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Los protagonistas eran, sobre todo, los llamados ‘pirañas’. Estos eran grupos
de menores de edad que solían asaltar a cualquier desprevenido peatón,
quintándoles sus pertenencias al paso. Se le decía así por la rapidez con la
llegaban hasta su víctima, la desvalijaban y huían a la velocidad de la luz. Todo
en cuestión de segundos. Pero muchas veces, esa mala maña se convertía en
la academia perfecta para los futuros delincuentes.
Con menos de 18 años, este sujeto ya se había vuelto el terror de medio Lima
y en un verdadero dolor de cabeza para la Policía Nacional.
Luego de cometer uno de sus tantas felonías, el ‘Negro Canebo’ fue capturado
el 8 de setiembre de ese 1995. Como una fiera acostumbrada a vagar por la
sabana, el muchachito no estuvo quieto por mucho tiempo y pronto comenzó a
buscar la manera de ver la luz de la calle otra vez. Sin importar la manera o el
costo. Hasta que tres meses después de su captura, puso en marcha su plan.
Parecía ser un miércoles más en el centro juvenil. Eran casi las 7 p.m. y ya era
la hora de la cena. Uno a uno fue llegando al comedor para ingerir sus
alimentos y luego proceder a pasar a sus habitaciones.
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No fueron los únicos en escapar. Esa misma noche, otros jovencitos se
aprovecharon de las circunstancias de que la puerta ya estaba abierta y
también abandonaron el lugar. Algunos, más audaces, usaron la puerta que da
para la avenida La Paz y se fueron por ahí.
¿Por qué todo fue tan fácil? Pues luego se supo que esa misma mañana el
contingente policial que resguardaba el local se había retirado.
La fuga solo fue el inicio de una larga y tortuosa noche para las autoridades.
Pues, tras conocerse la noticia, hasta ‘Maranguita’ llegó personal policial de
San Miguel y el Callao solo para ver cómo la anarquía se había convertido en
la reina del lugar y todo era un absoluto caos.
Si ya todo pintaba mal, con el fuego todo empeoró. Algunos reclusos quedaron
atrapados en los pabellones, aspirando el espeso humo que cubría la zona. La
desesperación cada vez era mayor. Sin oxígeno, sin poder ver, con algunos
otros reclusos avivando el fuego con más colchones y con otras cosas que
hallaban a su paso. A su vez que le tiraban varios objetos a los efectivos
policías y hasta a la prensa que había llegado a cubrir el bochornoso evento.
como siempre, los grandes sacrificados y los que son capaces de ofrendar su
vida misma con tal de salvar la del prójimo fueron los bomberos. Aquella
infausta noche, varias unidades del Callao llegaron para darle fin al infierno que
se había desatado en el centro juvenil. Sin embargo, no contaron con la
violencia con la que fueron recibidos por los internos que no habían podido
escapar. Estaban todos descontrolados.
A pesar de todo lo ocurrido, no hubo muertos ni nada muy grave que lamentar.
Solo cinco reclusos terminaron heridos y un valiente bombero sufrió un cuadro
de asfixia. Todos fueron atendidos en el hospital San Juan de Dios, en el
Callao.
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La tragedia tocó la puerta del infierno aquella noche, pero felizmente nadie le
abrió. El diablo ya se había fugado.
De vuelta al barrio
Para agosto de 1996, Juan Aguilar Chacón fue enviado al penal de Lurigancho
tras cumplir la mayoría de edad.
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ANEXOS