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Una roca en el zapato de Sánchez

Carlos Carnicero Urabayen*


No era un tópico. Nada está cerrado hasta que todos los detalles están bien atados. Las
negociaciones del Brexit parecían finalizadas y de la noche a la mañana están a punto
de descarrilar de forma abrupta y por el motivo menos pensado. La frontera de Irlanda
– el asunto más complicado – está resuelta. Gibraltar, un asunto durmiente, se ha
convertido en una formidable crisis política para la acción exterior de España.
El presidente Sánchez está curtido en mil batallas. Sabe lo que es volver a la vida
después del entierro que le propició su propio partido. Logró el milagro de la moción
de censura con el parlamento más fragmentado de la democracia. Ahora se enfrenta a
un reto desconocido, un verdadero test de estrés. Si sale mal, sumirá a la Unión
Europea en una crisis política de derivadas desconocidas. Si Sánchez triunfa, habrá
demostrado que la retórica de sacar músculos en Europa para ganar influencia eran
algo más que palabras y fotos espaciales en Instagram.
La diplomacia española se siente traicionada por el equipo negociador europeo que
dirige Michel Barnier. En las horas finales para cerrar el acuerdo, Barnier aceptó la
inclusión de un artículo cuya ambigüedad compromete una de las líneas rojas
españolas: que a partir del 30 de marzo, fecha de salida británica, en las negociaciones
sobre el futuro de las relaciones europeo-británicas, España mantendrá la voz cantante
para definir la situación de Gibraltar. La redacción actual no lo deja claro y puede diluir
el Peñón en una complicada negociación comercial en la que habrá otros muchos
asuntos.
España quiere enmendar el texto, pero Reino Unido no cede. Theresa May no tiene
precisamente margen para hacer gestos. Su país está casi tan dividido como su propio
partido. La mayoría piensan que el acuerdo es un malísimo negocio porque les hará
perder influencia y permanecerán en los tentáculos de la UE por un tiempo
desconocido. Cambiar el texto para contentar a España sobre Gibraltar daría más
gasolina a los más fervorosos nacionalistas que trabajan día y noche para derribar a la
primera ministra e incluso salir de la UE por las malas.
Si Sánchez aprieta su botón nuclear y boicotea la cumbre europea del domingo,
cancelando su asistencia o negándose a aceptar el texto, debería contar, en teoría, con
el apoyo de los 26 socios europeos ya que el asunto de Gibraltar toca hueso, afecta a

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un territorio sobre el que España ha revindicado históricamente su soberanía. Pero el
cansancio negociador y los nervios ante un eventual divorcio no amistoso podrían
terminar aislando al presidente español en Bruselas, rompiendo la milagrosa unidad
que han tenido hasta ahora frente a Reino Unido.
La presión que sufrirá en los próximos días Sánchez es difícilmente imaginable. No sólo
por sus colegas europeos para que acepte el acuerdo. En casa, quienes le recuerdan
que ha llegado al poder gracias al apoyo de los independentistas, le exigirán que se
plante y ridiculizarán el compromiso final, en caso de haberlo.
*Periodista y politólogo

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