proyectado impuesto a las ovejas.
A comienzos de la década de 1 5 ^ , cor^íi^b^]Ül^Tudpr en el trono,
la situación HriaFáreas nirafes np había sufrido mayores modificaciones.
De hecho, los casos por cercamiento presentados ante los tribunales su­
premos de la monarquía, numerosos en los años posteriores a 1517, se
hablan reducido^, casi cero para mediados de la década de 1550. La falta
de celo de los informantes indujo la aprobación de una nueva acta en
1563. Toda tierra ^ue, con posterioridad al vigésimo año de reinado de
Enrique V IÍl (1528-1529), hubiera estado dedicada a la agricultura por
más de cuatro años consecutivos, debia continuar de allí en más como
tierra de labranza. Todo campo ^ultivado convertido en pradera entre el
séptimo y el vigésimo año de reinado del segundo de ios Tudor (1515-
1529), debía recuperar su característica original. Finalmente, quedaba
prohibida de allí en más toda nueva conversión de tierras. El acta orde-
naba la conformaciór; de^ una.lercera comisión jnvestigadora, que por
algún motivo desconocido acabó prematuramente.
La situación explosiva que el aumento de población, el acaparamien­
to de tierras
-------~...---..y vla reducción de
----------------- los comunales
.........----------r • habían
■ •• provocado en los
condados del centro del país demandó en 1589 un nuevo estatuto, a
partir del cual el estado central se involucraba en la administración de
los bienes comunales de las aldeas. La explotación de estos recursos por
parte de arribistas, que no integraban la comunidad de propietarios, per­
judicaba tanto como los enclosures a, comunidades campesinas sustenta­
das sobre lábiles equilibrios ecológicos, poniendo en peligro sus posibi­
lidades de supervivencia y reproducción. El estatuto de 1589 prohibía la
erección de nuevas viviendas en la aldea, si sus propietarios no tenían al
menos 4 acres de tierra en el ager. La atomización de la propiedad y la
especulación inmobiliaria, al socaire del aumento demográfico, habían
hecho pulular los cottages que carecían de parcelas anexas en el open-
jield; por lo que la supervivencia de los recién llegados implicaba una
nueva carga sobre los baldíos y comunales de la aldea. . ...
A partir de la década de 1590, las transformaciones en la coyuntura
económica nacional obligaron a revisar los criterios, que sustentaban la
legislación agrícola desde los tiempos del primero de los Tudor. En 1593,
por ejemplo, la abundancia y baraturadel grano llevó directamente al
Parlamento a abolir todos los estatutos contrarios a la conversión de tie-

*77
Capítulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (l )

nras de labranza en pasturas. Pero el momento para el giro copemicano


había sido mal elegido. La cosecha de 1594 resultó desastrosa, la primera
de una serie de cuatro malos años consecutivos. En 1597, entonces, el
Parlamento reinstauró la legislación anti-enclosure. Rrenlra pyjffrnrp-^n*
estas leyes respondían a las coyunturas críticas desde el punto dé' vista
socíoeconómico que resultaban una amenaza^potencial para ía paz so-
ciaTTAmén de la sucesión de malas cosechas de mediados de la década
de 1590, los funcionarios de. la reina tenían conciencia de que los enclo­
sures pasaban poruña nueva fase aguda, en aquellos años finales del siglo
XVI. De los dos estatutos aprobados en 1597, el primero atacaba el en­
grossing, ordenando reconstruir todas las explotaciones agrícolas de^más
de 20 acres abandonadas durante los siete años anteriores. El segundo
estatuto ordenaba desactivar todas las conversiones de campos cultivados
en praderas producidas a partir de 1588.
Los resúmenes de los debates parlamentarios de 1597 sugieren que el
segundo estatuto, que afectaba directamente a los enclosures, encontró
mucha más oposición que la norma que regulaba los engrossings. Las dos
leyes cumplieron su función mientras los precios del grano se mantuvie­
ron elevados. Pero las voces críticas de la política intervencionista en
materia agraria reaparecieron en 1601. La cosecha previa había sido bue­
na, y los precios del grano habían vuelto a caer. La Cámara dé los Comu­
nes volvía a considerar la posibilidad de anular, por segunda vez en una
década, los estatutos vigentes. La convicción de que los cercamientos
eranjntrínsecamente perversos, opiniónquejpor más de un siglo había
gobernado el sentir del^Parlamento, parecía estar llegando a su fin. Pero
Lord Cecil, consejero principal de la.anciana reina, se opuso a la nueva
anulación. Con lógica mercantilista, Cecil argumentó que en años de
abundancia el excedente de grano podría exportarse; por otra parte, la
defensa del reino demáhdábá_ün número elevado de labradores. Por
motivos de profunda estrategia geopolítica, la retórica del gobierno de
Elizabeth optaba por la defensa de la agricultura. El ministro triunfó, y
los estatutos de 1597 no fueron anulados. Pero el tenor de los debates
que tuvieron lugar entre 1597 y 1601, sugiere que el peso de la opinión
en el Parlamento se desviaba hacia una actitud de laissez-faire, favorable a
la lógica de acumulación/expropiación impulsada por un capitalismo
agrario todavía en ciernes.
De no haber sido por las malas cosechas de .los'diez años posteriores,
que prolongaron la más brevejcrisis de. mediados de la décadajle, 1590,
los estatutos habrían sido abolidos tras la-muerte-dcla- reinaren 1603.
Pero el precio del pan se mantuvo por las nubes. En 1607 estallaron

178
Segunda Parte. R evo lu ció n

motines en Northampton. Los enclosures, una vez más, fueron considera­


dos como responsables directos de la falta de grano y de la crisis de la
agricultura nacional. En 1607, James 1 impulsó el nombramiento de una
nueva comisión, que procesó y multó a numerosos infractores de los
estatutos vigentes. Pero aunque ios funcionarios del primer Estuardo
decidieron atender las causas de la revuelta de 1607, esta vez no fueron
presa de los pánicos legislativos característicos de la era Tudor. En julio
de 1607, tras los motines de Northampton, la corona recibió un memo­
rándum titulado A consideration of thé cause in question before the lords touching
depopulation89, cuyos autores sostenían que los enclosures no provocaban
necesariamente el despoblamiento del campo. El texto, expresión de una
mentalidad en franco crecimiento, utilizaba como ejemplo al condado
de Somerset, una región rica, populosa, y ¡completamente cercada!
En 1624, cuando consideró que la provisión de grano del reino ya no
corría peligro, el Parlamento abolió el estatuto isabelino de 1563. Los dos
estatutos de 1597, en tanto, perdieron vigencia por falta de aplicación. El
último intento de la corona por resucitar las antiguas políticas interven­
cionistas füvó lugar en la década deJL630, cuando una serie de malas
cosechas alarmaron a los consejeros de Carlos I. El Privy Council impulsó
una nueva comisión investigadora, que aplicó numerosas multas. No
obstante, muchos vieron en el procedimiento un nuevo intento de la
corona por incrementar sus ingresos, en el marco de su conflicto con el
Parlamento. Tampoco ayudaba a aumentar la popularidad de Carlos el
hecho de que la comisión condonara .un elevado número de cercados,
probablemente tantos como condenava. La visión sobre el problema agra­
rio había cambiado considerablemente. Durante el juicio del arzobispo
Laúd, en pleno proceso revolucionario, uno de los cargos en su contra
fue haber apoyado en exceso a la última comisión investigadora. Un siglo
antes, este argumento hubiera aumentado la popularidad de cualquier
funcionario del estado. En 1640, sin embargo, atacar a los .
aseguraba ya los favores Se la opinión pública. El despoblamiento ruraT
seguía siendo considerado como uno de los males a comhatir. p oj eJLbuen
gobierno, sólo queya~na~se ^ásúrm^ 'quéTos cerca m ig ^ Q ^ f^ 'c ^ siempxe
responsables del, fenómeno. ^
De hecKo, desde comienzos del si&jo XVII había comenzado%
a apli-
carse un nuevo método de cerca míenlo, que no provocaba despobla-

M Una consideración sobre la causa en cuestión ante los lores respecto del despoblamiento.
Capítulo 6. La vía inglesa hacia el capitalismo agrario ( l)

miento en forma inmediata: el acuerdo mutuo entre los propietarios,


como paso previo para el cercado de las fincas individuales. Para alejar el
riesgo dé futuros litigios, las partes involucradas desarrollaron el hábito
de registrar estos acuerdos privados ante el Parlamento. “
El alejamiento de las crisis de escasez'-motivado por el avance del
capitalismo agrario- y la difusión de los nuevos procedimientos consen­
suados contribuyeron a sostener este cambio radical en la percepción del
fenómeno del enclosure, que se percibe claramente a partir de las décadas
iniciales del siglo XVII. Cuando en 1656, Edward Whalley, gobernador
de cinco condados de los Midlands, presentó ante la Cámara de los Co­
munes el último proyecto anti-endosure de que se tiene noticia, obtuvo
un rotundo rechazo por parte de los parlamentarios. Así concluyéronlos
intentos del estadojcent-ralizado-por.jdetener las transformaciones en los
regímenes de propiedad y en la o^anización del jispacio agrícola. Cuan­
do el Parlamento volvió a ocuparse del tema, a mediados del siglo XVIII,
fue para impulsar en forma decidida las transformaciones demandadas
por el capitalismo agrario. La suerte de la comunidad campesina, del
sistema de campos abiertos y de la propiedad colectiva, estaba, para en­
tonces, definitivamente sellada.

4- El ocaso de una era: los e n c lo s u re s parlamentarios durante


los siglos XVIII y XIX

Los cercamientos o enclosures del sigloJXVIll eran, mayoritariamente,


leyes o actas del Párlamento7cu)^> título genérico sintetizaba con claridad
su contenido: Ley prescribiendo la división, la repartición y el cercamiento de los
campos, praderas y pasturas ahiertas y comunes, y de las tierras bcddíasy comunes,
situadas en la pazr-oquüuk^”. La práctica, sindicada como una dé las prin­
cipales responsables de la decadencia del campesinado de subsistencia, y
del avance de las relaciones sociales capitalistas en Inglaterra, Implicaba
el reordenam Lento general de la propiedad territorial en. un -área .deter­
minada. Del encabezado de esta clase de leyes-se^ desprendg. claramente
que ninguna porción del terruño campesino, ager o saltus, escapaba de la
revolucionaria transformación. ^
La progresión numérica de las actas de cercamientoóxidlca yna~.evolu­
ció nlenta, aunque sostenida. En ios doce años del reinado de Ana Es-
tuardo (1702-1714), sólo se detectan tres actas de enclosures aprobadas
por el Parlamento. De 1714 a 1720, una por año. En la década de 1720 se
votaron en total 33 actas. De 1730 a 1739, 35. De 1740 a. 1749, 38. La
mitad del siglo señaló un cambio en el patrón cuantitativo. De 1750 a

180
S e g u n d a Parte. R evo lución

1759 los legisladores impulsaron 156 leyes, 424 en la década de 1760, y


642 en la de 1770. Entre 1780 y 1789 se percibe una declinación pasaje­
ra: se votan tan sólo 287 actas. Pero los números de la última década la
colocan en el segundo lugar en la centuria, con 506 leyes. El récord, sin
embargo, se lo lleva el período 1800-1810: el Parlamento votó 906 actas
de enclosures.
Durante el siglo X V lll no estuvieron ausentes los cercamientos impul­
sados pór acuerdos entre propietarios, por redenciones amistosas, por la
finalización de contratos de arrendamiento o por unidad de posesión,
pero se hallaban en franca minoría frente al más rápido y eficaz procedi­
miento de las leyes parlamentarias.
En el siglo XVI, el objetivo principal de los cercamientos parecía ser
la reversión de campos para la cria de ovinos, característica que explica el
despoblamiento del que se los sindicaba responsables. En el siglo XVIIL
en cambio, el sentido de Tos enclosures eraja aplicacióo.¿£^ias adelantos
técnicos y agrohÓmicos que supuestamente posibilitaban el incremento
re vo 1uc io nar i o d e j a p r o duc tivi dad_'agrícola, para lo cual el régimen de
campos abiertos y las formas de propiedad colectiva parecían resultar
una valla infranqueable. El discurso de los enemigos del open-field, que
parecieron ganar el combate ideológico en la prensa escrita y ante la
opinión pública, sostenía que las parcelas dispersas por el ager estaban
mal cultivadas. A pesar del barbecho, que las comunidades campesinas
respetaban religiosamente, las tierras de labranza estaban agotadas a cau­
sa de la monótona alternancia de las mismas cosechas. Las hierbas noci-
vas invadían las praderas colectivas en el saltus. Los sistemas fijos de rota­
ción podían resultar apropiados para cierta sección del término parro­
quial, pero no para otras. La promiscuidad dentro del prado colectivo
favorecía la diseminación de epidemias y enfermedades del ganado. Re­
sultaba imposible introducir los nuevos cultivos forrajeros (alfalfa, tré­
bol), sin la aprobación de la comunidad. Derechos comunales, como el
espigueo o el common of shack,90 tomaban imposible la libre determina­
ción del momento de la siembra y la cosecha en las propias parcelas
individuales. Muchas de las sugerencias realizadas por los grandes agró­
nomos, como Jethro Tull, resultaban imposible de aplicar en las estrechas
franjas, dispersas por toda la parroquia!'Aunque los especialistas moder­
nos han procurado relativizar la relación entre los enclosures y el incre­
mento de la productividad, sosteniendo incluso la viabilidad de una vía

90 En España, derrota de mieses. Cfr. la sección segunda del capítulo 5.


C a p ítu lo 6 . L a v ía in g le s a h a c ia e l c a p it a lis m o a g r a r io (I)

farm er hacia el capitalismo agrario, y aunque el análisis de las regulacio­


nes que ordenaban el usufructo de los comunales demuestra que muchas
de las afirmaciones de los partidarios de los cercamientos eran falsas,91 lo
cierto es que la visión del open-field co m q _ paradigma del atraso rural se
tomQ hegem ón^^rr4aJjiglaierra -J e jo s Hannover~~
En la sección anterior hemos adelantado una de las grandes diferen­
cias entre los cercamientos de los siglos XVI y XVIII. Mientras que los
primeros fueron combatidos por el estado central, los segundos fueron
impulsados por los legisladores y los ministros de la corona. Perq la ac­
ción legislativa no se ponia en movimiento en forma espontánea. Era
necesario que un grupo d e^ ro píe taños"de^a parroquia tomara la inicia­
tiva , e í ñ ^ í s a r i er¿ércamiento general de todas las tierras, individuales
y colectivas, de un determinado paraje rural. Los interesados debjarrpre-
sentar ante el Parlamento un petitorio, solicitando la aprobación de un
acta de enclosure. Contrataban para ello a un gestor, un letrado encarga'do
de encauzar el procedimiento desde el punto de vista legal. Los impulso­
res de la abolición del open-field convocaban luego a una asamblea gene­
ral de todos los parroquianos. Pero los procedimientos administrativos
establecidos por el estado privilegiaban la figura del propietario frente*a la
del vecino. La decisión de la asamblea no era tomada,por simple mayo.ría
de votos. Para que el pedido de cercamiento prosperara, .el .Parlamento
tan sólo requería que To^fírmantes del petitorio reunieran Jais ..cuatro
quintas partes de las tierras de la parroquia. Los poseedores dél.,quinto
restante, a menudo urfnúmero elevado de minifundistas, no tenían ar­
mas para oponerse a una decisión que no.tomaba la j^ ygjfejd ^ loslp t'o-
pietarios, sino los propietarios de la mayor parte..deL.suelo. La única
posibilidad de veto corría por cuenta del lord of the jnanorAa firma del
titular del señorío era, en cualquier caso, imprescindible para cjue el
pedido de enclosure prosperara. En Quainton, condado de Buckingham,
se contaban 34 propietarios en 1801, de los cuales sólo 8 impulsaron el
cercamiento general de la parroquia. Esta minoría de vecinos, sin embar­
go, poseía cuatro veces más riqueza que los 22 commoners opuestos al
emprendimiento.92 Desde el punto de vista del impuesto territorial, las
diferencias parecen aún mayores: mientras que los ocho propulsores pa­
gaban al fisco una media anual de 25 libras con 8 chelines, cada uno de
los 22 opositores aportaban un promedio de 1 libra con 16 chelines. En
Quainton, como en la mayor parte de las comunidades rurales inglesas,

91 Cfr. capitulo 5, sección tercera.


91 Cuatro propietarios se abstuvieron durante la votación.

*82
Segunda Parte. R evolución

el cercamiento general prosperó, decidido por una impactante minoría:


8 propietarios sobre un total de 34. En algunos casos, los historiadores
han hallado peticiones firmadas únicamente por dos o tres nombres. Las
hay, incluso, firmadas por uno solo: para el enclosure de Westcote, en el
condado de Buckingham, bastó la firma del duque de Marlborough. Allí
donde faltaban unos pocos acres para reunir la representación del 80%
del suelo, los pequeños productores debían enfrentar la presión insosla­
yable de los potentados, muchos de ellos a cargo del gobierno local.
Resultaba difícil, en efecto, escapar a la intimidación de la gentry, d e to s
ieñóres o de los agentes de la iglesia estatal, cuando en ocasiones ellos
nismos controlaban los tribunales señoriales, ejercían el poder de poli-
:ía o presidían los juzgados de paz. N o es de extrañar, entonces, que
nuchos vecinos denunciaran .haber .firmado bajo amenaza el pedido de
cercamiento presentado ante el Parlamento.
El trámite parlamenUÓojcqrnenzaba.unavez que el petitorio reunía el
número de firmas necesarias. El procedimiento, era en extremo costoso.
Los legisladores exigían el pago de ciertos derechos por la votación de
esta clase de documentos; al que había que sumar los honorarios de los
abogados y el envío a Londres de los testigos requeridos por la comisión
del Parlamento. En el Palacio de Westminster no se hallaban grandes
obstáculos. En sus escaños estaban sentados, precisamente, los represen­
tantes de la gran propiedad: los aristócratas con título, en la Cámara de
los Lores; la gentry, en la Cámara de los Comunes. Quedaban lejos aún
los tiempos de la reforma política, que a partir de la década de 1830
buscaría modificar la sobre-representación parlamentaria de que disfru­
taba la Inglaterra rural. Sólo existían posibilidades de que el procedi­
miento se frenara, si la oposición provenía de algún representante de la
élite local (como ocurría en ocasiones con los párrocos, quienes temían
que el cercamiento redujera sus ingresos en concepto de diezmos); o
cuando la quinta parte del suelo parroquial, no representada en el peti­
torio, pertenecía a un único individuo.
Una vez que el Parlamento votaba el acta de enclasuret~comenzaba la
tarea más delicada*. ía ejecución dé' la "norma iri.situ. Los agentes d e la ta ­
do se hacían pre^ntes en^j_ terruño, medían las parcelas, estimaban las
rentas, calculaban el valor de los derechos comunales anexos. El objetivo
era la división de todo d_ténnin£_de-Ia aldea,. open~field y commpnlands\ ex\
porciones"equivalentes a las que los propietarios poseían antes de la reor­
ganización territorial. En todos los casos, debían calcularsei-tambiérí las
compensaciones, no sólo por Ja posible disminución enjdjQúgier'q, de
acres, sino, sobre todo, por la desaparición de los bienes, de usufructo
Capítulo 6 . La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (I)

colectivo. Finalmente, habla que levantarlos cercados, dirigir el trazado


de una nueva red interna descaminos, y reorganizar las vías de drenaje.
Se trataba, en síntesis, de una verdadera revolución, que no sólo impac­
taba en la organización del espacio, sino en la economía, las relaciones
sociales y la cultura de la comunidad campesina. Aunque buscaban res­
petar los anteriores derechos de los propietarios, los agentes del estado
repartían eL suelo de- una manera radicalmente nueva, imponían un pa­
radigma difícilmente traducible al lenguaje y a los códigos de la aldea de
campos abiertos.
La función de hacer efectivo el cercamiento general de una aldea co­
rrespondía a un grupo de comisarios, entre tres y siete según la extensión
del terruño. Verdaderos dictadores en el ámbito local, estos ejecutores de
la ley parlamentaria gozaban de poderes limitados en todo lo concer­
niente a la reorganización territorial. Durante mucho tiempo, incluso,
sus decisiones no pudieron apelarse ante.instancias administrativas su­
periores. Sus poderes dependían del Parlamento, pues sus designaciones
figuraban en la misma acta de enclosure. Nadie ignoraba, sin embargo,
que los legisladores consultaban a lps propulsores del. etnprendimiento,
quienes sugerían los nómbremele los^princjpales candidatos al cargo. Tras
varias décadas de abusos, una ley de 1801 prohibió que el señor del
manor, sus arrendatarios, servidores o parientes, ejercieran el cargo^ de
comisario; igual limitación corría para_cualquier_ propietario^qugjy viera
algún derecho sobre las tierras sometidas a cercamiento.
f/ El mecanismo estaba diseñado« de tal. manera que .resultahaámposible
para los pequeños y medianos productores impedir que los comisarios
reservaran las mejores tierras de la parroquia para los grandes propieta-
/ rios. Debían aceptar el nuevo bloque .compacto de tierra que se les asig­
naba, aun cuando creyeran que no era equivalente aLconjunto-de-parce­
las dispersas que poseían bajo el régimen anterior. PeroJa catástrofe ma­
yor la ocasionaba la desaparición de toda Jorrea de^propiedadcolectiva.
Aun cuando el saltus se subdividía, y cada propietario recibía un número
de acres superior al que poseía antes .del enclosure, el cálculo se realizaba
sobre la cuota de animales que cada uno tenía derecho a introducir en el
prado comunal: quienes más animales tenían, más hectáreas extras reci­
bían. Por otra parte, ninguna extensión de tierra lograba compensar la
catastrófica perdida de los recursos provistos por las tierras baldías.93
El enclosure producía otros perjuicios coyuhturales7 aunquelTo por
ello menos importantes. Al margen de los gastos administrativos, el cer-

93 Cfr. capítulo cinco, sección tres.

184
Segunda Parte. R evo lución

camiento general era un procedimiento muy oneroso. Rodear de cercas y


setos las nuevas propiedades compactas, implicaba un importame costo
en materia prima y en mano de obra. Cada propietario, en forma propor­
cional al número de acres que poseía, debía contribuir con los gastos
generales del enclosure , que en promedio rondaban las 2.000 libras. Los
minifundistas salían del proceso, endeudados, o con su capital fijo dra­
máticamente reducido.
Más serio era el caso_de Jos cottagers sin parcelas, aquellos que sólo
posejan una casa_y-un huerto en la aldea. Durante el régimen de campos
abiertos, compensaban su falta de parcelas en el ager con los recursos que
obtenían en los comunales. Lajiquidación de éstos últimos los condena­
ba a ja miseria. Pero más. grave aún^ra el casp de los squatters, los intru­
sos que vivían precariamente en el saltus , tolerados por el resto de la
comunidad. Privados de todo derecho, su status de ocupantes d efa cto les
cerraba cualquier posibilidad d e compensación. La proletarización ple­
na e inmediata era, en su caso, la única consecuencia posible.
Pero la revolución e r w J x fl^ P 0 no. terminaba con la ejecución del
enclosure .general. Debilitados ante las fuerzas del mercado, desorientados
poTIa alteración radical de su modo de vida tradicional, los pequeños y
medianos' propietarios caían víctimas d e u n proceso de acaparamiento
territorial, posterior ^ la liquidación del régimen de .campos abiertos.
Indefectiblemente, casi en todas partes, los enclosures generales traían
aparejado un aumento inmediato del número de operaciones inmobilia­
rias en la parroquia. Tentados por las ofertas de compra que les realizan
los grandes terratenientes, atemorizados por la desaparición de los dere­
chos comunales, incapaces de aplicar las nuevas tecnologías por razones
de escala, los pequemos propietarios vendían sus propiedades en forma
magjya^El aumento sideral en las rentás7^ür sü~paírte, tornaba invTablela
posibilidad de incrementar el tamaño de sus pequeñas explotaciones por
medio del arrendamiento. Una vez más, enclosures y engrossing eran dos
fenómenos que se daban juntos. Claro que ahora, a diferencia d é lo que
ocurría en d siglo XVI, el acaparamiento no era-tanin lina precondition
cuanto una consecuencia de los. afeamientos. Esta expulsión del cam­
pesinado de subsistencia por medio de los invisibles mecanismos del
mercado, a través de una lógica económica sutil e implacable, constituye
la consecuencia esencial de la abolición del régimen de open-fields. Los
mecanismos coercitivos, la fuerza del estado y la violencia de la ley se
limitaban a la fase de aprobación y ejecución del acta de enclosure. El
engrossing y la expropiación final, sin embargo, tenían lugar gracias a una
multitud sigilosa de transacciones privadas, cotidianas, convenidas sin

185
Capítulo 6 . La via inglesa hacia el capitalismo agrario (I )

ruido alguno, que ocurrían sin que el Parlamento o institución alguna


del estado intervinieran en ferma.directa. En la arena de los intercambios
se consumaba él objetivo último de las transformacionesen el régimen de
propiedad soñadas por los agentes del capitalismo agrario y por sus re­
presentantes parlamentarios. Así, en medio siglo, desaparecieron en el
campo inglés varias decenas de miles de fincas.
Como John Wedge afirmaba, en A general view of agriculture in the county
Warwick (1794) i94 “Hace cuarenta años el sur y el este del condado
\ estaban casi enteramente cubiertos de open-fields. Hoy están divididos y
.cercados. En dondequiera que se ha operado el endpsure se han consti­
tuido fincas mucho más extensas que antes” Expulsados por una luci-
ferina combinación de artilugios legales y estrategias econ óS casp tíu -
chos commoners y campesinos terminaron en ías grandes ciudades, en
Éirmingham, en Coventry, en Manchester, en Liverpool, en Londres, trans-
,/formados en la mano de obra que reclamaban las fábricas del naciente
/ capitalismo industrial, convertidos en los consumidores que demanda-
/ ban ios mercados de la insaciable economía moderna.

941Ina visión general sobre la agricultura en el condado de Warwick.


95 Citado por Paul Mantoux (Cfr. bibliografía al final del presente capítulo).
Segunda Pane. Revolución

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••
Capítulo 7
La vía inglesa hacia el capitalismo
agrario (II):
la revolución agrícola y las transformaciones en las
técnicas de producción

1- Las falsas profecías del señor King

Las transformacign_es^eiLla_pmpieda¿de Ja Jierta_ no fueron el único


componente de la vía inglesa hacia el capitalismo agrario. Junto con este
proceso social y político, la modernización capitalista requirió en Ingla­
terra un segundo campo de transformaciones revolucionarias: los avan­
ces en las técnicas* de producción agrícola. Junto con los enclosures, el
sistema Norfolk sintetiza el conjunto de cambios cualitativos característi­
cos de la vía clásica hacia el capitalismo agrario.
Estas transformaciones técnicas y económicas no fueron menos pro­
fundas que la liquidación deT o^op^ñ^fíeldsó~qüeTa abolición de los
bienes comunales. De hecho, la evolución de las cifras relativas al creci­
miento demográfico y a la producción dé alimentos revelan que el térmi­
no agricultural revolution, introducido en el debate historiográfico en tiem­
pos de R, N.Tawney, no resulta en nada inapropiado
Entre los muchos cálculos realizados por Gregory King a finales del
siglo XVII, llaman la atención sus estimaciones sobre el crecimiento de­
mográfico futuro de Inglaterra/ El país, que en 1700 contaba con 5.5
millones de habitantes, alcanzaría los 6.42 millones en 1800, y los 7.35
millones en 1900. El pronóstico de máxima tendría lugar en el año 3.500,
y rondaría los 11 millones de personas. Pero la realidad superó con cre­
ces estos pronósticos. En 1801, Inglaterra contaba ya con 8.66 millones
de habitantes, y en 1900 alcanzaba los 30 millones. Por su parte, la cifra
máxima proyectada por Gregory King se alcanzó en 1820, mucho antes
del siglo XXXVI imaginado por sus cálculos.

19 1
Capítulo 7. La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (II)

Las cifras de Ring resultaron incorrectas porgue Inglaterra produjo


una transformación-en-eLvoUimerrde la ^Todntóén-de-alimentos. que
permitió alcanzar niveles de crecimiento demográfico inéditos. Entre 1500
y 1720, el número de habitantes creció de 3 a 5.5 millones. Pero a partir
de la década de 1730, la población comenzó a crecer a un ritmo sin
precedentes, que continuó durante todo el siglo XIX, alcanzándose los
8.7 millones en 1800, y los 16.7 millones en 1850.
La comparación entre la evolución de los precios y el crecimiento
demográfico refuerza la existencia de una ruptura cualitativa hacia fina­
les del siglo XVIII. Durante toda la era pre-industrial, los precios de los
alimentos acompañaron el crecimiento de la población. Si para el año
1500 otorgamos al precio del trigo un valor índice de 22, veremos que
trepa a 57 en 1550, y a 95 en 1600. La inflación renacentista duplicaba
los precios cada medio siglo. Para 1650, el índice alcanzaba un valor de
147; y durante los siguientes 120 años, se mantuvo en un rango que
osciló entre 97 y 133. A partir de 1770 comenzó a crecer nuevamente, al
socaire del crecimiento demográfico, y en 1812 trepó a 399. Pero a partir
de este pico, los precios comenzaron a caer, aun cuando el aumento de
población ya no se detuvo (se mantuvo por encima del 1% anual du­
rante todo el siglo XIX). En síntesis, entre 1540 y 1780 se percibe una
correlación -positiva entre4os~aumentos de población_y las subas de
precios, Pero tras el período de 25 años abierto en 1781, la correla­
ción desaparece! La simple alteración estadística sugiere que una im ­
portante transformación en la provisión de alimentos había tenido
lugar en Inglaterra.
Existen dos_vías posiblespara explicar este revolucionario incre­
mento de la producción agrícola: un crecimiento de orden cuantitati­
vo, sos te n i do^póT la ^éx te ns ió n dejausu pe rficiecu íti vad a f ¿ b ie n ,“ ün
crecimiento cualitativo "sostenido por un incremento en la producti­
vidad deJaTiérra. La evidencia histórica permite ~descartar~rápida-
mente la incidencia de la primera de las vías mencionadas. Durante
el Renacimiento, Inglaterra alcanza el lím ite máximo de las tierras
aptas para cultivo. Poca tierra nueva quedaba disponible para media­
dos del siglo XVI, cuando al menos dos tercios de la tierra actualmen­
te cultivada ya lo estaba por entonces. Por el contrarío, el rendimien­
to de los cultivos de trigo se incrementó 12 veces entre 1500 y la
actualidad. El aumento en la productividad propiciada por las trans­
formaciones en las técnicas de producción, ofrece, entonces, una ex­
plicación más plausible para el revolucionario incremento de la pro­
ducción de alimentos.

192
Segunda Parte. R evolucjón

2- Las transformaciones en las técnicas de producción


agrícola

Los principales factores .que sustentaron la revolucionaria transforma­


ción de la producción agrícoj^jnglesa fueron los siguientes;ill_las’Tñver^
siones de capital, (11) la liquidación del barbecho, (111) la introducción
de cultivoTforrajeros, (IV ) la difusión de nuevoscultivos, alimenticios,
(V ) la -es^cTáfización regional .
(I) El papel de la iriversióh de capital se percibe claramente en la recu­
peración de las^malísrnas7 pám áñ^ ~y terrenos poco aptos para el
cultivo, que permitieron extender la superficie cultivada hasta su
límite máximo. Las fenland areas de comienzos del siglo XVII se ha­
blan transformado para mediados del siglo X V lli en algunas de las
tierras cultivadas más fértiles del país. Estos logros espectaculares
requerían importantes inversiones de capital, puesto que el Srenaje^
era un proceso permanente, sin el cual las tierras tendían nueva­
mente a hundirse. Hasta comienzos del siglo XIX, las técnicas de
bombeo se basaban en la energía hidráulica. A partir de la década
de 1820, comenzaron a emplearse bombas impulsadas a vapor. Es­
tas transformaciones afectaron cerca del 6% del suelo de Inglaterra y
de Gales, y permitieron extender la superficie cultivada en un 10%.
La reducción de las áreas boscosas fue menos espectacular, porque
desde finales del siglo XVÍÍ la corona implementó severos planes de
reforestación. De todas formas, las estimaciones sugieren que si en
1350 el 10% de Inglaterra eran bosques, en 1850 la cifra se redujo a
un 5%. El tercer tipo de tierra que la inversión tecnológica permitía
incorporar al sistema productivo eran los páramos. En estos casos,
los resultados podían ser impactantes. Para 1840, muchos antiguos
páramos eran regiones con sistemas de cultivo hiper-intensivos, pues
los reclamos de esta clase de terrenós iban por lo general asociados
con la introducción de nuevos cultivos y rotaciones.
Es difícil calcular el total de tierra virgen -pantanos, bosques, pára­
m os- incorporada al sistema productivo como consecuencia del
fuerte proceso de inversión de capitales. A finales del siglo XVII,
Gregory King estimaba que un cuarto del suelo del país era tierra
^baldía* Se trataba del mismo'porcentaje estimado para el siglo XVI,
cuando se había alcanzado el límite de la frontera cultivable de
acuerdo con la tecnología disponible en el período. La intensidad
de los reclamos de tierra virgen se mantuvo durante todo el siglo
XVIII, por lo que el área dedicada a la agricultura y a la ganadería

*93
C a p it u lo 7. La vía inglesa hacia el capitalismo agrario ( I I )

habría aumentado en un 38%. El pico de los reclamos de tierra se


produjo durante las guerras napoleónicas, amparado en los niveles
alarmantes que los precios de los productos agrícolas alcanzaron
durante el conflicto,
(II) Hasta 1830, el principal factor limitante en la deteminación de los
rendimientos agrícolas era el-nitrógeno, que junto con el fósforo y
el potasio constituyen los tres nutrientes fundatn^t^es¿eJos vege­
tales. El barbecho era necesario, entonces, no sólo para controlar^]
crecimiento de las malas hierbas, sino para reponer_el nitrógeno del
suelo. La eliminación del barbe chorre quería la identificación de
cultivos que conservaran las reservas de,nitrógeno, y al mismo tiem­
po ahogaran a las malas hierbas. Los nabos, de rápido crecimiento,
ejemplifican claramente la clase de nuevos cultivos asociada con la
revolución agrícola moderna.
Aunque el simple barbecho permite, a raíz de la acción bacteriana,
la incorporación a la tierra de ciertas cantidades de nitrógeno pre­
sentes en la atmósfera, facilita también la perdida de nitratos -que
son splubles en agua- a causa de las filtraciones. Por el contrario,
los vegetales con grandes hojas, como los nabos, provocan que la
mayor perdida de agua se produzca a través de la transpiración y no
por vía del drenaje, facilitando entonces una mayor conservación de
nitrógeno. Al mismo tiempo, si las plantaciones de nabos se empleaban
también para la alimentación del ganado jn.sifu, la regeneración del
nitrógeno del suelo alcanzaba aún mayores grados de eficiencia.
Junto con los natíos. eLtrébol fue otrajie-Aasxultivos-que^ermitió
el abandono de.la-práctica-del~barbecho: El trébol fija más nitróge­
no que las legumbres tradicionales, y pueden permanecer en la tie­
rra por más tiempo. Los.especialistas estiman que la introducción
del trébol aumentó en un 60% la provisión de nitrógeno en el norte
de Europa. En 1871, el trébol ocupaba el 26% de la superficie cul­
tivada en la región.
La combinación de los nuevos cultivos produjo resultados sorpren­
dentes. Gregory King estima que el suelo en barbecho, en la Inglate­
rra de la década de 1690, abarcaba el 20% de la tierra cultivable. El
retroceso del barbecho se aceleró a partir de 1800. En 1812, abarca­
ba el 12% del suelo; en 1871, sólo el 4%.
(III) Cultivos como el nabo eran importantes para la eliminación del
barbecho, pero también porque eran un tipo de forraje mucho más
rendidor que las pasturas permanentes. La introducción de estas
nuevas forrajeras permitía expandir el área cultivada a expensas de

19 4
Segunda Pane. R e v o l u c ió n

los pastos. Los especialistas estiman que los nabos proporcionan un


70% más_de_almidc^n ,)L.unA 0%-más de prqteínaspqr acrejque los
pastos convencionales. El trébol aporta un 20% más de almidón y
un 80% más de proteínas. ...........
En la Inglaterra del siglo XVI, el nabo se cultivaba en huertas para
consumo humano. En las décadaífde 1620 y 1630, algunas~granjas
ya lo cultivaban como forráJ¿7 áunqüeT su número era todavía muy
reducido: menos del 1% en el condado de Norfolk. Para 1720, sin
embargo, cerca del 50% de los granjeros sembraban nabos, y a me­
diados del siglo X V lll se transformaron en parte sustancial del nue­
vo sistema de rotación de cultivos. Hacia l 740, Jos xiabqs ocupaban
el 8% de la superficie sembrada_del condado; y en la segunda mitad
del siglo, comenzaron a producir irnpacto en el.yolumen-de .la-pro-
ducción agrícola y en la productividad de la tierra. En la década de
1830, los nabos cubrían el 15% del suelo de Norfolk, y el nombre
del condado quedaría asociado para siempre con la rotación de
cultivos paradigmática de la revolución agrícola.
(IV ) Los cambios en la combinación de cultivos alimenticios podían pro­
vocar úri íricremento ^ r a productividad de la tierra, cuando espe­
cies de bajo rendimiento eralT^m plazadS^por otras de alto rendi­
miento. En este sentido, dos importantes cambios sufridos por la
agricultura inglesa f u e r o n _ l C d e c t a ^ ^ i ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ - l a áiít^ión
de 1a papa. Introducida tras el descubrimiento de América, la ^ a j^
fue una curiosidad durante todo el siglo XVII, aunque en sus aerea­
das finales se la cultivaba extensamente en los condados del noroes­
te, como alimento para los pobres. Pero el mayor desarrollo de la
papa tuvo lugar durante el siglo XVIIi: en 1801, cubría el 2% de la
tierra cultivable del reino; aunque en determinadas parroquias, como
en los distritos mineros de Cornwall, podía trepar al 25%. La im­
portancia de estos cambios reside en el hecho de que un acre de
papas provee dos veces y media más de calorías que un acre de
trigo. ^
El reemplazo del centeno por e l^ rig y implicaba que los suelos su­
frían una mejora, y que la producción de calorías por acre aumen­
taba. Indica también una mayor penetración del factor’ mercado,
porque el trigo era un cereal comercializable (en tanto que el cente­
no cubría esencialmente las necesidades del autoconsumo).
(V ) La especialización regional posee grandes ventajas porgue, al ads­
cribir a cada región los cultivos más apropiados para la calidad del
suelo, aumenta el volumen global del producto agrícola. Los demó-

195
Capítulo 7. La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (11)

grafos históricos sostienen que el predominio de la celebración de


matrimonios en otoño, luego de la cosecha y antes del inicio del
nuevo año agrícola, indica el predominio de la agricultura en una
determinada región. Un pico de casamientos en primavera, por el
contrario, tras la época de parición y la celebración de las ferias de
ganado, señala el predominio de la industria pecuaria. Entre 1561
y 1640, ambos patrones se hallan dispersos y entremezclados por
toda Inglaterra. Pero entre 1661 y 1740, se detecta claramente la
emergencia de patrones regionales distintivos en el reino, con la
consolidación de un_oestegan adero y de un oriente agrícola. Para
m e jiia d o s .d fl4 ¿ Q ÍM lL ÍÍ^roceso dre^crtgfea'dóTTT^gTonal había
alcanzado una fase plena de desarrollo.

3- La cuadratura del círculo: el sistema Norfolk y la rotación


cuatrienal

En el apartado anterior hemos considerado por separado los diversos


factores que contribuyeron a. provocar una transformación revoluciona­
ria en las técnicas de producción agrícola en Inglaterra. Pero cuando
estos cambios fueron introducidos en conjunto, cuando se transforma­
ron en un sistema de cultivo radicalmente nuevo, los resultados llegaron'
.JLSer espectaculares. ^ -------— -------- -----------------
"'T^Así ocurría con el Sistema-de agricukuraxonyertib^ que suponía la
eliminación de ja.dislincion.permanente entre^pasturas y campos de cul-'
tivo. Las tierras de labranza iban rotando por toda la superficie de la
granja. Las praderas eran transformadas, por varios_años, en campos
de cultivo, y luego revertían a su condidájruori plazo
de veinte años, tiempo ideal estimado para la recuperación plena de
la provisión de nitrógeno. Pero el sistema no carecía de inconvenien­
tes. Las dramáticas ganancias en el síocíTHé'mtrógeno^cumulado per­
mitían lograr resultados notables en el corto plazo, pero quedaban
sujetas a un irremediable proceso de agotamiento en el mediano pía- •
zo. La agricultura convertible tuvo su mayor auge-entre 1590 y 1660,
y puede concebirse, entonces, como una estrategia tendiente a la uti­
lización- de-reservas' de nitrógeno acumuladas durante años, pánf la
obtención de beneficios de corto plazo. Cuando las reservas de nu­
trientes daban las primeras señales de agotamiento, los rendimientos
comenzaban a decrecer en forma irremediable. Desde finales del siglo
XVII se percibe, pues, un retroceso en el empleo del sistema de agri­
cultura convertible.

196
Segunda Parte. R ev o lu ció n

La prmcipaLinnovación_en_jos sistemas de cultivo fnp, entonces, la


¿rotación cuatrienalo sistemaNÍoriQlkj cuyo nombre sintetiza las transfor­
maciones eñ lás técnicas de producción tanto comQJos endosares. _resu~
men las transformacjon^jen el derecho de-propiedad. El sistema Norfo­
lk terminó_siendo. la mejor fo m ^ d e integración de la agricultura con la
ganadería. En lugar del barbecho, los cereales s ^ á lt ^ ñ ^ ír c o n plantas
forrajeras,- comq el jré b o l X ios nabos, por lo que eí incremento en la
superficie cultivada se complementaba con una mayor provisión de .ni­
trógeno, un mejor control dejas hierbas n^ívás^ y u m reducción de
incidencia de pestes y enfermedades.
Los especialistas han aportado pruebas convincentes, que permiten
sostener que la rotación cuatrienal habría sido, de hecho, la responsable
de los extraordinarios cambios producidos en la productividad del suelo
y en los volúmenes de la producción agricolo-ganadera. Las diferencias
en las cifras resultan contundentes. Comparemos, por ejemplo, tres mo­
delos ideales de granja.
• El primero de ellos, bajo un régimen tradicional de rotación trienal,
mantiene el 40% de su superficie como,pastura permanente; y divide
el 60% restante en tres hojas equivalentes, dedicadas al trigo (20%), a
la avena (20%) y al barbecho (20%).
• El segundo modelo, supone una introducción acotada del régimen
cuatrienal Ün 40%. de. la. superficie de la granja se mantiene como
pastura permanente, y en el 60% restante se aplica el sistema Norfolk,
con cuatro campos equivalentes dedicados ai trigo, a los nabos, a la
cebada y al trébol (15% del suelo para cada uno).
• En el tercer modelo, el sistema Norfolk se aplica plenamente, y la
superficie de la granja se halla dividida en cüatro’ campos -trigo, na­
bos, cebada y trébol-, que ocupan un 25% del suelo cada uno.

Como observamos en el siguiente cuadro, las diferencias entre los


volúmenes de producción de granos en los dos modelos extremos, las
rotaciones trienal y cuatrienal, son revolucionarias: 460 bushels contra
800, respectivamente.96 Losj/olúm gn££_i^cüc^^ se duplican, sin
alterar la superficie de l a granja. La producción ganadera, por su parte,
aun cuando crece más en el segundo jijo d elo (a raíz del 40% del suelo
conservado como pradera permanente), se incrementa también en forma
notable en el tercero. Si sumamos la producción agrícola y ganadera, el

96 El bushel equivale a 36,5 litros, aproximadamente.

%S7
Capítulo 7. La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (II)

sistema Norfolk es el modelo que genera los volúmenes de producción


más altos.
En el paso del sistema A al sistema B, el área sembrada con grano se
reduce en un 25%,97 pero los rendimientos del grano se duplican. El
dramático incremento de los rendimientos compensaba con creces la re­
ducción del área cultivada, por lo que el volumen final de la producción
de granos aumentaba de todos modos. De la misma manera, si una granja
del tipo B se transformaba en una finca del tipo C, los rendimientos
comenzaban a decaer, pero el volumen de la producción crecía por el
aumento de la superficie sembrada con cereales. Por esta serie de com^
pensaciones, el sistema Norfolk terminaba siendo el sistema de cultivo
más eficaz.
Era poco probable que a comienzos del siglo XVIII se produjera un
cambio radical del sistema A al sistema C. El reemplazo de las pasturas
permanentes por los sembradíos de trébol y nabos implicaba riesgos im­
portantes. En el corto plazo, la introducción de nuevas técnicas de culti­
vo conllevaba cierta posibilidad de fracaso, hasta tanto los productores se
habituaran a los nuevos regímenes.

Rendimientos comparados en tres sistemas de cultivo

Rendimientos Producción Producción Producción


Modelo
oagrícolas de granos ganadera total
de granja
(bushels/acre) (bushels) (bushels) (bushels)
A 11,5 460 400 860
B 21,4 642 950 1492
C 16 800 750 1550

Fuente: Mark Ovcrton, Agricultural Revolution in Eng/and. The Transformation ojthe agrarian
economy 1500-1850, Cambridge, Cambridge University Press, 1998.

Resulta difícil determinar con precisión la aparición exacta del siste­


ma cuatrienal. Algunas menciones tempranas, de las décadas de 1730 y
1740, dan cuenta de la implementación del sistema en un par de granjas
pioneras de Norfolk. Pero aunque hacia 1750 el trébol y los nabos se
cultivaban por todo el condado, su proporción respecto del cultivo de

97 De un 40 a un 30% del suelo cultivado.

198
Segunda Parte. R evolución

granos todavía era reducida. El sistema.^cuatrieoalncLse..consolidó plena­


mente hasta después de 1800, y su plena difusión^ debe situarse en la
primera mitad del ^loTC pcrÉ s precisamente'entonces
be un crecimiento sin precedentes dgJL.producto, agrícola nacional^y un
aumento revolucionario en la productividad del suelo.98 En la década~de
1830,Jos cuatro cultivos se repartían, con exactitud aritmética, el 25%
~3el área sembrada en el condado de Norfolk. Las proporciones podían
ser menos perfectas en otros condados ingleses. Pero de todas formas, la
evidencia sugiere que el sistema se había transform ado en eLrégimen
agrícola prevaleciente en gran parte del país.99
El sistema Norfolk permitió un impactante aumento de la produc­
ción, tanto en la agricultura como en la ganadería. De hecho, el carácter
revolucionario del nuevo, sistema de cultivo residía, precisam ente^n
que dicho óptimo de producción se alcanzaba con un incremento en el
cultivo de cereales superior al que cualquier otro régimen previo había
podido tolerar. El elemento clave estuvo en la habilidad del sistema cua-
trienal para sojio ^ j i j j ^ j i L a v o r densidad de ganado, a ljmjsmolT^m]^ ;
que extendía, en fóriñá simultáneavla’ s u g e r lH F a í^ ^ d a con cereales.
La rotación cuatrienal resolvía, así, un problema que paraTos"anteriores
regímenes de cultivo había equivalido poco menos que a la resolución de
la cuadratura del círculo. Bajo la rotación trienal, la mejora en los rendi­
mientos agrícolas requería necesariamente un aumento en la provisión
de abono, que se conseguía expandiendo las pasturas a costa de la super­
ficie cultivada. En consecuencia, la reducción del área sembrada termi­
naba por neutralizar los incrementos en el volumen de producción gene­
rados por los mayores rendimientos del cereal. Una irremediable maldi­
ción impedía incrementar en forma simultánea las producciones agrícola
y ganadera. El reemplazo del barbecho con cultivos forrajeros, pieza cla-

96 El período 1800-1810 asiste, también, a la mayor cantidad de actas de enclosure votadas


en una sola década por el Parlamento. Los cercamíentos aprobados entre 1790 y 1810,
igualan prácticamente a la totalidad de actas votadas entre 1700 y 1790. Aún cuando no
resulte posible trazar una relación causal directa entre ambos fenómenos, resulta obvio que
los dos componentes de la vía inglesa hacia el capitalismo agrario -las transformaciones en
el derecho de propiedad y las transformaciones en el sistema productivo- aceleraban su
paso en los años finales del siglo XV11I y en las pnmeras décadas del siglo XIX.
99 Como salvedad digamos que, en la práctica, era muy difícil sembrar trébol cada cuatro
años, porque la tierra devenía clover sick. En consecuencia, el sistema Norfolk raramente
era implementado en su forma pura, año a año. La variante más usual era mantener
sembrado el campo con trébol durante uno o dos años más de lo indicado por el modelo
abstracto, antes de proceder a sembrarlo con trigo.

199
Capítulo 7. La vía inglesa hacia d capitalismo agrario (I I )

ve dentro del sistema Norfolk, introdujo la novedad esencial: sin agolar


ei suelo, la superficie cultivada con cereales pudo extenderse h ¿ta abar­
car el 50% de la tierra, al tiempo que el 50% restante, sembrado con
cultivos forrajeros, permitía alimentar in stíu rebaños más extensos, que a
su vez proveían reservas de abono más importantes. Por primera vez en la
historia, un incremento importante en los rendimientos agrícolas coinci­
día con un aumento sustancial del área cultivada. La rotación cuatrienal
había roto la situación de suma cero que caracterizaba a la agricultura
preindustrial. La economía dg_xscasezJá^crisis de mortalidad-antiguo-
rre^mentaleso.yJas .hambrunas de alcance híbüca..cedíanJugar, definiti­
vamente, a una era de abundancia~en la-produ€Gión^de alimentos.

Evolución de los sistemas de cultivo en el condado


de Norfolk (1250-1854)*

1250- 1350- 1584- 1660-


1836 1854
1349 1449 1640 1739

% de grano
19 18 29 20 48 49
Trigo
% del área
sembrada grano 87 87 87 84 49 52
(sin trébol 0 0 0' 2 25 21
incluir el nabos 0 0 0 7 24 22
barbecho)
Cabezas de ganado
(por cada 100 32 36 51 70 -
61
acres de cereal)
Rendimientos del
trigo
15 12 15 15 23 30
(bushels por acre)

* El hecho más sobresaliente lo constituye la estabilidad de los patrones de cultivo durante


más de cinco siglos, que contrasta dramáticamente con los cambios revolucionarios que
tuvieron lugar en las décadas finales bajo análisis.
Fuente: Mark Overton, Agricultural Revolution in England. The Transformation of the agrarian
economy 1500-1850, Cambridge, Cambridge University Press, 1998 (ligeramente modificado).

200
Segunda Parte. R e v o lu ció n

Entre 1700 y 1850, la producción de alimentos aumentó entre 2.5 y 3


veces. La mayor proporción se debió a las revolucionarias mejoras en la
productividad del suelo, antes que a una extensión de la superficie cul­
tivada. Por su parte, la productividad del trabajo también aumentó du­
rante el mismo período. Pero como por entonces no se registraron inno­
vaciones tecnológicas conspicuas -la maquinaría agrícola fue un fenóme­
no del siglo XIX-, la causa principal del aumento en la productividad de
la mano de obra debió surgir de los cambios jurídico-institucionales que
analizamos en el capítulo anterior: las transformaciones en el derecho de
propiedad, los enclosures, la consolidación de las parcelas y la elimina­
ción de los open-fields. Al igual que en el caso de las mejoras en la pro­
ductividad del suelo, ja vía inglesa hacia el capitalismo agrario se apoya-
ba sobre los dosj^LQcesas^m delosj^ueJ^d^^ tspe-
cífíca^^ eljé^^en.jie_prj^(^4*de-la-úer.KL,yrrQS-
cambios revolucionarios en las técnicas de producción aerícola.
....... . " . I ----------I , m r - , É), ||, r n f l --------------

201
Capitulo 7. La vía inglesa hacia el capitalismo agrario (11)

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2 ÓZ
Segunda Parte. R e v o lu c ió n

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203
Capítulo 8
La vía francesa hacia el capitalismo
agrario (I):
los fundamentos campesinos del absolutismo

1- La vía campesina hacia el capitalismo agrario

La defensa y consolidación de la propiedad campesina señala una de


las diferencias principales entre las vías inglesa y francesa hacia el capita­
lismo agrario. De los Capelos a los Borbones^ la monarquía mantuvo
siempre uqclaro interés^ p o r ir ^ F sgm glg^ de las comunidades Júrales
y por^su capacicfod jd e reproducción económica: La~fconarquía inglesa
sólo m o s tr ó m t^ é T p ^ ^ productor cuando el
despoblamiento de las áreas rurales pareció amenazar la tranquilidad del
reino. La monarquía francesa, en cambio, transformóla la propiedad cam­
pesina en algo más que^arantía de la paz social. Para los hijos de San
Luis, la_pequena propiedad rustica se convirtió en_la pieza clave del
sistema fiscal estatal. En~un principio, la monarqüIa~hálló en~su política-,
campesina una oportunidad para debilitar a las justicias señoriales y re­
construir, así, la esfera de la alta jurisdicción soberana. Pero pronto, la
aparición del impuesto direcy^. herramienta imprescindible para la_re.-
cüfStmcción del p o d e r le ! estado central, convirtió a la defensa del cen-,
síve^en condición sitie qua non para la j^producciónjnjgma^de la monar­
quía. La exenciórT fiscal concedida a la nobleza feudal por la corona,
léjos^3e fortalecer económicamente a los señores, terminó por sentar las
bases de la consolidación de la propiedad campesina en el tiempo largo.
A diferencia4&ips aristócratas ingleses, sometidos al pago de los impues­
tos territoriales, el privilegio fiscal de la nobleza gala puso un cíaro jímite
a sus posibilidades de avanzar sobre ía porción del suelo francés en ma-
nos de las cpjjuinidades campesinas. Los monarcas franceses fueron cons­
cientes de ello y, aun cuando en ocasiones abusaron de ía herramienta

205
Capítulo 8 , La vía francesa hacia el capitalismo agrario (I )

fiscal, impulsando a los campesinos a la rebelión abierta, diseñaron es­


trategias de largo plazo que consolidaron los fundamentos agrarios del
estado absolutista francés. La vía francesa hacia el capitalismo debió con­
tar con ello. En otras palabras, sí los ppen-fields y los bienes comunales
fuejpn los enemigos a vencer por los agentes del capitalismo agrario en
Inglaterra, la modernización económica en Francia requirió, en cambi°,
la liqu£dacióD^eJorseñoríor^g?~fos regiroenes feudales de propiedad,
para liberar a Jas constncciones a las que
^ b í a n estado .sometidas durantem n largo mijenio.

2- Primer acto: la justicia real o el temperamento de la reina


Blanca

A comienzos del siglo XX, Marc. Bloch descubrió un primer episodio


trascendente en la historia de las relaciones entre los campesinos y, la
monarquía francesa; El hecho ocurrió cuando San Luis participaba de la
séptima cruzada, y la reina madre, Blanca de Castilla, ejercía la regencia.
El episodio permitió fortalecer la potestad jurisdiccional de la monar­
quía frente a las justicias séñoriáles, y señala un claro antecedente de las
pretensiones tutelares sobre las comunidades campesinas que el estado
central reivindicaría en los siglos sucesivos.
Desde 1246 los siervos de 7 aldeas dependientes de los canónigos de
Notre Dame estaban en negociaciones con el capítulo catedralicio para
obtener la carta de franquicia que los libraría de las peores tachas de la
servidumbre. Las comunidades ofrecían globalmente 10.000 libras por
su manumisión, más 2.000 extras por la supresión de las tallas señoriales
arbitrarias. Pero las negociaciones fracasaron por una divergencia sobre
el pago del diezmo, que los canónigos percibían en tanto curas primiti­
vos.
Cinco años después, los siervos de Orly -una de las siete aldeas- se
negaron a pagar una taille seño nal que los canónigos déla, catedral pre­
tendieron imponerles. Aunque el nuevo tributo no afectaba a los habi­
tantes jurídicamente libres dentro del señorío, los pobladoresde.’ ías^res-
tantes seis aldeas vecinas apoyaron la resistencia de los vecinos de Orly.
En poco tiempo, 2.000campesjnos formaron una liga en contra del capí­
tulo catedralicio, titular colectivo del señorío que los oprimía.
Más reticentes que los señores laicos para eLotorgamiento de las cartas
de franquicia, los clérigos respondieron con violencia, y aprisionaron a
los cabecillas de la revuelta. Pero un episodio inusual se produjo en esta
fase del conflicto: ía intervención de la monarquía, representada por la

206
Segunda Pane. Revolución

reina Blanca, madre del soberano ausente. Blanca de Castilla respondía,


en realidad’ al pedido de socorro formulado por los habitantes de Orly.
La reina ofreció, entonces, la mediación de la justicia real en el conflicto
entre señores y campesinos. Con lógica feudal, sin embargo, los canóni-
gos rehusaron altivamente el ofrecimiento de la soberana, que parecía
relativizar el ejercicio del seigneurie banale que les correspondía. Pero en
un episodio que dejaría huellas en el proceso de construcción del estado
feudal centralizado, la regente penetró por la fuerza en el claustro capi­
tular, y ordenó la liberación de los cabecillas ^campe sinos arrestados<^p
Poco importa aquí qu^erT£f~OTrio‘ plazo, el^rbi^jFTe^T^rrmíhara
reconociendo la potestad señorial para la imposición de tributos genera­
les arbitrarios sobre las comunidades serviles (tallas señoriales). El hecho
trascendente era que la corona había logrado imponer su condición de
instancia soberana superior, por encima de las jurisdicciones señoriales,
incluso sobre la población jurídicamente dependiente. La proximidad
con la capital del reino, había impedido que estos siervos quedaran li­
brados a la arbitrariedad de los detentadores privados de la potestad
judicial.
De hecho, aún cuando los aldeanos perdieron el litigio en la esfera
judicial, el movimiento campesino terminó produciendo sus frutos. Alar­
mados por la resistencia de los siervos, los canónigos de la catedral pari­
sina decidieron finalmente conceder a las seis comunidades rurales las
demoradas cartas de franquicia. Entre otras cláusulas, el acuerdo fijaba
para siempre el monto de la talla, privando a la fiscalidad señorial de
una de sus herramientas principales para la extracción de la riqueza
campesina. Con ayudajde la reina, los campesinos habían ganado el liti­
gio en la esfera política.100

100 La realidad indica que la talla señorial no era, necesariamente, un mecanismo de


explotación demasiado pesado para los habitantes de Orly. Durante la encuesta que realizó
la monarquía se constató que la leva anterior se había producido cuarenta años antes,
cuando los canónigos necesitaron ingresos extraordinarios para la construcción de un
granero y de una bodega. Los aldeanos, pues, no cuestionaban la carga por su peso
económico, sino por su carácter simbólico: en efecto, la potestad de imponer tallas arbitra­
rias por parte de los señores era, si no un atributo de la condición servil per se, una
expresión de inseguridad jurídica y económica de la que se libraban las comunidades que
obtenían cartas de manumisión. Por ello, los aldeanos preferían pagar un monto fijo anual,
que en el mediano plazo podía significar un peso económico superior, a cambio de asegu­
rarse el fin de la arbitrariedad señorial. Cabe recordar finalmente que, como muchas de
estas cargas conmutadas se establecieron en dinero, la inflación del siglo X III terminó por
quitarles toda relevancia económica. El mercado había acudido, por una vez, en auxilio de
los pequeños productores directos.

207
Capitulo 6 . La vía francesa hacia el capitalismo agrario ( I )

3- Segundo acto: la renta feudal centralizada o la intuición


de Felipe el Hermoso

Cuando la monarquía logró finalmente imponer el pago de una im­


posición general de carácter 'permanente, un impuesto directo percibido
3F u n ^xtrem o a otro del territorio, el camino que5ó~allanado pararla
construcción del estado feudal centralizado. Al igualque con la consol!-
dación de la justicia real, los campesinos cumplieron un papel relevante
en esta segunda fase de reconstrucción del poder estatal.
Desde comienzos del reinado de Felipe IV el Hermoso (1285-1314),
resultaba evidente que los ingresas"'ordinarios de la corona, provistos por
los recursos que gene'raba’el dominio real, no bastaban ya para el mante­
nimiento de la monarquía. Suficientes para paliar lasjiegH darles <jf1
prlncipeyde_su corte, los ingresos ordinarios resultaban completamente
insuficientes en tiempos de guerra. Desde el siglo Xt, la monarquía Ca­
pelo contaba con el derecho de exigir a sus vasallos ayudas extraordina­
rias, aunque limitadas a cuatro casos excepcionales:- para el pago del
rescate de un rey prisionero, cuando el primogénito del monarca era
armado caballero, para cubrir la dote de la hija mayor, y para costear el
gasto de una cruzada. Para finales del siglo XIII, estas concesiones eran
en extremo aleatorias como para resultar eficaces: el rey j a no iba a la
cruzada, ni caía prisionero con frecuencia, ni podía multiplicar los* ri­
tuales caballerescos o las celebraciones nupciales. En ocasiones, incluso,
la corona encontraba cierta resistencia cuando intentaba percibirlas; tal
como ocurrió en las provincias de incorporación reciente, a raíz del casa­
miento de Isabel de Francia con el desdichado Eduardo II de Inglaterra.
Con demasiada frecuencia, la monarquía de finales del siglo XIII de­
bía recurrir a estratagemas informales para obtener recursos extras: impo­
ner pagos extraordinarios a la propiedad eclesiástica -arriesgándose á
imprevisibles conflictos con el Papado-, solicitar donativos a la nobleza,
negociar subsidios con las ciudades, extorsionar a los banqueros y finan­
cistas judíos, o alterar la ley de la moneda.

El ensayo: la audacia de Rey de Hierro

La monarquía debía quebrar este jzírculo vicioso que la colocaba al


borde mismO~de legalidad feudal. Para ello, Felipe IV buscó introducir
en la estructura política una imposición pecuniaria de carácter general,
que terminó convirtiéndose en la base del impuesto directo permanente
sobre el cual se sustentó la monarquía durante los cincosiglos siguientes.

208
Segunda Parte. R e v o lu ció n

La.monarquía pretendió, con ello, apoderarse de una fracción ¿el^exce-


denté campesino, hasta entonces exclusivamente en manos de Áa .nobleza
feudal gracias a la percepción descentralizada de los tribu tos, señoriales .
De acuerdo con la costumbre, el rey tenía derecho a demandar el
............. . ' '• •• • ipir*
auxilio militar de sus grandes vasallos directos, y el auxilio pecuniario de
los habitantes de sus propios dominios. Los juristas de Felipe eí Hermo­
so, sin embargo, comenzaron a defender la tesis que sostenía que la mo­
narquía no sólo poseía un p<xler de ban sobre sus vasallos directos
-propio del rey en tanto señor leudal-, sino también u n arriére-ban, un
poder de mando y jurisdicción sobre los vasallos de sus vasallos (y no
sólo soBre los habitantes nobles del reino, de
los pobladores, libres y no libres). Guillaume Durant, obispo de Mende
y jurista al servicio de la corona, sostuvo que, aunque ios hombres de los
barones no fueran los hombres del monarca, estaban sin embargo bajo el
poder y principado del rey de Francia, quien tenía sobre ellos una auto­
ridad y una jurisdicción generales.
Para comienzos del siglo XIV, la difusión de las cartas de franquicia
había incrementado notablemente la proporción de población jurídica­
mente libre en el campo. El estado feudal centralizado deseaba acceder a
esta riqueza, para lo cual debía derrumbar las barreras consuetudinarias
que lo alejaban de !a inmensa mayoría de sus súbditos, de aquí en más
concebidos por el rey como un ilimitado universo de contribuyentes. En
1295, las condiciones estaban dadas para que un audaz Felipe IV impu­
siera el primer subsidio sobre la fortuna de aquellos "qui ne portent pos les
armes”, fijado en el 1% del valor de los inmuebles, muebles o ingresos
capitalizados. Quienes tenían un capital estimado entre las 5 y las 10
libras, debían pagar el 0,5% del valor de los bienes poseídos. En ene­
ro de 1296, la contribución fue elevada al 2%, y esta vez, en lo que
respecta a las* tierras que quedaban fuera de los dominios reales, la
corona buscó asociar en el cobro a los grandes barones haut-justiciers,
a la élite superior de los principados banales. El conde de Flandes, el
duque de Borgoña, el conde de Artois, el duque de Bretaña y el con­
de de Valois se quedarían con la mitad del impuesto percibido. Los
restantes condes, los arzobispos y los obispos, obtendrían un tercio
del monto. Los simples señores con ejercicio de la alta justicia, se
beneficiarían con el 25% del valor del tributo. Desde sus inicios, la
aristocracia no sólo quedaba eximida del pago de la imposición gene­
ral' sino que aparecía como una de la s p rmcipales beneficiarías de un
mecanismo centralizado ¿^extracción de la riqueza campesina, cuyas
pretensiones ^distributivas no se ocultaban!

209
Capítulo 8. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (I )

Esta primera versión del impuesto directo de carácter general fracasa,


porque el estado central aceptó como válida la declaración de bienes
ofrecida por los contribuyentes, lo que produjo una generalizada subva-
luación de la riqueza del reino. En noviembre de 1303 y en enero de
1304, la corona inaugura un nuevo sistema, que consistía en tomar en
cuenta los ingresos -más fáciles de descubrir y de tasar- antes que la
riqueza. Los nobles, si participaban de la guerra, quedaban nuevamente
exentos, al igual que los eclesiásticos que vivían clericalmente. Esta im­
posición general sobre la riqueza no privilegiada, recibió la denomina­
ción de fouage. Fue también novedoso el hecho de que el monarca, a
diferencia de ocasiones anteriores, no negociara el subsidio con cada
uno de los grupos involucrados -nobles, ciudades, eclesiásticos, judíos-,
sino que demandara el consentimiento general del reino, cuyos estamen­
tos se reunieron, por vez primera, en una asamblea denominadaT:s£ados
Generales.
En síntesis, para imponer una renta feudal centralizada, Felipe IV
debió sellar un pacto tácito con la nobleza feudal, que persistió en Fran­
cia hasta el estallido mismo de la Revolución:
• Los señores aceptaron que la monarquía penetrara.en sus jurisdiccio-
nes, y absorbiera centralizadamente, a partir del impuesto, una parte
del excedente campesino.
• A cambio de ello, los nobles obtenían la exención impositiva, un
privilegio fiscal justificado con el argumento del impuesto a la sangre,
que una aristocracia todavía guerrera decía pagar cada vez que acudía
al llamado de las armas.
• Desde el origen, la nobleza feudal quedó asociada a los beneficios
reportados por la renta feudal centralizada, mediante la autorización
para retener una parte del impuesto pagado por los no privilegiados.
• Dada la exención de la propiedad eclesiástica -que resultaba imposi­
ble gravar en forma permanente- y los privilegios obtenidos por mu­
chas grandes ciudades, el impuesto directo se convirtió, desde un
comienzo, en un tributo de base campesina, que transformó al estado
francés en una poderosa estructura con fundamentos esencialmente
agrarios.

Durante los cuarenta años siguientes, los sucesores de Felipe IV utili­


zaron los mismos mecanismos para continuar percibiendo estos..subsi­
dios extraordinarios, que en realidad escondían imposiciones de carác­
ter general. Y aunque no lograron imponer de manera permanente el
nuevo mecanismo tributario, acostumbraron a los súbditos a reconocer la

210
S egu n d a Parte. Re v o lu c ió n

existencia de un nuevo rentista del suelo, más poderoso que cualquier


otro señor feudal individualmente considerado: el rey de Francia.

El diluvio: la captura del buen rey Juan

La siguiente fase permitió el establecimiento permanente del impues­


to directo sobre los grupos no privilegiados ...Para ello, la monarquía apro­
vechó la crisis aguda provocada por la captura del rey Juan 11,durante la
batalla de Poitiers (1356); y por el exorbitante rescate de tres millones de
escudos de oro que los ingleses exigieron por su liberación. Fue paradó­
jicamente una expresión de debilidad de la monarquía, la que permitió
instaurar de manera permanente los dos pilares básicos sobre los .que el
fisco francés se sustentaría hasta finales del Anden Régimen: un impuesto
directo, y un conjunto de impuestos indirectos al consumo.
Para el pago del rescate, la corona, cuya regencia había quedado en
manos defTfclfiri,101 recurrió en 1360 a una nueva forma de imposición
de carácter general. En este' casór¿n~lifgaí cie|recunjr. a -LniJmpuestos
directos ensayados durante el reinado de Felipe el Hermoso, la monar­
quía impuso el pago de/Un conjunto de impuestos al consumo J que gra­
vaban esencialmente un grupo reducido de productos básicos. Las gabe-
lles recaían sobre el consumo-de sal^Ja.s.oi^gj^en^gran medida>so5re el
consumo de vino. Como se desprende del nombre mismo que se impuso
"alistas últimas, su objetivo era colaborar con la recaudación del monto
exigido para la liberación del rey, una cifra cuya dimensión astronómica
contribuyó a que la población se acostumbrara a la necesidad de encarar
un esfuerzo fiscal continuo y de largo aliento. A diferencia del impuesto
directo, los impuestos al consumo recaían con mayor peso sobre los ha­
bitantes de las ciudades.
Juan II fue finalmente liberado en 1360.102 Pero la disputa con los
ingleses continuaba. Por ello, a fines de 1363, poco antes de su muerte,
el_rey Bueno logró imponer la aceptación de un fouage o impuesto direc-
lo _permanente7 destinado, en estecaso^a cubrir el gostode la guerra. h\

101 Futuro Carlos V. Como Delfín, ejerció la regencia entre 1356 y 1360. Como rey, ocupó
el trono entre 1364 y 1380.
102 El rey Juan fue liberado cuando todavía faltaba cubrir parte dei rescate. Estos pagos
remanentes se vieron interrumpidos por la reanudación de la guerra, en 1369. Pero en
cualquier caso, todavía en 1400 la corona francesa continuaba pagando algunos atrasos
pendientes del viejo rescate de 1356.

211
Capitulo 8. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (1)

nuevo tributo se sumaba a las aides y a la gabela, aprobadas unos años


antes. El interminable conflicto dinástico con los'Píantagenet de Inglate­
rra había permitido al estado feudal francés imponer la idea de la nece­
sidad de contribuciones generales de carácter permanente: los impuestos
indirectos, para el pago del rescate; élimpüesto directo', páYa el pago de
la guerra. Paradójicamente, la debilidad de Juan U había logrado lo que
la fortaleza de Felipe el Hermoso no había podido conseguir: legar a su
sucesoL^eiJüüiEQXarlQS,\Lunj*parato fiscal centralizado de dimensiones
inédita^como jamás antes hab^ de sus^ntecesores.
Una vez en el poder, Carlos V decidió continuar con la política que
pretendía asociar a la nobleza feudal con los beneficios producidos por.
la renta feudal centralizada. El rey Sabio regionalizó la percepción y eje­
cución de las partidas:
• Cada provincia debía pagar por ios hombres que prestaban servicio
en forma efectiva en cada una de ellas. Las regiones debían costear sus
propios ejércitos provinciales.
• Para ello, el rey decidió solicitar cada año a las elites regionales, re­
unidas en los estados generales provinciales, la aprobación de los
subsidios y sus montos. A diferencia de los Estados. Generales de la
monarquía, cuyas reuniones eran menos frecuentes y su representati-
vidad menos directa, ios estados provinciales eran instituciones cap­
turadas por los grupos dominantes a nivel local (la nobleza de sangre,
la nobleza de toga, las oligarquías urbanas, el alto clero). Como vimos
en el capitulo cuatro, durante el apogeo del estado absolutista el sis­
tema fiscal continuaba apoyándose sobre esta astuta estrategia de co­
optación de los potentados locales.
• Al mismo tiempo, Carlos V continuó compartiendo con los grandes no­
bles y con las principales ciudades los beneficios generados por los im­
puestos, autorizándolos a quedarse con un tercio de lo que percibían.
• Finalmente, la exención impositiva de la nobleza se generalizó a la
totalidad del estamento, al margen de la prestación efectiva de servi­
cio en la hueste feudal. El impuesto a la sangre,, que hasta entonces
había conservado fundamentos reales, adquirió de-allí-en más carác­
ter ficticio. En tiempos de Felipe el Hermoso, muchas ciudades o
provincias preferían aportar directamente hombres armados antes que
pagar los novedosos impuestos generales pergeñados por la monar­
quía. En julio de 1315, por eiemplo^durante_ej_jemado de Luis X,
Paris ofreció costear- -400 hombres-de- arm ase 2000 hombres a pie,
para librarse del peso de la carga fiscal. En la misma época, los nobles
que no servían en la hueste debían pagar un-porcenteje.de su riqueza:

2 %Z
Segunda Partie. R e v o lu c ió n

en 1318, por caso, la nobleza de Berry acordó contribuir con la quin­


ceava parte de sus ingresos. Para mediados del siglo XIV, sin embargo,
triunfaba la tesis que sostenía que la generalización del privilegio fis­
cal debía hacerse extensiva a todos los nobles, aún cuando no practi­
caran en forma efectiva el arte de la guerra. Para muchos h is io r j
res, la obtención de esta plena exención impositiva debe considerarse
como úna c o r ^ c uencíá^gerfotu^o.,triunfo que la monarquía y sus
IHiaclosnobiliarios o b tuvi eron-dnran teA os ■alzai uien to s hugftreses y
-eaTrípesinos de la segunda mitad de la década de 1350. El privilegio
fiscal" habría lido,~pues, una recompensa por la derrota infringida a
Étienne Marcel y por eljipl^lam iento de laijjranJacquerie. No puede
por ello sorprendemos que, dado que estos conflictos tuvieron lugar
esencialmente en el norte de Francia, la exención nobiliaria de carác­
ter personal solamente fuera realidad en dicha parte del país.

A pesar de la $olidez^que~el.sistema fiscaljestaba adquiriendo, un


hecho pintoresco vino a provocar an, retroceso temporario en la consoli­
dación de la renta feudal centralizada: en su lecho de muerte, Carlos V
decidió abolir el fouage. La preocupación por lausalvación de su alma
hizo evidente que la finalización de la guerra no justificaba ya el mante­
nimiento del impuesto directo permanente, que luego de los éxitos mili­
tares del rey Sabio se había destinado a cubrir los gastos suntuarios de la
monarquía. Pero el triunfo de la ideología religiosa sobre las necesidades
prácticas del estado central no podía mantenerse por mucho tiempo. En
1388, cuando los deseos póstumos de su padre podían ya considerarse
satisfechos, Carlos V lj^ ir^ a u ró -el impuesto^directo. que a partir-de en-
tonces adquirió la^enominación.Selailiercon la que.se lo conoció hasta
tíñales lie l Antiguo Régimen.103 La prudencia -del rey-Loco-venía-así a
corregiFla imprudencia del rey Sabio.

103 En efecto, el término taille daba mejor cuenta de las características del impuesto, que el
nombre más arcaico de fouage. De hecho, el impuesto directo no era un tributo que se
recogía hogar por hogar, sino una carga de repartición: el consejo real dividía los montos
según las generalidades, éstas según las elecciones, hasta llegar a cada parroquia, cuyos
habitantes se encargaban de repartir las cargas según la riqueza de cada uno. En provincias
de incorporación tardía a la monarquía, como Bretaña, el término fouage siguió empleán­
dose durante toda la Edad Moderna. Hasta que fuera adoptado como denominación del
impuesto directo exigido por el estado feudal centralizado, el término taille habla sido
propio de la fiscalidad señorial, un tributo general discontinuo y arbitrario, cuyo monto
resultó por lo general fijado con la concesión de las cartas de franquicia otOTgadadas por los
señores.

»3
Capitulo 8. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (I )

El triunfo: el desquite del Delfín


La fase final de organización-de un mecanismo centralizado de ex­
tracción del excedente campesino tuvo como protagonista a Carlos VII, el
Delfín que debía su trono a Juana de Arco.
Sj^pcimer aporfp fue independizar al estado feudal de la necesidad
de solicitar la^ aütorización^pre^a^delas asambleas estamentales para po-
der gravar al campesinadoTIX^rrttitL iid sg^ e la guerra había ..tomado
inexcusable el consentimiento de los estados generales y provinciales. De
hecho, en coyunturas particularmente urgentes, el e_stado. feudal descon­
taba por adelantado el consentimiento de sus vasallos. Así, la taille de
1425 se recaudó dos meses antes de que los Estados se reunieran para
conceder su acuerdo. En 1439, finalmente, los Estados Generales otorga­
ron al rey la facultad de imponer a los campesinos el pago de la taille, sin
necesidad de convocar a la asamblea. Se trataba de una concesión provi­
soria. Pero a partir de 1451, cuando la Guerra de los Cien Años termina­
ba, Carlos V il logró transformarla en permanente, y recaudó el impuesto
directo por su propia autoridad. De allí en más, en las provincias en las
que subsistieron los estados provinciales, su papel se redujo a la distri­
bución y percepción dentro de su jurisdicción, de los montos que anual­
mente fijaba el estado feudal centralizado.
£1 secundo, aporte del protegido .de la Doncella de Orieáns fue la
profiibicióri definitiva de la percepción o imposición de tallas por los
señores banales, dentro de sus jurisdicciones. En 1439, una pragmática
prohibe a los barones feudales oponerse al cobro de los impuestos reales,
atribuirse en forma directa una parte de lo percibido,, o acrecentar las
exigencias fiscales en su propio beneficio. Los señoríos habían perdido, la
facultad de irp poner impuestos generales a .sus vasallos; sin la autoriza-
2 Ó D -^ tó -e s ta d o .X 5 IlÜ ^ l- ■ ■ — 1■■ ___
_E1 trinnfq_del poder del estado era absoluto. De hecho, el otrora des­
ahuciado Carlos V il escandalizó al reino cuando, una vez terminada la
guerra, subió los impuestos en lugar ^de bajarlos. Durante~el resto del
siglo XV, la monarquía definió, con-precisión eLconjunto de grupos y
estamentos eximidos del pago del impuesto directo. Desde entonces, el
privilegio fiscal alcanzo definitivamente a los eclesiásticos, aJosjjniversi-
tarios, a las noblezas de sangre y de robe, aTás ciudades privilegiadas, a
los oficiales de las casas del rey, de la reina y del delfín, y a algunas
ocupaciones especificas. Establecido-en-for-ma^_definitiva—el impuesto
directo, herramienta fundamental en la reconstrucción del poder del
estado, se convirtió en un tributo esencialmente de base campesina. La

.214
Segunda Parte. R e v o lu c ió n

guerra y las ambiciones de los Plantagenet, sumadas a las necesidades de


los últimos Capetos y de los primeros Valois, habían sentado los funda­
mentos agrarios del estado absolutista francés.

4- Tercer acto: la integridad del censive o el legado de Santa


Juana

A partir de las características definitivas que el impuesto directo ad­


quirió durante los siglos XIV y XV, la integridad del censive, de la porción
del suelo de Francia —y de sus señoríos- ocupada por los campesinos se
transformó en un objetivo estratégico de la monarquía.
La finalización de la Guerra de los Cien Años era un momento ideal
para limitar las pretensiones de la propiedad noble sobre las tenencias
enfitéuticas. Cuando tras la crisis del siglo XIV y la finalización de la
guerra, los señores comenzaron a impulsar la reconstrucción económica
de sus dominios, se encontraron con una dificultad inesperada:, la inde-
fim cj^oju rldi^^ sobre las tenencias enfitéuticas abandona^
j l a£~jA quienes perimeclan^ ¿Podían reincorporarse en forma- inmediata
a las reservas dominicales? ¿Bastaba el abandono para justificar la reuni­
ficación de los dominios útil y directo en manos del titular del seño­
río?104
Durante el siglo XIII, los señores todavía conservaban el derecho de
recuperar las tenencias a censo por sí mismos, sin intervención de la
monarquía, cuando se acumulaban tres años de atraso en el pago de las
cargas. El dominio directo parecía conservar algunas preeminencias so­
bre el mero derecho de uso. Pero a partir del siglo XIV, la costumbre y la
corona se volvieron más exigentes en la defensa de la propiedad campe-
sina. La protección de la patrimonialidad plena, dea
eraban el censive era_, entonces, una consecuencia directa del proceso de
^ p n s t r u c c i p j i j i ^ l ^ J i s c ^ U ^ d ^ t a i a t ____
Desde finales del.siglp XlV, los nobles ya.no pudieron recuperar por
si mismos los dominios útiles alguna vez enajenados. Si los señores no
gozaban del ejercicio de la alta jurisdicción, debían recurrir a un seigneur
banal o haut-justicier para obtener el decreto de comiso. Pero si los señores
poseían poderes jurisdiccionales, tampoco podían reincorporar parcelas
a la reserva de manera arbitraria: debían respetar un complejo procedi­
miento diseñado por la justicia real, que implicaba una serie sucesiva de

1(* Cfr. capitulo 1.

215
Capítulo 8. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (I)

pregones (<criécs), destinados a alertar a los posibles herederos, y a permi-


tirTalnanifestación de las oposiciones eventuales.
pérolue durante la reconstrucción definitiva posterior a .1441 cuando
el constrictivo mecanismo se aplicó de manera generalizada. Ei debilita­
miento de los derechos del señor dominical sobre las tenencias, a xenso
proseguía su curso. Ante la enorme masa de inmuebles abandonados que
debían pregonarse, los señores demandaron el auxilio del poder estatal.
Lo hicieron también porque por entonces crecía en forma alarmante el
descontento de los campesinos, que veían cómo se subastaban los bienes
de sus antiguos vecinos, afectando el derecho de los herederos a retomar
algún día a sus antiguas propiedades. Las letras reales, que autorizaban a
los señores jurisdiccionales a ceder las parcelas abandonadas a nuevos
tenentes enfitéuticos, aparecen ya en la década de 1440. La más impor­
tante de las ordenanzas de Carlos VII vio la luz el 4 de mayo de 1447. El
documento había sido solicitado por el monasterio de Saint-Denis, san­
tuario y sepulcro de los reyes de Francia. El rey autorizaba a la abadía, en
tanto señor colectivo, a realizar cuatro pregones, con quince días de dife­
rencia entre cada uno, anunciando las características de las parcelas en-
fitéuticas abandonadas y el nombre de los antiguos propietarios. Durante
el año posterior a la realización del último pregón, los particulares te­
nían la facultad de declarar los derechos que pretendían tener sobre la
herencia en cuestión, y podían recuperar la propiedad del dominio útil
cumpliendo con el pago de las cargas atrasadas. Si terminad^ pl-pLma
nadie se presentaba, el monasterio podría ceder a perpetuidad las tenen-
cias abandonadas, “sin que persona-alguna -pu€da-^amós-redamariasw.
“Estas letras reales obtenidas por Saint-Denis siguieron a las declaraciones
reales del mismo año, autorizando a los señores jurisdiccionales a volver
a poner en estado la porción de sus dominios que conformaba el censive.
Pero el hecho trascendente reside aquí, en los obstáculos que la monar­
quía colocaba a la pretensión de los señores de avanzar sobre la.prppie-
dad campesina. La .autorización otorgada para recuperarJ o s dominios
úüi^aia-muI]rv^ha4^iacuÍLaxLdeincorporar laslparcelas- a. la-reserva.
sino la obligación de volver de..concederlas bajo ré^imenxnñtéutico. Los
Teñores recuperarían así sus antiguos tributarios, y la monarquía man-
la estrategia
del estado central contribuid ¡i reforzar al mismo tiempo, las vías direcla
e indirectajfe apropiaron r]g.la-riqiie7a_r^^pp^j^^i aunque la primera de
ellas, claro, tenía por entonces un status prioritario.
Junto con las letras reales que concernían a todos los..señoríos de un
determinado monasterio, existen otros documentos obtenidos para de­

2%6
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

terminados dominios particulares. Tal es el caso del señorío de Mons-


Ablon, propiedad del capítulo de Notre Dame. El documento, que data
de 1460, ordena a un funcionario del Parlamento de Paris trasladarse al
señorío en cuestión, para realizar in situ los pregones de rigor. Luego del
año de gracia acostumbrado, la catedral podría re-encensar los bienes
vacantes (aunque a diferencia del caso anterior, los antiguos tenentés
tenían aún dos años más para hacerse presentes y retomar la posesión, si
cumplían con el pago de las cargas atrasadas y reembolsaban a sus expen­
sas al último tomador). Esta última cláusula, muy favorable a los antiguos
propietarios enfitéuticos, no se repite en las letras reales subsiguientes.
Las ordenanzas continúan hasta el reinado de Luis XI. Todavía en 1474,
Nicole de la Ballue obtiene letras para su señorío de Villepreux, con
similares características a las recibidas por Saint-Denis en 1447.
La estrategia de Carlos Vil y de sus sucesores inmediatos, que impul­
saba la reconstrucción material del campo francés al mismo tiempo que
defendía la porción del suelo en manos del campesinado, resultó decisi­
va en el largo plazo: logró confirmar de manera general la integridad del
censive. Las normas impuestas por él estado feudal dificultaron, desde el
punto de vista legal,~la apropiación de un elevado número de tenencias
a censo en un período qué," de otra forma, hubiera sido extraordinaria­
mente favorable páfa el avance de la propiedad señorial. La exigencia de
re-encensar las parcelasenfítéuticas abandonadas (impidiendo su inte-
gTáción a las reservas y otorgando preeminencia al dominio útil sobre el
dominio directo) supuso el mantenimiento del área de tierra bajo pro­
piedad campesina. Asociá3os~a Ios beneficios del impuesto desde su misma
creación, los señoresjyieron bloqueada, como contrapartida, la.posibili­
dad de recuperar plenajrnente sus ingresos a nivel local, de reproducirse
como rentistas del suelo antes que como barones feudales.

5- Cuarto acto: la minoridad del campesino o la obsesión


del Rey Sol
Durante el apogeo del estado absolutista, las preocupaciones fiscales
siguieron siendo el-motor-fundamental que Impulsaba a la corona ji pro­
teger la propiedad campesina. Pero para mediados del siglo XVII, el man­
tenimiento de la integridad del censive Había dejado de ser el problema
clave: para garantizar la reproducción económica de sus campesinos- la
monarquía "'debía ahcnTprote^er sus bienes comunales. ~ -----
A comienzos del. reinado de Luis XIV, el principal problema que en­
frentaban las aldeas campesinas era el endeudamiento en que caían para

117
ipítulo 8. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (l)

rontar sus expensas: las ordinarias (litigios, mantenimiento de caminos


drenajes, reparaciones de la iglesia) y las extraordinarias (inundado-
fs, guerras, epidemias). La principal herramienta que las comunidades
irales tenían_para acceder al crédito era el''^e'cÍmiento .de .sus' bienes
>munales como garantía. Pero los costos podían ^ rrmy alr^c- ^
dea perdía sus comunales, las sucesivas recaudaciones desfondos de
nergencia deberían descansar en ía míposicíón de cargas colectivas so-
e ios vecinos, queredundaría en una competencia directa con los im-
iestos,esi^ i^ .J^pie^ da^de^ gx^ jn d ¿iIip rci^S ^ e Í sattits, por otra
irte, pondría.,tamhién en-neligra.Ia^-repcoduGciQn..económica de las co-
umdad^ ruraleswy..m .£Qnsecuencia, la viabilidad mismajde un im-
íesto directo de base campesina. En consecuencia el estado absolutista
0¡J 3 ¡2 u Í a Q i ü i U ^ ¿ o J ^
Í£3g.
El historiador Hilton Root ha estudiado estos conflictos en la provin-
a de Borgoña. Para 1661, cuando tras la muerte de Mazarino, el Rey Sol
iciaba su gobierno personal, muchas aldeas borgoftonas habían pe rdi-
>ya sus comunales. Las Guerras de Religión y la Guerra de los Treinta
ios habían arrasado el rico territorio de la provincia. Enriquecidos gra-
is a las oportunidades ofrecidas por el aprovisionamiento de los ejérci-
s, muchos rentistas burgueses se volcaban a las inversiones inmobilia-
is, y aprovechaban la situación de muchos campesinos empobrecidos
ra comprar o decomisar sus propiedades. Aunque por lo general los
levos propietarios arrendaban las parcelas a los mismos campesinos a
ya desposesión habían contribuido, la renta propietaria se quedaba, a
.rtir de entonces, con parte del excedente campesino (compitiendo
n el pago de los tributos señoriales y de los impuestos estatales). Como
ravante, recordemos que en tanto habitantes de ciudades privilegiadas
n exenciones fiscales, los inversores urbanos no pagaban impuestos
rectos por sus ingresos rurales, por lo que su participación incremen-
ia en la propiedad del suelo amenazaba con disminuir los ingresos de
corona. Era imprescindible que la monarquía interviniera para frenar
Le proceso, a fin de evitar el empobrecimiento y él endeudamiento
cesivos de las comunidades campesinas. Para ello, la conservación de
>bienesj^muj^ales se convertía en-una estrategia fundamental.
Desde comienzos de la década de 1660, la corona lanzó.una-ambicio-
campaña para que las aldeas recuperaran sus comunales alienados, v

[nggjjno. El estado absolutista .puso, al.servicio dfcl.prp.yecta.una- de-sus


rramientas paradigmáticas, los intendentes.(epítome de una burocra-
Segunda P a r te . R e v o l u c i ó n

cia paralela, liberada de las constricciones patrimoniales que caracteriza­


ban a los Parlamentos, a los tribunales financieros, a los agentes fiscales y
a los gobernadores provinciales). En el caso de Borgoña, el entero proce­
so de verificación de las deudas (edicto de 1662) y de supervisión de su
liquidación (edicto de 1665) fue colocado bajo la exclusiva jurisdicción
del intendente local. Este funcionario adquirió, en consecuencia, la tu­
tela sobre las comunidades rurales, y se transformó en guardián de sus
derechos y bienes colectivos.
En 1667 un nuevo edicto prohibió ^ua toda persona, de cualquier ca-
lidad o condición, perturbar o Interferir en ía entera posesión de.,lo^
bienes comunales que los habitantes de dichas comunidades disfruta^
'Ean; y a los dichos habitantes, vo 1ver a jaljgnar„.eaxLiuluia-sus .büHjos^
l a norma apuntaba claramente a las.eximidas noblezas de toga y espada.
Luis XIV ordenaba a las comunidades de Borgoña “recobrar sin ninguna
formalidad de justicia, las propiedades, prados, pasturas, bosques, pára­
mos, derechos de uso, baldíos y otros bienes comunales, vendidos o hi­
potecados por ellos a partir de 1620”. Las comunidades debían compen­
sar las inversiones originales de quienes habían comprado propiedades
colectivas, mediante un reembolso pagadero en diez años, al que debían
contribuir todos los vecinos de la aldea.
El 12 de diciembre de 1670, el Controller General105 Colbert instruyó a
los intendentes de todo el país para que preservaran a las comunidades
rurales del excesivo endeudamiento: “siendo el arreglo de las deudas de
las comunidades un problema critico para el bienestar del pueblo, no
hay nada a lo que podrían dedicar más cuidado y aplicación que a con­
cluir este asunto”. El hecho de que el principal responsable de las finan-
zas públicas se preocupara p o r ^ sangamÍ<m.tQ-lfe^^
sinas. revela una vez más^eLalcance. de los fundamentos agrarios d d _
absolutismo francés,. heie^^os_(is^kjIlgeilÍ^ÜaJ]¿£ 3l,_aeiggñada por la
monarquía feudal durante lo^.sÍgb¿J^lV y XV En lo que respecta a Bor­
goña, el rey continuaba insatisfecho con el proceso de verificación del
endeudamiento campesino. En 1671, Luis XIV comunicó a los estados
provinciales que todavía existían algunas deudas que debían ser resuel-

w
105 Desde la década de 1660, el controller general era el jefe operativo de la administración
del estado francés. Tras la abolición del cargo de superintendente de finanzas en 1661, el
controller general se convirtió, de Jacto , en el amo de las finanzas reales. Los sucesores de
Colbert conservaron estas facultades hasta la desaparición misma de la monarquía absolu­
ta. Los intendentes se reportaban en forma directa ante el controller general, que adquirió
también entonces atribuciones en lo que respecta a los asuntos provinciales.

2 19
Capítulo 8, La vía francesa hacia d capitalismo agrario (l)

tas: “nuestra intención -afirmaba- es que las comunidades estén y per­


manezcan completa y enteramente Ubres de toda deuda, cualquiera sea
su naturaleza o cualidad”.
Las necesidades fiscales provocadas por la Guerra de Holanda,10-in ­
dujeron al estado francés a publicar un edicto general en-1677.. Los con­
siderandos del documento resumían admirablemente las preocupacio-
nes de la corona respecto de la viabilidad económica de las comunidades
campesinas, y del impacto que la misma tenía sobre los ingresos fiscales
de la monarquía. A raíz de la adquisición de bienes comunales por .parte
de particulares, sostiene el rey, las aldeas se han visto privadas de la
“asistencia que podían derivar de sus propiedades y derechos .parajipo-
yar los costos de la guerra. Por lo tanto, es muy justo que los actuales
poseedores de dichas tierras contribuyan con parte dejas.£norme¿-ex--
pensas a las que estamos necesariamente obligados para derrotar Jo$„es-
fuerzos de nuestros enemigos”. El documento -probablemente la más
ambiciosa pieza legislativa sobre el problema campesino aprobada hasta
entonces- interpelaba directamente a los detentador^ de comunales .ven­
didos, alienados, permutados, usurpados o hipotecados a partir de 1555.
La norma demandaba _unaJnvestigación que posibilitara discriminar en-
tre los_adquirentes de buena fe y los apropiadores sin justos títulos. Los
poseedores que carecieran de título legíümo,podían conservar Tos bjenes^
comunales apropiados, con la condición de que re$tituy.eran._aLe£¡tado
los con^ y d i p i ^ a.Íns.3n.antótoffs.
Pero finalizado un plazo de 15 años, las tierras debían retQ.max^d^Iadas,
.modos a la comunidad campesina. Los usurpadores que no pudieran
proveer la cifra exigida por. la corona, debían devolverJosxomunaTe&Tde
inmediato. Aunque el edicto retrasaba el proceso de recuperación de las
propiedades colectivas, el absolutismo no se apartaba de sus objetivos
fiscales, porque gran parte de los usurpadores de: comunaíés^erarubur­
gueses o señores; la medida puedej^onsiderarse,. entonces^ como una-
herramienta para extraer recursos de las clases, exentas. En febrero de
1680, Colbert volvía a dirigirse a cada uno dé los intendentes: “el Rey me
ordena que agregue, que desea que Usted estudie cuidadosamente los me­
dios de prevenir que las comunidades vuelvan a endeudarse en el futuro”.
Los objetivos del programa de^erificación-de -deudas. no se-lle-varon
nunca plenamente a la práctica. Pocas comunidades recuperaron sus

106 El conflicto se extendió entre 1672 y 1678.

220
Segunda Parte. Revolución

ceso de endeudamiento, y evitaron que las aldeas continuaran alienando


sus teirínos Báldíos en el futuro. El esta3cTlHitóino£Í^^
__ _ «Jf»_- T T , . . , . .*X»J... - ' T ' "--- ' '
dos objetivos importantes. Con cada edicto, los intendentes consolida­
ron su autoridad directa sobre las comunidades campesinas;* a partir de
1687, ellos fueronJo s jencargados de .aprobar todos los gastos de las al­
deas. En abril de 1685 y en agosto de 1687, se determinó que las co­
munidades no pedían JnicMl. cplectiyamente litigios -que implicaban
grandes costos-, si no contaban con la autorización del intendente. En
1691 se autorizó a estos funcionarios a revisar y verificar las cuentas de
las aldeas. Los intendentes adquirieron, entonces, una jurisdicción abso­
luta sobre las finanzas campesinas.
Amén de las causas que hemos esgrimido, la sanidad de las .finanzas
campesinas era,esencial para la obtención de crédito por parte del estado
absolutista. La señe de edictos mencionados también pretendía, pues,
fortalecer la confianza de los prestamistas. La solvencia deja aldea era un
asunto critico, porque la capacidad de la corona para pagar sus deudas
dependía de~Ta^guridad cíe^suT ingresos fiscales, gue a su vez depenT
dían de'la l:apac l a legislación coíbertia-
ría pretendía asegurar a los. Tealutomaba
recaudos para evitar que las aldeas acumularan nuevas deudas que pu-
dieran,j o n £ u :i x .p d i ^
La nueva legislación real no sólo incrementó el poder de los inten­
dentes, sino que sentó dos principios que se convertirían en los funda­
mentos jurídicos de la relación entre dichos funcionarios y las comuni­
dades rurales:
• Los edictos otorgaron a las comunidades campesinas un status de
jEi^4s4,pmiis»y^^ mención
más temprana de este principio la hallamos en una ordenanza del 22
de junio de 1659, dirigida a la generalité107 de Chalón, en la que se
prohibía a las comunidades
r ■"——....................... ........... . alienar sus bienes sin el permiso real. A
partir de 1659, el término (nineurjbe aplicó a todas las comunidades
campesinas francesas.
• La monarquía declaró que los derechos v bienes colectivos que las
comunidades usufructuaban desde tiempos inmemoriales, erani dere-
cho^yJk^¿tades..pj^licas, y quedaban por lo tanto sujetos a la juris-
diccjó.qxeaL Este principS^pemutfa a fe s t^ o lu te l^ T ía asamBIeade
vecinos, pieza clave del autogobierno campesino.

107 Distrito fiscal.

221
Capítulo 8. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (1)

En consecuencia, el proceso que comenzó como un programa para la


regularización de las finanzas de Iá aldea",^aHquirió finalmente una signi­
ficación política más allá de los objetivos fiscales originarios.
La mayor parte de los poderes que los intendentes de„ Borgoña ejer­
cían cuando estalla la Revolución pueden rastrearse hasta la campaña de
verificación de deudas de las décadas de 1660 y 1670. En 1683, el inten­
dente Harlay explicaba: “Hay pocos asuntos que conciernen al intenden­
te en esta provincia, menos aún que en otras. La talla real, el reembolso
de las oficinas de correo, así como la reparación de las rutas reales, todo
ello está en manos de los estados provinciales. En el presente, el princi­
pal asunto de la intendencia de esta provincia es lo que queda del proce­
so de verificación de deudas [de las comunidades campesinas] ”. En 1743,
la monarquía dejó de renovar la comisión para la verificación de deudas,
que repetía cada año desde 1662; la medida ya no era necesaria, porque
para entonces las facultades de los intendentes para controlar las finan­
zas campesinas eran ampliamente reconocidas. En 1764, los estados de
Borgoña declararon: ula ..corapetenciajieL jqtendente está claramente de-
mostrada y es fácil de conocer. Se basa en este principio: los intereses de
las comunidades^campesinas .serán sólo estipulados bajo su autoridad”:
En 1785, el intendente Amelot informaba al Controller General Calonne:
ttel trabajo del intendente de Borgoña puede resumirse en la supervisión
y administración de las comunidades campesinas y de sus derechos co­
munales”. En 1787, M. de Goron, historiador de la administración de
Borgoña, identificó el poder público del intendente con el control de
todos los a^jxte^flU^PQ.dianj^^^ admimstra-
cion díalos, bienes .comunales se. atribuye .directamente al intendente”.
Los intendentes borgoñones nunca intervenían en asuntos que impli­
caran conflictos entre individuos, o involucraran propiedades privadas
individuales. Cuando dos habitantes de la aldea de Sanaille solicitaron
en 1789 la intervención del intendente, a raíz de un conflicto originado
en el reparto de la cebada que habían cosechado conjuntamente en el
ager, el funcionario se negó a actuar: se trataba de “un asunto que con­
cierne solamente a individuos”. El conflicto no involucraba propiedad
colectiva, por lo que el litigio, concluía el intendente, “no cae dentro de
las competencias de mi cargo”.
La supervivencia de las aldeas francesas fue resultado de la política de
Luis XIV y de sus sucesores. Al otorgar a los intendentes la misión de
verificar las deudas de las comunidades campesinas, el Rey Sol proveyó a
los pequeños productores directos con una fabulosa fuente de protec­
ción. El intendente podía ayudar a las comunidades a resistir las exac-

222
Segunda P a i t e . R e v o l u c ió n

dones y los abusos cometidos por los señores, por los recaudadores, de
impuestos y por las tropas en campaña. Es cierto que Luis actuó para
proteger su poj£ÍQOjid.jgSCgáa3í^^ P£CL£lxfccto d e l á "
plazo.1 fue impedir una declinación mayor de las comunidades rurales.
..________ . ' f V 1-------- “ - I - * ----------------------------— - T n i iMifiii . ' i i ' r rr i i n - f 1 i r i ■— ............................................ ' ------------------" r ‘

Como sus lejanos antecesores, el ambicioso Borbón continuaba ligando


los destinos de la monarquía francesa con la supervivencia de las propie­
dades campesinas.
Así culmina el cuarto acto del drama. Durante el quinto, asistiremos
al espectacular desenlace: la Revolución.

223
Capítulo 8. La vía francesa hacia d capitalismo agrario (l)

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225
Capítulo 9
La vía francesa hacia el capitalismo
agrario (II):
revolución burguesa y consolidación de la
propiedad campesina

1- La noche en que el feudalismo cayó


Si bien la Revolución ya estaba en marcha desde mayo, la noche del 4
al 5 de agosto de 1789 albergó el episodio más trascendente en el proceso
de abolición del feudalismo francés. A partir de aquella madrugada, y
durante los cuatro años siguientes, se jugó el destino de millones de
campesinos franceses. Si en la otra orilla del Canal de la Mancha, el
proceso se basó en la combinación de estrategias políticas -los enclosures-
con mecanismos dé mercado -e l engrossing posterior a los enclosures- , en
Francia las transformaciones estructurales adquirieron explícitamente el
carácter de conflictos por el poder, de las luchas facciosas por el control
del estado revolucionario a las revueltas campesinas en las áreas rurales.
El carácter progresivo de la modernización capitalista en el campo inglés
contrasta con el vértigo impuesto en Francia por la dinámica revolucio­
naria, que en el lapso de pocas semanas produjo-el denumbe de estruc­
turas varias veces seculares, como la monarquía, el estado absoluto,T^^
privilegios nobilianos y j ¿ j ^ ñ o ^
Cerca de las 2 de la madrugada del 5 de agosto de 1789, la Asamblea
Constituyente108 aprobó un brevísimo decreto, que resumía en forma es-

108 Nombre que la Asamblea Nacional adopta a partir del 9 de ju lio de 1789, tras la
incorporación de los diputados del primer y del segundo estados. Si tomamos en cuenta a
los Estados Generales, la Asamblea Constituyente es la tercera de las asambleas revoluciona­
rias. Tras la sanción de la constitución, en 1791, será reemplazada por la Asamblea Legisla­
tiva, que un año después cederá el poder a la Convención Nacional. Con la sanción de \a

227
título 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

.emàtica muchas de las propuestas surgidas durante el debate iniciado


el atardecer del día 4. Los diputados no podían ignorar que acababan
aprobar una de las piezas legales más trascendentes en la historia de
xidente, y uno de los textos claves para la abolición definitiva del
idalismo en el país. La agenda de la Asamblea Constituyente para la
imera quincena de agosto no incluía la discusión sobre la abolición de
; privilegios nobiliarios y señoriales. La prioridad pasaba por la.redac-
>n de una Declaración de Derechos, que serviría de preámbulo a la futura
institución Pero las noticias sobre los levantamientos campesinos en
i provincias, que inundaban París desde comienzos del mes anterior,
•paraban de llegar. Cada día, las delegaciones de diputados recibían
irmantes informes provenientes de sus distritos. El 28 de julio el flujo
noticias alcanzó su pico máximo de intensidad. A las 8 de la mañana
1 4 de agosto los representantes del Delfmado se reunieron para leer
; informes que acababan de llegar desde su provincia; las epístolas los
gían a actuar con la mayor celeridad, pues “los desórdenes que ya se
n cometido son mucho menos terribles que los que muchos están in­
stando cometer”. En realidad, el levantamiento rural había amainado
nsiderablemente en relación a la semana previa, pero el retraso en la
:epción de la correspondencia permite explicar que, para el 4 de agos-
, la situación percibida por los diputados pareciera en extremo crítica.
Fue entonces que, cuando caía la tarde del 4 de agosto, el vizconde
Noailles bajó al piso del recinto de la Asamblea Constituyente, y tomó
palabra.109 De inmediato, el aristócrata hizo la primera de una serie de
opuestas sobre la eliminación del régimen feudal. La sorpresiva mo­
to, potenciada por el hecho de originarse en un representante de la
ibleza, provocó una incontrolable sucesión de propuestas en igual sen­
io: uno a uno, jos diputados comenzaron a exigir la abolición inme-
ata del Antiguo Régimen in ¿oto. Muchos nobles pidieron lá palabra
rajreallzar una* renuncia de_carácter personal a sus propios privilegios.
■rclero
---------se-—
les;—
unió, renunciando
........ - .....■•a algunos de los suyos. Los
^ diputados
_
1 tercer estado comunicaron que estaban dispuestos a tratar la supre­

istitución de 1795 (la tercera, si incluimos el texto jacobino de 1793, nunca puesto en
Ictica), la Convención se disolvió, y la potestad legislativa pasó a ios cuerpos creados por
:ha carta magna, hasta el golpe bonapartista de noviembre de 1799.
Para gran parte del siguiente relato sigo a Jo h n Markoff (cfr. bibliografía al final del
título).

3
Segunda Parte. R evolución

sión de los privile^os^banos^Bloques regionales enteros comenzaron, a


AnunciarTTET'Hatus especiales de que ^zaB a^^ _p rovin cias.
Los testigos del acontecimiento describen el episodio como una exal­
tación cercana al delirio, una experiencia de fraternización primordial,
un extraño potlatch revolucionario en el que los diputados competían
para decidir quién llegaba más lejos en su sacrificio por el bien común.
Los más cínicos responsabilizaron al vino consumido durante la cena
por la irreflexiva generosidad de algunas de las propuestas. Los diputa­
dos de espíritu conspirativo plantearon directamente la existencia de un
complot. Antoine-Claire Thibaudeau, un joven abogado que acompaña­
ba a su padre, diputado del tercer estado por Poitou, incluye el siguiente
relato de los acontecimientos en sus Memoirs 1765-1792 (Paris, Cham­
pion, 1875):
“¿Fue real? ¿Fue un sueño? Al despertar al día siguiente, uno pensaba en el
trabajo de la última noche. Vinieron entonces los cálculos de las perdidas,
las vanidades, los lamentos y los arrepentimientos. ¿Cómo había uno podi­
do abandonarse a estos excesos? Todo había llegado más allá de lo imagina­
ble y uno sentía vergüenza (...). El régimen feudal no cayó por razones
ignominiosas: estaba acabado, era violentamente contestado y resultaba
insoportable. Los nobles percibieron esto. Unas pocas almas generosas
buscaron la gloria de darle el último empujón; la mayoría ofreció sus dere­
chos en holocausto, en orden a salvar sus tierras y sus personas (...). Si hubo
alguna sinrazón o locura, no fue la abolición de una institución odiosa y
podrida, sino el otorgamiento del título de Restaurador de la Libertad France­
sa a Luis XVI, un título que seguramente le disgustaba, y para colmo por una
iniciativa en la que no había tenido que ver”.110
El relato, imbuido de ideología burguesa, contrasta con las narracio­
nes realizadas por ios representantes de la nobleza. En su Correspondance
inèdite (1789, 1790, 1791) (Paris, Armand Colin, 1932) el Marqués Char-
les-Elie de Ferriéres reproduce la misiva que el 7 de agosto enviara a un
aristócrata amigo; por el tono de la carta queda claro que la adhesión de los
representantes del segundo estado lejos estaba de haber sido espontánea:
“Hubiera sido inútil, incluso peligroso para ti, que yo me hubiera opuesto al
deseo general de la nación. Hubiera sido señalarte, a ti y a tus posesiones,
como víctimas de la rabia de la multitud; hubiera significado exponerte a ver
tu hogar en llamas. Los nobles que acompañamos estos sacrificios estamos
perdiendo tanto o más que tú (...). Ten por seguro que hasta ahora, nuestro

110 Citado por John Markoff (cfr. bibliografía al final del capiculo).

229
ipítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

pequeño distrito es uno de los que menos ha sufrido los infortunios y los
desórdenes. Me atrevo a decir que he tratado, mediante la ubicación y la
prudencia, de evitar comprometerte. Rezo, por lo tanto, para que la noble­
za no demuestre ningún arrepentimiento respecto del curso que acaban de
tomar los acontecimientos, que no demuestre públicamente su desacuerdo
con el decreto de la Asamblea Nacional (sic), y que expresen en sus dichos
una prudencia, una circunspección de la cual depende su propia paz (y
también, tal vez, el bienestar general del reino)”.111
A los pocos días, el marqués escribía a su esposa. El tono de la epísto-
es dramático, y revela una vez más los miedos que impulsaron a los
iputados nobles a acompañar las propuestas realizadas durante la se-
ón del 4 y 5 de agosto. De Ferriéres, de hecho, indicaba a su consorte
)mo proceder en caso de que los campesinos sublevados invadieran el
istillo familiar: M
si llegan a Marsay, no creo que lo hagan para quemar el
istillo -se nos estima mucho para ello- sino para quemar los documen-
•s que guardan relación con las rentas y tributos (...). La conducta a la
ae debemos adherir es afirmar que todo es correcto, y que la nobleza y
s comunes están en perfecto acuerdo”. Antes de finalizar, el marqués
igiere a su esposa evitar de allí en más el término tercer estado: ya no
multaba políticamente correcto.
Para otros representantes de la aristocracia no cabían dudas eje que
a la misma mano ía que se hallaba detrás del Gran Miedo y de la sesión
ú 4 de agosto. ¿No se trataba, acaso, de un plan concebido por la misma
tente o por el mismo partido, que necesitaba los hechos para justificar
»terminadas medidas legislativas extraordinarias?. De hecho, la idea del
>mplot, o al menos de una estrategia preparada de antemano, hoy pare-
; bastante cercana a la verdad. El Club Bretón, organizado en tomo a los
ieres del tercer estado de Bretaña, habría planeado una mise-en-scéne,
i la cual el duque de Aiguillon, un barón feudal de incalculable fortu-
a, debía formular una propuesta favorable a la supresión indemnizada
t los tributos señoriales. Pero el vicomte de Noailles, que no tenía papel
agnado en el libreto, re-escribió la trama in sita. Al tanto de lo que se
amaba, se adelanto a Aiguillon, y formuló .una propuesta más abierta y
ibversiva que la imaginada por la alianza entre los burgueses y los aris-
>cratas bretones: no todos los tributos feudales debían quedar sujetos al
ago de una indemnización previa; muchos de ellos debían abolirse de
imediato, sin compensación alguna para los antiguos señores.

1 Citado por Jo h n Markoff (efe bibliografía al final del capítulo).


Segunda P a r l e . R e v o l u c jú n

El dramático gesto de renunciamiento del duque de Aiguillon, que


llegó finalmente tarde, encamaba una clara estrategia reaccionaria: utili­
zar el nombre de una figura prestigiosa, con el fin de obtener la compla­
cencia campesina. Se trataba de salvar todo lo que pudiera salvarse de la
antigua propiedad nobiliaria -el grupo de Aiguilion era en este aspecto
más exigente que el de Noailles- desprendiéndose de todo aquello que
no podría serlo. De esta forma los grupos más conservadores, burgueses,
aristócratas o parlamentarios, enlazados por la defensa d e ,^ s j 2rp.Rkd¿h
des territoriales -muchos diputados del tercer estado eran, de hecho,
propiéSnós^de^señoríos o perceptores de cargas feudales-, pretendían
abortar las pretensiones de los grupos más radicales, y ^ g r p e r v a r j ^ ^ ^
tielñpo~los~i¡spectoriñársi^^í^^d^^ai^jég,im en„.^ñona^Es
posible r’entonces, que la competencia entre el duque y el vizconde fuera
parte de una puja entre grupos diferentes; y que Noailles representara a
una alianza de intereses menos conservadora, que en aras de rescatar la
riqueza económica de los antiguos privilegiados no trepidaba en arrojar
por la borda la casi totalidad de los componentes del régimen feudal. El
Club Bretón buscaba obtener un resultado similar, sólo que soñaba con
reciclar una mayor cantidad de los antiguos beneficios, y prolongar por
más tiempo el pago de los tributos ya desahuciados.
ELduque de Aigu ilion finalmente habló en el recinto. Nunca sabré
mos si el contenido de su discurso respetó el plan delineado con anterio­
ridad, o si la picardía del vizconde de Noailles lo obligó a improvisar una
nueva propuesta. El eje de la intervención del aristócrata bretón giró en
tomo a la defensa del carácter sagrado de los derechos de propiedad.
Tanto fue así que, sacada de contexto, su intervención podría tomarse
como una defensa de los principios jurídicos burgueses antes que como
una propuesta de abolición ordenada de las viejas instituciones del feu­
dalismo. Aiguillon ofreció acabar con el privilegio fiscal de la nobleza
(nacido con la creación misma del impuesto directo a comienzos del
siglo XIV) 112 y abolir los tributos señoriales, previo pago de una indemni­
zación por parte de los campesinos. Aunque no lo afirmaba explícita­
mente, quedaba claro que la primera concesión se cambiaba por la se­
gunda: la nobleza pagaría de allí en más los impuestos, si los campesinos
aceptaban indemnizar a los aristócratas por la supresión de los señoríos;
Según el duque, dicho reembolso debía equivaler a treinta veces el valor
anual de cada tributo, por lo que el verdadero objetivo del plan -aborta-

1,2 Cfr. capítulo 8, sección 3.

231
pítulo 9 La vía francesa hacia el capitalismo agrario (11)

—dgJbs-fflaB^es-teffaleiiientes bretones buscaba combinar una prome­


tetonca mmgliata Oa abolición del feudalismo), con condicionantes
ácjjcosque implicaban la continuidad f^ctica^del sistema OndemnLza-
>nes impagables). CorT^elIo, pretendían que los campesinos continua-
i pagando los antiguos tributos por muchos años más. aún cuando eí
idaII§McTmíDiera dejado discursivamente de existir a partir de aquella
p io n ^ e^ p m i^ Q ^ .d ^ o sto de J .789. , y
Pero al introducir en la agenda la distinción entre los derechos legíti-
ds y los ilegítimos, la irrupción del vizconde alteró para siempre la
¡cusión. Tras su fogoso discurso, no quedaba espacio ya para las pro-
estas más conservadoras. La revolución burguesa aceleraba el paso.

La hermenéutica del discurso revolucionario


El sesión del 4 al 5 de agosto había sido tan desordenada que incluso
i mismos participantes dudaban acerca de los alcances de las medidas
e habían decidido. El decreto final, que la Asamblea Constituyente
robó recién el 1 1 de agosto, no fue entonces una simple aclaración de
votación del 4. Una semana había bastado para que en el texto defini-
0 se inmiscuyeran elementos nuevos, y se omitieran otros efectivamen-
tratados. Había comenzado el combate por asignar, en los meses suce-
'os, un significado concreto a los decretos de agosto.
En virtud del sentido de portentosidad que otorgaron al evento,, los
opios protagonistas contribuyeron a transformarlo en un mito funda-
mal, cuyo contenido pudo discutirse antes aún de que el decreto final
1 11 de agosto estuviera terminado. La forma, la gloriosa sesión en que
Asamblea Constituyente abolió el feudalismo, antecedió al contenido,
5 mecanismos y procedimientos elegidos para llevar a la práctica la
presión. Y todo ello en virtud de que una de las piezas legislativas más
iscendentes de la historia jurídica de Occidente era también una de las
Is lacónicas.
Durante la madrugada del 5 de agosto, poco antes de levantar la se-
>n, la Asamblea aprobó un resumen con los diversos aspectos discuti-
is en el desordenado debate que tocaba su fin. La síntesis incluía los
dientes elementos:

Los derechos señoriales ilegítimos eran aquellos relacionados con la


servidumbre y con el señorío jurisdiccional (laJusticia señorial, ios
monopolios banales y los privilegios recreacionales).
Debía avanzarse hacia la abolición definitiva del diezmo, a través de
algún mecanismo indemnizatorio.
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

• El privilegio fiscal de la nobleza y del clero debía eliminarse de inmedia­


to.
• Todos los ciudadanos serían elegibles para los cargos públicos.
• La justicia debía ser gratuita.
• La compra de cargos suprimiría para siempre.
• Los privilegios urbanos y regionales tendrían que cesar. .
• Los envíos de dinero de la Iglesia francesa a Roma debían interrumpirse.
• Era necesario suprimir muchos beneficios eclesiásticos.
• Debían eliminarse las pensiones reales obtenidas de manera impropia.
• Los gremios y guildas artesanales tendrían que reformarse.
La lista de temas tratados en la noche del 4 al 5 de agosto posee una
trascendencia difícil de exagerar: es un resumen perfecto del conjunto
de instituciones que para la opinión pública constituían el régimen feu­
dal, el corazón mismo de lo que por entonces comenzaba a denominarse
Anden Régime.
Pero el breve resumen era en sí mismo selectivo, y significaba una
distorsión de lo realmente discutido hasta muy entrada la noche. Se hace
una vaga referencia a la necesidad de reformar los gremios, cuando en
realidad las intervenciones de ios diputados habían sugerido su aboli­
ción lisa y llana. También quedaron en el camino -n o se los incluyó en el
resumen votado durante la madrugada del 5 - propuestas en tomo a la
libertad de culto para los no católicos, la abolición de los Parlamentos, y
la emancipación de los esclavos negros. En síntesis, no fue necesario
esperar hasta la formulación del decreto definitivo el 1 1 de agosto para
que comenzaran a producirse movimientos tendientes a informar, en un
sentido u otro, el sentido de las decisiones adoptadas.
En la tarde del 5 de agosto se redactó un borrador de decreto sobre la
base del resumen votado la noche anterior. Una vez más se perciben
movimientos subterráneos. El borrador de la tarde del 5 eliminó toda
referencia a los gremios (ni reforma ni abolición). Redondeó la noción
de privilegios recreativos, agregando el monopolio de la pesca. Y solicita­
ba al gobierno una lista de todos los beneficiados con estipendios y pen­
siones reales (mecanismo central para la redistribución de la renta fiscal
en beneficio de las clases privilegiadas).113
En la semana y en los meses subsiguientes, calmados los temores ma­
nifestados por aristócratas como el marqués de Ferriéres, la nobleza se

113 Cfr. capítulos 4 y 8.

m
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario 0 0

lanzó a la lucha discutiendo, tributo por tributo» los alcances de las de­
cisiones adoptadas por la Asamblea. El clero sufrió una contundente
derrota: de la indemnización del diezmo, mencionada el día 4, se pasó a
la abolición sin contraprestación alguna en las semanas subsiguientes.
De hecho, esta decisión política provocó la crítica de dirigentes revolu­
cionarios de la primera hora, como el abate Siéyes.
El decreto final del 1 1 de agosto comenzaba con una frase grandilo­
cuente: “La Asamblea Nacional destruye el régimen feudal en su totali­
dad”. El criterio central, que seguía la tesis del vizconde de Noailles,
dividía los derechos señoriales en dos grandes grupos: los basados en la
servidumbre, que simbolizaban el status abyecto de la dependencia perso­
nal; y los que se desprendían de formas legítimas de propiedad (que no por
ello dejaban de constituir una carga indeseable). Los primeros debían ser
abolidos de inmediato, sin contemplaciones. Los segundos, no podrían eli­
minarse hasta la implementación de algún mecanismo compensatorio.
La Asamblea designó dos subcomisiones. La primera, presidida por el
célebre Philippe-Antoine Merlin (uno de los más grandes abogados feu-
distas del Antiguo Régimen), debía determinar las cargas y privilegios
que integrarían uno y otro grupo; la Asamblea le encargaba la decons­
trucción del feudalismo a uno de los más grandes expertos en derecho
feudal. La segunda comisión, presidida por Fran^ois-Denis Tronchet,
debía determinar las modalidades de indemnización para aquellos dere­
chos que no podrían abolirse de inmediato. En síntesis, a pocas semanas
de la mítica sesión del 4 al 5 de agosto todo quedaba aún por determinar:
qué cargas señoriales debían considerarse como legítimas, qué privilegios
señoriales debían abolirse de inmediato, quiénes debían pagar las compen­
saciones a los antiguos señores, cuál sería el monto de las bonificaciones.
Hasta que la Revolución no clarificara estas cuestiones resultaba imposible
determinar quiénes habían sido los grandes ganadores y perdedores dél ve­
rano de 1789. Si nos-guiáramos^iQiUx^feáLLllados concretos, los campesinos
jarecían haber obtenido una espectacular victoria - la abolición del régimen
feuM ^ peroT oSr^ perdido demasiado.

3- La deconstrucción del feudalismo

La reconstrucción de la propiedad nobiliaria o la magia de Merlin

La comisión presidida por Merlin se tomó 7 meses para discriminar


los derechos legítimos de los ilegítimos. Finalmente, entre el 15 y el 28
de marzo de 1790 la Asamblea Constituyente aprobó las propuestas de la

*34
S eg u n d a Parte. Revolución

subcomisión. El criterio propuesto por Merlin consistía en dilucidar el .


origen coercitivo o consensual de cada carga:
• Los tributos arrancados por la fuerza debían catalogarse como usurpa­
dos, y su carácter ilegítimo tomaba factible su inmediata abolición sin
contraprestación alguna.
• Las cargas que se derivaban de un acuerdo libremente consentido
debían catalogarse como contractuales; y en tanto propiedad legítima,
sólo podrían abolirse contra el pago de una compensación adecuada.
• El criterio de Merlin reconocía la existencia de una tercera categoría o
zona gris. Se trataba de cargas de origen dudoso, a las que la Asamblea
beneficiaba con una presunción de legitimidad. Las comunidades
campesinas, de todas formas, conservaban el derecho de presentar
evidencias que demostraran que el supuesto acuerdo consensual es­
condía en realidad una usurpación violenta. Merlin pretendía incluir
en esta zona gris a muchas de las banalidades o monopolios señoria­
les, uno de los pocos mecanismos derivados del señorío jurisdiccio­
nal que conservaban todavía un peso económico relevante. En la prác­
tica, muy pocas comunidades rurales podrían demostrar documental-
mente que el monopolio del molino se basaba en la coerción antes que en
un contrato libremente consentido. Esta zona gris reunía, pues, tributos
presumiblemente usurpados, aunque sujetos a una probanza imposible.
En el grupo de las cargas que serían abolidas de inmediato, sin in­
demnización alguna, se incluían los restantes privilegios derivados de la
jurisdicción señorial. Lo_que la Revolución estaba suprimiendo, de he­
cho, no era más que la seigneurie banale, entendida como una expresión
de dominación política ^ejerddáTsobre las personas pordeteñtadores~^pTF
vados de parcelas deÍ po3 er estat^ soberano. Según ei pensamiento iíu^
minista-y las ficciones historiográficas que lo sustentaban-, estas atribu­
ciones habían sido usurpadas por los señores feudales durante la anar­
quía posterior a la disolución del estado carolingio. Integraban esta lista
la servidumbre en general (y sus manifestaciones particulares, como la
mainmorte y el form ariage),11* la justicia y los tribunales señoriales, los

114 La mano muerta, que privaba al siervo del carácter de propitario pleno de sus dominios,
implicaba la pérdida de los bienes muebles e inmuebles en caso de abandono de la parcela.
El siervo de mano muerta sólo podía legar sus bienes a sus propios hijos, sí éstos residían
dentro del señorío. De lo contrario, la parcela retomaba al señor. Se trataba, en síntesis, de
una opción de hierro entTe la tierra y la libertad.
Eljormariagc implicaba la obligación de solicitar al señor autorización para contraer matri­
monio con personas libres o residentes fuera del señorío, autorización que los señores
solían ligar al pago de tributos extraordinarios. En pocas palabras, no podían contraer

235
jpítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

ibutos que gravaban la actividad económica (peajes y derechos de mer-


ido), los patrones de deferencia simbólica (como el derecho exclusivo a
. portación de armas), los privilegios recreacionales (como los monopo-
d s de la caza, la pesca y la cría de determinadas especies), y por último,

anque con los reparos antes mencionados, los pesados monopolios se-
□riales, en particular la banalidad del molino.
En el grupo de cargas que f erian conservadas hasta tanto se indemni­
za convenientemente ¿Tíos antiguos señorease incluían los~tr¡Butos
aginados en la propie^^d^l^TIerraTen particular, los derivados del
:¿men enfitéutico, que gravaban las tenencias a censo. Se trataba de las
irgas que los campesinos pagaban al señor en reconocimiento de su
:>minio directo sobre el censive. En síntesis, lo que la burguesía modera -
i y sus aliados, los sectores ilustrados de la nobleza y el clero, buscaban
:scatar era el^seSorio dominical o seigneuñe fonciére, al que pretendían
invertir en un mero latifundio (al tiempo que privaban a sus propieta-
os de todo poder político sobre las personas, aboliendo para siempre la
irisdicción señorial).
Del conjunto de cargas legítimas, las más fáciles de someter a derecho
í redención era los pagos anuales, ios censos y las rentas (como el di-
indido champart). En estos casos, resultaba relativamente sencillo esta-
lecer el rendimiento anual del tributo, que luego permitiría calcular las
tdemnizaciones aproximadas. Por el contrario, el carácter ocasional de
s tasas de mutación y de los derechos de transferencia, como los locls et
:nts o el droit de retraityli5 atados a la efectivización de compraventas u
erencias y a las fluctuaciones del mercado de tierras, volvía difícil la
^terminación de un valor real sujeto a compensación.
En el grupo de las cargas dudosas podían entrar los monopolios ba-
ales si los señores sostenían que la exigencia había sido parte del acuer-
o original, pactado entre el titular del señorío y los tenentes enfitéuti-
)s. Pero también las escasas corveas o cargas de trabajo compulsivo que
abían logrado sobrevivir hasta finales del Antiguo Régimen; muchos

atrimonio sin permiso del señor. Era muy común que el cónyuge libre adquiriera status
rvil al casarse con un sietvo de mano muerta.
3 El droit de retrait era la facultad del señor, existente en muchos derechos feudales
gionales, de pujar por una parcela enfitéutica ofrecida en venta por el propietario del
3minio útil. Si el señor igualaba el precio de compra ofrecido por el potencial adquirente,
nía derecho de recuperar el control de la parcela. Según las regiones y las circunstancias
Istóricas, ello permitía engrosar la reserva, aunque los señores podían verse obligados, por
1costumbre, a re-encensar la tenencia enfitéutica, para evitar un retroceso del censive.
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

titulares de señorío sostuvieron que estas rentas en trabajo eran compen­


saciones por el derecho de usufructo de la tierra, y como tales, no podían
ser abolidas sin contraprestación alguna.116
No era casual la elección del jurista Merlin como presidente del co­
mité encargado de clasificar los tributos. Como feudista, era muy conoci­
da su defensa de los derechos señoriales ante las demandas campesinas
(en las décadas previas Merlin había obtenido un célebre fallo en favor
de un señor, que pretendía ensanchar los caminos que atravesaban los
comunales de la aldea compeliendo a los habitantes del lugar a cargar
con los salarios de los trabajadores). Estas mismas sutilezas del derecho,
y su ilimitada capacidad para la construcción de ficciones jurídicas, eran
las que ahora permitían traicionar el espíritu de las decisiones tomadas
en agosto de 1789, respetando en apariencia la letra de los decretos vota­
dos por la Asamblea. La introducción^ile--um-e^^ de^
derechos^lograba que, a^camBío^J^~nuevo...status.4 utídico sin conse­
cuencias económicas prácticas, muchos pequeños propietarios continua­
ran sometidos auñ^olumen^3e carg^sirnto^aLAU^pa^aban antes de la~
abolición formaf del feiLdalisme^-1!-Los..-aKqra^agrados- derechosPcTe
propiedaH^de^l^^seftore^dominicales debían rescatarse, pero mante-_
niendo al mismo tiempo la sensación de que se había producido una
decisiva ruptura con el pasado feudal. Si el sistem^ejgid^LsgJimitaba
verbalmente a lo q^ya^gs.taba^abolido, las cargas que subsistían no de-

1,6 La sempiterna variedad antiguorregimental dificultaba las clarificaciones conceptuales,


y prestaba argumentos a los representantes más reaccionarios del régimen señorial. En
provincias como Bretaña, por ejemplo, los contratos de aparcería, que no implicaban
división del dominio ni presunción alguna de propiedad en beneficio del aparcero, in­
cluían corveas entre sus cláusulas. Claro que, en este caso, no se trataba de tenencias a
censo. Pero la mayor confusión la aportaba el hecho de que muchas corveas habían tenido
origen en el señorío dominical, y afectaban sólo a los campesinos dependientes, en tanto
que muchas otras se habían originado tras la difusión del señorío jurisdiccional (como la
obligación de custodiar castillos o contribuir a la reparación de fortalezas), y habían
obligado en su momento a la totalidad de los habitantes de la jurisdicción, no sólo a los
residentes del censive.
117 Un ejemplo claro era el de las pocas comunidades serviles que habían sobrevivido en
Francia hasta el estallido de 1789. Los decretos de agosto impulsaban la abolición de la
servidumbre sin restricciones. Pero Merlin introdujo una distinción entre las cargas que
reflejaban un estatuto de dependencia personal, servil -co m o la mainmorte y el formariage -
y otras que, originadas en el derecho de propiedad, podían caber a cualquier individuo,
como las rentas anuales derivadas de la división entre los dominios útil y directo. Estas
últimas, argumentaba el jurista, no podían ser abolidas ju nto con la servidumbre. En la
práctica, entonces, esta desapareció como status jurídico, pero los antiguos siervos debían
continuar pagando tanto como fuera posible de las antiguas cargas dominicales.

237
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

bian considerarse como pane del régimen señorial. Y si no eran cargas,


feudales, entonces~cféElan ser derechos de propiedad. Al insistir en que la
a&olición del leudaiismo yá se hábía~producido, el jurista apuntaba a
legitimar ios pagos remanentes. El régimen feudal, definido como los
derechos de una persona sobre otra, debía ser eliminado; pero las cargas _
derivadas de la propiedad territorial debían incorporarse al grupo de los
inviolables derechos de propiedad. El subcomité de Ia~Asambíea Consti-
TuyeñtFparecIa rascar soBrelaoxidada superficie de la propiedad feudal
para dejar ver, a no demasiada profundidad, la reluciente caparazón de
la moderna propiedad JmPffuesar Es posible interpretar al proyecto de
Merlin de marzo de 1790, y tal vez al fallido intento del duque de Aigui-
llon de agosto de 1789, como una estrategia alquímica, destinada a trans­
mutar a los se ñores feudales en propietarios territoriales (una transformación
que, como describimos en capítulos anteriores, no se apartaba demasia­
do de la dinámica que la propia evolución económica del feudalismo
tardío había impuesto a los grandes dominios señoriales).118
Merlin terminaba por explicitar su maximalismo jurídico cuando, a
la distinción original usurpado/contractual, superponía la distinción entre
derechos personales y derechos reales. Los primeros se derivaban de una rela­
ción jerárquica entre no iguales, y dado que se enraizaban en el mayor
poder de unas personas sobre otras, debían considerarse como explícita
o implícitamente coercitivos; tenían su origen en una era en la cual la
soberanía del estado se había parcelado, y los señores habían usurpado
los atributos propios de la alta jurisdicción. Los derechos reales, en cam­
bio, no se derivaban del status superior de un individuo sobre otro, sino
que tenían su origen en arreglos contractuales, libremente consentidos
mtre personas jurídicamente iguales. Al declarar a la mayor parte de los
derechos señoriales como presuntamente adscriptos a la categoría con-
tactu al/real , Merlin elnhoraha lajnás_extrema de sus ficciones legales. El
jurista imaginaba que las relaciones sociales existentes en la época en que
^ onginaiQ^I^denQminada^^rgasTegrtíÍTr^ergrcapaceF3e~^gnerar-
:ojitratos libremente consentidos entre ías párteselos señores de la tierra,
3°r un lado; los pequeñas .productores directos, por eí^otro^LIna clase
le^aro£i£S-feudal^que hasta hacía
** 4
meses había hecho. gak.de su supe-
•w vK ,yV / .q i ^ ,> ~ ^ ^ ' " ' '

•ioridad jurídico-política, era redefinida como un^ grupo de individuos

Cfr. la evolución del señorío normando de Pont-St-Pierre, en el capitulo 3. Ver también


a evolución diferenciada de las distintas categorías de la renta de la tierra, en el capítulo 4
entre ellas, la comparación entre las rentas señorial y propietaria de la tierra).
S e g u n d a P a rte . R evolución

jurídicamente iguales a sus campesinos dependientes. En el pasado re­


moto, los pequeños prodnaores KaBfíáñ consefuT3^"TiBf?TTTef^ en el
pago de determinadas rentas, recognitivas de su carácter de no propieta­
rios, a cambio del acceso a la tierra. En consecuencia, debían continuáis
Jhonrando dichos t r i b u t a s _ h a s u - - t a n l Q pudieran compensar pecuniaria­
mente a los dueños^ngmal^.de^la~t4^raT^ 9

La reconstrucción de la propiedad campesina: de la enfiteusis al


censo consignativo

A comienzos de 1790, la Asamblea Constituyente votó los decretos


sugeridos por Merlin sin esperar los infonnes de la comisión presidida
por Tronchet, que. debía determinar la naturaleza y los montos de las
tasas de indemnización. Al igual que en agosto de 1789, la Revolución
impulsaba una medida de alto impacto dramático, relacionada con al­
gún componente esencial del Antiguo Régimen; pero al mismo tiempo
posponía decisiones absolutamente esenciales, sin las cuales resultaba im­
posible determinar los efectos reales de las transformaciones propuestas.
El mecanismo compensatorio finalmente elegido por el comité de
Tronchet fue la asimilación del régimen enñtéutico a una antigua moda­
lidad crediticia,'eTcenso consignatiYfr. Este mecanismo hundía sus raíces
en las rentas constituidas, que se generalizaron en el Occidente europeo
hacia mediados del siglo Xill .120 A cambio de la suma exacta que recibía
en carácter de préstamo, el propietario constituía una determinada renta
anuaC de~carácteF~perpetuo, "sobre una determinada sección de su pro-
píeda37Aunque se trataba de una"cTaro mecanismo crediticio, la práctica
permitía ocultar^el préstamo a interésTrasla fachada de la_compraventa
de una renta perpetua. El deudor (vendedor de la renta) debía otorgar
cadaTño afacree3o r(co mp rador de la renta) un monto que oscilaba

era^gues^ un enmascaramientojlgi.iaLerés^El título de propiedad de


estas rentas tenía la ventaja de ser. fácU reeptgjagf^i^
por lo que se las utilizó para los más variados fines (del establecimiento

1,9 Esto no significa que no se hicieran concesiones en aras de lo que, se sabía, los campe­
sinos no estarían nunca dispuestos a tolerar. Por ello, se detectan incosistencias intelectua­
les. Así, en los casos de mainmorte récle, en que la parcela era considerada servil, la institu­
ción fue asimilada a ios derechos personales, y abolida sin compensación alguna.
120 Fue por entonces cuando los tenentes adquirieron el derecho de cargar sus parcelas con
una renta perpetua, a cambio de pagar al señor una tasa de mutación o derecho de
transfererencia, equivalente al de una compraventa.

239
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

de pensiones de viudedad o la instrumentación de donativos piadosos).121


Durante la Baja Edad Media, el mecanismo se difundió a raíz de la pro­
hibición eclesiástica de la usura, que obligó a que las operaciones de
préstamo entre no comerciantes se organizaran en forma mimética a la
relación señorial que regulaba el usufructo de las parcelas del censive. De
todos modos, el dominio del propietario sobre su tierra quedaba a salvo,
porque a diferencia de la enfiteusis, el censo consignativo no implicaba
dominio dividido ni presunción de propiedad alguna en favor del per­
ceptor de la renta.
En su origen, estas rentas tenían como garantía real la propiedad in­
mueble de quien las había constituido, por lo que los beneficiarios que­
daban, en teoría, habilitados para solicitar el comiso de los bienes de los
:ensatarios morosos. Pero el censo consignativo fue evolucionando en
>entido diferente durante el Antiguo Régimen, en particular cuando la
obligación comenzó a ser contraida por mayorazgos nobles (cuyos bienes
>ran inalienables); o cuando los beneficiarios de las rentas eran institu-
:iones eclesiásticas, pues en este caso, la confiscación de la prenda hu­
biera desenmascarado, precisamente, lo que el mecanismo pretendía ocul­
ar: que las rentas constituidas eran, en realidad, cripto-préstamos a inte-
js . En todos estos casos, el incumplimiento en el pago de los montos
muales no implicaba la perdida de la propiedad territorial de los deu­
dores, sino la intervención jud-icial -eULd^minio, a los efectos de garand­
a r la percepción de las rentas constituidas. Esta evolución del censo
:onsignativo aseguraba aún más el dominio de los deudores sobre sus
nenes, y contribuyó a que el comité de Tronchet lo eligiera como el
necanismo, compensatorio ideal para instrumentar la liquidación orde-
iada del régimen enfitéutico.
También evolucionó con el tiempo la duración y ios plazos de las
Aligaciones contraidas. En su origen, las rentas consignadas no podían
«r redimidas por el deudor. De hecho, por el juego mismo de la prohi-
>ición canónica de la usura, el acreedor carecía de medios para instar a
a devolución del capital. En la Edad Moderna, en cambio, el censo
:onsignattvo a dmi t í a ^J a hecho
ignificaba una nueva ventaja sobre el enfiteuta, porque éste carecía de
r^c^sm oriegafes para lograr la reunificación ¿el dominio escindido o
iberar a su propiedad del pago de las cargas anuales. Si el censatario

I1 La ventaja de recurrir a las rentas constituidas para realizar donativos piadosos residía en
l hecho de que el mecanismo respetaba, en apariencia, la integridad del patrimonio;
unque, por otra parteTgravaba las propiedades con pesadas deudas perpetuas.

40
Segunda Parte. Revolución

devolvía el capital originario - el precio de compra de la renta perpetua,


en el esquema ficcional antes mencionado-, sus tierras quedaban libres
delpago de los.m m ias^Q üaks^
‘T n mayo de 1790, la Asamblea Constituyente convirtió a los campesi­
nos en propietarios plenos de sus tierras. A partir de la asimilación de la
enfiteusis a los censos consignativos, la Revolución moderada acababa
definitivamente con el dominio escindido característico de las tenencias
a censo. Pero dado que el antiguo dominio directo de los señores se
derivaba de formas legítimas de propiedad, su abolición debía compen­
sarse. Para ello, el nuevo dominio indiviso de los campesinos se asimiló
a una propiedad cargada con una renta perpetua. En consecuencia, los
pequeños propietarios debían continuar efectuando pagos anuales hasta
tanto hicieran efectiva los montos indemnizatorios establecidos por la
ley: el arcaico censive enfiteuta {cois y chamyarts) devino^ entonces, censo
consighativo ( rente censuet) . Los antiguos señores se transformaban en acree-
dores, y los antiguos enfiteutas en “deudores”. En la práctica, los peque-
ñS^ámpesTO^^d'ébTárT":onCmuaFpagando los mismos montos de siem­
pre, con la diferencia de que el censo consignativo admitía la posibilidad
de redención que la enfiteusis no contemplaba: si se devolvía el rpontrL.
total de la “deuda” - en este caso, el valor total de la indemnización- , los
paflos anuales podrían jmerrumpiis&v.En síntesis, la Revolución conver-
tía al dominio útil de los enfiteutas en una propiedad plena y absoluta,
aunque hipotecada. Sólo cesaban de inmediato las cargas irregulares,
como el"lau’demio y las tasas de mutación (aunque no la pretensión de
tomarlas en consideración para el cálculo de las indemnizaciones que los
señores debían cobrar). Una ficción legal (el dominio dividido de la
enfiteusis) era reemplazada por otra (una operación de crédito abstracta,
encuadrada en los moldes del censo consignativo).
El monto de la indemnización fue estipulado en veinte veces el valor
anual estimado de cada carga enfitéutica. Pero la Asamblea Constituyente
impuso también otras condiciones. El pago de la indemnización debía
realizarse en metálico, y las cargas no podrían redimirse por separado.
Los campesinos cuyas comunidades hubieran sido hasta entonces colec­
tivamente responsables ante el señor, no podrían convenir individual­
mente los montos indemnizatorios. Por otra parte, la estimación de 20
años de rentas anuales no era sino un piso mínimo, que podría incre­
mentarse cuando se determinara el valor monetario de las rentas en espe­
cie y de las tasas de mutación.
La enfiteusis tradicional desapareció de las mayorías de las codifica­
ciones legales modernas, a partir de que los juristas de sensibilidad libe­

*41
Capitulo 9. La vfa francesa hacia el capitalismo agrario (11)

ral propagaron una doctrina del derecho de propiedad incompatible


con la división del dominio. De hecho el Código de Napoleón, monumento
de la flamante propiedad burguesa, la ignoró por completo. El silencio
bonapartista era todo un programa a voces; y fue una de las principales
causas de la oposición señorial a la difusión de la codificación napoleó­
nica por el resto del continente.122

La abolición final del feudalismo: la solución jacobina

La combinación de las estrategias delineadas por Merlin y Tronchet


llenaron finalmente de contenido las declamaciones revolucionarias de
agosto de 1789. Los prosaicos mecanismos de la práctica jurídica suce­
dían a los inflamados discursos de la retórica revolucionaria. Los aspec­
tos infamantes de la simbología señorial hablan sido abolidos, junto con
la desaparición definitiva del señorío jurisdiccional; pero aún subsistían
los comj^nenj££j£cmómicüsunáSuj^esjb^
a Predela mientojdel^ ^eñorío dominical. Los campesinos reaccionaron en
consecuencia. Comenzaba entonces una dinámica política original, un
diálogo entre las soluciones legales aprobadas en los recintos parlamen­
tarios, y las exigencias prácticas de una rebelión campesina de carácter
crónico.
Los disturbios rurales de la primavera de 1790, que tuvieron su pico
entre el 1 y el 9 de junio, obligaron a la ^anxbka.Constituyen^a sancio­
nar nuevasjmedidjis^Qn^
tarias. La burguesía moderada continuaba en la línea de los decretos de
marzo, que declaraban ilegítimos^ los derechos basados en diferencias de
honor y de rango, pero mantenían liquellos Basados en "el’HefecHo^de1'
propiedad. El 20 de junio el marqués de Ferriéres afirmaba, en una
ep^t^a dirigida a otro representante d e j ^ n g ] ^ ^
privilegio_figcal,Ja eliminación del monopolio aristocrático de los cargos
públicos, la liquidación del mayorazgo y la Jríbunalesi
señoriales habí anfo grado ya la destrucción de la nobl^^a^nmm^eníidGL
matetial U nueva le^.aue.abollajas, d i s t i n c . ^
tlan al antiguo espíritu d ^ a ^ Jl^ í^ ^ J^ ^ ^ ^ á si^ i^ ^ $ ^ j| Jclu y e n d o el

122 En las codificaciones modernas, la enfiteusis subsistió como categoría residual, asimila­
da a formas de arrendamiento de larguísimo plazo, que no comportaban ya derecho de
propiedad alguno para los enfiteutas. De hecho, la descalificación de la idea de dominio
escindido impidió que la nueva noción de enfiteusis admitiera plazos indefinidos, debien­
do fijarse un máximo, según la regla clásica de las tres generaciones o 9 9 años.

Z42
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

uso^de libreas, la exposición de escudos de armas o el embellecimiento


del apellido familiar con eTnomEre 3e"una propiedad), apuntaba"
truir a la nobleza en un sentido ideal, desterrando para siempre hábitos
milenarios de deferencia y respeto. Para muchos autores, junio de 1790
marcó un clivaje en la actitud de los constituyentes más conservadores,
quienes vieron alejarse definitivamente la posibilidad de moderar la re­
volución desde adentro. En los quince meses siguientes, uno de ca3a~
cinco diputados nobles emigraron del país.
Pero aunque la ley de junio de 1790 fue un ensayo de respuesta a los
levantamientos campesinos, el peso de las cargas que los campesinos de­
bían continuar pagando no disminuyó un céntimo. Entre noviembre de
1790 y abril de 1791, la Asamblea adoptó algunas medidas complemen­
tarias en favor de los campesinos, como la simplificación de las modali­
dades de indemnización: las antiguas cargas enfitéuticas podrían indem­
nizarse por separado, al tiempo que se agregaron ciertos derechos especí­
ficos al conjunto de los tributos ilegítimos. Pero estas medidas no logra­
ron impedir el estallido de una nueva oleada de revueltas campesinas
entre febrero y abril de 1792. En el recinto de la ñamante Asamblea
Legislativa algunos diputados radicales comenzaban ya a denunciar que
las leyes pergeñadas por Merlin y Tronchet legitimaban la supervivencia
de importantes elementos del régimen señorial. El 11 de abril de 1792,
durante el punto álgido de los levantamientos campesinos, el Comité so­
bre derechos feudales presentó un proyecto que apuntaba a desviar muchos
derechos de la lista de los indemnizables a la lista de los presuntamente
ilegítimos. El cambio consistía, simplemente, en trasladar la carga de la
prueba de los campesinos a los señores. La revuelta campesina cedió en
intensidad. Entre el 18 de junio y el 6 de julio, la Asamblea Legislativa
aprobó una ley que presumía ilegítimos todos los pagos aleatorios, a me­
nos de que los señores presentaran pruebas en contrario.123 Las cargas
anuales, por su parte, debían continuar pagándose.
En agosto de 1792 el virtual colapso de la monarquía constitucional
selló la suerte de la flamante Asamblea Legislativa. Por la misma época,
una nueva oleada de protestas campesinas sacudió las áreas rurales. El
clima estaba dado para que dicho cuerpo, antes efe disolverse, avanzara
radicalmente en la modificación de los patrones conservadores de la le­
gislación de 1790. El 25 de agosto de 1792, la totalidad de las cargas

123 El m ejor ejem plo eran las tasas de mutación, los derechos de transferencia y los dere­
chos de entrada. t

*43
ipítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

udales fueron declaradas presuntivamente ilegitimas, .resultado de ac-


Ís ":oercitivos orT^ ^ ^ e ^ u f S ^ a b á r b ^ ^ o ^ ^ . Los^ágos anuales^
envSd^líeTantiguoIr^^
__i-.n— ---ri—i».i,i, |-ri, ., __
a las■■puertas
1
e su abolición definitiva. La nuevrTe^pOTftt^^
^ j H U •a r#±|*f * Cj % .
m*e\T3iencia en contrario, accionar legalmente en defensa de sus dere-
i o s . Pero nuevamente, el peso de la prueba se había invertido. La legis-
.ción de junio/julio, aún cuando expandió considerablemente el uni-
írso de cargas ilegítimas, había salvado otras, cubriéndolas bajo el man-
> sagrado de la propiedad. La ley de agosto, en cambio, impulsaba la
idical eliminación de la totalidad de las cargas señoriales, aún de aque-
as que derivaban de la propiedad de la tierra, del señorío dominical y
el régimen enfítéutico. La radicalización del cuerpo presagiaba el cam-
io que la.ReyQiución.suíriría en los meses subsiguientes, con la aboli-
ón de la monarquía, la ejecución del rey y la instauración del Terror,
e todas formas, la nueva ley todavía otorgaba cierta entidad legal a los
reíamos señoriales. Los señores conservaban, potencialmente, el dere-
io de reclamar el amparo judicial, aún cuando ello resultara poco pro-
able en el clima político de finales de 1792. La ley de agosto no rompía
m la distinción inicial entre derechos legítimos e ilegítimos (según la
ropuesta del vizconde de Noailles), o derechos usurpados y contractua-
:s (según el esquema de Philippe-Antoine Merlin), aunque la llevaba
asta sus mismísimos límites. La categoría de tributos legítimos e indem-
Lzables se mantenía; pero la ley presumía que ya no quedaban cargas en
icho grupo, a menos que un señor aportara pruebas en contrario.
Pero la abolición definitiva del feudalismo^, incluyendo cualquier re-
ibio del señorío~3ominical, no se produjo sino después de la ejecución
e los girondinos y de la instauración del régimen jacobino. Continúan-
o'^on^la* evolución de la hermenéutica revolucionaria, y con su ilimita-
a capacidad para moldear los discursos jurídicos, el nuevo gobierno
>tableció la existencia de una única categoría de cargas señoriales: las
egítimás. El 17 de julio de 1793, la Convención suprimió todos los
^tiguos derechos señoriales, sin indemnizaciones de ninguna clase, y
rdenó la quema inmediata de los títulos feudales. El estado revolucio-
ario esperó cuatro años para interpretar que la sesión del 4 yJ5 de agosto
e 1789 había querido significar, realmente, la destrucción absoluta c}el.
:gimen señorial en todas sus [acetas. la supresión del componente do-.
itTIicarunto "como la a b o lic ió jijte lj^ ^
Merfin sostuvo por entonces que la nueva norma, “surgida de la ira”,
bría una brecha en el sagrado derecho de propiedad, que podría algún
ía volverse contra los imprudentes que la habían impulsado. ¿Qué irri-
Segunda Pane. R e v o l u c ió n

pedía que una nueva ley, en el futuro, eliminara otras expresiones no-
señoriales del derecho de propiedad? Pero el antiguo letrado feudista no
fue el único en prever las revoluciones del siglo XX; la propia conven­
ción incorporó un segundo artículo a la ley que exceptuaba claramente
de la abolición a las rentas no feudales, como los cánones de arrenda­
miento y aparcería.124 El 2 de octubre de 1793 la Convención suspendió,
incluso, al artículo de la ley de julio que ordenaba la quema de los títulos
señoriales, preocupada ya no por los reclamos abstractos de los antiguos
señores, cuanto por la salvaguarda de las tierras fiscales. El radicalismo
de la revolución burguesa había colmado sus propios límites.125

124 Particularmente conflictivo resultó el caso de los aparceros. En el Sudoeste, los aparce­
ros venían resistiendo el neo-diezmo, un incremento de la renta propietaria que se produjo
cuando, tras la abolición del diezmo eclesiástico, el monto de la antigua carga fue incorpo­
rado a los cánones de arrendamiento y aparcería. En muchas provincias arcaicas, muchas
rentas de origen propietario habían incorporado cargas fomalmente similares a los tributos
señoriales (como las corveas). Como agravante, en el sudoeste la palabra reñís se empleaba
para describir cualquier carga de origen señorial, y era precisamente esta palabra la que la
legislación jacobina empleaba para referirse a las rentas propietarias (no feudales). El
conflicto revelaba, mejor que nada, el componente lingüístico-semántico de las luchas
sociales revolucionarias. La Convención respondió con una obra maestra de la ambigüe­
dad: los propietarios podrían arrendar la tierra de acuerdo con contratos mutuamente
convenidos, con la condición de que los mismos no tuvieran la apariencia de los contratos
señoriales.
125 Atención especial exige el caso de los diezmos. La legislación inicial distinguió clara­
mente entre los diezmos eclesiásticos y los infeudados (percibidos por detentadores laicos).
Éstos últimos fueron equiparados a las cargas señoriales que debían previamente indemni­
zarse antes de poder ser abolidas, por lo cual pasaron por todas las etapas que caracteriza­
ron a los tributos derivados de la enfiteusis: de su legitimación, en marzo de 1790, a su
abolición sin indemnización alguna, en agosto de 1793.
Por su parte, los diezmos eclesiásticos fueron considerados como abolidos por completo
por la legislación del 4 y del 11 de agosto de 1789. A diferencia de los diezmos infeudados,
en este caso no se requería indemnización alguna, porque el estado se haría cargo de los
asuntos eclesiásticos, financiándolos con el cobro de los impuestos.
Mención aparte merece la cuestión del neo-diezmo, un decidido intento de la Asamblea
Constituyente por favorecer a la élite rural propietaria: abolidos los diezmos eclesiásticos,
un conjunto de leyes de diciembre de 17 9 0 obligaba a los arrendatarios y aparceros a
incorporar el antiguo tributo dentro de los cánones que pagaban a los dueños del suelo. La
legislación aclaraba que esta solución se aplicarla solamente a los contratos por entonces
vigentes. Los futuros contratos de arrendamiento quedarían librados a las negociaciones
entre particulares, sin intromisión del estado (aunque se suponía que la desaparición de la
renta eclesiástica impulsaría un aumento de la renta propietaria). Si bién resulta difícil
imaginar que un grupo como la burguesía moderada, para quien la propiedad era sagrada,
apareciera impulsando el vaciamiento de los contratos vigentes, también era dable imagi­
nar una distribución más equilibrada de los costos producidos por la súbita abolición del
diezmo eclesiástico.

*4 5
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

4- Comunales y campos abiertos: la revolución en la aldea


¿En que forma la Revolución afectó el paisaje agrario y la organización
territorial de las comunidades rurales? Junto con la abolición del feuda­
lismo y la resignificación de la propiedad campesina» ¿impulsó la Revo­
lución, como en Inglaterra, la liquidación total del régimen de campos
abiertos y la supresión de la propiedad colectiva?
El problema de la reforma agraria no se agotaba con la supresión de
los señoríos y con la abolición de las tenencias a censo. La Revolución
tenía otras materias que resolver en relación con la cuestión agraria. ¿Era
posible una legislación que no se agotara sólo en la transformación del
status jurídico de las propiedades campesinas? ¿Era imaginable una re­
forma que avanzara, también, en la distribución de la tierra? Al respecto,
las asambleas revolucionarias se enfrentaban con una 5grie.de problemas
altamente complejos:.

• El reparto de los bienes nacionales (las tierras confiscadas a la Iglesia,


a la monarquía y a los nobles emigrados).
• Las usurpaciones de los comunales, y los conflictos entre señores y
campesinos por el usufructo de las tierras baldías.
• La persistencia del régimen de campos abiertos ( open-fields), y de los
derechos colectivos sobre las parcelas de propiedad individual.
• El reparto de los bienes comunales (saltus), cuyo derecho de uso era
propiedad colectiva de las comunidades rurales.
La legislación inicial sobre los bienes nacionales establecía que las
tierras confiscadas a la Iglesia, al rey y a los aristócratas emigrados debían
subastarse públicamente en grandes lotes. Esta disposición compartía el
espíritu conservador que embargaba a la legislación antifeudal de co­
mienzos de 1790. La_venta en grandes lotes de las ingentes propiedades
confiscadas quedaba^ tan Jejos de beneficiar a los pequeños y medianos
propietanosT^omo la _discjliiiiDadikumlre-caigas^feudales^usijLq^as y
contractuales.
Desde sus orígenes, el régimen jacobino pretendió introducir modifi­
caciones en la distribución de los bienes nacionales. El 3 de junio, un
día después del arresto de los girondinos, la Convención determinó que
las tierras confiscadas debían rematarse en pequeños lotes, y que los cam-
pesinos pobres, sin derecho ~de acceso a ios comunales, podrían arrendar
con cánones bajosJaa.tierras.de los emigrados. El 13 de septiembre de
1793 una ley de la Convención ordenaba al estado proveer a los proleta­
rios rurales vales de 500 libras para que pujasen por la tierra en las futu­
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

ras subastas. Pero la utopia pequeño-burguesa se topaba con ineficien-


cias de orden práctico: muy pocos lotes fueron vendidos por valores’
inferiores a las 500 fibras. En cualquier caso, la reforma agraria jacobina
llegaba demasiado tarde: la mayor parte de los bienes nacionales habían
sido subastados en los años previos, antes de que el partido de Robespie-
rre lograra el control del estado revolucionario. El fabuloso trasvase de
propiedad inmobiliaria había tenido lugar sin tomar demasiado en cuenta
a los minifundistas campesinos. La Revolución moderada se había con­
tentado con transformarlos en propietarios plenos de sus tierras. Pero en
su proyecto, no cabía la posibilidad de una redistribución^jpr^ndajteL
suelo de Francia en beneficio de los .pequeños y medianos_productores.
* * *

El segundo problema pendiente era la cuestión de la usurpación se­


ñorial de los bienes comunales. En septiembre de 1792 la Convención
dispuso que todas las tierras baldías apropiadas por los señores a partir
de_j 66^ ^ S ^uandg. se_sustentesgn,„grijjsxS£hQSjgialiB^ÍSJtálÍ¿as^IL
su tiempo, debían devolverse a las comunidades campesinas. Resulta pa­
fádoiico^que, en lo que respecta a la defensa de la integridad del patri­
monio de las comunidades n ^ les^ a,j& ey & lu ^ ^
'como con^^adora. de^la^ftQlítica„x^ai^aesuia.,deLe^udQ^absaLuiÍ3taJ¿6
Esta disposición sobre la usurpación de tierras baldías siguió de cerca a la
inversión de la carga de la prueba, que privó a los señores de la posibilidad
práctica de continuar percibiendo la mayoría de sus antiguos tributos.
* * *

¿Qué ocurriría con los open-fields en la Francia revolucionaria? La mo­


dernización del campo francés, ¿contemplaba el cercamiento generaliza­
do del paisaje rural? ¿Continuarían los gobiernos revolucionarios ios tí­
midos intentos fisiocráticos impulsados por la monarquía absoluta en
sus últimas décadas? Pronto quedaría claro que la difusión de los enclosu-_
res no era para la Revolución una prioridad similar a la liquidación de
tos^eñorios y a la abolición del feudalismo. Durante años, incluso, pare­
ció que la Revolución se negaba a tomar decisiones en concreto.
El Código Rural, promulgado por la Asamblea Constituyente el 2 de
septiembre de 1791, resultaba extremadamente ambiguo. En forma con­
fusa, el texto defendía al mismo tiempo los derechos colectivos sobre las

126 Cfr. capítulo 8 , apartado 5.


Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

parcelas de propiedad individual y el derecho de los propietarios a cer­


car sus tierras. Las expresiones más extremas de los derechos colectivos,
como el pastoreo intercomunal, adquirieron carácter provisorio, aunque
a diferencia de los diezmos, no se estipulaba una fecha concreta de cadu­
cidad.
El discurso del código, que impulsaba una sacralización de la propie­
dad similar a la que hallamos en la legislación de 1790, afirmaba que las
tierras eran tan Ubres como las personas. Por lo tanto, sus dueños debían
tener el imperio de variar a su antojo los tiempos de la siembra y la
cosecha, la rotación de cultivos y las técnicas agrícolas. También cabía a
ios propietarios el derecho de disponer de la totalidad del producto
agrario resultante (Código Rural, sección primera: “Sobre los principios
generales de la propiedad territorial”). Del principio anterior se des­
prende claramente que los propietarios tenían facultades para cercar sus
campos: “El derecho a cercar (...) las propiedades dimana esencialmente
del derecho de propiedad, y no puede negársele a ningún propietario
(...). El derecho a la comunidad de pastura ( parcours) o al usufructo
colectivo de los campos en barbecho (vaine patüre) no podrán, en ningún
caso, impedir a los propietarios cercar sus heredades”.127 El código tam­
bién garantizaba a los propietarios el derecho a tener su propio rebaño
aparte: “en las regiones en que impera la comunidad de pastura o las
tierras baldías sometidas al uso común, todo propietario o arrendatario
podrá renunciar a esta comunidad, y mantener un rebaño por separado
(...). Todo propietario es libre de determinar la cantidad y el tipo de
rebaño que crea convenientes para el cultivo y explotación de sus tierras,
y de llevarlos a pastar exclusivamente a ellas” (Código Rural, sección cuar­
ta: “Sobre los rebaños, los cercados, la comunidad de pastos y las tierras
baldías”).128 Pero a pesar de la defensa de los derechos de los propietarios
individuales, el código no abolía de manera inmediato los antiguos dere~
chos comunales, que continuaban provisionalmente en vigor “conforme
a las reglas y usos locales que no contraríen las reservas establecidas en
los artículos de la presente sección”. En otras palabras, los derechos de
usufructo colectivo continuarían ejerciéndose, a menos de que~algún
integrante de la comunidad m an iF ¿tara^ ^pbsición en contrario.
Pero en cualquier caso, la x ó ntradicaóru^ntre la afirmación de prin­
cipios y las restricciones empírícas-resultaba flagrante. Sin el recurso a la

127 Citado por John Markoff. Cfr. bibliografía al fina! del presente capítulo.
128 m .

248
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

concentración parcelaria provocada por los enclosures generales -com o


sucedía en Inglaterra-, la libertad de cercar y cultivar continuaría siendo
en gran medida teórica. Sus efectos sólo se dejarían sentir muy lentamen­
te. Como consecuencia del intrincamiento de las parcelas, resultaba im­
posible suprimir en el corto plazo el derecho de pastura en el barbecho y
la rotación obligatoria de cultivos. La consolidación de las parcelas en
bloques compactos, condición técnicamente necesaria para la puesta en
práctica de las libertades defendidas por el Código Rural, no fue tenida en
cuenta por los legisladores de 1791, y las propuestas para incluirla en la
ley brillaron por su ausencia.
***

El último de los problemas relativos a la reforma agraria concernía a


los usos qye en el futuro se daría a los tierras baldías (saltus), cuyo domi­
nio útil era propiedad colectiva de las comunidades"rurales.'~Kún cuan­
do la ausencia generalizada de enclosures y la persistencia de los campos
abiertos no lo exigieran, ¿debían suprimirse, de todas formas, los bienes
comunales?
A pesar del individualismo que trasuntaban muchos cahiers de doltari-
ces , las asambleas revolucionarias hallaron que el asunto de los comuna­
les era uno de los tópicos más complejos de la cuestión agraria. Si por un
lado los comités agrícolas de las tres legislaturas129 eran foros fisiocráticos
que manifestaban un aborrecimiento patológico hacia toda forma de pro­
piedad colectiva, por el otro mostraron enormes reparos a la hora de
propiciar una legislación que aboliera los antiguos derechos comunales.
Entre octubre de 1790 y noviembre de 1791, la Revolución moderada
impulsó una encuesta, sobre el terreno para recabar la opinión de las
comunidades campesinas al respecto. Pero los resultados no apaciguaron
los reparos políticos de los legisladores. De los resultados del releva-
miento se desprendía que no existían ideas hegemónicas o uniformes
sobre el destino futuro de los comunales. La encuesta inhibió aún más la
toma de decisiones por parte de la Asamblea. Desde antes del estallido
de la Revolución, los grandes propietarios venían sosteniendo que el
mecanismo de acceso"'rtogTomunaíes debíamantenerse tal como estaba,
es decir, otorgando mayores"derechos a^quienes poseían más tierras. Lqs,
campesinos mas pobres7 ~en cambio ,^comenzaban a demandar, cada vez

129 La Asamblea Constituyente (1 7 8 9 -1 7 9 1 ), la Asamblea Legislativa (1 7 9 1 -1 7 9 2 ) y la


Convención (1 7 9 2 -1 7 9 5 ).

240
Capítulo 9. La vía francesa hacía el capitalismo agrario (II)

con mayor frecuencia, la división igualitaria del usufructo del baldío,


cuando no directamente su liquidación y reparto entre todos los habi­
tantes.130 El Código Rural de hecho, autorizó a los no propietarios.y a los
pequeños campesinos a introducir en los comunales hasta seis lanares, y
una vaca con su ternero. !. .. ,
La contrarrevolución campesina de comienzos de 1793, que alcanzó
su pico en el mes de marzo, impulsó al gobierno -todavía con fuerte
influencia girondina- a decretar la pena de muerte para todos aquellos
que propiciaran el reparto "de tierras, T a d i visión de los comunales o la
re'fon^^^arjaJlLa.,Convención Nacional decreta la pena de muerte contra
cualquiera que proponga una ley agraria o cualquier otra ley que subvier­
ta la propiedad, sea territorial, comercial o industrial”. Para los sectores
menos radicales de la dirigencia burguesa, el término “ley agraria” tenía
connotaciones sediciosas, que recordaban las políticas demagógicas de
los hermanos Graco; por lo que fue considerado impropio en tiempos de
invasión exterior y contrarrevolución interna. De hecho, muchos legisla­
dores girondinos defendieron la draconiana medida, argumentando que
los sacerdotes refractarios y los emigrados estaban intentando soliviantar
a los no propietarios en contra de los propietarios, a los ppbres~en^ontra
de los ricos. La medida, en síntesis, no era sino una Igy mordazg, que
pretendía proteger a los grandes propietarios silenciando ^ los partida-
rios de las políticas redistributivas. El decreto de pena de muerte fue
aprobado, con la esperable objeción de j a i ^ B í r ^ —
El control del estado revolucionario pronto pasó a manos de los par­
tidarios de Robespierre. El 10 de junio de 1793, paralelamente a la abo­
lición definitiva de las cargas feudales y al decreto de venta de los bienes
nacionales en pequeños lotes, la Convención aprobó una ley sobre los
comunales. La Revolución radical otorgaba a las comunidades el dere­
cho de decidir por sí mismas la división de las tierras baldías, “por
cabeza de vecino domiciliado, de cualquier edad o sexo, presente o
ausente”. Pero en este caso, a diferencia de las dos leyes arriba men­
cionadas, el régimen jacobino adoptaba una actitud ambigua, evitan­
do involucrarse directamente en los crecientes conflictos intracampe-
sinos. De todas formas, la persistente aunque adormecida propensión
individualista de las varias asambleas revolucionarias se manifestaba
en dos cláusulas de la nueva ley. Por un lado, los mecanismos deciso­
rios favorecían la partición, por cuanto bastaba que un tercio de los

130 Cfr. capítulo 5, apartado 4.


Segunda Parte. R e v o l u c ió n

propietarios volaran a favor de la misma; por otro lado, la decisión de


liquidar los comunales sería irrevocable: una vez votada la división,
ya no habría posibilidades de reconstituir la antigua propiedad colec­
tiva de la aldea.
Sin embargo, es posible sostener que el reparto de los comunales no
se produjo en la medida esperada. En el distrito de Quesnoy, 15 munici­
pios se pronunciaron a favor del reparto, pero sólo 12 lo llevaron a cabo.
En el de Valenciennes, sólo lo impulsaron 18 aldeas. En el de Lille, 17 o
18 municipios, aunque sólo una docena lo llevó a efecto. Como era de
prever, la resistencia a la aplicación de la ley provenía de la burguesía
rural -fortalecida ahora por el reparto de los bienes nacionales-, de los
campesinos ricos y de los grandes arrendatarios. En el distnto de Amiens
j i _ . i i n i . « " ------- --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- T. r— n| , |<u|

sólo 3 municipios, sobre un total de 194, decidieron el reparto. En una


petición presentada ante la Convención el 22 de julio de 1794 (4 Termi-
dor), en el crepúsculo mismo del régimen jacobino, los sans-culottes de
varias aldeas rurales protestaron contra los grandes propietarios que im­
pedían el reparto de los comunales entre todos los vecinos: “los egoístas,
los grandes propietarios y todos los burgueses son los enemigos declara­
dos de la ley del 10 de junio de 1793. Con ello, el poder feudal no puede
ser reprimido; con ello, el pobre sans-culotte es el único oprimido”. En
_poco tiempo el .conflicto, social en el^ a^^ o H^Ta deffvado cíe la quema
de castillos, a la amarga crítica contra el eg o ísm ^

pequeña burguesía .también estaba llegando a su fin en el terreno político


(como j ^ j a o s t r a b a J a ^ e c u c i o j i ^
3 el propió „Robg.sPÍgn;g„en julio del rnismo añoX
El retorno de la Revolución moderada no dejó de introducir cambios
en la cuestión de los comunales. La ley del 21 de mayo de 1797, dictada
por los cuerpos legislativos que habían reemplazado a la Convención,
prohibió toda venta, reparto, intercambio o enajenación de las tierras
baldías de propiedad colectiva. La norma se inscribía en el espíritu de la
reacción posf-termidoriana. De hecho, pocos fragmentos pueden sinteti­
zar mejor la oposición al programa pequeño burgués del jacobinismo,
que el discurso que el diputado Lozeau realizara ante la Convención el
13 de septiembre de 1794. El legislador insistía en “laL-imposibilidad
matpipfll de transformar a todos los franceses en propietarios de tierras y
en las enojosas consecuencias que, por^añadidura, provoca ría ^sta trans­
formación: en una república compuesta por 24 millones de personasteis
imposible que todos sean agricultores; (...) es imposible que la mayoría
de la nación sea propietaria, puesto que, en esta hipótesis, al estar cada

251
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

cual obligado a cultivar su campo o su viña para vivir, el comercio, las


artes y la industria pronto serían aniquilados”.131

La resolución que caracterizó el accionar de los dirigentes revolucio­


narios en ciertos campos -la abolición del régimen señorial-, y la indeci­
sión que demostraron en otros -la eliminación de los bienes comunales y
la liquidación del régimen de campos abiertos-, permite explicar uno de
los rasgos específicos deja^evolución socioeconómica del campo francés:
’^persistencia"de^rasgos antiguos en el seno del capitalismo agrad o. La
importancia del campesinado tradicional era tap grande, el peso rleJa
herencia de los siglos anteriores eran tan poderoso, que la Revolución no
se atrevió a suprimir brutalmente los derechos de uso colectivos de las'
ilPl, » n T -r Y n* ' -A *« * >« Ifü ■■■■-» n T , wmulttm9m , 1(| M |t |n ,

c o m u T u d a ^ T o ^ p ^ in a ^ i^ i aún el Emperador, a pesar de la acumu-


: láaon de poder político lograda por el régimen bonapartista, avanzó en
la liquidación de la propiedad comunal y en la reorganización espacial
de las aldeas francesas. Baldíos y barbechos continuaron ocupando una
parte sustancial del suelo del país. En 1840 la distribución era la siguien­
te: 8.606.000 hectáreas de prados y landas, 7.712.000 hectáreas en bar­
becho, 19.031.000 hectáreas de tierra cultivada.133
En 1836-1838 la Cámara de Diputados de la monarquía de julio pre­
paró un proyecto de ley sobre la supresión del pastoreo en las tierras
baldías y la eliminación de la comunidad de pastura. Pero la mayoría de
los departamentos de provincia solicitaron al gobierno del rey Burgués la
mayor prudencia en todo lo relativo a la supresión de los antiguos dere­
chos colectivos. Los pequeños campesinos sólo pueden subsistir, argu­

131 Sobre el tema de los asalariados rurales, le Revolución guardó un silencio absoluto. El
Código Civil de Napoleón nada dice acerca del trabajo asalariado rural o de la aparcería
(ambas categorías socioeconómicas permanecen implícitas en el código), aunque regula en
detalle las prácticas de arrendamiento. El trabajo asalariado era implícitamente considera­
do como mercancía, y por lo tanto regulado por las secciones del Código Civil que estruc­
turaban el funcionamiento del mercado para las otras mercancías. La Ley Le Chapelier, de
marzo de 1791, prohibió a los asalariados rurales unir sus fuerzas para constituir cólecti-
vidades defensivas o proactivas. Por cerca de un siglo, esta ley fue una de las principales
barreras para la obtención de reconocimiento legal por parte de las asociaciones obreras.
Este ethos anticorporativo resultaba coherente con el ethos individualista de la revolución
burguesa, en sus diversas expresiones.
132 Cfr. capítulo 8.
123 En contraste con estas cifras, resulta llamativa la escasa extensión de las praderas artifi­
ciales: 1 .7 7 5 .0 0 0 hectáreas. Para una comparación con el caso inglés, véase el capítulo 7.

*52
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

mentaban los burócratas, gracias a los recursos complementarios que les


procuraban los comunales. A raíz de los conflictos que el reparto de los
bienes podía suscitar, el régimen de Luis Felipe buscó impulsar, enton­
ces, su concesionamiento. A partir de 1840 la tendencia comenzó a ace­
lerarse. En 1851, de un total de 196 municipios existentes en el Sena
inferior, 122 habían concesionado sus comunales a terceros, aunque en
muchos casos no sin la abierta resistencia de diversos sectores de la co­
munidad rural.

5- El legado de la revolución: propiedad burguesa y


concentración territorial
Hasta aquí hemos analizado los mecanismos a partir de los cuales la
Revolución contribuyó a la consolidación de la propiedad campesina en
Francia. Pero los pequeños productores no fueron los únicos beneficia­
dos con la Revolución. Las transformaciones estructurales impulsadas a
partir de 1789 tuvieron también importantes consecuencias para otros
grüpoi^sociates , corñ^Ta"'Hufg u £ ^ .‘ El fónal^ilmTél^^drTa^pro-
piedad burguesa y la concentración territorial en el campo fueron tam:
bien co mponentes destacados de la vía francesa hacia el c^ italism £j^ a-
rio. De hecho, tal vezliíll r e s íd ^
J S< ... , - , , , , s> • „ V “ - ’ " '• •
de la Revolución.
~ . . . V » ------------- r i1— • a, r j „ , . ------ — r - M^ - i n i r - - .... ..........................................................................................................

Para ilustrar estos procesos históricos seguiremos en el tiempo la evo­


lución de una dinastía de propietarios burgueses en el nordeste de Fran­
cia.134 Se trata de los Thomassin, un clan de acaparadores de tierras asen­
tado en el municipio de Puiseux, a 6 kilómetros de Pontoise, capital del
Vexin. Los documentos locales permiten rastrear la historia de la familia
durante dos siglos, desde finales del siglo XVlll hasta la década de 1960,
período en el cual lograron reunir en sus manos la casi totalidad de la
tierra del lugar.
Según el catastro de 1777, la región en la cual medraron los Thomas­
sin era una típica zona de open-fields. El suelo apto para el cultivo cubría
el 82,9% de la superficie total del término municipal.135 Las tierras de
labranza estaban divididas en tres campos - coutures o cantons- , sometidos

134 Para lo que sigue, me baso en un clásico (y pionero) ensayo microhistóñco de Alben
Soboul, que le permitió seguir La evolución del linaje Thomassin hasta la década de 1960
(Cfr. bibliografía al Bnal del presente capítulo).
135 La proporción se mantiene en el tiempo. En 1940, las tierras de labranza ocupaban el
86,1% del suelo del municipio.

z53
Capitulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

a rotación trienal.136 El barbecho perduró hasta mediados del siglo XIX,


cuando los progresos de la revolución agrícola y la introducción de la
remolacha dentro del ciclo de cultivos tomaron viable su eliminación
definitiva (de hecho, en 1856 C. Thomassin construyó una destilería
para procesar su cosecha de remolachas).
Según los listados impositivos de 1766, 36 productores se repartían el
conjunto de las tierras cultivadas en el término de Puiseux, aunque la
distribución del suelo era muy desigual: los únicos cuatro productores
que trabajaban explotaciones superiores a las 20 hectáreas reunían tam­
bién el 86 % del territorio. Por otra parte, las fincas con menos de 1
hectárea eran 19, aunque sólo cubrían el 0,7% de la superficie total:

Distribución de la propiedad territorial en el término de


Puiseux (1766)

Tamaño de las Cantidad sobre % del suelo del


explotaciones el total término municipal

Grandes explotaciones
4 86%
(más de 20 hectáreas)

Explotaciones medianas
4 8,4%
(entre 5 y 20 hectáreas)

Explotaciones pequeñas
9 4%
(entre 1 y 5 hectáreas)

Minifundios
19 0,7%
(menos de 1 hectárea)

Fuente: Albert Soboul, “Concentración agraria en una región de cultivo extensivo: Puiseux-
Pontoise (5eine-Et-Oise) y las propiedades de los Thomassin", en Problemas campesinos de la
Revoíucidn, 1789-1948 , Madrid, Siglo XXI, 1980, pp. 1 0 7 -127.

1)6 El sistema de opcn-fíeld continuaba en 1940, cuando Albert Soboul redacta la primera
versión de su estudio sobre los Thomassin. Pero a mediados del siglo XX, las parcelas eran
menos numerosas y más extensas que a finales del siglo XVIII. En el lugar conocido como
Les Fortiéres, la parcela 3 de 1940 abarcaba las antiguas parcelas 4, 5, 6 y 7 de finales del
Antiguo Régimen. Por otra parte, muchas de dichas parcelas eran ficticias, porque el cultivo
mecanizado con tractores tendía a eliminarlas en la práctica.

254
Segunda Parte. R ev o lu c ió n

Cabe destacar que a finales del Antiguo Régimen los cuatro cultivado­
res más importantes no eran propietarios de las tierras que trabajaban.
Estas grandes explotaciones se componían, en su mayor parte, de tierras
arrendadas. Thomassin era el productor más importante de la región: su
finca reunía 185 hectáreas -e l 43,5% del territorio de Puiseux-, y pagaba
cerca del 50% de los impuestos directos locales. Los restantes grandes
propietarios poseían entre 90 y 30 hectáreas cada uno. La fortuna de
nuestro linaje comienza precisamente en 1766, cuando Charles-Antoi-
ne-Théophile Thomassin se convierte en el titular del arrendamiento
señorial. En efecto, el señor local era el propietario de la mayor parte de
las tierras que los Thomassin cultivaban.
Pero si el arrendamiento predominaba entre los grandes propietarios,
la propiedad directa del suelo predominaba entre los pequeños y media­
nos productores. De los 19 minifundistas, 12 eran tenentes enfitéuticos,
por lo que eran propietarios del dominio útil de sus parcelas. De los 9
pequeños productores, 5 eran dueños del suelo, tres arrendaban, y uno
participaba de ambas situaciones. Pero dado el peso que las cuatro gran­
des explotaciones tenían en el conjunto, podemos afirmar que el 90,7%
de las tierras del término de Puiseux estaban arrendadas, el 5,8% eran
propiedad de quienes las trabajaban, y el 3,5% eran de tipo mixto. De
hecho, sólo el 2,5% de la extensa finca de los Thomassin les pertenecía
plenamente. El resto era parte de la reserva señorial local.
Si analizamos el catastro desde el punto de vista de los propietarios,
la situación se invierte. La propiedad privilegiada, noble y eclesiástica,
poseía el 90% de las tierras del término, aunque en todos los casos los
aristócratas y el clero desechaban la explotación directa de las mismas.
Si, forzando un tanto la argumentación, incluyéramos también al censive
.dentro de las propiedades señoriales, la proporción del suelo en manos
de los privilegiados llegaría a cubrir la totalidad del término rural.137 En
síntesis, si Thomassin era el productor más importante de Puiseux, el
marqués de Girardin -titular del señorío local- era el principal propieta­
rio, a quién aquél arrendaba la casi totalidad de sus 185 hectáreas. Am­
bas situaciones conformaban las dos caras de una misma moneda. El
segundo propietario absentista en importancia era la abadía de Saint-

137 De todas formas, el cálculo resulta abstracto, porque, aunque el dominio directo del
10% del suelo que conformaba el ccnsive perteneciera al señor, el dominio útil estaba en
manos de sus detentadores, bajo un régimen de acceso a la tierra seguro y estable, prácti­
camente equivalente al de la propiedad plena del suelo.

*55
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (11)

Martin, de Pontoise, propietaria de la finca de La Seaule (55 hectáreas).


Muchas otras instituciones eclesiásticas tenían propiedades, la mayoría
repartidas entre varios municipios vecinos.
Entre 1766 y 1789 se percibe claramente que la pequeña propiedad
campesina había conseguido fortalecer su posición, y que la gran explo­
tación había sufrido un ligero retroceso. El numero de microfundia pasa
de 19 a 22, y las explotaciones pequeñas elevan al 10% la superficie del
suelo bajo su control. La franja superior de las fincas medianas, por su
parte, también duplica su importancia, del 5 al 10% del suelo. En cam­
bio, los cuatro grandes arrendatarios que en 1766 explotaban el 86 % de
la tierra de Puiseux, en 1789 sólo controlaban el 76,5%. Aun la finca de
los Thomassin pasa por una fase de retroceso: cuando estalla la Revolu­
ción sólo agrupaba el 33,1% del suelo de la parroquia.138 En otras pala­
bras, durante el cuarto de siglo previo al estallido revolucionario la pe­
queña y mediana p ropiedad campesina habla iniciado un_.pmceso de
desarrollooriginado en la compraventa de pequeñas parcelas, que le
perriúttójiumentar su participación en la economía local en peijuicio de
la gran explotación arrendada.
Pero eT proceso histórico abierto en 1789 se encargó de detener y
revertir esta peculiaFevolución d e lin e a d o de tierras local." Y los THo^
massin serían, precisamente, sus principales beneficiarios: la revolución
j__ < »o n i - | -------------------------------------------- 1— -------— rr-*r*------------------------r * i - u r f » i r > n J ■■w H IH iiH iWP i i i p w w i i n » n i uM i» — >n m _j

burguesa los convertiráT definitivamente, en dueños de las tierras que


hasta entonces arrendaban. Si en 1789 lolfTKomissm^^
. v y - - - ■ r.v. •» iW

des productores del lugar, cuando la Revolución acabe se habrán conver­


tido en los principales propietarios. Como lúcidos exponentes de la bur­
guesía agraria local supieron explotar la fabulosa redistribución territo­
rial generada por la confiscación y venta de los bienes nacionales, confor­
mados por las propiedades eclesiásticas, los dominios de la corona y las
tierras de los nobles emigrados. En el municipio de Puiseux los bienes
nacionales tenían sólo origen eclesiástico. El marqués de Girardin nunca
emigró, por lo que pudo conservar sus tierras. En Puiseux se ofrecieron
en subasta, de acuerdo con la conservadora política de la Asamblea Cons­
tituyente, 6 lotes extensos por un total de 68 hectáreas, el 12,3% del
suelo del municipio. Otros cinco lotes, por un total de 102 hectáreas, se

138 De las 184 hectáreas arrendadas por los Thomassin en 1789, sólo 150 correspondían
ahora a la reserva del marqués de Girardin, pues el señor había sustraído una treintena de
hectáreas del contrato original. Para compensar la pérdida, los Thomassin debieron arren­
dar tierras a diversos burgueses de las localidades vecinas.

256
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

repartían entre varios municipios vecinos. De los lotes que correspon­


dían exclusivamente al municipio de Puiseux, el más grande eran las 55
hectáreas de la explotación de La Seaule. La enorme finca fue adquirida
por Thomassin, quien en 1792 también compró las 5 hectáreas del cura­
to local, y las 2 hectáreas pertenecientes a los trinitarios de Pontoise. El
propio marqués de Girardin, en un claro ejemplo de resignificación de
la antigua propiedad dominical, se preocupó por redondear sus domi­
nios, adquiriendo 22 hectáreas de tierra cultivable y 2 hectáreas de bos­
que. Pero si analizamos el origen socioeconómico de los principales be­
neficiados con la liquidación de la propiedad eclesiástica, hallamos un
claro predominio de los grandes arrendatarios -jermier-laboureurs- , los
“gallos de aldea” del Antiguo Régimen. Entre ellos se destacaba, clara­
mente, Thomassin: en total, contando las tierras vendidas en Puiseux y
en los municipios vecinos, adquirió la propiedad de 74 hectáreas. Mien­
tras que en 1789 sólo era dueño de 4 hectáreas, en 1794 ya poseía 78. En
síntesis, en este rincón del nordeste de Francia, la venta de los bienes
nacionales sólo benefició a los grandes arrendatarios y a los burgueses
más acaudalados. La gran explotación sale claramente fortalecida del pro­
ceso revolucionario abierto en 1789. Los pequeños y medianos propieta­
rios, que en el cuarto de siglo previo a la Revolución habían iniciado un
lento aunque firme proceso de consolidación territorial, fueron exclui­
dos del beneficio producido por la liquidación de una parte importante
de la antigua propiedad privilegiada; la misma Revolución, que al abolir
las tenencias a censo los convirtió en dueños absolutos de sus fincas, los
obligó también a conformarse con su pequeña porción del suelo de Francia.
La reforma del minifundio nunca logró entusiasmar a los dirigentes revo­
lucionarios con la misma intensidad con que lo hicieron la liquidación
del señorío y la abolición definitiva de la propiedad feudal.
A partir de la Revolución se inició un creciente proceso de concentra­
ción territorial, que se acelerará durante el siglo XX. Los Thomassin ter­
minaron de conformar su propia explotación cuando compraron las tie­
rras del antiguo señorío de Girardin, las mismas que el linaje venía arren­
dando en forma ininterrumpida desde 1766. La propiedad inmobiliaria
del aristócrata había salido indemne de la Revolución; pero en 1818, a la
•muerte de la marquesa viuda de Girardin, los herederos vendieron la
mayor parte del dominio a su fiel arrendatario. La propiedad burguesa se
enriquecía, así, con los despojos de la antigua propiedad feudal. En el
municipio de Puiseux, la Revolución había sido testigo del desmantela-
miento de la propiedad eclesiástica; la Restauración era testigo, en cam­
bio, de la liquidación de la propiedad nobiliaria.

*57
Capítulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

En la década de 1820 asistimos a una interrupción en el proceso de


:oncentración territorial protagonizado por los Thomassin. En 1822, los
herederos dividieron la finca en dos explotaciones, de 98 y 51 hectáreas
cada una. Durante la monarquía de julio, y hasta muy entrado el Segun­
do Imperio, la dominación económica de los Thomassin se tradujo en
hegemonía política a nivel local. Por largos años, estos grandes propieta­
rios ejercieron el gobierno municipal. Victor Thomassin fue elegido al­
calde de Puiseux en 1834, y lo siguió siendo durante todos los regímenes
sucesivos -monárquicos o republicanos- hasta 1865. En septiembre de
1870, a pocos días de Sedan, la familia recuperó la alcaldía.
En 1914 el número de propietarios había disminuido notablemente
respecto de las cifras de 1822. Los propietarios de menos de una hectárea
pasaron de 165 a 121. Si antes ocupaban el 7,2% del suelo, en 1914 no
controlaban sino el 4,2% . Su importancia colectiva se había reducido
casi a la mitad. Las propiedades medianas también habían sufrido un
claro retroceso durante todo el siglo XIX: ya no controlaban sino el 7,7%
del término municipal. La gran propiedad, en cambio, había medrado
considerablemente: si tras la caída de Napoleón abarcaba el 40% del
suelo de Puiseux, al estallar la Primera Guerra poseía el 50%. Por enton­
ces, la gran propiedad se reducía a dos grandes linajes. Uno de ellos
poseía 51 hectáreas, el 9,5% del suelo. Pero la finca de los Thomassin, de
nuevo en manos de un solo titular, poseía 216 hectáreas, el 39,9% de la
superficie cultivable del municipio. :
El comienzo de la Segunda Guerra los encuentra más fuertes que
tiunca. En el catastro de 1940 sólo figuraban 68 propietarios, pero uno
solo, Thomassin, posee 383 hectáreas, el 68,7% de las tierras locales: En
1943, la explotación total de la familia comprendía 600 hectáreas, de las
cuales más dé 200 eran arrendadas. Los propietarios de menos de una
hectárea poseían, por entonces, menos del 2,7% del término rural. En
cualquier caso, sólo 2 de los 46 minifundistas vivían en la antigua aldea
de Puiseux. Los restantes residían fuera del distrito. Si se exceptúa a
Thomassin, que reside en la ciudad Pontoise, sólo quedaban en Puiseux
dos pequeños propietarios, supervivientes del otrora numeroso campesi­
nado de finales del siglo XVIII. ,
En menos de dos siglos, los pequeños productores habían sido des­
pojados por los grandes propietarios, descendientes directos de los arren­
datarios que habían medrado durante la mayor parte del A nden Régíme.
Pero fue la Revolución de 1789 la que los transformó en propietarios
directos del suelo que explotaban: si los Thomassin sólo poseían 4 hectá­
reas en 1789 -el resto las arrendaban ál señor local-, en 1940 eran due­
Segunda Parte. R e v o l u c ió n

ños de casi 400. En 1965 la finca ocupaban 650 hectáreas, de las cuales
530 eran propiedad de la familia. Estas tierras no se hallaban solamente
en el distrito de Puiseux, porque ya por entonces el tamaño de la explo­
tación superaba la extensión total del término municipal. Los cultivos
principales de la propiedad Thomassin eran el trigo (210 hectáreas), la
remolacha (150 hectáreas), la avena (130 hectáreas) y la alfalfa (50 hectá­
reas). El régimen de campos abiertos continuaba formalmente, porque
nunca había sido abolido. En 1943 los herederos del antiguo arrendata­
rio del señor contaban ya con cinco tractores. El antiguo campesinado
había desaparecido por completo, reemplazado por un proletariado ru­
ral, sin lazos concretos con la tierra. Para mediados del siglo XX, de
hecho, las 60 familias obreras que trabajaban en la destilería de alcohol
de los Thomassin, que procesaba 100 toneladas diarias de remolacha,
vivían dentro de la finca.
Cultivo intensivo, mecanización agrícola y proletariado rural eran los
tres componentes principales del capitalismo agrario en este rincón de
Francia. A diferencia de Inglaterra, no fueron aquí los enclosures o la
liquidación de los open-fields los que facilitaron la modernización capita­
lista, sino la peculiar estrategia elegida por la revolución burguesa para
redistribuir la tierra hasta entonces en manos de las antiguas clases privi­
legiadas. Fue la gran explotación, nacida de aquel proceso, la que favore­
ció el paso hacia un sistema productivo cualitativamente diferente, la
que hizo posible la revolución agraria. El capitalismo estaba en germen
en las explotaciones de los grandes fermiers-labourers que explotaban la
riqueza inmobiliaria de la antigua nobleza feudal. La disolución del se­
ñorío y la venta de los bienes nacionales -hijas de la Revolución- los
liberaron de las principales trabas que obstaculizaban su pleno desarro­
llo. Durante los siglos siguientes, las impiadosas fuerzas del mercado
harían el resto.
iapitulo 9. La vía francesa hacia el capitalismo agrario (II)

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2.6\
lapítulo 9 . La via francesa hacia el capitalismo agrario (II)

.. Trenard, “Supervivencias feudales y régimen señorial en las provincias sep­


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índice analítico

absolutismo: 36* 1 1 7 , 2 1 9 -2 0 (ver también estado absolutista).


agen 1 3 1 -5 , 139, 141, 152, 1 5 4 , 166-7, 173, 177, 1 8 0 -1 , 185, 1 8 8 , 2 2 2 , 2 3 3
(ver también commonfields).
agricultura comercial: 1 0 9 -1 0 , 1 4 1 , 1 4 9 -5 0 , 152, 171.
aides: 11 2 -3 , 122, 2 1 1 -2 .
Aiguillon (duque): 2 3 0 -1 , 238.
alcabalas: 6 0 -3 , 6 5 , 105n , 12 ln .
alodios: 3 4 -7 , 53.
Andalucía: 64.
Anderson, Perry: 6 2 , 1 1 4 -6 , 118, 121, 129.
aparcería: 28n , 107n , 1 2 0 , 2 3 7 n , 2 4 5 , 252n .
arrendamiento: 15, 2 0 , 28n , 3 0 , 3 2 , 5 9 , 6 1 -4 , 7 2-3, 7 6 -8 , 8 3 , 9 0 , 9 8 -9 , 103,
1 0 6 -1 1 , 118, 121, 1 2 3 -4 , 127, 132, 142, 151, 1 5 3 -4 , 173, 1 8 1 , 185, 2 4 2 ,
2 4 5 , 2 52 n , 2 5 5 (ver también leaseholders y locatio).
Asamblea Constituyente (1 7 8 9 -1 7 9 1 ): 2 2 7 -8 , 2 3 2 , 2 3 4 , 2 3 8 -9 , 2 4 1 -2 , 2 4 5n,
2 4 7 , 249n , 256.
Auvemia: 2 7 , 28n , 36.
baldíos: 55, 7 2 , 1 4 5 -5 2 , 1 5 6 , 164, 158, 193, 219.
bannum: 4 5 , 4 8 , 5 0 , 5 4 , 6 3 -4 , 73n , 7 6 , 9 6 100 (ver también seigneurie bañóle ,
señorío de ban y señorío jurisdiccional),
barbecho: 8 5 , 12 5 -6 , 134, 1 3 6 , 140, 1 4 2 ,1 6 6 , 181, 193-4, 197, 1 9 9 -2 0 0 , 2 4 8 -
9 ,2 5 2 ,2 5 4 .
Beauvaisis: 122.
Blanca de Castilla: 2 0 6 -7 (ver también Luis IX).
Bonaparte, Napoleón: 194, 2 4 2 , 2 5 2 , 258.
Borgoña: 2 4 , 2 7 , 103, 113, 117n , 2 0 9 , 2 1 8 -9 , 222. .
bosques: 5 5 , 7 2 , 9 9 , 105, 132, 136, 1 4 4 -6 , 152, 156, 1 6 4 , 1 6 8 , 193, 219.
Brenner, Robert: 6 6 , 157, 165, 187.
Bretaña: 2 7 , 103, 107n, 11 2 -3 , 116-7, 119-21, 151, 2 0 9 , 213n , 2 3 0 , 237n.
Cameros (señorío): 6 3 -4 , 67.
campesinado de subsistencia: 8 2 , 9 5 -6 , 9 9 , 102, 109, 122, 125, 147,. 150,' 163,
1 8 0 , 185. .
capitalismo agrario: 1 0 9 , 151, 1 5 6 ,. 163, 164n, 166, 178, 180, 1 8 2 , 186, 191,
199n , 2 0 1 , 2 0 5 -6 , 2 5 2 -3 , 259.
Carios V el Sabio: 2 1 1 n , 2 1 2 -3 .
lados Vil: 2 1 4 , 2 1 6 -7 .
arolingio: estado, 4 3 , 2 3 5 ; orden, 4 3 ; señorío, 2 4 -5 , 29.
Castilla: 5 9 -6 0 , 6 2 -3 .
latastro de Ensenada (1 7 5 0 -1 7 5 6 ): 21.
znúve (tenencias a censo): 18, 23, 2 9 , 3 2 , 5 1 -2 , 5 5 , 5 9 , 6 9 -7 1 , 7 3 , 7 7 -8 , 8 0 , 8 2 ,
9 6 , 100, 1 0 8 , 116, 1 2 4 , 127, 133, 1 7 3 , 2 0 5 , 2 1 5 -7 , 2 3 6 -7 , 2 4 0 : 1, 255. . .
enso consignativo: 122, 2 3 9 -4 1 . : •'
ercamientos parlamentarlos: 136, 1 4 0 , 148, 163n, 1 6 4 , 1 6 6 -7 (ver también
enclosures parlamentarios).
Ceutí (señorío): 9 8 -1 0 0 , 10 2 -3 , 130.
hampart: 2 7 -8 , 5 1 -2 , 120, 127, 2 3 6 , 241.
Club Bretón: 2 3 0 -1 .
Código de Napoleón (1 8 0 4 ): 242.
Código Rural (1 7 9 1 ): 2 4 7 -5 0 .
Colbert, Jean-Baptiste: 25n , 9 1 , 110, 124, 2 1 9-21.
ommonfields: 135n, 139, 164n , 170, 172 (ver también ager).
ommonlands: 1 3 6 , 139, 14 1 -2 , 146, 167, 171, 183 (ver también comunales y
salías).
ommon o j shack: 1 3 7 , 152, 181 (ver también common property rights),
ommon property rights: 1 6 6 , 138-9 (ver también private property rights),
ommon wastes: 136, 167. ,
omunales (tierras, bienes): 4 6 , 5 6 -8 , 8 9 , 9 1 , 116, 128, 131, 1 3 2 , 135-6, 139-
56, 164n, 1 6 9 -7 1 , 177, 182, 185, 191, 2 0 6 , 2 1 7 -2 0 , 2 2 2 , 2 3 7 , 2 4 6 -7 , 2 4 9 -
53 (ver también common wastes y derechos comunales),
onflicto por los comunales: 149.
onflictos intracampésinos: 148, 250.
Convención: 2 2 7n, 228n , 2 4 4 -7 , 2 4 9-51.
opy holders, copyholds: 53, 5 6 -8 , 133, 1 7 3 -4 (ver también customary land y enfi-
teusis),
orveas: 2 4 , 25n, 2 6 , 4 8 , 10 0 -2, 106n, 116, 120, 2 3 6 , 2 3 7 n , 245n .
ottage: 170-1, 173, 1 7 7 , 185.
risis del siglo XIV: 7 2 , 8 0 , 9 7 , 1 1 4 , 215.
risis del siglo XVII: 9 9 .
Cuéllar (señorío y marquesado): 62-3!
¿stomary land: 5 5 , 5 8 (ver también copyholders, copyholds),
emesne: 18, 5 5 -6 , 9 6 ,1 7 3 (ver también reserva señorial o dominical),
erechos comunales: 8 9 , 136, 1 3 9-40, 142, 167-8, 174, 1 8 1 , 183, 185, 2 2 2 ,
2 4 8 -9 (ver también comunales),
erechos de mercado: 4 9 , 76, 84, 236.
erechos de tránsito: 4 4 -5 , 4 8 -9 , 236.
)hondt. Jan: 43.
iezmos: 27, 28n , 5 1 -2 , 57n, 6 0 -1 , 6 5 , 104-6, 1 0 8 , 123, 1 2 7 , 132, 183, 206,
2 3 2 , 2 3 4 , 3 4 5 n , 248.
)omesday Book (1 0 8 6 ): 2 9 , 3 6 -7 , 5 3 , 56,
dominio directo: 2 0 -2 3 , 2 6 , 28, 3 2 -3 , 4 2 -4 9 , 5 5 , 7 0 , 78, 100-1, 103, 106, 1 3 3 ,
135, 139, 1 6 7 , 2 1 5 , 2 1 7 , 2 3 6 , 2 4 1 , 2 5 5 , 262 (ver también dominio útil),
dominio indiviso: 2 0 , 2 2 , 5 1 , 70, 7 9 , 103, 107, 108, 133, 241.
dominio útil: 2 0 -4 , 2 6 , 2 9 -3 0 , 3 2 -3 , 4 2 , 2 9 , 51, 6 1 , 6 9 -7 0 , 77, 103, 106, 108,
1 2 5 , 1 2 7 , 1 3 5 , 1 3 9 , 167, 174, 2 1 6 -7 , 2 3 6 , 2 4 1 , 2 4 9 , 2 5 5 (ver también
dominio directo),
don y contradon: 147-8.
droit de retrait féodal: 7 0 , 8 0 , 236.
Duby, Georges: 3 8 , 4 3 -4 , 6 6 , 130, 159.
economía moral de la multitud: 91.
Eduardo VI: 176.
endosurcs parlamentarios: 1 6 4 , 173, 180. (ver también cercamientos parla­
mentarios).
endeudamiento campesino: 12 1 -4, 127, 2 1 7 -9 , 221 (ver también censo consig-
nativo).
enfiteusis: 1 8 -2 4 , 2 6 , 2 8 , 3 3 , 3 8 , 59, 6 1 , 6 3 , 108, 2 3 9 , 2 4 0 -2 , 245 (ver también
régimen enfitéutico y tenencias enfitéuticas).
engrossing: 1 6 7 , 168, 175, 178, 185, 227.
entry fines: 2 7 , 5 8 (ver también heriots, laudemio y tasas de mutación),
estado absolutista: 2 5 , 8 7 , 96n , 9 8 -9 , 112, 1 1 4 -5 , 117, 121, 2 0 6 ; 2 1 2 , ,2 1 5 ,
2 1 7 -8 , 2 2 1 , 2 4 7 (ver también absolutismo),
estado feudal centralizado: 17, 6 2 , 75, 8 9 -9 0 , 113, 115, 121, 2 0 7 -9 , 2 13n , 214.
Estados Generales: 1 1 2 -3 , 117, 2 1 0 , 2 1 2 , 2 1 4 , 227n.
estados provinciales: 113, 117, 119, 2 1 2 , 2 1 4 , 2 1 9 , 222.
Estuardo (dinastía): 1 6 8 -9 , 179-80.
Europa Oriental: 2 1 , 106n, 165.
excedente campesino: 2 6 , 2 8 , 34, 4 8 , 54, 6 2 , 73, 8 2 , 9 5 , 105, 107, 111, 114-6,
1 1 9 -2 1 , 2 0 9 -1 0 , 2 1 4 . 2 1 8 , 223.
explotación familiar: 9 6 , 12 1 -2 , 131, 147, 151, 163n (ver también campesina­
do de subsistencia).
Felipe IV el Hermoso: 2 0 8 -1 2 .
fermiers (fermiers-labourers, gros fermiers ): 5 2 , 1 0 9 -1 0 , 124, 133, 259 (ver tam­
bién arrendamiento),
feudalismo tardío (siglos XV1-XVIII): 16, 2 6 , 28, 42, 4 8 , 7 4 , 77-8, 9 5 , 104, 108,
122, 238.
feudos: 2 1 , 2 9 , 3 6 , 71.
fisiocracia (ideales fisiocráticos): 8 6 -7 , 155, 2 4 7 , 249.
fouage: 112, 120, 2 1 0 -1 1 , 213.
freeholders, freeholds: 3 6 , 5 3 , 5 6 -7 , 133, 1 73-4 (ver también alodios).
Fronda: 110, 116, 122-3.
gabela: 11 2 -3 , 2 1 1 -2 .
gentry: 106n, 1 4 5 -6 , 183.
gleaning: 1 3 7 -8 , 1 4 0 ,1 4 8 , 166 (ver también common property righís).
Gran Miedo (1 7 8 9 ): 230.
íuerra de los Cien Años: 3 0 , 4 8 , 7 0, 7 3 , 7 8 , 1 0 3 , 109, 2 1 4 -5 .
iuerra de los Treinta Años: 114, 218:
eriots: 2 7 (ver también entry fines y tasas de mutación).
lurepoix (señoríos): 108.
íé-de-France: 1 0 8 -9 , 123, 127.
apuestos directos: 2 6 , 1 0 4 , 11 3 -4 , 1 1 8 -2 0 , 123, 152, 2 1 1 , 2 1 8 , 2 5 5 (ver
ambién taille, talla).
apuestos indirectos: 4 8 , 8 7 , 11 2 -4, 1 2 1 -2 , 2 1 1 -2 (ver también alcabalas, ga­
bela y axdes).
itendentes: 2 5 , 2 1 8 -2 2 .
nvasión normanda (1 0 6 6 ): 36.
icobinismo, jacobinos: 2 5 0 -1 (ver también régimen jacobino),
acquerie (1 3 5 8 ): 2 1 3 , 260.
uan lí el Bueno: 21 1 -2 .
uarta de Arco: 2 1 4 -5 .
usticia señorial: 4 5 , 5 4 , 6 0 -2 , 8 8 , 9 0 , 2 3 2 (ver también tribunal señorial)!
Cett, revuelta (1 5 4 9 ): 177.
Cing, Gregory: 191, 193-4.
a Galaiziére, Antoine de Chaumont de: 1 5 3 -5 , 168.
a Oliva (señorío y monasterio): 9 7 , 130.
.anguedoc: llO n, 113, 1 1 6 -9 , 121, 129-30.
audemio: 2 7 , 3 3 , 59, 100, 241 (ver también lods et venís y tasas de mutación).
zaseholders (leasing fo r Ufet leasing atv/ill): 1 3 3 , 173.
.eicester (condado): 1 6 9 , 171, 173.
ocatio: 19 -2 1 , 3 0 , 78, 1 08 (ver también arrendamiento y leaseholders).
ads et vents: 2 7 , 5 1 -2 , 8 0 , 2 3 7 (ver también laudemio y tasas de mutación).
x>rraine: 15 2 -4 .
..uis IX: 206.
_uis XI: 217.
.uis XIV: 3 6 , 9 0 -1 , 110, 114, 1 1 6 -7 , 127, 2 1 7 , 2 1 9 , 222.
-U is XVI: 155, 2 2 9 .
vtácon (condado): 4 3 -4 , 66.
nano muerta: 2 3 -4 , 2 3 5 n , 236n (ver también servidumbre).
naiwr. 2 9 , 3 6 -7 , 5 3 -8 , 14 1 -2 , 17 2 -6, 182, 184 (ver también señorío dominical
y señorío jurisdiccional).
nanoñal courts: 57 (ver también justicia señorial).
Parcel, Etienne: 2 1 3 .
nartiniega: 59, 61-4.
nercado de tierras: 2 3 , 2 8 , 7 9 , 8 5 , 2 3 6 , 256.
vlerlin, Philippe-Antoine: 2 3 4 -5 , 2 3 7 -9 , 2 4 2 -4 .
ííidi (Mediodía francés): 2 3 , 3 6 , 4 3 , 119.
Víidlands: 171, 180.
nolinos (banales): 4 4 , 55, 6 4 , 7 1 -2, 7 4 , 7 6 , 79, 8 3 -5 (ver también monopolios
banales).
monopolios banales o señoriales: 3 4 , 4 4 -9 , 52, 54, 6 0 , 7 1 -2 , 8 5 -6 , 8 8 , 9 8 -9 ,
lOOn, 108, 123, 2 3 2 , 2 3 5 -6 (ver también molinos).
Murcia: 9 8 , 10 0 -2 , 103n (ver también Ceutí).
Navarra: 9 7 .
nitrógeno: 194, 19 6 -7 .
Noailles (vizconde): 2 3 0 -1 , 2 3 4 . 2 4 4 .
nobleza feudal: 2 8 , 4 8 , 5 4 , 8 1 -2 , 8 9 , 104, 107, 114-6, 1 1 8-21, 175, 2 0 5 , 2 0 9 -
10, 2 1 2 , 259.
Norfolk (condado): 5 5 -7 , 1 7 7 , 195, 198-9.
Norfolk (sistema): 191, 1 9 6 -2 0 0 .
Normandía: 6 9 -7 0 , 7 4 , 8 0 , 8 8 , 9 8 , 112, 117.
open-fields: 4 6 , 1 3 3 -4 , 1 3 6 -4 0 , 1 4 2 -3 , 146, 148, 154, 164, 1 6 6 , 1 7 0 -1 , 185-6,
191, 2 0 1 , 2 0 6 , 2 4 6 -7 , 2 5 3 , 2 5 9 .
Osuna (casa de): 64-5.
Orry, Philibert: 25.
parcours: 2 4 8
Parlamento (en Inglaterra): 1 6 7 , 169, 1 7 4 , 1 7 6 -8 4 , 186, 199n.
Parlamentos (en Francia): 4 5 , 7 5 , 8 8 -9 , 1 1 7 , 149, 154, 2 1 7 , 2 1 9 , 233.
pays d'élection: 113, 117n , 120.
pays d’états: 113, 117.
peajes: ver derechos de tránsito.
Poitou: 107n, 123, 229.
Polanyi, Karl: 147.
Pont-St-Pierre (señorío y baronía): 6 9 -7 4 , 7 6 -8 , 8 0 -3 , 8 7 -8 , 9 0 , 9 2 -3 , 9 8 -9 ,
103, 107n, 1 1 5 -6 , 129, 2 3 8 n (ver también Roncherolles).
prados (praderas, pasturas): 5 5 , 7 0 , 7 7 , 7 9 , 103, 1 0 5 , 1 3 6 , 1 4 4 , 1 4 9 , 156,
164n , 168, 2 1 9 , 252.
prívate property righís; 138, 1 6 6 , 168 (ver también common property rights).
productividad: de la tierra, 155, 181, 192, 195, 197, 199, 2 0 1 ; del trabajo: 201;
de la economía campesina, 141; agrícola, 151, 154, 181.
propiedad comunal o colectiva: 133, 135-6, 150-1, 167, 180-1, 1 8 4 , 2 1 8 , 2 2 2 ,
246, 2 4 9 , 2 5 1 -2 (ver también common property rights, comunales y salíus).
propiedad de la tierra: 15-8, 3 4 -5 , 3 7 , 5 0 , 5 2 , 55, 5 8-9, 6 2 -4 , 8 0 , 100-1, 106,
108, 140, 164, 191, 2 0 1 , 2 3 6 , 244.
protoindustria: 164n.
Puiseux: 2 5 3 -9 , 261.
realengo: 18, 3 5 , 5 9 , 6 1 , 9 9 .
régimen enfitéutico: 2 1 , 2 4 , 3 0 , 51, 55, 5 9 , 7 8 s 9 8 , 105, 135, 1 7 4 , 2 1 6 , 2 3 6 ,
2 3 9 -4 0 , 2 4 4 (ver también enfiteusis y tenencias enfitéuticas).
régimen jacobino (1 7 9 3 -1 7 9 4 ): 106, 2 2 8 n , 2 4 4 , 2 4 6 , 2 50-1 (ver también jaco­
binismo, jacobinos).
Renauldon, Joseph: 21.
renta de la tierra: 2 6 , 6 1 , 6 3 , 6 5 , 9 5 , 9 7 , 107, 238n.
renta eclesiástica: ver diezmos.

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