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La práctica del aborto es tan antigua como la organización social de los seres
humanos y esta dependencia se da a través de múltiples factores psicológicos,
culturales y sociales, incluidos los puntos de vista religiosos, las tradiciones y la
reacción psicológica a la coyuntura económica y política. El aborto provocado es,
probablemente, el método más antiguo y polémico de regulación de la fecundidad.
No existe otro procedimiento quirúrgico electivo que haya sido tan debatido, haya
generado tanta controversia emocional y ética, y haya recibido tanta y tan
constante atención pública a través del tiempo. La ilegalidad del proceder,
existente en muchos países, ha ido en detrimento de la salud femenina, además
de violar los derechos reproductivos de la mujer.
Esta crítica situación está entrelazada con diversas variables a tener en cuenta en
el momento de la interrupción de un embarazo, tales como: los marcos morales de
la embarazada, las características de las familias parentales involucradas, los
aspectos bioéticos, la intervención médica, las legislaciones para las prácticas
abortivas de cada país, los valores morales del profesional de la salud y las
diversas conceptualizaciones de la salud pública, que cuando interactúan, casi
siempre provocan colisión entre el principio de autonomía y el bien público,
vinculado todo al principio de la justicia sanitaria
De acuerdo con los cálculos, el 45% de los abortos provocados en el mundo entre
2010 y 2014 fueron peligrosos y, de ellos, una tercera parte tuvieron lugar en
condiciones de gran peligrosidad, es decir fueron practicados por personas sin
formación mediante métodos dañinos y cruentos.
Se calcula que, en las regiones desarrolladas, por cada 100 000 abortos
peligrosos se producen 30 defunciones, mientras que esta proporción aumenta
hasta las 220 defunciones por cada 100 000 abortos peligrosos en las regiones en
desarrollo. De acuerdo con unas estimaciones realizadas en 2012, cada año se
atiende en los hospitales a 7 millones de mujeres para tratar las complicaciones
causadas por un aborto peligroso, y eso solo en los países en desarrollo.
Del mismo modo, obligar legalmente a las mujeres a viajar para obtener ayuda
jurídica y exigirles que reciban asesoramiento y esperar un tiempo para poder
abortar puede hacerles perder ingresos, causarles otros gastos y en la práctica,
imposibilitar que las mujeres de escasos recursos puedan abortar. No cabe dudas
que la mujer será más libre para exigir y ejercer su autonomía, mientras mejor
conozca sus necesidades y los mecanismos socio jurídicos que le permitan
alcanzar su satisfacción plena en el aspecto sexual y reproductivo.
En el desarrollo de técnicas para la ejecución de la legalidad del aborto,
contribuirán a reducir la mortalidad por este proceso en la taza del sexo femenino.
El aborto es un fenómeno relacionado con la reproducción que se ha convertido
en un problema social, y que se podrá solucionar en la medida en que la
humanidad alcance un desarrollo material, intelectual y ético más avanzado dentro
del marco de la normalidad, la legalidad y la moralidad.
Para la reducción de las conductas abortivas hay que continuar trabajando con el
objetivo de incrementar el conocimiento sobre todos los aspectos éticos y sociales
relacionados con la salud sexual y reproductiva, mediante una política que los
relacione y tenga en cuenta los riesgos que el aborto trae consigo.
Los datos demuestran que las políticas restrictivas no solo no reducen el número
de abortos en las mujeres y las niñas, sino que también afectan a la posibilidad de
que se practiquen de forma digna y sin riesgos. La proporción de abortos
peligrosos es significativamente más elevada en los países que imponen leyes
muy restrictivas que en aquellos dónde estas leyes son poco estrictas.
A fin de que todas las mujeres que necesitan abortar reciban servicios deben
adoptarse varias medidas a nivel jurídico, sanitario y comunitario. Estos son los
tres pilares sobre los que se sustenta un entorno propicio para prestar una
atención integral para el aborto de calidad.