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“SERÁ MÁS ELOCUENTE EL TIEMPO”

ENTREVISTA A ALICIA KOZAMEH


ERNA PFEIFFER
UNIVERSIDAD DE GRAZ (AUSTRIA)
La siguiente entrevista con Alicia Kozameh se llevó a cabo en distintas etapas de la primera
mitad del año 2013, por email y por Skype. Cuando existió algún detalle que Alicia Kozameh
no recordó en el preciso momento de formularle la pregunta, recurrí a los textos de sus notas
a los cuadernos, escritas a mano, entre el 23 de marzo de 2010 y el 12 de mayo de 2010, en
dos cuadernos que estaban a mi disposición en forma fotocopiada. Estas citas se ponen en
cursiva para distinguirlas de las respuestas espontáneas de la autora.

1. LOS CUADERNOS EN SU MATERIALIDAD


Erna Pfeiffer – Antes de entrar en materias más específicas acerca de los contenidos puntua-
les de tus cuadernos, acerca de los distintos tipos de textos representados en ellos y de
los períodos de tiempo en que fuiste escribiéndolos y sus estilos diversos, me interesaría
aclarar algunos aspectos que podríamos llamar prácticos, en el estricto sentido de la pa-
labra. Es decir que en esta parte inicial de la entrevista nos ocuparemos de los asuntos a
primera vista quizá menos profundos, pero que podrían echar mucha luz sobre la situa-
ción en la que te encontrabas cuando escribiste esos textos “extra-ordinarios”, únicos,
textos que oscilan entre ser los de una persona con una vocación claramente literaria y
los de alguien con la voluntad de dejar testimonio de lo vivido, aun en circunstancias que
daban muy poca cabida a llamar a cada cosa por su verdadero nombre. Entonces empe-
cemos con lo obvio: ¿cuándo, en qué contexto, en qué entorno político te permitieron
las autoridades de la cárcel tener tu primer cuaderno?

Alicia Kozameh – Al inicio de la época más masivamente represiva, y me refiero al año 1975,
en el sótano de la Alcaidía de Mujeres de la Jefatura de Policía de la ciudad de Rosario,
todas las detenidas podíamos tener un cuaderno. Yo tenía uno, y en él había escrito unos
cuarenta poemas. Me gustaría más decir que eran intentos de poemas. No estaban tra-
bajados literariamente. No era fácil enfocar el pensamiento en ningún trabajo literario
considerable. Ese cuaderno fue secuestrado junto a muchos elementos de primera nece-
sidad durante la primera gran requisa de esos tiempos, cuando se acercaba el golpe de
Estado de 1976. Los poemas se salvaron porque, previendo lo que se acercaba en térmi-
nos de represión carcelaria, logré sacarlos copiados en pedacitos ínfimos de papel muy
delgado dentro de un par de sandalias cuando nos anunciaron que íbamos a estar inco-
municadas por tiempo indeterminado y que debíamos entregar a nuestras familias la ro-
pa de verano. Mi padre se llevó las sandalias y alguna ropa, y allí se fueron los poemas.
Con ellos me reencontré cuando salí en libertad vigilada. Recuperamos la posibilidad de
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tener un cuaderno ya en la cárcel de Villa Devoto, a la que fuimos trasladadas casi un año
después.

EP – ¿Era un “privilegio” que se les daba a muy pocas personas, por ejemplo, a las que ya
tenían algún pasado de poeta o escritora, o tal vez a quienes no fueran consideradas muy
“peligrosas” ni “subversivas”, o se le concedía a todo el mundo?

AK – No, no era un privilegio para pocas compañeras. Todas podíamos tener un cuaderno.
Viéndolo desde el punto de vista de la represión, quitándonos los cuadernos en las requi-
sas ellos podían obtener cierta información sobre nosotras que no iban a conseguir de
manera más directa. Digo, como intento. Porque en realidad no escribíamos en los cua-
dernos más de lo que ellos podían saber o imaginarse. Y tampoco iban a tener en cuenta
los deseos o necesidades nuestras hasta el punto de facilitarles a las “escritoras” algún
tipo de bienestar. Muy por el contrario. La idea era lograr nuestro deterioro. Es decir,
nunca permitieron nada que nos beneficiara desde ningún punto de vista.

EP – ¿Era muy difícil conseguir ese permiso y se tardaba mucho en obtenerlo?

AK – Nunca se sabía si terminado un cuaderno íbamos a poder tener otro. Nada era seguro,
vivíamos inmersas en la relatividad y en la incertidumbre. No recuerdo cuánto tiempo
pasaba, en general, desde que nuestros familiares llevaban el cuaderno a la cárcel y nos
lo entregaban. Realmente, el tiempo que quisieran las autoridades carcelarias. Podían
pasar meses. Pero sé que en las notas que escribí hay algunas cuestiones más específicas.
¿Podrías ver allí la respuesta?

Fuimos trasladados a Devoto desde el sótano de la Alcaidía de Rosario en noviembre de


1976. En la Alcaidía no teníamos absolutamente nada de nada, y estábamos aisladas y
totalmente incomunicadas. Al llegar a Devoto nos enteramos de que, además de poder
escribir cartas a los familiares, nos iban a permitir tener un cuaderno, y sólo uno, por vez.
Ese cuaderno iba a ser provisto por los familiares, de manera que había que esperar a que
se produjera la primera visita de ellos, que iban a llegar desde Rosario. Eso implicaba to-
do un movimiento y burocracia carcelaria que, en nuestro caso (político) corresponde al
plan de aniquilamiento que los militares instituyeron para destruir nuestras voluntades.
[…] Parte de ese plan es que la primera fecha del primer cuaderno es 25 de febrero de
1977. Eso significa que mis padres, o mi madre, llegó a visitarme en diciembre, proba-
blemente, o a fines de noviembre del 76, ni bien supieron los familiares dónde habíamos
ido a parar con el traslado. Ya habían recibido la carta en la que les decíamos en qué con-
diciones estábamos y las características de la cárcel, y reglas en términos de visitas, co-
rrespondencia, más que trajeran (llevaran) un cuaderno. Lo cierto es que este primer cua-
derno deber haber sido entregado a la cárcel a finales del 1976.– Y me llegó a mí a finales
de febrero de 1977.– O sea que tardó entre 2 y 3 meses. Ahora, reviendo esto en detalle,
puedo fácilmente revivir la ansiedad de esos meses hasta que me fue entregado el cua-
derno. (Notas 1, págs. 7-9)]

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EP – ¿Cuáles eran las premisas y a qué tipo de limitaciones, censuras, prohibiciones tenías
que atenerte?

AK – Bueno, la censura era total. Potencialmente, todo estaba censurado. Una de las cosas
que irritaba particularmente a la sección Requisa era no entender lo que escribíamos en
la correspondencia o en los cuadernos. Cualquier forma de impenetrabilidad, de bloqueo
en cuanto a su acceso a lo que escribiéramos significaba, para ellos, posibles problemas
de seguridad.

EP – ¿Con qué regularidad la censura controlaba lo que escribías en tu cuaderno? De vez en


cuando se distingue un sello o una señal de que había sido controlado, pero al parecer no
con mucha frecuencia. Tampoco se nota que algo hubiera sido tachado.

AK – Los sellos de “censurado” que se ven en las hojas de los cuadernos están allí porque,
sabiendo que no estaba permitido llevarse los cuadernos con una al salir en libertad, yo
empecé a arrancar hojas y mandarlas a mi familia como si hubieran sido partes de las
cartas que podíamos enviar. Todas las cartas eran censuradas, y entonces también las
hojas de los cuadernos que yo mandaba lo fueron. Después, ya fuera de la cárcel, rein-
corporé esas hojas a sus cuadernos.

EP – ¿Quiénes eran los censores?, ¿qué educación tenían? ¿Eran lectores profesionales o
más bien gente poco culta?

AK – Al inicio de todos estos años la gente de la sección Requisa, así como muchos otros de
los que conformaron el cuerpo represivo, no estaban totalmente entrenados. Pero muy
pronto tomaron cursos de psicología, formas de conocer la mentalidad del “subversivo”,
para saber cómo ejercer control sobre nosotros. De todos modos la gente que leía y cen-
suraba nuestra correspondencia, tanto la que entraba como la que salía, solía tachar par-
tes de las cartas, o eliminar hojas, y nos llegaban, o les llegaban a nuestros familiares, al-
teradas de algún modo. Y con respecto a los cuadernos, los momentos en que los leían
eran ésos en que nos hacían unas requisas violentas y completas en las que se llevaban
todo lo que consideraban que era importante para nosotras tener. Esto sucedía más o
menos una vez al mes, creo recordar. O cada mes y medio. A veces se llevaban los cua-
dernos y nunca los devolvían. Por eso era importante escribir de manera que nada les re-
sultara demasiado sospechoso.

EP – ¿Quién decidió cuántas hojas podían tener? Es que me llamó la atención el hecho de
que el primero tiene solamente 39 páginas (aunque en la tapa diga “48 hojas”; ¿qué se
hizo de las otras? ¿Se arrancaron? ¿Se destruyeron? ¿Fueron “comidas” por la censura?),
mientras que el segundo tiene más de cien páginas, 114 si no he contado mal.

AK – Mirando el cuaderno veo que sí, originalmente es un cuaderno que traía 48 hojas, y
acabo de contarlas y veo que tiene 38. Muy posiblemente yo misma usé esas hojas que
faltan para escribir algo para alguna compañera, para hacer algún dibujo para el hijo de
otra compañera. No teníamos más papel que el de los cuadernos. Tampoco sé si la canti-

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dad de hojas era limitada. No recuerdo, eso, pero claro que nadie tenía cuadernos mucho
más grandes. Al primero de mis cuadernos lo compró mi familia, porque en la parte inte-
rior de la tapa está manuscrito por mi madre, y especifica: “Alicia Kozameh, Pabellón 31,
Planta 6”. En ese momento el cuaderno era comprado afuera y se entregaba en la cárcel.
Después nos llegaba a nosotras. Del cuaderno de tapas duras yo misma arranqué las ho-
jas para mandarlas como cartas. Después, al salir en libertad, de todos modos me llevé
los cuadernos conmigo, secretamente.

EP – ¿Quién te proporcionó las biromes o las fibras con que escribías? Por lo visto, los ele-
mentos para escribir cambiaban de vez en cuando y en alguna oportunidad te quejas de
que tuvieras que escribir con una fibra muy gruesa, que manchaba el papel (que obvia-
mente no era de buena calidad) y tenías que ser muy cuidadosa para que pudieras apro-
vechar al máximo el poco espacio que tenías a tu disposición.

AK – Nos permitían tener alguna birome. Siempre era una lucha racionar su uso para que
duraran, para alargar su duración. Una birome era un objeto muy, muy preciado. Se ob-
tenían de la misma manera que los cuadernos. Tardaban en llegar a nosotras, y por eso
éramos muy cuidadosas en cuanto a su uso. Y sí, recuerdo muy bien tiempos en que sólo
nos quedaban unas fibras gruesas que ocupaban el doble de espacio en el papel. Y ese
espacio también era oro puro. No sabíamos si alguna vez, terminado ese cuaderno, íba-
mos a llegar a tener otro. Así que escribíamos con letra muy, pero muy chiquita, y cu-
bríamos las páginas completamente.

EP – Uno de los cuadernos (el primero) está envuelto en papel de periódico (La Nación, jue-
ves 24 de febrero de 1977). ¿Esto lo hacías a propósito, para que quedara documentada
la fecha?

AK – No creo. Para documentar fechas yo era muy específica día a día en los cuadernos mis-
mos. Cuando forré ese cuaderno ese pedazo de papel de diario era lo único con que con-
taba. No había nada más, ni nunca hubo nada mejor mientras yo estuve detenida.

EP – ¿Los mismos títulos o contenidos de los artículos tienen algún significado? Hay, por
ejemplo, un titular que dice “Automovilismo” (podría aludir, indirecta y solapadamente,
por supuesto, a la “auto-movilización” en el sentido de que una misma trata de mante-
nerse activa como militante política); hay un artículo sobre fútbol, en relación con el
Mundial de Fútbol que se iba a celebrar en la Argentina al año siguiente (1978), algo que
tendría mucha importancia en cuanto a la visita de la comisión de Naciones Unidas, las
presiones internacionales y la matanza en los campos de concentración, donde “desapa-
recieron” tantos presos políticos; en un artículo se habla “de la organización” (se podría
referir a la organización en la que habías militado, el PRT), luego uno de los titulares dice
“El clima de firmeza acentuóse en acciones” (esto también podría ser irónico, con doble
sentido). En el artículo sobre fútbol también se habla de “fracaso”, de “vencidos” – ¿eso
se discutía en la cárcel? ¿Temían que el proyecto revolucionario pudiera fracasar?

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AK – No, no. Usábamos para hacer cosas los pedazos de diarios que nos dejaban leer. Todo
era bueno, ya que no teníamos nada. No podíamos elegir y usábamos lo que hubiera.

EP – Me parece una ironía la tapa del primer cuaderno, que dice “Gloria, Industria Argenti-
na”, con una bandera argentina sobre fondo rojo. ¿Querías, simplemente, tapar esos
símbolos de nacionalismo fascista con el papel de diario?

AK – No creo haberlo pensado así, no. Pero evidentemente necesité forrar el cuaderno. Qui-
zá tengas razón. Muy probablemente me produjera algún rechazo. También podría haber
sido que uno estaba acostumbrado a forrar los cuadernos. Una pequeña actividad ma-
nual. Una actividad que te remitía a la niñez, a los años de vida “normal”.

EP – ¿A ese tipo de cuaderno lo habían escogido tus padres? ¿Ellos querían, tal vez, demos-
trarles a los milicos que sí eran “patriotas”?

AK – Los cuadernos de marca “Gloria” eran muy comunes, y eran de fabricación nacional.
Siempre usé en la escuela cuadernos “Gloria”, como todos los chicos.

EP – Me llaman la atención las tiras cómicas de un caricaturista de apellido Vilar (de esa ma-
nera firma su trabajo). Lo he googleado un poquito y parece que de nombre se llamaba
Pedro, pero no encontré mucho sobre él. ¿Era el tipo de humor permitido por los mili-
cos? ¿O las caricaturas mismas contienen algún elemento de ironía?

AK – Pedro Vilar era un historietista muy conocido en esa época. Encontré ese papel y lo usé,
y debía ser el único. Por otra parte estamos hablando de La Nación, un diario de derecha
que apoyaba y sigue apoyando claramente a los militares y a toda la represión política
genocida que desataron. Eran los pedazos de diarios que dejaban entrar a la cárcel.

EP – Veo que a veces pasan semanas, meses enteros (por ejemplo durante mayo de 1977)
sin que haya entradas en los cuadernos.1 ¿Esto se debe cada vez a una razón específica
(tales como traslados, “calesitas”, etc.)? ¿O es más bien producto de la casualidad, de tu
estado de ánimo, de que no hubiera nada que contar...? Hay otras épocas en que escri-
biste casi a diario, como hiciste entre septiembre y octubre de 1977.

AK – Los huecos en la continuidad están directamente relacionados con lo que estaba acon-
teciendo en ese momento en la cárcel, en la vida carcelaria. Con cada problema que se
nos presentaba nuestra atención se dirigía a ver cómo resolver ese asunto en particular.
Ciertos hechos nos colocaban en la situación de estar muy alerta, pendientes de lo que
pudiera suceder. Malas noticias –como la muerte de alguna compañera, como sucedió
con Alicia País, o de enfermedad–, tiempos de castigos impuestos por causas inexisten-
tes, medidas de fuerza que debíamos tomar y que nos absorbían por razones obvias, así
como quizá alguna razón más personal, o las muertes o arrestos o secuestros de compa-
ñeros fuera de la cárcel, o las “calesitas” que mencionaste, requisas que descomponían y

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Ver, a este respecto, el calendario que hemos confeccionado basándonos en las fechas de las entradas de
los dos cuadernos, al final de esta entrevista.
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desorganizaban nuestra vida adentro, motivaban esos huecos en la escritura. Si compa-
ramos los huecos de escritura en los cuadernos con los hechos que se fueron sucediendo
pasando durante ese tiempo, encontramos la explicación a todos los vacíos en los cua-
dernos.

EP – Se les hacía imposible escribir.

AK– Claro. Lo que está muy claro es que, en esas condiciones, era imposible encarar un texto
de manera seria. Imposible escribir un cuento, corregirlo, trabajarlo. Sí era posible esbo-
zar una idea simple, pero el trabajo fino no lo era. Y, justamente, eso es lo que la repre-
sión trataba de lograr en nosotras: ese desgajamiento.

EP – ¿Entonces lo lograron?

AK – Momentáneamente llegaron a imponerlo. Es más: creo que cierto “estilo” literario pro-
ducido por escritores con experiencias similares a la mía, entre los que me cuento, la
modalidad escritural que le reclama al lector la capacidad de recorrer el texto con una
mirada múltiple, escindida, no facilitada por ninguna linealidad, la modalidad expresiva
que lo llama a leer, a ver, a considerar varias áreas o aspectos del texto en forma simul-
tánea, haya tenido su origen en ese aprendizaje, en esa práctica, la de tener que prestar
atención a muchos hechos a la vez. Hechos que, claro, tenían que ver tanto con la posibi-
lidad de perder la vida como con las dificultades para conservarla. Asuntos que marcan
para siempre.

2. LA SITUACIÓN EN LA CÁRCEL
EP – ¿Por qué los militares empleaban distintos conceptos de reclusión con los presos según
su sexo biológico? A los hombres los castigaban (como dices en tus notas a los cuader-
nos) encerrándolos en celdas individuales y calabozos de castigo, aislándolos completa-
mente, mientras que a las presas mujeres se las “castigaba” forzándolas a una vida en
grupo, en colectivo, alcanzando de este modo que se realizara, aunque en un espacio ab-
surdo, perverso, reducido y de hacinamiento, precisamente el concepto de “colectivis-
mo”, tan aborrecido por ellos ideológicamente porque perseguían una línea totalmente
individualista. Porque, claro, la idea de solidaridad en grupo no correspondía para nada a
sus ideas conservadoras de la mujer como ama de casa y “madrecita abnegada”.

AK – Empleaban distintos conceptos de reclusión con los hombres y con las mujeres para ser
más efectivos, eficaces, en su trabajo de aniquilamiento de cualquier idea que se opusie-
ra a las de ellos, o que sólo fuera diferente. Utilizaban métodos que eran más adecuados
a una situación o a otra, que se adaptaban mejor a los hombres que a las mujeres, y vice-
versa. Analizaban lo que hacían, estudiaban las formas, calculaban los detalles.

EP – ¿Ellos veían más bien a las mujeres como “rebaño” y a los hombres como “individuos
peligrosos”, como líderes políticos y enemigos personales?

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AK – Quizá no tan polarizadamente. Tenían una interpretación tradicional de la vida, pero no
se les escapaba que nosotros estábamos luchando por lograr un mundo diferente, con
más igualdad y más justicia. Era fácil deducir que las mujeres teníamos claros los térmi-
nos y los objetivos de la lucha. Una de las contradicciones internas de los militares estaba
producida por la falta de espacio para contener a tantos detenidos. Y sí, los compañeros
eran vistos desde los ojos de los militares como lo indicaba su cultura: el más valiente y
peligroso es el hombre. Pero también tenían en cuenta que las mujeres no éramos nece-
sariamente dependientes de los hombres. Y si a las mujeres no nos aislaban más a unas
de otras era porque la cárcel de Villa Devoto no les permitía hacerlo por falta de espacio.

EP – ¿Cómo hay que imaginarse, en su aspecto material, un “pabellón”? Para mí, como eu-
ropea, un pabellón (por ejemplo un pabellón de música) es algo lindo, idílico, un edificio
bajito que se encuentra en medio de un parque, o en una plaza pública, algo así como un
bungalow, pero con fines culturales. Según las notas a tus cuadernos, parece más bien
que se trata de alguna unidad de celdas o un gran dormitorio colectivo en un piso alto de
un gran edificio carcelario (en el piso 5º, piso 6º).

AK – En cuanto a pabellones, el edificio, llamado Planta 6, tenía, tiene, varios pisos. En cada
piso, y a lo largo de un pasillo, había ocho pabellones. En cada pabellón cabían veinticin-
co personas. Había camas cuchetas de dos y de tres pisos y un baño con una ducha y tres
letrinas. En Planta 5 había celdas. En cada piso había una cantidad de celdas con cuatro
compañeras cada una (aunque estaban originalmente diseñadas para una persona, y allí
habían instalado dos cuchetas de dos pisos), que hacía un total, por piso, de ochenta
compañeras.

EP – ¿Era todo lo que había en las celdas?

AK – En cada celda había una letrina y una pequeña pileta. El largo de las celdas no excedía
por más de un metro el largo de las camas. El ancho no era más que la suma del ancho de
las dos cuchetas, más un estrecho pasillo entre ambas. Las celdas daban a un pasillo en el
que había una mesa larga, de cemento. En el fondo de ese espacio había un baño con
una ducha y tres letrinas.

EP – ¿Cómo era organizado el espacio dentro del pabellón? ¿Cada prisionera tenía una cama
propia? ¿Había, además, mesas, sillas, roperos? ¿Había algún espacio donde guardar ro-
pa, pertenencias personales, algo así como una mesita de noche? ¿Cuántos metros cua-
drados tenía el pabellón en total, cuánto espacio quedaba para cada persona recluida?
¿Desde afuera, se veía lo que estaba pasando dentro del pabellón o había un muro, una
pared con una puerta que se cerraba? Si es que había: ¿cuánto tiempo quedaba cerrada?
¿Todo el día, o solo de noche? ¿Dónde estaban las rejas que mencionas a veces?

AK – Sí, una cama para cada una de nosotras. Dentro de la celda no había mesa, ni mesa de
luz, ni guardarropa, ni sillas. No habría cabido nada. En los pabellones había una mesa
con un banco, ambos de madera. Para guardar la ropa nos arreglábamos como podía-
mos. En todo caso eso era lo que menos importaba, porque compartíamos todo. El único
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verdadero espacio propio era la cama, pero dormíamos: en pabellones, con otras veinti-
cuatro compañeras, y en celdas con otras tres. No existía el espacio personal ni privado.
Los pabellones tenían rejas que daban al pasillo central. Las celdas tenían puertas de ma-
dera con pasadores que se cerraban desde afuera, y una pequeña mirilla a través de la
que las celadoras nos observaban desde afuera.

EP – Según tus notas, parecía tener mucha importancia la cuestión de la luz: ¿el control so-
bre la luz lo tenían únicamente los guardianes? ¿La encendían y apagaban a una hora de-
terminada, con cierta regularidad previsible, o cuando les daba la gana?

AK – Había horarios: apagaban la luz a las diez de la noche, y ellos tenían el control.

EP – ¿Ustedes tenían algún tipo de lámparas individuales, por ejemplo en la mesita de noche
o en alguna mesa central, para poder leer o escribir? ¿O podían tener, tal vez secreta-
mente, una linterna, una vela, un encendedor para los cigarrillos a cuya luz poder leer o
escribir?

AK – No, no lámparas individuales. En ese sentido, nada secreto. Quizá un fósforo, y sí nos
estaba permitido. No teníamos encendedores. Nos apagaban la luz a las diez de la noche,
desde afuera.

EP – ¿En qué medida podían moverse, comunicarse, salir al aire libre?

AK – En la medida en que lo permitía el régimen carcelario. La salida al patio, en general, era


de una hora, y si no estábamos sancionadas. En el patio nos veíamos todas las de un piso,
ya sea de pabellones o de celdas. A las celdas las abrían todos los días un rato, al menos
que estuviéramos sancionadas. Variaba, pero desde ya que siempre, fuera lo que fuera,
el tiempo en el patio resultaba muy escaso, o el de compartir el pasillo del piso.

EP – Estoy tratando de imaginarme las requisas: ¿ustedes tenían forma de saber cuándo iban
a tener lugar? ¿Se escuchaba algún ruido de rejas, de pasos que se iban acercando, un
“escándalo” en las celdas vecinas? ¿Tenían tiempo para esconder lo que no querían que
fuera secuestrado en la requisa? ¿A alguna compañera tuya le pasó que le quitaran su
cuaderno? ¿Debías temer por el tuyo si escribías algo prohibido?

AK – Bueno, teníamos forma de hacer un cálculo aproximado. Creo que entre una y otra ha-
bría como un mes y medio, no más. Tanto en celdas como en pabellones los miembros
de la sección Requisa entraban juntos, de golpe, gritando y tratando de intimidar y de pa-
ralizarnos. Era rápido y muy intenso, precisamente para tomarnos por sorpresa. A las co-
sas que nos prohibían tener o hacer las manteníamos a medio guardar, o sea que está-
bamos bastante preparadas para reaccionar a tiempo, antes de que nos requisaran. Sí, se
han llevado cuadernos. Yo busqué la forma de que entendieran mal, por las dudas se de-
tuvieran a leer lo escrito, o que lo escrito no tuviera significado para ellos. Muchos, tam-
bién, eran dibujos, que no les daban indicación de nada deasiado concreto, supongo.

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EP – Muchas veces en los cuadernos o en las notas mencionas que casi todas las presas fu-
maban; incluso usas, a veces, papel en que estaban envueltos los atados de cigarrillos pa-
ra escribir, para dibujar, en el reverso, y se trasluce la propaganda de cierta marca de ci-
garrillos; también escribes sobre la costumbre de las presas políticas de guardar en papel
de cigarrillos algún texto escrito en letras milimétricas para esconderlo. ¿Quién les pro-
porcionaba los cigarrillos? ¿Los tenían que comprar? ¿Se los traían los familiares en las
visitas? ¿No era muy molesto si fumaban 25, 30 mujeres en un espacio reducido? ¿No
tuvieron problemas de salud por el humo (que tal vez no se ventilaba)?

AK – Fumar era algo muy común en nuestra generación, y venía de las generaciones anterio-
res. Todas fumábamos porque el mundo fumaba. Dábamos uso al papel de cigarrillos
porque no teníamos nada mejor o nada más. En el sótano de la Alcaidía de Rosario tuvi-
mos cigarrillos en atados hasta que nos incomunicaron. A partir de ese momento sólo
pudimos obtener tabaco suelto y papelitos para armar los cigarrillos. Y ésos eran los pa-
pelitos en que anotábamos o copiábamos lo que necesitábamos esconder. Ya en Villa
Devoto a los cigarrillos los comprábamos a través de la proveeduría carcelaria con el di-
nero que algunos padres depositaban en la cárcel y usábamos para comprar yerba, algo-
dón para la menstruación, jabón, cosas de primera necesidad. Y en cuanto a los proble-
mas de salud ocasionados por el cigarrillo: probablemente eran muchos, pero no creo
que lo supiéramos, en ese momento. O que estuviéramos en condiciones de hacernos
cargo de los daños posibles hasta el punto de dejar de fumar. Sí reducíamos la cantidad
que fumábamos cuando no había suficientes cigarrillos, y necesitábamos repartir una
cantidad menor entre la misma cantidad de compañeras. En las últimas décadas han
muerto compañeras por cáncer de pulmón y de otras formas de cáncer, pero es difícil es-
tablecer cuál razón es la más poderosa: si los cigarrillos fumados durante esos años, o el
tremendo estrés experimentado a lo largo de los años de encierro, o la combinación de
ambos. Pero sabemos con certeza que el estrés prolongado fue definitorio en relación a
muchos problemas de salud.

EP – En el segundo cuaderno se puede apreciar la cantidad de libros y artículos que llegaste


a leer en los últimos meses de tu encierro. ¿Quién te proporcionaba el material de lectu-
ra, diarios, revistas, libros? ¿Había una biblioteca carcelaria o te lo llevaban todo tus fa-
miliares? ¿Pudiste pedirles que te llevaran algo en concreto? ¿Quién determinaba lo que
se podía leer? Por ejemplo, Miguel de Unamuno estaba en el índice de los libros prohibi-
dos por la Santa Iglesia Católica y Apostólica en España, durante la dictadura de Franco,
porque se le consideraba herético y protestante. En la Argentina, ¿estaba permitido leer-
lo?

AK – Nunca supe que Unamuno estuviera prohibido. Había en la cárcel una biblioteca, y un
encargado al que le llamábamos “el maestro”, que tuvo un rol de facilitar los libros que
pedíamos. O que censuraba los libros que les pedíamos a nuestros familiares. Les pedí al-
go en concreto, sí, y creo que fue el Ulises (Joyce), y algunos otros libros de esa lista que
figura en el cuaderno. Además compartíamos los libros que cada una pedía a sus familia-

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res, de modo que muchos libros de esa lista no habían llegado a través mío. Había mu-
chos libros prohibidos, sí. Y no había material de lectura en términos de revistas o diarios.

EP – Los diarios, ¿los recibían individualmente, los tenían que comprar, o había un ejemplar
para todo el mundo?

AK – No, no recibíamos diarios individualmente, no. Quizá aparecía una página o dos, muy
cada tanto, para todo el piso de celdas. Quizá algo que a los militares les interesaba que
supiéramos, alguna noticia que nos podía caer muy mal, por ejemplo.

EP – En algunos momentos, en los cuadernos, expresas incomodidad por no tener un espa-


cio personal para escribir pero, al mismo tiempo, sentías cierta culpabilidad por el hecho
de que para escribir se necesita silencio y concentración. Esto me recuerda lo que dice
Sor Juana respecto a su convivencia con las otras monjas del convento de las Jerónimas
donde estaba, que reían, charlaban, mientras ella trataba desesperadamente de concen-
trarse en la lectura, en la escritura, en sus experimentos científicos, en su música, etc.
¿Cómo ves esa ambivalencia en retrospectiva?

AK – Bueno, es casi la misma ambivalencia que siento en este momento de mi vida. Siempre
la he estado sintiendo. Por un lado me atraía la compañía de mis compañeras, a las que
siempre quise mucho: los mates en grupos, las charlas, los análisis políticos, el estudio. Y,
por el otro, la desesperación por escribir me resultaba en una especie de tornado que me
absorbía en la dirección opuesta. Me pasaba lo mismo con cualquier relación, y siempre
he estado planeando terminar relaciones de pareja –y lo he hecho– para darme un espa-
cio mayor para la escritura. He pasado la vida en ese círculo de ir y venir para llegar a lo
que verdaderamente necesitaba: escribir.

EP – Pero aparecían las culpas.

AK – Ah, sí, claro. Las eternas culpas. Si yo hubiera estado convencida de la compatibilidad
entre distintas actividades, no habría habido conflicto. Pero había sido claro desde el
inicio –aunque la falta de experiencia en la vida me mantenía confundida, perseguida por
ese “no puede ser, no puede ser”– que yo no podía entregar todo de mí para más de una
actividad, y hacerlas bien, con el rigor que reclaman la escritura, por ejemplo, o la mili-
tancia. La otra opción era la mediocridad en todo. Pero no podía abandonar la militancia
por un proyecto individual y sentirme bien. Ni podía abandonar la escritura en función de
la militancia solamente. No tenía manera.

EP – Antes de la cárcel, entonces, ¿te dividías?

AK – Sí, me dividía. A partir de la militancia la mayor parte del tiempo estaba dedicado a las
tareas políticas, y estaba satisfecha por mi contribución a los esfuerzos que hacía mi ge-
neración. Pero la ansiedad por encontrar un rato para escribir me consumía. Recuerdo
haber estado caminando por la calle hacia una tarea partidaria pensando: Alicia, tendrías
que haberte traído tu último poema para trabajarlo en el colectivo de vuelta. Cosas así
me perseguían. Escribía en medio de la noche, cuando tendría que haber estado descan-
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sando o abrazando a mi compañero en la cama. Eso es lo que debato a lo largo de los
cuadernos carcelarios. Porque de pronto se produce una escisión, la del terrorismo de Es-
tado y todas sus implicancias, y el proyecto de lucha se modifica, queda en suspenso. En
realidad no debato conmigo misma sino que escribo (la palabra ya escrita es un espejo)
en mis cuadernos el proceso por el que dejo definidas realidades que ya conocía. Es más:
de esos párrafos surge la solución a las dicotomías: militar a través de la escritura. Con-
vertir la escritura en militancia ética. Llegar a la estética a través de la ética y viceversa.
Hacer mi contribución política, social, a través del arte de la escritura.

EP – ¿Y antes de la militancia? Ya sé que empezaste a militar muy joven, pero a escribir em-
pezaste siendo mucho más joven.

AK – De chica me escondía a escribir, me metía debajo de la cama para que no me llamaran


a jugar con mi hermana, y en la escuela me sentaba en el último banco de la última fila,
sobre todo en las clases de matemáticas, geografía y física, para escribir mis poemas, mis
proyectos de poemas.

EP – ¿Ibas compartiendo estas ideas con tu familia? Digo: las de tu necesidad de aislarte a
escribir.

AK – No. Ellos ya pensaban que yo era “rara”. No necesitaba oír más de esas opiniones. Y
después, con los años, ya en la cárcel, tampoco, porque era más que obvio.

EP – ¿Tus padres viajaban siempre de Rosario a Buenos Aires, o a veces no podían desplazar-
se por falta de tiempo o por el alto costo del viaje?

AK –Mi padre estaba jubilado y por eso no tenían conflictos de tiempo. Tampoco tenían pro-
blemas económicos.

EP – ¿Podían llevarte a la cárcel cosas personales?

AK – Nada que no pasara a través de la requisa. Y nada que no fuera parte de la lista de lo
permitido, que era muy poco nutrida. A veces pedíamos algunas cosas permitidas, pero
muchas veces quedaban en la sección Requisa por bastante tiempo.

EP – ¿Qué extensión temporal podían tener las visitas? ¿Dónde se efectuaban y en qué con-
diciones? ¿Podían llegar a tocarse, abrazarse, o estaban separados por una pared de vi-
drio? ¿Tenían que hablar por micrófono o podían conversar directamente?

AK – Creo que las visitas duraban unos 45 minutos. O quizá una hora. Y habían instalado es-
pecialmente para nosotras, las detenidas políticas, los llamados locutorios de vidrio. Con
un vidrio grueso que llegaba hasta el techo, un asiento de un lado y un asiento del otro, y
con un micrófono de cada lado. Estábamos casi seguras de que nos escuchaban las con-
versaciones. No podíamos tocarnos, claro, y esto fue especialmente traumático para los
niños que visitaban a sus mamás, y para las compañeras madres.

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Otra cosa: el vidrio era como una ventana, pero la pared o madera en la que estaba
colocado llegaba hasta el techo, de manera que no había espacios por donde uno pu-
diera comunicarse que no fuera a través de ese vidrio. Y en la base había un micró-
fono de cada lado al cual había que acercar la boca o el oído (si yo hablaba acercaba
la boca, y al mismo tiempo mi madre acercaba el oído) para hablar. De todos modos
nada podía ser dicho que fuera delicado porque sabíamos que nos grababan. Eso de
tener que alternar oreja-boca, boca-oreja, creaba otro problema de comunicación:
cuando uno hablaba, y porque el otro tenía que escuchar (y viceversa) uno no podía
mirar al que escuchaba, etc. Se oía la voz pero, al tener la oreja contra el micrófono,
la posición de la cara era del costado. Eso creaba ansiedad y malestar, y reducía el
tiempo de visita. (Notas 1, págs. 191-193)

[…] las compañeras con hijos sentían temores muy profundos. Los chicos, si habían si-
do llevados por sus abuelos o tíos a visitarlas, habían estado viendo a sus hijos a tra-
vés del vidrio de los locutorios, de manera que los chicos tenían una visión muy parcial
de ellas, además del golpe emocional de no poder tocarlas o abrazarlas y besarlas.
Hay una anécdota (y debe haber muchas más) de una compañera que, al salir en li-
bertad, se encuentra con su hijo, que en ese momento todavía era chico, quizá 5 o 6
años, que al verla le dijo: “Ah, ¿vos tenías piernas?” El chico nunca había visto las
piernas de su madre porque había nacido en la cárcel, después la mamá había tenido
que entregarlo a sus familiares a los seis meses, y a partir de allí el niño siempre la
vio, hasta su libertad, a través del vidrio de los locutorios, que no permitía ver más
que de la cintura para arriba. (Notas 2, págs. 36-38)

Quiero agradecer a mi compañera Carlota Marambio, que me ayudó a confirmar que nos
escuchaban, y me habló de conexiones telefónicas bajo tierra que iban por debajo de la
Planta 5.

EP – ¿En algún momento temías que a tus padres pudiera pasarles algo, por el sistema de los
militares de “castigar” a los familiares y amigos de presos políticos? Parece que en algu-
nos casos hubo torturas, desapariciones, personas que cayeron presas ellas mismas por
haber tenido contacto con “subversivos” en las cárceles. ¿Era peligroso para ellos ir a vi-
sitarte?

AK – Todo representaba un riesgo enorme. Los familiares eran requisados de manera vejato-
ria, hombres y mujeres, y siempre podía producirse un problema provocado por la gente
de Requisa como otra forma de tortura para ellos y para nosotras. Todas temíamos por
nuestros familiares. Mi madre era la que me visitaba, en realidad. Mi padre fue a la Al-
caidía de Rosario dos veces: una para verme cuando a mí y a mi compañero nos acaba-
ban de dar el sobreseimiento provisorio, y la segunda para ir a buscar aquellas ropas de
verano que incluían las sandalias rellenas de poemas. Y a Villa Devoto fue una vez. Creo
que mi madre iba a Buenos Aires más o menos cada dos meses.

EP – Ese fenómeno que Chiara Bolognese menciona en su introducción, esa fluctuación o


vacilación “entre el querer decir y el no querer o poder decir”, otra vez me recuerda el
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conflicto que en el siglo XVII sufría Sor Juana Inés de la Cruz, bajo circunstancias por lo
visto análogas aunque muy distintas, en su correspondencia con el obispo de Puebla, alta
autoridad eclesiástica contra la que se sublevaba en su afán de emancipación: en su caso,
por supuesto, estaba amenazada por la censura eclesiástica, por el peligro de la Inquisi-
ción que cada vez más iba extendiendo sus garras sobre ella y cerrando el acoso, las
trampas que le tendían, por las prohibiciones de expresar lo que pensaba una mente li-
berada como la de ella, tocada por las luces de una inteligencia extraordinaria y por los
primeros atisbos del Siglo de las Luces (parece que leía en secreto los escritos prohibidos
de Descartes y de Athanasius Kirchner, por ejemplo), una mujer que se dedicaba a inves-
tigaciones y filosofías, reflexiones teológicas no permitidas a las mujeres. Josefina
Ludmer, en un famoso artículo, habla de “Las tretas del débil” para “decir sin decir”, o sin
que fuera descubierto, por los enemigos de la escritora, el alcance y la subversividad de
lo que decía. ¿A vos te pasaba algo similar al tratar de disfrazar, bajo códigos distintos, lo
que en realidad tratabas de expresar? Usaste muchas metáforas y metonimias herméti-
cas para que los censores no llegaran a entender el verdadero significado de tus poemas,
de tus cartas, de tus sueños.

AK – Es, creo, un ejercicio de resistencia. Hay otros y muchísimos modos de resistir la repre-
sión, y en la situación del detenido por tiempo indeterminado, como en general es el ca-
so de los presos políticos –ya que las resoluciones de sus casos son políticas, y las situa-
ciones políticas suelen variar inesperadamente–, se acentúan las estrategias, el ingenio,
los mecanismos de supervivencia de todo tipo, y la creatividad se vuelve prácticamente
invencible. Uso la palabra “prácticamente” para relativizar la idea, por el caso de que la
muerte se interponga. Pero es eso: prácticas para aferrarse a esta vida que tanto apre-
ciamos. En cuanto a la escritura: sí, mucho de lo escrito en mis cuadernos está disfrazado
porque no podía permitirme ser explícita. No me costaba mucho inventar los pequeños
códigos, porque el escritor de ficción usa constantemente la imaginación.2

EP – Volviendo un poco al tema de la imagen que los militares tenían de las mujeres, ¿en qué
sentido para los militares –que consideraban a las mujeres menos fuertes, impotentes,
dependientes– ustedes eran quizá menos “peligrosas” que los hombres combatientes, a
quienes temían más por estar “a su altura” como combatientes en armas? ¿Te parece
que a las mujeres presas les dejaban más libertades que a los presos de Coronda, por
ejemplo? En teoría, a las pertenecientes al “sexo débil”, habría habido que “protegerlas”,
según la ideología conservadora de “comportamiento caballeresco”, no meterlas presas y
tratarlas de subversivas… ¿Cómo reaccionaban los militares al notarlas “inadaptadas”
con respecto a la imagen de “feminidad” que tenían ellos, al sentirlas fuertes, indoma-
bles, rebeldes?

AK – Como siempre, ellos estaban llenos de contradicciones. Nos observaban, y probable-


mente se llevaron una gran sorpresa cuando descubrieron la fortaleza que nos ayudó a

2
Hemos puesto, al final de esta entrevista, una especie de glosario para que el lector de este álbum pueda
apreciar y descifrar los códigos que usa Alicia Kozameh en sus cuadernos carcelarios. Las entradas y explica-
ciones se basan en sus propios dos cuadernos de notas a los cuadernos (2010), arriba mencionados.
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atravesar esos años, la solidaridad de que éramos capaces, la actitud y la dignidad frente
a ellos, que eran nuestro enemigo. También, en algún momento, supimos que, como su
enemigo, ellos llegaron a respetarnos. En un momento los militares se llevaron un grupo
de compañeras de sus celdas, Videla las hizo viajar con él a Córdoba como rehenes, y se
produjo una batalla campal en la que las compañeras que estaban siendo secuestradas
eran tironeadas hacia afuera por los que se las llevaban, y hacia adentro por las compa-
ñeras que las defendían, y tiempo después el Jefe de Seguridad le manifestó a una de las
que las defendieron con uñas y dientes que la respetaba por su fuerza, su valor, por su
decisión de correr riesgos y por su apego a sus compañeras en peligro. Evidentemente al
Jefe de Seguridad le había llamado la atención la ética y la dignidad y la solidaridad que
esta y otras compañeras habían mostrado.

EP – ¿Nunca hubo acoso sexual por parte de los guardianes o jefes de seguridad? Es que a
las mujeres de los enemigos, en todos los tiempos y culturas, se las ha tratado de humi-
llar, violándolas, forzándolas a tener relaciones sexuales y a veces incluso tener hijos con
sus vencedores y torturadores. ¿Hubo casos de tortura sexual en el Sótano o en Villa De-
voto? Es que en informes como Nunca Más y también en algunos textos literarios se
cuentan casos de esta índole, incluso de relaciones duraderas o de servidumbre corporal
perversa de las prisioneras a sus torturadores; algunos militares, por lo visto, sacaban a
sus “amantes”, regalándoles vestidos, y haciendo alarde de ellas.

AK – Esto sucedió en campos de concentración, en los centros clandestinos. El sótano de la


Alcaidía de Rosario tenía status de cárcel “legal”, y Villa Devoto también. En Rosario, a
unos metros de la sección “legal”, la Alcaidía, estaba el Servicio de Informaciones, un
área de la misma Jefatura de Policía en la que asesinaron a miles de compañeros que
perdieron la vida en las torturas o donde fueron ejecutados. Allí se produjeron, como en
otros centros clandestinos, enorme cantidad de violaciones.

EP – ¿Cómo funcionaban las relaciones con los presos comunes?

AK – Siempre tratamos de establecer relaciones cordiales cuando sabíamos que había dete-
nidos no políticos cerca. Pero no estábamos en el mismo edificio ni teníamos contacto di-
recto con ellos. En la Alcaidía de Rosario en un momento, a las recientemente detenidas
políticas, y para que no entráramos en contacto con nuestras compañeras inicialmente,
antes de declarar en el Juzgado, nos aislaban por unos días en el pabellón de las presas
no políticas, que podían ser desde prostitutas hasta personas que habían asesinado a sus
padres. Ellas solían ser bastante solidarias, sobre todo para ayudarnos a comunicarnos
con nuestras compañeras políticas, que estaban en el pabellón de enfrente, con la guar-
dia entre uno y otro.

EP – ¿Pasaste por algún tiempo de convivencia con ellas?

AK – Sí. Debo haber estado un mes con prisioneras no políticas. En Pasos bajo el agua cuento
una historia cuyo recuerdo sigue conmoviéndome muchísimo: al llegar al pabellón donde
estaban presas estas mujeres, de inmediato ellas reconocieron en mí a una detenida polí-
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tica. Les pregunté, sobre todo a una, por qué estaban presas, y ella me describió el pano-
rama del pabellón. Ella era médica y la dueña de una clínica en la que hacían abortos, que
eran ilegales. No cedieron a las presiones de pagarle más coimas a la policía, y termina-
ron arrestadas, juzgadas, y finalmente condenadas años de cárcel. Esta mujer, la jefa del
grupo, estableció el día de mi caída la comunicación entre mis compañeras, que estaban
en el pabellón de enfrente, y yo.

EP – ¿Cómo lo hizo?

AK – Pidiendo la plancha –había una para los dos pabellones– a las celadoras, que en ese
momento tenían en uso las presas políticas. Cuando las presas políticas oyeron los gritos
de esta mujer diciéndole a la celadora que necesitaba la plancha, se alertaron y la devol-
vieron para que se las dieran a las del pabellón de enfrente, donde estaba yo. La mujer
me llevó al bañito con la plancha y un cuchillo, con el cuchillo desatornilló la base de la
plancha, y sacó del interior una serie de papelitos con mensajes, “bienvenidas” y reco-
mendaciones que mis compañeras habían escrito y metido allí porque me habían visto
llegar y varias me conocían. Inolvidable, absolutamente inolvidable, el momento de en-
tender lo que había sucedido.

EP – En medio del miedo y del desconcierto, qué momento de alivio habrás vivido.

AK – Ese hecho cambió todo, para mí. Mis compañeras estaban conmigo.

EP – Bueno, todo esto fue en la Alcaidía de Rosario. Pero entonces, volviendo ahora a Villa
Devoto, a tus cuadernos, ¿podrías decirme cómo pudiste llevar dos cuadernos al salir en
libertad si solamente estaba permitido tener uno por vez? ¿Qué hiciste con el primero
mientras tanto y cómo lograste sacar los dos?

AK – Sobre haber tenido los dos cuadernos conmigo en el momento de salir: lo que sucedía
era que, para que nos dieran un nuevo cuaderno, teníamos que entregar al Penal el ya
usado. Yo reclamé mi nuevo cuaderno sin mencionar ni intentar devolver el primero, y la
celadora nunca me preguntó nada. Pero al primero lo escondí en la celda y, al irme, tuve
mucho trabajo para armar el bolso con un doble fondo y una pared doble de un lado,
donde fueron los dos cuadernos conmigo. Creo que en las notas está más claro.

Ya cerca de la libertad, decidí correr el riesgo y preparar una especie de doble fondo en el
“bolso de la libertad” hecho con tela de jean, que era más gruesa, y esconder allí los cua-
dernos. Tuve que hacer algunas cosas como pedir ir al baño mientras la gente del Servicio
Penitenciario Federal ya estaba requisando a las demás compañeras que salían en liber-
tad conmigo, detenerme en el baño hasta que me di cuenta de que ya las subían al colec-
tivo del Ejército (en el que nos trasladaron de Buenos Aires a Rosario), hacerme la tonta y
correr al micro y así confundir a las celadoras de Requisa, para que no me requisaran,
porque el micro ya se iba. Subí última, o algo así. Y subí con mis dos cuadernos en la bol-
sa, sí, subí última, porque el único asiento vacío era el de atrás. Y allí me senté. (Notas 1,
pág. 83 y siguiente.)

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EP –En las notas al cuaderno mencionas tu impresión de que la experiencia de ustedes era
“otra forma de holocausto”: ¿entre tus compañeras había muchas de ascendencia judía?

AK – Sí, había muchas compañeras de origen judío. En términos generales hay un cálculo que
indica que en Argentina el 40% de la izquierda de esos años era de ascendencia judía. A
lo del holocausto lo menciono porque sabíamos que estaban asesinando a muchísimos
compañeros y compañeras. No teníamos claro el verdadero alcance de lo que estaba su-
cediendo afuera, pero sabíamos que era devastador. O sea: yo me refería a las dimensio-
nes, a cuánto había llegado a abarcar la represión en general. No pensé en lo religioso.

EP – ¿Tenías la impresión de que los militares eran también antisemitas?

AK –Los militares eran antisemitas, ésa era una de sus características ideológicas, eran nazis,
fascistas.

EP – ¿A las chicas judías se les daba otro trato que a las no judías?

AK –Sí, a las compañeras y a los compañeros de origen judío se los trató de manera diferente
que a los de origen cristiano. Era explícito y te lo decían durante la tortura: ”Esto va por
subversiva, esto por judía.“ O sea: el doble. Me refiero, repito, a la tortura. En la cárcel no
recuerdo que haya habido un trato diferenciado, en ese sentido, aunque yo tuve un en-
contronazo con el cura de la cárcel, Hugo Belavigna, al que llamábamos (y todavía lla-
mamos) “San Fachón”.

EP – ¿Sabía él que eras de ascendencia judía?

AK –Y sí, sabían que yo venía de familia judía, porque cuando allanaron mi casa y me arresta-
ron, mientras buscaban, destruían y robaban en mi presencia, también dibujaron en una
pared amplia y vacía del dormitorio una gran estrella de cinco puntas y una enorme cruz
esvástica con pintura en aerosol. Y, te digo: que yo no tenga recuerdos específicos sobre
diferencias en el trato a compañeras de origen judío en la cárcel no significa que no haya
sucedido. Quizá me haya sucedido menos a mí, porque mi apellido paterno es libanés,
cristiano, y soy judía por parte de mi madre, así que podía fácilmente ser menos obvio.

EP – Regreso a los cuadernos: a veces se mencionan letras de canciones, o cantautores, co-


mo Vinicius de Moraes: ¿qué importancia tenía para ustedes la música? ¿Cantaban jun-
tas, podían escuchar la radio?

AK – No. No podíamos escuchar la radio. Pero cantábamos juntas. Muchas veces a los gritos,
y dependía de qué estaba pasando: si festejábamos un cumpleaños, si solamente está-
bamos expresando nuestros sentimientos o frustraciones, si estábamos buscando una
manera de expresión artística, un coro, por ejemplo, que nos permitía alcanzar una meta
de trabajo de calidad, o si se trataba de una manera de comunicación para Navidad, Año
Nuevo, o para despedir a una compañera que salía en libertad, lo que fuera. Vinicius re-
presentaba una época de belleza, poesía, música y libertad, y era muy popular en el

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mundo y querido por su audiencia. Como Joan Manuel Serrat, como tantos otros. Pero
Vinicius era, además y sobre todo, un gran poeta.

EP – En el primer cuaderno hay una serie de dibujos muy interesantes y bien hechos; men-
cionas también que recibían clases de dibujo de alguna compañera.

AK –María Inés Cabanillas nos daba clases de dibujo en el Pabellón 31. Es una artista muy
buena. En un cuaderno la dibujé a ella recostada sobre la cucheta. Y ella dibujó mucho, y
usó de modelo a varias compañeras.

EP – ¿Quieres decirme algo sobre los dibujos de tus cuadernos?

AK – Claro. Hay uno que sigue atrayéndome como cuando lo hice, y es el que está pegado en
una hoja. Dejé caer sobre el papel en blanco gotas de té o café –algo que solíamos usar–,
y al diseño que quedó, ya seco, lo trabajé con birome azul. Le tengo un afecto especial. Al
lado de ése hay, en lápiz, la imagen de una chica sentada sobre las piedras de un desierto
con la cabeza baja, sola y con un atadito de ropa. Por detrás de las montañas del fondo
asoma el sol. Recuerdo exactamente lo que pensaba al hacerlo: representaba a una
compañera exiliada en México. Va saliendo el sol, y también crecen plantitas incipientes
entre las piedras. Después, estando ya en México en mi propio exilio, miraba este dibujo
y recordaba lo que había sentido al hacerlo. Otros que me llegan profundamente son
esos en los que reproduzco al Eduardo de un sueño, y repito ese dibujo varias veces. En
ese sueño lo veía extremadamente delgado, casi esquelético –incluso dibujé sus huesos
transparentándose por del uniforme carcelario–, con la mirada de esos ojos intensos bas-
tante apagada, pero los ojos siempre enormes, claros. Sucedía que había estado aislado,
castigado, y yo hacía tiempo que no sabía nada de él. Yo no sabía, su familia no sabía.
También las caras: una de ellas, sobre todo, en la que retrato a María Caria, una compa-
ñera mayor, que es la Maura de algunos de mis novelas y cuentos.

EP – ¿Hubo un tiempo en el que dudaste entre querer ser escritora o pintora?

AK –Yo dibujo y pinto desde muy chica. Hubo un momento, cuando tenía unos diez u once
años, en que me hice esa pregunta: ¿me dedico a escribir o me dedico a pintar? Tenía ya
la sensación de que mi tendencia era a no diversificar, a no dedicarme a dos cosas, por-
que ya veía, o sospechaba –y me daba ansiedad, recuerdo eso bien–, hasta qué punto
podía absorberme una necesidad. El interrogante me duró poco. Dibujaba y pintaba con
facilidad, no sentía que dibujar me reclamaba suficiente esfuerzo, y la supuesta decisión
a favor de la escritura –y digo “supuesta” porque ahora sé que hay cosas que no se eli-
gen, que no son una opción– mostró que ni en ese momento ni después yo iba a sentir-
me atraída por lo que me resultara más distendido, menos complicado, más sencillo. Los
desafíos iban a ser el anzuelo, y lo siguen siendo. Cuestión de naturaleza. Pero cada tanto
dibujo. Dibujo porque el color me resulta esencial. Y todavía escribo a mano las primeras
versiones de novelas, cuentos, poemas, en cuadernos, y lo hago con lapiceras o biromes
de muchos colores diferentes. Combino, cambio.

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EP – ¿Por qué en el segundo cuaderno dejaste de lado el dibujo?

AK – En el primer cuaderno carcelario dibujé más, sí, y después, en el segundo, volví a lo mío.
Debo haber sentido más necesidad de concentrarme en las palabras. Porque no recuerdo
que haya habido otro tipo de razón. Dibujé más mientras me faltaba concentración para
las palabras. Y tampoco es que haya dejado de dibujar. Produje muchos dibujos para los
hijos o familiares de mis compañeras, que ellas enviaban para cumpleaños, para comuni-
carse con sus hijos.

3. LOS TEXTOS DE LOS CUADERNOS


EP – ¿Qué sentiste al recibir tu primer cuaderno? Según tus primeras anotaciones, estabas
muy consciente de que lo tenías que aprovechar al máximo, y ya se muestra muy clara-
mente tu vocación de escritora: “Mi lápiz, mi papel, son parte de mi vida.” (Cuaderno 1,
pág. 1)

AK – Nunca me olvidé de esa sensación de plenitud. Me faltaba mucho, lo necesitaba mu-


cho, fue lo primero que le pedí a mi familia, sea cuando fuera que se hubiera producido
la primera visita posterior al traslado a Villa Devoto, y cuando finalmente me lo entrega-
ron di muchas vueltas hasta decidir qué iba a anotar primero. Nada de lo que anoté en
esa primera página tiene algo de interesante, y sé que una de las razones es que estaba
muy emocionada. Cuando uno está obnubilado por la emoción suele decir pavadas.

EP – En esa primera página, sobre el final, decís: “Adiós. Hasta siempre. Somos parte de us-
tedes. Ustedes son parte de nosotras. No, no es cursi decir que, mutuamente, no nos ol-
vidaremos jamás. No me obliguen a hablar ahora. No tengo nada que decirles. Será más
elocuente el tiempo. Mucho más de lo que somos capaces de suponer hoy, en este día
gris, que lo es a pesar del sol anaranjado que nos ahoga desde las ventanas. Chau. Hasta
siempre.” Es un párrafo conmovedor. Se siente que hay sentimientos encontrados.

AK – Sí. Expreso la pena por la separación de compañeras que se van en libertad. Siempre
ésa era la contradicción: nos alegrábamos por la libertad de las que se iban, pero la an-
gustia por la separación y el miedo por ellas era inevitable. También allí menciono mi cer-
teza de que nos veríamos, de que no nos olvidaríamos. Lo otro, las anotaciones a las que
te referís, lo de la importancia del lápiz y el papel en mi vida, son parte de ese diálogo
que mantuve conmigo misma por muchos años, desde que entendí la fuerza de succión
que ejercía sobre mí la escritura. Son parte de un proceso cuya dinámica es muy diferen-
te cuando sólo se piensa en el conflicto que cuando se lo convierte en palabra escrita.

EP – Pero no tenías dudas.

AK – No, no. Dudas, no tenía. Al contrario. Lo que hacía era explicarme a mí misma hasta qué
punto yo estaba dispuesta a renunciar a todo lo demás que conformaba mi existencia pa-
ra establecer para mí una vida en la que la escritura tuviera una relevancia definitiva. En-
tendía que siempre la había tenido, y estaba midiendo mis fuerzas, mi capacidad de re-
nuncia en términos de la vida cotidiana, de las relaciones de pareja en general y de la re-
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lación con mi compañero en particular. Me preguntaba si, ya que tanta ansiedad tenía
por escribir, no sería que mi interés por un hombre no tendría más que ver con las hor-
monas, con la edad, y nunca se me ocurrió que la escritura y una relación de pareja, o la
escritura y la militancia, pudieran coexistir. Era más fácil pensar que la pareja y la escritu-
ra fueran compatibles que la posibilidad de que lo fueran la escritura y la militancia polí-
tica. Quiero decir: los militantes teníamos compañeros, compañeras, parejas, y eso era
incuestionable. Pero la militancia y el arte se habían conformado en una dicotomía. La
prioridad absoluta era la militancia, y cuando hubiéramos hecho la Revolución y todo el
pueblo pudiera comer, estudiar, vivir, yo podría escribir sin presiones.

EP – Pero se produjeron cambios drásticos.

AK – Pero el proyecto se retrasó, sabíamos que se había retrasado, que los ritmos habían
cambiado, y yo seguía desesperada por darle a la escritura mucho más tiempo y dedica-
ción. Y no hablaba del tiempo de cárcel, sino al que, confiábamos, iba a llegar después.

EP – ¿En qué medida los textos de los cuadernos son semillas o esbozos de posteriores tex-
tos literarios tuyos? Parece que hay algunos personajes que mencionas, o que convivie-
ron contigo en la cárcel, que después se convirtieron en personajes literarios, sea con su
propio nombre, sea con nombre cambiado: Jorge, diversas compañeras, etc.

AK – Jorge, sí, y a él no le cambié el nombre, es un viejo amigo de la adolescencia, que en mi


novela Patas de avestruz tiene un rol muy importante. Es decir, el personaje de la novela
está compuesto por Jorge y por otro amigo de la niñez y adolescencia, al que le dio un
linfoma que empezó al poco tiempo de que me arrestaran, y murió de ese linfoma a los
dos días de que salí en libertad. El día intermedio entre el de mi libertad y el de su muer-
te fui a su casa a visitarlo, nos vimos, hablamos brevemente, y al rato lo internaron por
una crisis respiratoria. En la mañana había muerto. Quizá me haya esperado. No sé. Por-
que estaba muy mal y ése parecía su final sin alternativas. Quién sabe. En otras novelas,
como Paso bajo el agua, y en cuentos como “Bosquejo de alturas”, las compañeras están
presentes, y son esas mismas compañeras que retraté con bastante libertad en el primer
cuaderno de Devoto. También está presente Alicia País y el terrible episodio de su muer-
te, que señalo en el cuaderno en el momento en que se produjo. Además los seis sueños
que relato en ese cuaderno son parte de una novela, anterior a Pasos bajo el agua, no
publicada por decisión propia porque la vi inmadura y maniquea. Está allí como material
trabajable.

EP – El código en que disfrazabas las palabras / los conceptos prohibidos, ¿era un código
“privado”, que tú misma inventaste, o era un código común, algo que todos los de tu lí-
nea ideológica podían entender fácilmente, pero los militares no?

AK – Era un código propio, personal.

EP – ¿En qué consistía?

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AK – Era simple, en el sentido de que consistía en un uso de las palabras fuera de contexto, o
en ciertos casos se trataba del reemplazo de una palabra por otra que convertía la ora-
ción en algo sin significado claro. Era usar, por ejemplo, la palabra “nube” en lugar de
“ideología”, algo así. Se complejizaba levemente cuando volvía a usar “nube” para reem-
plazar otras palabras con significados contrarios a “ideología”, porque entonces la pala-
bra comodín se repetía en diferentes contextos. Nunca pensé que la memoria no es in-
terminable ni eterna, y cuando comenzó el proyecto de este libro y decidí volver con mu-
cha atención a mis cuadernos tuve que leerlos varias veces para entender exactamente
qué significaba en cada momento de su uso la misma palabra. Finalmente desgajé casi
todo, y recordé, con mucha emoción, los momentos en que había escrito cada cosa.

EP –Mencionas varias veces, en el 2º cuaderno, al poeta Juanele, Juan L. Ortiz: ¿qué signifi-
cado tenía aquel poeta (muerto en 1978) para ti? ¿Era un modelo literario, o era simple-
mente uno de los poetas no prohibidos durante la dictadura?

AK – Era un modelo literario de la época, en cierto modo ejemplo ideológico, era un poeta
fantástico. Una colección de su poesía, En el aura del sauce, había sido publicada por la
editorial Biblioteca, de la Biblioteca Constancio C. Vigil, que tenía un complejo, en Rosa-
rio, que incluía escuelas primaria y secundaria, una biblioteca magnífica, editorial, y mu-
cho más, siempre acercándose a la educación de sectores populares, y que fue arrasado
por la represión. El nombre de Juanele estaba asociado a ese espacio cultural a través de
la editorial Biblioteca. En 1976 la misma editorial quemó los ejemplares de su obra y de
la de otros autores como forma de defenderse de la represión que, desde ya, incluía lo
cultural y educacional. Supe de la muerte de Juanele estando en la cárcel.

EP – ¿Cómo lo supiste?

AK – Nos dejaron entrar un pedazo del diario Clarín, creo que la parte cultural. Allí había una
tira del historietista Crist, que era un homenaje a Juanele. Era una serie de cuadritos en
los que un gaucho, pensativo y conmovido, recitaba un poema de Juanele. Al final men-
cionaba que acababa de morir la palabra. Les dije a mis compañeras que lo leyeran, y
cuando todas terminaron lo recorté y lo pegué, o lo cosí, al cuaderno de tapas duras. De
manera que la tira salió conmigo cuando me fui de la cárcel. Después llegó el exilio, y re-
gresé a Buenos Aires años más tarde, siempre con mis cuadernos bajo el brazo. Al tiempo
de llegar a Buenos Aires me encontré con viejos amigos, y uno era el Negro Fontanarro-
sa. Le hablé de esa tira de Crist, y me dijo que él tenía que ir a Córdoba a verlo, eran ami-
gos y trabajaban mucho juntos. Y que le hablaría de eso, que le contaría la historia. Y
simplemente un día tocan el timbre en casa y alguien me dice: Soy Crist, quiero verte. Yo
no lo podía creer, pero ahí, a mi puerta, estaba Crist con el original de la tira. Había ido al
diario Clarín y les había pedido la página para dármela. Esto sucedió en 1985, hace alre-
dedor de treinta años. Todavía sigue, el cuadro, colgado de la pared de mi dormitorio.

EP – Es una historia hermosa. Tus cuadernos te persiguen y tú los persigues a ellos. También
lo mencionas al poeta italiano Giuseppe Ungaretti: ¿fue un modelo literario, para ti?

20
AK – Claro. Tratando de ser objetiva y de poner a un costado, dentro de lo posible, la ideolo-
gía de Ungaretti, es un poeta extraordinario. No hay fuerza que no logre soltar y conte-
ner al mismo tiempo, no hay impulso ni ritmo que no domine. Entre tantos poemas de
Ungaretti que recuerdo, éste, llamado “Vela”, me asusta por la cercanía:

Toda la noche/echado junto/a un compañero/masacrado/con su boca/rechinante/vuelta


al plenilunio/con la congestión/de sus manos/penetrada/en mi silencio/he escrito/cartas
llenas de amor.

No he estado/nunca/tan unido a la vida.

EP –Muchos de tus textos en los cuadernos se parecen a cartas, iban dirigidos a Eduardo.
Después de salir de la cárcel de Coronda, Eduardo ¿llegó a leer esos textos? ¿Se los mos-
traste?

AK – ¿Sabés que no creo? Realmente me parece que no. Eduardo salió en libertad desde la
Cárcel de Caseros. Estuvo preso en Coronda, en Sierra Chica y en Caseros. Pero no. Mu-
chos años después quizá los haya visto, poco tiempo atrás. Pero no estoy segura. Esos
escritos eran muy íntimos, en ese momento. Todavía lo son. También habrá transcripta
alguna carta que recibí de él al inicio de los años de cárcel, y alguna respuesta mía.

EP –Chiara Bolognese, en su introducción, dice muy acertadamente que los cuadernos no


tienen forma de testimonio “a posteriori” sino el formato de un diario íntimo. Ahora
bien, “diario” viene de “día”, y llama la atención el hecho de que siempre marcaras muy
claramente las fechas, a veces incluso la hora en que escribías. ¿Qué fines perseguías con
esa práctica?

AK – Sí, es que son una especie de diarios íntimos. Íntimos con grandes limitaciones, desde
ya, porque la represión tenía puesto el ojo en todo lo que hacíamos. También nosotras
disfrutábamos de compartir la lectura de nuestros cuadernos con muchas compañeras,
así como compartíamos las cartas que recibíamos y las que escribíamos. A veces las chi-
cas se sentían libres de abrirlos y leerlos. Pero en esos cuadernos yo hacía reflexiones
que tenían que ver con lo personal. Anotaba las fechas y las horas porque lo que estába-
mos viviendo era de enorme importancia, y aunque los cuadernos no hayan sido inicia-
dos como un testimonio propiamente dicho, seguramente yo tenía muy claro que había
que dejar memoria de ese período de la historia de nuestro país, que protagonizábamos.
También se me ocurre: ¿qué escritor no pone fechas en sus escritos? Dejar constancia es
parte del trabajo de escritor. Con o sin intención, uno quiere dejar constancia, uno quiere
permanecer y que permanezcan sus reflexiones, sus ideas, su obra. En qué circunstancias
han sido hechas esas reflexiones, en qué momento o día u hora se escribió una frase, un
pensamiento, son parte de la misma reflexión, del pensamiento mismo. Va a contribuir a
descifrarlo. Como estamos haciendo ahora.

EP – ¿Era, también, una manera de conjurar el tiempo?

21
AK – Era una manera de dejar sentado que ese día a esa hora había escrito eso. No es lo
mismo decir “verde” antes de la primavera que después. No es lo mismo decir “agua” an-
tes o después de la inundación. Debe ser una cuestión de niveles de obsesión. Yo soy me-
ticulosa. Por las dudas, digamos.

EP –También llama la atención que ustedes dieran mucha importancia a los cumpleaños de
las compañeras. ¿Eso era para simbolizar la supervivencia, diciendo algo así como “esta-
mos todavía aquí, está empezando otro año de nuestra existencia, no hemos muerto to-
davía”? ¿O era más bien una forma de subrayar la larga duración de toda la experiencia?
“Ya ha pasado otro año, tan largo es ya este encierro…” Para nosotros, como lectores, es
muy interesante poder enterarnos de las distintas edades de ustedes: había desde joven-
citas de 20 años hasta mayores de 60 años.

AK – Un poco de cada cosa. Pero lo que más recuerdo de los cumpleaños es que éramos jó-
venes y alegres, a pesar de todo lo que nos había tocado vivir, y festejábamos la vida, ce-
lebrábamos, como decís, estar vivas, y hacíamos uso de cada oportunidad posible para
compartir la alegría y para darnos alegrías unas a otras. Además era una forma más de
mantener alta la moral, desarrollar las energías, la creatividad. Las más jóvenes tenían 14
años, en realidad, cuando fueron detenidas.

EP – Es interesante el hecho de que en tus sueños casi siempre aparezcan tus familiares:
Eduardo y sus hijos, tus padres y suegros, incluso tu hermana muerta, nunca tus compa-
ñeras. ¿Entonces los sueños eran una manera de mantener el contacto con lo de fuera?
¿Recuerdas si realmente soñabas únicamente con tus familiares? ¿O callabas los nom-
bres de otras personas temiendo por su seguridad si quedaban “fuera” (amigos, compa-
ñeros/as)?

AK – Probablemente esos sueños proporcionaban cierto balance a la falta de esos seres que-
ridos. Hay un sueño en el que atravieso una larguísima procesión, o manifestación, muy
conmovedora, con una compañera de la que no incluí el nombre en el momento de ano-
tar el sueño para evitar crear un problema. Pero años después, ya fuera de la cárcel, hice
una pequeña nota clarificando de quién se trataba: Susana. O sea, sí solía soñar con
compañeras.

EP –Los sueños consisten casi siempre en movimientos, recorridos, caminatas: ¿era tal vez la
recompensa, la huida, de tanta inmovilidad impuesta?

AK – Muy probablemente. Quién sabe. Uno en los sueños resuelve –o intenta resolver– las
faltas, ¿no? No sé.

EP –Muchas veces en los cuadernos mencionas nombres de compañeras a las que hoy no
logras recordar, se te confunden. ¿De qué dependía que el contacto se mantuviera o no
después de la liberación y del exilio? ¿Tal vez no eran de tu mismo partido?

AK – No, ésa no habría sido una razón para dejar de ver a alguien. Quizá los exilios diferen-
tes, las distancias concretas.
22
EP –En una ocasión (8-7-78) dices que Estela salió en la lista de libertades. ¿Dónde se publi-
caban esas listas y quién podía verlas? ¿Salieron en algún periódico o en una publicación
oficial?

AK – En los diarios. El día en que salían publicadas las listas de los detenidos que serían libe-
rados nos daban el diario, o la sección, o esa página.

EP – ¿Producía alguna diferencia el hecho de que le dirigieras a alguien en especial un texto,


un poema, una carta, una tarjeta de cumpleaños? Me imagino que la forma cambiaría
según los destinatarios, que en la mayoría de los casos pertenecían a tres grupos: tus pa-
dres, Eduardo, tus compañeras presas.

AK – Sí, cambiaban los contenidos con cada destinatario, como en la vida normal. Y era her-
moso recibir una bella tarjeta confeccionada por una compañera querida, unas palabras
de afecto y de aliento, un poema bien o mal escrito, una expresión de deseo de pronta
libertad de cualquiera de ellas. Eduardo no estaba incluido entre mis destinatarios reales
porque, al no estar casados –en Argentina no existía el divorcio–, no nos estaba permiti-
do escribirnos de cárcel a cárcel. La comunicación llegaba muy mediada a través de su
madre y de la mía. Incluso en las cartas a nuestros familiares directos insertábamos pá-
rrafos que se leían como dirigidos a ellos, pero que conociendo la situación y el contexto
sabíamos que eran para él o para mí, de parte del otro. Pero sí, cualquier manifestación
de afecto de alguien a quien apreciáramos era experimentada por nosotras como un
premio a la vida.

EP – Al mismo tiempo había que tener en mente que, además del destinatario real, existía
otro, un no-destinatario, pero lector forzoso: el censor. El hecho de que supieras en cada
instante que el “enemigo” estaba leyendo, persiguiendo lo que estabas diciendo para
quizá tenderte una trampa, meterte al calabozo de castigo, quitarte el cuaderno, en fin,
tomar toda una escala de medidas punitivas, ¿en qué medida influía en tu escritura y en
lo “decible” o “no decible”? ¿En qué medida, también, distorsionaba los contactos direc-
tos con los “verdaderos” destinatarios de tus escritos?

AK – Todo estaba filtrado por la presencia de la censura. Imposible que no lo estuviera. Po-
díamos desafiar las circunstancias, y lo hacíamos, pero los límites eran obvios. La distor-
sión era, también, una estrategia de supervivencia. Nos hemos defendido de tanta vio-
lencia mediante una multitud de recursos, y aquí estamos, en este momento, analizando
las razones de una época, las variadas y complejas maneras en que esa época produjo los
elementos que ahora la hacen parte indispensable de la historia, la hacen la Historia
misma, cuyos hilos comunicantes continúan hacia el presente y el futuro.

EP –Muchas gracias, Alicia, por todas tus respuestas.

Graz – Los Ángeles, Abril – Julio de 2013

23
4. APÉNDICE

4.1. GLOSARIO
A continuación incluyo un pequeño glosario donde se explican, en base a las notas que Alicia
Kozameh en 2010 hizo comentando a sus propios cuadernos, los códigos y metáforas / me-
tonimias usadas para ocultar el verdadero sentido de palabras o conceptos que podían com-
prometerla.

Las entradas van ordenadas por los significados ocultos (columna derecha), en orden alfabé-
tico. Llama la atención que lo que más se necesitara cifrar fuera precisamente lo que las pre-
sas mismas estaban viviendo en el momento de la escritura de los textos, o sea: la cárcel (re-
presentada con 12 expresiones, metáforas, metonimias, distintas); siguen la revolución / la
lucha revolucionaria / los revolucionarios (11 entradas), las armas (7), los/las compañeros/as
(7), la militancia/los militantes (4), los milicos (2) y la libertad (2).

palabra / frase significado


regalo “caramelo” (de uso de todas las detenidas: mensaje
escrito en un pequeño papel y protegido en plástico
que se pasaba secretamente, de boca en boca)
filos largos alcance de la lucha
dulces barras de chocolate con nuez armas
filos armas
agujas armas asesinas
gran somnolencia arresto
tu locura audacia como militantes
ese pájaro inmune a mi mirada avión que no me lleva a la libertad
pedazo de tierra base ideológica
disminuí mi velocidad caí presa
adentro cárcel
arenal cárcel
caminarás despacio cárcel
ciénaga cárcel
desde dentro cárcel
este sendero lateral, de ripio cárcel
piedras que desde hace dos años se adhieren a mi cárcel
cintura
red de algas cárcel
túnel de bronce cárcel
mi trono en la tierra cárcel (irónico)
la Soberana cárcel, represión
las miserias humanas celadoras, jefe de seguridad, militares
la noche clandestinidad
árboles, gigantescos hombres compañeros
cráneos vaciados compañeros asesinados
cauce vacío de los mares compañeros asesinados, los militares tiraban perso-
nas desde los aviones
animales de la noche compañeros de militancia
los restos descompuestos compañeros que los militares arrojaban al río Paraná
desde aviones
estrellas comunismo (Estrella Roja = revista del ERP)
sol rojo comunismo internacional
sostener un techo construcción del partido

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cuando la luz se vuelve macabra cuando la información falta
tenemos las bocas anchas dar informes, hablar
desnuda bajo un sol deseo de libertad
abismo de flores y yuyos dobles sentimientos de positivo y negativo
música seca y áspera están muertos los compañeros
caminar despacio estar detenido
un hijo fruto de la militancia = revolución
avispero fuerza revolucionaria
flecha larga fusil
amapolas fusiles
fósforos fusiles
orofibras gente valiosa, valiente, de alta moral
quejidos más angustiantes gritos de los torturados
lluvia de lloviznas guerra de guerrillas
se redujo el espacio hubo una requisa
guitarras y quenas indígenas
la ruta que dibujan los pájaros libertad
llorar libertad
“vigi” libertad vigilada (de uso de todas las detenidas)
pasillo oscuro y angosto limitaciones
dimensión un tanto épica lucha revolucionaria
concierto silencioso y vital lucha revolucionaria clandestina
buitres luchadores
mente distinta mente del enemigo
extraños pájaros milicos
mis acreedores siniestros milicos
lo pasado militancia
nuestro erotismo hacia sus calles militancia política
yaguareté militancia política
agujas militantes
“calesita” movimiento de presas de una celda a otra, ordenado
por las autoridades carcelarias (de uso de todas las
detenidas)
la plaga hambrienta necesidad de escribir
un fruto benigno y sorprendente nueva novela
afectos nuevos y bilaterales nuevas compañeras, de otros partidos políticos
lluvia obstáculo, simbolismo de la cárcel
tejido organizaciones
espinas palabras, preguntas
cenizas pérdidas, compañeros asesinados, desaparecidos,
presos
navaja pistola
esculturas presas políticas
frazada PRT, nuestra estructura, lo que nos ayuda a abrigar-
nos en la cárcel
pan frito en grasa qué asco
llegar al mismo punto del que se ha partido recomenzar con los proyectos revolucionarios
la caída brusca requisa
el futuro tierno, fulgurante, profundo revolución
fulgurantes culminaciones revolución
la arboleda gozosa atravesada por las agujas del vien- revolución
to
sol revolución
españoles de los fósforos revolucionarios
los hombres revolucionarios
el brillo morado rojo revolucionario
recorrerán las aguas las ballenas seguirá la lucha clandestina
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siembra trabajo político
insectos tres muchachos con los que tuve alguna relación
pelota rugosa varios: a) compañera que va observando el proceso
de escritura, moviéndose por el pabellón; b) jefe de
seguridad de la cárcel recorriendo pabellones; c)
celadoras observando
la desnudez verdad

4.2. CALENDARIO
A continuación incorporo un calendario de 1977 y 1978, años durante los cuales fueron escritos los dos cuader-
nos carcelarios de Alicia Kozameh que se han conservado. Cada día en que se registra al menos una entrada (a
veces hay varias en un mismo día, a veces a distintas horas del día) va marcado en color rojo. Después del 18 de
octubre de 1978 las entradas dejan de estar fechadas. Las épocas sin (o con menos frecuente) escritura coinci-
den con hechos que desestabilizaron la vida de las detenidas, violencia en las requisas, traslados intempestivos
de un pabellón a otro, de una celda a otra, de un piso a otro, en los que las energías eran invertidas en recons-
truir tanto los ámbitos físicos como los lazos en las relaciones entre ellas que, por la fuerza, debían empezar a
convivir con compañeras que no conocían. O coinciden con la conmoción que producía la libertad de un grupo, o
las sanciones por “mala conducta”, o cualquier alteración de la cotidianidad. Como puede observarse, hay más
espacios en blanco que en rojo, y eso muestra las pocas posibilidades con que contaban las detenidas de con-
centrarse en un proyecto que requiriera cierta coherencia o continuidad.

1977
Enero Febrero
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 1 2 3 4 5 6
3 4 5 6 7 8 9 7 8 9 10 11 12 13
10 11 12 13 14 15 16 14 15 16 17 18 19 20
17 18 19 20 21 22 23 21 22 23 24 25 26 27
24 25 26 27 28 29 30 28
31

Marzo Abril
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 4 5 6 1 2 3
7 8 9 10 11 12 13 4 5 6 7 8 9 10
14 15 16 17 18 19 20 11 12 13 14 15 16 17
21 22 23 24 25 26 27 18 19 20 21 22 23 24
28 29 30 31 25 26 27 28 29 30

Mayo Junio
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 1 2 3 4 5
2 3 4 5 6 7 8 6 7 8 9 10 11 12
9 10 11 12 13 14 15 13 14 15 16 17 18 19
16 17 18 19 20 21 22 20 21 22 23 24 25 26
23 24 25 26 27 28 29 27 28 29 30
30 31

26
Julio Agosto
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 1 2 3 4 5 6 7
4 5 6 7 8 9 10 8 9 10 11 12 13 14
11 12 13 14 15 16 17 15 16 17 18 19 20 21
18 19 20 21 22 23 24 22 23 24 25 26 27 28
25 26 27 28 29 30 31 29 30 31

Septiembre Octubre
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 4 1 2
5 6 7 8 9 10 11 3 4 5 6 7 8 9
12 13 14 15 16 17 18 10 11 12 13 14 15 16
19 20 21 22 23 24 25 17 18 19 20 21 22 23
26 27 28 29 30 24 25 26 27 28 29 30
31

Noviembre Diciembre
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 4 5 6 1 2 3 4
7 8 9 10 11 12 13 5 6 7 8 9 10 11
14 15 16 17 18 19 20 12 13 14 15 16 17 18
21 22 23 24 25 26 27 19 20 21 22 23 24 25
28 29 30 26 27 28 29 30 31

1978
Enero Febrero
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 1 2 3 4 5
2 3 4 5 6 7 8 6 7 8 9 10 11 12
9 10 11 12 13 14 15 13 14 15 16 17 18 19
16 17 18 19 20 21 22 20 21 22 23 24 25 26
23 24 25 26 27 28 29 27 28
30 31

Marzo Abril
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 4 5 1 2
6 7 8 9 10 11 12 3 4 5 6 7 8 9
13 14 15 16 17 18 19 10 11 12 13 14 15 16
20 21 22 23 24 25 26 17 18 19 20 21 22 23
27 28 29 30 31 24 25 26 27 28 29 30

27
Mayo Junio
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 4 5 6 7 1 2 3 4
8 9 10 11 12 13 14 5 6 7 8 9 10 11
15 16 17 18 19 20 21 12 13 14 15 16 17 18
22 23 24 25 26 27 28 19 20 21 22 23 24 25
29 30 31 26 27 28 29 30

Julio Agosto
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 1 2 3 4 5 6
3 4 5 6 7 8 9 7 8 9 10 11 12 13
10 11 12 13 14 15 16 14 15 16 17 18 19 20
17 18 19 20 21 22 23 21 22 23 24 25 26 27
24 25 26 27 28 29 30 28 29 30 31
31

Septiembre Octubre
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 1
4 5 6 7 8 9 10 2 3 4 5 6 7 8
11 12 13 14 15 16 17 9 10 11 12 13 14 15
18 19 20 21 22 23 24 16 17 18 19 20 21 22
25 26 27 28 29 30 23 24 25 26 27 28 29
30 31

Noviembre Diciembre
Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do Lu Ma Mi Ju Vi Sa Do
1 2 3 4 5 1 2 3
6 7 8 9 10 11 12 4 5 6 7 8 9 10
13 14 15 16 17 18 19 11 12 13 14 15 16 17
20 21 22 23 24 25 26 18 19 20 21 22 23 24
27 28 29 30 25 26 27 28 29 30 31

Alicia Kozameh fue puesta en libertad vigilada, otra forma de arresto, el 24 de diciembre de 1978.

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