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La documentoscopía, cuyo término deriva del griego "documenton" (documento) y

"skopein" (observar), tiene sus raíces en la necesidad ancestral de verificar la


autenticidad de documentos relevantes, cuando las transacciones comerciales y los
acuerdos legales comenzaron a plasmarse por escrito.

En las antiguas civilizaciones donde surgió la primera forma de escritura cuneiforme


(alrededor del 3200 aC), en la región de la antigua Mesopotamia, los sellos y las firmas
con jeroglíficos en papiros y tablillas de arcilla, eran utilizados por los escribas como
marcas distintivas para autentificar documentos importantes, sobretodo acuerdos
comerciales. Sin embargo, la práctica de falsificar estos elementos también emergió,
llevando a la necesidad de desarrollar métodos para detectar documentos falsos,
especialmente la comparación visual. En otras regiones, como por ejemplo la India,
existe un documento escrito alrededor del 1300 aC, el Código Manú, que ya hizo
mención a las penas que se aplicaban por falsificar escritos del soberano; o por ejemplo
el código penal chino antiguo que castigaba la falsedad documental con la mutilación de
la nariz

Fue durante el V a.C en Atenas, cuando se empiezan a mencionar falsificaciones de


documentos, puesto que normalmente se escribían en papiros o en tablillas recubiertas
de cera que eran fácilmente borrables y reutilizables. Es por eso que en los contratos a
menudo implicaban no solo la firma del magistrado o ciudadano sinó la presencia de
testigos para conferir legitimidad a la transacción. No fue hasta la época del imperio
romano cuando se volvió más común este tipo de actos con fines delictivos tanto en
temas de monedas como en testamentos y disposiciones del gobernador; por lo que en el
año 81 a.C. fue promulgada por Lucio Cornelio Sila la “Lex Cornelia Testamentaria
Numaria” que más adelante se llamó “Lex Cornelia de Falsis”. En esta ley se
establecía la comparación de escritos y documentos cuando se dudara de su
autenticidad, siendo considerado este procedimiento como una versión primitiva del
peritaje caligráfico

En la Edad Media el uso de firmas se generalizó en Europa para autentificar


documentos legales y transacciones comerciales y empezaron a surgir los sellos
oficiales con emblemas o escudos heráldicos emitidos por autoridades. Para el año de
1200 el rey de León y Castilla Alfonso X “el sabio” elabora “El libro de las leyes o
las siete partidas”, un documento legal cuya finalidad era lograr uniformidad en la
aplicación de la justicia, donde hace mención a las condiciones y requisitos para validar
los contratos, testamentos y otras escrituras legales. Estos eran: la presencia de testigos,
el uso de firmas y sellos, las formalidades de redacción, etc. Además enumera una lista
de puntos a considerar para evaluar aquellos escritos impugnados donde se dudaba de su
autenticidad. El juez era quien debía de analizar estos documentos y dar importancia
primera a los testigos. Luego se comparaba la semejanza de la escritura del autor
material con otros documentos suyos e incluso la claridad de la tinta y calidad del
pergamino usado. De hecho también se llegaron a establecer análisis de los sellos de
plomo o cera observando la cuerda o cinta que servía para la suspensión del sello.

A finales del s. XIV, en Francia, y a raíz de una falsificación de las firmas de Carlos IX,
donde supuestamente abdicaba al trono de Francia, se creó la Comunidad de escritores
expertos verificadores” que según ellos, eran los únicos que podían ver el “alma de la
escritura”. Esta sería la primera corporación que se asimilaria a una primera escuela de
grafoscopia. Aun así, y con la Revolución Francesa acabó siendo suprimida.

A mediados del siglo XV con el surgimiento y perfeccionamiento de la imprenta, que


implicó la producción masiva de documentos, se desarrollaron también nuevas técnicas
de falsificación de escritos. Es por eso que se adoptaron una serie de medidas para
demostrar la verosimilitud de estos. Por ejemplo durante el Renacimiento en Italia, los
notarios comenzaron a utilizar marcas de agua en el papel para prevenir falsificaciones
y los sellos se volvieron más elaborados y difíciles de replicar. Los casos se seguían
realizando en los tribunales donde podía haber la presencia de testimonios y peritos,
encargados de analizar las firmas y sellos e incluso se realizaban pruebas de tintas y
papel. En esta época apareció el libro de Jacques Raveneau, Tratado de las
inscripciones en falso, donde por primera vez de manera escrita se explicaban varios
procesos de falsificación y referencias a los medios técnicos de examinación.

El concepto de documentoscopia como disciplina formal y sistemática comenzó a


consolidarse en el siglo XIX. Este desarrollo fue impulsado por la creciente
complejidad de las transacciones comerciales y legales, y el aumento de la falsificación
de billetes y documentos financieros. Los bancos y gobiernos se vieron obligados a
buscar técnicas más seguras para garantizar la autenticidad de sus documentos
incluyendo ahora no solo métodos ópticos sinó también métodos químicos para el
análisis de tinta y de papel, como por ejemplo, el uso de papel de agua, que se trataba
con una solución de agua y ácido gálico, haciendo visible cuando se calentaba, la
escritura original. Este periodo fue crucial para los procesos periciales, pero hubo
muchos errores judiciales sucesivos que hicieron dudar de esta disciplina.

En el s. XX, se empezaron a escribir y a publicar una serie de manuales y tratados que


sentaron las bases, esta vez sí, de la documentoscopia. Aunque no hay un único
individuo o lugar específico de origen, varios contribuyentes desempeñaron un papel
crucial en el desarrollo y establecimiento de esta disciplina. Tenemos por un lado a
Albert S. Osborn, un perito forense estadounidense, que escribió el libro "Questioned
Documents," que se convirtió en una obra de referencia en la disciplina y ayudó a
establecer la documentoscopia como una rama de la ciencia forense. Y por otro lado a
Daniel T. Ames, quien escribió en 1900 el libro “Ames, sobre la falsificación”, que
influyó en la formación de los actuales peritos documentales de EEUU.

Además, en este siglo se produce la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto la detección
de documentos falsificados se volvió crucial en el ámbito militar e inteligencia. Por
ejemplo, se empezó a utilizar por primera vez el vapor de yodo para revelar tintas
invisibles; o radiografías y luces especiales para detectar superposiciones de escritura y
cambios en los sellos. Incluso se examinaban las perforaciones y marcas de máquina
presentes en documentos para verificar si habían sido producidos por equipos oficiales.

En la actualidad, la documentoscopía sigue evolucionando con los avances


tecnológicos. Al análisis de firmas y tipos de escritura se incorporan técnicas como el
análisis de tintas mediante espectroscopia, el uso de microscopía óptica y electrónica,
radiografías y luz UV e incluso inteligencia artificial para identificar patrones y
anomalías en los documentos. Además, con el aumento de la digitalización, se han
empezado a aplicar técnicas forenses digitales para autenticar documentos electrónicos,
como la verificación de la integridad de archivos digitales y la detección de
manipulaciones y orígenes.

Por lo tanto, y según el portal web de la Policía Nacional, “La documentoscopia


actualmente trata de establecer, mediante una metodología propia, la autenticidad de
escritos y documentos y determinar, cuando sea posible, la identidad de sus autores.
Asimismo estudia documentos falsos y elabora informes sobre propiedad industrial e
intelectual”. Hoy en dia la Comisaria General de la Policia Cientifica subdivide esta
unidad en diferentes especialidades: la grafoscopia, la falsedad documental, el estudio
de documentos relacionados con terrorismo y las falsificaciones de marcas y patentes.

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